En 1979, con tan solo 41 años, Larisa Shepitko murió en un accidente de coche. Estaba trabajando para realizar lo que más amaba, películas. Iba con su equipo técnico buscando localizaciones para su siguiente proyecto: Adiós a Matiora. Su marido, el también cineasta, Elem Klimov, terminó el largometraje cuatro años después. La directora ucraniana junto a su marido, Marlen Khutsiev, Andrei Tarkovsky, Andrei Konchalovsky, Aleksey German o Georgi Daneliya formaron parte de la nueva ola del cine soviético durante finales de los sesenta y principios de los setenta. Elem Klimov (Masacre. Ven y mira) realizó poco después de su muerte una declaración de amor a su esposa, el cortometraje Larisa, donde se ve la pasión de la realizadora por el cine. Unos minutos emocionantes donde a través de fotografías fijas y grabaciones se dibuja la personalidad de Shepitko y se repasa su breve filmografía.
La ascensión, su última película, es tremendamente hermosa y dura. Es de esas historias que reflejan con crudeza el sinsentido de la guerra, centrándose en aquellos que más la sufren. Larisa Shepitko filma el sufrimiento y el dolor, pero también la dignidad de los que padecen, trasciende su desgarro. Los protagonistas de la película son seres humanos que tratan de resistir cada día y que intentan sobrevivir como pueden.
La directora ucraniana convierte la odisea de dos partisanos soviéticos que tratan de buscar provisiones para su grupo durante la Segunda Guerra Mundial en un relato mítico. Poco a poco, su odisea va adoptando la forma de un viacrucis de sufrimiento donde uno será una especie de Jesucristo, que se sacrifica por salvaguardar sus ideales y por no traicionar a sus compañeros; y el otro un Judas, tremendamente humano, que tiene miedo a morir, y por ello es capaz de la traición, aunque la mala conciencia no le deje vivir.