Críticas en unas pocas palabras de películas de estreno

El triunfo (Un triomphe, 2020) de Emmanuel Courcol

El triunfo, cine y teatro en armonía.

Cuando estaba viendo esta película francesa, me vino a la cabeza una británica de Peter Cattaneo, Lucky Break y una italiana de los hermanos Tavianni, César debe morir. En los tres largometrajes, unos presos en una cárcel se interesan por el teatro y sienten la posibilidad de alcanzar la libertad. Y las tres películas muestran una manera muy diferente de contar esta historia.

La francesa se inspira en una historia verídica, y presenta a un profesor de teatro que ama lo que hace, que trata a los presos como actores profesionales y que les propone montar algo muy serio: Esperando a Godot de Samuel Beckett. En El triunfo se respira en cada fotograma un amor inusitado hacia el teatro; el poder que siente uno encima de un escenario; cómo la vida alimenta a la ficción, y viceversa; y, por último, deja sentir una obra de teatro que puede hacer comprender una situación, unas vidas y esa sensación de espera…

La hija oscura (The Lost Daughter, 2021) de Maggie Gyllenhaal

La hija oscura, una reflexión incómoda sobre la maternidad.

La actriz Maggie Gyllenhaal se pone detrás de la cámara para rodar una historia psicológica e incómoda sobre la maternidad, adaptando una novela de Elena Ferrante. Se pone en la piel de una profesora de literatura, Leda (maravillosa Olivia Colman), que está de vacaciones en un idílico lugar al lado del mar. De pronto, su contacto con una joven madre (enigmática y sensual Dakota Johnson) y su hija pequeña desata una tormenta interior en Leda. Desde ese momento, rememora su propio papel como madre joven (Jessie Buckley) de dos niñas.

Desde el principio todo lo vemos desde la mirada de Leda que cada vez está más incómoda y todo lo que la rodea va adquiriendo una tonalidad siniestra, desagradable y amenazante. A la vez que también va tomando decisiones y llevando a cabo acciones cada vez más incomprensibles: como esa muñeca que acaba en su poder y que desata una tormenta interior. En realidad, Leda trata de reconciliarse con una decisión que tomó en el pasado y con las sensaciones encontradas que tiene con lo que sintió: la felicidad sin las ataduras de la maternidad.

Muerte en el Nilo (Death on the Nile, 2022) de Kenneth Branagh

Muerte en el Nilo, cuando el cine es puro entretenimiento.

Kenneth Branagh apuesta por el cine puro y duro de entretenimiento, llevándonos a lugares exóticos, dejándonos arrastrar por el glamour, por las pasiones desatadas, por varios asesinatos y un peculiar detective belga para resolverlos. Si al principio de su carrera, Branagh abrazó a William Shakespeare, ahora se siente cómodo en el universo de Agatha Christie.

Una cosa está clara en sus dos películas sobre el universo de la dama del misterio: se siente cómodo como Hércules Poirot, y no solo eso…, sino que se lo pasa bien en su piel. Es más, en esta glamurosa Muerte en el Nilo, le regala un pasado en que se nos revela la razón de su famoso bigote, y le regala la posibilidad de enamorarse.

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Películas para empezar el año

Una película buena para terminar el año y otra para empezarlo. Un buen listado para los últimos y primeros días del año. Y estoy contenta porque de cada propuesta he disfrutado bastante, así que ha sido una bonita manera de encaminarme hacia el 2022 con ganas de tener muchas más risas, buenos largometrajes, libros y, sobre todo, muchos momentos con aquellas personas a las que quiero.

West Side Story (West Side Story, 2021) de Steven Spielberg

Rita Moreno, nexo de unión entre las dos versiones cinematográficas de West Side Story.

El nexo de unión de ambas versiones cinematográficas es Rita Moreno. La Anita de la versión de 1961 se transforma en Valentina, la dueña de la tienda donde trabaja Tony. Y para ella, con casi 90 años, es la canción de «Somewhere» en esta nueva mirada de Spielberg.

Lo que logra el director es transmitir no solo su amor por este musical (sus canciones han formado parte de la banda sonora de su vida: desde su infancia hasta la actualidad), sino no traicionar el espíritu de la película de Robert Wise y Jerome Robbins. Cine musical clásico, pero a la vez con toda la frescura de una mirada nueva. Romeo y Julieta vuelven a las calles de Nueva York con sensibilidad del siglo XXI. Me apetecía además un homenaje a Stephen Sondheim, que últimamente lo tengo muy presente.

Si bien es cierto que no sentí el despertar y sobrecogimiento que supuso mi primer visionado de la película de 1961, sí logré volver a engancharme con la historia de los Jets y los Sharks, hundirme por las calles de Nueva York, vivir ese amor interracial más allá del odio y sentir cómo los temas que toca están más de actualidad que nunca (de nuevo Spielberg trabaja con el guionista y dramaturgo Tony Kushner). Como siempre Steven Spielberg atrapa con su fuerza visual.

Y los nuevos Tony y Maria, Bernardo y Anita o Riff viven, cantan y bailan las calles de la ciudad, se dejan ver a través de pañuelos de colores, luchan por un barrio en ruinas o estalla el drama en un almacén de sal. La música, coreografías y canciones vuelven a encandilar. Algunas las sitúa en otro lugar de la trama o realiza variantes y matices distintos que la versión de 1961. En algunos acierta plenamente como el encuentro entre Tony y María en el gimnasio y en otros me quedo sin ninguna duda con la versión de Wise, como la canción y la coreografía de «Cool».

Tres pisos (Tre Piani, 2021) de Nanni Moretti

El número tres, Nanni Moretti nada en el equilibrio para contar un buen melodrama contenido.

Me pareció fascinante esta película de Nanni Moretti donde atrapa tres historias de tres familias diferentes en un vecindario italiano de clase media alta en tres actos en un periodo de diez años aproximadamente. El equilibrio del número tres se repite continuamente en las historias. Como punto de partida el director italiano toma una novela de Eshkol Nevo, donde cuenta la vida de tres familias israelíes.

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De un homenaje a un descubrimiento. El cine de Basil Dearden (I)

Basil Dearden ha sido todo un descubrimiento feliz. El día que falleció Sean Connery buscaba una película para homenajearlo y que supusiese descubrirlo en una historia menos conocida que las del agente 007 u otros trabajos cinematográficos recordados del actor. Me acordaba de que me había llamado la atención una película en el blog de 39 escalones, y me dispuse a verla; se trataba de La mujer de paja. Me lo pasé tan bien con ella que indagué en la filmografía del director. Apenas conocía su obra, más allá de ser uno de los directores de Al morir la noche (1945), de la productora británica Ealing. Me di cuenta de que en una plataforma digital habían subido bastantes títulos del director y decidí hacerme un ciclo. Así fui de sorpresa en sorpresa topándome con un realizador británico con una filmografía compacta de títulos muy potentes. De hecho, voy a analizarlos en dos post, siguiendo el orden en que fui viéndolos.

Basil Dearden parte de historias sólidas con conflictos dramáticos complejos o peliagudos problemas sociales que permiten una construcción psicológica profunda de los personajes y de la sociedad. En su cine no todo es blanco o negro, sino que se abre un amplio abanico de posibilidades y de distintas posturas ante ciertos temas. Nunca busca el camino fácil. Es un director británico que merece la pena ser rescatado y que desde los cuarenta hasta los setenta filmó varias películas que no pueden caer en olvido. Por otra parte, en el aspecto formal cuida mucho las atmósferas y los espacios donde desarrolla sus historias, además de dominar tanto el color como el blanco y negro en beneficio del argumento.

La figura de Dearden está muy unida a la del productor y director de arte Michael Relph. A finales de los cincuenta realizaron una cadena de películas británicas con fondo social, centrándose en temas polémicos como el racismo, la homosexualidad o la religión, con puntos de vista diferentes y complejos. También varias de sus películas más redondas cuentan con la presencia en el guion de Bryan Forbes o de Janet Green. Además su filmografía permite disfrutar de una buena galería de actores británicos como Patrick McGoohan, Richard Attenborough, Betsy Blair, Ralph Richardson, Dirk Bogarde, Jean Simmons, Celia Johnson, Yvonne Mitchell o Michael Craig.

La mujer de paja (Woman of straw, 1964)

La mujer de paja es una buena película de intriga psicológica alrededor de un magnate británico, anciano y en silla de ruedas. Un hombre que se muestra desagradable con cada persona que se cruza a su lado. Con el desprecio dirige su vida. Y este desprecio afecta al servicio, a su sobrino, a los perros… La humillación le divierte, tan solo parece amar la música de Beethoven que pone a todo volumen en su gramófono y a su mujer fallecida. Pero la presencia de una nueva enfermera en su vida lo cambiará todo.

Así se construye un triángulo ambiguo y una venganza cerebral…, pero La mujer de paja entra dentro de las películas “nada es lo que parece” o “vamos a quitar máscaras”. Y no solo eso, sino que se construye a base de giros argumentales que buscan dejar fuera de juego al espectador. Los protagonista son un solvente trío de intérpretes: Ralph Richardson, Gina Lollobrigida y Sean Connery.

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El factor humano (The Human Factor, 1979) de Otto Preminger

La llamada de teléfono más triste en El factor humano.

Un teléfono descolgado es la última imagen de El factor humano. Una imagen tremendamente triste y desesperanzada. Antes el espectador ha sido testigo de un diálogo contenido y trágico entre el espía a su pesar, Maurice Castle (Nicol Williamson), y su esposa Sarah (Iman). No hay un futuro para ellos. Es una llamada teñida de melancolía. Los dos sienten que quizá no vuelvan a encontrarse, que han dinamitado la única posibilidad que tenían de ser felices. Ya se lo dijo Sarah a Maurice un día, el único país al que se debían era el que ellos mismos habían construido con tesón: su pequeño universo íntimo y personal. Y en ese universo solo había sitio para ellos, su hijo Sam y Buller, el perro. Pero todo queda hecho pedazos, pues los avatares políticos de una destructiva, corrosiva y silenciosa Guerra Fría, sobrepasan y aplastan su proyecto común.

La última película de Otto Preminger respira una melancolía difícil de soportar, como la que se respira en las páginas de la novela de Graham Greene. Y como la que quizá arrastraba Preminger durante los últimos años de su carrera, expulsado de un Hollywood donde ya no tenía hueco. El en otros tiempos poderoso director, que rebelde había ejercido también de productor independiente, acostumbrado a lidiar en un Hollywood al que sabía manejar, ahora se veía abocado no solo al olvido, sino con dificultades para poder financiar el que sería su último proyecto cinematográfico. Lejos habían quedado sus grandes superproducciones, sin reparar en gastos.

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