Diccionario cinematográfico (238). Maletas

Maletas de cine

Esta Semana Santa he visto una de las películas que tenía pendientes, Ali y Ava de Clio Barnard, y de ahí ha salido la inspiración para una palabra más para el diccionario: una pequeña maleta que hace Ava para pasar un fin de semana con Ali. Ava es irlandesa, Ali es paquistaní; ambos viven en Bradford. Y ambos por distintos motivos se sienten solos (ella volcada en su profesión de maestra y en cuidar a sus nietos; él, tras una tragedia, a punto de separarse de su esposa) y aman la música. Ambos cargan mucho dolor sobre sus hombros, pero no pierden la alegría.

Los dos se conocen y conectan. Los dos se dan una oportunidad y uno de los pasos que dan es pasar un fin de semana juntos. Ava hace feliz una maletita, le quita un poco de ilusión en el viaje una de sus hijas, y después espera en la estación de tren junto a esa maleta… y sus dudas se disipan cuando llega Ali corriendo con su mochila y ambos suben para hacer su particular viaje. En esta película de Barnard hay un legado, con menos crudeza y desgarro, de Ladybird, Ladybird de Ken Loach.

Las maletas son objetos muy presentes en el cine: la forma de hacerlas, lo que se mete en ellas, las que se olvidan, cómo se cierran, dónde se guardan e incluso las que son fundamentales para la trama.

Por ejemplo, una de las comedias más divertidas de Peter Bogdanovich, Qué me pasa doctor (1972), todo su enredo empieza por la confusión que se establece con varias maletas en un aeropuerto, pues ¡varios personajes tienen la misma maleta!, pero con cosas muy distintas dentro.

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Sorry, we missed you (Sorry, we missed you, 2019) de Ken Loach

Sorry we missed you

Sorry we missed you, la familia Turner disfrutando de un buen momento. Rara vez pueden…

Una familia, los Turner: Ricky y Abbie, el matrimonio, y Seb y Lisa Jane, los hijos. Desde la crisis económica de principios de siglo XXI no levantan cabeza. Y padre y madre se matan a trabajar, pero no llegan a fin de mes. Y el sueño de comprar una casa queda lejos. El trabajo les roba tiempo para compartir con sus hijos, para estar ellos dos juntos, para tener otros planes, para dormir, para descansar… Y la incertidumbre no cesa. El miedo al mañana siempre está presente. En los padres y en los hijos. Las condiciones de trabajo no solo han empeorado, es que uno se siente cada vez más solo. Las estructuras de la solidaridad obrera, de la unión entre los trabajadores, con las nuevas formas de empleo han saltado por los aires. No suele haber lugar de encuentro y todo termina siendo un sálvese quien pueda. ¿Además quién tiene tiempo? Una doctrina del shock continua (o nunca se ha salido, siempre en bucle) donde el miedo campa a sus anchas. Bienvenido al infierno.

Ricky apuesta por ser un mensajero de esas grandes plataformas que reparten paquetes de lo que la gente compra online. Sí, todo empieza con una entrevista de trabajo donde le dicen que él va a ser su propio jefe, pero hay mucha letra pequeña. Ahí está el encargado de almacén: Maloney, que tiene las ideas muy claras. Lo que importa es el cliente (siempre tiene razón) y el beneficio. Lo demás importa poco, no quiere quejicas. Cada uno que se las arregle como pueda, pero que no falle. Y si no penalización para el trabajador, nunca para la empresa.

Abbie trabaja en una contrata, una cuidadora a domicilio de personas dependientes, principalmente de personas mayores y solas. Lo de las ocho horas es un sueño lejano. Apenas tienen personal y recursos. Y Abbie ama su trabajo y es responsable, pero apenas tiene tiempo para ocuparse de sus hijos o de ella misma. Casi no ve a su marido. El móvil es su apéndice. Y lo sabe, y le duele.

Los derechos laborales brillan por su ausencia. Parece que no hay derecho ni a estar enfermo. Y Ken Loach sumerge de nuevo al espectador en un laberinto real, sin aparente salida.

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Yo, Daniel Blake (I, Daniel Blake, 2016) de Ken Loach

Yo, Daniel Blake

Yo, Daniel Blake arranca con un diálogo sobre una pantalla negra. Solo escuchamos dos voces: a Daniel Blake y a una funcionaria. La funcionaria no se sale del formulario, del protocolo…, no hay alma sino una coraza. Y Blake continuamente pregunta cuando van a hablar de su corazón… Solo quiere que esa voz le escuche, que sea más cercana. Eso es la película de Ken Loach: el corazón de un hombre que trata de no sucumbir y no dejarse aplastar por una burocracia deshumanizada, fría y kafkiana.

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Jimmy’s Hall (Jimmy’s Hall, 2014) de Ken Loach

Jimmys Hall

Ken Loach, junto al guionista Paul Laverty, nos está diciendo en sus últimas obras cinematográficas de ficción que pese a que todo esté muy negro y haya que indignarse, que creamos en la gente, y que la lucha es más fácil en comunidad… y alimentando pasiones. Y además está empleando el sentido del humor, muchas veces ausente de sus películas pasadas, Ken Loach se ríe, una risa crítica, y además se nota que se encariña con sus personajes. Así en Jimmy’s Hall nos cuenta una historia real del pasado pero con aires de fábula… y con muchos elementos que podemos trasladar a este presente negro. Nos regala un cuento precioso. Algunos opinan que Ken Loach es maniqueo en el planteamiento de sus películas o que se repite en su visión del mundo y la injusticia; sin embargo creo que Ken Loach quiere a las películas que está haciendo, diría que las ama, y que ahora más que nunca es necesaria su visión. No hay maniqueísmo sino un punto de vista sobre cómo podrían ir un poco mejor las cosas y una exposición de lo que hace que una sociedad sea cada vez más injusta. Y una llamada a no perder la esperanza. A levantarse una y mil veces, aunque siempre pierdan los mismos. Un canto al optimismo y las ganas de hacer cosas.

La película nos sitúa en un país que lo está pasando muy mal, Irlanda en los años 30, un país con una historia triste (como tantos otros países), además en un momento histórico de crisis económica mundial (la crisis del 29). Y nos habla de un héroe anónimo (acompañado por muchos héroes y heroínas de la vida cotidiana), que es un personaje real, James Gralton, un líder comunista. Ken Loach y Paul Laverty nos dibujan a un héroe encantador y carismático (con el rostro de Barry Ward). Un hombre tranquilo que regresa años después a su tierra natal, a sus raíces, para estar en una granja junto a su anciana madre. Él llevaba años en EEUU, como un trabajador más en busca de sustento, y también ha vivido los estragos del 29 en la tierra de las oportunidades. Poco a poco se nos van desvelando –en una ráfaga de flash back-memoria de James– las circunstancias de por qué tuvo que marcharse (circunstancias sociales y políticas) y de su regreso. Y los recuerdos de James tienen un detonante: los jóvenes de la zona rural donde vive con su madre, le exigen que vuelva a abrir el centro cultural que puso en marcha antes de irse a la tierra prometida. Ahora un barracón abandonado. Un centro cultural donde se celebraban bailes, se daban clases de literatura, de canto, de música, un centro de convivencia y reunión… Y un centro que funcionaba sin la influencia castradora de la Iglesia católica y los terratenientes de la zona. Un lugar libre que la gente cuidaba y adoraba. Un centro para aprender, bailar, reír, reunirse, enamorarse, debatir, cantar, razonar… Un centro aparentemente poco dañino pero que sin embargo asustaba a las estructuras del poder establecido (a la Iglesia y a los terratenientes y poderosos de la zona).

Jimmys Hall

Después de los recuerdos, James decide no rendirse, no quedarse en silencio. Y con la ayuda de toda la comunidad vuelve de nuevo a levantar el centro, que de nuevo vuelve a traerle los mismos problemas y complicaciones. Pero en los dos momentos, mereció la pena la lucha de James Gralton a pesar de las consecuencias. A Gralton, el de la ficción, no logran borrarle la sonrisa. Aunque siempre pierda.

Además Ken Loach crea y construye una película bonita en la que se sirve no solo de una Irlanda de paisajes-paraíso sino que puebla su historia con personajes tan maravillosos como la madre del protagonista (una anciana aparentemente servicial y callada que se revela como una luchadora nata y amante de los libros… y su difusión) o con esos momentos, que siempre ha sabido realizar tan bien el director, de reuniones de un colectivo de personas en las cuales exponen sus ideas o denuncian su situación y entre todos elaboran una forma de actuar para salir de una situación injusta. Reuniones que no son fáciles pero en las que se escucha y se trata de llegar a la solución que más agrade a todos.

Jimmys Hall

Pero una de las sorpresas más agradables de Jimmy’s Hall es la narración cinematográfica de una emotiva historia de amor imposible. Una historia delicada contada a base de miradas y despedidas con algún baile en solitario. Además de una ambientación cuidada y plagada de momentos mágicos, sobre todo los transcurridos en el centro (como ejemplo, cuando James les enseña a todos algo que ha traído de EEUU, un fonógrafo y cómo lo primero que pone es un disco de jazz. Todos quieren aprender el nuevo baile y James empieza a danzar y todos a seguirle…). La película logra transmitir alegría y ganas de seguir, a pesar de los tiempos duros. Cuando sales de la sala de cine, quieres leer y bailar, quieres reunirte, reírte, gozar, aprender y tener un sitio, un lugar de reunión apropiado para todo ello… e intentar que esto sea posible y realidad para el mayor número de personas…

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La canción de Carla (Carla’s song, 1996) de Ken Loach

lacanciondecarla

Hay películas que van unidas a un periodo de tu vida. Y precisamente La canción de Carla es una de esas películas. Por aquel entonces estaba con lecturas como Las venas abiertas de América Latina, no me perdía los estrenos de cine latinoamericano, leía novelas de aquellos lares… y escuchaba a un montón de cantautores: desde Victor Jara (que su historia me tenía –me tiene– hipnotizada) hasta Silvio o Pablo Milanés pasando por los tangos de Carlos Montero o Violeta Parra, sin olvidarnos de Chavela Vargas. También era tiempo de las películas de Ken Loach. En un puño. Ladybird, ladybird, Tierra y libertad, La canción de Carla, Mi nombre es Joe, Pan y rosas… Recuerdo la primera vez del Fisahara que tuve oportunidad de ir y ver en una pantalla enorme, bajo el cielo del desierto, Dulces dieciséis. Y hasta ahora he sido fiel (y no desencantada) al cine de Ken Loach. Así no me he perdido Solo un beso, El viento agita la cebada, En un mundo libre o Buscando a Eric… Tengo en espera Route Irish, La parte de los ángeles y su documental El espíritu del 45. Me gusta su cine y su manera de contar historias. Unas me gustan más y otras menos… pero todas tienen algo que me llega, que me toca. Un personaje, una escena o la historia entera…

No había vuelto a ver La canción de Carla y tenía muchas ganas de conseguir el dvd y volver a disfrutarla. Recordaba lo bien que me caía su protagonista, ese conductor de autobuses de vida algo caótica (buena gente) con rostro de Robert Carlyle (y es que fue Ken Loach quien le dio su primer papel protagonista en Riff Raff a este actor al que tengo gran cariño). Y cuando empecé a verla el otro día me di cuenta de lo viva que seguía en mi mente. Y lo bien que me acordaba de ella. Es una historia de amor imposible en dos actos. El primero transcurre en Escocia (cómo me gusta) y el segundo en Nicaragua (Nicaragua, Nicaragüita, la flor más linda de mi querer (…) pero ahora que ya sois libre Nicaragüita, yo te quiero mucho más…).

En el primer acto un conductor de autobuses se enamora de Carla (Oyanka Cabezas), una bailarina callejera nicaragüense que no está pasándolo muy bien. Pero él no puede evitar estar a su lado y tratando de entender la tristeza que arrastra. Y nosotros los espectadores somos como él. Tratamos de entender las causas de la tristeza de Carla. Transcurre el año 1987 y se nos va desvelando que las cosas en su país no fueron ni van nada bien y que huye de un pasado que la duele. George, el conductor, trata de construir una vida con ella, empezar de cero. Pero se da cuenta de que ella tiene que regresar a Nicaragua no solo a ver a su familia y amigos sino encontrar también a su antiguo amor. Saber qué le pasó, qué es de él. Ella tiene que regresar y saber qué queda de ese país por el que luchó… Algo terrible pasó…

El segundo acto transcurre en Nicaragua y nosotros tenemos la mirada de George que intenta entender la situación de ese país cercano y lejano a la vez. Y se nos van desvelando las dificultades, los conflictos, la violencia, los enfrentamientos, la contra… para que no prospere el gobierno sandinista que trata de trabajar por un país más justo y libre. Así como una mano que divide y destroza en forma de Estados Unidos… Los ojos de George se van volviendo tristes y va entendiendo a golpe de violencia el horror de lo que ha vivido su amada y lo que le ocurrió a su compañero en la lucha. Descubre el fuerte vínculo y el compromiso que les unía, la canción que Carla siempre porta y nunca se atrevía a cantar… Y George se da cuenta de que tiene que regresar a Escocia, que esa no es su historia. Y que Carla no puede ir a su lado. Su vida está en Nicaragua. El conductor de autobuses encuentra un aliado inesperado que le termina dando una visión completa (aunque su primer encuentro es nefasto…) con un americano cooperante (Scott Glenn), amigo del grupo de Carla.

Con esta película empieza la colaboración entre Ken Loach y el guionista Paul Laverty…, colaboración que aún hoy continúa… La canción de Carla a la vez que narra una delicada historia de amor imposible, presenta las claves para entender la historia de un conflicto.

Y es que el cine ha dejado películas que recuerdan las dictaduras, las revoluciones y contrarrevoluciones de Latinoamérica que sigue teniendo las venas abiertas (como el mundo)… Así también transcurre en la Nicaragua sandinista, Bajo el fuego de Roger Spottiswoode. Y me vienen a la cabeza películas que me impresionaron como Desaparecido de Costa Gavras sobre la dictadura de Chile, El beso de la mujer araña de Hector Babenco o La muerte y la doncella de Roman Polanski. Ken Loach, junto a su guionista Paul Laverty, se acercan con la mirada del que vive ajeno al conflicto, que vive en otro país distinto y no entiende la situación (solo lo escucha de vez en cuando o lo oye en las noticias… como los demás espectadores)… y le implica en la historia porque conoce a una persona a la que ama y quiere entenderla. Así poco a poco se le va desvelando la historia pasada de su amada, que es la de su país, Nicaragua. Y lo que descubre, le duele en lo más profundo pero termina viendo el rostro real de la amada y su secreto guardado, la canción. Entiende la lucha y la opresión. Y lo que queda aún por hacer… Se da cuenta de que la vida de Carla está en Nicaragua, su país. Escocia solo había sido una huida obligada, un antídoto inútil contra el olvido… que la estaba rompiendo de soledad y desesperación.

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