Entre Rebelde sin causa de Nicholas Ray y West Side Story de Robert Wise y Jerome Robbins nos encontramos con Crimen en las calles de Don Siegel… películas que siguen una senda que puede rastrearse en el cine norteamericano, las pandillas de delincuentes juveniles. Pero es en los cincuenta y sesenta donde surge prácticamente un subgénero con antecedentes ilustres. Las formas de tratarlo son varias desde un realismo social duro y sucio a otro más idealista que apela a la figura del maestro, trabajador social, cura o policía para poder enderezar los caminos torcidos del joven delincuente con o sin causa. Por otra parte este cine generaba (sobre todo en los 50 y 60) jóvenes intérpretes masculinos que ejercían su papel de adolescente atormentado… y se convertían en estrellas.
Si este tipo de película caía en manos de directores con una cierta sensibilidad hacia el personaje del perdedor (como Nicholas Ray y sus adolescentes) o de un buen director del sistema de estudios como Don Siegel (especializado en películas ‘duras’) surgen obras de interés como la que nos ocupa. Algunas veces tan sólo se aprovechaba la ‘moda’ de chicos malos y salían películas como Salvaje donde un actor como Marlon Brando se convertía en un icono.
Sin embargo el cine americano siempre reflejó a pandillas de jóvenes problemáticos. Hay una cierta tradición. Así podemos centrarnos en el nacimiento cinematográfico de los The Dead End Kids en esa pequeña joya de realismo social de William Wyler, Calle sin salida (1937). Esa pandilla de intérpretes también estuvo magnífica como el grupo que admira al gánster en Ángeles con caras sucias. Durante esta década de los treinta también estaba un Spencer Tracy con sotana enderezando a jóvenes rebeldes con un líder con rostro de Mickey Rooney en Forja de hombres.
Para Crimen en las calles Don Siegel oscila entre un cine realista donde se refleja la vida de un barrio marginal y sus gentes y un cine que aboga por un cambio social gracias a la implicación de agentes transformadores como en el caso de esta película, un trabajador social o un familiar cercano (como el hermano pequeño del protagonista).
Así nos presentan a una familia disfuncional, la familia Dane donde una madre agotada y trabajadora mantiene a un adolescente problemático y al más pequeño. El adolescente problemático y arisco tiene el rostro de John Cassavetes (futuro director de cine independiente) que seguiría la estela de rebeldes atormentados. Éste es líder de una pandilla que se enfrenta a otras pandillas y que además aterrorizan y molestan a los vecinos del barrio. El joven Dane tiene el odio enquistado en el rostro y no permite que nadie le toque, tiene ataques de furia y va golpeando todo lo que se le cruza por delante. Ante la denuncia de un vecino por lo que detienen a uno de sus compañeros… decide que hay que matarlo. Casi ninguno de los miembros de la pandilla le apoyan sólo dos, un chaval de quince años con cara de Sal Mineo y otro muchacho que no parece estar muy equilibrado emocionalmente con el rostro de Mark Rydell (también futuro director de cine) que se convertirán en sus cómplices.
En ese barrio además de los vecinos se encuentra Ben Wagner (James Whitmore), un trabajador social que trata siempre de comunicarse con los jóvenes, apoyarles y tratar de apartarles de la delincuencia. Wagner es un tipo duro que no se rinde aunque a diario en su trabajo no recibe más que malas caras y malas contestaciones. Pero no se cansa de intentar cambiar las cosas… y trata de acercarse al joven Dane.
Don Siegel junto a sus jóvenes intérpretes consigue una película con ritmo, cierto suspense, aires de cine negro y drama social. Así empieza de manera fuerte mostrando un enfrentamiento entre dos pandillas en un descampado. Después se presenta la intimidad en un ambiente de pobreza donde viven los jóvenes y el reflejo de su vida cotidiana. Y luego se genera el suspense y la tensión sobre si el joven Dane y sus dos cómplices cometerán el asesinato que cambiará para siempre sus vidas o no.
Así Crimen en las calles se convierte en una película muy interesante de ver porque además de estar bien contada ofrece la oportunidad de descubrir por primera vez en una pantalla de cine a John Cassavetes (está especialmente bien en sus diálogos con el trabajador social) o seguir la carrera del malogrado Sal Mineo que empezó especializándose en jóvenes problemáticos.
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