10 razones para amar Siete novias para siete hermanos (Seven Brides for Seven Brothers, 1954) de Stanley Donen

Siete novias para siete hermanos. Las novias esperando la primavera en una cabaña aislada.

Razón número 1: Un disco de vinilo

Mi infancia está unida a muchos recuerdos bonitos. Y uno de ellos tiene que ver con un vinilo. Los domingos por la mañana mis hermanos y yo dormíamos hasta más tarde. Mis padres para que fuéramos abriendo los ojos nos ponían música y uno de los vinilos más empleados era el de la banda sonora de Siete novias para siete hermanos. Según íbamos amaneciendo al son de las canciones, también nos llegaba desde la cocina el delicioso olor de las tortillas francesas con bonito que nos estaban preparando para desayunar.

Razón número 2: Un recuerdo materno

Uno de los recuerdos de la infancia de mi madre tiene que ver con Siete novias para siete hermanos. Mis abuelos la llevaban mucho al cine y aquel día eligieron para ir con ella el musical de Stanley Donen. Compraron las entradas en taquilla y se disponían a pasar felices una tarde de cine… Entonces en la puerta, recriminaron a mi abuelo que cómo era tan imprudente de llevar a una niña a una película así, que sus protagonistas salían en ropa interior, que cómo se atrevía… Así que mis abuelos se murieron de la vergüenza y mi madre se quedó sin ver la película.

Razón número 3: Stanley Donen

Es uno de mis directores amados, porque varias de sus películas han fomentado mi amor por el cine clásico. ¡¡¡Está detrás de Cantando bajo la lluvia!!! Me sorprendió otra vez cuando descubrí hace doce años Juego de pijamas, un musical a mi parecer innovador donde los protagonistas son los empleados de una fábrica que se pone en huelga para conseguir mejoras laborales. Hubo una época que me vi prácticamente toda la filmografía de Audrey Hepburn y Donen tienen tres títulos con ella que figuran entre mis favoritos: Charada, tremendamente divertida; Una cara con ángel, estéticamente impecable y, por supuesto, una de las comedias románticas que más amo, Dos en la carretera. Pero también Donen fue un pionero en el tratamiento de ciertos temas y en 1969 contó la historia de dos hombres que son pareja desde hace treinta años en La escalera.

Siete novias para siete hermanos. Cada uno de los intérpretes de esta película consiguieron no caer en olvido por esta película.

Razón número 4: De cantantes y bailarines

Siete novias para siete hermanos tiene un reparto de cantantes y bailarines que dejan un buen recuerdo. De hecho los siete hermanos Pontipee forman parte de los recuerdos cinéfilos de los que amamos el género. Los siete atractivos solteros que viven aislados en plena naturaleza, rudos, salvajes y maleducados, que, de pronto, «aprenden» a comportarse en sociedad tienen rostros de cantantes y bailarines (menos uno del que hablaremos en el próximo apartado).

El primogénito, Adam, es Howard Keel. De los musicales de Broadway como cantante saltó a la Metro y prestó su voz a más de un musical clásico (Magnolia o Bésame, Kate), aunque también trabajó en muchas películas que no alcanzaron tal estatus. Curiosamente adquirió la mayor popularidad de su carrera cuando trabajó en la serie Dallas. El hermano pequeño, Gideon, es el popular y magnífico bailarín Russ Tamblyn. Sería también el inolvidable Jeff en West Side Story, pero también es recordado como actor en melodramas como Vidas borrascosas o en la serie Twin Peaks.

Mi hermano Pontipee favorito, Frank, fue un gran bailarín, Tommy Rall. Se puede seguir su pista en Mi hermana Elena o también Bésame, Kate. Los otros tres hermanos: Caleb, Daniel y Ephraim fueron también tres bailarines con interesantes carreras en este campo: Matt Mattox (parece ser que fue considerado un experto en la disciplina de danza jazz), Marc Platt y Jacques d’Amboise.

Entre las novias destacan, la esposa de Adam, Milly. El papel fue para Jane Powell, cantante y bailarina. También estuvo presente en otro recordado musical, Bodas reales, donde Fred Astaire bailaba hasta en los techos… Las otras novias también tenían como profesión el baile, el canto o solo la actuación, pero tan solo una de ellas alcanzó cierto recuerdo (como veremos en el próximo apartado). Ellas fueron Ruta Lee (Ruth), Virginia Gibson (Liza), Nancy Kilgas (Alice), Betty Carr (Sarah) y Norma Doggett (Martha).

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Cadeneta de minicríticas y cada una con una canción. Los hermanos Dardenne, Edgar Wright y Richard Brooks

Una canción imprescindible para el relato cinematográfico es lo que une a estas tres películas. Cada una de ellas tiene su función en la narración.

Tori y Lokita (Tori et Lokita, 2022) de Jean-Pierre y Luc Dardenne

Lokita y Tori, dos niños sin infancia, aunque atesoran una canción italiana que cantan como un mantra que les calma.

Los hermanos Dardenne son directos y sencillos en su forma de narrar Tori y Lokita, logrando una película que refleja con extrema sensibilidad las desventuras de dos niños africanos refugiados en Bélgica. Los fotogramas golpean el pecho con fuerza y tras el fundido a negro una vez acabada la historia, provoca que el corazón prácticamente deje de bombear. Cine social y de denuncia sin moralina, sensiblería o morbo. Seco, duro y brutal.

El hilo conductor de las desventuras de los dos muchachos, que siempre formarán parte de una estadística, una línea en la sección de sucesos de un periódico o simplemente serán ignorados, es una canción italiana infantil, «Alla fiera dell’est», que los dos entonan en un karaoke al principio de la película. Dicha canción aparece en contextos muy diferentes en varias secuencias y deja ver la trayectoria de dos niños a los que se les ha arrebatado la infancia. Duele la indefensión de Lokita y las sencillas palabras finales de Tori exponen con sencillez lo fácil que hubiese sido evitar la desgracia… y, por eso, provocan más vergüenza.

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La impaciencia del corazón (Kysset, 2022) de Bille August

Bille August construye un melodrama elegante en La impaciencia del corazón.

Bille August construye secuencias con buenos personajes y tensión dramática desde el minuto uno. La impaciencia del corazón arranca con una secuencia de apertura que muestra una acción tan banal como una madre y un hijo que visitan a una mujer rica y venerable, la tía de muchacho, para merendar y, sin embargo, enseguida el espectador no solo siente la tensión del momento, sino que se dibuja perfectamente a su personaje principal: Anton (Esben Smed Jensen), un joven de un escalafón social bajo que aspira a un alto cargo y quiere terminar de formarse como oficial de caballería en los tiempos previos a la Primera Guerra Mundial. Para eso necesita dinero y una visita de cortesía a su tía rica se convierte en incómoda petición económica y en la promesa del restablecimiento del orgullo familiar que su padre no dejó en muy buen lugar.

El joven Anton es joven, educado y correcto, pero a la vez le queda mucho que aprender de las cuitas emocionales y todavía no posee la formación de una inteligencia emocional que le permita moverse con soltura por un mundo que juzga continuamente los comportamientos humanos y que ejerce férreamente lo políticamente correcto. Y esa carencia será la gran desgracia de Anton, que no puede madurar emocionalmente, que a la vez es una buena persona que teme dañar a los demás y que tiene la ambición de querer llegar al escalafón más alto por merecimiento y esfuerzo.

Y es que Anton se verá atrapado por la compasión que siente hacia Edith (Clara Rosager), la hija de un rico empresario (que incluso compra un título nobiliario), que por un accidente ha perdido la movilidad en las piernas. Anton echará una mano a dicho noble, Løvenskjold (Lars Mikkelsen), en un percance con su automóvil y este agradecido le abrirá las puertas de su mansión. El joven oficial en un principio, orgulloso y agradecido, se sentirá halagado por tener las puertas abiertas hasta llegar a un punto en que se siente totalmente atrapado, porque él mismo y la sociedad que le rodea van creando una compleja maraña que desencadenará la tragedia.

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Tres dramas de Katharine Hepburn y Spencer Tracy

Siempre que se habla de amores de cine, se recuerda la historia entre Katharine Hepburn y Spencer Tracy. Da la casualidad también de que ambos protagonizaron juntos la friolera de nueve largometrajes. De esas nueve son más recordadas las comedias, sobre todo: La mujer del año, La costilla de Adán y Adivina quién viene esta noche.

Pero estos actores, estrellas del sistema de estudios y muy carismáticos ambos, protagonizaron también tres dramas con grandes directores, que el público del momento respaldó por varios motivos: por la química que desprendían y porque además era un secreto a voces su historia de amor, pese a que Tracy no se divorció nunca de su primera esposa y madre de su hijos, Louise Treadwell. Pero también porque dos de ellas estaban muy cercanas a las circunstancias históricas y políticas que se estaban viviendo y la tercera en cuestión dejaba ver cierta apertura a la hora de reflejar ciertos temas señalados por la censura (el famoso código Hays).

Sin embargo, hoy en día estos tres dramas no son las películas más recordadas de ambos actores, pero tampoco de sus directores. Dos de ellas hay que contextualizarlas bajo la amenaza de la Segunda Guerra Mundial y otra en plena posguerra y la tercera es un melodrama familiar en el lejano Oeste, mostrando claramente un triángulo amoroso. Por orden cronológico, los tres dramas son La llama secreta (Keeper of the Flame, 1942) de George Cukor, Mar de hierba (The Sea of Grass, 1947) de Elia Kazan y El estado de la unión (State of the Union, 1948) de Frank Capra. Vistas hoy en día sí que es cierto que las tres no son películas redondas ni perfectas, pero no obstante merece mucho la pena su análisis, pues tienen muchas cosas que rescatar.

La llama secreta (Keeper of the Flame, 1942) de George Cukor

George Cukor, Katharine Hepburn y Spencer Tracy contra el fascismo en La llama sagrada.

No es de extrañar que rápidamente trabajaran juntos de la mano de George Cukor, cómplice y amigo de Katharine Hepburn, una vez se conocieron durante el rodaje de La mujer del año. Ella fue musa de muchas de las películas del realizador a lo largo de toda su filmografía.

Cukor se lanzó en aquel momento a rodar una de sus películas que dejan ver que es tiempo de guerra y además transmite un mensaje muy concreto. Para ello se sirve de dos grandes estrellas, Katharine Hepburn y Spencer Tracy, con una química muy especial. La película debe contextualizarse en un hecho muy concreto: el 7 de diciembre de 1941, EEUU, tras el ataque en Pearl Harbor, entra de lleno en la Segunda Guerra Mundial. Luego no es de extrañar que la maquinaria de Hollywood se pusiera en marcha y proliferara el binomio cine y propaganda para que los espectadores asumieran, apoyaran y entendieran por qué estaban en guerra.

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10 razones para amar Las horas (The hours, 2002) de Stephen Daldry

En Las horas, Meryl Streep muestra su versatilidad como actriz y su facilidad para crear buenos personajes.

Razón número 1: Meryl Streep, Premio Princesa de Asturias de las Artes

Llevaba tiempo que quería escribir sobre Las horas. Y ha surgido la oportunidad ahora que he tenido que volver a verla varias veces por diferentes motivos. Además, lo tuve más claro todavía cuando esta semana anunciaron los medios de comunicación que el Premio Princesa de Asturias de las Artes de este año iba para Meryl Streep.

Streep y sus películas me han acompañado desde que tengo uso de razón. Y es una actriz que siempre me ha gustado. Tiene en su haber películas que no solo me fascinan, sino que han contribuido a mi amor por el cine. En Las horas es ni más ni menos que Clarissa Vaughan, a quien su amigo, amor platónico y poeta Richard Brown la llama señora Dalloway. Una señora Dalloway del siglo XXI que una mañana va a comprar unas flores y está dispuesta a organizar una fiesta.

Si tuviera que hacer un pequeño listado de diez películas que merecen la pena de Meryl Streep (sin contar Las horas) y que hay que ver sí o sí aportaría los siguientes títulos: El cazador (The Deer Hunter, 1978) de Michael Cimino, La decisión de Sophie (Sophie’s Choice, 1982) de Alan J. Pakula, Enamorarse (Falling in Love, 1984) de Ulu Grosbard, Memorias de África (Out of Africa, 1985) de Sydney Pollack, Tallo de hierro (Ironweed, 1987) de Héctor Babenco, Los puentes de Madison (The Bridges of Madison County, 1995) de Clint Eastwood, Adaptation. El ladrón de orquídeas (Adaptation, 2002) de Spike Jonze, La duda (Doubt, 2008) de John Patrick Shanley, Agosto (August: Osage County, 2013) de John Wells…

Y la décima va para reconocer su faceta menos valorada y conocida de la actriz, pero que a la Streep le encanta y es el terreno de la comedia: Florence Foster Jenkins (2016) de Stephen Frears. En la película de Frears muestra lo grande que es ejerciendo en un papel de comedia con un fondo trágico.

Razón número 2: La habitación propia de Virginia Woolf

Las horas es un canto a Virginia Woolf. Una puerta de entrada a su vida y obra. La película de Stephen Daldry puede enganchar sin más como un melodrama redondo, pero su disfrute es mayor si uno toma como epicentro de la historia a Woolf. No solo que ella es un personaje central de la trama, sino que además su universo literario construye la historia.

En su maravilloso ensayo Una habitación propia escribió que «una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas». Ella aspiro a una y no dejó de crear hasta el final. En Las horas nos adentramos en ese primer día en el que en su habitación propia Virginia va metiéndose en el proceso de creación de la novela La señora Dalloway.

Además de sus novelas, hay diversos escritos (ensayos, críticas, cartas…) que muestran su mente privilegiada y, especialmente, es bonito como en muchas de sus obras se nota la importancia que da la autora al acto de pasear como fuente de inspiración, de reflexiones y de pensamientos. Sus personajes pasean; ella, también (de hecho, hay una recopilación de textos bajo el título Paseos por Londres, donde se refleja la ciudad que amaba a través de la escritura. De hecho, ese amor hacia la ciudad se refleja en un momento clave de la película). Y en Las horas se ve esta querencia de Woolf por el paseo para observar, pensar, meditar y tomar decisiones.

Las horas aporta breves pinceladas de su vida y personalidad. Su suicidio y carta de despedida a su esposo, Leonard Woolf: «Lo que quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida a ti. Has sido totalmente paciente conmigo… e increíblemente bueno. Quiero decirlo, aunque todo el mundo lo sabe. Si alguien hubiese podido salvarme solo podrías haber sido tú. Todo se ha marchado de mí, salvo la certeza de tu bondad. Y no puedo seguir arruinando tu vida durante más tiempo».

Pinceladas de su relación con Leonard, con su hermana Vanessa Bell, la presencia de sus sobrinos (de hecho, Quentin Bell escribiría una notable biografía de su tía). Pinceladas de su trastorno bipolar y de su proceso creativo.

Las horas cuenta un día en la vida de Virginia Woolf. Un día lleno de luces y sombras. Un día en el que le nace la primera frase de su nueva novela: «La señora Dalloway decidió que ella misma compraría las flores».

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El castigo (2022) de Matías Bize

En El castigo, de nuevo la actriz chilena Antonia Zegers construye uno de esos personajes complejos difíciles de olvidar.

El castigo desvela un proceso creativo que hace que sea una película especial. Primero, las ganas de Matías Bize de contar otra vez con su cámara una historia íntima que poder llevar a cabo. Segundo, la llamada a la guionista española Coral Cruz, con la que ya había trabajado en La vida de los peces, para tantearla sobre qué historias tenía en mente y entusiasmarse con una idea que le plantea. Tercero, la labor de Cruz de conjugar en el guion una noticia que la impactó y una idea que la rondaba en la cabeza desde hacía tiempo.

La noticia: una pareja japonesa que como castigo abandonó a su hijo durante apenas dos minutos en un bosque y cuando regresó a buscar al niño, este había desaparecido. Pasaron tres días hasta que lo encontraron y, mientras tanto, hubo un brutal juicio mediático hacia la pareja por el castigo que habían infringido a su hijo. Por otro, la guionista quería analizar la figura de la madre arrepentida, un tema todavía tabú en el siglo XXI. ¿Toda mujer tiene que sentirse plena ante la maternidad? ¿Una mujer tiene que querer ser madre? Muchas son las cuestiones que se están planteando alrededor de estas preguntas, tirando por la borda ese tapiz idealizado que siempre ha envuelto a la maternidad.

Cuarto, Matias Bize propuso un reto a la hora de desarrollar el argumento, pues sentía que este necesitaba ser contado no solo en tiempo real, sino rodarlo en un plano secuencia. Ochenta y seis minutos intensos, donde un matrimonio se desnuda emocionalmente y con dosis desasosegantes de suspense. Y, sí, realmente funciona la historia contada en ese plano secuencia envolvente que devuelve la película más redonda de Bize. Se dan la mano un buen guion y una puesta en escena que aporta a la historia. La forma y el fondo.

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El caftán azul (Le bleu du caftan, 2022) de Maryam Touzani

El caftán azul, una película que capta la intimidad y complicidad de una bonita relación a tres bandas.

Hay películas que muestran una sensibilidad especial a la hora de contar una historia. Y así ocurre con El caftán azul. Una relación a tres bandas contada con detalles, matices, miradas y silencios. Con un ritmo sereno. Es difícil conseguir la sensación de complicidad; es decir, ser testigos de una relación íntima. Y eso es lo que ocurre con el matrimonio formado por Halim (Saleh Bakri) y Mina (Lubna Azabal). Por circunstancias de la vida, la pareja tiene que dejar entrar en esa complicidad a un joven, Youssef (Ayoub Missioui).

Halim y Mina llevan un taller artesanal de costura de caftanes en la medina de Salé. Halim es el sastre, Mina administra el local, atiende a los clientes y es una eficaz ayudante. Cuando les conocemos, sabemos que les cuesta sacar el negocio adelante, que Mina no se encuentra bien y que para sacar los pedidos pendientes necesitan contratar a un joven aprendiz.

Poco a poco vamos descubriendo que Halim es todo un artista de la costura. Un sabio de las telas y las puntadas. Cada una de las prendas las realiza con un gran amor y cuidado. Respeta absolutamente su profesión. En el momento en el que le conocemos está llevando a cabo para una clienta un caftán azul y está siendo una de sus piezas más elaboradas. Es un hombre silencioso, respetuoso y bueno, con la mirada lo dice todo. Mina es una mujer luminosa, con carácter y fuerza, con don de gentes.

Como dice Halim en un momento de la película, Mina es la roca de la relación. Con su vitalidad, sacan todo adelante, pero ahora está enferma. Mina ama Halim, Halim ama a Mina. Los dos tienen una complicidad preciosa, saben reírse juntos, mantienen un equilibrio precioso y un secreto. Halim reprime su sexualidad. Ahora en esa complicidad perfecta que han construido durante años entra Youssef… y la vida les obliga a restablecer las líneas de un nuevo equilibrio.

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Joyas del cine clásico latinoamericano (VII). Sur (1988) de Fernando E. Solanas

Sur, de Fernando E. Solanas, toda una tanguedia.

Hace muchos años, cuando era universitaria, acudí a un seminario sobre cine latinoamericano en la Casa de América. Una de las proyecciones que hubo fue Sur (1988) de Fernando E. Solanas. Me pareció muy hermosa. No aparté la mirada de la pantalla. A los pocos días me enteré de que volvían a proyectarla en la filmoteca. Y regresé. La emoción fue la misma. Desde entonces se me quedaron en la cabeza los tangos clásicos cantados por Roberto Goyeneche y otros compuestos por Astor Piazzolla que salían en la película. Pero sobre todo no he olvidado uno de ellos, «Naranjo en flor».

Es más, en aquel momento me compré un vinilo con canciones que salían en diferentes películas y ahí estaba este tango que me aprendí de memoria: «Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir y al fin andar sin pensamiento… Perfume de naranjo en flor, promesas vanas de un amor que se escaparon con el viento». Todo esto ocurrió en los años noventa del siglo pasado. Y ya no pude volver a ver de nuevo esta película. Nunca la pillé en televisión ni en ningún otro ciclo. La busqué en vhs, dvd o blu ray… y jamás la encontré.

Hasta que el otro día trasteando por internet la localizé en YouTube con una maravillosa calidad. Y me emocioné. No tuve duda y me la puse de nuevo. No tenía miedo de estropear el recuerdo. La miré con ojos nuevos, descubriendo más matices y detalles, pero volvió a parecerme tremendamente hermosa. De nuevo, sentí esa congoja que sentí cuando era más joven, esa sensación de melancolía, pero también con un cierto sentimiento de esperanza. «¿Quién va a defender lo que soñaste sino vos?».

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The quiet girl (The quiet girl, 2022) de Colm Bairéad

La carrera de una niña, la importancia de los gestos en The quiet girl.

La cámara de Colm Bairéad no se separa de la niña protagonista, Cáit (Catherine Clinch), de nueve años. The quiet girl es una película de miradas y silencios. Bairéad ofrece una ópera prima que es un poema directo y conciso sobre una infancia dura. Son más importantes los gestos que las palabras para ir construyendo la historia. Y donde una carrera cronometrada de su protagonista para recoger el correo adquiere todo su significado y emoción al final de la historia. Colm Bairéad, desde la calma y la belleza de la Irlanda rural de los años ochenta, regala unos últimos minutos de emoción intensa. La niña tranquila realiza una carrera para expresar su amor. Y transmite una sensibilidad similar a la carrera de Joey Starrett (Brandon de Wilde) en Raíces profundas de George Stevens.

Cáit lo observa y sobre todo lo siente todo. Es una niña callada, tímida, que no expresa sus sentimientos, que prefiere pasar desapercibida en un entorno que es hostil. Vive en el seno de una humilde familia numerosa, donde su agotada madre está a punto de dar a luz y su padre no pone las cosas fáciles, nunca. La muchacha tampoco recibe el apoyo de sus hermanos y en el colegio no encuentra su sitio, sus problemas de aprendizaje y su actitud silenciosa no hace que sea muy popular. Cáit se siente invisible.

Ante la inminente llegada del bebé, los padres toman la decisión de mandar a Cáit a pasar el verano (o mucho más, no le queda muy claro) a casa de unos familiares de la madre. Su padre la deja allí sin un ápice de cariño, incluso olvida darle el equipaje, y ella se enfrenta sola a la incertidumbre. Nadie se ha despedido de ella. Entra en el hogar de los Kinsella (Carrie Crowley y Andrew Bennett), sin apenas conocerlos. Y Cáit realiza una serie de descubrimientos que darán un vuelco a su vida.

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Declaraciones de amor al cine (segunda parte). Los Fabelman (The Fabelmans, 2022) de Steven Spielberg

Cinco razones para no perderse Los Fabelman

Los Fabelman en la sala de cine.

Primera razón. Cabeza y corazón

Desde la primera secuencia de Los Fabelman no solo se presenta el conflicto del personaje principal, sino el gran tema de la película. Mitzi y Burt Fabelman (Michelle Williams y Paul Dano) llevan por primera vez a su hijo Sammy (Mateo Zoryan/Gabriel LaBelle) al cine. Esperando la cola, el niño les expresa sus dudas de entrar a la sala. Tiene miedo. Burt trata de convencerlo explicándole, desde la ciencia, lo que supone el cine, por qué se produce el efecto óptico de las imágenes en movimiento. Le desvela cómo funciona un proyector para poder ver en la pantalla la película. Mitzi le dice que va a soñar, que va a disfrutar con la experiencia y con la historia que va a ver en la pantalla.

Sammy escucha a los dos: para su padre, un ingeniero informático, todo tiene una explicación racional, un porqué. Es un hombre ordenado, serio y todo en su vida tiene que estar controlado. Para su madre, una mujer que cambió el piano por la seguridad de una casa, la vida es sueño, juego, improvisación, creatividad, arte y alegría. Su padre es la calma, su madre es la espontaneidad. Su padre controla las emociones y los miedos, su madre es todo emoción y desequilibrio. Su padre es una línea recta, su madre es una curva.

Sammy entra al cine, una sala enorme hasta arriba de público, y se queda hipnotizado frente El mayor espectáculo del mundo (The Greatest Show on Earth, 1952) de Cecil B. DeMille. Sobre todo alucina con una secuencia: el descarrilamiento de un tren. A partir, de ese momento, solo sueña con recrear ese instante con un tren de juguete en la intimidad de su casa. Quiere controlar y crear por sí solo ese accidente.

Ante el estropicio que provoca en su primer intento, el padre le regaña y le dice que tiene que cuidar sus juguetes y no destrozarlos y su madre tiene la sensibilidad de captar lo que el niño desea: reproducir lo que ha visto en la pantalla y ser capaz de llevarlo a cabo. Ella le prestará la cámara del padre para que lo inmortalice una vez más. Mitzi le ofrece el instrumento para saciar su pasión: crear historias. Lo primero que inmortalizará será el descarrilamiento, pero después ya no dejará de filmar.

Los Fabelman se cuenta a través de la mirada de Sammy que asistirá, mientras alimenta su pasión, al descarrilamiento del universo familiar. La elección que tiene que hacer es ir por la vida con cabeza y tenerlo todo bajo control o dejarse llevar por el corazón y la pasión, aunque el camino sea arduo.

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