Belfast (Belfast, 2021) de Kenneth Branagh

Belfast es la reconstrucción de los recuerdos de la infancia y un canto de amor al cine.

Belfast no es solo una ciudad de Irlanda del norte, sino un lugar mítico del que hay que irse para siempre. Hay películas en las que un corazón late y se nota en cada fotograma. Una de ellas es Belfast. Kenneth Branagh bucea en el niño que fue y reconstruye el pasado que dejó en Belfast, su ciudad natal, el país de su infancia. Pero escoge un camino para ello y toma una decisión de puesta en escena determinada.

La reconstrucción de sus recuerdos, del espíritu de una época de su vida, los filma como si de una película clásica se tratase. Rescata en Belfast una de las pasiones de niño, la cual no solo la ha conservado toda su vida, sino que ha moldeado su camino: ir a ver películas a la sala de cine. Branagh propone un juego: la mirada de su alter ego, Buddy (Jude Hill), observa la vida a su alrededor como una película clásica de Hollywood.

El conflicto político y religioso no es el tema principal, sino lo que supone la situación y la violencia que brota en la calle donde vive Buddy para que su familia tome una decisión que cambiará el rumbo de su existencia: abandonar o no Irlanda del Norte. El punto de vista es además el de Buddy, un niño de nueve años, que no analiza ni entiende del todo lo que está pasando, solo se da cuenta de cómo cambia su vida, la de sus seres queridos y la de los vecinos de su calle.

Todo empieza durante una apacible tarde de verano en 1969 en una calle de la ciudad irlandesa. Buddy es un niño feliz que juega con sus vecinos cuando, de pronto, oye la llamada de su madre para que vuelva a casa, mientras regresa al hogar, en unos segundos su tranquila calle cambia y se ve sumergida en una ola de violencia que el niño mira con horror, sin entender nada. La convivencia pacífica entre vecinos católicos y protestantes salta por los aires. Su vida pega un giro de 180 grados.

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Películas para empezar el año

Una película buena para terminar el año y otra para empezarlo. Un buen listado para los últimos y primeros días del año. Y estoy contenta porque de cada propuesta he disfrutado bastante, así que ha sido una bonita manera de encaminarme hacia el 2022 con ganas de tener muchas más risas, buenos largometrajes, libros y, sobre todo, muchos momentos con aquellas personas a las que quiero.

West Side Story (West Side Story, 2021) de Steven Spielberg

Rita Moreno, nexo de unión entre las dos versiones cinematográficas de West Side Story.

El nexo de unión de ambas versiones cinematográficas es Rita Moreno. La Anita de la versión de 1961 se transforma en Valentina, la dueña de la tienda donde trabaja Tony. Y para ella, con casi 90 años, es la canción de «Somewhere» en esta nueva mirada de Spielberg.

Lo que logra el director es transmitir no solo su amor por este musical (sus canciones han formado parte de la banda sonora de su vida: desde su infancia hasta la actualidad), sino no traicionar el espíritu de la película de Robert Wise y Jerome Robbins. Cine musical clásico, pero a la vez con toda la frescura de una mirada nueva. Romeo y Julieta vuelven a las calles de Nueva York con sensibilidad del siglo XXI. Me apetecía además un homenaje a Stephen Sondheim, que últimamente lo tengo muy presente.

Si bien es cierto que no sentí el despertar y sobrecogimiento que supuso mi primer visionado de la película de 1961, sí logré volver a engancharme con la historia de los Jets y los Sharks, hundirme por las calles de Nueva York, vivir ese amor interracial más allá del odio y sentir cómo los temas que toca están más de actualidad que nunca (de nuevo Spielberg trabaja con el guionista y dramaturgo Tony Kushner). Como siempre Steven Spielberg atrapa con su fuerza visual.

Y los nuevos Tony y Maria, Bernardo y Anita o Riff viven, cantan y bailan las calles de la ciudad, se dejan ver a través de pañuelos de colores, luchan por un barrio en ruinas o estalla el drama en un almacén de sal. La música, coreografías y canciones vuelven a encandilar. Algunas las sitúa en otro lugar de la trama o realiza variantes y matices distintos que la versión de 1961. En algunos acierta plenamente como el encuentro entre Tony y María en el gimnasio y en otros me quedo sin ninguna duda con la versión de Wise, como la canción y la coreografía de «Cool».

Tres pisos (Tre Piani, 2021) de Nanni Moretti

El número tres, Nanni Moretti nada en el equilibrio para contar un buen melodrama contenido.

Me pareció fascinante esta película de Nanni Moretti donde atrapa tres historias de tres familias diferentes en un vecindario italiano de clase media alta en tres actos en un periodo de diez años aproximadamente. El equilibrio del número tres se repite continuamente en las historias. Como punto de partida el director italiano toma una novela de Eshkol Nevo, donde cuenta la vida de tres familias israelíes.

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Un cuento de Navidad. ¡Felices fiestas!

El poder de la risa en un cuento de Navidad.

Os regalo un cuento de Navidad. Este año como película navideña he elegido la película británica Cuento de Navidad (Scrooge. A Christmas Carol, 1951) de Brian Desmond Hurst. De nuevo, he leído la mítica novela corta de Charles Dickens. Y no puedo evitarlo: siempre me ha gustado esta alegoría del espíritu de la Navidad. Como todo buen cuento, ofrece herramientas para enfrentarse a una vida que no es fácil. Su protagonista no es un personaje agradable. Es el amargado, solitario, poco empático, avaricioso, egoísta, Ebenezer Scrooge.

Brian Desmond Hurst filma con sencillez, naturalidad, magia e inocencia, y apoyándose en sus protagonistas, un cuento cinematográfico de Navidad. Así adapta con sutiles cambios en el argumento que dan continuidad a la historia y limitadas ausencias en la trama el cuento de Dickens. La película y el cuento se sustenta en tres elementos: es una historia de fantasmas y espíritus, juega con el tiempo y con la transformación por lo vivido del personaje principal. El actor escocés Alastair Sim dota de credibilidad y humanidad a Scrooge. Desde el momento en que aparece, vemos cómo es y cómo se comporta con todos los que le rodean. Pero poco a poco somos testigos de su metamorfosis tras lo que va viviendo en una noche mágica, donde ve los claroscuros de la existencia.

Así que para felicitar estas Navidades y desearos un feliz año nuevo, dejo algunas ideas sueltas que están presentes tanto en las imágenes como en las letras de Dickens.

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Mujer sin pasado (The Chalk Garden, 1964) de Ronald Neame

Mujer sin pasado, una oportunidad para ver juntos en pantalla a John Mills y Hayley Mills en un buen melodrama psicológico.

Hay películas que desde que empiezan tienen una atmósfera extraña, enfermiza, con unos personajes de personalidad compleja, pero curiosamente su visionado nos atrae. Eso ocurre con Mujer sin pasado, un melodrama británico con cuatro damas…, y un mayordomo que todo lo observa. Desde los títulos de crédito, se nos muestra una mansión rodeada de un jardín, del que nada brota (al que se hace alusión en el título original). El jardín y el acantilado, dos de los escenarios de la historia, simbolizan las emociones de los personajes principales: sentimientos abruptos, en caída libre, donde es difícil que brote el amor.

El director británico Ronald Neame (¿quién no se acuerda de La aventura del Poseidón?) adapta una obra de teatro de la dramaturga Enid Bagnold, donde una adolescente conflictiva, con amor al fuego (todos los días enciende una hoguera), es el centro de la trama. Y alrededor de ella tres mujeres adultas influirán en su vida futura. Mujer sin pasado es una película elegantemente fría, pero en punto de ebullición para que estalle un volcán, aunque la lava nunca termine derramándose. Toda la trama está rodeada de un halo de misterio precisamente por una mujer sin pasado, la nueva institutriz que llega a la mansión (Deborah Kerr).

Laurel, la adolescente, tiene el rostro de Hayley Mills. La actriz afronta un papel que tiene que guardar el pulso entre ser insoportable y mostrarse herida y sensible. Mills logra el retrato de una muchacha perdida, inteligente y en búsqueda de un equilibrio emocional, que juega con el fuego, le encantan los crímenes y se dedica a investigar los secretos y trapos sucios de sus institutrices. Una de sus herramientas es urdir mentiras a su alrededor. Al borde del histrionismo, nunca lo roza, dejando secuencias donde refleja todo un abanico de emociones y sensaciones, como cuando Maitland (John Mills), el mayordomo, entra en su cuarto y la descubre cariñosa con una muñeca; Laurel entra en cólera y se vuelve agresiva, tirando con furia la muñeca al suelo. No quiere que nadie descubra su sensibilidad ni sus miedos.

Hayley Mills no solo hizo Tú a Boston y yo a California, uno de sus papeles más populares, sino que en Inglaterra empezó su carrera con dramas sociales donde sus niñas estaban muy alejadas de los roles que la harían famosa en Hollywood. Basta recordar dos dramas, como la triste La bahía del Tigre (1959), también junto a su padre John Mills, o la magnífica Cuando el viento silba (1961).

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La última estación de Christopher Plummer

Christopher Plummer, todo un galán de un cine clásico para siempre eterno.

El viernes murió el actor Christopher Plummer y, en seguida, casi todo el mundo lo identificó con un personaje: el del capitán Von Trapp en la película de Robert Wise, Sonrisas y lágrimas (The Sound of Music, 1965). Lo cierto es que desde 1958, año en que debutó en el cine, hasta la actualidad no dejó de actuar en la pantalla grande. La ironía del asunto es que Plummer no tenía demasiado cariño a su capitán Von Trapp. Pero con ese papel fue lo más cerca que estuvo de ser una estrella de Hollywood, tal y como se “fabricaban” en el sistema de estudios. La caída del sistema y la personalidad fuerte y díscola de Christopher Plummer no dejaron tras de sí a una estrella, pero sí un actor versátil con varias interpretaciones mucho más allá de Von Trapp.

Curiosamente, su papel en este musical deja ver alguna de sus cualidades como actor. No sería el último papel que haría de hombre recto, serio e incluso antipático, que, sin embargo, se rompe en un momento dado y deja ver su vulnerabilidad y romanticismo. Según fue haciéndose más mayor, fue creciendo su imagen de caballero elegante. De hecho en una de sus últimas películas, dejó una imagen reveladora. Fue en el remake americano a la película argentina Elsa y Fred. Al final le vemos elegante y bello como un Fred de ochenta años, ataviado como Marcello Mastroianni en La dolce vita, en la Fontana de Trevi, cumpliendo el sueño de Elsa (Shirley MacLaine) de ser por un día Anita Ekberg. Plummer, en blanco y negro, se transformaba en todo un galán que evocaba ese cine clásico para siempre eterno.

Nunca despreció un papel por ser secundario; de hecho, su carrera está llena de secundarios o antagonistas memorables. No se le daban nada mal los villanos, pero tampoco los duros vulnerables. Y cuando le dieron un protagonista lo bordaba. Tampoco le asustó arriesgarse ni moverse para actuar por Gran Bretaña, EEUU o Canadá (su país de origen) en películas de todo tipo. Durante su vejez se convirtió en un intérprete imprescindible e incluso ganó un óscar por Beginners (2010), siendo el actor más mayor que recibió dicho galardón. En esta película era Hal, un hombre que vivía a tope sus últimos años, incluso atreviéndose a salir del armario.

Si su Von Trapp era un hombre complejo, el propio Plummer también lo era, y lo dijo en ocasiones durante sus entrevistas. En un momento de su vida se dejó llevar por el alcohol y los excesos. Al final, en los setenta, encontró estabilidad en su vida sentimental con su tercera esposa, la actriz Elaine Taylor, y también llegó a recuperar su relación perdida con su única hija, fruto de su primer matrimonio, Amanda (nunca la olvidaré en El rey pescador).

Debutó en los años cincuenta de la mano de Sidney Lumet y Nicholas Ray y su última película fue en 2019 en un divertido whodunit de Rian Johnson, Puñales por la espalda. Fue protagonista indiscutible de una filmografía extensa, combinando protagonistas con secundarios de carácter, aunque nunca dejó de ser un imprescindible gran desconocido. También tuvo una sólida trayectoria como actor de teatro. Debutó antes en el escenario que en la pantalla. Al final, queda en la cabeza que se ha ido todo un elegante caballero, una leyenda de un Hollywood que ya no existe.

Un recorrido particular por la filmografía de Plummer

Repaso su filmografía y construyo mi personal recorrido. Y le recuerdo como el todopoderoso productor Raymond Swan que trata de controlar la imagen y la vida de una joven promesa que va para actriz de éxito, Daisy Clover. El productor es una especie de personalidad vampírica que va despojándola de todo y la va succionando la sangre poco a poco hasta convertirla en un títere. Este cuento de cine dentro del cine termina cuando Daisy decide declarar la guerra al príncipe de las tinieblas… Me refiero a La rebelde (1965) de Robert Mulligan.

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Fuego en las calles (Flame in the Streets, 1961) de Roy Ward Baker

En Gran Bretaña, seis años antes de la película estadounidense Adivina quién viene esta noche (Guess Who’s Coming to Dinner), Fuego en las calles presentaba de una forma más cruda y compleja el mismo conflicto. Roy Ward Baker, que terminaría especializándose en el género de terror, realiza una obra cinematográfica de puro cine social con personajes llenos de matices. Si bien es cierto que el conflicto racial que plantean ambos títulos se desarrolla en dos países diferentes con contextos distintos (de hecho, en uno de los diálogos de este film se hace alusión a esto), los puntos en común entre ambas generan una interesante sesión doble. Es mucho más popular la película de Stanley Kramer y más fácil acceder a ella. Fuego en las calles ha caído totalmente en olvido, pero, sin embargo, creo que aporta mucha miga al asunto. Es una película más incómoda, menos amable, más cruda. Quizá menos exquisita en su realización, pero no carente de interés, y también con unas interpretaciones a tener en cuenta.

En un momento dado, el profesor jamaicano Peter Lincoln (Johnny Sekka) dice al padre de su prometida, Jacko Palmer (John Mills), unas palabras reveladoras para entender el conflicto: “Cuando me enamoré, no pensé en los prejuicios. Esperaba que todo fuera como lo había soñado. Kathie y yo, sin barreras. Señor Palmer, su hija es distinta a usted. Usted piensa lo que debe creer. Y Kathie, en cambio, siente lo que cree”.

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De un homenaje a un descubrimiento. El cine de Basil Dearden (y II)

Segunda y última entrega de este feliz descubrimiento que ha sido Basil Dearden, y que no ha decaído en absoluto en los siguientes visionados. El binomio Dearden-Relph siempre tenía algo que ofrecer, y siempre proporcionaban alguna secuencia que convierte una película en puro deleite cinematográfico. Como ya dije a Dearden le empecé a seguir la pista por sus inicios en los estudios Ealing, allí además en los cuarenta encontraría a su compañero de trabajo hasta el final, Michael Relph. A partir de 1963 sus producciones dejan atrás el halo polémico y social, y se entregan a un cine puro y duro de entretenimiento, diversión, terror e intriga. En la anterior entrega este salto podía verse con La mujer de paja, y en esta nueva hay más ejemplos de ese cambio (El club de los asesinos, Tinieblas).

También en este nuevo repaso de su filmografía se puede descubrir sus primeros pasos hacia un cine social con carácter de cine negro en El farol azul, y no puede faltar la presencia de uno de sus títulos más emblemáticos, Víctima, con la homosexualidad de fondo. Por otra parte, dos películas se salen de esas dos vertientes que caracterizan su obra, pero que muestran su dominio del lenguaje cinematográfico, así como la elección de buenas historias: una de robos (Objetivo: banco de Inglaterra) y un buen melodrama histórico (Matrimonio de estado).

Y otro de los aspectos más reseñables de cada una de estas películas es el cuidado en la ambientación, en las atmósferas y en los espacios; no hay que olvidar que Michael Relph tenía formación y ejerció también en algunas películas como director de arte, así que sería uno de sus intereses cuidar siempre ese aspecto en las películas que produjo. De hecho, en algunas de las películas con Dearden, Relph intervino también en el diseño de producción y como coguionista.

Como en el anterior post, las pondré por el orden en el que las fui viendo.

Matrimonio de estado (Saraband for dead lovers, 1948)

Al nombre de Relph, Dearden y Ealing, se une otro más: la presencia entre los guionistas de Alexander Mackendrick. Además, Matrimonio de estado es una película con un uso del color tan especial como en las películas de Powell y Pressburger. La producción tenía todos los ingredientes, a mi parecer, para ser un éxito, y, sin embargo, no funcionó en taquilla. Una historia inspirada en hechos reales del siglo XVII sobre enredos y depravación en las entrañas de las monarquías europeas, donde se llegan a acuerdos de Estado para ampliar el poder. Y en esos acuerdos no importa llevarse por delante la felicidad de las personas o incluso provocar bajas “necesarias” para la obtención de diferentes objetivos. Unas monarquías donde los roles de poder están en manos inesperadas, como damas de la aristocracia que como amantes encuentran su lugar para mover los hilos. En este ambiente de “máscaras” para mantener el statu quo transcurre el triste idilio de amor y muerte de Sophia Dorothea (Joan Greenwood), princesa de Celle, esposa del príncipe de Hanover y futuro rey Jorge de Inglaterra, y Philippe de Konigsmark (Stewart Granger), un aristócrata y soldado sueco. Como se refleja en los tejemanejes de todos los personajes implicados siempre hubo amistades peligrosas en las altas esferas.

La secuencia maravillosa transcurre antes de que los amantes confiesen su amor en pleno carnaval. La triste princesa huye del castillo con su máscara para encontrarse con el conde sueco, y se entremezcla por las calles bulliciosas con un pueblo en fiesta, donde todo el mundo está oculto con caretas, el ambiente es de alegría, jolgorio y placer. No hay límites. Pero la princesa todo lo vive con angustia, solo ve deformidades, ruido, agobio y asfixia, lo mismo que siente encerrada en su castillo de marfil. Tanta máscara y aglomeración, la marea y da vértigo hasta que cae en los brazos del amado. La otra secuencia inolvidable es la encerrona que sufre el conde, y la lucha a espada con varios contrincantes en la oscuridad, donde las sombras guardan más de una sorpresa.

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De un homenaje a un descubrimiento. El cine de Basil Dearden (I)

Basil Dearden ha sido todo un descubrimiento feliz. El día que falleció Sean Connery buscaba una película para homenajearlo y que supusiese descubrirlo en una historia menos conocida que las del agente 007 u otros trabajos cinematográficos recordados del actor. Me acordaba de que me había llamado la atención una película en el blog de 39 escalones, y me dispuse a verla; se trataba de La mujer de paja. Me lo pasé tan bien con ella que indagué en la filmografía del director. Apenas conocía su obra, más allá de ser uno de los directores de Al morir la noche (1945), de la productora británica Ealing. Me di cuenta de que en una plataforma digital habían subido bastantes títulos del director y decidí hacerme un ciclo. Así fui de sorpresa en sorpresa topándome con un realizador británico con una filmografía compacta de títulos muy potentes. De hecho, voy a analizarlos en dos post, siguiendo el orden en que fui viéndolos.

Basil Dearden parte de historias sólidas con conflictos dramáticos complejos o peliagudos problemas sociales que permiten una construcción psicológica profunda de los personajes y de la sociedad. En su cine no todo es blanco o negro, sino que se abre un amplio abanico de posibilidades y de distintas posturas ante ciertos temas. Nunca busca el camino fácil. Es un director británico que merece la pena ser rescatado y que desde los cuarenta hasta los setenta filmó varias películas que no pueden caer en olvido. Por otra parte, en el aspecto formal cuida mucho las atmósferas y los espacios donde desarrolla sus historias, además de dominar tanto el color como el blanco y negro en beneficio del argumento.

La figura de Dearden está muy unida a la del productor y director de arte Michael Relph. A finales de los cincuenta realizaron una cadena de películas británicas con fondo social, centrándose en temas polémicos como el racismo, la homosexualidad o la religión, con puntos de vista diferentes y complejos. También varias de sus películas más redondas cuentan con la presencia en el guion de Bryan Forbes o de Janet Green. Además su filmografía permite disfrutar de una buena galería de actores británicos como Patrick McGoohan, Richard Attenborough, Betsy Blair, Ralph Richardson, Dirk Bogarde, Jean Simmons, Celia Johnson, Yvonne Mitchell o Michael Craig.

La mujer de paja (Woman of straw, 1964)

La mujer de paja es una buena película de intriga psicológica alrededor de un magnate británico, anciano y en silla de ruedas. Un hombre que se muestra desagradable con cada persona que se cruza a su lado. Con el desprecio dirige su vida. Y este desprecio afecta al servicio, a su sobrino, a los perros… La humillación le divierte, tan solo parece amar la música de Beethoven que pone a todo volumen en su gramófono y a su mujer fallecida. Pero la presencia de una nueva enfermera en su vida lo cambiará todo.

Así se construye un triángulo ambiguo y una venganza cerebral…, pero La mujer de paja entra dentro de las películas “nada es lo que parece” o “vamos a quitar máscaras”. Y no solo eso, sino que se construye a base de giros argumentales que buscan dejar fuera de juego al espectador. Los protagonista son un solvente trío de intérpretes: Ralph Richardson, Gina Lollobrigida y Sean Connery.

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Impresiones de las primeras sesiones de cine en una sala. Un blanco, blanco día (Hvítur, Hvítur Dagur, 2019) de Hlynur Palmason /Dersu Uzala (Dersu Uzala, 1975) de Akira Kurosawa /¡Que suene la música! (Military Wives, 2019) de Peter Cattaneo

Impresiones, momentos, sensaciones, instantes… Estoy arrancando despacio en mis visitas a las salas de cine, pero ya he puesto en marcha el motor. Ya están llegando emocionantes y esperanzadores estrenos para pisarlas con fuerza. Yo confieso que la sala de cine siempre ha sido para mí un refugio, y por tanto un lugar seguro. Es necesario en un periodo en que todos tenemos que cuidarnos, encontrar espacios seguros, y los cines están cumpliendo. De momento, he pisado tres veces mis amados cines con dos estrenos y un reestreno de un clásico desde que empezó el desconfinamiento. La primera fue con una película sombría, como los tiempos que corren. La segunda con un clásico que me pareció bellísimo en pantalla grande, y los siete que estábamos en la sala disfrutamos muchísimo. Y la tercera con una de esas películas que yo llamo películas medicina, de esas que te dejan buen sabor de boca, pero puede que las olvides pronto o te dejen una breve huella.

En las dos primeras sesiones éramos poquísimos en las salas (tres y siete), ya con aforo reducido. En la última ya había más de diez espectadores. Y la semana pasada me quedé sin poder entrar a una sesión de la última película de Icíar Bollaín, La boda de Rosa. Poco a poco, con seguridad y muchas, muchas ganas de disfrutar de la magia de ver una película en pantalla grande.

Un blanco, blanco día (Hvítur, Hvítur Dagur, 2019) de Hlynur Palmason

Impresiones amargas y oscuras, pero una película que merece la pena en su forma de contarla.

Primero viajé a Islandia para una película oscura de Hlynur Palmason, esta versaba sobre los efectos de la pérdida y la ausencia en un hombre maduro. Reconozco que la película me gustó cómo estaba rodada y no olvido alguna de sus secuencias, pero no fue la película adecuada para empezar mi periplo por las salas. Demasiado amarga, demasiado ahondar en las sombras de los seres humanos. Aunque tocaba un tema que me seduce, dentro de cada uno de nosotros en cualquier momento, esta vez por el dolor, puede surgir un monstruo.

Empieza con una cita inquietante: “Cuando todo es tan blanco que ya no puedes distinguir entre el cielo y la tierra, la muerte habla con los vivos”, y somos testigos de un accidente de coche en una niebla espesa. La película transcurre entre la realidad y el ensueño, como muchos momentos de la vida, sobre todo cuando nos ocurren cosas que nos abruman.

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Una mirada particular a Oliver (Oliver, 1968) de Carol Reed

Nancy y Bill, y entre medias de los dos Fagin, su socio en fechorías en Oliver, de Carol Reed. Los dos son protagonistas de una tremenda historia de violencia de género.

Varias obras de Charles Dickens han sido adaptadas al cine, y Oliver Twist en concreto ha tenido varias versiones, quizá las más conocidas sean la de David Lean y Roman Polanski, pero también existió una versión muda con Jackie Coogan, el niño inolvidable en El chico de Charlie Chaplin. Otra de ellas fue este elegante y sobrio musical de Carol Reed que regala momentos inolvidables. Esta película convertía en puro cine el musical de Lionel Bart, que tuvo la osadía de subir a los escenarios y convertir en éxito un drama de Dickens, con canciones y bailes, durante los sesenta tanto en Londres como en Broadway.

Como musical tiene momentos con una enorme fuerza visual, un elegante equilibrio y una belleza especial, como el momento de trabajo y comida de los niños en el orfanato y que sirve además como presentación del personaje de Oliver. Mark Lester se puso en su piel, un actor infantil con una sensibilidad especial que tan solo un año antes había sido uno de los niños de esa película inquietante en su forma de presentar el universo infantil que es A las nueve cada noche, de Jack Clayton. Pero, sobre todo, el número más hermoso es el que acompaña a la canción coral Who will buy?, que representa cómo despierta el barrio rico donde Oliver ha encontrado cierta paz y tranquilidad junto al señor Brownlow (Joseph O’Conor).

Pero durante todo el largometraje mi mirada se ha centrado en dos de sus personajes secundarios y su historia. Lo cierto es que Oliver, de Carol Reed, muestra una historia de violencia de género desgarradora, brutal y triste. Así se ve desde el principio la relación dañina y tóxica entre Nancy (Shani Wallis) y Bill Sikes (Oliver Reed). Ella, dulce, inteligente y vital, está atrapada en una relación que la daña, pero lo ama a pesar de que se sabe maltratada cada día. Así después de un puñetazo de Bill, que la tira al suelo delante de Fagin (Ron Moody), el socio en robos de su amado, y los niños que roban para ellos, cobra un doloroso sentido la canción que canta, una vez que se levanta y sale sola a la calle, As long as he needs me, donde justifica estar junto a él, pues cree que este la necesita. Nancy piensa que nadie podrá quererlo como ella lo hace.

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