Redescubriendo clásicos (6). Matrimonio de conveniencia (Green Card, 1990) de Peter Weir / La muerte y la doncella (Death and the Maiden, 1994) de Roman Polanski

Matrimonio de conveniencia y La muerte y la doncella; sí, hay películas de los años noventa que fui a ver al cine y desde ese momento me han acompañado toda la vida, aunque muchos años después no haya podido volver a adentrarme en ellas. Últimamente he tenido la oportunidad de disfrutar de nuevo de ellas y comprobar además que han vuelto a entusiasmarme. Curiosamente, no son las más recordadas de las filmografías de ambos realizadores, tanto de Weir como de Polanski, pero se quedaron para siempre en mi cabeza.

La primera está dentro de ese género tan denostado, pero que yo reivindico, y una de sus épocas doradas: la comedia romántica moderna. El boom llegó definitivamente con Hechizo de luna y, sobre todo, Cuando Harry encontró a Sally. Peter Weir deleitó con una comedia romántica muy especial.

La segunda es una adaptación de una obra de teatro y profundiza en la naturaleza humana más oscura y en las relaciones de poder extremas. A mi parecer es una de las joyas de la filmografía de Polanski.

Por último, las dos películas, Matrimonio de conveniencia y La muerte y la doncella, sirven también para debatir sobre un tema extremadamente interesante y complejo: la obra creativa y sus creadores. ¿En qué sentido? ¿El comportamiento, pensamientos, ideología, acciones de un creador invalidan su obra? No es un tema nada fácil. El actor Gérard Depardieu y Roman Polanski son dos artistas que han generado durante años kilómetros de informaciones controvertidas alrededor de su vida privada, que ha provocado un alejamiento del análisis y percepción de su obra como intérprete y director.

Matrimonio de conveniencia (Green Card, 1990) de Peter Weir

Dedicado especialmente a Tren de sombras

Matrimonio de conveniencia es una comedia romántica de los noventa que pide a gritos una reivindicación.

La estructura de Matrimonio de conveniencia es una delicia. La historia transcurre en la ciudad de Nueva York, pero el leitmotiv que une a los dos personajes es África. Los títulos de crédito arrancan con un poderoso solo de percusión de un joven afroamericano con un cubo de pintura y unas baquetas en el metro. Es la llamada a dejarse llevar por impulsos humanos, poderosos e inevitables. La protagonista escucha esa llamada mientras compra una flor en un puesto lleno de colores naturales. Brontë (Andie MacDowell) se sube al tren y acude a una cita que cambiará su vida: se dirige al café Afrika. Allí ha quedado con un amigo para celebrar un matrimonio por conveniencia con George Faurè (Gérard Depardieu), un inmigrante francés.

Los motivos para este matrimonio de conveniencia obviamente son muy diferentes. Ella necesita un certificado matrimonial para que los conservadores propietarios le concedan el alquiler de un ático de ensueño con un invernadero y una terraza que le permiten el cuidado de plantas y flores, su pasión y profesión. Él quiere emprender una nueva vida en Nueva York y necesita cuanto antes el permiso de residencia. Formalizan el matrimonio para no verse nunca más, solo les interesa el papel. Obviamente no será así: una inspección de dos funcionarios del departamento de inmigración les unirá de nuevo durante un fin de semana para prepararse una entrevista y demostrar que no están juntos por conveniencia. Esta preciosa comedia romántica está servida.

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Redescubriendo clásicos (5). Barreras invisibles (Invisible Stripes, 1939) de Lloyd Bacon / El camino del pino solitario (The Trail of the Lonesome Pine, 1936) de Henry Hathaway

Barreras invisibles (Invisible Stripes, 1939) de Lloyd Bacon

En Barreras invisibles dos amigos con amistad leal y transparente se nos presentan de una manera muy especial… En la ducha antes de conseguir la libertad.

Lloyd Bacon se pone al frente de una entretenida historia con un montón de detalles que enriquecen la propuesta. Es un largometraje con tintes sociales, habituales en la Warner, y con dos potentes tramas principales: una de amistad y otra fraternal. Es una película con apariencia de puro cine de gánsteres, en su ritmo y personajes, pero con mucho más fondo.

Barreras invisibles está muy bien contada y tiene un reparto, sobre todo masculino, del que se extrae mucho jugo. El trío protagonista está formado por dos tipos duros y un joven actor en ciernes que tardaría en alcanzar el estrellato, pero que desde sus primeras apariciones dejaba ver su versatilidad y carisma. George Raft, Humphrey Bogart y un jovencísimo William Holden se empapan de tres personajes que dan rienda suelta a un montón de emociones por parte del espectador.

La historia arranca con la salida de la cárcel después de una estancia larga de dos delincuentes: Cliff Taylor (George Raft) y Charles Martin (Humphrey Bogart). Ya dice mucho la manera de presentarlos. Dándose una ducha, totalmente desnudos para todos, mostrando una amistad basada en la confianza mutua y en la transparencia. Toman caminos diferentes, pero no se traicionarán y serán leales el uno al otro. Cliff trata de incorporarse a la sociedad buscando un trabajo honrado. Charles sabe que no tiene oportunidad alguna y no duda en que va a delinquir de nuevo.

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Redescubriendo clásicos (4). 36 horas (36 Hours, 1965) de George Seaton /La llave (The key, 1958) de Carol Reed

Estas dos películas no son redondas, pero proponen dos miradas diferentes hacia la Segunda Guerra Mundial, cuentan con unos repartos atractivos y además tienen momentos de buen cine, sobre todo porque atrapan durante su visionado. Es una manera de valorar las labores en la dirección de dos realizadores, George Seaton y Carol Reed, de los que no se suele hablar o escribir en exceso (un poco más reconocido Carol Reed, sobre todo porque es recordado por El tercer hombre).

36 horas (36 Hours, 1965) de George Seaton

Una trepidante aventura de espionaje bajo la dirección de George Seaton.

36 horas es una entretenida película de espías, donde no molesta nada lo inverosímil del relato. Te atrapa tanto, que te metes de lleno en la trampa. La idea parte de un relato corto de Roald Dahl, Cuidado con el perro, que luego se adapta libremente. George Seaton ya había mostrado su buen hacer con el cine de espías con Espía por mandato y aquí vuelve otra vez a deleitarnos con una propuesta ingeniosa.

La premisa es muy curiosa y te va atrapando desde el minuto uno. Tan solo quedan unos días para el desembarco de Normandía y los altos cargos militares de los servicios de inteligencia americanos están preocupados por si los servicios de espionaje alemanes logran finalmente dar con sus planes y con la fecha prevista. Uno de los oficiales viaja hasta Portugal, como si estuviese haciendo su trabajo habitual, para no levantar sospechas, pero una vez allí es drogado y secuestrado por los alemanes. ¿El motivo? Montan un dispositivo increíble para que el oficial crea al despertar que está en un hospital militar americano y que hace ya unos cuántos años que ha terminado la guerra, pero que sufre un tipo amnesia del que se está recuperando.

De esta manera y ganándose su confianza la enfermera que le cuida y el doctor que le trata, pretenden sonsacarle toda la información posible sobre los planes para el desembarco de Normandía. Pero nuestro oficial poco a poco va percibiendo algunos detalles que le van haciendo dudar y la aventura ya está servida.

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Redescubriendo clásicos (3). Acto de violencia (Act of Violence, 1948) de Fred Zinnemann / Han matado a un hombre blanco (Intruder in the Dust, 1949) de Clarence Brown

Acto de violencia (Act of Violence, 1948) de Fred Zinnemann

Fred Zinnemann construye el retrato de un hombre herido y traumatizado por la Segunda Guerra Mundial.

Nada es lo que parece en esta película de Fred Zinnemann. Un hombre solitario coge una pistola de la mesilla del dormitorio y se prepara para emprender un largo viaje en autobús que le lleva hasta Santa Lisa, una pequeña localidad en California. Uno de los rasgos físicos que más llaman la atención de este desconocido es su cojera. Descubrimos que es un perseguidor y se convierte en la sombra amenazadora de un buen ciudadano. Un constructor, que contribuye a la mejora de la comunidad, bien considerado entre los habitantes de la localidad, excombatiente de la Segunda Guerra Mundial y con una bonita familia formada por una joven esposa y un crío. El espectador empatiza enseguida con el buen ciudadano y siente rechazo por el desconocido con la pistola.

Lo que no nos esperamos es que cuando el buen ciudadano es consciente de quién le persigue, pierde el rumbo de su vida en cuestión de segundos. El perseguidor es Joe Parkson (Robert Ryan) y el perseguido, Frank R. Enley (Van Heflin). La película de Zinnemann da un giro de 360 grados cuando Edith (Janet Leigh), la joven esposa, interroga al desconocido que está alterando su vida y quiere saber por qué persigue a su marido. La respuesta de este cambia la perspectiva de la historia. Descubrimos entonces el pasado de dos buenos amigos que se han convertido en hombres heridos y traumatizados por lo que pasaron en la guerra, que les puso en situaciones límites. Los dos se comportaron de manera diferente y las consecuencias por una decisión que toma Frank fueron muy trágicas.

De tal manera que el espectador asiste al frágil equilibrio que había construido Enley para sobrevivir y olvidar, pero que se desmorona como un castillo de naipes. Y comprende también que el único motor que mantiene vivo a Joe y asumiendo su discapacidad física es el ansia por llevar a cabo la venganza. A los dos les ha destrozado la guerra y la vuelta deja muchas heridas sin cerrar.

Fred Zinnemann construye una película dramática sobre el regreso de los soldados, los traumas y fracturas que provoca la guerra en los que combatieron y revela también un empleo del lenguaje cinematográfico y de la puesta en escena significativos. No solo eso, sino que Zinnemann además dirigió durante la posguerra un buen ciclo de películas alrededor de las diferentes heridas que dejó el conflicto bélico tanto en los soldados como en la población civil: a Acto de violencia se unen Los ángeles perdidos (The Search, 1948), sobre el sufrimiento de los niños supervivientes de los campos de concentración; Hombres (The Men, 1950), que trata la situación de los combatientes que sufren graves secuelas físicas y, por último, Teresa (Teresa, 1951), el duro regreso de un joven soldado estadounidense que se casa con una joven italiana a la que conoció durante la contienda.

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Dos cortometrajes de Fernando Reinaldos. Fin (2022) / Leo (2023)

Fin y Leo son dos cortometrajes de Fernando Reinaldos que dejan escapar entre sus fotogramas una sensibilidad especial y una mirada personal. Este joven y prometedor realizador sigue esa brillante estela que demuestra que en este siglo XXI, las historias de amor más innovadoras en el cine se encuentran en ese celuloide oculto durante tanto tiempo y que ahora estalla libre y sin censuras. Durante las dos décadas de este nuevo siglo, las películas han nadado en esa riqueza de géneros y orientaciones sexuales, dejando ver que todavía queda mucho por narrar.

Si desde el nacimiento del cine, el amor heterosexual alimentaba el cine romántico buscando la transgresión y lo prohibido, tirando tabúes, traspasando límites y fronteras, así como analizando lo transformador y liberador del amor, ahora el camino se ha abierto mucho más y las posibilidades del romanticismo son prácticamente infinitas, enfrentándose el espectador a una savia nueva y renovadora. Sí, las historias de amor en el cine han diversificado su abanico y sus miradas abarcan un universo mucho más amplio y real.

A partir de los años sesenta, con la caída de la censura y las revoluciones sociales, el cine romántico o las historias de amor en las películas fueron abriéndose cada vez más a terrenos que nunca se habían tocado, pero a partir de Brokeback Mountain (2005) de Ang Lee poco a poco la diversidad sexual ha revolucionado el lenguaje del cine romántico y del melodrama y de prácticamente todos los géneros.

No hay más que echar un vistazo a grandes obras de los últimos años para mostrar un camino imparable, diverso: Una mujer fantástica de Sebastián Lelio, Retrato de una mujer en llamas de Céline Sciamma, Carol de Todd Haynes, Moonlight de Barry Jenkins, Solo nos queda bailar de Levan Akin o el último mediometraje de Pedro Almodóvar, Extraña forma de vida. Cada vez las etiquetas y lo excepcional se van difuminando más. El cine refleja historias de personas que se enamoran, se aman y viven historias desde la diversidad que siempre ha existido. Y Fernando Reinaldos así lo deja ver en dos cortometrajes que hablan entre sí.

Dos mujeres ancianas que se cuidan hasta el final.

Fin (2022)

Las personas se aman hasta el final de sus días y cada historia tiene su propio desenlace. En Fin, Fernando Reinaldos, sin palabras y en el transcurso de un día, cuenta con una sensibilidad extrema y cuidadosa las últimas horas de dos mujeres. Dolor y belleza se mezclan en cada uno de los fotogramas.

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Redescubriendo clásicos (2). Un hombre (Hombre, 1967) de Martin Ritt / Un hombre de hoy (WUSA, 1970) de Stuart Rosenberg

Un hombre y Un hombre de hoy, dos de las películas más desconocidas de Paul Newman, las rodaron dos directores que repitieron varias veces con él: Martin Ritt y Stuart Rosenberg, ambos de mentalidades progresistas capaces de realizar películas políticas de fuerte impacto. La de Ritt es redonda, la de Rosenberg tan solo es un boceto de lo que podría haber sido. Ambas son muy ricas en el análisis que se puede ofrecer.

Un hombre (Hombre, 1967) de Martin Ritt

Hombre, el personaje de Paul Newman, se convierte en líder improvisado de un grupo de personas muy variopintas.

Un hombre recuerda a un referente literario que ya pasó en su momento por el western. Me refiero a ese inteligente cuento de Guy de Maupassant, Bola de sebo, que fue también inspiración para John Ford y La diligencia. La película de Ritt también refleja un viaje en diligencia de personas muy diferentes entre sí, entre ellos hay un paria que terminará sacrificándose por todos.

El paria es John Russell (Paul Newman), que fue secuestrado y criado por apaches siendo niño, y cuando fue adoptado por un hombre blanco, este prefirió volver con los indios al no compartir la forma de vida «civilizada» ni la manera que tiene de tratar «su gente» al pueblo que lo ha criado. Vuelve de nuevo a la civilización cuando su padre adoptivo le deja en herencia una casa de huéspedes, que este decide vender para comprar caballos, a pesar de que ya le han avisado de que debido al progreso (trenes y otros medios de transporte), el negocio de los caballos no va a ser muy boyante.

Una vez se formaliza la venta, desea regresar de nuevo para adquirir sus caballos, y decide montar en una diligencia, un servicio a punto de desaparecer, que ha contratado un rico matrimonio. Él (Fredric March) es un agente de la reserva india que se ha aprovechado y ha robado todo lo que ha querido y su esposa (Barbara Rush) conoce perfectamente los tejemanejes de su marido y lo sigue.

Hay otros viajeros que deciden aprovechar el viaje. Está el único amigo de John, el conductor mexicano de la diligencia (Martin Balsam); la mujer que regentaba la casa de huéspedes (Diane Cilento), que tiene que buscarse de nuevo la vida en algún otro lugar; un joven matrimonio que buscan sobrevivir y cambiar de aires en algún sitio (Peter Lazer y Margaret Blye) y un misterioso hombre con pinta de matón (un magnífico Richard Boone). Este hombre nada más llegar a la posta, crea además una situación incómoda, pues trata de arrebatar el billete a John, que ni si inmuta, pero sale en su defensa un soldado, que no solo se queda sin billete, sino que nadie levanta un dedo por él. Ni siquiera John, que prefiere no comprometerse con nadie.

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Redescubriendo clásicos (1). Sangre en Filipinas (So Proudly We Hail!, 1943) de Mark Sandrich / Miedo en la tormenta (Storm Fear, 1955) de Cornel Wilde

Sangre en Filipinas (So Proudly We Hail!, 1943) de Mark Sandrich

Sangre en Filipinas, la historia dura de un grupo de enfermeras en la Segunda Guerra Mundial.

Películas bélicas en tiempos de guerra. Sangre en Filipinas esconde varias sorpresas. En plena Segunda Guerra Mundial, Hollywood pone en marcha la maquinaria. Se estrenan un montón de títulos de dicho género. Algunos meramente propagandísticos y otros que encerraban bastante más. Sangre en Filipinas, un éxito de público y taquilla de aquellos tiempos, muestra un sorprendente drama bélico con un punto de vista bastante atractivo. La guerra desde el punto de vista de las enfermeras que trabajaban en primera línea.

Mark Sandrich, habitual director de películas de Fred Astaire, sorprende con Sangre en Filipinas, un drama bélico de gran fuerza emocional con momentos muy a tener en cuenta cinematográficamente hablando. La gran baza de este largometraje de la Paramount es obviamente su reparto femenino con tres grandes estrellas de Hollywood y un grupo de buenas secundarias. Los roles masculinos corren a cargo de actores que encontraron su oportunidad por no estar en aquellos momentos, por distintos motivos, en el campo de batalla, no como otras estrellas de cine que estuvieron durante esos años fuera de las pantallas cinematográficas.

Por otra parte, presenta un reflejo de la guerra bastante crudo y no un momento de victoria, sino de incertidumbre total. De no saber muy bien qué es lo que iba a ocurrir en un futuro próximo. Justamente la película ilustra cómo el ataque inesperado a Pearl Harbour cambia el destino de un grupo de enfermeras que terminan en Filipinas, en concreto en Bataán, y el asedio continuo que sufren por parte del ejército japonés. Así se presenta la historia sin una imagen edulcorada y sí es bastante realista al reflejar el trabajo incansable y valioso de este grupo de mujeres. La película empieza con la evacuación de las enfermeras de la zona de combate, pero sin saber cuál será el destino de sus compañeros ni si acabará de una vez la guerra.

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Sobre los blaxploitation. ¿¡Soy lo bastante negro para ti!? (Is That Black Enough for You?!?, 2022) de Elvis Mitchell / Coffy (Coffy, 1973) de Jack Hill

Un recorrido por los blaxploitation. ¿¡Soy lo bastante negro para ti!? (Is That Black Enough for You?!?, 2022) de Elvis Mitchell

Dorothy Dandridge y Harry Belafonte, dos pioneros en cambiar la imagen de los afroamericanos en el cine de Hollywood.

El crítico de cine Elvis Mitchell escribe y dirige ¿¡Soy lo bastante negro para ti!? En este ensayo cinematográfico cobra especialmente importancia que este crítico sea afroamericano. ¿Por qué? Pues porque a partir de su experiencia personal como espectador de cine apasionado, cuenta esa otra historia de cine en Hollywood. Es decir, la presencia de actores, directores o guionistas negros en el sistema de estudios desde el cine mudo hasta los años setenta donde se produce un antes y un después con el fenómeno de los blaxploitation. Dicho género, agrupa a un grupo de películas, normalmente de bajo presupuesto, protagonizadas por afroamericanos que supusieron taquillazos. El éxito de dichas producciones, y también sus bandas sonoras, hizo que incluso los grandes estudios apostaran por estos largometrajes.

De esta manera, nació todo un star system paralelo y una representación distinta del afroamericano en la pantalla de cine. No obstante, el género también tuvo sus contradicciones, pues muchas de estas películas eran extremadamente violentas, con unos planteamientos machistas, que explotaban al máximo la sexualidad, mostrando la corrupción, los negocios sucios, las drogas y demás asuntos que dejaban una mirada controvertida de la comunidad negra estadounidense. Pero lo que estaba claro es que el estereotipo había cambiado: ya no era el personaje sumiso, cómico, victimista o sin apenas protagonismo, sino que los hombres y las mujeres de este movimiento mostraban toda su personalidad arrolladora, fuerza, sexualidad, rabia y orgullo de ser negros. Y esto abrió el camino a una generación de realizadores, actores y actrices y profesionales del mundo del cine que ha abierto el abanico, reflejando al cien por cien un mundo plural.

Elvis Mitchell se centra en dos antecedentes claros para empezar a cambiar la perspectiva de la presencia afroamericana en las películas: Sidney Poitier y Harry Belafonte. Así como la manera de enfocar el tema racial de directores del Nuevo Hollywood, como Hal Ashby, o de la presencia de solventes actores negros en el cine independiente americano como Rupert Crosse. Todo está a punto, sobre todo con la presencia de directores afroamericanos pioneros como Melvin van Peebles, Gordon Parks o Ossie Davis en la industria del cine, pero el crítico cinematográfico no se olvida tampoco de mencionar a un realizador afroamericano en el Hollywood clásico y del cine mudo, Oscar Micheaux.

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Sesiones dobles de verano (y IV). Viva el cine italiano. Señoras y señores (Signore e signori, 1966) de Pietro Germi / Huellas de pisadas en la luna (Le orme, 1975) de Luigi Bazzoni

Señoras y señores y Huellas de pisadas en la luna, dos películas a reivindicar del cine italiano. Siempre me ha interesado y enamorado el cine hecho en Italia, pero en los últimos años estoy accediendo a películas y directores que no dejan de confirmarme la riqueza de esta filmografía. Las sorpresas que me estoy llevando son continuas. En esta última sesión doble de verano propongo dos películas radicalmente distintas, pero absolutamente imprescindibles para indagar en por qué el cine italiano merece la pena ser explorado.

La última sesión doble de verano trae a dos directores que merece la pena reivindicar: Pietro Germi y Luigi Bazzoni. Uno ofrece una de esas comedias que no dejan títere con cabeza (Señoras y señores). Los italianos son brutales criticándose a sí mismos en tragicomedias donde logran la carcajada, pero también dejarte el corazón encogido. El otro obsequia con una película tremendamente innovadora y moderna, inclasificable y extraña, pero que atrapa ante la pantalla de cine (Huellas de pisadas en la luna).

Señoras y señores (Signore e signori, 1966) de Pietro Germi

Señoras y señores o la imposibilidad de la felicidad.

Señoras y señores de Pietro Germi es una película coral que se convierte en una crítica feroz de la sociedad en una pequeña ciudad italiana de los años sesenta, justo en el momento del milagro económico italiano. Los personajes se mueven por las calles y alrededores de la ciudad de Treviso en Veneto. El director italiano apuesta por contar tres historias en la misma ciudad, pero los personajes son los mismos en las tres. Solo que según el segmento, sobresalen más unos personajes sobre otros.

La primera historia presenta a la mayoría de los personajes que se dirigen todos hacia una fiesta. Matrimonios que se mueven en un mundo de hipocresías y apariencias. De cara a la sociedad son de una manera y en su mundo privado son de otra. Las infidelidades deben quedar en el ámbito privado, porque si se desvelan públicamente todo está perdido.

Pietro Germi no tiene piedad a la hora de mostrar a sus personajes. Las distintas situaciones nos hacen reír, pero también dejan una carcajada amarga. El ritmo de la primera historia es frenético, de fiesta nocturna. Juerga hasta al amanecer. Una huida del aburrimiento porque sí. Un intento de ocultar frustraciones y miedos.

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Sesiones dobles de verano (III). Homenaje a James Caan. Rollerball (Rollerball, 1975) de Norman Jewison / Jardines de piedra (Gardens of Stone, 1987) de Francis Ford Coppola

James Caan en Ladrón de Michael Mann, antes de dejar durante años la pantalla.

Adiós, James Caan. A principios de mes nos enteramos de su muerte. Solo hace falta mirar fotografías del actor de finales de los sesenta y principios de los setenta para ver su semblante de tipo duro, con sonrisa socarrona, pelo en pecho y exudando sexualidad a raudales. Para muchos está entre los inmortales del cine por su recreación de Sonny Corleone en El Padrino.

Sonny, el hermano mayor de la familia. Visceral y bravucón, partiría la cara a cualquiera que tocara un solo pelo a un miembro de su familia. Vividor, divertido y buen amigo. Es impulsivo, pero también capaz de reírse y disfrutar de la vida (algo que le faltará a Michael). Su personaje es tan fuerte y bien construido que, aunque desaparece en la primera parte, estará muy presente en toda la trilogía.

Pero la carrera de Caan fue mucho más que Sonny. Howard Hawks le dio sus primeros protagonistas y estuvo maravilloso como el joven pistolero de El Dorado. No fue la última vez que estuvo magnífico en un western, también merece la pena verlo en Llega un jinete libre y salvaje. No paró de trabajar en los ochenta y ya empezaba fuerte los ochenta con Ladrón de Michael Mann.

Pero circunstancias y dramas de la vida le hicieron retirarse de las cámaras. No regresó hasta finales de la década. Y de la mano de uno de sus directores fetiche: Francis Ford Coppola. Así se le recuerda también en Misery o Dogville, pero no volvió al esplendor de los setenta.

En esta sesión doble, homenaje al actor, se puede disfrutar de uno de sus éxitos de los setenta, una película de ciencia ficción sobre un mundo distópico, y también del largometraje de Coppola que le haría volver de nuevo a las pantallas. Francis regresa a Vietnam, pero desde la retaguardia.

Rollerball (Rollerball, 1975) de Norman Jewison

James Caan, durante los años setenta, en la cumbre de su éxito.

Rollerball se desarrolla en un mundo distópico, donde no hay naciones ni líderes, sino grandes corporaciones que proporcionan seguridad, confort y comodidad a través de energía, transporte, lujo, vivienda, comunicación y alimentos. Hay un frío y frágil equilibrio en el mundo, atrás quedaron las guerras. Ahora los habitantes del mundo andan dominados por los privilegios, las pastillas que toman y que manipulan sus estados de ánimos y la información audiovisual.

Todo el conocimiento está controlado por un ordenador central, al que nadie hace mucho caso ni presta excesivo interés. No importa si se pierde todo un siglo y de los libros circulan tan solo resúmenes, además no hay mucho interés por proporcionarlos ni por consultarlos. Las decisiones las toman las grandes corporaciones. Nadie destaca. A las masas las calman con unos nuevos gladiadores, los jugadores de un deporte violento: el rollerball. Cada equipo lleva el nombre de una ciudad, sede de una corporación.

El problema surge cuando en uno de los equipos, el Houston, hay un jugador que es ya toda una estrella: Jonathan E (James Caan). De pronto, el director de la corporación de la energía, el señor Bartholomew (John Houseman), le ofrece que se retire con todas las comodidades del mundo, a pesar de estar en uno de sus momentos más brillantes. Lo que no se esperan es que Jonathan piense y quiera entender los motivos del retiro. Y es más, se niegue a obedecer.

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