Acto de violencia (Act of Violence, 1948) de Fred Zinnemann
Nada es lo que parece en esta película de Fred Zinnemann. Un hombre solitario coge una pistola de la mesilla del dormitorio y se prepara para emprender un largo viaje en autobús que le lleva hasta Santa Lisa, una pequeña localidad en California. Uno de los rasgos físicos que más llaman la atención de este desconocido es su cojera. Descubrimos que es un perseguidor y se convierte en la sombra amenazadora de un buen ciudadano. Un constructor, que contribuye a la mejora de la comunidad, bien considerado entre los habitantes de la localidad, excombatiente de la Segunda Guerra Mundial y con una bonita familia formada por una joven esposa y un crío. El espectador empatiza enseguida con el buen ciudadano y siente rechazo por el desconocido con la pistola.
Lo que no nos esperamos es que cuando el buen ciudadano es consciente de quién le persigue, pierde el rumbo de su vida en cuestión de segundos. El perseguidor es Joe Parkson (Robert Ryan) y el perseguido, Frank R. Enley (Van Heflin). La película de Zinnemann da un giro de 360 grados cuando Edith (Janet Leigh), la joven esposa, interroga al desconocido que está alterando su vida y quiere saber por qué persigue a su marido. La respuesta de este cambia la perspectiva de la historia. Descubrimos entonces el pasado de dos buenos amigos que se han convertido en hombres heridos y traumatizados por lo que pasaron en la guerra, que les puso en situaciones límites. Los dos se comportaron de manera diferente y las consecuencias por una decisión que toma Frank fueron muy trágicas.
De tal manera que el espectador asiste al frágil equilibrio que había construido Enley para sobrevivir y olvidar, pero que se desmorona como un castillo de naipes. Y comprende también que el único motor que mantiene vivo a Joe y asumiendo su discapacidad física es el ansia por llevar a cabo la venganza. A los dos les ha destrozado la guerra y la vuelta deja muchas heridas sin cerrar.
Fred Zinnemann construye una película dramática sobre el regreso de los soldados, los traumas y fracturas que provoca la guerra en los que combatieron y revela también un empleo del lenguaje cinematográfico y de la puesta en escena significativos. No solo eso, sino que Zinnemann además dirigió durante la posguerra un buen ciclo de películas alrededor de las diferentes heridas que dejó el conflicto bélico tanto en los soldados como en la población civil: a Acto de violencia se unen Los ángeles perdidos (The Search, 1948), sobre el sufrimiento de los niños supervivientes de los campos de concentración; Hombres (The Men, 1950), que trata la situación de los combatientes que sufren graves secuelas físicas y, por último, Teresa (Teresa, 1951), el duro regreso de un joven soldado estadounidense que se casa con una joven italiana a la que conoció durante la contienda.
Para Acto de violencia, Zinnemann se sirve de los ingredientes de un género: el cine negro. La ambigüedad moral de los protagonistas; la sombra de un destino negro sobrevolando toda la película; la presencia de los bajos fondos que ilustran la caída en picado de Enley complicando mucho más su situación, pues no sabe cómo retomar las riendas; la amenaza que nunca cesa; el fatalismo que arrastran los dos protagonistas; el pesimismo, la angustia y la melancolía en cada uno de los fotogramas…
Pero también Zinnemann se sirve de dos actores magníficos para construir a los personajes principales. Van Heflin refleja en su rostro el desmoronamiento del héroe que todos creen conocer. Y nos va conduciendo hacia su caída y desesperación. Por otra parte, Robert Ryan borda a ese hombre herido y vengativo que se va desvelando su humanidad y los motivos que le han llevado a actuar de esa manera. No, ninguno es el bueno o el malo, son dos hombres que durante la contienda se vieron en una situación límite, donde las decisiones no tienen vuelta atrás.
Fred Zinnemann muestra su implicación en este largometraje y la inteligencia a la hora de abordar la historia que tiene entre manos; de hecho, manifestó que por primera vez sentía que era una obra cinematográfica en la que controlaba cada uno de los aspectos. Engancha al espectador con esa primera secuencia, protagonizada por Robert Ryan, donde lo convierte en un mensajero del miedo y del mal, empleando con maestría el misterio. A partir del giro, deja al descubierto un duro drama psicológico, que alcanza un momento culminante cuando un atemorizado Frank vive en un oscuro túnel un flashback sonoro, donde revive con voces y ruidos todo lo que ocurrió durante la contienda. El uso del sonido en la película tiene momentos sobrecogedores, como cuando el matrimonio de Frank y Edith están a oscuras en la casa, escondiéndose, mientras escuchan fuera las características pisadas de Joe.
El realizador ofrece la caída de Frank al abismo con más ingredientes de cine negro. Un descenso a los bajos fondos en la localidad donde vive, rodeándose de personajes que solo enredarán más su destino: una prostituta que en su afán de echarle una mano, le hundirá más; un falso abogado que solo busca aprovecharse de la situación y un matón con una intervención funesta.
Y sobre todo Zinnemann rodea la película de un fatalismo en el amor, que hace más triste el destino de los personajes y humaniza más a los héroes caídos. Las tres mujeres protagonistas tratan de entender, de solucionar y de frenar la tragedia. La joven esposa de Frank (Janet Leigh) tiene un momento clave cuando le dice a su esposo que tan solo le ha bajado del pedestal, que ha descubierto que es una persona como todos, que también comete errores y se equivoca, pero que le sigue amando.
La novia de Joe descubre que el hombre atormentado oculta a otro sensible y dulce, con ganas de amar. Y el personaje femenino más ambiguo tiene el rostro de Mary Astor, como la prostituta de vuelta de todo que se apiada de Frank, pero por ayudarle le hunde todavía más precipitando un final dramático. La redención de ambos protagonistas se encuentra a la vuelta de la esquina, pero también una decisión cambiará sus destinos.
Acto de violencia de Fred Zinnemann es el crudo relato de dos hombres heridos que han tratado de soportar el regreso con los traumas a cuestas.
Han matado a un hombre blanco (Intruder in the Dust, 1949) de Clarence Brown
Clarence Brown muestra su maestría como director de cine en Han matado a un hombre blanco, una adaptación del universo sureño de Faulkner (Intruso en el polvo), donde ilustra el crudo racismo en EEUU. La película tiene un interesante paralelismo y una complejidad en su planteamiento del conflicto racial más reveladora y radical que un clásico maravilloso como es Matar a un ruiseñor (To Kill a Mockingbird, 1962) de Robert Mulligan. También tiene bastante que ver con los autores a los que adaptan y sus maneras de mirar un mismo asunto (William Faulkner y Harper Lee).
En ambas culpabilizan a un hombre negro de un acto delictivo contra un blanco en una población sureña. Tanto en Matar un ruiseñor como en Han matado a un hombre blanco es un abogado blanco el que toma las riendas del caso y trata de demostrar la inocencia de la persona juzgada. Las dos películas reflejan cómo los habitantes de la localidad están esperando a que el detenido no reciba un juicio justo, sino tomarse la justicia por su mano a través de un linchamiento. En uno lo impide una anciana, en la otra una niña.
Pero también hay interesantes diferencias. En Matar a un ruiseñor, el espectador empatiza desde el principio con el acusado, Tom Robinson (Brock Peters), un buen hombre muy trabajador que se ve envuelto en un lío por una familia blanca desestructurada y marginal. Tom tiene compasión por la víctima y eso termina pasándole factura, acusándole esta de violación. Recibe el odio irracional del padre de la muchacha, que extiende su mal carácter a todo el mundo que le rodea. Tom es un hombre tranquilo, sumiso, que no desea meterse en líos, siempre educado y respetuoso, que termina perdiendo la esperanza y los nervios, provocando esto su perdición.
Sin embargo, Lucas Beauchamp (Juano Hernández) es un hombre mayor también muy trabajador, pero siempre dejando claro que no debe nada a nadie; no sintiéndose nunca menos que un hombre blanco; nunca se rebaja, no pide ayuda, sino que en todo momento quiere pagar los servicios por su defensa. Es un hombre poco hablador y realista (sabe que lo ven culpable, así que no se esfuerza por explicar lo ocurrido), pero que lucha con orgullo, seguro de su inocencia, para que se encuentren las pruebas necesarias. En ningún momento pierde los nervios ni se vuelve más amable. No evita meterse en líos…
Los abogados que asumen la defensa del acusado son también muy distintos. Mientras Atticus Finch (Gregory Peck) se le presenta como un hombre bueno, ejemplar y justo que se implica desde el principio en la defensa de Tom y en salvaguardar su vida, que da los pasos adecuados durante el juicio y la investigación sin los resultados esperados; John Gavin Stevens (David Brian) es un abogado que no cree ni escucha al acusado, que da su caso por perdido, que lo toma por compromiso y porque se lo pide su sobrino. Aunque John es algo más “progre” que la gente del pueblo no juzga a los ciudadanos por sus actitudes racistas e incluso él también las muestra y para colmo sus primeros pasos hubiesen condenado a Beauchamp irremediablemente.
Sin embargo, Stevens es un personaje realista. Una vez aparecen pruebas contundentes, gracias a su sobrino, un joven negro que está al servicio de la familia y una anciana, se implica de lleno en el caso y al final es consciente de que no ha sido justo, aun así no puede evitar continuar mostrándose condescendiente con Beauchamp, aunque este tampoco da su brazo a torcer.
Por otra parte, en Matar a un ruiseñor, la familia blanca que acusa a Tom se nos muestra digna de compasión por su miserabilidad, desestructuración y comportamientos irracionales. No ocurre así con los Gowrie, sobre todo con el personaje del padre. No está seguro de la culpabilidad del detenido, así que no busca venganza inmediata. Y por otra parte, hay un momento clave ante el cadáver de su hijo donde se muestra a un hombre que lo quiere bien y con una cierta sensibilidad tras su dureza.
En Matar a un ruiseñor el linchamiento es algo espontáneo según se van calentando los nervios por el curso del juicio y participan unos pocos ciudadanos. En Han matado a un hombre blanco es algo esperado, casi inevitable, y toma el carácter de una exhibición pública donde se van acercando coches y autobuses de otras poblaciones, como si fuesen a ser testigos de un espectáculo deseado.
Pero además de estas comparaciones que proporcionan una sesión doble de lo más interesante, Han matado a un hombre blanco tiene otras virtudes que hacen que sea una película no solo que merece la pena que se vea, sino que se nota una forma de contar esta historia por parte de Clarence Brown y su equipo. Rueda en exteriores cuando es necesario y en el mismo sitio donde Faulkner sitúa su historia, puro sur. Desde la secuencia de apertura, en esa peluquería masculina, el espectador se siente dentro de la historia. La elección de cada rostro no es gratuita. El adolescente protagonista, Chick, es también ambiguo en su relación con Lucas y en las motivaciones que le arrastran a implicarse. A pesar del racismo que ha mamado en el seno familiar, admira la entereza de Lucas, ese no doblegarse nunca, y eso le hará implicarse en demostrar su inocencia.
Apenas hay una banda sonora que acentúe los nervios, la emoción o el miedo; es más, la música es diegética; es decir, que parte de la propia historia, lo que escuchan los habitantes del pueblo en determinadas escenas. Hay momentos visuales potentes, como la desaparición y el ocultamiento de toda la población negra de la localidad ante el ambiente violento que se va generando en las calles como entrenamiento al linchamiento. Ellos solo ven los hechos escondidos, encerrados, a través de las puertas y las ventanas.
Se respira la tensión y la espera en cada fotograma y el espectador se pregunta cuál va a ser el destino de Lucas y si lograrán reunir con tiempo todas las pruebas que muestren su inocencia e incluso desenmascarar al asesino antes de que se produzca el linchamiento.
No hay duda de que Han matado a un hombre blanco merece un visionado, pues aporta en ese interesante recorrido en la historia del cine estadounidense sobre el reflejo del conflicto racial.
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.
Hola Hildy
Programa doble con un solido sabor amargo… y poco hielo.
La primera tiene ecos de la un poco anterior «The Stranger, Orson Welles». Es como una vuelta de tuerca más. Y el detalle de reparto; solemos ver a Van Heflin como «confiable» y Robert Ryan siempre «peligroso».
Muy bonito el vuelo del ruiseñor -siempre hacía el sur-.
Zinnemann y Brown dos directores a los que no dejamos de ver nunca (o su influjo en directores posteriores).
Un saludo, Manuel.
Manuellll de mi alma, sí, son dos directores que me gustan mucho. Zinnemann y Brown. Ya además de ambos me quedan todavía por descubrir varios títulos.
Estas dos películas me parecen por muchos motivos muy buenas e interesantes y que muestran ambos su buena labor como cineastas y autores. Ambas películas tienen unos análisis que devuelven un montón de matices y detalles.
¡¡¡Me has hecho darme cuenta con tu comentario de una errata que ya he corregido!!! El que persigue es Robert Ryan y el perseguido es Van Heflin, gracias mil.
Beso
Hildy
Zinnemann me gusta, aunque a veces tiene cierta inclinación contraproducente hacia la grandilocuencia y la solemnidad, e incluso el subrayado. Esta me parece una de sus películas más logradas, porque evita justamente eso (casi siempre). La de Brown la recuerdo vagamente, tendría que volver a darle un tiento. Me resulta interesante, sobre todo, porque se anticipa a la gran era del cine de juicios en el cine americano (1957-1962), y también al movimiento por los derechos civiles. Ambos detalles implican una mayor «libertad», y me apetece volver a verla para hacerme una idea de por dónde iban los tiros, en ambos aspecto, a fines de los 40.
Besos
Sí, «Acto de violencia» es una película brillante y muy directa. Es de esas películas que se diría que no le falta ni le sobra nada. Y la de Brown me ha parecido interesantísima y que va completando a la perfección cuál ha sido la mirada del conflicto racial en el cine estadounidense. He disfrutado un montón con este doblete.
Beso
Hildy
Maravillosas ambas películas y muy particulares.
La de Zinnemann por su ambigüedad moral, en que el protagonista no es tan intachable como parecía y el antagonista tampoco es tan malo. Un tema además bastante corrosivo sobre cómo algunos han logrado rehacer sus vidas tras la guerra y otros no.
Y la de Clarence Brown es una debilidad personal. Con una ambientación increíble, muy alejado de esos filmes tan elegantes que suelen asociarse a él, y sin estrellas. Se nota que es un proyecto personal y de nuevo no lo pone fácil al espectador con una víctima que despierte nuestras simpatías.
La de joyas ocultas que tienen estos cineastas más allá de sus títulos más célebres-celebrados.
Un saludo.
Buenas películas nos traes hoy. Las he visto las dos, pero las tengo medio olvidadas. Fíjate, recuerdo más «Hombres» que «Un acto de violencia». Las tramas protagonizadas por excombatientes nos remiten enseguida al cine negro. Robert Ryan es uno de mis favoritos, ideal para el noir.
Con respecto a la de Clarence Brown, el tema es algo más visto, el hombre de color acusado falsamente, todo por culpa del racismo, y el hombre blanco que se ve medio obligado a defenderlo. Me vienen a la memoria (aparte de Matar a un ruiseñor), El sargento negro de Ford o La furia de los justos de Mark Robson.
Abrazos!
Querido Doctor Mabuse, y usted tiene excelentes textos sobre ambas películas en su amado gabinete.
Sí, las dos merecen muchísimo la pena al igual que la carrera de estos dos directores.
Son de esas películas que te preguntas por qué no tienen más nombre o recorrido, pues son muy interesantes y tienen una análisis que merece la pena.
Un análisis tanto en lo formal como en el contenido.
Me gusta mucho cómo cuentan las historias tanto Zinnemann como Brown.
Beso
Hildy
Querido Ethan, también me gusta mucho Hombres de Zinnemann, donde además un jovencísimo Marlon Brando construye a su personaje a la perfección y le da muchísima fuerza a su drama. «Un acto de violencia» es una película amarga tremendamente bien contada sobre dos hombres heridos por la guerra.
Ay, sí, Robert Ryan está magnífico en un montón de papeles y tiene una filmografía superinteresante. Es un actor con una presencia total. Puede ser perverso, duro y también el más vulnerable…
La de Brown recomiendo su visionado porque es una película que deja poso. La historia está muy bien contada y deja matices interesantes respecto a las demás películas que tocan el mismo tema. Me gusta mucho la de Ford. ¡No recuerdo si he visto «La furia de los justos!» Me apetece mucho recuperarla.
Beso
Hildy
Querida Hildy,
no te había dicho nada porque quería ver Acto de violencia, que no la conocía, porque la de Brown la vi no hace mucho, cuando el doctor habló de ella en su gabinete. Un peliculón, desde luego, pero me centro en la de Zinnemman, que tengo fresca.
Acto de violencia me ha parecido una maravilla, un ejemplo de lo que el cine tendría que procurar ser siempre. Por no reiterar en lo que tú misma y otros comentaristas dicen sobre sus virtudes derivadas tanto de su ambigua moralidad como de sus rasgos estéticos de género, me centro un poco en las dos grandes actrices que realmente, hasta poco antes de 5 minutos del Fin son las que de verdad protagonizan. La historia es de ellos, pero es una historia oculta y ocultos son sus pasos, y torpes, para intentar resolver la cuestión sucedida en la guerra. Sin embargo son ellas, Leight sobre todo y luego la gran Mary Astor las que con más o menos fortuna resuelven y mueven la acción de acá para allá.
Además me ha sorprendido que Leight sea tan joven, de hecho se comenta en alguna ocasión, pero es que parece una muchacha que recién abandona la adolescencia, y que por el contrario Mary Astor se presente ferozmente avejentada -aunque realmente tenía la edad de Van Heflin- en un ejercicio que para una estrella como fue ella no debía resultar nada cómodo, y sin embargo lo borda. Cómo me gusta esta actriz.
En fin, una película muy alemana por otra parte, por momentos perseguidor y perseguido recuerdan en sus vaivenes a «M», y de las sombras, los ruidos, las alegorías visuales y los interiores atosigantes qué más vamos a decir…
¡Peliculón!
¡Peliculones!
Un besazo queridísima.
Sí, queridísimo Manuel, desde luego que dos peliculones. Y te doy toda la razón respecto a la de Zinnemann, una maravilla.
Los personajes masculinos están magníficos, pero como dices es una película que sus giros de guion se sustentan sobre todo por ellas. Las tres mujeres protagonistas tratan de entender, de solucionar y de frenar la tragedia con mejor o peor resultado… Leigh y Astor son brillantes y esa dualidad que señalas es muy interesante, juventud y madurez. Pero también me gustó Phyllis Thaxter y su empeño por frenar las ganas de venganza de su amado… Y no solo eso sino que nos permite mirar de otra manera al personaje de Robert Ryan.
Beso
Hildy