El filo de Bill Murray. Reflexiones sobre el actor a partir de Yo, Bill Murray (Bandaáparte, 2017) de Marta Jiménez

Bill Murray y el sentido tragicómico de la existencia.

El libro Yo, Bill Murray (Esto iba a ser la biografía autorizada de Bill pero no lo encontramos) fue un regalo de cumpleaños. Y lo señalo porque quizá yo nunca me hubiese comprado el libro por elección propia, pero ahora me alegro tenerlo entre las manos. Lo primero que me llamó la atención es que es un libro bonito con una edición cuidada, que tiene además como complemento una galería de ilustraciones de varios autores que juegan con el rostro de Bill… y merece la pena. Su lectura es muy amena e hizo que pensara en mi relación con Murray en mi vida como cinéfila.

Por otra parte, no hacía mucho había visto un documental sobre su persona que me llamó la atención: Bill Murray: consejos para la vida, dirigido por Tommy Avallone, sobre la filosofía de estar en el mundo del actor. Y ya pensé en ese momento bastante en Bill como intérprete. El libro de Marta Jiménez lo complementa muy bien, pues desarrolla y ahonda mucho más en varios aspectos que salen en este largometraje.

A raíz de la lectura del libro he visto una película del actor que nunca había visto, El filo de la navaja de John Byrum, y volví a ver otra que en su momento me había gustado mucho (y en este visionado lo confirmo de nuevo): La chica del gánster de John McNaughton. Son dos largometrajes que no suelen analizarse mucho cuando se habla de su carrera, pero, sin embargo, ofrecen pistas sobre su personalidad y su manera de entender el cine y la vida.

«El porqué de este libro tiene que ver con bucear en la cabeza de Murray. Dibujar un retrato del actor fuera y dentro de la pantalla, como intérprete y como personaje real, contextualizándolo a través de sus películas y de sus miles de anécdotas. Explorar cómo en casi un centenar de personajes a lo largo de su carrera, algunos memorables, Bill Murray no ha dejado de ser él mismo. Y ser uno mismo es mucho más complicado que actuar. Él lo ha logrado actuando, buscando personajes en su interior y matando su presunta versatilidad a causa de una personalidad que ha contaminado cada uno de esos personajes sin que eso lo haya relegado como actor, más bien todo lo contrario. Entre sus conquistas, ha logrado ser irónico en lo cómico y en lo melancólico, natural y tierno como antihéroe y como villano, consiguiendo que cualquier rareza sea más que aceptable».

Y es que no es fácil explicar que desde que Murray ha estado presente en las pantallas de cine, ha sido él mismo en muchos personajes diferentes. Y que eso ha sido su acierto y su magia. Desde los ochenta hasta la actualidad Bill Murray se ha ido transformando de irreverente cómico a ser el actor cool del cine independiente, y su rostro tan solo ha envejecido. Es más, logra ser entrañable en cameo genial haciendo de sí mismo en una película de ficción total: su aparición como Bill Murray es uno de los aciertos maravillosos de una comedia de terror muy divertida, Bienvenidos a Zombieland de Ruben Fleischer. Bill Murray ha sabido elegir personajes secundarios inolvidables y ser protagonista de películas que forman parte de la memoria cinéfila de aquellos que crecimos con el cine de los ochenta y los noventa.

Su manera de encarar su carrera, su evolución en el cine (también su trayectoria ha sido larga en la televisión) como actor y su forma de tomarse el éxito le han convertido en una especie de icono cultural. Es un hombre que no tiene móvil ni redes sociales, con el que es difícil contactar, prescindió de un agente que llevara su carrera hace años, y, sin embargo, muchas veces logra convertirse en fenómeno viral. Ha sabido también alimentar una leyenda con sus apariciones esporádicas en cualquier lugar: en un concierto, en un partido, en una fiesta privada…

Ha ido envejeciendo con todas sus arrugas, con un rostro impasible de «qué coño hago aquí, no lo sé, pero voy a reírme un rato si puedo o lo mismo me pongo un poco triste en un rato». Siempre ha conservado algo de la irreverencia que cultivaron una generación de actores que surgieron de Saturday Night Live en los setenta, donde las reglas no parecían que fuesen con ellos. Y no solo eso sino que en un momento dado consiguió conectar con una generación de nuevos directores que le han convertido en el antihéroe de sus historias, directores con una personalidad muy marcada y un cine fuera de los cánones hollywoodienses: Wes Anderson, Jim Jarmusch y Sofia Coppola.

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Stanley Kubrick, relatos soñados (y II). Diez claves para disfrutar la sala Picasso

Ahora toca el turno de centrarnos en la sala Picasso. De hacer hincapié en todos esos detalles y cuidados que permiten que una exposición transmita la emoción ante el proceso creativo de un director de cine como Stanley Kubrick… Esa era la intención, y ganas no han faltado.

1.Cuestión de espacios. En la Picasso, Víctor y Andrés, los arquitectos, tuvieron claro que había que jugar con los espacios en la exposición para recrear cada uno de los ambientes de las películas más míticas de Kubrick. La idea era sentirse en el universo del director a partir de 2001: una odisea del espacio hasta Eyes Wide Shut. Por eso, no seguimos el orden cronológico. Cada película conformaría una atmósfera diferente, y en cada espacio se captaría el espíritu correspondiente, de tal modo que el visitante supiera entre qué fotogramas se encontraba.

Así en 2001, sentiríamos que estábamos en el interior del Discovery; mientras que en El resplandor recorreríamos uno de los pasillos del hotel Overlook. Después, en La naranja mecánica, visitaríamos el Korova o nos rodearíamos de todas las cosas que le interesan a Alex DeLarge. Pasearíamos por el siglo XVIII bajo la luz de las velas en Barry Lyndon. Nos sumergiríamos en un duro entrenamiento donde varios jóvenes se convierten en máquinas de matar o estaríamos en plena guerra de Vietnam en La chaqueta metálica para terminar participando en una orgía extraña en Eyes Wide Shut.

2. Proceso creativo (1). Por otra parte, era importante plasmar instantes clave de los procesos creativos de cada uno de estos largometrajes. Por ejemplo, en 2001, se puede ver cómo construyó la gran sala centrífuga, decorado principal del Discovery, para provocar la sensación de gravedad. O también descubrir cómo Kubrick documentó el futuro, pues quería una película que no quedase obsoleta, que revolucionase el género de la ciencia ficción. Lo maravilloso de esta película es que trata temas filosóficos como el progreso, quiénes somos o de dónde venimos, asuntos que interesan siempre. Por eso, sigue creando generaciones de espectadores fascinados. Pero además Stanley Kubrick la realizó con efectos especiales analógicos, y, sin embargo, continúa siendo la película de cabecera de muchos realizadores que han bebido de ella para dirigir Gravity (Alfonso Cuarón) o Interstellar (Christopher Nolan‎).

En La chaqueta metálica nos centramos, por ejemplo, en cómo recreó Vietnam a tan solo unos kilómetros de Londres, pues encontró una fábrica de gas abandonada donde tenía posibilidades de emular a la ciudad de Hue. Una de las características de Stanley Kubrick es que desde que conoció Londres en 1962, durante el rodaje de Lolita, ya no quiso moverse de allí. De tal manera, que sus dos casas familiares se convirtieron en centros neurálgicos de su proceso de creación, y las localizaciones para sus películas cuanto más cerca de su hogar estuviesen, mejor.

En Barry Lyndon, analizamos cómo consiguió documentar el siglo XVIII hasta el punto de conseguir iluminar las estancias con la luz de las velas y captarlo con un objetivo muy especial de la NASA o cómo realizó un exhaustivo trabajo de documentación para recrear vestuarios, maquillajes y peinados. Ahí, en estos fotogramas quedaba reflejado el siglo de la razón, del nacimiento de los estados modernos y sus conflictos, pero también el siglo de la representación, de las pelucas, del juego…

3. Proceso creativo (2). En El resplandor tratamos de deleitarnos en cómo creó un espacio tan reconocible como el hotel Overlook; es decir, descubrir los secretos de su fachada y de sus laberínticos interiores. Por otra parte, entendimos esa forma de rodar una película de terror con mucha luz, donde un niño recorre un pasillo en triciclo para provocar la sensación de que algo horrible puede suceder en cualquier momento. Una de las técnicas innovadoras que aplicó en la película y que contribuyó a la sensación de extrañeza y miedo fue el uso del steadicam.

En La naranja mecánica enseñamos cómo se inspiró en el arte pop para la decoración de la habitación de Alex o el bar Korova, así como la importancia de la banda sonora en las películas de Stanley Kubrick, tanto para describir personajes, como para crear ambientes o provocar catarsis y reacciones demoledoras. De hecho consiguió convertir a Beethoven en un disco de oro, con los sintetizadores de Wendy Carlos.

O, finalmente, en Eyes Wide Shut nos dimos cuenta de cómo cambió la Viena de carnavales de la Belle Époque de la novela de Arthur Schnitzler por un Nueva York navideño (recreado en Londres) a punto de inaugurar el siglo XXI sin traicionar su esencia. Este largometraje es su especial oda a la intimidad matrimonial.

4. Stanley Kubrick, director de orquesta. Stanley Kubrick era como un exigente director de una orquesta de música clásica: por eso, en cada una de sus películas, a su alrededor orbitaban grandes profesionales, que bajo su batuta, hacían realidad el mundo que quería reflejar. Tenía claro que debía rodearse de los mejores profesionales para alcanzar la perfección en su obra final. Así la exposición también es un homenaje a todos esos trabajadores que bajo la mirada kubrickiana hicieron posible sus relatos soñados.

Desde su primer productor y socio, James B. Harris; hasta los diseñadores de producción, Ken Adam o John Barry; o actores como Peter Sellers, Sue Lyon, Keir Dullea, Malcolm McDowell o Jack Nicholson; el director de fotografía John Alcott; los creadores de carteles, storyboards y créditos como Saul Bass y Philip Castle; las diseñadoras de vestuario como Milena Canonero o escultoras como Liz Moore, y un largo etcétera. O cómo trataba de establecer una relación especial con los guionistas (aunque a veces era también tormentosa y tortuosa): Jim Thompson, Nabokov, Arthur C. Clarke, Anthony Burgess, Diane Johnson, Michael Herr…

5. El hombre detrás del artista. La exposición tampoco quería desperdiciar al hombre detrás del artista. Así se puede ver a través de fotografías y breves informaciones la relación estrecha con su familia: con sus padres (esa claqueta maravillosa de La naranja mecánica dedicada a ellos), la colaboración con sus dos primeras esposas durante el proceso creativo de sus películas, también con su compañera definitiva Christiane Kubrick y sus hijas o con su cuñado Jan Harlan, productor ejecutivo de muchos de sus largometrajes…

Nos parecía interesante que quedasen claras sus pasiones: la lectura, la música, el ajedrez, la fotografía, el propio cine (era un cinéfilo)…, porque todas ellas están presentes en cada una de sus obras, contribuyeron a dar una cierta personalidad a cada una de sus películas. Esta mirada culmina en el Epílogo de la exposición con una magnífica instalación audiovisual biográfica de Manuel Huerga, producción propia del CCCB, donde se aprecia un retrato completo de Stanley Kubrick. Huerga permite acercarse al cineasta a través de diversas imágenes, como un collage gigante, y de declaraciones públicas realizadas a lo largo de su vida.

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Stanley Kubrick, relatos soñados (I). Diez claves para disfrutar la sala Goya

Quiero contaros en dos artículos la exposición de Stanley Kubrick con la que he podido aprender mucho. Creo que refleja pasión por el cine, además de plasmar el proceso creativo de un cineasta clave. Es también un canto al cine analógico cuando las películas solo se proyectaban en sala de cine y en una pantalla grande. Ha sido una bonita aventura, así que me hacía ilusión enseñaros la muestra a través de mis palabras. En esta primera entrega me centraré en lo que se puede ver en la sala Goya y trataré de explicar cuál era nuestra intención a la hora de mostrar cada una de las piezas.

1. Dos salas. El primer reto al que nos enfrentamos a la hora de pensar en la muestra era que contábamos con dos espacios en dos pisos diferentes del emblemático edificio del Círculo de Bellas Artes: la sala Goya y la sala Picasso. ¿Cómo darle sentido a esta división? ¿Cómo aprovecharlo para un discurso expositivo? Pronto nos dimos cuenta de que lejos de ser una desventaja era una oportunidad. Entre otras cosas, Stanley Kubrick siempre jugó con los conceptos de doble, dualidad o duplicidad en su filmografía. Tanto en los personajes de sus películas como en la estructura de sus historias.

Como fotógrafo adolescente en Look, realizó un reportaje sobre el boxeador Walter Cartier (Prizefighter, 1949). Walter tenía un agente: su hermano gemelo, Vincent. Este trabajo sería el germen de su primer cortometraje documental (Day of the Fight, 1951). Y, tal vez, aquí comenzó a perfilarse la obsesión de Kubrick por la duplicidad. No es raro en sus largometrajes encontrar dobles de ciertos personajes o la presencia de gemelos. Por ejemplo, en su primera película Miedo y deseo: una patrulla deambula en territorio hostil y cuando se encuentran con el enemigo, estos tienen los mismos rostros que ellos. O siempre son recordadas las gemelas Grady en El resplandor.

Pero es que muchas de las estructuras narrativas de sus películas son como si el personaje se mirase en un espejo y su mundo se pusiese patas arriba. No hay más que recordar los recorridos de sus personajes más emblemáticos que van del ascenso en su primera parte al descenso y la pesadilla en la segunda: Alex DeLarge (La naranja mecánica) protagoniza sus tropelías y, después, su particular infierno con el libre albedrío anulado. O Barry Lyndon, primero vemos su ascenso social y más tarde su caída en picado en la desgracia.

Así cobraba todo el sentido una doble mirada en la muestra expositiva. Además, también quedaba constancia de un aspecto fundamental a la hora de estudiar su filmografía: hay un antes y un después de 1968. Primero, la obra del cineasta sirve para estudiar la evolución del cine en Hollywood, pues se ve claramente el paso del cine clásico al cine moderno a través de sus películas. Segundo, a partir de 1968 alcanza uno de sus sueños: el absoluto control de su obra cinematográfica, tanto creativa como económicamente.

2. Los secretos de la sala Goya. Siempre que la veo, confieso que de las dos salas es mi consentida, la que más me gusta. Para la sala Goya imaginamos que el visitante se metía en la mente de un genio y que a partir de ahí lograba entender ciertas claves de su obra cinematográfica. Nos pareció buena idea plasmar aspectos formales y temáticos a través de sus inicios y sus primeros trabajos cinematográficos. A la vez también quisimos dejar constancia de otra manera apasionante de conocer a un artista: mostrando los proyectos que nunca realizó. Por otra parte, deja constancia de algo vital para entender a Stanley Kubrick: todas sus pasiones tempranas se vuelcan en su obra cinematográfica y contribuyen a ese cuidado del proceso creativo, a ese perfeccionismo que siempre le acompañó. Y esas pasiones son: la fotografía, el ajedrez, la lectura, la música… y el cine.

La apariencia física que tiene ahora mismo la sala ya muestra varias cosas del maestro: su interés por la simetría y las formas geométricas, una manera concreta de rodar (la perspectiva frontal con un punto de fuga) y la importancia que tuvo el ajedrez en su vida. Stanley Kubrick fue un perfeccionista en la puesta en escena. Apostaba en sus encuadres por la simetría y la presencia de formas geométricas perfectas. Además uno de sus sellos de autoría son sus planos secuencia, su manera de filmar largos pasillos o la forma de mover la cámara por las estancias. Ahí puede experimentarse su famosa perspectiva frontal con un punto de fuga. Desde el acceso a la sala, con su nombre y apellido en los laterales y en el fondo el audiovisual de introducción, estamos escenificando esa perspectiva. Pero también en la gran vitrina central que recorre y divide toda la sala.

Los colores con los que jugamos son el blanco y el negro, como las casillas de un tablero de ajedrez…, tanto en las paredes como en las cartelas. Algunas veces en la gráfica se escapa otro color: el rojo, característico de varias películas de Kubrick. El color de las emociones y el desequilibrio.

El ajedrez, una de sus pasiones tempranas (en su juventud incluso llegó a ganarse la vida como jugador), le permitió una visión total de cada una de sus películas, una capacidad de concentración y control en los rodajes y crear con estrategia y táctica. Como se puede apreciar en la exposición, en muchas de sus películas el ajedrez está presente, incluso la metáfora de la vida como batalla.

3. La mirada. Uno de los aspectos más importantes de sus largometrajes es la peculiaridad de su mirada y la perfección técnica que logró en cada una de sus películas para mostrar exactamente lo que él quería. Así que ese tenía que ser el primer aspecto formal reflejado. De hecho, hay numerosos testimonios sobre los ojos y la mirada de Stanley Kubrick. Era algo que llamaba la atención de todos aquellos que lo conocían. En un momento dado Kirk Douglas dijo: «Se limitaba a mirarte con sus grandes ojos».

Kubrick fue un autodidacta en la dirección y antes de dirigir, trabajó en la revista Look. La fotografía le hizo entender el cine como una experiencia visual, y nunca tuvo miedo de probar todo tipo de cámaras y objetivos así como buscar las tecnologías necesarias para plasmar lo que realmente deseaba. Así que era importante reflejar su mirada como fotógrafo de Look, y dejar ver cómo ya desde la fotografía apuntaba maneras.

4. El espacio y el tiempo. Tampoco podíamos dejar de lado el tratamiento del tiempo (una de las cosas más difíciles de plasmar en una pantalla de cine) y la importancia del espacio en cada una de sus producciones, centrándonos sobre todo en el género que le sirvió de aprendizaje: el cine negro. En este tipo de películas la ambientación era fundamental, pero también el paso del tiempo, la tensión y el ritmo que se requerían a la hora de ejecutar un atraco o planear una huida, así lo consigue en El beso del asesino y Atraco perfecto.

Pero además en sus películas de cine negro moldearía ya alguna de las características de los héroes kubrickianos: sus protagonistas tienen un objetivo concreto o un plan perfecto, pero las emociones lo hacen saltar todo por los aires; la ambigüedad moral de sus personajes; y ofrecer una mirada hacia el mundo pesimista, además de proporcionar un destino trágico para sus héroes.

5. El humor. Otra cosa interesante que no podía faltar y que había que destacar porque no se suele tener en cuenta a la hora de analizar su obra es la presencia del humor. Un humor negro y oscuro que siempre se puede identificar en cada una de sus películas. Centrándonos en Teléfono rojo: volamos hacia Moscú se percibe cómo lo usa a lo largo de su filmografía. A través de actores con una vis cómica evidente, como Peter Sellers; con gags visuales, como ese molesto brazo en alto del doctor protagonista, que no puede controlar; la exageración en los gestos o en el lenguaje empleado, como muestran la mayoría de los personajes de la película; o el contraste y el choque para provocar la risa incómoda, como un cowboy encima de una bomba.

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De sonidos y cartas de cine

Sí, va de sonidos y cartas de cine. Este fin de semana disfruté de lo lindo con un documental: La magia del sonido en el cine (Making Waves: The Art of Cinematic Sound, 2019) de Midge Costin. Y como complemento perfecto a este largometraje, me entero a través de Días de cine de que en la Cineteca de Madrid este mes se programa un ciclo de cine, Sonidismos, donde se pueden ver bastantes de las películas que salen en el documental como hitos del sonido, además de otras muy representativas en este mismo campo.

Por otro lado, no hace mucho fui a una librería a cambiar un libro que ya tenía de Luis Buñuel que me habían traído los Reyes Magos y me llevé un libro que hacía tiempo me estaba llamando a gritos. Me he empapado de las cartas que aparecen publicadas en ély es una absoluta delicia: Correspondencias. Cartas de cine (editores Garbiñe Ortega y Francisco Algarín Navarro. La Fábrica. Biblioteca BlowUp. Libros Únicos, 2021). Palabras íntimas que definen y descubren otros rostros de diversos artistas cinematográficos.

Sí, esto va de palabras y sonidos.

La magia del sonido en el cine (Making Waves: The Art of Cinematic Sound, 2019) de Midge Costin

El cantor de Jazz, una revolución en el tema del sonido en el cine.

Me gusta cómo empieza este documental que ha despertado toda mi curiosidad y que ha sido muy didáctico para mí. Explica cómo en el útero materno, donde todo es oscuridad, nuestro primer contacto con el mundo es el sonido. Nuestra primera construcción de la realidad es a través de los sonidos… La magia del sonido en el cine es un repaso por la historia del sonido en el alma de las películas. Es decir, todo lo relacionado con las voces, los efectos de sonido y la música.

Y cómo la combinación de todo es fundamental para crear magia en una sala de cine. Su historia se centra sobre todo en las producciones de Hollywood y hace un repaso por los momentos fundamentales, por los creadores y maestros del sonido y por las películas que supusieron un paso más, llegando hasta la revolución digital.

En ese deambular por el sonido se habla de aquellos que en las salas de cine mudo realizaban efectos de sonido, por ejemplo, en películas fundamentales como Alas de William A. Wellman. La revolución que supuso en el mundo del cine escuchar hablar a Al Jolson en El cantor de jazz. Cómo los grandes estudios tenían bibliotecas de sonido, y cómo en varias películas de un mismo estudio los disparos de una pistola sonaban igual. La importancia que tuvo la radio para la investigación y los adelantos en el mundo del sonido, y cómo algunos que dominaban el medio, como Orson Welles, fueron innovadores en su empleo para contar su historia en el cine.

Lo que supuso para las nuevas generaciones de Hollywood y para los futuros innovadores en el campo de la banda sonora de una película lo que se estaba haciendo en Europa en este terreno: la experimentación de Jean Luc Godard o el uso del sonido por parte de algunos cineastas para contar sus historias como Ingmar Bergman. La edad dorada del sonido a partir de los realizadores del Nuevo Hollywood con directores como Francis Ford Coppola o George Lucas.

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Películas para empezar el año

Una película buena para terminar el año y otra para empezarlo. Un buen listado para los últimos y primeros días del año. Y estoy contenta porque de cada propuesta he disfrutado bastante, así que ha sido una bonita manera de encaminarme hacia el 2022 con ganas de tener muchas más risas, buenos largometrajes, libros y, sobre todo, muchos momentos con aquellas personas a las que quiero.

West Side Story (West Side Story, 2021) de Steven Spielberg

Rita Moreno, nexo de unión entre las dos versiones cinematográficas de West Side Story.

El nexo de unión de ambas versiones cinematográficas es Rita Moreno. La Anita de la versión de 1961 se transforma en Valentina, la dueña de la tienda donde trabaja Tony. Y para ella, con casi 90 años, es la canción de «Somewhere» en esta nueva mirada de Spielberg.

Lo que logra el director es transmitir no solo su amor por este musical (sus canciones han formado parte de la banda sonora de su vida: desde su infancia hasta la actualidad), sino no traicionar el espíritu de la película de Robert Wise y Jerome Robbins. Cine musical clásico, pero a la vez con toda la frescura de una mirada nueva. Romeo y Julieta vuelven a las calles de Nueva York con sensibilidad del siglo XXI. Me apetecía además un homenaje a Stephen Sondheim, que últimamente lo tengo muy presente.

Si bien es cierto que no sentí el despertar y sobrecogimiento que supuso mi primer visionado de la película de 1961, sí logré volver a engancharme con la historia de los Jets y los Sharks, hundirme por las calles de Nueva York, vivir ese amor interracial más allá del odio y sentir cómo los temas que toca están más de actualidad que nunca (de nuevo Spielberg trabaja con el guionista y dramaturgo Tony Kushner). Como siempre Steven Spielberg atrapa con su fuerza visual.

Y los nuevos Tony y Maria, Bernardo y Anita o Riff viven, cantan y bailan las calles de la ciudad, se dejan ver a través de pañuelos de colores, luchan por un barrio en ruinas o estalla el drama en un almacén de sal. La música, coreografías y canciones vuelven a encandilar. Algunas las sitúa en otro lugar de la trama o realiza variantes y matices distintos que la versión de 1961. En algunos acierta plenamente como el encuentro entre Tony y María en el gimnasio y en otros me quedo sin ninguna duda con la versión de Wise, como la canción y la coreografía de «Cool».

Tres pisos (Tre Piani, 2021) de Nanni Moretti

El número tres, Nanni Moretti nada en el equilibrio para contar un buen melodrama contenido.

Me pareció fascinante esta película de Nanni Moretti donde atrapa tres historias de tres familias diferentes en un vecindario italiano de clase media alta en tres actos en un periodo de diez años aproximadamente. El equilibrio del número tres se repite continuamente en las historias. Como punto de partida el director italiano toma una novela de Eshkol Nevo, donde cuenta la vida de tres familias israelíes.

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Breve historia de amor y un par de canciones

Breve historia de amor y un par de canciones, un cortometraje que deja una huella…

A veces el cine te provoca reacciones curiosas. Me pongo frente a un cortometraje con un título que llama totalmente mi atención: Breve historia de amor y un par de canciones. Está dirigida y escrita por Pablo Berthelon. Es una historia que llega de Chile. Lo veo una primera vez, y reconozco que no me gusta. Sin embargo, sí me atrae la localización, esa pequeña tienda de libros y discos de vinilo. Y más cosas…

Lo que me ocurre básicamente es que no sigo ni entiendo del todo los diálogos. No me los creo, me suenan impostados, pues en un principio pienso que dos personas que se encuentran no hablan así. Es como si un relato, con un diálogo que es pura literatura, que lo vives en papel, hubiese sido trasladado literal a la pantalla. Y ahí en el fotograma no logras creértelo. Aunque eso ocurre en ciertas películas y nunca me ha molestado; es más, a veces lo he adorado (suenan en mi cabeza los diálogos cantados de Los paraguas de Cherburgo).

Ante ese primer visionado que me desilusiona, juego a inventarme dos posibles historias. Una, de amor, la que es. Y otra basándome en la dedicatoria final a la hija del realizador, obvio los diálogos, y me invento una historia de ciencia ficción de un padre que se encuentra en el presente, cara a cara, con su hija proyectada en el futuro. Y hablan de amor.

Pero hay algo que me retiene, que me dice que vuelva a verlo. Son unas palabras que lee en voz en off el protagonista al principio del corto, mientras pasa las páginas de un libro de Vicente Huidobro, Mío Cid Campeador. Hazaña.

Y también se me quedan en la cabeza las cuatro canciones que se escuchan durante el metraje. Dos forman parte de la banda sonora, una en los créditos de inicio y otra en los finales. Las otras dos son las que ponen los protagonistas en el tocadiscos de la tienda.

El disco de vinilo que gira y gira sin parar. Eso me trae recuerdos.

Así que veo el corto una segunda vez.

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Cuatro películas para noches invernales

1. Wes Anderson, homenaje a la prensa escrita. La crónica francesa (The French Dispatch (of the Liberty Kansas Evening Sun), 2021)

Wes Anderson y su amor al periodismo.

La crónica francesa es un delicatessen de Wes Anderson que apuesta por un amor inusitado hacia la prensa escrita en un mundo analógico. Resulta que el director es un amante de The New Yorker, de sus periodistas históricos y sus portadas increíbles, así que en esta película realiza un homenaje a la publicación a través de una revista imaginaria estadounidense, con sede en Francia: The French Dispatch. Las portadas de esta publicación inexistente son otro deleite (y son obra de un ilustrador español, Javier Aznarez) y la película narra los artículos de tres de sus reporteros, como tres relatos cortos, además de facilitar una introducción y un epílogo especial.

Las historias cuentan la extraña peripecia de un convicto con problemas de salud mental, pero con virtudes artísticas en pintura abstracta, un peculiar mayo del 68 francés y la increíble aventura de un secuestro, así como la intervención crucial de un cocinero de la policía francesa. Pero en realidad todo la película queda envuelta en un aire elegíaco, un obituario por una forma de contar y escribir.

Cada uno de los personajes principales tienen rasgos y características de históricos del The New Yorker: Harold Ross, William Shawn, Josep Mitchell, Mavis Gallant, Lillian Ross, Rosamond Bernier, James Bladwin o A. J. Liebling. Cada uno de ellos tiene una personalidad especial. Pero además en su forma de contar Wes Anderson dibuja una Francia cinematográfica con guiños a la cultura popular europea. Así hay ecos de Jacques Tati, la Nouvelle Vague o Tintín. No falta un sensible sentido del humor.

Como siempre, Wes Anderson cuida el diseño de producción y crea un mundo especial habitado por sus criaturas rodeadas de objetos y colores especiales. Son muchos los personajes que pasean por La crónica francesa con el rostro de sus actores habituales (Bill Murray, Adrien Brody, Jason Schwartzman, Saoirse Ronan, Tilda Swinton, Frances McDormand o Edward Norton) u otros nuevos que entran en su universo (Benicio del Toro, Timothée Chalamet, Léa Seydoux, Mathieu Amalric, Jeffrey Wright, Elisabeth Moss…). Al final, La crónica francesa regala una revista con artículos variados y con un estilo cuidado y reconocible.

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Una tarde de noviembre y mi cabeza llena de cine

Cine de verdad, pura comedia, que desvela cosas de la vida: Arsénico por compasión.

Este es un texto agradecido. Mi pasión, el cine, me ha dado y me está dando muchas oportunidades en la vida. Sobre todo lo que más le agradezco es que no se termina nunca mi capacidad de querer aprender y tampoco se acaba mi curiosidad. Alimenta también otro de mis idilios: la lectura. Me ha hecho descubrir muchos libros, tanto ensayos como literatura.

Por ejemplo, hace nada entré un momento en una librería (cómo me gustan esos espacios), me fui a las novedades cinematográficas, y desde una de sus mesas me llamó la atención un libro. Curiosamente ese libro que “vociferaba” que lo cogiese era de una edición de 1997, pero ahí estaba en esa mesa. La tentación pudo conmigo. Y ya estoy con él en mis manos pensando que pronto escribiré sobre él: El universo del western, de Georges Albert Astre y Albert Patrick Hoarau… Ya sabéis lo que me gusta este género. Si me ponen por delante una buena película del Oeste, yo disfruto tremendamente. Estoy segura de que por algo en concreto me llamó ese libro.

Poco a poco, a lo largo de los años, me han ido saliendo proyectos de distinta naturaleza relacionados con el cine. Proyectos que me han hecho ilusión, pero que también me han enfrentado a mis miedos e inseguridades, y que me han ayudado a superarlos o estoy en proceso de hacerlo. Y ahí siguen saliendo nuevos retos, que a veces me hacen sentir al borde del abismo (ya sabéis que soy un poco drama queen), pero en los que trato de poner todo mi cariño y, sobre todo, lograr transmitir mi pasión. No sé si de alguna manera lo consigo, pero lo intento. Ahora estoy con varios proyectos entre mis manos, muy jugosos. Os juro que tengo muchas ganas de que salgan muy bien. Al menos lo intentaré. Siempre pienso que el cine es mi refugio, y quiero pensar que bajo su amparo nada malo puede pasar. Cruzo los dedos.

Una de las locuras en las que me embarqué hace ya catorce años fue, precisamente, este blog. Siempre pienso en él como un hogar en el ciberespacio donde nos reunimos un montón de amigos para charlar sobre cine y compartir todo aquello que descubrimos. Además me permite cuidar algo que siempre me ha gustado: escribir y transmitir pasión.

Mi amor loco por cada película que veo me muestra otras maneras de pensar, de ver, de interpretar ciertas ideas… De alguna manera, van construyendo mi personalidad, y me aportan herramientas para enfrentarme a la vida diaria. Una de las cosas que más me gusta es recuperar películas que en su día vi y volver a disfrutarlas años después con otros ojos. Así me ha pasado con dos españolas. En su día aprecié El desencanto, de Jaime Chavarri, y Función de noche, de Josefina Molina, pero no tanto como ahora que las he vuelto a ver durante estos días. Los años y la experiencia hace que te lleguen mucho más y que captes y entiendas matices que en su momento se te escaparon.

Hago un repaso de mi recorrido por el mundo, y soy consciente de la cantidad de recuerdos que tengo unidos a mi pasión por el cine. Y entonces agradezco ese montón de películas que he visto, que repetiré y aquellas que me quedan por descubrir. Porque sé que todas esas horas que he dedicado a ver cine y las que me quedan por vivir… son horas de felicidad. Incluso con aquellas que no disfruto del todo, porque en el análisis que hago de por qué no me han gustado, ya siento que no he perdido el tiempo.

Pero me estoy yendo por las ramas. Hay un verdadero motivo por el que escribo este texto.

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Por qué me gusta Brian de Palma en diez puntos

Brian de Palma contó su particular mirada sobre la guerra de Vietnam.

1. Es autor de una de las películas que más me gustaron y me gustan de los noventa: Atrapado por su pasado (Carlito’s Way, 1993). Volví a verla no hace mucho y, de nuevo, me dejé llevar por la carrera sin aliento hacia la muerte de Carlito Brigante (Al Pacino).

2. Incluso sus máximas extravagancias contienen momentos inquietantes y visualmente impactantes. En nombre de Caín (Raising Cain, 1992) no tiene ni pies ni cabeza, como los sueños, y es que mirarla es como transitar por una pesadilla muy real. Una oportunidad de ver además de lo que es capaz John Lithgow.

3. Sus planos secuencia muestran su dominio de la cámara. Uno de los máximos fracasos de su carrera, La hoguera de las vanidades (The Bonfire of the Vanities, 1990), empieza con un plano secuencia virtuoso siguiendo al personaje que se convertirá en el narrador de la historia, Peter Fallow, un periodista fracasado que se convierte en un escritor famoso al escarbar en las miserias humanas. Una película a mi parecer incomprendida por el retrato social incómodo que realiza.

4. Una película de terror que me gusta mucho es, sin duda, Carrie (Carrie, 1976). Siempre me quedo enganchada a la furia final de su delicada protagonista (Sissy Spacek).

5. A Brian de Palma le cuelgan el sambenito de ser uno de los discípulos de Alfred Hitchcock cuando, en realidad, tiene una personalidad cinematográfica propia. Sí, revisita a Hitchcock en algunas películas, pero ofrece una mirada personal. Por otra parte, no se habla tanto de otras influencias y otros amores de De Palma, que es todo un cinéfilo, como Jean Luc Godard o Michelangelo Antonioni (no hay más que ver Impacto, Blow Out, 1981).

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Acercamientos a la figura de Jean-Luc Godard (primera parte)

Godard, un acercamiento en cuatro pasos

1.-Godard. Retrato del artista a los setenta (Seix Barral, 2005) de Colin MacCabe. Colin MacCabe señala dos cosas en su prefacio: “Una biografía de una persona viva es necesariamente incompleta, pero un sujeto vivo brinda la posibilidad de un retrato: en este caso, una serie de tomas sobre la vida y el trabajo de Godard” y “el cine de Godard se cuenta entre lo más importante del arte europeo de la segunda mitad del siglo XX”.

A partir de ahí, articula un interesante retrato del realizador, estudiando sus orígenes familiares, la ruptura con su familia, su formación cinéfila y su trayectoria en Cahiers du cinema, como parte de los jóvenes turcos. También describe la articulación de su filmografía por tres caminos apasionantes: las mujeres que han formado parte de su vida, su evolución y militancia política y, por último, la evolución en su filmografía (desde los referentes del cine clásico hasta la ruptura de la narración cinematográfica, así como su paso al formato vídeo, y la importancia de la imagen, la palabra, el sonido y el montaje).

Colin MacCabe ofrece un retrato que acerca a las peculiaridades de un creador. Su vida queda estructurada por tres mujeres que forman parte de su obra cinematográfica: Ann Karina, Anne Wiazemsky y Anne-Marie Miéville. Pero también a través de su relación profesional con el director de fotografía Raoul Coutard, que estaría presente durante sus primeras obras, como Al final de la escapada o El desprecio. Por otro lado, junto a Jean-Pierre Gorin protagonizó una ruptura con todo su cine anterior y formaron el Grupo Dziga-Vertov, cuya premisa era crear un cine militante. Y, por último, su estancia en Rolle (Suiza), refugio y centro de creación, y su colaboración con Miéville.

MacCabe ha establecido además una relación personal y profesional con Godard a lo largo de varios años, luego lo conoce de primera mano, pero además es un estudioso de su obra. El libro deja un análisis extenso y exhaustivo de varias de sus obras, pero sobre todo de Histoire[s] du cinéma, serie documental fundamental para entender los postulados y la mirada del realizador hacia el mundo, el cine y la historia.

2.-Truffaut y Godard: Two in the Wave (Truffaut, Godard: Deux de la Vague, 2010) de Emmanuel Laurent. MacCabe no omite, pero no profundiza, en la relación entre Truffaut y Godard y, sobre todo, no se para en exceso en la ruptura radical de su amistad. Un primer acercamiento hacia esta relación puede ser este documental de Emmanuel Laurent. Se queda también en un acercamiento, pero recupera unas imágenes de archivo valiosas (entrevistas a ambos realizadores, momentos de mayo del 68 y del festival de Cannes…). Además en la lectura que propone de su relación hay un tercero que complementa la visión: Jean-Pierre Léaud, que trabajó con ambos, y evolucionó como actor con los dos. Léaud se convirtió en el rostro de la nueva ola a partir de su personaje Antoine Doinel en Los cuatrocientos golpes.

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