Lady Macbeth (Lady Macbeth, 2016) de William Oldroyd

Lady Macbeth

Katherine, sentada en el sofá… tras la calma, ojos de tormenta

La lady Macbeth que habita en la Inglaterra de 1865 se llama Katherine (Florence Pugh), y no la mueve la ambición ni las ansias de poder, sino el querer ser una mujer libre, no encadenada. El ansia de romper las cadenas desborda una fuerza interior aterradora a su alrededor que lleva a la perdición a todos los que la rodean, incluso a sí misma. El deseo es lo que provoca el pistoletazo de salida. El origen literario de Lady Macbeth tiene ecos rusos de novela corta, Lady Macbeth de Mtsenk de Nikolái Leskov (editado por Nórdica en su preciosa colección de libros ilustrados). Con algunos cambios de matices y de trama, William Oldroyd y la guionista Alice Birch empapan además la historia de Katherine con gritos de Cumbres borrascosas y con unas gotas suaves de la sensualidad y descubrimiento de la pasión de El amante de lady Chatterley. Todo envuelto por el sentimiento trágico de una lady Macbeth que vuelve a mancharse las manos de sangre, sin freno…

La evolución de Katherine como personaje trágico se enmarca entre la dama sentada en el sofá con su vestido azul del principio de la película con esa misma dama, vestida de negro, que se sienta en ese mismo sillón al final. Y la tragedia de Katherine es que encerrada entre cuatro paredes de una mansión sin un ápice de amor, apaleada verbal y físicamente de manera continua (también humillada), con mucho aburrimiento, y sin ninguna gana de convertirse en mujer sumisa, convierte a todos los que la rodean en títeres a los que manejar. Y ella misma va cortando hilos… hasta que se le escapan de las manos y corta también los suyos. Su poder y su ansia de libertad e independencia se convierten en una fuerza destructora que arrampla con todo lo que se cruza por su camino: al principio parecen meros juegos y rebeldías, al final convierte en muñecos rotos a todos los que la rodean, con una naturaleza de femme fatale que no puede frenar sus instintos para convertirse en mujer libre. Para finalmente darse cuenta de que su encierro nunca acaba. Que ella misma se ha forjado su propia cárcel.

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Whisky a gogó (Whisky Galore, 1949) de Alexander MacKendrick

Inauguro también alegremente la temporada en el cine Doré, Filmoteca Española, con una proyección dentro del ciclo Tiempo de comedia.

Whisky a go-go

Whisky a gogó es el primer largometraje de ficción de Alexander MacKendrick en los Estudios Ealing y forma parte de ese tipo de comedia elegante, inteligente, sutil, satírica y, a veces, teñida con pinceladas negras que se daría en dicha compañía después de la Segunda Guerra Mundial. De esas comedias que no quitan la sonrisa de la boca. Y con este largometraje empezaría la andadura de un perfeccionista de carrera breve pero con títulos mayúsculos, MacKendrick, que al no encontrar la libertad artística que deseaba durante su carrera (sobre todo cuando regresó de nuevo a EEUU), prefirió terminar dedicándose a la enseñanza de cine.

El argumento de Whisky a gogó parte de una premisa sencilla: en una pequeña isla escocesa sus habitantes, sobre todo los hombres, están deprimidos y con tristeza perpetua, no solo por los últimos coletazos de la Segunda Guerra Mundial, sino porque una de las consecuencias es que no llega whisky a la isla. Esa bebida, de tradición gaélica y con muchos ritos a su alrededor… casi sagrada, es su elixir de la vida. Sin embargo, el día a día continúa: con sus peticiones de mano, sus reuniones, su trabajo en el mar… Entonces un barco naufraga, el Cabinet Minister, y su tripulación abandona dicho barco antes de que se hunda, pero antes informa a uno de los habitantes de su carga: 50.000 cajas de whisky.

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Diccionario cinematográfico (222). Familias

La familia

Familias: palabra inabarcable en el mundo del cine. Las hay de todos tipos, felices e infelices. Locas y cuerdas. Divertidas y tristes… Buenas y terroríficas. De policías y de mafiosos. Ricos y pobres… Algunas veces sabemos la historia de generaciones y otras veces acompañamos a una familia por unos cuantos días, o incluso tan solo unas horas.

De las más actuales tenemos, desde Francia, a La familia Bélier, donde todos los miembros son sordos excepto la hija mayor, que además tiene una bella voz para el canto. También está la familia Weston con los que vivimos unos días calurosos de verano en la América profunda, en concreto del mes de Agosto (antes de verlos en la pantalla, los disfrutamos en los escenarios teatrales). Imposible olvidar el almuerzo después de un entierro, y cómo madre e hija acaban de los pelos y todos intentando separarlas. En el cine patrio no solo está la saga de La gran familia ni tampoco únicamente los Panero (que además poca ficción hay en ellos) y El desencanto… que arrastraban por una España en blanco y negro. No hace mucho apareció por este hogar del ciberespacio la familia Porto Alegre que influenciada por Las furias llega a momento catártico al lado del mar… después de varios ataques de nervios. Y también tan solo hace unos tres años estuvimos de celebración, entre risas y lágrimas, digo, con siete novias para siete hermanos, con la familia Montero, o como gustan llamarse: La gran familia española. Ay, también Almodóvar tiene una colección de familias especiales, siempre con fuerte presencia femenina. Y es que el director en Volver regresa a sus raíces familiares manchegas en compañía de Raimunda y toda su estirpe de mujeres.

Pero hay familias de celuloide míticas. Así, de repente, me vienen a la cabeza una ráfaga. Los Corleone nunca faltan a una cita de familias y nadie olvida un regalo para El padrino. Tampoco podemos olvidarnos de las desgracias de la familia Joad en esa camioneta desvencijada, porque Las uvas de la ira caen por una carretera interminable. Y por estas fechas, Qué bello es vivir, todos recordamos a la familia Bailey, que aunque no lo tiene fácil y a veces las cosas se les ponen muy complejas, como dice el ángel Clarence cuentan con muchos amigos. O alrededor de torres de petróleo, aunque ellos siempre prefirieron el ganado, se encuentran los Benedict, protagonistas de una historia Gigante. Y no podemos dejar de nombrar a los Amberson… El cuarto mandamiento de Orson Welles: dejarás la historia por décadas y décadas de una familia y su decadencia.

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Al morir la noche (Dead of night, 1945) de Alberto Cavalcanti, Charles Crichton, Basil Dearden, Robert Hamer

Al morir la noche

Al morir la noche tiene una estructura circular y es una película llena de historias extrañas, como años después poblarían la mítica serie americana En los límites de la realidad (The Twilight Zone) o la serie bajo la efigie de Alfred Hitchcock. Sin embargo, la precursora de esas series de culto sería esta película de los estudios Ealing (que pronto se identificarían bastante más con comedias de humor británico y con un punto de humor negro muy especial…, que por cierto, también ese tipo de humor está presente en Al morir la noche). La propia historia que sirve de hilo conductor es como una pesadilla premonitoria, de la que nunca se sale… donde todos los personajes están rodeados por un halo de misterio, de extrañamiento y rareza. Todas las narraciones cinematográficas están rodadas por diferentes directores que trabajaban en esos momentos en el estudio y que además dieron personalidad propia al sello Ealing: el brasileño Alberto Cavalcanti y los británicos Charles Crichton, Basil Dearden y Robert Hamer.

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45 años (45 years, 2015) de Andrew Haigh

45 años

“Me preguntaron cómo sabía si mi amor era verdadero. Yo por supuesto contesté que algo aquí dentro no podía ser negado. Dijeron: Algún día descubrirás que todos los que aman están ciegos… Cuando tu corazón está ardiendo, debes darte cuenta de que el humo entra en tus ojos. Entonces no les hice caso y me reí alegremente al pensar que ellos podían dudar de mi amor. Hoy mi amor ha volado lejos, estoy sin mi amor… Ahora mis amigos se ríen de las lágrimas que no puedo ocultar. Entonces yo sonrío y digo: Cuando una llama encantadora muere, el humo entra en tus ojos…” … Esta es la letra de la canción Smoke get in your eyes y cobra un crudo y desolador significado en la película 45 años de Andrew Haigh. Nada tiene que ver cuando la tararea al principio de la película una tranquila y alegre Kate (Charlotte Rampling), que cuando suena al final de la película. El gesto y el significado que adquiere para Kate es totalmente diferente y desgarrador. 45 años es la historia de la descomposición de un matrimonio de cuarenta y cinco años en una semana… por la presencia abrumadora de una figura del pasado.

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Yo, Daniel Blake (I, Daniel Blake, 2016) de Ken Loach

Yo, Daniel Blake

Yo, Daniel Blake arranca con un diálogo sobre una pantalla negra. Solo escuchamos dos voces: a Daniel Blake y a una funcionaria. La funcionaria no se sale del formulario, del protocolo…, no hay alma sino una coraza. Y Blake continuamente pregunta cuando van a hablar de su corazón… Solo quiere que esa voz le escuche, que sea más cercana. Eso es la película de Ken Loach: el corazón de un hombre que trata de no sucumbir y no dejarse aplastar por una burocracia deshumanizada, fría y kafkiana.

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Florence Foster Jenkins (Florence Foster Jenkins, 2016) de Stephen Frears

Florence Foster Jenkins

Stephen Frears ama a sus personajes, los mima. Últimamente esos personajes pueden venir de la literatura o puede rescatarlos de la Historia o de la historia con minúscula. Y los dibuja con sus sombras y sus luces. Y, también últimamente (vuelvo a repetir la palabra)… sus personajes protagonistas son mujeres, y busca el rostro de actrices de trayectorias especiales, brillantes (Judi Dench, Helen Mirren, Michelle Pfeiffer… y Meryl Streep). Todo empezó con Mrs Henderson presenta (2005), donde rescataba la historia de una dama que monta un teatro de variedades en tiempos difíciles. Continuó con La reina donde presentaba un retrato concreto de la reina Isabel: en el momento en que Diana sufrió un accidente de coche. Después acudió a la literatura para una radiografía de una cortesana de principios del siglo pasado en Chéri. Y adaptó un cómic para enseñarnos las andanzas de la joven Tamara Drewe en el mundo rural, en la película del mismo título. Rescató una historia de los periódicos en Philomena, donde una mujer ya mayor buscaba a su hijo robado con ayuda de un periodista… Hasta desembocar en una diva de la ópera… que no sabía cantar pero llegó a dar un concierto en el Carnigie Hall, Florence Foster Jenkins.

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Ex machina (Ex machina, 2015) de Alex Garland

Ex Machina

En la era del Big Data… Ex machina es un cuento futurista sobre un creador (Oscar Isaac) informático, con falta de empatía con el mundo, que se sirve de ese mapa de datos e informaciones para construir Inteligencia Artificial. Y así nace Ava (Alice Vikander), con cara de ángel. Y es que Alex Garland bebe de fuentes eternas para crear un cuento moderno de ciencia ficción. Así nos encontramos con un cruce de Barba Azul y Amistades peligrosas (en vez de cartas, tenemos sesiones de encuentros), donde madame de Tourvel tiene apariencia de un joven informático (Domhnall Gleeson), inteligente y buena persona. El joven informático se encontrará entre medias de una batalla de inteligencia a tres bandas donde solo puede ganar uno. La disculpa: comprobar, pero de una manera muy especial (cara a cara), si Ava supera el test de Turing. Ese es el test por el cual se examina si una máquina exhibe un comportamiento inteligente que hace que no se distinga que es tal, es decir, que pueda pasar por un ser humano.

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Voces distantes (Distant voices, still lives, 1988) de Terence Davies

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Cómo construir el recuerdo y la memoria… Terence Davies recrea, fantasea y convierte en ficción su universo familiar de manera especial y personal en Voces distantes. Retazos e impresiones. Reconstruye a través de las dos pasiones que le aferraron a la vida en momentos duros (como a muchas personas de su generación): las canciones y el cine. La memoria nunca es cronológica. Años 40 y 50 de una familia obrera católica en Liverpool a través de momentos, de retazos… Contrastes. Un cuadro que sufre innumerables alteraciones que manifiestan recuerdos de los protagonistas. Pentimento, arrepentimientos…

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Nuestro último verano en Escocia (What we did on our holiday, 2014) de Andy Hamilton, Guy Jenkin

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Así dejaba caer en un whattapp lo que me había gustado esta película a un grupo de amigos: “Nuestro último verano en Escocia tiene un punto vikingo, bajo el mandato de Odin, con notas armónicas sobre la muerte y la vida… y lo ridículos pero tremendamente humanos que podemos ser… A veces los niños en sus mundos lo tienen todo mucho más claro. A mí me ha sorprendido gratamente…”. Y todo empezó porque tuvimos un suculento debate en una cena sobre qué es una película de buenos sentimientos, o como yo suelo llamar películas medicinas, al mostrar mis ganas e interés por ver esta película. Debatíamos sobre su verosimilitud o no, sobre si son falsas o no lo son, sobre si son maniqueas o no, sobre si hay una buena película de buenos sentimientos, sobre cuál es la definición exacta y qué películas entrarían dentro de esta denominación. Fue un debate encendido y apasionado. Se habló también de dónde estaban los límites de este subgénero y si era uno de esos subgéneros que pueden volar o se queda en lo políticamente correcto…

Después de disfrutar en la sala de cine, pensándola me di cuenta de que, mientras me dejaba arrastrar por paisajes que hicieron que nacieran en mí unos deseos inmensos de regresar a Escocia (fui en dos momentos muy especiales y siempre me genera bonitos recuerdos), me venían a la cabeza dos películas: una americana y otra británica. Pequeña Miss Sunshine y Un funeral de muerte. Sentí un fino hilo que unía estas tres películas, familias normales en un momento crítico de su existencia que nos las devuelven como familias disfuncionales; la vida y la muerte dándose la mano de manera natural, las máscaras de la comedia y la tragedia enlazadas; lo ridículo de los seres humanos pero también el eterno lado tierno oculto en cada uno y la infancia como mirada que observa el mundo de manera, cercana, especial; así como la cercanía de comunicación entre el niño que le queda todo por vivir y aquel que ya apenas le queda un tiempo por estar…

Nuestro último verano en Escocia es una película con encanto de personajes y situaciones (con una buena galería de actores, desde el más mayor hasta el más pequeño). La premisa es sencilla (tanto como su dirección): unos padres que están en proceso de separación van con sus tres niños a una gran fiesta de cumpleaños en Escocia. El cumpleaños es del abuelo (por parte paterna). Los niños, a pesar de que viven en sus mundos, se dan cuenta de que no encajan en un mundo de adultos que no entienden. El que mejor se explica es el abuelo. Sus padres están en una discusión eterna. Sus tíos son personas que hablan un lenguaje extraño, y su primo está demasiado perdido. Unas horas antes de la gran macro fiesta con más de doscientos invitados, el abuelo decide ir a su playa favorita con sus tres nietos… Nuestro último verano en Escocia te deja con la sonrisa asomando en la boca… la vida es tan sencilla y tan compleja a la vez. En la vida ríes y lloras… y existe también el humor suave, el tierno y el negro. Y como dice el abuelo a una de sus nietas: “¡Tienes que vivir más y pensar menos!”… y dejarte llevar por un amanecer en una playa y desconectar del sonido del móvil, y saber que las personas que quieres, como tú a ellos, a veces te ponen de los nervios…, y darte cuenta de que puedes equivocarte o estallar… En fin, me he ido a gusto a Escocia. Me sentó bien la medicina, con niños incluidos. Nuestro último verano en Escocia es una película de buenos sentimientos con un punto vikingo que la distingue y deja que te sorprenda como espectador.

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