Historias veraniegas (3). Las películas que marcaron a mamá

La película favorita de mamá: 12 hombres sin piedad.

El otro día, mamá y yo tuvimos una charla larga. Muy larga. Últimamente estamos pasando más tiempo juntas, momentos de calidad y de aprendizaje. No está siendo un año fácil para ella, pero tira con fuerza del carro. No se rinde, porque ella es de naturaleza optimista. Como dice ella, estamos disfrutando a tope del presente. Me apetecía que recordara conmigo aquellas películas que por cualquier motivo le hubiesen marcado a lo largo de la vida. Mamá fue desgranándome un listado valioso y precioso y de cada película me decía un motivo por el cual se quedó en su memoria.

Era por la tarde y yo no dejaba de preguntarle. Primero, le dije que diez y luego la lista fue creciendo y creciendo. Algunas las vio de niña, otras de joven y las de más allá de más mayor. Esos largometrajes siguen dando vueltas en su cabeza, aunque no haya vuelto a enfrentarse a ellas o si las vuelve a ver, las disfruta como nadie, como si las descubriese por primera vez. De hecho, entre película y película pasaron las horas y lo pasamos muy bien, porque además yo iba preguntándole, insistiéndole y apuntando todo. Casi se nos hizo de noche.

Mamá vio cine desde que era muy niña. A mis abuelos les gustaba mucho, a los dos. Era un momento de ocio importante en sus vidas en un Madrid en blanco y negro. Mamá nació a principios de los años cuarenta… Así que son muchas décadas disfrutando de historias proyectadas en la pantalla. De hecho, seguimos yendo juntas a la sala de cine o a veces nos hemos pegado maratones de tardes cinéfilas. En un principio, la charla fue algo espontánea, pero según me iba contando y contestando; de pronto, me dije que sería una historia veraniega bonita para el blog.

Porque a través de las películas que vemos se pueden contar muchas historias, se entiende mucho de lo que somos. La mirada de mamá sobre ellas me hace comprenderla mejor. Con un listado de películas que nos marcan se puede contar toda una vida o saber la esencia de aquellos a los que amamos.

Las películas que marcaron a mamá me acercan a ella y también su mirada sobre los fotogramas me dice muchas cosas. Las historias que nos marcan y el porqué lo hacen revelan muchos aspectos o son una radiografía de aquello que nos mueve o remueve. La lista fue totalmente aleatoria, pero como todas las listas, reveladora. Esa tarde me habló de los siguientes largometrajes (aunque estoy segura de que en otro momento hubiesen sido otros y descubriría otras cosas de ella), aquí los comparto sin orden alguno, el único orden fue el de su memoria:

La primera que le vino cuando le pregunté fue Lo que el viento se llevó (Gone with de wing, 1939) de Victor Fleming (bueno, ya sabemos que hubo otras manos como George Cukor o Sam Wood). Y curiosamente por una escena épica. No se decantó por ningún momento romántico. Ella recordó la huida en el carro a través del incendio de Atlanta. Un momento límite en que los personajes no se amilanan, sino que hacen todo lo posible por salvarse, por salir entre las llamas. En el carro van Rhett Butler, Scarlett O’Hara, Melanie, su bebé y Prissy. Ninguno de ellos se rinde.

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Diccionario cinematográfico (240). Tijeras

Tijeras de podar tampoco faltan en el cine…

Pues estaba pensando en un artículo que recopilara ciertos thrillers de los noventas con contenido erótico, cuando me topé con una de las películas de Sharon Stone, antes del pelotazo de Instinto Básico, que aquí se conoce como Secretos íntimos, pero su título en inglés es Scissors… Nuestra protagonista aparece comprando unas tijeras en la secuencia de inicio, pues arregla muñecas antiguas, y le sirven posteriormente para defenderse de una violación en el ascensor… Bien que se las clava en el muslo al agresor… No se podía titular de otra manera. Rara, rara, rara…

Y me doy cuenta entonces de que las tijeras son de los más cinematográfico. Una película, amiga de este diccionario, porque me ha servido para ilustrar un montón de palabras tampoco puede faltar aquí: Eduardo Manostijeras, ese cuento de Tim Burton, con un ser distinto y del mundo de la fantasía que tiene en lugar de dedos… tijeras. Y corta de maravilla tanto pelos como jardines.

Pero las tijeras son objeto de suspense nunca mejor dicho. Hay dos momentos clásicos memorables. Uno, en la película de Robert Siodmak: en A través del espejo. Los instintos asesinos de una gemela vuelven a despertarse con unas tijeras encima de una mesa. Pero, como siempre, fue el maestro del suspense quien supo poner de los nervios a los espectadores con unas tijeras también en un despacho en Crimen perfecto, único objeto cotidiano del que puede apropiarse una dama en apuros para defenderse de una muerte segura. Seguimos con el suspense, y tampoco se puede olvidar a esa mujer trastornada y obsesionada por un hombre que rasga con unas tijeras un retrato… en la primera película de Clint Eastwood como director: Escalofrío en la noche.

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Joyas del cine clásico latinoamericano (I). Más allá del olvido, 1956, de Hugo del Carril

Más allá del olvido es el pistoletazo de salida de este nuevo ciclo de cine que propongo, que tendrá varias entregas. El ciclo ha nacido por un motivo concreto. Hace apenas una semana salió, como cada diez años, la nueva lista de la revista británica Sight&Sound donde se establecen las cien mejores películas de todos los tiempos. La lista ha dado mucho que hablar por varios motivos muy interesantes para analizar, pero hay algo en ella que me ha removido bastante y es que en dicho listado no se señala ni una sola mención al cine latinoamericano. Un cine para mí siempre vivo, rico en propuestas y con una larga historia.

Más allá del olvido, 1956, de Hugo del Carril

Más allá del olvido, primera joya del cine clásico latinoamericano.

Al blog Diccineario y a su autor Antonio Martín García por descubrirme esta joya

Un enorme retrato de una mujer, como si fuese una presencia viva, preside la estancia principal de una mansión. Un hombre devastado, que solo bebe y llora, no deja de mirarla. Más allá del olvido es una historia sobre ese lado oscuro del amor que tan bien reflejaba Alfred Hitchcock en películas tan emblemáticas como Rebeca y Vértigo. Y no nombro aposta estas dos últimas obras, porque esta película argentina bebe de la primera y es un precedente de la segunda. El realizador y actor Hugo del Carril elabora una historia de amor oscuro con gotas en su estilo de suspense decimonónico o noir victoriano.

La película rodada entre la ensoñación y la pesadilla logra una atmósfera que capta un romanticismo exacerbado al principio y se va convirtiendo en pesadilla siguiendo los pasos de un hombre que lucha para no volverse loco ante la ausencia de la amada. Hugo del Carril se inspira en una novela simbolista y experimental de Georges Rodenbach, Brujas, la muerta. Y ahí está el germen de ese viudo roto por la ausencia de su amor y que encuentra en las calles de Brujas a una mujer idéntica físicamente a su amada. El maestro del suspense adaptaría, sin embargo, para Vértigo una novela posterior de Pierre Boileau y Thomas Narcejac, De entre los muertos, que tenía una premisa similar, pero con una explicación lógica para el parecido físico y en forma de thriller psicológico.

Fue una película que tuvo un rodaje complejo y un estreno que la relegó inmediatamente al olvido. Y no fue hasta décadas después cuando comenzó a revalorizarse. Cuando Hugo del Carril la estaba rodando, se produjo el golpe de Estado de 1955 que derrocó a Perón. Entre otros fueron detenidos varios artistas simpatizantes del Gobierno, y uno de ellos fue Del Carril. Una vez liberado continuó con el rodaje y cuando se estrenó en 1956 le detuvieron de nuevo. El largometraje apenas duró en pantalla. Además pesó la prohibición, durante aquellos años, de la difusión de su obra cinematográfica y, por tanto, no tuvo fácil la distribución de sus películas.

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10 razones para amar Vértigo (Vertigo, 1958) de Alfred Hitchcock

Razón número 1: En busca de miradas

El libro que me ha hecho volver a ver otra vez Vértigo.

Un nuevo libro cayó en mis manos hace poco: Las mujeres que sabían demasiado. Hitchcock y la teoría feminista de Tania Modleski (El mono libre, 2021). Siempre me apetece descubrir otras miradas hacia aquellos cineastas que provocan mi interés. Y Alfred Hitchcock es uno de ellos. El libro es un ensayo de los ochenta, que la autora volvió a reeditar en el siglo XXI y que ahora es editado por primera vez en español, y se centra sobre todo en el análisis de los personajes femeninos de siete películas del realizador británico (Chantaje, Asesinato, Rebeca, Encadenados, La ventana indiscreta, Vértigo y Frenesí).

Del estudio de Tania Modleski rescato varias ideas que ahondan en la complejidad del realizador. La autora analiza al director del suspense dentro de la teoría feminista y el sistema patriarcal, pero hace hincapié en la dificultad que presenta la mirada sobre sus películas y los personajes femeninos. Porque no es tan fácil colgar una etiqueta de misoginia en el maestro del suspense, y quedarse solo en ese análisis. Hay algo indudable: las películas del maestro del suspense seducen y apasionan a hombres y mujeres.

En este interesante estudio, y después del análisis de diversas películas, la autora explica la empatía e identificación que el director genera varias veces hacia los personajes femeninos; la atracción hacia lo femenino que muestra el director, pero que a la vez es fuente de miedo y tensión; la fuerza del deseo femenino en su filmografía, y la importancia de los personajes femeninos ausentes que habitan en un “espacio ciego” que no sale en pantalla; los impulsos subversivos y hostiles de personajes femeninos ante figuras masculinas opresoras; los personajes femeninos de sus películas tienen mucha más vida, más allá de la mirada en las que los hombres protagonistas las encierran…, logran salir de la casa de muñecas; el punto de vista de los personajes femeninos a veces se le escapa y enriquece así los significados de muchas de sus películas; y, por último, muchos personajes femeninos no se someten ni a los deseos ni a las expectativas de los hombres que las acompañan en la trama.

De pronto, cuando terminé la lectura del libro, sentí muchas ganas de volver a mirar Vértigo y ahondar en muchas ideas que siempre han rondado por mi mente.

Razón número 2: Midge Wood

En este nuevo visionado de Vértigo me fijé mucho más en el personaje de Midge Wood (Barbara Bel Geddes) y en la historia que se nos cuenta con tan solo unas cuantas apariciones, así como su desaparición abrupta de la trama. Midge Wood transmite mucha paz en su espacio propio, su apartamento. Es además, un lugar al que libre y asiduamente acude Scottie. Los dos conservan una amistad cómplice, se conocen desde la universidad y hacen planes juntos. Midge Wood es una mujer independiente, trabajadora y vive sola, además posee un acentuado sentido del humor.

Pero en un momento determinado, en la primera secuencia en la que ambos conversan relajadamente, Scottie hace mención a que una vez salieron juntos, y fueron novios. Entonces la cámara de Alfred Hitchcock se acerca al rostro de Midge para descubrirnos solo a nosotros (no a Scottie) lo que siente: que a pesar de que le contesta desenfadadamente, ella sigue queriéndolo y esos seis meses, que le dice duró la relación, significaron mucho. A partir de este momento, el espectador sabe que Midge es una mujer enamorada y no correspondida.

Ella es diseñadora de ropa interior, creativa e imaginativa. Sus gafas no solo reflejan su faceta intelectual, sino también su capacidad de observación. Todo lo mira, nada se le escapa. De hecho, ella sabe antes que Scottie que él se enamorará profundamente de Madeleine Elster, y también se da cuenta de que aun después de muerta, Scottie la sigue amando. Y que en la vida de su enamorado no puede pintar nada.

Por otra parte, Wood sabe relacionarse. Es directa y no la cuesta comunicarse con los demás. Por eso, Scottie, sabiendo su don de gentes, acude a ella para pedirle si conoce a alguien que sepa historias pasadas de San Francisco. Si está sola es porque quiere, puede y también porque tiene claro con quién le gustaría estar.

Cuando gasta una broma realmente divertida y cómplice a Scottie (ese autorretrato como si fuese Carlota Valdés), y ve cómo reacciona él, Midge se enfada con ella misma, pues se da cuenta de que en ese instante el hombre al que ama está muy lejos de la zona de confort en la que “habitaban” ambos antes de la aparición de Madeleine Elster.

Desaparece de manera abrupta al final de la primera parte de la película, cuando visita a un Scottie catatónico, después del fallecimiento de Madeleine. Pero le dice algo antes de marcharse: “Siempre estaré ahí”. Y se aleja por el pasillo del psiquiátrico con una luz cenital. Y eso dice todo de esta historia, Midge siempre estará ahí, no desaparecerá de la vida de Scottie. Cuando este decida salir de su compleja espiral, sabrá que ella no se ha ido.

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Diccionario cinematográfico (233). Gafas II

Las gafas de Extraños en un tren.

Hace muchos años realicé la primera parte. Ahí hablaba de las gafas de Harold Lloyd (¿sería el mismo sin ellas?), de las de Clark Kent antes de convertirse en Superman o las de Lolita en forma de corazón. Y es que hay gafas icónicas. ¿Identificaríamos a Harry Potter sin ellas? Sin duda, son un objeto totalmente cinematográfico.

Cuando da clases como un tímido y apocado profesor de universidad, Indiana Jones se pone unas gafas redondas. O el álter ego de Woody Allen al igual que él las lleva en todas sus películas, faltaría algo si no las tuviese.

Alfred Hitchcock rueda uno de sus asesinatos más tremendos a través del cristal de unas gafas de la víctima en el suelo en Extraños en un tren. O en Impacto criminal de Richard Fleischer, estas se convierten en todo un símbolo, en un detonante y en una duda durante un juicio.

¿Veríamos a Audrey Hepburn igual sin sus gafas de sol chic en Desayuno con diamantes o en Dos en la carretera?¿Hubiesen sido tan icónicos los protagonistas de Reservoir dogs sin ellas?

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Diccionario cinematográfico (232). Cumpleaños feliz

Yo hoy he tenido el privilegio de tener mi Desayuno con diamantes particular y especial en exclusiva. 

Pues, sí, hoy estoy teniendo un peculiar y extraño día de cumpleaños feliz en confinamiento. Pero soy afortunada. Estoy recibiendo llamadas, videollamadas, mensajes de wasaps de gente que quiero mucho. Incluso he recibido una visita sorpresa muy segura desde la calle, y yo he salido al balcón de mi casa como Rapunzel para agitar feliz mi mano (confieso que ganas no me han faltado de bajar corriendo, abrazar y besar…, pero he logrado frenarme). Es más, he tenido el privilegio de que me toquen a mí sola el cumpleaños feliz en violín desde Galicia… No me puedo quejar.

Pero lo más emocionante ha sido el vídeo que se ha currado mi familia. He reído y llorado a la vez. Una película para mí sola donde cada uno de los miembros de mi familia ha recreado una secuencia cinematográfica desde sus hogares. Los créditos ya de antología… con un reparto de lo más especial y unos bailes de pies con calcetines de colores sin igual a lo Footloose. He visto la película más bonita del mundo. Ahí estaba Escarlata O’Hara jurando que jamás volverá a pasar hambre, con el puño en alto y el viento a su alrededor. También el mismísimo Roy Batty me ha recitado un monólogo muy especial (he llorado de la risa), y es que Blade runner no podía faltar. He vuelto a revivir, desde México lindo, la secuencia de la ducha de Psicosis, con un Norman Bates y una Marion Crane muy especiales. Pero esta vez no podía reprimir las carcajadas. ¡Hasta Sister act… me ha enseñado de nuevo a cantar en el coro! Un bellísimo hombre con la camiseta mojada ha gritado, cual Stanley Kowalski: Stellllaaaaa. La misma Novia con su chándal amarillo y su espada amenazadora me ha señalado en un primer plano que ni el mismo Tarantino hubiese imaginado. Y la mascota de una de las casas, un lindo canario, ha protagonizado una aterradora escena de Los pájaros, con música de Bernard Herrmann de fondo acentuando el momento de miedo. Por último, aparición estelar de Holly Golightly en miniatura con rigurosas gafas de sol, con cruasán y taza de leche…, frente a Tiffany-ventana… Demasiado glamour. ¿No es la película más alucinante del mundo? Tenía que compartirla con vosotros en mi blog-hogar. Sigo celebrando… Champán y celuloide para todos.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Diccionario cinematográfico (231). Cabina telefónica

Los pájaros

La cabina telefónica como refugio.

Quién me diría que la cabina telefónica terminaría siendo un elemento urbano del pasado. Y de pronto me entra la nostalgia. ¡Cuántas veces utilicé las cabinas en la calle! ¡Cuántos nervios porque no funcionaba o porque te quedabas sin monedas y veías que se iba a cortar la llamada! ¡Alguna vez llegué a dictar una noticia por una de ellas! Por supuesto el cine tiene cabinas, cabinas míticas.

Siempre que se nombran aquí particularmente nos viene a la cabeza un mediometraje de Antonio Mercero angustioso, La cabina (1972).

Pero tampoco se nos olvida una Tippi Hedren horrorizada, que ve desde una cabina los ataques de los pájaros y que observa cómo intentan también traspasar el habitáculo donde está protegida. Hedren atrapada en Los pájaros (1963)

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Diccionario cinematográfico (230). Casas con personalidad propia

Con la muerte en los talones

¿Te vienes a casa?

Hay casas o mansiones en la pantalla de cine, que no olvidas. En unas te quedarías a vivir siempre. En otras preferirías no haber entrado. Son casas con personalidad propia, con vida. Por supuesto, están las clásicas e inolvidables. Hay habitaciones que no se te olvidan nunca.

Hitchcock nos regala varias: la casa de Norman Bates, Manderley, la casa de Atormentada o la maravillosa casa donde vive el villano de Con la muerte en los talones, diseñada por Frank Lloyd Wright.

Si seguimos con el cine clásico, Frank Capra nos ofrece en sus películas casas apetecibles, como esa que se cae a pedazos, pero siempre tiene aires de hogar en Qué bello es vivir o esa donde vive una familia caótica y que se resiste a abandonarla en Vive como quieras.

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Fascinación (Obssesion, 1976) de Brian de Palma

Fascinación

Aviso: si no la has visto, y no quieres saber nada, sino mantener el suspense, advierto que cuento prácticamente toda la trama

Michael Courtland (Cliff Robertson), entre alucinado y fascinado (nunca mejor dicho), escucha a Sandra Portinari (Geneviève Bujold), una ayudante de restauración, que le explica cómo debajo de un fresco de la Virgen de Agnolo Gaddi había otra pintura más antigua, una especie de borrador, y que tuvieron que decidir entre restaurar el original, pero sin saber nunca qué había debajo, o ver lo que había oculto. Pregunta entonces a Michael que él qué hubiese hecho. Este contesta que conservar la pintura de Gaddi, y añade “debemos proteger la belleza”. Bien, algo así ocurre con este artilugio maravilloso que es Fascinación de Brian de Palma, donde está esta secuencia. Es mejor dejarse llevar por esta bella y retorcida historia de amor más allá de la muerte y por todo un metraje de ensoñación y nebulosa, que rascar y encontrar lo inverosímil que se esconde tras las imágenes. Algo semejante ocurría con su fuente de inspiración, algo que nunca ocultó Brian de Palma, Vértigo (Vertigo, 1958) de Alfred Hitchcock.

Hay películas donde es absurdo emplear la lógica, sino que lo mejor es dejarse fascinar obsesivamente y arrastrarse por sus imágenes escuchando una banda sonora brillante que hace que el espectador se deslice con emoción por cada una de las secuencias. Y es que es Bernard Herrmann, uno de los compositores de cabecera del maestro de suspense, quien creo la partitura para otra historia de amor obsesivo y oscuro. Si además se emplea como plató cinematográfico dos ciudades como Florencia y Nueva Orleans y la luz suave, como de sueño continuo, del director de fotografía Vilmos Zsigmond, se logra alcanzar un estado de hipnosis. Pero es que también, para escapar de toda lógica, la película cuenta con el espíritu atormentado de Paul Schrader en el guion. Schrader se dedica a bajar a los infiernos, para qué diablos quiere ser verosímil.

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Joyas del suspense decimonónico: noir, terror y psicología

Luz de gas

Pistoletazo de salida al suspense decimonónico.

Una película británica de 1940 iba a dar el pistoletazo de salida para varias películas ambientadas durante el siglo XIX, más concretamente durante el periodo victoriano, o principios del siglo XX donde se manejaban historias de suspense, con gotas de puro cine noir y también códigos del cine de terror. Esa serie de películas han recibido nombres como suspense deminónico o noir victoriano y no hay duda de que el recorrido está repleto de joyas y sorpresas. La película en cuestión sería Luz de gas (Gaslight, 1940) de Thorold Dickinson con un marido enloqueciendo poco a poco a su mujer, y ridiculizándola en cada momento, sobrepasando la crueldad enfermiza. No falta nada: miedo, locura, asesinato, venganza… Los protagonistas serían Anton Walbrook que construiría a un personaje francamente desagradable y una delicada Diana Wynyard. Pero sería su remake americano, cuatro años después, quien pondría de moda este tipo de películas, Luz que agoniza (Gaslight, 1944) de George Cukor. Con un atormentado y malvado Charles Boyer que hace la vida imposible a una enamorada y sufrida Ingrid Bergman. Ambas obras cinematográficas adaptaban la obra teatral de Patrick Hamilton.

No obstante ya había antecedentes interesantes entre estos cuatro años. Y esta vez de la mano de Charles Vidor con El misterio de Fiske Manor (Ladies in Retirement, 1941), una película fascinante, y como escribí en su momento “con la presencia de un poderoso reparto femenino y de un seductor pero oscuro Louis Hayward (esposo en aquellos años de Ida Lupino), se construye una historia enfermiza con unos personajes con unas psicologías muy especiales y unas relaciones complejas. Pero además les rodea la niebla, el paraje solitario, los rayos y truenos de las noches de tormenta, la débil luz y las sombras de los quinqués, los sótanos, las velas, las escaleras y las imágenes religiosas… con momentos poderosísimos como el efecto que puede causar la melodía de un piano o el terror que puede provocar una persona bajando por unas escaleras… o lo que significan unas perlas rodando por el suelo… Y ya se va preparando al espectador para la atmósfera siniestra de la historia desde unos títulos de crédito con niebla y lápidas…”. Y es que algo que cuidan esta serie de películas son la ambientación (la presencia de los quinqués, las tormentas, la niebla y las escaleras o sótanos se comparte en varias de ellas), pero también la compleja psicología y las relaciones entre los personajes, que los acercan al cine negro y a esa fatalidad que sobrevuela sobre ellos.

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