10 razones para amar Noche en la ciudad (Night and the City, 1950) de Jules Dassin

Harry Fabian corre en una carrera sin retorno en Noche en la ciudad.

Razón número 1: Cine negro en estado puro

Noche en la ciudad es cine negro en estado puro. No solo el increíble uso del blanco y negro, la importancia de la atmósfera conseguida, el espíritu pesimista que rodea la historia, el destino del personaje principal tatuado en su frente, la peculiaridad de la ciudad y sus bajos fondos, la presencia del antihéroe como protagonista, las cuestiones sociales siempre en primer plano, el realismo mostrado con veracidad, el romanticismo trágico o la redención final como ingredientes indispensables revelan su adscripción al género, sino también porque los implicados sabían bien cómo realizar este tipo de películas, además de que el momento en el que se realizó y las circunstancias que la rodearon eran tan oscuras, tensas y pesimistas como el alma de la película.

Jules Dassin estaba encadenando a finales de la década de los cuarenta (década que fue la etapa de oro del cine negro estadounidense) una serie de largometrajes del género que culminaron fuera de EEUU con Noche en la ciudad en Londres y Rififi (Du rififi chez les hommes, 1955) en París. Dassin es una de las figuras claves del film noir con historias tan características como las reflejadas en Fuerza Bruta (Brute Force, 1947), La ciudad desnuda (The Naked City, 1948) y Mercado de ladrones (Thieves’ Highway, 1949).

La novela que servía como material de partida, con el mismo título que la película, de Gerald Kersh, contaba con ambientes que bien conocía su autor por moverse entre pubs nocturnos y haber tenido empleo en el ámbito de la lucha libre en Londres. Por otra parte, Dassin contó con la profesionalidad del director de fotografía Mutz Greenbaum, que ya había realizado dos películas de cine negro victoriano notables como So Evil My Love y Gritos en la noche y con la labor del guionista Jo Eisinger, que abordó uno de sus mejores trabajos, aunque fue una de las plumas también presentes en el guion de otra obra mítica del cine negro estadounidense, Gilda.

Razón número 2: Al borde del exilio

Las circunstancias extracinematográficas de Noche en la ciudad son muy especiales, pero hacen entender mucho mejor el alma que subyace en cada uno de los fotogramas. Ese pesimismo y poca fe en el mundo, pero también una mirada de compresión hacia el personaje del perdedor. Se respira el pesimismo, el desencanto hacia el ser humano, la traición, el dolor de la delación. Se siente la tensión. La incertidumbre y el desequilibrio.

Jules Dassin se encontraba en un momento extremadamente delicado, pues la caza de brujas estaba en su apogeo y el director se hallaba en el punto de mira. El productor de la Fox, Darryl F. Zanuck, decidió alejarle de EEUU, y el rodaje de Noche en la ciudad se trasladó a Londres. Aunque después del rodaje regresó a EEUU, sufrió inmediatamente la presión del macartismo, su nombre fue dicho en varias declaraciones de distintos compañeros, formó parte de las tristes listas negras y no tuvo más remedio que exiliarse a Europa. De hecho, hasta cinco años después no consiguió los apoyos necesarios para realizar Rififi, cuyo éxito le permitió llevar a cabo una segunda carrera cinematográfica en Europa.

Así que Jules Dassin sabía que estaba en el punto de mira y se sentía tan presionado como Harry Fabian, el protagonista de su película. Así a ese timador de poca monta le envuelve una pátina de compasión y comprensión ante la encerrona que va sufriendo.

Razón número 3: Harry Fabian

Harry Fabian se carga todos sus sueños y una posible vida feliz junto a Mary.

El actor Richard Widmark se estaba convirtiendo en un actor imprescindible del género; de hecho debutó en la magnífica El beso de la muerte. Su presencia podía denotar la maldad más absoluta como en su debut o estar al lado de la ley y ser absolutamente creíble como en Pánico en las calles o Un rayo de luz. Solo que en Noche en la ciudad logra mostrar un personaje ambiguo, que si bien empieza transmitiendo rechazo, termina provocando la compasión del espectador.

En Noche en la ciudad, su carisma le permite dar matices fundamentales al personaje de Harry Fabian. Este perdedor y timador de poca monta que se mueve en los bajos fondos y tiene grandes sueños de grandeza y ambiciones, deseando dar el pelotazo que le permita vivir tranquilo, no tiene escrúpulos a la hora de engañar y enredar a los que le rodean. Es capaz de engañar a su novia o engatusar a un hombre mayor para que baile a su son. Solo desea una vida mejor, pero no le importa si tiene que pisar para lograr sus objetivos. Posee una energía sin igual y aunque fracase una y otra vez y deba dinero a todo el mundo y cada vez tenga menos credibilidad, enseguida vuelve a levantarse y a intentar dar otro palo.

Sin embargo, Harry Fabian muestra también su vulnerabilidad, sus sueños, su alma de perdedor, su desesperación por esa vida que no logra y, finalmente, el dolor que siente y el desencanto cuando descubre que toda su vida ha sido un error, que no ha hecho nada bien y que tal y como ha hecho él, todo el mundo a su alrededor le delata y le traiciona. Ni siquiera le permiten que le salga bien su redención final, cuando trata de compensar a la mujer que quiere, pero que nunca ha cuidado.

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Redescubriendo clásicos (1). Sangre en Filipinas (So Proudly We Hail!, 1943) de Mark Sandrich / Miedo en la tormenta (Storm Fear, 1955) de Cornel Wilde

Sangre en Filipinas (So Proudly We Hail!, 1943) de Mark Sandrich

Sangre en Filipinas, la historia dura de un grupo de enfermeras en la Segunda Guerra Mundial.

Películas bélicas en tiempos de guerra. Sangre en Filipinas esconde varias sorpresas. En plena Segunda Guerra Mundial, Hollywood pone en marcha la maquinaria. Se estrenan un montón de títulos de dicho género. Algunos meramente propagandísticos y otros que encerraban bastante más. Sangre en Filipinas, un éxito de público y taquilla de aquellos tiempos, muestra un sorprendente drama bélico con un punto de vista bastante atractivo. La guerra desde el punto de vista de las enfermeras que trabajaban en primera línea.

Mark Sandrich, habitual director de películas de Fred Astaire, sorprende con Sangre en Filipinas, un drama bélico de gran fuerza emocional con momentos muy a tener en cuenta cinematográficamente hablando. La gran baza de este largometraje de la Paramount es obviamente su reparto femenino con tres grandes estrellas de Hollywood y un grupo de buenas secundarias. Los roles masculinos corren a cargo de actores que encontraron su oportunidad por no estar en aquellos momentos, por distintos motivos, en el campo de batalla, no como otras estrellas de cine que estuvieron durante esos años fuera de las pantallas cinematográficas.

Por otra parte, presenta un reflejo de la guerra bastante crudo y no un momento de victoria, sino de incertidumbre total. De no saber muy bien qué es lo que iba a ocurrir en un futuro próximo. Justamente la película ilustra cómo el ataque inesperado a Pearl Harbour cambia el destino de un grupo de enfermeras que terminan en Filipinas, en concreto en Bataán, y el asedio continuo que sufren por parte del ejército japonés. Así se presenta la historia sin una imagen edulcorada y sí es bastante realista al reflejar el trabajo incansable y valioso de este grupo de mujeres. La película empieza con la evacuación de las enfermeras de la zona de combate, pero sin saber cuál será el destino de sus compañeros ni si acabará de una vez la guerra.

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10 razones para amar El callejón de las almas perdidas (Nightmare Alley, 1947) de Edmund Goulding

El monstruo de El callejón de las almas perdidas es la clave de esta historia.

Razón número 1: Una historia negra

No es fácil encajar El callejón de las almas perdidas en un género concreto. Es una película negra, muy negra. Oscila entre el cine negro más puro y el drama psicológico. La ambigüedad moral de la mayoría de sus personajes, el que todo conduzca al protagonista a un destino cruel, el relato de una caída sin redención posible, la atmósfera que atrapa, el uso certero del blanco y negro, la construcción perfecta de sus personajes, el buen reflejo de la manipulación… Es una obra cinematográfica pesimista sobre el ser humano y la supervivencia en un mundo hostil, propia de los tiempos que corrían, con una Segunda Guerra Mundial todavía cercana y mucho desencanto a cuestas. Es tal la fuerza de esta historia tan negra, que aún hoy sobrecoge.

La película cuenta como base con la novela de William Lindsay Gresham, que publicó en 1946 (editada en castellano con el mismo título que el film) y tuvo éxito inmediato. El autor fue un hombre con una vida tormentosa y perseguido por la sombra del alcoholismo. El motor de arranque para escribir dicha historia fue precisamente una anécdota que le contaron durante su estancia como voluntario en la Guerra Civil Española. Dicha anécdota versaba sobre un número de feria para el que se empleaba a un hombre alcoholizado.

Razón número 2: El relato circular perfecto: el monstruo

Uno de los puntos fuertes de El callejón de las almas perdidas es la perfección del relato cinematográfico en su estructura. Es una historia circular sobrecogedora. Nada más conocer a Stanton Carlisle (Tyrone Power) sentimos lo que le atrae y le sobrecoge «el monstruo» de la feria donde ha recalado para ganarse la vida y prosperar. El monstruo nunca se ve, solo sabemos que es uno de los números que más atraen al público. Un ser salvaje que se come a animales vivos y crudos (le tiran a una poza gallinas vivas y la gente se asombra de cómo las devora).

Tan solo se refieren a él. Stanton se pregunta que cómo alguien puede caer tan bajo, no lo entiende, pero a la vez le fascina. Porque por lo que nos van revelando «el monstruo» fue un artista de feria que tuvo su momento de gloria, pero que cayó en la pesadilla del fracaso y el alcohol. Ahora es una persona enferma con deliriums tremens, que consigue sus dosis de alcohol y cobijo con ese trabajo degradante en la feria.

Lo que aterra es cómo se nos va revelando poco a poco que «el monstruo» solo era un aviso del destino que le espera a Stanton, que también prospera y tiene éxito hasta que su propia ambición y malas artes le hacen caer desde lo más alto. La película plasma uno de esos finales que no se olvidan.

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Diccionario cinematográfico (237). Supermercados

En Blue Jay, un encuentro en un supermercado puede permitir aquellas palabras que una pareja nunca se dijo…

Supermercados. Pues esta palabra me ha venido a la cabeza por dos motivos. Uno, porque hace dos meses me pasé por delante de dos cines emblemáticos de Madrid que se llamaban los Roxy A y B y que cerraron en 2013, pero que no construían nada en los locales, y cual fue mi gran tristeza al ver que ya se habían convertido en dos supermercados. Y es que ese es el destino de muchos cines emblemáticos. Mismamente el supermercado donde compro, fue un cine al cual iba de niña, una sala que durante los ochenta proyectaba unas originales sesiones dobles de actores, directores o géneros.

El otro motivo por el que elijo esta palabra es que no hace mucho vi una pequeña película que logró conquistarme. La historia de una mujer y un hombre de unos cuarenta que se encuentran después de muchos años en un supermercado. Y a partir de ese momento pasan todo un día juntos y vamos reconstruyendo todo lo que vivieron y lo que les depara la vida ahora. Los dos se enamoraron de adolescentes… y luego por circunstancias y obstáculos se fueron separando. Pero les quedaron cosas por decirse y después de varios años pueden hacerlo gracias a un encuentro casual en el supermercado. Blue Jay de Alexandre Lehmann es de esas sorpresas inesperadas. Solo dos personajes, Jim (Mark Duplass) y Amanda (Sarah Paulson), unos pocos escenarios y los recuerdos.

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Sesiones dobles de verano (II). Mujeres condenadas a la pena de muerte: Yield to the Night (1956) de J. Lee Thompson / ¡Quiero vivir! (I Want to Live!, 1958) de Robert Wise

Esta sesión sobre la pena de muerte trae varias sorpresas. Un realizador de carrera irregular, pero con unos títulos de lo más interesantes a lo largo de su filmografía: J. Lee Thompson. Y uno de los grandes olvidados, Robert Wise, puesto en la categoría de directores artesanos, pero con una carrera amplia y cargada de títulos estrella. Ambos muestran una sensibilidad especial a la hora de tratar el tema con dos actrices de armas tomar. Por un lado, la respuesta en Gran Bretaña a Marilyn Monroe: Diana Dors. Y, por otra parte, una de las reinas del melodrama en EEUU: Susan Hayward.

Yield to the Night (1956) de J. Lee Thompson

Mary (Diana Dors) y la angustia de la espera en Yield to the Night.

J. Lee Thompson mostró en sus primeros años una sensibilidad especial a la hora de contar historias complejas. Por ejemplo, en Amenaza siniestra y La bahía del tigre refleja de manera cruda y no exenta de belleza los miedos infantiles, y las dificultades de los niños en sus relaciones con adultos atormentados. O en Woman in a Dressing Gown habla de la triste descomposición, desencanto y monotonía de una familia británica.

En Yield to the Night se atreve con un relato especial. La tensa espera de una mujer hasta que se ejecuta la pena de muerte a la que está condenada. El relato, en primera persona, cae sobre los hombros de Diana Dors, que ofrece todo un abanico de matices a su personaje.

La película empieza como una de puro cine negro: mostrándonos durante los primeros minutos cómo Mary, la protagonista, comete un asesinato. Dispara a sangre fría a otra mujer que se baja de un coche. Todo con un suspense y una manera de rodar, con ritmo y tensión, que atrapa al espectador.

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Stanley Kubrick, relatos soñados (I). Diez claves para disfrutar la sala Goya

Quiero contaros en dos artículos la exposición de Stanley Kubrick con la que he podido aprender mucho. Creo que refleja pasión por el cine, además de plasmar el proceso creativo de un cineasta clave. Es también un canto al cine analógico cuando las películas solo se proyectaban en sala de cine y en una pantalla grande. Ha sido una bonita aventura, así que me hacía ilusión enseñaros la muestra a través de mis palabras. En esta primera entrega me centraré en lo que se puede ver en la sala Goya y trataré de explicar cuál era nuestra intención a la hora de mostrar cada una de las piezas.

1. Dos salas. El primer reto al que nos enfrentamos a la hora de pensar en la muestra era que contábamos con dos espacios en dos pisos diferentes del emblemático edificio del Círculo de Bellas Artes: la sala Goya y la sala Picasso. ¿Cómo darle sentido a esta división? ¿Cómo aprovecharlo para un discurso expositivo? Pronto nos dimos cuenta de que lejos de ser una desventaja era una oportunidad. Entre otras cosas, Stanley Kubrick siempre jugó con los conceptos de doble, dualidad o duplicidad en su filmografía. Tanto en los personajes de sus películas como en la estructura de sus historias.

Como fotógrafo adolescente en Look, realizó un reportaje sobre el boxeador Walter Cartier (Prizefighter, 1949). Walter tenía un agente: su hermano gemelo, Vincent. Este trabajo sería el germen de su primer cortometraje documental (Day of the Fight, 1951). Y, tal vez, aquí comenzó a perfilarse la obsesión de Kubrick por la duplicidad. No es raro en sus largometrajes encontrar dobles de ciertos personajes o la presencia de gemelos. Por ejemplo, en su primera película Miedo y deseo: una patrulla deambula en territorio hostil y cuando se encuentran con el enemigo, estos tienen los mismos rostros que ellos. O siempre son recordadas las gemelas Grady en El resplandor.

Pero es que muchas de las estructuras narrativas de sus películas son como si el personaje se mirase en un espejo y su mundo se pusiese patas arriba. No hay más que recordar los recorridos de sus personajes más emblemáticos que van del ascenso en su primera parte al descenso y la pesadilla en la segunda: Alex DeLarge (La naranja mecánica) protagoniza sus tropelías y, después, su particular infierno con el libre albedrío anulado. O Barry Lyndon, primero vemos su ascenso social y más tarde su caída en picado en la desgracia.

Así cobraba todo el sentido una doble mirada en la muestra expositiva. Además, también quedaba constancia de un aspecto fundamental a la hora de estudiar su filmografía: hay un antes y un después de 1968. Primero, la obra del cineasta sirve para estudiar la evolución del cine en Hollywood, pues se ve claramente el paso del cine clásico al cine moderno a través de sus películas. Segundo, a partir de 1968 alcanza uno de sus sueños: el absoluto control de su obra cinematográfica, tanto creativa como económicamente.

2. Los secretos de la sala Goya. Siempre que la veo, confieso que de las dos salas es mi consentida, la que más me gusta. Para la sala Goya imaginamos que el visitante se metía en la mente de un genio y que a partir de ahí lograba entender ciertas claves de su obra cinematográfica. Nos pareció buena idea plasmar aspectos formales y temáticos a través de sus inicios y sus primeros trabajos cinematográficos. A la vez también quisimos dejar constancia de otra manera apasionante de conocer a un artista: mostrando los proyectos que nunca realizó. Por otra parte, deja constancia de algo vital para entender a Stanley Kubrick: todas sus pasiones tempranas se vuelcan en su obra cinematográfica y contribuyen a ese cuidado del proceso creativo, a ese perfeccionismo que siempre le acompañó. Y esas pasiones son: la fotografía, el ajedrez, la lectura, la música… y el cine.

La apariencia física que tiene ahora mismo la sala ya muestra varias cosas del maestro: su interés por la simetría y las formas geométricas, una manera concreta de rodar (la perspectiva frontal con un punto de fuga) y la importancia que tuvo el ajedrez en su vida. Stanley Kubrick fue un perfeccionista en la puesta en escena. Apostaba en sus encuadres por la simetría y la presencia de formas geométricas perfectas. Además uno de sus sellos de autoría son sus planos secuencia, su manera de filmar largos pasillos o la forma de mover la cámara por las estancias. Ahí puede experimentarse su famosa perspectiva frontal con un punto de fuga. Desde el acceso a la sala, con su nombre y apellido en los laterales y en el fondo el audiovisual de introducción, estamos escenificando esa perspectiva. Pero también en la gran vitrina central que recorre y divide toda la sala.

Los colores con los que jugamos son el blanco y el negro, como las casillas de un tablero de ajedrez…, tanto en las paredes como en las cartelas. Algunas veces en la gráfica se escapa otro color: el rojo, característico de varias películas de Kubrick. El color de las emociones y el desequilibrio.

El ajedrez, una de sus pasiones tempranas (en su juventud incluso llegó a ganarse la vida como jugador), le permitió una visión total de cada una de sus películas, una capacidad de concentración y control en los rodajes y crear con estrategia y táctica. Como se puede apreciar en la exposición, en muchas de sus películas el ajedrez está presente, incluso la metáfora de la vida como batalla.

3. La mirada. Uno de los aspectos más importantes de sus largometrajes es la peculiaridad de su mirada y la perfección técnica que logró en cada una de sus películas para mostrar exactamente lo que él quería. Así que ese tenía que ser el primer aspecto formal reflejado. De hecho, hay numerosos testimonios sobre los ojos y la mirada de Stanley Kubrick. Era algo que llamaba la atención de todos aquellos que lo conocían. En un momento dado Kirk Douglas dijo: «Se limitaba a mirarte con sus grandes ojos».

Kubrick fue un autodidacta en la dirección y antes de dirigir, trabajó en la revista Look. La fotografía le hizo entender el cine como una experiencia visual, y nunca tuvo miedo de probar todo tipo de cámaras y objetivos así como buscar las tecnologías necesarias para plasmar lo que realmente deseaba. Así que era importante reflejar su mirada como fotógrafo de Look, y dejar ver cómo ya desde la fotografía apuntaba maneras.

4. El espacio y el tiempo. Tampoco podíamos dejar de lado el tratamiento del tiempo (una de las cosas más difíciles de plasmar en una pantalla de cine) y la importancia del espacio en cada una de sus producciones, centrándonos sobre todo en el género que le sirvió de aprendizaje: el cine negro. En este tipo de películas la ambientación era fundamental, pero también el paso del tiempo, la tensión y el ritmo que se requerían a la hora de ejecutar un atraco o planear una huida, así lo consigue en El beso del asesino y Atraco perfecto.

Pero además en sus películas de cine negro moldearía ya alguna de las características de los héroes kubrickianos: sus protagonistas tienen un objetivo concreto o un plan perfecto, pero las emociones lo hacen saltar todo por los aires; la ambigüedad moral de sus personajes; y ofrecer una mirada hacia el mundo pesimista, además de proporcionar un destino trágico para sus héroes.

5. El humor. Otra cosa interesante que no podía faltar y que había que destacar porque no se suele tener en cuenta a la hora de analizar su obra es la presencia del humor. Un humor negro y oscuro que siempre se puede identificar en cada una de sus películas. Centrándonos en Teléfono rojo: volamos hacia Moscú se percibe cómo lo usa a lo largo de su filmografía. A través de actores con una vis cómica evidente, como Peter Sellers; con gags visuales, como ese molesto brazo en alto del doctor protagonista, que no puede controlar; la exageración en los gestos o en el lenguaje empleado, como muestran la mayoría de los personajes de la película; o el contraste y el choque para provocar la risa incómoda, como un cowboy encima de una bomba.

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Vivir sin aliento (Breathless, 1983) de Jim McBride

El director Jim McBride y su particular Al final de la escapada

La osadía a veces funciona. Y Jim McBride fue un osado con Vivir sin aliento. ¿Hacer un remake de una de las joyas fundacionales de la Nouvelle Vague? ¿Atreverse a trasladar el universo de Al final de la escapada (1960) de Jean Luc Godard a los alrededores de Las Vegas? ¿Intentar recrear la magia de dos intérpretes míticos como Jean Paul Belmondo y Jean Seberg? Pues sí, se atrevió a todo esto.

Y además Jim McBride logró una película con personalidad propia arrastrando toda una mitología cinematográfica de cine negro en Hollywood: las parejas malditas perseguidas por la justicia y con un halo de amor fou en sus historias, tratando de llegar a la frontera. No solo eso, sino que creó una historia con sus propios referentes. Dio un vuelco al existencialismo francés y sus personajes buscaron la redención final.

Richard Gere da vida a un personaje carismático. Jesse, un ladrón de poca monta y hortera, que ama a Monica (Valérie Kaprisky), una sensual estudiante de arquitectura parisina. Porque para él cada día es todo o nada.

El actor, en el momento de rodar la película, es heredero de los duros de Hollywood que encarnaron personajes con un halo de malditismo (los primeros Paul Newman, Warren Beatty, James Dean, Montgomery Clift o Marlon Brando), cuenta con una sensualidad exhibicionista (en todas sus primeras películas Gere se desnuda sin complejo alguno y deja ver toda su anatomía) y con un sentido trágico de la vida innato en un mundo moderno que lo termina devorando.

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El susto (Shock, 1946) de Alfred L. Werker

El susto, una buena película de serie B, que refleja la psicología de una época.

Una mujer joven, que espera reencontrarse con su esposo en un hotel, es testigo de un asesinato a través de una ventana: un hombre y una mujer están discutiendo sobre su divorcio. De pronto, él pierde los estribos, coge un candelabro y golpea en la cabeza a su contrincante, matándola. La testigo se queda en estado de shock. Cuando llega su marido, preocupado, llama al médico del hotel, quien le dice que su esposa está así por haber vivido un fuerte trauma. El doctor le recomienda que la atienda un brillante psiquiatra, que también se hospeda en el hotel. Al entrar el psiquiatra en la habitación, descubrimos que es el asesino, el hombre que ha matado a su esposa con un candelabro. Y él por la ubicación de la habitación y por dónde ha sido encontrada la víctima se da cuenta de que pudo ver lo ocurrido en su habitación.

No hay duda de que la premisa de El susto es buena. Forma parte de esa galería de películas sobre personajes que sin quererlo son testigos de asesinatos, y lo que pasan y padecen hasta que ocurre la resolución del caso. También es una producción de serie B de la Twentieth Century Fox para acompañar programas dobles. Normalmente eran largometrajes con menos presupuesto y con actores y actrices que no eran estrellas. Solían ser películas de género (western, policial, ciencia ficción o terror). Dentro de este tipo de producciones se encuentran largometrajes a tener en cuenta y a directores que eran verdaderos artesanos, que buceaban además en una especie de libertad creativa. Uno de ellos fue Alfred L. Werker, que tiene unos cuantos títulos llamativos en su filmografía, entre ellos el que analizamos hoy.

El susto es además una película que acompaña al espíritu de la época. La Segunda Guerra Mundial acaba de terminar y las emociones y el estado de ánimo de la población está a flor de piel. Las emociones fuertes están al orden del día. Por ejemplo, la protagonista, Janet (Anabel Shaw), va a reunirse en un hotel con su marido Paul (Frank Latimore), un combatiente al que habían dado por muerto, pero en realidad había estado dos años en un campo de prisioneros. Cuando la joven esposa llega, le dicen en recepción que no habían recibido el telegrama donde realizaba la reserva y que no hay habitación libre. Ella se agita, pues es ahí donde tiene la cita con su marido, y este además todavía no está. El director del hotel oye su historia y al sentir su desesperación, le consigue habitación por esa noche.

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De un homenaje a un descubrimiento. El cine de Basil Dearden (y II)

Segunda y última entrega de este feliz descubrimiento que ha sido Basil Dearden, y que no ha decaído en absoluto en los siguientes visionados. El binomio Dearden-Relph siempre tenía algo que ofrecer, y siempre proporcionaban alguna secuencia que convierte una película en puro deleite cinematográfico. Como ya dije a Dearden le empecé a seguir la pista por sus inicios en los estudios Ealing, allí además en los cuarenta encontraría a su compañero de trabajo hasta el final, Michael Relph. A partir de 1963 sus producciones dejan atrás el halo polémico y social, y se entregan a un cine puro y duro de entretenimiento, diversión, terror e intriga. En la anterior entrega este salto podía verse con La mujer de paja, y en esta nueva hay más ejemplos de ese cambio (El club de los asesinos, Tinieblas).

También en este nuevo repaso de su filmografía se puede descubrir sus primeros pasos hacia un cine social con carácter de cine negro en El farol azul, y no puede faltar la presencia de uno de sus títulos más emblemáticos, Víctima, con la homosexualidad de fondo. Por otra parte, dos películas se salen de esas dos vertientes que caracterizan su obra, pero que muestran su dominio del lenguaje cinematográfico, así como la elección de buenas historias: una de robos (Objetivo: banco de Inglaterra) y un buen melodrama histórico (Matrimonio de estado).

Y otro de los aspectos más reseñables de cada una de estas películas es el cuidado en la ambientación, en las atmósferas y en los espacios; no hay que olvidar que Michael Relph tenía formación y ejerció también en algunas películas como director de arte, así que sería uno de sus intereses cuidar siempre ese aspecto en las películas que produjo. De hecho, en algunas de las películas con Dearden, Relph intervino también en el diseño de producción y como coguionista.

Como en el anterior post, las pondré por el orden en el que las fui viendo.

Matrimonio de estado (Saraband for dead lovers, 1948)

Al nombre de Relph, Dearden y Ealing, se une otro más: la presencia entre los guionistas de Alexander Mackendrick. Además, Matrimonio de estado es una película con un uso del color tan especial como en las películas de Powell y Pressburger. La producción tenía todos los ingredientes, a mi parecer, para ser un éxito, y, sin embargo, no funcionó en taquilla. Una historia inspirada en hechos reales del siglo XVII sobre enredos y depravación en las entrañas de las monarquías europeas, donde se llegan a acuerdos de Estado para ampliar el poder. Y en esos acuerdos no importa llevarse por delante la felicidad de las personas o incluso provocar bajas “necesarias” para la obtención de diferentes objetivos. Unas monarquías donde los roles de poder están en manos inesperadas, como damas de la aristocracia que como amantes encuentran su lugar para mover los hilos. En este ambiente de “máscaras” para mantener el statu quo transcurre el triste idilio de amor y muerte de Sophia Dorothea (Joan Greenwood), princesa de Celle, esposa del príncipe de Hanover y futuro rey Jorge de Inglaterra, y Philippe de Konigsmark (Stewart Granger), un aristócrata y soldado sueco. Como se refleja en los tejemanejes de todos los personajes implicados siempre hubo amistades peligrosas en las altas esferas.

La secuencia maravillosa transcurre antes de que los amantes confiesen su amor en pleno carnaval. La triste princesa huye del castillo con su máscara para encontrarse con el conde sueco, y se entremezcla por las calles bulliciosas con un pueblo en fiesta, donde todo el mundo está oculto con caretas, el ambiente es de alegría, jolgorio y placer. No hay límites. Pero la princesa todo lo vive con angustia, solo ve deformidades, ruido, agobio y asfixia, lo mismo que siente encerrada en su castillo de marfil. Tanta máscara y aglomeración, la marea y da vértigo hasta que cae en los brazos del amado. La otra secuencia inolvidable es la encerrona que sufre el conde, y la lucha a espada con varios contrincantes en la oscuridad, donde las sombras guardan más de una sorpresa.

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Homenaje a Rhonda Fleming. Mientras Nueva York duerme (While the city sleeps, 1956) de Fritz Lang

Rhonda Fleming, espectacular en Mientras Nueva York duerme, junto a Vincent Price.

Un hombre espera que le paguen una entrega a domicilio sin pasar el umbral de la puerta de un apartamento, pero ve en el reflejo de un espejo a una mujer que está colocándose una liga. Su rostro se crispa. Él es un homicida, y los medios ya le han bautizado como el asesino del lápiz de labios (John Drew Barrymore). El espectador tiene claro que esa mujer pelirroja, alta, sensual, bella y con un cuerpo escultural puede ser una de sus víctimas potenciales. El oscuro objeto del deseo del asesino en serie, la que despierta su mente enferma es Dorothy, la esposa del recién magnate de los medios de comunicación, Walter Kyne (Vincent Price). En ese momento, Dorothy está en el apartamento de su amante, Harry (James Craig), un empleado de Kyne, en concreto, el jefe de los servicios gráficos. Y ella es la actriz Rhonda Fleming, una de las tres protagonistas de un reparto coral en Mientras Nueva York duerme.

Y es que uno de los múltiples análisis que permite la película de Fritz Lang es sin duda a través de sus tres personajes femeninos: Dorothy (Rhonda Fleming), Mildred (Ida Lupino) y Nancy (Sally Forrest). Mildred es una ambiciosa reportera y Nancy, la secretaria del director de la agencia de noticias. En un momento crucial de la película las tres coincidirán en el rellano de las escaleras de ese apartamento, y ese encuentro precipitará el final de la película.

Mientras Nueva York duerme cuenta dos historias paralelas: las muertes de un asesino en serie, con desequilibrio mental y una compleja relación con su madre, así como la investigación para atraparlo y la lucha interna que se desata en el interior de un edificio, que alberga un poderoso grupo mediático (un periódico, un canal de televisión, una agencia de noticias…), para lograr un puesto de directivo, tras la muerte del magnate. El hijo del magnate, heredero del emporio, hace competir a sus trabajadores más cualificados para el puesto de director ejecutivo. Aquel que logre la identidad del asesino del lápiz de labios conseguirá subir en su escala laboral. Así se juegan el puesto el mencionado Harry; Jon (Thomas Mitchell), un periodista de la vieja escuela y director del periódico del grupo; y Mark (George Sanders), el director de la agencia de noticias. Todos quieren que les eche una mano el trabajador estrella, el presentador de televisión y escritor Edward (Dana Andrews), que no ambiciona tan alto puesto, pero sí su “situación” privilegiada haciendo lo que le gusta.

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