Sesiones dobles para tardes de verano (5). Kenji Mizoguchi y la prostitución: Los músicos de Gion / La calle de la vergüenza

Kenji Mizoguchi quedó muy marcado por ciertas vivencias de la infancia y por el comportamiento de su padre ante los problemas económicos, el maltrato que sufrió su madre y la venta de su hermana mayor como geisha. Por otra parte, a principios de los años veinte, uno de sus primeros trabajos dentro del cine fue el de oyama, un joven varón que interpretaba papeles femeninos tanto en los escenarios teatrales como en la pantalla de cine. Sin embargo, en cuanto se levantó la prohibición y las mujeres pudieron interpretar en la pantalla distintos papeles, Mizoguchi perdió su trabajo y se dedicó a otras labores cinematográficas hasta que llegó a la dirección. Siempre estuvo muy unido a la sensibilidad femenina.

Conocía el mundo de los burdeles, no solo porque vivió en un barrio rodeado de estos locales y porque estaba muy unido a su hermana, sino porque también él acudía a los servicios de las geishas. Tuvo una vida sentimental turbulenta. No obstante, en sus películas logra reflejar un mundo femenino especial y contar la situación de las mujeres en Japón. Varios de sus personajes, como en las dos películas que vamos a analizar en esta sesión doble, eran prostitutas.

Desde su juventud simpatizó con la revolución rusa y los principios comunistas. De alguna manera en su cine se une una sensibilidad poética especial con un realismo crudo. No era amante del montaje y, por eso, prefería un buen plano secuencia o una escena larga y estática, llena de detalles (su famosa máxima: una escena, un plano). Así la pantalla a veces se convertía en un lienzo donde Mizoguchi creaba con su cámara un cuadro en movimiento. Así se convirtió en un buen retratista de mujeres y reflejó un periodo determinado en varias películas: el de la posguerra. Después de la Segunda Guerra Mundial se iba desmoronando poco a poco un Japón tradicional para dar entrada a otro más moderno, y las mujeres también eran protagonistas de este cambio, en un mundo lleno de contradicciones.

Los músicos de Gion (Gion bayashi, 1953)

Con una sensibilidad especial, Kenji Mizoguchi refleja un mundo que conoce. Parte de la sencillez para presentar todos los matices posibles de un tema complejo: el de las geishas. Cuenta con dos protagonistas, que solo encuentran su libertad en su apoyo mutuo. La película se convierte en un temprano relato cinematográfico de sororidad. Las dos realizan un viaje emocional para descubrir que están en un callejón sin salida, pero son conscientes de que deben sobreponerse y sobrevivir en un mundo donde su única salida es ayudarse la una y la otra y donde siempre van a estar sometidas al poder de los hombres que las rodean y donde sus derechos van a estar comprometidos.

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Sesiones dobles para tardes de verano (4). Cine bélico: Los vencedores / Ven y mira

El cine bélico tiene títulos que ponen al descubierto de forma cruda el horror de la contienda. En esta sesión de verano propongo dos maneras distintas e innovadoras de narrar una misma guerra: la Segunda Guerra Mundial. Una es obra del guionista y productor, Carl Foreman, en la única vez que se puso tras las cámaras en la dirección. Foreman filmó un relato descarnado y desencantado de una tropa estadounidense en Europa durante la guerra desde 1943 en Sicilia hasta el final en Berlín. La otra es una película de encargo al cineasta ruso Elem Klimov para el 40 aniversario de la victoria aliada. El director aprovechó para recuperar y recordar el sufrimiento padecido por la población civil bielorrusa que fue masacrada por los nazis.

La primera ha sido todo un descubrimiento, tras la lectura del dosier Epic war del Dirigido por de julio-agosto. La segunda llevaba mucho tiempo detrás de ella y cuando ha vuelto de nuevo a la actualidad este año por su reestreno en cines en una versión restaurada no he querido perder la oportunidad de dejarla escapar.

Los vencedores (The Victors, 1963), de Carl Foreman

Desde el montaje impactante de los títulos de crédito de Saul Bass, Los vencedores atrapa por su manera de contar la contienda. Ya nada más empezar sumerge al espectador en el fragor de la batalla y en el terror de los civiles ante los bombardeos continuos. Con diversos insertos de noticiarios de la época que van enmarcando el paso del tiempo y contextualizando la marcha de la guerra, se van sucediendo episodios cotidianos de un batallón estadounidense en Europa. Los soldados recorren distintas partes del continente, desde Sicilia hasta Berlín, y somos testigos de sus vivencias como parte del ejército aliado, que fue liberando a distintos países europeos de la ocupación nazi.

Pero ni mucho menos, es un camino victorioso, sino una senda llena de desencanto, donde son testigos de la crudeza y las contradicciones de la guerra. Foreman juega no solo con la ironía del título, sino también con el destino de cada uno de los hombres del batallón que está muy lejos de la victoria y la gloria, donde además se asoman ya enfrentamientos futuros (Guerra Fría). Carl Foreman no evita temas incómodos como reflejar que el problema racial estadounidense está presente entre los batallones estadounidenses o cómo esos “vencedores” abusan del poder o de la situación de los vencidos.

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Sesiones dobles para tardes de verano (3). Romy Schneider en 3 días en Quiberón / Testimonio de mujer

Romy Schneider, lo importante es amar…

Esta es una sesión doble especial dedicada a la actriz Romy Schneider. 3 días en Quiberón recrea la última entrevista que ofreció para la revista alemana Stern y donde dijo: “No soy Sissi. Jamás lo he sido. Soy una mujer rota de 42 años y me llamo Romy Schneider”. La concedió en un hotel balneario donde estaba recibiendo una cura de desintoxicación.

Un año más tarde estrenaría Testimonio de mujer, su última película. Fue deseo de la actriz que cuando en los créditos apareciera su nombre, la película estuviese dedicada a su exmarido Harry y su hijo David. Harry fue el padre de su hijo David. En 1975 Harry se suicidó y en 1981 su hijo David, con 14 años, tuvo un accidente y falleció. Al año siguiente Romy murió en su apartamento de París. Solo tenía 43 años.

En un artículo de mi colega Irene Bullock en el blog Insertos de cine sobre la película Lo importante es amar, de Andrzej Zulawski, cuenta brevemente su vida con varias claves para entender a Romy: “Hija de dos actores que vivieron sus años de gloria durante la Alemania nazi, Magda Schneider y Wolf Albach-Retty, no tuvo una infancia estable tras el divorcio de sus padres. La joven empezó a triunfar bajo la dirección de su madre y alcanzó la fama mundial con las películas austriacas sobre la emperatriz Sissi, dirigidas por Ernst Marischka durante la década de los cincuenta. Sin embargo, Romy deseaba alejarse de la imagen edulcorada del personaje que le dio la fama y también del dominio de su madre. Así se volvió la hija rebelde que tomó las riendas de su vida sentimental y de su carrera cinematográfica.

París fue su paraíso. Allí conoció a un hermoso joven de mala vida, Alain Delon, para horror de Magda Schneider. No solo vivió libremente una tormentosa historia de amor, sino que dirigió también su carrera y se convirtió en una actriz de fama internacional que trabajó con directores europeos (Luchino Visconti, Dino Risi, René Clement, Jules Dassin, Jacques Deray, Claude Sauset…) y estadounidenses (Orson Welles, Joseph Losey y Otto Preminger). Siempre quiso desmarcarse de Sissi (Visconti le iba a permitir interpretar una Isabel de Baviera muy distinta a la que le dio fama). Por cierto,tampoco llevó bien el pasado de sus padres como actores cercanos al régimen nazi, y por eso, trató de resarcirse en el cine de dicho pasado en películas como El cardenal, El tren o Testimonio de mujer.

Su fama como actriz crecía y crecía, pero su vida sentimental siempre fue a la deriva. Delon la dejó con una carta y unas flores (aunque mantuvieron siempre una fuerte amistad), y después Romy nunca encontró estabilidad en el amor. Durante los últimos años de su vida no solo se le acumularon las desgracias, sino que entró en una espiral autodestructiva que fue minando su salud. Los estragos de los barbitúricos, el tabaco y el alcohol hicieron pronto mella en su rostro. Y a los cuarenta y tres su corazón dejó de latir”.

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Sesiones dobles para tardes de verano (2). La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, 1956), de Don Siegel / La invasión de los ultracuerpos (Invasion of the Body Snatchers, 1978), de Philip Kaufman

Que en estos tiempos salga una nueva revista de cine y en papel es una temeridad maravillosa. Así ha ocurrido con Solaris. Textos de cine. Una revista que lleva ya cinco números (tres al año). Cada publicación se centra en una película determinada o en un tema muy concreto, que es abordado por profesionales especializados en distintas áreas. El último ejemplar que ha salido a la venta analiza desde diversas miradas La invasión de los ultracuerpos, de Philip Kaufman.

Una vez devorados los distintos artículos, me apeteció visitar dos de las versiones cinematográficas: obviamente, la de Kaufman y la de Don Siegel, en los cincuenta. De hecho, esta última es de esas películas que ves de niña y te marcan. Nunca he podido olvidar la película de las vainas… Son películas que no pierden su vigencia. De hecho, uno de los aspectos que llama la atención en el análisis de Solaris es como estas películas han recobrado toda su actualidad en el contexto COVID.

Así que pensé que no podía haber mejor sesión doble para tarde de verano que esta. Y si de paso apetece ahondar más, no viene mal conocer la revista Solaris, pues el periodo estival no es mala época para descubrir nuevas lecturas. La revista se ha centrado en sus anteriores números en temas y películas tan interesantes como De Arrebato a Zulueta, Trilogía del apartamento de Roman Polanski, Eyes wide shut y Cine que hoy no se podría rodar.

Por otra parte, hay otra sesión doble con este mismo tema que puede complementar a esta que propongo aquí. La novela de corta de Jack Finney, que publicó en el año 1955, tiene otras dos versiones cinematográficas a tener en cuenta, como bien se deja ver a lo largo de varios de los análisis de la revista: Secuestradores de cuerpos (1993), de Abel Ferrara e Invasión (2007), de Oliver Hirschbiegel.

La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, 1956), de Don Siegel

La invasión de los ladrones de cuerpos. Pánico y paranoia en los cincuenta.

En las distintas versiones cinematográficas, una de las cosas evidentes de la “invasión” que se produce es que la historia tiene una doble lectura según la situación social y política de EEUU. De tal manera, que la película de Don Siegel es pura ciencia ficción de los años cincuenta, pero también hay ecos del momento histórico que se está desarrollando en ese momento. El doctor Miles J. Bennell (Kevin McCarthy) y su prometida Becky Driscoll (Dana Wynter) se van dando cuenta en su pequeño pueblo, Santa Mira, de que todos sus habitantes están siendo suplantados por unos dobles, que nacen de unas vainas gigantes, y que crean una sociedad de individuos sin sentimientos ni emociones, que actúan en masa.

Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, EEUU vive en una continua tensión política por la Guerra Fría, donde el enemigo a batir son la URSS y los países que orbitan alrededor de esta potencia. Además también se establece un modo de vida, un estado de bienestar, conservador e inmutable, que se vende como el “sueño americano”. Este sueño teme hasta la paranoia todos aquellos que puedan quebrantarlo, entre ellos, como no, los comunistas. Aunque se da una paradoja o una doble interpretación de esta película según los ojos con que se mire: el terror a la posible invasión comunista (uno de los grandes miedos de la Guerra Fría) o el pánico a sucumbir al sueño americano, sin poder disentir y con el miedo a ser denunciado como sospechoso de comunismo (es el periodo álgido de la Caza de Brujas y del senador Joseph McCarthy).

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Sesiones dobles para tardes de verano (1). Reencuentro (The Big Chill, 1983)/ Silverado (Silverado, 1985), de Lawrence Kasdan

Recuerdo y siento gran cariño por las películas de Lawrence Kasdan como director y guionista. Siempre es un placer volver a ellas. Kasdan empezó a dirigir en los ochenta, trató de revitalizar ciertos géneros (como el cine negro o el western) y también reflejó el sentir de toda una generación en una de las películas que tengo más cariño de su trayectoria.

Por una parte, para esta sesión doble especial, propongo la película que habla de esa generación que pensó en cambiar el mundo en EEUU y que años después lidia contra el desencanto. Por otra, invito a una emocionante visita al Oeste, toda una celebración del género.

Reencuentro (The Big Chill, 1983)

La amistad según Lawrence Kasdan.

Lawrence Kasdan inauguró con Reencuentro una temática concreta: la de las reuniones de grupos de amigos que por un motivo concreto vuelven a encontrarse después de cierto tiempo sin verse. Y conviven unos días juntos, otra vez. Ese momento pone sobre la mesa temas pendientes del pasado, aviva de nuevo los lazos (para bien o para mal), describe emociones y sensaciones, y dibuja un mapa de las vidas de cada uno de los asistentes de la reunión, con sus sueños, frustraciones y fracasos. Después de la película de Kasdan, esta temática ha seguido dando títulos que no se olvidan, y en distintas partes del mundo: Los amigos de Peter, Pequeñas mentiras sin importancia o Las distancias.

La película empieza con la muerte por suicidio de uno de los amigos de la pandilla, Alex. Como curiosidad queda que el elegido para este papel fue Kevin Costner. En un principio su papel iba a ser más largo pues iba a protagonizar varios flashback, pero al final Kasdan optó por otra manera de contar la historia: Alex iba a ser solo nombrado. Así que Costner aparece nada más en los créditos y tan solo partes de su cuerpo, mientras lo están preparando para el entierro. Es el gran personaje ausente de la historia, pero todo gira alrededor de él.

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Sesión doble de Peter Bogdanovich y Ben Gazzara. Saint Jack, el rey de Singapur (Saint Jack, 1979) / Todos rieron (They All Laughed, 1981)

Un momento del rodaje de Todos rieron en el documental One day since yesterday: Peter Bogdanovich & the Lost American Film.

Resulta curioso que en varias entrevistas, Peter Bogdanovich exprese que dos de las películas que más valora en su filmografía son tanto Saint Jack como Todos rieron. Y es curioso porque ambas se han convertido en las más desconocidas de su trayectoria cinematográfica. Enfrentarme a ellas ha sido un descubrimiento gozoso ya que son dos películas totalmente de director-autor, y muy en sintonía con ese cine del Nuevo Hollywood que se cultivó durante los años setenta. Dos películas muy libres e independientes del realizador, al margen de los grandes estudios. De hecho, la última de ellas sufrió además un revés por un acontecimiento trágico antes de que se estrenara, que hizo que Bogdanovich tuviera que asumir totalmente su distribución, y que supuso un batacazo final para la película.

Las dos comparten al mismo actor, Ben Gazzara, con un carisma brutal, y que además había dejado ya su huella especial y naturalidad en las películas independientes de su amigo John Cassavetes. Y también el mismo director de fotografía: Robby Müller, este logra que tanto Singapur como Nueva York estén envueltas en una luz y un halo muy especial. Por otro lado, tanto Saint Jack como Todos rieron se dejan llevar por un mismo tono: el de la melancolía. Así la primera, que es una adaptación literaria de una novela de Paul Theroux, es un lienzo complejo de un personaje controvertido. Y la segunda es una comedia romántica y de enredos con la tristeza de fondo.

En esta sesión doble especial que propongo, sugiero un colofón final con un estupendo documental: One day since yesterday: Peter Bogdanovich & the Lost American Film (2014) de Bill Teck. Que no solo da un paseo por la filmografía de Bogdanovich sino que se centra sobre todo en lo que significó en su carrera Todos rieron, además de contar la tragedia que rodeó la película. Bogdanovich estaba viviendo un romance con una de las actrices principales, Dorothy Stratten, playmate del momento. Ella estaba empezando a dar sus primeros pasos en el mundo del cine y esperaba divorciarse de su marido, Paul Snider, que hasta ese momento había llevado su carrera. Cuando se acercó a casa de Snider, precisamente para ultimar asuntos sobre su próximo divorcio, este la recibió con un disparo de escopeta, terminando con su vida. Ante tal horror, ningún distribuidor quiso arriesgarse con una comedia romántica protagonizada por la víctima de un asesinato horrible.

No hace poco escribí en otro blog en el que colaboro que al estudiar la fecha de defunción del Nuevo Hollywood surge como indicador el fracaso de tres largometrajes: La puerta del cielo (1980), de Michael Cimino; Corazonada (1981), de Francis Ford Coppola; y Todos rieron (1981). Estas tres películas supusieron el desastre para los directores que se vieron implicados en ellas, y el pistoletazo de salida para que los grandes estudios ya no confiaran en estos directores, autores y creadores, los bajaran poco a poco del podio y elevaran a los altares a los directores que prometían dividendos en taquilla. Peter Bogdanovich dejó de ser un director estrella y se ha convertido en un realizador superviviente y en el margen. Hace relativamente poco volvió a las pantallas con un documental sobre Buster Keaton, recuperando una faceta que nunca ha abandonado: la de crítico e historiador de cine.

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Sesión doble para un corazón roto. La voz humana (The human voice, 2020) de Pedro Almodóvar / Rifkin’s Festival (Rifkin’s Festival, 2020) de Woody Allen

Con la maravillosa oportunidad de poder ver el cortometraje de Almodóvar en las salas de cine, me regalé una sesión doble, que no os voy a mentir, disfruté muchísimo. Tanto Pedro Almodóvar como Woody Allen diseccionan un corazón roto. El manchego entrega un delicatessen y el neoyorkino ofrece un divertimento.

La voz humana (The human voice, 2020) de Pedro Almodóvar

Un corazón roto vaga por las ruinas de su amor…

Jean Cocteau escribió un monólogo en 1930, La voz humana. A partir de ese momento el texto cobró vida, y en los escenarios y en el cine, actrices diversas han desnudado su corazón roto y han dejado ver su desgarro por el abandono… Ellas solas en el escenario con tan solo un teléfono. Y al otro lado de la línea el amante ausente, aquel que sale de sus vidas. Dicho monólogo siempre ha estado presente, de alguna manera, en la obra cinematográfica de Almodóvar, sobre todo con una Carmen Maura que protagonizó varios momentos inspirados en el texto. En La ley del deseo, su personaje, Tina, en una secuencia representaba una parte del monólogo; y su Pepa, de Mujeres al borde de un ataque de nervios no era sino una prolongación de la historia que cuenta Cocteau.

Almodóvar vuelve de nuevo a La voz humana y construye una pieza única, un delicatessen, pero además, como hizo ya con Pepa, aunque de manera más limpia y radical, libera a la mujer abandonada de su carga para que resurja cual ave fénix de sus cenizas. A la nómina de grandes actrices encerradas en una habitación con sus teléfonos (Anna Magnani, Ingrid Bergman, Simone Signoret, Sofía Loren…), el director manchego aporta a otra gran dama sufridora extrema, Tilda Swinton.

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Original y remake. La otra (1946) de Roberto Gavaldón/Su propia víctima (Dead Ringer, 1964) de Paul Henreid

Roberto Gavaldón y Paul Henreid unidos por una misma historia. Me gusta cómo un descubrimiento me lleva a otro. Así ha pasado con las dos películas de esta sesión que propongo. Indagando en el catálogo de una plataforma, descubro que han subido una nueva película de Bette Davis que no conozco, Su propia víctima. Y me agrada más cuando veo que está dirigida por el actor Paul Henreid, un inolvidable Victor Laszlo en Casablanca. Es otro de los temas que me gusta analizar, películas dirigidas por actores o actrices. Me deleito en su papel como realizador, sobre todo de numerosos capítulos de Alfred Hitchcock presenta.

Y me pongo a leer información antes de verla y entonces descubro que es un remake de película anterior, ambas basadas en una historia del guionista y autor Rian James. Y esa película original es del periodo de oro del cine mexicano, otra época en la que me gusta ahondar. Ni más ni menos que La otra de Roberto Gavaldón, con una genial Dolores del Río. Buscando en Internet descubro una página de la UNAM de México que facilita cine en línea, también con un canal en YouTube, y entre otras películas ofrece el visionado de una copia de buenísima calidad de esta obra cinematográfica de Gavaldón.

Roberto Gavaldón filma con maestría y elegancia visual un poderoso melodrama, y Paul Henreid crea una obra visualmente más plana y sencilla, pero fuerte tanto en la construcción de personajes, como en envolverlo todo de suspense y dejando huellas de cine negro para construir una película muy oscura.

La otra (1946) de Roberto Gavaldón

Roberto Gavaldón crea una obra cuidada formalmente y haciendo hincapié en la culpa, la redención y el romanticismo con una bella y gran actriz, Dolores del Río.

La película empieza en un entierro de un hombre con un alto poder adquisitivo, se nota por el carácter de la ceremonia y por los asistentes. Su viuda está totalmente cubierta de negro, su rostro también. Llega presurosa una joven hermosa y humilde, y pronto sabemos que es la hermana de la viuda. Una vez terminado el entierro es invitada a la mansión de esta. Cuando se retira el velo del rostro, descubrimos que son gemelas. Premisa fundamental de la historia. Durante el encuentro de ambas, de María y Magdalena (Dolores del Río), descubrimos sus distintas personalidades y suertes.

Una se ha subido al tren de la fortuna pisando a quien tuviese que pisar. Y la otra es una mujer trabajadora, con problemas económicos y amargada por su situación. La rivalidad entre ambas es evidente, incluso se deja entrever que el marido de la millonaria primero pretendió a la humilde. Cuando María, la humilde, se entera de la cantidad económica que va a heredar su hermana, su insatisfacción por la vida que tiene, aumenta. E incluso no la deja ver que hay un hombre a su lado, Roberto (Agustín Irusta), que no solo la ama, sino que quiere que pasen todos los problemas de la vida juntos. El trato humillante que recibe por parte de su jefe y de los clientes, en la peluquería donde trabaja, y su dificultad para pagar el alquiler de la vivienda donde vive, así como la imposibilidad de momento de casarse con Roberto hace que María tome una decisión: matar a su hermana y suplantarla. Planea el crimen perfecto.

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Buscando antecedentes del terror en la Universal: las películas de Paul Leni

Carl Laemmle, cabeza visible de los estudios de la Universal, buscaba talentos en Europa e invitó a un joven alemán a Hollywood para que dirigiera sus películas. Este hombre fue Paul Leni. Este se había formado como escenógrafo en teatro, con lo cual dominaba los efectos que podía crear con los decorados en el set para contar sus historias, y después, cuando entró a trabajar en el cine, se empapó del expresionismo alemán. Así que pisó los estudios americanos con un buen bagaje a sus espaldas, y rodó dos películas mudas que sembrarían muchas semillas de lo que sería el periodo de oro del cine de terror.

Por una parte una película protagonizada por un monstruo, donde no solo lo humaniza sino que propicia la identificación del público con su desgracia. Y, por otra, la atmósfera y el ambiente de las casas misteriosas y encantadas donde se reúnen un grupo variopinto de personas, así como la mezcla acertada de humor y terror. Para ambas obras cinematográficas buscaría inspiración en libros. En una, una novela de Victor Hugo, y en la otra una popular obra de teatro de John Willard. Por desgracia no se sabe qué rumbo hubiese tomado la carrera de Paul Leni, que empezó de forma tan brillante, pues falleció tempranamente en 1929.

El hombre que ríe (The man who laughs, 1928)

Paul Leni sigue la tradición del monstruo humanizado, hundido en su desgracia.

Conrad Veidt puso rostro a Cesare, el desgraciado coprotagonista de una de las cumbres del cine expresionista, El gabinete del doctor Caligari (1920) de Robert Wiene, y también fue cabeza de cartel en El hombre que ríe como Gwynplaine. La Universal puso en marcha todo su arsenal para llevar al cine la novela de Victor Hugo, y Paul Leni supo mezclar el desgarro del periodo de entreguerras con los locos años 20, para crear un triste y doloroso retrato de un personaje trágico. El guion de la película de Leni apunta un final feliz para su personaje, a pesar de que esto no es así en el libro, donde a Gwynplaine se le arrebatará también el derecho a ser feliz.

El payaso Gwynplaine sigue la tradición ya abierta en la Universal por el gran Lon Chaney de seres monstruosos, pero con una humanidad que rompe. Películas además rodeadas de un romanticismo trágico. Al principio de la película se nos desvela los orígenes aristocráticos del personaje y cómo la venganza de un rey hacia su padre construye la marca de su desgracia. El niño no solo es secuestrado, y privado de una vida de privilegios, sino que es vendido para un negocio de lucro, donde hombres sin escrúpulos desfiguran a los niños entregados para convertirlos en atracciones de ferias o transformarlos en bufones que provoquen la risa continua. A Gwynplaine le dejan una horrible sonrisa perpetua. Abandonado a su suerte, cuando una orden real destierra a los que se dedican a tal negocio, en su deambular solitario se encuentra con una bebé ciega que será el amor de su vida, Dea, y ambos serán acogidos por un artista ambulante al que llaman Ursus, el filósofo. Gwynplaine se transforma en un famoso artista ambulante conocido como el hombre que ríe.

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Periodo de oro del terror en la Universal. El doble asesinato en la calle Morgue (Murders in the Rue Morgue, 1932) de Robert Florey / El caserón de las sombras (The Old Dark House, 1932) de James Whale

No sería mala idea complementar esta sesión doble, con el documental Universal Horror (1988) de Kevin Brownlow, perfecto para poder entender los antecedentes del periodo de oro de las películas de terror y disfrutar de sus momentos de gloria. La influencia y el éxito de las películas de este estudio se extendieron a otras majors, que no dudaron en alimentar la ilusión de miedo y evasión del público con otras míticas producciones cinematográficas durante los años entre las dos guerras mundiales y con el crack del 29 en EEUU alimentando los miedos cotidianos del día a día.

Dos joyas del séptimo arte, una adapta el relato policiaco de Edgar Allan Poe, Los crímenes de la calle Morgue, y la otra es una adaptación de la novela Benighted de J.B. Priestley. Las dos toman como base el material literario y vuelan libremente para transformarse en extrañas obras de arte del cine de terror. Tanto Robert Florey como James Whale son dos directores icónicos, que muestran no solo un dominio del lenguaje cinematográfico excepcional, sino que hacen que el visionado de estas películas siga siendo imprescindible.

La primera se alimenta del mito de la bella y la bestia; mete al mad doctor, uno de los personajes característicos del cine de terror; muestra la influencia del expresionismo en el cine de Hollywood; y es además antecedente de una obra cinematográfica mítica. La segunda refleja la maravillosa combinación que ha hecho siempre el miedo y el humor, además su escenario es una de esas casas con vida propia, que después inspiraría a tantas casas u hoteles encantados, y también resalta un buen y variado reparto, típico en este tipo de producciones de la Universal.

El doble asesinato en la calle Morgue (Murders in the Rue Morgue, 1932) de Robert Florey

Una joya del cine de terror de la Universal. Bela Lugosi como un mad doctor que hace sufrir a una de sus víctimas.

Después de no haber podido rodar Frankenstein (porque el estudio prefirió encomendársela a James Whale), película que junto a Drácula de Tod Browning, inauguraría este periodo de oro de cine de terror de la Universal, Robert Florey se pone al frente de El doble asesinato en la calle Morgue. Y todavía hoy hipnotiza el espíritu y la atmósfera enfermiza de este film, que bebe en su ambientación y atmósfera de El gabinete del doctor Caligari de Robert Wiene.

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