Sesiones dobles para tardes de verano (5). Kenji Mizoguchi y la prostitución: Los músicos de Gion / La calle de la vergüenza

Kenji Mizoguchi quedó muy marcado por ciertas vivencias de la infancia y por el comportamiento de su padre ante los problemas económicos, el maltrato que sufrió su madre y la venta de su hermana mayor como geisha. Por otra parte, a principios de los años veinte, uno de sus primeros trabajos dentro del cine fue el de oyama, un joven varón que interpretaba papeles femeninos tanto en los escenarios teatrales como en la pantalla de cine. Sin embargo, en cuanto se levantó la prohibición y las mujeres pudieron interpretar en la pantalla distintos papeles, Mizoguchi perdió su trabajo y se dedicó a otras labores cinematográficas hasta que llegó a la dirección. Siempre estuvo muy unido a la sensibilidad femenina.

Conocía el mundo de los burdeles, no solo porque vivió en un barrio rodeado de estos locales y porque estaba muy unido a su hermana, sino porque también él acudía a los servicios de las geishas. Tuvo una vida sentimental turbulenta. No obstante, en sus películas logra reflejar un mundo femenino especial y contar la situación de las mujeres en Japón. Varios de sus personajes, como en las dos películas que vamos a analizar en esta sesión doble, eran prostitutas.

Desde su juventud simpatizó con la revolución rusa y los principios comunistas. De alguna manera en su cine se une una sensibilidad poética especial con un realismo crudo. No era amante del montaje y, por eso, prefería un buen plano secuencia o una escena larga y estática, llena de detalles (su famosa máxima: una escena, un plano). Así la pantalla a veces se convertía en un lienzo donde Mizoguchi creaba con su cámara un cuadro en movimiento. Así se convirtió en un buen retratista de mujeres y reflejó un periodo determinado en varias películas: el de la posguerra. Después de la Segunda Guerra Mundial se iba desmoronando poco a poco un Japón tradicional para dar entrada a otro más moderno, y las mujeres también eran protagonistas de este cambio, en un mundo lleno de contradicciones.

Los músicos de Gion (Gion bayashi, 1953)

Con una sensibilidad especial, Kenji Mizoguchi refleja un mundo que conoce. Parte de la sencillez para presentar todos los matices posibles de un tema complejo: el de las geishas. Cuenta con dos protagonistas, que solo encuentran su libertad en su apoyo mutuo. La película se convierte en un temprano relato cinematográfico de sororidad. Las dos realizan un viaje emocional para descubrir que están en un callejón sin salida, pero son conscientes de que deben sobreponerse y sobrevivir en un mundo donde su única salida es ayudarse la una y la otra y donde siempre van a estar sometidas al poder de los hombres que las rodean y donde sus derechos van a estar comprometidos.

Por una parte, está Miyoharu (Michiyo Kogure), una geisha de la vieja escuela: sumisa, comprensiva y dulce. Por otro, Eiko (Ayako Wakao), una joven de dieciséis años que no ve otra salida posible que seguir los pasos de su fallecida madre, una geisha que era amiga de Miyoharu. Cree que así podrá liberarse de la influencia de su tío y alejarse para siempre de su padre, que nunca ha querido ocuparse de ella, y que además vive aquejado por problemas económicos y de salud.

Miyoharu se compromete a formarla y Eiko se esmera en transformarse en una buena profesional. Así se convierte en una alumna brillante en una escuela de geishas donde aprenden todo tipo de artes y ceremonias. Sin embargo, la joven se da cuenta pronto de que tendrá que someterse a la fuerza a otros hombres, y decide rebelarse, implicando también a Miyoharu, que secunda a su pupila. Un hombre de negocios “utiliza” a las geishas para conseguir cerrar un importante negocio con un tipo de la administración pública.

Por eso invita a un viaje a Tokio a Miyoharu que ha atraído desde el primer momento al funcionario para que esté con él y se lleva a la pupila para tener él también un entretenimiento, pero cuando este va a propasarse y violar a la joven, esta se defiende con uñas y dientes y le propina un fuerte mordisco en el rostro, enviándole al hospital. Miyoharu deja de lado a su pretendiente y acude a los gritos de Eiko.

A su regreso, pronto se dan cuenta de que las van aislando en el barrio y las es imposible trabajar. No las invitan ni a fiestas ni a ceremonias del té. La “madame” que les proporciona las citas importantes, los hombres de negocios a los que han rechazado, las otras geishas, incluso el padre de Eiko que desesperado por su situación (que confiesa que no encuentra más salida que el suicidio) no duda en aprovecharse de su hija…, todos dan la espalda a las dos mujeres. Su rebelión ha cortado una cadena de intereses creados. Miyoharu, finalmente, decide en un momento dado sacrificarse por las dos para que puedan volver a ejercer y sobrevivir, y aun siendo consciente de su sometimiento, considera una victoria proteger a su pupila y que esta obtenga un poco más de libertad de elección.

Todo lo cuenta Kenji Mizoguchi en Los músicos de Gion (no entiendo por qué ese título en castellano) y lo hace sin fuertes estridencias. Sin momentos melodramáticos exaltados. Con la calma, la contención y la templanza de Miyoharu. La película presenta sutiles diálogos, fueras de campo, escenas llenas de detalles, hermosos planos secuencia, presentando un mundo cerrado e íntimo: la calle, los locales donde trabajan, la escuela de geishas y el hogar donde viven y se acicalan las protagonistas. Solo hay una breve salida en tren para acudir hasta un hotel privado en Tokio donde las protagonistas se rebelan. A pesar de ser capaces de decir “no”, no pueden dar un giro completo a sus vidas, sino que ambas son más conscientes de su privación de libertad. Tan solo se tienen la una a la otra.

La calle de la vergüenza (Akasen chitai, 1956)

Kenji Mizoguchi dejó una última película bella y dura antes de que la leucemia terminara con su vida. Su cámara capta el universo en una calle de burdeles y se centra en las prostitutas de uno de los locales. Cada una tiene su historia y sus motivos para ejercer. Es neorrealismo puro, donde cada mujer arrastra sus problemas, pero a la vez un relato de su vida cotidiana. Del día a día.

El director nipón no hace concesiones y penetra en el alma de Yoshiwara, el barrio rojo de Tokio, en plena posguerra. No hace falta mostrar sexo para dejar ver la dura situación de cada una de las protagonistas (un fuera de campo cuenta a veces mucho más). De nuevo es evidente que Mizoguchi sabe lo que refleja, conoce el mundo que capta con su objetivo.

Retrata a cinco prostitutas y cada una tiene su recorrido. La película transcurre en el momento justo en que se está debatiendo en el Parlamento una ley para acabar con la prostitución, con lo cual es un momento crítico para el local donde trabajan las protagonistas, hasta que conocen la resolución por la radio. De esta manera, presenta también de manera sutil la hipocresía social que existe alrededor de la prostitución.

La calle de la vergüenza cuenta la vida de Yumeko (Aiko Mimasu), una prostituta ya mayor que desea terminar viviendo con su hijo, por el que siempre se ha sacrificado.

Mickey (Machiko Kyô), una prostituta nueva, exuberante y aparentemente frívola, que no hace más que acumular deudas y que se permite todos los caprichos.

Yasumi (Ayako Wakao), la más popular del local, que lucha por salir de su situación, aprovechándose de sus clientes y sacándoles todo el dinero que puede (pues ella es consciente de cómo estos la someten y está abocada a un futuro determinado por el poder que ejercen sobre ella, así que decide “aprovechar” dicha situación) así como ejerciendo de prestamista de sus compañeras.

Hanae (Michiyo Kogure), una auténtica superviviente que con la prostitución trata de sacar adelante a su marido enfermo y su bebé.

Y, por último, Yorie (Hiroko Machida), otra veterana, que sueña con poder casarse pronto con su novio en el pueblo.

De nuevo, lo único que tienen las cinco prostitutas es la relación que establecen entre ellas.

Kenji Mizoguchi va entrelazando pequeños episodios cotidianos donde vamos conociendo el destino de cada una de ellas: una sale de la prostitución y monta un negocio propio. Otra pierde la cabeza totalmente ante la crueldad del mundo. También está la que se resigna a su vida, pero soñando con que un día pueda dejar de prostituirse. La prostituta que sale del burdel, se encuentra con un vida más dura todavía y regresa con sus compañeras. O, por último, la que ejerce para huir de su situación familiar, y por pura rebeldía.

No falta tampoco la dura imagen de la joven virgen a la que inician en el mundo de la prostitución porque no hay otra salida para ella.

La película no oculta la sordidez, pero Kenji Mizoguchi quiere y respeta a cada uno de los personajes femeninos que pinta, y los reviste a todos con la dignidad del superviviente. También dibuja un variado universo masculino que acude al burdel donde trabajan las prostitutas, y que no contribuye ni un ápice a que puedan conquistar sus derechos: el hijo avergonzado; el chulo, que gana a costa de las mujeres; el que regenta el local y se vende como el único que protege a sus pupilas; clientes de toda índole; el padre con doble moral, que quiere que su hija vuelva al redil para proteger su estatus social; el esposo enfermo, que solo piensa en el suicidio como única solución posible…

La calle de la vergüenza conquista en cada cuadro que “pinta” Kenji Mizoguchi con su cámara. Sus retratadas cobran vida y componen un bello lienzo, con sus dramas a cuestas.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

11 comentarios en “Sesiones dobles para tardes de verano (5). Kenji Mizoguchi y la prostitución: Los músicos de Gion / La calle de la vergüenza

  1. Hildy querida, qué buena síntesis haces tanto del Mizoguchi director/hombre como de estas dos películas que reseñas estupendamente y cuyo visionado recomiendo a quien pase por aquí.

    Lo de Mizoguchi con las mujeres ya se sabe que es un tema extraño y paradójico. Como tú dices es uno de los directores clásicos que mejor ha sabido no ya retratarlas y entenderlas, sino «atenderlas», es decir, mostrar el muy lamentable papel que les tenía reservada la sociedad japonesa, en especial a las que tenían la mala suerte de nacer o caer en el hoyo negro de la prostitución, que no solo las condenaba a una vida miserable y llena de peligros y penalidades, sino a la invisibilidad y el desprecio del resto de la sociedad, como puede verse en especial en La calle de la vergüenza.
    La paradoja viene de que, por otra parte, al dramatizar tanto y además con mucho artefacto artístico, como hace Mizoguchi, las peripecias de estas mujeres sufridoras, de alguna forma las sigue dejando en un lugar muy alejado de la realidad. Son mujeres representadas de forma realista pero que sufren tal acumulación de penares y de una forma tan dramática que terminan siendo seres imposibles… No sé si me sé explicar. «La vida de Oharu» quizá sea el mejor ejemplo de lo que estoy diciendo.

    Un beso muy fuerte!

  2. Creo que entiendo lo que dices, queridísimo Manuel. Me está encantando todo lo que veo de Mizoguchi. ¡Cuánta belleza hay en cada fotograma! Pesares, realismo y poesía, ¿verdad?
    Me llega su manera de mirar y contar.
    Esta sesión doble es un gozo visual y trata con sensibilidad,y con muchos matices posibles y realistas, un tema tan complejo como la prostitución.

    Beso
    Hildy

  3. En la década de los cincuenta Mizoguchi encadenó una serie de obras maestras bellísimas; además de las dos de tu sesión doble están «La señorita Oyu», «Los amantes crucificados», «La vida de Oharu», «El intendente Sansho» o «Cuentos de la luna pálida».
    Fue una década impresionante de Mizoguchi y también para el cine japonés, con maestros como Naruse, Kurosawa, Ichikawa, Ozu realizando películas fundamentales. Fue un periodo brillante.
    Sobre la prostitución también te recomiendo, si no las has visto todavía, «Cuando una mujer sube la escalera» de Naruse y «La mujer insecto» de Imamura.

    Un beso.

  4. Hola después de muchos meses Hildy. Por diversos motivos no he podido pasarme por tu blog durante semanas. Estos próximos días iré recuperando tus entradas y poniéndome al día. Tengo muchas ganas.
    Te reencuentro escribiendo sobre Mizoguchi. De la triada de clásicos japoneses, Kurosawa, Ozu y Mizoguchi, es este último el que más conozco y cuyo cine más me seduce.
    No he visto “Los músicos de Gion” pero si “La calle de la vergüenza” y me sobrecogió por su crudeza pese a no caer nunca en el tremendismo. Es una película coral, pero cada prostituta tiene su personalidad, sus motivaciones y su complejidad. Inolvidable el personaje de la occidentalizada Machiko Kyo que disfraza con pantalones ajustados, su aire frívolo y una rebeldía autodestructiva, el dolor por su la pérdida de su madre y la decepción hacia su padre.

    A mí me resultó bastante antipático el personaje de Ayako Wakao. Fría como el hielo, aprovechándose de la pasión desaforada que provoca en sus clientes para exprimirlos económicamente y sin ninguna solidaridad hacia sus compañeras. Su historia es casi una lectura sobre aquellos que están encaminados a triunfar en la dura sociedad japonesa, sean hombres o mujeres: personas sin escrúpulos, con gran ambición, corazón de piedra y con la capacidad de convertir cualquier tipo de relación humana en pura transacción económica.
    Película perfecta para concluir la trayectoria del maestro. Esa mirada final de la prostituta niña, en busca de su primer cliente, interpela directamente al espectador, rompiendo la cuarta pared Un recurso que ya había utilizado Bergman en “Un verano con Monika” y que volvería a utilizar Truffaut en su plano final con Antoine Doinel en “Los 400 golpes”. Clasicismo y modernidad dialogan.

  5. Otras películas de Mizoguchi cuyas protagonistas son geishas o prostitutas son la monumental “Vida de Oharu” sobre la progresiva degradación social de una mujer en una sociedad tan rígidamente jerarquizada como el Japón feudal. “Mujeres de la noche” cuyas protagonistas son el escalafón más bajo dentro de la prostitución, las prostitutas callejeras y que adopta casi un tono de documento social, al tratar las consecuencias que para las mujeres que la ejercían tuvo la prohibición de la prostitución tras la guerra. Y “La mujer crucificada” cuyas protagonistas son una madre y una hija. La madre es dueña de un prostíbulo con cuyos beneficios ha pagado una educación y una vida a su hija, ajena al negocio. Interesantísimas las tres.
    Otro film que te quiero recomendar, cuyas protagonistas son mujeres que ejercen o han ejercido la prostitución y que está dirigido por una mujer, la gran Kinuyo Tanaka (musa de Mizoguchi y protagonista de, entre otras, la antes citada “Vida de Oharu”) es “La noche de las mujeres”. Cuenta el camino hacia la redención no solo social sino también moral y sobre todo ante sí misma, de una prostituta que debe dejar de ejercer tras la prohibición y que entrara en el sistema de “reinserción” que el estado ha dispuesto para las exprostitutas. Si puedes encontrarla no te la pierdas, así como los otros filmes dirigidos por Tanaka, en especial su bellísimo “Pecho eternos” sobre una poetisa madre de familia, enferma de cáncer de mama. Hacía falta una mujer para abordar un tema como este, tan intrínsecamente femenino y hacerlo desde una sensibilidad que acongoja.

    Hasta pronto, Hildy.
    Lilapop

  6. No sabía que Mizoguchi fuera comunista, pero por lo que he visto suyo lo imaginaba. La calle de la vergüenza la acabo de ver y me ha encantado…no pases mucho calor, Hildy, besos…

  7. Querido Luis, muchísimas gracias por tus recomendaciones cinéfilas. Me apunto los dos títulos. Me queda mucho cine japonés clásico por descubrir y me apetece un montón, pues lo que voy viendo me engancha mucho. Las películas de Mizoguchi siempre las disfruto.

    Beso
    Hildy

  8. Querida Lilapop, pero qué alegría enorme volver a leerte. ¡Y cuántos títulos en mi lista de películas pendientes! Qué ganas.
    Me apetece mucho descubrir a Kinuyo Tanaka. He visto secuencias en la última serie documental de Mark Cousins sobre mujeres directoras (una joya) y he leído sobre ella,y ahora con tu recomendación, a ver si accedo pronto a su cine.

    Beso
    Hildy

  9. Querido Antonio, Mizoguchi siempre tiene una sensibilidad social muy especial en sus películas, ¿verdad? Y él mismo tiene una vida para verla desde una pantalla.
    ¡Qué bueno, casi hemos visto La calle de la vergüenza a la vez! Qué buen «dibuja» a sus personajes Mizoguchi.
    Jajaja, una hace lo que puede para no pasar ni pensar en el calor.

    Beso
    Hildy

  10. Hola Hildy
    La sesión de hoy bien podría llamarse «Mizoguchi goes to BarrioChino» (en las películas de arquetipos «alguien» tiene que poner la sal gorda; demasiado azúcar=diabetes).
    Tampoco nadie ha querido meterse en el «jardín músical» ¡Allá va SalGorda! Como bien dices en el barrio la «orquesta» nunca toca fuera de la melodía dominante… hasta que llegan las «solistas».
    Bueno, me voy que tengo que poner el quimono en salmuera. Un saludo, Manuel.

  11. Querido Manuel, eres un buen bailarín de letras. Tus juegos de palabras un reto. Así como las referencias que aplicas en ocasiones.
    Nos vemos en Japón, con los cerezos en flor. Tengo ya preparado mi quimono ancestral. Mizoguchi nos espera a tomar el té.

    Beso
    Hildy

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