Peter Bogdanovich ama el cine y uno de sus amores es un género: la comedia y si es posible screwball… con unas gotas de slapstick, por favor. Si encima unes cine y teatro…, solo hay una salida: el espectáculo debe continuar. Así surge ¡Qué ruina de función!, película donde el director cinéfilo logra que el espectador llore de la risa y sus carcajadas no puedan reprimirse. Bogdanovich mima sus comedias y bebe de un lenguaje cinematográfico complejo que se fue forjando con los grandes cómicos de cine mudo americano y continuó con el género screwball durante los años treinta y cuarenta…, de esta manera las comedias de Bogdanovich son evoluciones y homenajes al género que ponen de relieve la importancia que tiene un buen director de comedias. No hace más que seguir la premisa que nos descubrió Preston Sturges en Los viajes de Sullivan: lo importante que es dirigir buenas comedias y provocar simplemente la risa. Porque la risa termina siendo terapéutica y relajante cuando realmente surge del alma.
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Cuentos infantiles, teatro y cine de animación. A la luna de Cynthia Miranda y Daniel García
Los buenos cuentos infantiles lo que proporcionan son herramientas para entender el mundo en el que el niño se mueve, herramientas para enfrentarse a los miedos diarios, a los obstáculos para conseguir sueños, a las dificultades…, herramientas para entender los sentimientos, las emociones o para entender a los más grandes o a los más pequeños. Para entender, en definitiva, el mundo que les toca mirar. Los cuentos infantiles sirven para crecer, sirven para lidiar con ese mundo desconocido. Por eso elaborar un buen cuento es tan difícil… porque va a ser un aprendizaje para la vida. Así los cuentos de Andersen, los de los Grimm o los de Oscar Wilde pueden ser tremendamente tristes, sin ocultar la dureza de la vida, pero por otra parte no renuncian a la fantasía, la magia o la ilusión. Los cuentos infantiles no tienen que edulcorarse y tampoco pasear por lo políticamente correcto (que es la forma más tremenda de acabar con una imaginación y fantasía sin fronteras…), tienen que ser terroríficos, revoltosos, tristes, incorrectos incluso crueles (las páginas infantiles de Roald Dahl sabían mucho de esto)…, para convertirse en herramientas de defensa contra los posibles golpes o sustos que da la vida, para defenderse en el día a día, para caminar hacia los sueños, para no darse por vencido.
Ran (Ran, 1985) de Akira Kurosawa
Ran de Akira Kurosawa es de esas películas que permiten un análisis profundo y rico. El director japonés se inspiró en una obra de teatro occidental (El rey Lear de William Shakespeare) y la tiñe de su universo de cultura e historia japonesa. Kurosawa consigue una interesante y extraña fusión (cine, teatro shakesperiano, teatro japonés y un estudio pormenorizado y detallista de la historia de Japón del siglo xvi) para crear, a través del reflejo del caos, las consecuencias nefastas del poder, la violencia y la venganza. Kurosawa convierte la tragedia shakesperiana en más extremista…
Comedia con fantasmas de Marcos Ordóñez (Libros del Asteroide, 2015)
Un viaje a través de la memoria de Pepín Mendieta, el rey de la comedia. Comedia con fantasmas es una novela que rescata el espíritu de los escenarios de teatro españoles en un largo periodo histórico: de 1925 a 1987. Pero también está bien presente el mundo del cine. Cine y teatro de la mano para unas páginas apasionantes pobladas de recuerdos y fantasmas. Pues eso es rememorar, mirar una vieja fotografía o una película lejana… traer a la vida aquellos fantasmas que formaron parte de nuestra existencia y nos hicieron tal y como somos. Marcos Odóñez te sumerge en un mundo de fantasmas que cobran vida… y, como lector, no quisieras que bajase nunca el telón.
Hollywood gótico. La enmarañada historia de Drácula de David J. Skal (Es Pop Ediciones, 2015)
Unas escaleras que suben a los aposentos de un castillo decadente y solitario, la noche, el viento que apaga las velas, extraños ruidos, murciélagos volando, un grito, una gota de sangre, una ristra de ajos, un crucifico, hermosas damas victorianas, un hombre que ha perdido la cabeza come insectos, estacas, tumbas, muerte, sensualidad, arrebatos, mordiscos, sangre, un espejo que no refleja la imagen deseada, un barco asolado por la peste y tempestades ocultas, las ratas… y al final un hombre que hipnotiza con la mirada, que vive en la oscuridad, que muestra sus colmillos, que está sediento, que repta por las paredes, que es una presencia terrorífica…, el conde Drácula. Toda una imaginería alrededor de este personaje… ¿De dónde viene?¿Cómo ha ido creciendo y transformándose? ¿Por qué los vampiros y en concreto el conde… siguen presentes en nuestras mentes?
Cadeneta de curiosidades cinematográficas. Una profesora con gotas de poesía, Tim Robbins y Shakespeare, 1001 películas que hay que ver antes de morir y el ciclo de cine Otras infancias
Una profesora de parvulario (Haganenet, 2014) de Nadav Lapid
Hay películas que provocan en el espectador cierto extrañamiento, incomodidad y distanciamiento pero sin embargo hay algo en ellas que atrapa. Así ocurre con la segunda propuesta cinematográfica del director israelí Nadav Lapid, Una profesora de parvulario. Su manera de contar de alguna manera atrae la mirada. Y es difícil lo que plantea y cómo lo plantea. Habla de un mundo sin poesía pero sin embargo lo cuenta con un lirismo duro y especial. Una profesora de parvulario remueve e incomoda. Hay momentos en que no sabes si reír o llorar. Sus personajes no inspiran ninguna simpatía y sin embargo muestran totalmente su humanidad en un mundo que no hay hueco para los versos. Su premisa: una profesora de parvulario descubre a un niño en su clase con un don para crear poemas (es casi como si tuviera revelaciones)…, su obsesión por fomentar su don y por protegerle de un mundo que a ella le ha llevado a una cárcel interior, al vacío, a la soledad y el alineamiento le hará tomar decisiones y rumbos inesperados. La mirada especial de la profesora con el rostro de la actriz Sarit Larry define esta extraña película que deja momentos con unas gotas de poesía emocional… Un patio con lluvia, un baile desesperado, una lágrima que se desborda y un niño que no quiere dejar de serlo (Avi Shnaidman)…
El sueño de una noche de verano, según Tim Robbins
… Desde que siendo pequeña me regalaron un cómic de El sueño de una noche de verano de William Shakespeare (adaptación del historietista Miguel Quesada Cerdán… que aún conservo), mi idilio con esta obra y con Shakespeare aún no ha parado. Me enamoré sin remedio de esa obra y llegó a un punto álgido cuando siendo universitaria vi un montaje teatral que me dejó sin habla (de hecho repetí función), y fue el montaje que realizó el grupo vasco Ur Teatro. Las adaptaciones cinematográficas de esta obra en concreto no han sido tan afortunadas (la de 1935 de William Dieterle o Max Reinhardt o la de 1999 de Michael Hoffman), falta todavía aquel director que destaque con esta propuesta. Más brillantes han sido aquellas películas que han tratado de captar su espíritu como Ingmar Bergman con Sonrisas de una noche de verano, Woody Allen con La comedia sexual de una noche de verano o el empleo de la obra original en la película de Peter Weir, El club de los poetas muertos. Ahora mi amor hacia esta obra ha vuelto a renacer con fuerza, emoción y alegría en el Teatro salón Cervantes de Alcalá de Henares, pues tuve la fortuna de disfrutar del montaje que ha realizado, como director, Tim Robbins. Volví a hundirme en el mundo encantado de Titania y Oberón, a disfrutar de los enredos amorosos de Herminia, Elena, Lisandro y Demetrio y a reírme a carcajadas con ese montaje sobre el mito de Píramo y Tisbe que realiza la gente del pueblo para la boda de Teseo e Hipólita. Con una elegante y sencilla puesta en escena, donde los actores jugaban con sus vestuarios e intercambio de roles en los tres mundos que tan bien diferencia la obra, así como música en directo… y una fragmentación del personaje de Puck…, Tim Robbins logró disparar la emoción y la alegría que transmite esta obra. Y haré un comentario algo frívolo… pero fue un placer oír reír al mismo Robbins con su propio montaje… a unos pocos metros de la que esto escribe… Por cierto, Tim Robbins realizó un homenaje a Orson Welles y al teatro en una película que dirigió en 1999 y que me deslumbró la primera vez que la vi, Abajo el telón (Cradle Will Rock).
Un libro-regalo
Hace unos meses y en circunstancias adversas, me hicieron un regalo que me alivió y entretuvo durante momentos un poco duros… y todavía sigo disfrutándolo. 1001 películas que hay que ver antes de morir (Grijalbo ilustrados, 2014), donde, como su título explica, se reúnen este número de películas, ordenadas por décadas hasta la actualidad, con comentarios (con su ficha técnica, sus fotogramas, su cártel, anécdotas y alguna frase curiosa que se refiere a la película o alguna frase mítica del guion) de distintos críticos y expertos cinematográficos, coordinados por Steven Jay Scheneider. Como en todas las listas (y esta es muy amplia) hay sorpresas, ausencias y descubrimientos. Es un libro ameno y sencillo…, donde puedes estar de acuerdo o no con las valoraciones de los colaboradores y por tanto razonar o revisar ciertas reflexiones o afirmaciones. A mí sobre todo me está aportando el recordar o descubrir obras cinematográficas que aún no he visionado… y apuntar propuestas para llenar más todavía mi viejo baúl de películas.
Ciclo de cine y debate Otras infancias en La Casa Encendida
Como todos los años por estas fechas…, ando yo un poco implicada y muy ilusionada en un ciclo en La Casa Encendida. Las miradas de los niños avisan sobre la salud de las sociedades en las que viven. Esas miradas son directas y sinceras. Con esas miradas se dibuja el ciclo de cine y debate Otras infancias. Durante los martes y jueves del mes de julio se proyectarán siete películas, cinco de ficción y dos documentales, donde los principales protagonistas son los niños. Viajaremos a Oriente y Occidente, al Norte y al Sur y junto a ellos viviremos sus juegos y malabarismos para mantenerse en pie, para construir un futuro, a veces incierto… Otras infancias porque cada niño crea su propio universo, otras infancias porque las circunstancias que les rodean condicionan sus primeros años de vida. El martes se dio el pistoletazo de salida con La bicicleta verde de Haifaa Al-Mansour y el coloquio con la socióloga Fátima Arranz. Os dejo aquí un link de una propuesta veraniega sobre infancia, cine y reflexión.
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Descubriendo más cine musical. Las chicas de Harvey (The Harvey Girls, 1946) de George Sidney/A chorus line (A chorus line, 1985) de Richard Attenborough
La sesión doble de hoy nos lleva a un viaje especial por una época clásica en los musicales, aquellos mimados especialmente por la MGM en el departamento musical bajo la batuta de Arthur Freed; y la corriente, que hoy en día sigue, de llevar a la pantalla grande los musicales que triunfan en los escenarios de Broadway. Así descubrimos la historia de unas chicas que buscaban ganarse la vida en la cadena de los restaurantes Old West Harvey o la vida dura de los bailarines de Broadway en una complicada y larga prueba de selección. Para la primera contamos con un director relacionado normalmente con el colorido, la aventura, la vitalidad y varios musicales en su filmografía. Y en la segunda un director y actor que firma el único musical de su obra cinematográfica y que no salió mal parado.
Las chicas de Harvey (The Harvey Girls, 1946) de George Sidney
Esta película no se encuentra en la memoria cinéfila de los amantes del cine musical pero sin embargo es una obra cinematográfica con muchas de las características de las producciones del departamento de Arthur Freed. Vitalidad, alegría de vivir, ritmo, estrellas de la canción y del baile, canciones brillantes, bailes, espectáculo y color mucho color. Así es uno de esos westerns que se convierten en musical y se inspira además en un hecho real: en las vidas de las camareras que recorrían el salvaje oeste para trabajar en la cadena de restaurantes Old West Harvey para atender a los viajeros de los trenes… El tema tenía jugo para explotarlo bien y realizar un buen musical pero se queda en una película simpática (que ya es mucho), nostálgica, con algún número para el recuerdo y con un reparto maravilloso de estrellas que protagonizaron musicales inolvidables. Además de contar con la vitalidad y alegría de varias de las producciones de Sidney.
La estrella de la función es Judy Garland que no solo cumple como cantante sino que se muestra pizpireta pero también con esa mezcla de fragilidad y fuerza que derramaba sobre sus personajes. Ella es una de esas chicas que trata de buscarse un futuro, un cambio, en otra parte, en otro paisaje. Y es ella la que lleva la voz cantante en On the Atchison, Topeka and the Santa Fe, la canción que muestra la llegada en tren de las chicas a su nuevo hogar. Y además dicha canción ganó el Oscar aquel año.
Judy Garland es una joven soñadora que se ha atrevido a dar el paso de casarse en un lugar lejano a su hogar, Ohio. A su amor lo conoce a través de unas cartas… pero cuando llega su hombre soñado en nada se parece al que le escribe las cartas. Es un borrachín sin el don de la palabra. Todo tiene explicación. Ha sido objeto de una broma pesada: las cartas eran escritas, en realidad, por el empresario de la casa de citas y juegos de la localidad que ha actuado como si fuera un Cyrano de Bergerac. Un don juan caradura (John Hodiak) que quiere redimirse desde el mismo momento en que aparece en pantalla y para mí el punto más débil de la película tanto por la construcción del personaje como por el actor elegido, que no parece cómodo del todo en su rol. Así el futuro del personaje de Judy cambia: no se casa y entra a formar parte de las chicas de Harvey… pero además tiene ojos para el tipo duro que se ha reído de ella.
Otra de las debilidades de la película es que se podría haber explotado con mucha más riqueza y se queda tan solo en la superficie el enfrentamiento entre las chicas del Saloon, capitaneadas por una genial Angela Lansbury, y las chicas de Harvey, con Garland de líder. Se queda en un enfrentamiento muy plano entre las chicas de mala vida y las buenas chicas con refinadas costumbres. Un enfrentamiento gris sin ricos matices.
Pero entre los encantos de este musical, además de dar esa alegría de vivir que conseguían estos musicales, se encuentra el poder disfrutar no solo de Judy Garland o Angela Lansbury sino de disfrutar del arte en el baile y el increíble lenguaje corporal de Ray Bolger (cuyo papel más recordado es su espantapájaros en El mago de Oz) y ver los primeros pasos de la bellísima Cyd Charisse o descubrir a Virginia O’Brien y disfrutar también de esa secundaria que fue Marjorie Main. Y también otro encanto es reconocer el paisaje y los elementos del western en un musical que podría haberlos aprovechado mucho más como el momento brillante de Virginia O’Brien cantando The wild, wild west en una herrería mientras se prepara para herrar a un caballo ante un desfallecido herrero (Ray Bolger) que teme a estos animales. No faltan los códigos del viejo Oeste: el tren, sus peleas, las ciudades sin ley, los tipos duros, las celebraciones, las dificultades… pero en clave de sol.
A chorus line (A chorus line, 1985) de Richard Attenborough
Richard Attenborough sorprende con este musical que fue un éxito en el Broadway de los años setenta. La premisa es sencilla: la prueba de selección de un grupo de bailarines para un musical de éxito. A partir de ahí, empieza el espectáculo. Pese a las debilidades en la trama (esa historia de amor puesta con calzador), hay números de danza y canciones (como número estrella, One) tan bien resueltos y momentos tan brillantes visualmente que hace que el espectador, amante del cine musical, disfrute con esta película.
Sigue la premisa del espectáculo debe continuar (que ha dado maravillas como All that Jazz pero que ya tenía antecedentes en La calle 42 en los años treinta) donde se refleja la dura vida de los bailarines (paro, la edad, los prejuicios, la salud, el sacrificio, la fama y la caída…) y las dificultades para levantar un espectáculo musical.
Toda la película transcurre encima de un escenario, en un teatro, durante una prueba de selección. Por supuesto hay un director duro (que actúa casi como un dios, tiene el destino de los participantes en sus manos… y que tiene el rostro de Michael Douglas, es el que dirige la función, la prueba de fuego), un buen coreógrafo que sigue sus órdenes y un grupo de jóvenes con distintos sueños y problemáticas que vamos descubriendo en distintos números musicales.
Hay dos bailarinas que en un momento dado hacen referencia a una joya del cine musical y explican ambas que fue el motivo por el que quisieron dedicarse a esa profesión: Las zapatillas rojas (1948) de Michael Powell y Emeric Pressburger. Esta referencia implica una reflexión sobre A chorus line. Pese a ser una película disfrutable, con muchos elementos del género entre sus fotogramas, no alcanza la maestría e intensidad así como profundidad del clásico de Powell y Pressburger. Porque allí además de la premisa del espectáculo debe continuar, hay profundidad en los personajes y sus relaciones personales (una historia de amor potente) y una buena construcción de los elementos melodramáticos y musicales. A chorus line se queda en la superficie del espectáculo vistoso pero no hay corrientes ocultas bajo los fotogramas perfectamente ejecutados…
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Mi regalo de cumpleaños. Jeanne Eagels (Jeanne Eagels, 1957) de George Sidney
Descubrir un clásico siempre es un bonito regalo que aprecio. Me llamó la atención la pareja de actores protagonista (Kim Novak y Jeff Chandler), su director y que se rescatara con esta película una figura del pasado, una figura de los escenarios y del cine mudo que brilló hasta la revolución del cine hablado…, fecha de su fallecimiento (1929), Jeanne Eagels. Triste personaje femenino perteneciente al Hollywood oscuro, al de Babilonia, ese que reflejó Kenneth Anger en sus dos volúmenes. Triste personaje que vivió las mieles y los túneles oscuros de la fama… como Frances Farmer, Mabel Normand, Clara Bow… y un largo etcétera.
Jeanne Eagels fue escalando y escalando desde pequeños teatros, hasta ser una de las chicas de las Ziegfeld Follies, pasando por teatros más importantes hasta llegar a Broadway y también a Hollywood. También su vida se vio rodeada por el alcohol y la heroína así como una inestabilidad sentimental. Sus papeles más recordados tienen que ver con el escritor William Somerset Maugham. Uno de sus triunfos en los escenarios fue con la obra Rain, que después sería llevada al cine. La prostagonista, Sadie Thompson, tendría el rostro de celuloide de Gloria Swanson, Joan Crawford y Rita Hayworth. Pero durante muchos años Sadie en el escenario fue Jeanne Eagels. Y a título póstumo, recibió una nominación al oscar por una película (en plena revolución del sonoro), La carta, que años después sería una de las grandes películas que realizó William Wyler con Bette Davis. Finalmente, no se sabe si la muerte de Eagels fue provocada por una sobredosis o fue suicidio.
Y la película de George Sidney me ha sorprendido porque dibuja un triste y decadente retrato de la protagonista y filma una bella historia de amor imposible. La Jeanne Eagels de la película nada entre el biopic (con varias licencias para ficcionar la vida de la protagonista) y el melodrama romántico. Jeanne Eagels se aleja del cine technicolor, musical (Escuela de sirenas, Levando anclas, Magnolia o Bésame Kate) y aventurero (Los tres mosqueteros o Scaramouche) del director para decantarse por un retrato amargo en blanco y negro. Fue el segundo de sus trabajos con Kim Novak (la dirigiría tres veces, también en La historia de Eddy Duchin y Pal Joey), que mostraría cómo su fría y perfecta belleza era adecuada para mujeres complejas y atormentadas como Jeanne Eagels.
La película centra la trama en la historia de amor imposible e intermitente entre Jeanne Eagels y Sal Satori (atractivo Jeff Chandler), un feriante, y en el ascenso y descenso de la actriz por un camino de traiciones, adicciones e insatisfacciones vitales que la arrastrarán al abismo. Los momentos culminantes de ese amor son reflejados con una belleza extrema (tanto de puesta en escena…, como de diálogos): el primer beso bajo una lluvia torrencial trabajando en la feria, los dos montando por la noche en un carrusel de caballitos hasta que acaban en el suelo, él diciéndole a ella que se bebería su hermoso pelo, él mirando cómo ella se desviste para meterse en el mar… como si fuera una Afrodita y una de esas declaraciones de amor imposible (que suelo coleccionar) donde él le dice a Jeanne que si volviera a nacer y le dijeran que volviera a repetir su vida con éxito pero sin ella, que lo rechazaría, que prefiere haber vivido con lo poco que ha tenido de ella. O esa escena final con una Jeanne en la pantalla de cine, inmortalizada, y a Sal llorando en la sala.
Jeanne Eagels se la presenta como una joven con ambiciones que tiene claro que quiere llegar a lo más alto en los escenarios. Sin embargo no pondrá freno alguno a sus deseos que la volverán inestable e insatisfecha así como caer en diversas adicciones. En su camino no solo se cruza Sal Satori, sino también su profesora de teatro (Agnes Moorehead) o el productor (Larry Gates). Y ese deseo hará que traicione a una madura actriz en decadencia (magnífica Virginia Grey, apenas aparece pero con ella y el lenguaje cinematográfico se nos cuenta toda su historia y su trágico final) para conseguir un gran papel, este hecho será el punto del declive. Kim Novak logra dar al personaje esa inestabilidad emocional con su hieratismo y sus explosiones de humor. Logra un personaje a la vez hierático y frágil. Finalmente extremo.
La película cuida los ambientes… desde el mundo de la feria, como un inesperado paraíso (pero también a veces un lugar sórdido…, depende de la mirada o el estado de ánimo de los personajes), hasta las bambalinas del teatro (con sus glorias y miserias) o el rodaje de una película… pasando por la decadencia de un matrimonio que se consume en la soledad y el alcohol (entre hoteles y apartamentos) –cuando la película refleja el matrimonio de Jeanne con un jugador de fútbol americano acabado–… auntodestruyéndose poco a poco. Uno de los puntos interesantes de la película es la posibilidad de ver en acción en un plató de cine al director Frank Borzage, ya maduro, y a su hermano Lew (como asistente de dirección) como en El crepúsculo de los dioses habíamos visto a Cecil B. DeMille.
Y el rostro impasible de Kim Novak con un cuerpo perfecto de belleza griega que surge de la feria (como alega Sal en un juicio porque la han detenido por inmoralidad en su espectáculo) para brillar en los escenarios pero para terminar hundiéndose en el alcohol, la heroína y una continua insatisfacción y remordimiento… convierten a Jeanne Eagels en un melodrama de la parte oscura de la fama y el éxito en aquellos locos años veinte.
… este descubrimiento ha sido un bonito regalo.
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Óperas primas en el Festival de Málaga. El viaje de las reinas (El viaje de las reinas, 2014) de Patricia Roda/El país del miedo (El país del miedo, 2015) de Francisco Espada
Las óperas primas se han convertido casi en una heroicidad en tiempos de crisis y en una industria cinematográfica que está sufriendo transformaciones y cambios, no solo por la situación económica sino por procesos mucho más complejos, es un reto llevar a cabo un primer proyecto cinematográfico y sobre todo poderlo mostrar en los circuitos de exhibición. Y sin embargo estos tiempos son momentos de alzar la voz y también de proporcionar nuevas miradas. El Festival de Málaga es una plataforma idónea y durante estos días ofrece la oportunidad de descubrir nuevas obras cinematográficas de directores que entregan su primer largometraje. En este caso Patricia Roda recibirá la Biznaga de Plata, mañana, por su documental El viaje de las reinas en la sección competitiva “Afirmando los derechos de la mujer”. Y por otra parte Francisco Espada está compitiendo en la sección oficial con su ópera prima El país del miedo.
El viaje de las reinas (El viaje de las reinas, 2014) de Patricia Roda
¿Es posible un cambio o transformación social a través de un proceso creativo? ¿Por qué lo primero que se prohíbe y se controla en sistemas totalitarios es todo lo relacionado con la cultura? Estas son preguntas que tienen respuestas cada día a través de distintos proyectos. La cultura es abrir puertas y ventanas, hacer volar a las miradas, es aprendizaje de la vida, es acceso al conocimiento a través de la sensibilidad… y es posibilidad de cambio y transformación. El proceso creativo tiene algo que transmite fuerza y energía, un halo mágico que hace poner en pie proyectos imposibles. Y todo esto puede “sentirse” en el primer documental de la aragonesa Patricia Roda, El viaje de las reinas.
“Somos reinas”
Esta simple afirmación significa mucho. Es una afirmación reivindicativa. Las mujeres somos reinas en nuestra propia vida. Y esto lo tienen claro las quince mujeres protagonistas del documental. Todo empezó cuando un grupo de actrices decidió que en vez de lamentarse por su compleja situación laboral, no solo por la crisis sino también por la dificultad de encontrar buenos papeles sobre todo a una determinada edad, debían unirse y poner en pie un proyecto teatral (del que ha nacido además la plataforma Actrices para la Escena). Así surge Reinas. Desde las reuniones en un café de Zaragoza, El Sol, hasta estrenar la obra en el teatro Principal pasa un año de sueños, ensayos, trabajo duro, obstáculos, esperanza, ilusión… y todo lo contrario, incertidumbre, desencanto, dudas…
El alma del proyecto es visibilizar a unas mujeres que también escribieron la historia pero sin embargo se las relega a las sombras o a un segundo plano pero a la vez visibilizar que las mujeres actrices que llevan años en la profesión claman por papeles protagonistas, por las mismas oportunidades que sus compañeros en los escenarios (mismos salarios, mismas oportunidades de acceso, más papeles femeninos –y por tanto más voz–, más capacidad de decisión, más presencia en distintas áreas fundamentales en el mundo teatral…) y por poder seguir trabajando en lo que más aman (muchas de ellas tienen que buscar otras vías y trabajos para poder sobrevivir en el día a día).
Así la esencia de El viaje de las reinas son los rostros, primeros planos, de las quince mujeres que pondrán en pie este proyecto y la cámara de Patricia Roda “captará” todo el proceso creativo hasta el momento del estreno. Ellas son las protagonistas, ellas son las reinas. Así a la vez que ellas darán voz a distintas reinas europeas, el documental visibilizará a las actrices que aportarán su técnica, voz y cuerpos a dichas reinas. La impulsora y directora del proyecto, Blanca Resano, hará especial hincapié en que se las conozca con nombre y apellido.
Así Eva Hinojosa y Susana Martínez plasmarán en papel la obra de Reinas, este proyecto teatral común, y los rostros de las reinas serán los rostros de doce actrices de distintas edades: Laura Plano, Minerva Arbués, Amor Pérez Bea, Inma Chopo, Inma Oliver, Amparo Luberto, Carmen Marín, Ana Marín, Luisa Peralta, Mariles Gil, Nuria Herreros y Marisa Nolla. Y durante el proceso creativo cada una encontrará su voz de reina y en el escenario visibilizarán a Isabel La Católica, María Antonieta, Luisa Isabel de Orleans, Juana la Loca, Catalina la Grande, Isabel Farnesio, María Estuardo, Catalina de Aragón, Cristina de Suecia, Leonor de Aquitania, María Tudor e Isabel I de Inglaterra. Todas mujeres con nombre y apellido… y con un papel en la vida, las actrices y las reinas.
Patricia Roda opta por contar cronológicamente el proceso creativo, entrevistar a sus protagonistas, plasmar los acontecimientos más importantes y puntos culminantes antes del estreno en el teatro Principal (la división de etapas es a través de insertos que recrean conversaciones de Whatsapp o sencillos rótulos) y contextualizar este proyecto de dar voz a las mujeres y en particular a las actrices como un movimiento universal. Así el documental muestra a la plataforma Magdalena Project que nació en Gales en los años ochenta, principal impulsor de otros proyectos de mujeres en el escenario como el Festival A solas de México (quizá se echa en falta saber si realmente las actrices contactaron con esta red internacional y qué lazos o intercambios surgieron). La fuerza del documental son sus actrices, sus rostros. La realizadora dota de un buen ritmo y estructura un documental sencillo y directo que emociona porque capta la energía mágica de un proceso creativo que culmina en el escenario de un teatro.
El país del miedo (El país del miedo, 2015) de Francisco Espada
El cine y la literatura está reflejando un periodo convulso y de crisis que se evidenció con virulencia a partir de 2008 y que está llevando consigo una transformación trágica del mundo (si ya era de por sí trágico y pesimista). En otro análisis de una película, Mátalos suavemente de Andrew Dominik, además de plasmar la frase clave que suelta el mercenario Jackie Cogan (Brad Pitt) en la barra de un bar: “América no es un país, es un jodido negocio” (cambia simplemente el país), la película me hizo reflexionar así: “ante la doctrina del shock (doctrina del miedo), que tan bien explica Naomi Klein, los ciudadanos del mundo vamos muriendo suavemente ante un sistema que arrasa cualquier atisbo de humanidad y que lo que menos le importa son los ciudadanos libres. En los extremos hay fugas de movimientos e indignaciones pero a los que mueven los hilos no los vemos, son abstractos… Parece o da la sensación de una soledad trágica de David contra Goliat… y parece que Goliat va derribando obstáculos y venciendo”. Y muchas películas de estos años van reflejando este clima de miedo que pone a los ciudadanos en un estado de shock que les impide pensar, les paraliza y de este modo se van introduciendo cambios económicos y sociales que no tienen vuelta atrás y van minando el estado de bienestar y aumentando de manera trágica las fracturas sociales.
Así el director extremeño Francisco Espada adapta a la pantalla la novela de Isaac Rosa, El país del miedo, que como dijo el autor cuando le entregaron en 2008 el premio a la mejor novela que concede la Fundación José Manuel Lara Hernández: “El país del miedo es una novela de miedo, sobre el miedo y contra el miedo. Intenta ser un libro de resistencia, para que rechacemos todas las tentativas para dominarnos”. Y de eso trata la película, del miedo y del negocio que se genera a través del miedo, y de los mecanismos que provoca el miedo…
El país del miedo es una película que incomoda hasta el final y lo que el director plasma (con mayor o menor acierto) es un estado de ánimo: el miedo instalado en un estado de bienestar que se resquebraja y las situaciones de incomunicación y soledad que provoca. Y se centra en una familia de clase media y en concreto en el padre (José Luis García-Pérez), un funcionario que trabaja en una biblioteca y que siempre se ha regido por ideas progresistas y pacifistas, partidario de dialogar y mediar. Y lo que plantea El país del miedo incomoda a todos los niveles.
El conflicto empieza cuando los padres se dan cuenta de que su hijo sufre acoso escolar en el colegio por parte de una niña de 13 años. Entonces el padre trata de solucionar el asunto y entra en contacto con la niña. Esta traslada el acoso del niño al padre y logra intimidarle de tal manera que él no sabe cómo frenar la situación que se le escapa de las manos. En cada paso va traicionando cada una de sus convicciones hasta dar solución por la vía más insólita (una vía externa que él siempre habría rechazado) porque mina toda su coherencia ideológica. De fondo, se refleja cómo en la sociedad en la que habitan prima la desconfianza, la soledad, la incomunicación y, como no, la violencia. Algo que se adhiere en todas las áreas de la vida cotidiana: en las comunidades de vecinos, en los barrios, en los colegios, en los lugares de trabajo y por último en los ámbitos más íntimos. Y todo esto está afectando a cada uno de los miembros de la familia.
Francisco Espada cuenta con un reparto creíble y cuenta con soluciones cinematográficas eficaces (como abrir y cerrar la película con el tema de las puertas blindadas y las llamadas telefónicas como símbolo del miedo y del negocio que genera el miedo) o el inicio con una escena que alcanzará todo su impacto al final del metraje donde las víctimas de la historia se intercambian (porque al final todos actúan de una manera determinada por la conquista de terreno del miedo). Pero a veces otras decisiones de puesta en escena minan el ritmo de la película o sacan de la tensión de la historia como cuando rompe con la cronología de la acción porque en realidad trata de plasmar el estado del miedo del personaje protagonista (esas escenas que cuentan un hecho pasado a través de la mente del protagonista o tal y como teme que va a transcurrir). Porque la mayor dificultad de El país del miedo, y que a veces no se logra, es mezclar la realidad de lo que está realmente ocurriendo con lo que está sintiendo en realidad el personaje protagonista, su estado de pánico, y que provoca que a veces sea poco verosímil lo que estamos viendo cuando lo que se está contando es algo muy real y potente.
Aun así Francisco Espada logra una historia fuerte que incomoda al espectador, le remueve por dentro y le hace reflexionar. La esencia del personaje de José Luis García-Pérez no está tan lejos del David Sumner (Dustin Hoffman) de Perros de paja de Sam Peckinpah, incluso va más lejos y perturba más su forma de actuar, porque incluso delega el uso de la violencia en otro. El país del miedo, ese dibujo que expresa y vomita nuestros miedos más íntimos, mella en lo más profundo al ser humano.
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Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia (Birdman or the unexpected virtue of ignorance, 2014) de Alejandro González Iñarritu
Hasta el último fracasado lleva un superhéroe a cuestas porque vivir día a día es una aventura de riesgo y mejor que nadie lo sabe Riggan (Michael Keaton…, para quitarse el sombrero), actor de segunda en Hollywood que tuvo su momento de gloria cuando realizó una serie de películas de un superhéroe especial, el hombre pájaro. Ahora busca una oportunidad de prestigio en Broadway, quiere ser actor reconocido, y se mete en la aventura de poner en pie en un teatro una obra sobre relatos de Raymond Carver bajo el título ¿De qué hablamos cuando hablamos del amor? (el mismo título de uno de sus libros de relatos)… Son los días previos al estreno, con el inesperado percance de uno de sus actores principales, y toda su vida emocional, como hace años, patas arriba. El delirio, el ritmo y la emoción están servidos.
Alejandro González Iñarritu sigue experimentando con las formas de contar una historia, continúa ahondando en las relaciones personales y las emociones pero se pasa a la tragicomedia para reflexionar sobre el cine, el teatro, la ficción, los actores, los personajes, el amor, el desencanto… y sale así airoso de su separación profesional del guionista Guillermo Arriaga, supera su bache con Biutiful y da un giro necesario en su trayectoria que le hace resurgir como cineasta con mucho que narrar en forma de cine.
Y es que Riggan, su protagonista, combate el estrés y el miedo con su álter ego siempre a su espalda que le recuerda tiempos de gloria y sus poderes supranaturales. Con su voz grave el hombre pájaro le incita a recurrir al terreno seguro y sin riesgo, seguir siendo superhéroe de pacotilla, pero esa vuelta también es un espejismo, porque Riggan es un hombre cada vez más mayor y cansado (cansado de volar)…, que quiere ser reconocido como profesional, como actor. Quiere que le admiren, que le quieran. Le pesa tanto la absurda fama del hombre pájaro… Riggan quiere mantenerse a flote, no seguir siendo un patético actor que fracasa no solo en su profesión sino también en su vida personal con su hija (Emma Stone), con su ex esposa (Amy Ryan) y con su pareja actual y una de las actrices de su obra (Andrea Riseborough). Riggan quiere una fama que es también un espejismo porque ahora las nuevas tecnologías están cambiando el concepto de este término y los caminos para llegar hasta a ella…
Riggan solo quiere ser un hombre amado y que su obra le dé prestigio, y no tener problemas u obstáculos…, pero los días previos al estreno le convierten en el hombre más vulnerable que hace esfuerzos por no estallar frente a los interminables problemas de última hora que se le van acumulando: problemas sentimentales, con su hija, con el actor principal, con el sustituto (… Edward Norton, sin palabras), con las sesiones de preestreno, con una crítica de teatro (Lindsay Duncan), con su insegura actriz principal (Naomi Watts), con su mejor amigo que tira y tira para que el espectáculo no se derrumbe (Zach Galifianakis), con sus dependencias, con sus recuerdos amargos…
Pero es la crítica, que no quiere dar la más mínima oportunidad a un ridículo hombre pájaro de celuloide, la que en un periódico plasma las palabras clave para entender a un delirante y desesperado Riggan, que se siente al borde del abismo emocional en todo momento, porque como dice la periodista (en su breve pero importante intervención) es esa “inesperada virtud de la ignorancia” la que logra hacer renacer al actor fracasado y que se arriesgue sin red al máximo. Es esa “inesperada virtud de la ignorancia” la que le hace volar de nuevo como un ave fénix o estrellarse como un Ícaro mitológico… y remover así los escenarios con las palabras amargas de Carver.
Alejandro González Iñarritu cuenta las peripecias del hombre pájaro entre bambalinas, corriendo por pasillos, subiendo a áticos, abriendo o cerrando puertas, en los camerinos, en las escaleras, encima del propio escenario o recorriendo un tramo de la calle Broadway (incluso andando rápido en calzoncillos)… con el estrés de un trucado pero efectivo plano-secuencia. Y Riggan es también un solo frenético y maravilloso de batería que persigue su estrés y miedo hasta la culminación final de caída y resurrección. Mientras, en este recorrido delirante, le acompañan un séquito de estrellas caídas o al borde del abismo que se hacen no obstante brillar unas a otras en momentos intensos o íntimos, emocionantes: el actor insoportable pero por puro miedo, la hija dependiente, desencantada y lúcida, la actriz insegura pero con la ternura por delante, la amante cínica con corazón grande, la ex que sigue dejando un beso en la mejilla como un agradable fantasma del pasado o el amigo frenético pero siempre fiel…
Y al final te quedas como esa hija de inmensos ojos azules que mira por la ventana y sonríe… porque ha visto algo inesperado.
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