Unas escaleras que suben a los aposentos de un castillo decadente y solitario, la noche, el viento que apaga las velas, extraños ruidos, murciélagos volando, un grito, una gota de sangre, una ristra de ajos, un crucifico, hermosas damas victorianas, un hombre que ha perdido la cabeza come insectos, estacas, tumbas, muerte, sensualidad, arrebatos, mordiscos, sangre, un espejo que no refleja la imagen deseada, un barco asolado por la peste y tempestades ocultas, las ratas… y al final un hombre que hipnotiza con la mirada, que vive en la oscuridad, que muestra sus colmillos, que está sediento, que repta por las paredes, que es una presencia terrorífica…, el conde Drácula. Toda una imaginería alrededor de este personaje… ¿De dónde viene?¿Cómo ha ido creciendo y transformándose? ¿Por qué los vampiros y en concreto el conde… siguen presentes en nuestras mentes?
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Londres después de medianoche de Augusto Cruz (Seix Barral. Biblioteca breve, 2014)
El actor Lon Chaney y el director Tod Browning fueron de esos dúos de profesionales que se unen y dejan un interesante testamento cinematográfico. Juntos rodaron diez películas. Y el éxito del dúo les hizo ir escalando puestos en Hollywood. Sin embargo, como ocurre con gran parte del cine silente…, no todas sus obras se han conservado y el dúo poco a poco cayó en el olvido. Una de sus películas arrastra el misterio y la ilusión de los coleccionistas. Una película perdida… Una historia de vampiros, Londres después de medianoche (1927) y punto de partida de la primera novela del autor mexicano Augusto Cruz. La imagen icónica de Lon Chaney en esa película sí ha pervivido: sombrero de copa, pelo largo y lacio y una dentadura imposible.
Una novela que funciona como artefacto perfectamente construido, su máxima cualidad (además de hacer disfrutar al lector en cada página) es pasar, sin que nos demos cuenta, de un relato de investigación y detectivesco absolutamente racional y con sentido a otro de tinte fantástico y onírico con gotas de irracionalidad aliñado con surrealismo. El límite entre realidad y ficción es extremadamente delgado… o casi no existe. ¿Qué es real, qué es fantástico? Las líneas son borrosas… y más en un mundo absurdo, violento y lleno de incógnitas. Pero también un mundo que deja sitio para las relaciones humanas más singulares, y por qué no, bellas. Un mundo que permite pasiones y hombres y mujeres capaces de todo por el trabajo bien hecho o por vivir hasta las últimas consecuencias una pasión. Augusto Cruz juega siempre, de manera perfecta, a esos limites de lo racional, lo real, lo fantástico, lo onírico e irracional.
La novela además de mostrar un mundo rico y un universo propio lleno de referencias a los relatos de detectives, al cine negro pero también dando un rodeo genial al cine de terror y sus orígenes mudos así como a la ciencia ficción, también deja entre sus páginas un excepcional trabajo de documentación tanto cinematográfico como histórico (a la hora de abordar a algunos personajes importantes de la trama).
Porque el escritor mexicano no deja nunca de jugar a la realidad y a la ficción incluso en sus personajes. La historia empieza con la contratación, por parte de un anciano coleccionista Forrest Ackerman (un personaje real), que arrastra ya serios problemas de memoria, de un exagente del FBI que fue hombre de confianza de J. Edgar Hoover, Mc Kenzie. Y le contrata precisamente para que encuentre un recuerdo de su infancia, la película perdida ansiada por muchos: Londres después de medianoche.
Lo que al principio parece una investigación no más compleja que otras (con la búsqueda y seguimiento de pistas y el uso de la razón para su resolución), supone para Mc Kenzie una bajada a los infiernos, un regreso a su pasado y sus miedos, atormentado, y protagonizar un viaje a lo desconocido, a lo fantástico, a lo misterioso… Un camino lleno de peligros inimaginables que le lleva hasta las profundidades de México, cerca de Tampico, hasta un escenario absolutamente surrealista (y real… hasta aquí puedo leer). Parece que esta película de vampiros arrastra una maldición y todos aquellos relacionados con ella y en su búsqueda terminan arrepintiéndose o no contándolo… pero Mc Kenzie no parará hasta solucionar el caso.
Así Augusto Cruz se mete en un relato apasionante con las fuentes que le apasionan y juega con ellas para crear una historia que atrapa. Y no solo es un genial homenaje a la historia del cine y a unos géneros determinados (y sus orígenes) sino también un viaje interior a la naturaleza humana y a nuestros miedos más profundos y un análisis de lo que supone el misterio, lo enigmático o lo nunca descubierto. Y también un estudio sobre la memoria y los recuerdos. El autor sorprende en su recreación de personajes reales como un anciano Hoover o cómo se inspira para mostrarnos a viejas divas del cine mudo. Pero también logra, con su pluma y su forma de contar alcanzar la esencia del cine que al autor le apasiona y meter a la narración detectivesca y lógica sus dosis de irracionalidad, terror y ciencia ficción. Así, durante la lectura, me vinieron a la cabeza obras cinematográficas que dinamitaban la lógica como La noche del demonio de Jacque Tourneur o por irme a unos creadores más contemporáneos, la vuelta que dan los Coen a su relato cinematográfico, El hombre que nunca estuvo allí.
La novela de Londres después de medianoche es para saborearla y disfrutarla página a página. Y después buscar todas sus referencias, sus caminos y recovecos. Delatar sus entrañas, buscar sus misterios, inmiscuirse en sus anécdotas y dilucidar cuáles son reales o ficticias y sorprendernos. Y sobre todo buenas páginas para seguir alimentando nuestra pasión hacia el cine.
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.
El palacio de las maravillas (The Show, 1927) de Tod Browning
Hay directores-creadores que imprimen a sus películas ambientes y atmósferas especiales. Tod Browning fue uno de ellos. Sus películas más distribuidas y por tanto más populares son su Drácula, con Bela Lugosi, y Freaks, convertida en obra cinematográfica de culto. Ambas películas son de su etapa sonora, de 1931 y 1932. Pero Browning durante la etapa de cine mudo fue un realizador bastante popular sobre todo cuando dirigió una serie de películas con el actor Lon Chaney (de momento, solo he visto una pequeña joya que se llama Garras humanas, junto a una Joan Crawford silente y estoy a punto de descubrir otra que pronto aparecerá por aquí).
Browning conocía bien el mundo del circo y el espectáculo de variedades. De hecho siempre había sentido fascinación por estos ambientes y siendo muy joven se fue de su hogar para dedicarse a recorrer mundo con distintos espectáculos de farándula. Hasta que un teatro de Nueva York conoció a aquel que le introduciría en el mundo del cine: David W. Griffith. Así estas breves pinceladas biográficas me sirven perfectamente para poder empezar a escribir sobre El palacio de las maravillas, una obra a tener en cuenta y que me ha hecho descubrir algo más a Browning.
Como varias de sus obras (por ejemplo, las ya nombradas Freaks y Garras humanas), El palacio de las maravillas está ambientada en el mundo de las variedades, de las ferias de espectáculos y variedades… Un mundo que mezcla la maravilla (se muestra cómo el espectador es ‘engañado’ mediante la ilusión y cómo siente atracción por lo extraño, por lo distinto, por lo inesperado) con los bajos fondos, las relaciones y los sentimientos oscuros, complejos y soterrados de los artistas. Y de esa mezcla surge un ambiente onírico con aires de pesadilla.
Así Browning imprime una mirada especial en el cine que se realizaba en Hollywood. En distintos análisis de su obra se habla de mirada subversiva y subvertir quiere decir “trastornar, revolver, destruir, especialmente en lo moral”. Así el director se une a la cantera de directores subversivos del Hollywood silente: con Erich von Stroheim o Josef von Sternberg. Directores de los bajos fondos tanto del mundo físico como del moral. Pero a la vez directores con una poética especial de la imagen, mostrando con una belleza especial la parte oscura del alma del ser humano.
Y además Browning en El palacio de las maravillas hace el más difícil todavía… y es de repente imprimir progresivamente a una obra en un principio oscura, de bajos fondos, otro aire catártico… De pronto el espectador se ve arrasado por un desgarrador melodrama silente, como los de su maestro David W. Griffith. Así esta obra llega a una poética visual similar al romanticismo trágico y trascendental de otro maestro del melodrama silente, Frank Borzage.
Otro aspecto clave para disfrutar del visionado de El palacio de las maravillas es su trío de actores protagonistas. La pareja principal y el antagonista tienen los rostros de John Gilbert, Renée Adorée y Lionel Barrymore. En aquel momento Gilbert y Adorée eran una pareja romántica recordada por uno de los éxitos mudos de King Vidor, El gran desfile. Ya es subversiva la mirada de estos dos amantes: del romanticismo de El gran desfile, se nos presentan de una manera muy diferente y oscura en El palacio de las maravillas.
Él es Cock Robin, un maestro de ceremonias y mago de un espectáculo de variedades. Embauca al público con su encanto y además seduce, se aprovecha y engaña a todas las espectadoras que puede. Es timador y ruin. Del show que presenta, el momento culminante es la recreación del baile de Salomé ante Herodes y la ejecución de Juan el Bautista (siendo él precisamente este personaje). Ella es precisamente Salomé, presentada en un principio como femme fatale que se encuentra en los brazos del temible dueño del espectáculo, el Griego, pero que sin embargo no deja de seducir a Robin. Browning termina dando la vuelta a la tortilla a esta oscura historia de amor de una manera elegante y sutil. Y Robin se ve transformado por el amor verdadero que le ofrece Salomé, que de femme fatale termina convertida en damisela en apuros de vida familiar desgraciada, Salomé no es más que una superviviente.
En la historia oscura de Hollywood cuentan que el personaje de Cock Robin (que realmente se hace desagradable pues es oscuro, oscuro…) suponía un castigo a John Gilbert, el galán más exitoso de la MGM. El público no estaba acostumbrado a verle en un papel tan vil y podía sentir repulsión ante este nuevo matiz. Así su participación en esta película formaba parte de la campaña de desprestigio que emprendió el estudio contra el actor por sus desavenencias con el máximo jefe, Louis B. Mayer, que llegaría a su culminación con el cine hablado (y la repetición de que el actor no contaba con la voz adecuada… algo que se ha ido desmintiendo con el tiempo –basta con escucharle en La reina Cristina de Suecia–). Con el paso del tiempo lo que se demuestra es que Gilbert era capaz de funcionar en otros registros y hacerlo muy bien.
Y el Griego es el malo, malísimo de esta historia, la representación del mal en los bajos fondos. Y no es otro que un magnífico (¿cuándo ha estado mal este hombre?) Lionel Barrymore que en todo el metraje se muestra oscuro y malvado.
El palacio de las maravillas es de esas obras cinematográficas que afianzan la admiración por un director-creador y sigue generando muchas ganas de indagar más en su filmografía.
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