Violette (Violette, 2013) de Martin Provost

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… “Soy un desierto que monologa”… Así define Violette Leduc su escritura, su necesidad de vomitar palabras y plasmarlas en cuadernos en blanco. Y con esa cascada de palabras se nos va revelando la personalidad de Leduc y permite que entendamos los actos que acompañan su vida. La soledad en la que se siente atrapada, la soledad por la que tiene que aprender a caminar. Violette de Martin Provost devuelve el retrato de una mujer que se salva, a través de la palabra, de destruirse cada día un poco más. El primer contacto que el espectador tiene con este desconocido personaje histórico es su confesión de que la fealdad en una mujer es un pecado mortal… y algo que marca su deambular; una demostración del poco amor que se tiene a sí misma. La sucesión de imágenes nos va llevando a la culminación, al clímax, a entender la humanidad del personaje: es desgraciada porque tiene interiorizado desde la infancia un sentimiento de que nadie la quiere ni la querrá. Ella es bastarda y siente siempre que no fue fruto del amor, que nunca fue deseada por nadie. Así titulará sus memorias, La bastarda.

Martin Provost atrapa a su personaje en plena Segunda Guerra Mundial, dedicada al estraperlo junto a otro escritor Maurice Sachs. Nos la presenta de golpe y porrazo. Como un choque o explosión, sin que entendamos nada sobre ella. Hasta que poco a poco vamos descubriendo quién es y por qué es así.

Y empieza ahí el relato cinematográfico porque es el momento en que Violette, por recomendación de Maurice, escribe en un cuaderno cómo se siente. Como todo ser humano, se va definiendo su historia y personalidad por las personas que se va encontrando en el camino y por las relaciones que va construyendo o destruyendo… Así vamos asistiendo a un segmento de la historia de Leduc, según va conociendo a distintas personalidades, y la abandonamos en un paisaje maravilloso, en la Provenza (el único sitio donde encuentra una especie de paraíso, de paz), sola, en una silla, escribiendo en un cuaderno.

En ese segmento de vida que se nos narra cinematográficamente, asistimos a encuentros cruciales en su vida; además de su madre, influyen en que al final culmine su carrera literaria con sus memorias, que se convirtieron en un éxito: Maurice Sachs, Simone de Beauvoir, Jean Genet, Jacques Guérin… Provost evoca el camino creativo de Violette Leduc hasta que es reconocida como autora pero también su viaje a la aceptación de su soledad, a entenderse, a aprender a dejar de depender emocionalmente de las personas que quiere (a no necesitarlas), a no caer en la locura, al miedo al fracaso… Como le dice, en un momento dado, su amigo Genet, Violette es demasiado melodramática en su vida… hasta que llega a algo parecido a la calma a través de su contacto con la naturaleza y con el vómito de palabras en sus cuadernos…

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Violette (Emmanuelle Devos) vive con angustia porque quiere que la amen los hombres y mujeres que se cruzan por su camino… y cada vez que no se siente amada, acecha el terror al fracaso y al rechazo. La sombra de la locura. No es mujer fácil pero no es revelado el porqué. Violette escribe sobre sus miedos, angustias, experiencias sensuales, sus heridas, sobre las personas que quiere y odia a la vez… Violette se desnuda en cada palabra, se sincera. Se devuelve su reflejo en los libros. Y habla de cosas que, en su momento (y ahora también), poca gente se atrevía, porque revela su yo más íntimo (sus sentimientos, emociones, sensaciones, su sexualidad), sin miedo alguno. Y desgarra y se cura. Se tranquiliza, se salva y crea… De todas las relaciones que refleja la película de Martin Provost, la más cuidada es la que establece con Simone de Beauvoir (fantástica Sandrine Kiberlain). Una relación llena de matices entre dos mujeres complejas que sin embargo construyen a través del tiempo una relación fuerte, que evoluciona. Violette es distante, solitaria, dura, dependiente… pero también vulnerable. Y es retratada, por Provost, con ternura y un fino sentido del humor.

Martin Provost cuida los espacios en los que se desenvuelve una emocional Violette. Así se convierte también en una película de sensaciones y detalles. Leduc siente sus paseos por la naturaleza o cada objeto de su hogar. Una ventana que se abre, una puerta que se cierra o ese café donde se encuentra a Simone, las camas en las que se tumba, la librería en la que se desespera, la clínica en la que sucumbe…

Con Violette, Provost ha creado un díptico sobre mujeres artistas. Así ya realizó otro retrato de una artista contemporánea bastante desconocida, esta vez una pintora, en Séraphine (que aún no he podido ver). Violette se une así a una corriente de películas con nombre de mujer y que últimamente está deparando grandes sorpresas. Tanto por las películas en sí, por los temas tocados, como por la compleja construcción de personajes femeninos. Algunos de estos personajes deambulan por el mundo de la ficción y otros son reconstrucciones de mujeres que son reivindicadas por el papel que tuvieron en su momento. Me atrevería a decir que parte del mejor cine que estoy disfrutando últimamente tiene rostro de mujer: Camille, Elena, Ida, Blue Jasmine, Hannah Arendt… y ahora Violette.

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Westerns atípicos. La metamorfosis de un género (I). 7 mujeres (7 women, 1966) de John Ford

7 mujeres

A finales de los años sesenta y durante los setenta el género western está en continuo cambio y transformación. ¿Canto de cisne o innovación-cambio de un género que se negaba a dar sus últimos coletazos? Así durante estos años, no sólo nace una variación interesante como el spaghetti western, sino que surgen una serie de westerns atípicos con miradas diferentes que ofrecen nuevas miradas del género (no sólo la crepuscular… también una visión que va unida al desencanto y a los aires de protesta de estas dos décadas).

Si tan solo hace unos días hablábamos de un western atípico como Pat Garrett y Billy El Niño, ahora quisiera reflejar este interesante periodo de metamorfosis del género en tres post. Primero con la última obra de John Ford, el director de películas del Oeste se despide con una triste película que no es estrictamente un western pero sin embargo emplea las claves del género para contar una historia con aires de tragedia clásica. Después seguiremos con la obra de un director (su penúltima película) que tan sólo haría en toda su carrera un único western, El día de los tramposos (recuperada de la memoria gracias a un texto de Francisco Machuca). Esta obra de Joseph L. Mankiewicz ofrece una mirada ácida con ecos de comedia negra y desencanto hacia un viejo Oeste complejo. Y por último cerraremos este breve ciclo con Las aventuras de Jeremiah Johnson de un joven realizador que empezaba a despuntar en los setenta, Sydney Pollack, que encontró en el western una manera de expresar su desacuerdo con el sistema imperante…

La última de Ford

Un Ford anciano aborda un relato cinematográfico desgarrado y desencantado: 7 mujeres. Y se despide del cine con una película que a primera vista parece que no es un western. La historia que nos cuenta Ford no transcurre en los paisajes habituales ni en campo abierto. El salvaje Oeste desaparece y se cambia por un lugar lejano, frontera de China con Mongolia, un lugar en guerra. El fuerte del Oeste se transforma en una misión claustrofóbica dirigida por una mujer de carácter e intransigente (Margaret Leighton). Una película que fue incomprendida en su momento, que no es fácil de encontrar una copia en condiciones, que no sólo no fue valorada por los espectadores del momento, sino tampoco por los críticos. 7 mujeres ha sido valorada algo mejor con el paso de los años y en los distintos análisis sobre la obra completa de John Ford. Por ejemplo analiza y cuenta muy bien cómo fue el rodaje (así como sus dificultades) y proporciona un análisis crítico completo y lleno de matices, uno de los expertos en la filmografía de Ford, John McBride en su libro Tras la pista de John Ford (publicado por T&B Editores, 2004).

John Ford abandona el salvaje Oeste pero no las claves del género. Es decir 7 mujeres está contada en clave de western clásico. Además se pueden encontrar similitudes con uno de sus westerns más míticos e importantes a la hora de comprender el lenguaje del género: La Diligencia. Y esas similitudes se encuentran sobre todo en dos aspectos fundamentales: un personaje principal que muestra, por contraste, la hipocresía y doble moral de la burguesía (y en este caso de las organizaciones religiosas). La representación del otro sin rostro, de manera simplista… ellos son el mal y la fuente de problemas para los protagonistas (además de sus propios choques, de sus complejas relaciones interpersonales, y obstáculos). En La Diligencia eran los indios, impersonales, los que provocaban las situaciones límites entre el grupo que viajaba en un medio de transporte que era continuamente atacado (y después también en la posada). En 7 mujeres los bandidos mongoles son presentados sin matices, son unos ‘bárbaros salvajes’ y violentos, no hay más lectura. Pero se pueden encontrar otros puntos de unión como, por ejemplo, la mujer embarazada que pone más al límite la situación del grupo que trata de sobrevivir frente al enemigo. Así el personaje de Anne Bancroft puede ser una fusión entre la prostituta y el doctor de La Diligencia (como aquel maravilloso Thomas Mitchell, la doctora Cartwright también bebe). Además de tener ecos de otro personaje femenino fordiano, Kelly, la morena de turbio pasado con rostro de Ava Gadner que eclipsaba a cualquier personaje que apareciese en Mogambo.

La película, como en las del Oeste, ocurre en un territorio de frontera sin ley. Y como siempre Ford presenta un abanico de personajes (esta vez prácticamente todos femeninos) complejos, nada planos, que se relacionan entre sí. Lo que cuenta sobre todo 7 mujeres es el enfrentamiento de poderes entre dos mujeres con miradas diferentes ante la vida. Una se termina sacrificando por todas, sin pedir nada a cambio… sería el fuera de ley de las películas del Oeste (que parece que va a lo suyo) pero sin embargo actúa y decide salvar a los demás. Y la otra, en un principio mostrada como fuerte e intransigente, va perdiendo la cordura y el respeto del grupo (además con sus actos podría haber conducido a todos a un final desastroso) además de mostrar sus miedos, represiones y frustraciones. Las demás mujeres se van relacionando de distinta manera (algunas evolucionan de la primera escena a la última) con las dos líderes… Sobre todo dos de los personajes: la joven misionera (Sue Lyon) y la segunda de bordo de la inflexible directora de la misión, con la cara de Mildred Dunnock.

Tan solo hay un personaje masculino en el grupo americano (y británico) de la misión que además desaparece a mitad de esta historia con rostro de Eddie Albert (otra vez en nuestro blog, hace nada nos visitó con Attack). Un personaje complejo que evoluciona hasta que es eliminado para que se queden las siete mujeres solas en una situación límite. Cuando pregunta la doctora en su primera cena con sus nuevos compañeros de viaje: “cómo se siente como único gallo de este gallinero”… y él contesta con una risa ridícula, define a la perfección su personaje. Así la interpretación de Albert evoluciona de un hombre anodino y asustadizo que ha guiado su vida para ser predicador… hasta un hombre que toma conciencia de que se ha equivocado de rumbo y despierta… pero ya es demasiado tarde para él (sin embargo, logra que pueda ser recordado con respeto cuando por primera vez toma las riendas de su vida con una mirada realista).

El personaje bombón es el de la la doctora Cartwright, sin embargo, así como Ford dejaba un final optimista tanto para la prostituta de La Diligencia o para la Kelly de Mogambo, a la doctora la deja sola en su sacrificio, en su acto de heroísmo. A su acto de entrega, sin pensárselo dos veces, le sigue su suicidio ante un futuro de dominación, sumisión, en un mundo salvaje y sin reglas. Así Ford nos deja una de sus imágenes hermosas e icónicas… la silueta de una mujer con un kimono ante una puerta que significa la muerte… 7 mujeres se convierte en una despedida triste del director que hacía películas del Oeste. Una despedida en un territorio alejado del western pero que comparte sus claves fundamentales para contar una historia.

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Relaciones, identidades y otras complejidades. Her (Her, 2013) de Spike Jonze / Guillaume y los chicos, ¡a la mesa! (Les garçons et Guillaume, à table, 2013) de Guillaume Gallienne

 ¿Qué pasan cuando nos cuelgan una etiqueta, allí donde nos sentimos más seguros —en nuestro entorno familiar— desde que somos pequeños? ¿Una etiqueta que nos provoca confusiones y sufrimientos en nuestra identidad sexual? ¿Qué pasa cuando después de una ruptura, queda el vacío, y muy pocas ganas de volverse a arriesgar? ¿Pueden las nuevas tecnologías, evitar la soledad? ¿Los seres humanos pueden enamorarse de inteligencias artificiales? ¿Existe correspondencia? Todas son preguntas que tratan de responder de alguna manera dos películas que aún se proyectan en sala de cine. Cada una de ellas puede gustar más o gustar menos pero ambas son propuestas cinematográficas arriesgadas…

Her (Her, 2013) de Spike Jonze

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… Spike Jonze se sitúa en un futuro extremadamente cercano y muestra la vulnerabilidad emocional del ser humano. En un mundo ya transformado totalmente por las nuevas tecnologías, conocemos al protagonista de esta ¿historia de amor? o ¿historia de soledad?, Theodore. Él es un treintañero emocionalmente tocado y a punto de divorciarse de la que ha sido la mujer de su vida y de sus sueños. Theodore está en un limbo de soledad donde embarcarse en una relación con alguien de carne y hueso le duele. Nuestro protagonista trabaja en una empresa que escribe cartas a terceros…, vende emociones, sentimientos…, es como si ya las personas dejaran a otros la expresión de los sentimientos y el mundo interior. Y esos otros crearan las palabras que creen acordes a lo que sentimos… ¿complejo, verdad? Es como si todos los seres humanos acudieran a un Cyrano de Bergerac particular… pero encerrado en un triste habitáculo (y probablemente sin un mundo interior tan rico y directo).

Theodore en ese momento de su vida le es más fácil comunicarse con un SO que con un ser humano. Así que compra un nuevo sistema operativo personalizado que se convierte en una terapia contra la soledad y la desidia. Porque ese SO tiene voz de mujer (Scarlett Johansson) y de compañera perfecta, que escucha, anima y consuela. Y a Theodore se le abre un mundo nuevo. Mira otra vez con ilusión y se siente único. Pero olvida que esa voz femenina es artificial, es una máquina… Y Her se convierte así en una historia triste, melancólica, que deja un poso amargo.

Spike Jonze juega entonces con un mundo no muy distinto del nuestro pero donde ya están integradas en la vida cotidiana y de manera perfecta las nuevas tecnologías… y logra recrearlo de manera perfecta. Pero en ese mundo, siguen existiendo las soledades, los miedos, las emociones, las rupturas y los momentos de infelicidad. El ser humano sigue siendo tremendamente vulnerable y sigue recreándose en los recuerdos. Jonze crea un mundo a Theodore entre la realidad arquitectónicamente perfecta (una realidad perfectamente aburrida y conformista donde cada uno va atado a su dispositivo) y los recuerdos que rodean su vida…, también se vale de un Joaquin Phoenix absolutamente vulnerable y solitario en su interpretación sensible y que refleja el estallido de una vuelta a la ilusión (que tiene más de espejismo) junto a la voz sensual de Scarlett Johansson. Pero incluso una Inteligencia Artificial plantea cuestionamientos y problemas, no hay relación monótona y perfecta, todo tiene su cara y su cruz…

Al final Her es un relato cinematográfico triste donde muestra cómo el ser humano es cada vez más débil emocionalmente.

Guillaume y los chicos, ¡a la mesa! (Les garçons et Guillaume, à table, 2013) de Guillaume Gallienne

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Me ha sorprendido muy gratamente el malabarismo cinematográfico de Guillaume Gallienne que en su ópera prima toma la cámara para desnudarse emocionalmente ante el respetable público. Y es que Gallienne, actor de la Comédie-Française y que también ha realizado diferentes roles como actor de cine, se ha tirado al abismo con Guillaume y los chicos, ¡a la mesa! y a mi parecer ha salido muy airoso… El cine como terapia, como diario, como autobiografía, como instrumento para entenderse uno mismo y la comedia como género para contar toda una tragedia griega y salvar las amarguras de la búsqueda de la identidad sexual.

Guillaume Gallienne adapta su propia obra teatral que versa sobre su vida en familia y sobre él mismo y entrega una obra cinematográfica libre y muy, muy divertida (hacía tiempo que no lloraba de la risa). Pero además no esconde su origen teatral (teatro dentro del cine, matrimonio que sabéis, cuando está bien hecho, me apasiona) y logra momentos emocionantes y catárticos de su monólogo. Y el más difícil todavía. En la obra de teatro, un monólogo con un montón de voces y personajes… y él solo en el escenario… Y en la película él como él mismo y también como su madre. El riesgo es evidente y de nuevo sale indemne.

Las escenas teatrales, Guillaume Gallienne ante el escenario, se mezclan perfectamente con reconstrucciones de su pasado. Sus viajes a España, a Inglaterra, a Baviera…, sus reuniones familiares, sus encuentros con sus hermanos, tías, abuela… y sobre todo la relación con su madre. Su madre se convierte en un ente siempre presente, en todas partes ella se materializa…, en los momentos más inesperados. Y la relación entre ambos divertida, trágica, hermosa, catártica…

Guillaume y los chicos, ¡a la mesa! es un riesgo continuo lleno de sorpresas y una puesta en escena muy arriesgada. El actor logra sorprender tanto con su propuesta que se corre el riesgo del extrañamiento absoluto… pero si el espectador se zambulle en su universo, le esperan muy buenos momentos. Y muchas risas a pesar del poso melancólico tras el rostro imposible de Gallienne.

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Soledad (Lonesome, 1928) de Paul Fejos

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El periodo de cine mudo ofrece muchas películas ocultas que cuando caen en nuestras manos, caen como el descubrimiento de un tesoro. Y una de ellas es Soledad, desde que leí las primeras informaciones sobre ella me entraron unas irremediables ganas de verla. Por fin lo conseguí y la espera ha merecido la pena.

Su realizador Paul Fejos se sintió irremediablemente atraído por el cine pero sobre todo por sus posibilidades técnicas y de experimentación formal. Su figura creativa muestra a uno de los pioneros en sentirse fuera de la industria y en el sistema de estudios de Hollywood, desubicado… porque éstos no estaban preparados para asumir las experimentaciones del realizador (pero sí como veremos a continuación, experimentaciones de otro tipo). Así que finalmente abandonó Hollywood pero también, un tanto desilusionado, el cine, y decidió continuar sus pasos en el mundo de la ciencia.

Soledad es una sencilla historia de amor que transcurre en un solo día en la gran ciudad, Nueva York. Una historia sencilla contada con alardes formales pero encerrando toda la emoción en cada escena. Además la película tiene otro valor: y es plasmar ese cambio que estaba viviendo el cine en ese momento. El paso del cine silente al sonoro, época de experimentación técnica. Si bien es cierto que la copia que ha llegado hasta nosotros cuenta con modificaciones obligadas por el estudio (que buscaba calidad… pero también rentabilidad), y que quizá Paul Fejos hubiese evitado (aunque también le apasionaba la experimentación formal), Soledad es un testimonio de un periodo de cambio e incluso esos cambios provocan una cierta extrañeza y belleza al observarla ahora (éstos tienen que ver sobre todo con la banda sonora).

Así junto a alardes técnicos del propio Fejos que ya experimentaba en algunas escenas con el color, se añaden los de los nuevos tiempos: así Soledad queda como una película muda pero con elementos sonoros que además ayudan a avanzar la trama. Por ejemplo hay una canción fundamental en la resolución de la historia que se escucha dos veces y será fundamental para construir un final. La canción es Always… Y después existen tres diálogos sonoros donde los personajes de pronto ‘rompen’ a hablar. No deja de ser extraño pero como dos de esos diálogos ilustran el enamoramiento de ambos personajes, no dejan de dar una sensación mayor de aislamiento de ambos personajes. Los dos están viviendo en una especie de limbo por su enamoramiento instantáneo y se ‘lanzan’ a hablar. El tercer diálogo sería el más desubicado pues transcurre en una comisaria, aunque ilustra un momento importante para el protagonista masculino que lucha para regresar junto a su amada.

Soledad es una película moderna pues trata de captar el espíritu de una gran urbe y el aislamiento del ser humano que forma parte de una gran masa y le convierte en anónimo. Y es que ése era el gran tema del momento, con ejemplos ilustres y algo más conocidos que esta obra de Paul Fejos: mi amada … Y el mundo marcha o Amanecer. También el ser humano integrante de una masa que deshumaniza puede verse en Metrópolis.. Además Paul Fejos capta cómo despierta una ciudad y refleja su ritmo, su movimiento… nos cuenta cómo toda una ciudad se pone en marcha y vive durante un día (ahí sentimos al Paul Fejos más experimental a la hora de aplicar el lenguaje cinematográfico)… Y ese captar el espíritu de una gran ciudad también forma parte del cine más experimental del momento que de 1927 a 1929 vomitaría sus obras más difundidas hasta el momento: Berlín, sinfonía de una ciudad o El hombre de la cámara.

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Pero Soledad toca maravillosamente otros dos temas: cómo el trabajo convierte al ser humano en integrante de una cadena impersonal (en una pieza del engranaje) y la importancia del ocio masivo (fuente de atención de otros cineastas como Jean Vigo en A propósito de Niza, cortometraje de 1930): cómo las playas se convierten en lugares de concentración de ocio y descanso o cómo se construyen enormes centros de diversión, parques de atracciones, como el de Coney Island.

Paul Fejos crea para contar lo más sencillo del mundo, encuentro y enamoramiento de dos personas solitarias, un poema urbano y visual. Así disfrutamos de las vidas paralelas (el montaje paralelo como lenguaje cinematográfico) de una telefonista y un operario de fábrica. Cómo se despiertan, cómo transcurre su jornada laboral, las relaciones con sus compañeros, la soledad de ambos, sus viviendas… hasta que coinciden en Coney Island. Mary (Barbara Kent) y Jim (Glenn Tryon), que así se llaman los protagonistas, se unirán y ‘hablarán’ en la playa. A partir de ese momento descubren que ya no están solos y se divertirán en las distintas atracciones. Como una pareja más, entran en un fotomatón y se hacen un retrato que se intercambian, se ríen de ellos mismos. Ese día es distinto en sus vidas. Todo va al ritmo vertiginoso de una montaña rusa, momento clímax de su relación y motivo también de su separación accidental… Vuelven a ser dos seres anónimos en la masa, dos seres anónimos y solitarios, y el regreso a sus hogares se convierte en desgraciado… por la pérdida y la ‘realista’ imposibilidad de un nuevo encuentro. A pesar del amor, apenas saben el uno del otro. Pero como en toda historia de amor que se precie, existe el destino y la casualidad…

Soledad es un buen descubrimiento, un poema urbano, y una historia de amor sencilla pero de intensa emoción…

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Paradiso de Omar A. Razzak

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Hay proyecciones y momentos con encanto en el cine. Uno lo viví un domingo de abril en la Cineteca de Madrid en el Matadero. Era el último día que se proyectaba el documental Paradiso. Y después tuvimos un coloquio. Toda una sorpresa. Paradiso no solo es un canto de amor al cine y a la sala de cine sino también un canto al trabajo hecho con cariño, respeto y cuidado. Y un canto a los últimos lugares, a aquellos puntos de encuentro de los barrios que de momento las nuevas tecnologías y la vida moderna aún no han desplazado y que sobreviven como islas en las grandes ciudades. Lugares con vida propia, personalidad propia.

Cuatro son los protagonistas de este peculiar documental que me hizo salir con una enorme sonrisa de la sala… y reafirmando mi amor al cine… al cine en la sala. Peculiar porque esta isla en el centro de Madrid es ni más ni menos que un lugar que muchos (y reconozco mi propio prejuicio) lo miramos como un reducto de lo decadente, lo degradante, lo patético y morboso… la única sala x que queda abierta en la ciudad, el cine Duque de Alba. Su acceso es por un largo pasillo (que se convierte en una especie de túnel del tiempo) y en sus laterales están los cárteles hechos a mano por el encargado del cine, Rafael, de las películas que se proyectan en sesión continua. Antes de pasar está la ventanilla de las de toda la vida (ya casi reliquia) de la taquillera, Luisa. Como habréis supuesto esos cuatro protagonistas son: el propio edificio del cine, Rafael, Luisa y los clientes.

Conocer a Rafael y a Luisa es uno de los grandes alicientes del documental. Después de la proyección vimos cómo ambos son tal y como se reflejan en la película. Los dos con su amor al trabajo y a la sala en la que trabajan, así como el respeto que muestran a sus clientes habituales, logran que una sala x se convierta en un lugar entrañable. Un lugar con una decadencia física cuidada (todavía funcionan con calefacción de carbón) que convierte el local en especial, en genuino. Lo que ocurre dentro de la propia sala de cine entra dentro de la privacidad de sus clientes. La cámara nunca entra. Así que solo vemos la sala desde fuera, desde el hall. Y cuando está vacía. En ese hall y en otras dependencias del cine escuchamos los gemidos de fondo… que nunca alteran las conversaciones del encargado y la taquillera o de estos con los clientes habituales o entre los propios clientes.

Luisa dice que sus años de taquillera en el cine Duque de Alba han sido los más bonitos. Y habla con dulzura, y sin juzgar, de sus clientes habituales, que son de lo más educado según su experiencia. Porque entre los clientes, que con tanto cariño son tratados por Rafael y Luisa, se deducen historias de soledad, de desencanto, de desamor, de exclusión y marginación. Muchos de ellos han encontrado en el cine Duque de Alba su refugio, su libertad. Y el realizador novel Omar A. Razzak y su equipo han logrado captar ese universo especial, con muchas dosis de cariño y mostrando una intimidad emocionante, con respeto. Así Luisa, la taquillera, nos decía después de la proyección, que ella estaba contenta por lo bien que iba el documental y lo que estaba gustando por los jóvenes, por ellos que tanto habían trabajado, y miraba feliz a Omar.

Paradiso regala momentos hermosos, otros muy divertidos y destila amor al espectador de toda la vida a través de las conversaciones que mantienen sobre cine (y no pornográfico…, sólo se nos informa en un momento el éxito que tuvo la Cicciolina cuando se proyectaban sus películas en la sala), Rafael, Luisa y algunos de los clientes. Así comentan las películas que más les han gustado como Mejor imposible de James L. Brooks, Los Puentes de Madison de Clint Eastwood o un cliente, que es todo un personaje, confiesa que con la película que más ha llorado es con Tomates verdes fritos (yo comparto su afición por esta historia). También hablan de El gran dictador, de Ciudadano Kane o del cine de Kubrick… pero con una candidez y una inocencia cinéfila con mucho encanto. Curiosamente Rafael tiene todas las habitaciones del edificio decoradas con carteles de cine que no son carteles porno sino de películas recordadas por todos.

Rafael lleva su sala con dedicación y respeto. Dentro de la rutina de cada día, cuida su local con mano experta y detallista. Así en el patio interior crea un espacio, una terracita, para que sus clientes puedan charlar y fumar. Así compra una carpa, unas sillas, unas macetas con flores… También cuida la decoración navideña con distintos artilugios y se piensa un mensaje además de tener un regalo preparado para sus clientes habituales (después de la proyección también llevó con sumo cuidado varios regalos para nosotros, los espectadores). Y siempre pide el consejo de Luisa, la taquillera. La relación que tienen entre ellos queda reflejada con mesura dejando muy buenos momentos.

El documental Paradiso (que se llama así porque a Rafael le encanta la película de Cinema Paradiso) cuenta un año en la vida de esta sala de cine… el último año de Luisa, que se jubila. Ese es el hilo conductor…, el pequeño cambio que va a sufrir esta isla urbana, ese universo propio, la taquillera se va… Paradiso se convierte en todo momento en un documental nostálgico, con una cierta melancolía en cada fotograma. En esas conversaciones entre seres solitarios, en ese abuelillo que lleva una rosa a Luisa, en ese cliente que canta una triste copla, en ese beso furtivo en la mejilla que le da la taquillera en su último día, antes de subirse al autobús, a Rafael, su compañero de trabajo… En esos momentos se encuentra la esencia de este lugar de encuentro que batalla contra viento y marea por sobrevivir.

Pronto saldrá el dvd y nos cuentan que la presentación se hará próximamente (a mediados de mayo) en el propio cine Duque de Alba… Luisa nos dice que lo vamos a pasar bien.

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¿Y si me acerco a ver…?

Ocho apellidos vascos de Emilio Martínez-Lázaro

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¿Por qué ha funcionado Ocho apellidos vascos? ¿Por qué se ha convertido en un fenómeno? ¿Sólo por su campaña publicitaria? No, únicamente por eso no, algo ha conectado con el público que ha hecho que se propague además el boca a boca. Ocho apellidos vascos ha logrado que hasta personas que hacía años que no se acercaban a una sala de cine (y menos todavía a ver una película de estos lares), fueran…

Yo me acerqué a la sala de cine, curiosa. Muy curiosa. Me pasó lo mismo que con otro fenómeno de taquilla pero de nuestro país vecino, Intocable. Reconozco me reí bastante (incluso alguna que otra carcajada) y que pasé una hora y media entretenida pero cinematográficamente es una película plana que emplea bien una fórmula. No hay más. También es cierto que es una película que no va de nada, no creo que pretendiera más sino que se pasara un buen rato. Y eso lo consigue.

Fórmula: chico encuentra chica, chico se enamora chica, chico sigue chica, chico se marcha sin conseguir chica, chica sigue chico… Fin. Toda esta fórmula se adereza de cine costumbrista, con tópicos regionales (les toca esta vez a los andaluces y a los vascos), humor que nunca se sale de lo políticamente correcto aunque se ríe de asuntos que hasta hace poco era impensable (hasta que surgieron programas televisivos como Vaya semanita), implican además a la familia y a los amigos en la trama y todo lo agitan hasta que surge finalmente una comedia romántica típica y tópica.

Lo que está muy claro es que nos apetece reírnos y mucho. Nos apetece humor y buenas intenciones. Entre todo el elenco de actores, yo no podía más de la risa con Karra Elejalde, el padre de la moza protagonista.

Mejor otro día (A long way down, 2014) de Pascal Chaumeil

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Mejor otro día parte de una buena premisa. Cuatro personas coinciden en la noche de fin de año en lo alto de un edificio para hacer lo mismo: suicidarse. A partir de este encuentro, deciden darse una tregua y darse de plazo hasta San Valentín. Firman un papel en el que se comprometen a posponer su suicidio hasta esa fecha. Durante este periodo los cuatro protagonistas… tratarán de buscar un sentido a sus vidas.

El director francés Pascal Chaumeil (Llévame a la luna) adapta una de las novelas de Nick Hornby (también guionista) y arranca la película con una escena que engancha: el encuentro entre los cuatro protagonistas. Sin embargo, no consigue que la película vaya in crescendo en risa y emociones. Se mantiene en una línea correcta de sonrisa perenne haciendo equilibrios entre la comedia sentimental y el drama. La banda sonora sirve para guiar al público: ahora ponte triste, ahora hay algo de esperanza, aquí desengaño… y nunca me ha gustado demasiado que eso sea tan evidente. Es una pena porque la estructura de la película permitía un juego interesante: la película está estructurada en cuatro partes y va avanzando en el tiempo, cada una de las partes está contada según el punto de vista de uno de los cuatro protagonistas.

Un buen aliciente para acercarse es la química que se establece entre los cuatro protagonistas, dos actores maduros (Pierce Brosnan y Toni Colette) y dos jóvenes que se están poniendo de moda (Aaron Paul e Imogen Poots) donde destaca una Toni Collette que contiene el personaje más delicado y coherente.

Tren de noche a Lisboa (Night train to Lisbon, 2013) de Bille August

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Del director danés Bille August siempre me viene a la cabeza Pelle el conquistador (y su banda sonora) y Las mejores intenciones —dos películas que en su momento me gustaron mucho pero que no he vuelto a revisar—, después su filmografía ha sido bastante irregular pero siempre ha mostrado una narrativa cinematográfica clásica y elegante.  Y así lo demuestra de nuevo en una interesante propuesta, Tren de noche a Lisboa, donde adapta la novela del mismo título (que no he leído) y donde se rodea de un reparto internacional lleno de rostros interesantes.

Tren de noche a Lisboa cuenta una historia donde mezcla la situación política (dictadura de Salazar) con el melodrama sentimental. El tiempo presente y el tiempo pasado se entrecruzan y el puente que los une es la investigación que lleva a cabo un profesor triste y solitario (con el rostro de Jeremy Irons). Así surge un pasado melodramático pero apasionado frente a un presente adormecido poblado por personas con miedo a actuar y aventurarse.

La trama comienza cuando el profesor suizo (nos encontramos en Berna) impide el suicidio de una joven que se va a tirar por un puente. La muchacha desaparece poco después dejándose su gabardina roja. En esa gabardina encuentra el profesor un libro, El orfebre de las palabras de Amadeu de Almeida Prado, y dos billetes de tren a Lisboa. De alguna manera se siente tan identificado con lo que lee que sigue el impulso de dejar todo y marcharse y subirse a ese tren a Lisboa para localizar a la misteriosa chica y enterarse de quién es Amadeu. Una vez en Lisboa empieza a investigar y a encontrarse a personas que le van ayudando a construir una historia del pasado. Amadeu era un médico de la aristocracia portuguesa que abrazó la Resistencia contra la dictadura de Salazar…

Por otra parte dos alicientes más para acercarse a ver Tren de noche a Lisboa: el encuentro con esa ciudad hermosa y que la película capta en todo su esplendor. Quizá tiene que ver con que Lisboa me apasiona y que siempre me ha fascinado en cada viaje que he hecho hasta allí. La película muestra una ciudad que apetece recorrer de nuevo. Pasear por sus calles y rincones, verla desde lo alto…, mirar por uno de sus tantos miradores. Y el otro aliciente es encontrarse no solo con Jeremy Irons que se convierte en un buscador de historias, elegante y sobrio, sino con otros rostros del pasado como Charlotte Rampling, Lena Olin, Christopher Lee, Bruno Ganz o Tom Courtenay o rostros del presente como Mélanie Laurent y Martina Gedeck.

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La herida (La herida, 2013) de Fernando Franco

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Después de la gala de los Goya una de las películas con varias nominaciones (y finalmente dos galardones importantes: mejor actriz y mejor director novel), que no había visto aún y más me apetecía era La herida de Fernando Franco. Ya lo había intentado más de un vez y no había podido ser (una por falta de entradas en la Cineteca —que me pareció maravilloso, últimamente me está pasando esto: que no puedo entrar en una sala porque ya no hay entradas… y hacía mucho que no me ocurría— y otras porque no encontraba momento o fecha) así que decidí por fin, y porque de nuevo se había reestrenado, ir a la sala de cine y verla. Me interesaba sobre todo cómo La herida trasladaba a la pantalla un tema de salud mental. Salud mental y cine. Cine y salud mental. Es un binomio que suelo perseguir. Esta vez la protagonista es Ana, una joven con trastorno límite de personalidad.

Y desde la primera escena sabemos que vamos a estar muy cerca de Ana (Marian Álvarez)… pero tan cerca que sentimos su angustia y sufrimiento. Porque La herida es una película violenta e incómoda… emocionalmente. Asistimos a la cotidianeidad de Ana durante más o menos un año… y asistimos impotentes a tal cantidad de sufrimiento y dolor inevitable que provoca una sensación de agotamiento, incomodidad y depresión. Te hundes con la protagonista en ese abismo del cual no puede —es incapaz de— salir. Y con ella asistes con impotencia a sus dificultades de relación, a sus estallidos de enfado y violencia, a sus intentos una y otra vez de salir del abismo, a sus fracasos, a su desesperación por comunicar, a sus autolesiones, a sus lágrimas…, y también a sus pequeños logros, a sus momentos fugaces de algo parecido a la felicidad (que sobre todo logra en su lugar de trabajo y en esporádicos instantes) y ese rostro que mira y sonríe a punto de romperse, con un fragilidad y vulnerabilidad que duele.

Pero también refleja cómo su enfermedad mental agrieta su presente, su día a día, y el de todos aquellos que la rodean. Incapaz de estar relajada ante sus amistades, de llevar una relación sentimental con una pareja, de mostrar a su madre una cercanía que las ayude a ambas (no puede, no pueden ayudarse), un padre que huye del problema y a la vez provoca dolor (con una pincelada oscura), un aferrarse fuertemente a las redes sociales donde busca de manera desesperada consuelo —único sitio donde puede expresar sus pánicos pero sin posibilidad de saltar la barrera de la pantalla—…, sin poder evitar ataques de angustia, pánico y dolor que hace que estalle o se rompa en mil pedazos, ese intento desesperado de huir de su aislamiento y su sufrimiento autolesionando su propio cuerpo, buscando sexo fácil o bebiendo y drogándose…

Solo logra cierta paz escasa en su lugar de trabajo. Ella trabaja en una ambulancia y se encarga, junto a su compañero (el único que más o menos sabe cómo relacionarse con ella o el único con el que Ana no siente miedo, pánico o dolor a la hora de relacionarse un poco más… pero saben muy bien ambos dónde están los límites), del traslado de enfermos con tratamientos especiales de sus hogares al hospital (un hospital donde se palpa la crisis, la marea blanca, la posibilidad de una interrupción lenta y agónica de la sanidad pública que afortunadamente parece que se ha alejado un poco…). Ahí, cuando tiene que ayudar a los demás (a gente más vulnerable y que llevan a cuestas más dolor e incluso la cercanía de la muerte), se siente bien…

Fernando Franco (montador profesional que esta vez ha dejado esta labor a David Pinillos, que a su vez también debutó en el largometraje como director recientemente) dirige su primer largometraje y opta por arriesgarse también en la forma de contar su historia. Y a mi parecer no se equivoca o por lo menos yo como espectadora sentí toda la angustia e impotencia de Ana, pude seguir su viaje íntimo y vislumbré el abismo… y pude comprender el horror de los que viven ese tipo de trastorno y también la dificultad que supone para ellos (y para los otros, aquellos que les quieren y rodean su vida) levantarse un nuevo día, sobrevivir un nuevo día. Levantarse de la cama para sufrir un día más…

Así el tono y la forma de contar esta película se acerca a la de los hermanos Dardenne donde no sólo la cámara sigue a sus protagonistas sino que sentimos lo que sienten, sin estridencias, música (la justa y necesaria… la que acompañe al personaje), sin efectos especiales, dando importancia al sonido (a lo que se oye y se percibe… al fuera de campo) y con unas elipsis arriesgadas y rompedoras (nunca olvidaré la elipsis brutal y genial de los Dardenne en El silencio de Lorna o el rostro angustiado de Rosetta). Pero también en la forma de contar esa historia sentimos otros ecos, vemos el nombre del coguionista junto a Fernando Franco, Enric Rufas… Y es el dramaturgo que ha trabajado como guionista en películas de Jaime Rosales. Así notamos la importancia del silencio, de una mirada, del efecto de unas palabras o de un gesto en el otro… y la soledad terrible de Ana, encerrada en una cárcel donde parece que la posibilidad de escape es imposible… y esa cárcel es ella misma.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Y van tres de ciencia ficción…

Una británica, otra americana y la de más allá canadiense. Ninguna de las tres es absolutamente redonda pero las tres parten de buenas ideas (que luego tienen mejor o peor desarrollo) y poseen también una fuerza visual considerable. Además las tres son disfrutables y buenas tanto para el análisis como para una buena conversación después de su visionado. Dos de ellas crean dos distopías, dos sociedades futuras con brillantes ideas de partida. Y la tercera es ciencia ficción en estado puro con astronauta de protagonista allá en el espacio, en la luna. Y las tres son un claro ejemplo de los caminos actuales del género cinematográfico de ciencia ficción. Dos de ellas, Moon y Un amor entre dos mundos, suponen los segundos largometrajes de dos cineastas que empiezan a sonar y crecer. In time es otra distopía del guionista y director Andrew Niccol que ya creó en los noventa Gattaca.

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Moon (Moon, 2009) de Duncan Jones

La primera película que pude disfrutar de Duncan Jones fue Código fuente… me gustó tanto que pensé: tengo que ver Moon. Y ya lo he hecho. No pude evitar recordar al padre del director, David Bowie, y su canción Space Oddity. Es como si Moon fuera un homenaje y una continuación de esa canción. No extraña que el género elegido sea la ciencia ficción con un componente íntimo y trágico.

Viendo Moon, que no conviene desvelar aspectos de la trama, se reflexiona sobre la soledad, la fuerza de los recuerdos, la incomunicación, el deterioro mental de un ser humano ante el aislamiento… Si una escena tiene fuerza y contiene una emoción desgarradora es cuando Sam Bell, el astronauta protagonista (Sam Rockwell), se encuentra en la superficie de la luna dentro de un pequeño transporte y llora desesperado con una única frase: quiero regresar a casa… La importancia y la posibilidad de regresar a un lugar que se pueda considerar hogar…

Moon transcurre la mayoría de la trama en una nave y en suelo lunar. Sus protagonistas son un astronauta y un robot llamado Gerty (con voz de Kevin Spacey) que se convierte en un personaje vital para la trama (con giro argumental incluido). Y también las fotografías, vídeos, maquetas, sueños y visiones del astronauta componen un mundo extraño de soledad que se va complicando más y más según avanza la trama.

Sus influencias más evidentes, cinematográficas, son cuatro pero Duncan Jones sabe dar los giros adecuados para que sean sólo inspiración y dejar su firma personal. Así se pueden rastrear ecos lejanos de Solaris, 2001, odisea en el espacio, Alien y Blade Runner. Su máximo pero (y no único) a mi parecer es un desenlace demasiado precipitado y poco elaborado… para una historia que se estaba construyendo de forma adecuada y especial.

In Time (In Time, 2011) de Andrew Niccol

Desde que vi los traileres en las pantallas de cine y televisión me llamó la atención esta película de Andrew Niccol (que ya creó una distopía atrayente en Gattaca). Parte de una premisa magnífica: en un futuro lejano, muchos tienen que morir para que otros sean inmortales. Presenta así una sociedad distópica donde la moneda de cambio (la economía) se rige por el tiempo. La acumulación del tiempo hace a algunos seres humanos no sólo tremendamente ricos sino también inmortales y a otros tremendamente pobres en tiempo de vida y efímeros. El tiempo como moneda de cambio puede ser robado y también hay una cierta ‘estabilidad’ dentro de un sistema tremendamente injusto.

Por supuesto los pobres y los ricos viven separados. Y los que viven al día (nunca mejor dicho) porque si se quedan sin tiempo fallecen en el instante… van siempre corriendo y desesperados por conseguir el suficiente tiempo para seguir adelante… Los ricos viven, sin emoción alguna (la vida es larga), y procurando vivir con unas medidas máximas de seguridad y sin riesgo alguno para realmente no fallecer ni ser robados…

Los relojes de los seres humanos (cuando empieza la cruel separación entre ricos y pobres) se activan a los 25 años. Así el envejecimiento se para pero el tiempo corre. El tiempo acumulado es la diferencia entre la vida y la muerte. Para mantener el sistema injusto hay bancos, prestamistas, guardianes del tiempo, ladrones, trabajadores proletarios, millonarios, riqueza, pobreza…

Esta es la atractiva premisa de la que parte In time. Los protagonistas son un héroe proletario (Justin Timberlake) que decide dar un giro en su vida cuando descubre el mecanismo de ese sistema injusto en el que le ha tocado vivir y que sobre todo decide pasar a la acción cuando esto afecta de manera trágica a sus seres más queridos… y un golpe de suerte (acompañado de reflexión sobre la vida y el tiempo) le convierte en poseedor de casi un siglo. Y una millonaria (Amanda Seyfried) con todo el tiempo del mundo y con mucho miedo (siempre rodeada de guardaespaldas y de la protección de su millonario padre) a experimentar, vivir y disfrutar el momento.

Andrew Niccol pierde quizá el tono de la historia y las interesantes reflexiones que genera su mundo distópico cuando convierte a los protagonistas en una especie de nuevos Bonnie and Clyde o fugitivos enamorados pero no llegando hasta el final de las consecuencias y del halo trágico que hace tan atractivas estas parejas.

El halo trágico sí lo conserva el personaje quizá más atractivo de la trama, el guardián del tiempo (Cillian Murphy), un hombre serio e inmutable, sin escrúpulos y obsesivo, vestido siempre de negro, que dedica su vida a que el equilibrio injusto no se rompa y se convierte en el seguidor incansable de la pareja de fugitivos. Él también va siempre corriendo…

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Un amor entre dos mundos (Upside down, 2012) de Juan Diego Solanas

El argentino Juan Diego Solanas (hijo del documentalista y director de ficción Fernando Solanas…, cómo recuerdo Sur…, película que estoy deseando volver a ver) crea otro mundo distópico en Un amor entre dos mundos. Su historia de amor es un auténtico delirio y la inverosimilitud de la trama llega a extremos inimaginables, tan inimaginables que encuentras su encanto. Lo hipnótico de la película de Solanas es la plasmación visual de esos dos mundos, creando imágenes insólitas de gran belleza. Y si entras en ese mundo puedes llegar a disfrutar de una obra que se deja llevar por la inconscencia y el absurdo.

Así el mundo distópico creado son en realidad dos mundos con distintas gravedades. Dos mundos en oposición. En uno viven los trabajadores explotados y en el otro los millonarios… el punto de unión: un enorme edificio que es una multinacional donde pueden trabajar, de forma extraña, los de arriba y los de abajo.

Y surge entonces la historia de amor (el conflicto) entre un chico del mundo pobre (Jim Sturgess…, especialista en delirios románticos) y una chica del mundo rico (Kirsten Dunst) que se conocieron cuando eran niños… que viven además con gravedades diferentes… Y el delirio está servido. Mientras paseamos por el increíble lugar de trabajo donde ambos pueden coincidir (después de muchos años… en que una tragedia los separó) donde encontramos cientos y cientos de mesas arriba y abajo o el café Dos mundos con tango de fondo…, no podía ser de otra manera.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Tres colores. Azul (Trois couleurs. Bleu, 1993) de Krzysztof Kieslowski

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¿Cómo reflejar el dolor de la ausencia? ¿Cómo romper con todo lo que te hace recordar? ¿Cómo enfrentarte a los secretos de la persona ausente, que además duelen? ¿Cómo empezar a vivir de nuevo? ¿Cómo reconocer a aquellos que están a nuestro lado? Kieslowski, en la primera película de su trilogía Tres colores (los de la bandera francesa), es de los que se sirve del rostro de Juliette Binoche. Y esculpe en él el dolor de la ausencia. Desde que vi a la actriz francesa en Camille Claudel 1915 me ha apetecido repasar algunas obras de su filmografía. Primero empecé con Los amantes del Pont Neuf y ahora le tocó el turno a Azul.

Azul es una película de sensaciones y emociones. Apenas necesita diálogo para narrarnos una historia. Y sí, notas de música, la aparición poco a poco de una partitura sepultada en el olvido… hasta su explosión final. Alrededor de la música gira la película… y como una partitura se va construyendo la nueva situación de la protagonista.

Julie es la única superviviente de un accidente de tráfico donde pierde a su marido, un famoso compositor, y a su hija Anna. La pérdida la hace intentar romper con todo. Pero no es fácil. La obra musical inacabada de su esposo resuena en sus oidos. El ayudante de su marido, Olivier, está enamorado de ella desde hace años. Los recuerdos la persiguen. Unas fotografías descubren secretos dolorosos…

Dicen que el azul se relaciona también con la tristeza. Y la vida de Julie adquiere tonos azules (como el adorno que se encontraba en la habitación de su hija, único recuerdo que se permite) o como el fondo de la piscina donde se baña. A veces, aunque le provoca dolor ir a ver a la madre con Alzheimer (Emmanuelle Riva) desearía su estado de olvido. Y con ella puede desahogarse porque la madre no recuerda (y piensa que no la daña…). Pero se puede borrar la memoria pero no las sensaciones ni lo que una persona puede percibir y sentir…

Y Julie, como le cuenta un personaje clave que decía su esposo difunto, Julie es una mujer buena que trata de reconstruirse. Y de lo que huye es finalmente lo que la recompone. La música, esa partitura inacabada (ella también era la creadora en las sombras) que canta a la unificación de Europa y ese hombre también en la sombra que siempre la amó en silencio.

Kieslowski crea una partitura de imágenes, que parecen rotas y desencadenadas, que reflejan el dolor y las emociones de una Julie que quiere optar por la soledad pero no puede (sus nuevos vecinos también se lo demuestran)… pero que forman un coro de imágenes final que componen una delicada historia, sin estridencias, sobre el dolor y las ausencias. Y en el centro el rostro de una actriz que en cada fotograma se transforma.

La partitura de imágenes nace de una partitura musical que nos va meciendo hasta su explosión final. Y esa partitura musical es obra de Zbigniew Preisner que compone una pieza musical que ofrece sensaciones, que cuenta. El espectador al final se deja arrastrar por la emoción de las imágenes ligadas a la música.

Y Krzysztof Kieslowski regala una película con una libertad creativa que se escapa en cada imagen pero a la vez realiza una bella reflexión sobre lo difícil que es llevar a cabo la libertad personal. Pero es esa libertad que busca la protagonista la que hace que pueda transformarse y asumir la pérdida. Y la que la hace descubrir e indagar en su vida pasada… para finalmente seguir adelante.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Un largo viaje a través de la pantalla y una propuesta cinéfila

A veces entrando y saliendo de la sala de cine puedes realizar un largo viaje. Ahora mismo con tres estrenos puedes irte a Las Vegas, conocer un Tokio muy especial o darte una vuelta por Gaza. Y dejo también una propuesta cinéfila que tiene que ver con un concepto determinado y varias películas que giran alrededor de él con un espacio para el coloquio…

Plan en Las Vegas de Jon Turteltaub

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Un viaje con viejos amigos, sin pretensiones. Sabemos desde el principio qué va a pasar. No hay sorpresa alguna. Sólo hay sitio para unas risas y disfrutar de un reparto de actores con largas trayectorias a sus espaldas. Así de sencillo. Película para pasar el rato. Mi sonrisa como espectadora se mantuvo en estado perenne. Y sobre todo me llevé tremenda alegría de reencontrarme con un Kevin Kline muy pero que muy divertido. ¿La historia? Un grupo de cuatro amigos desde la más tierna infancia (qué lindo prólogo) que vuelven a reunirse de nuevo cuando ya son unos respetables señores mayores con achaques con motivo de la boda de uno de ellos con una jovencita. Punto de encuentro: Las Vegas. Aventuras, encuentros, desencuentros, viejas cuentas pendientes, amistad eterna, amor… y mucha fiesta. Michael Douglas, Robert de Niro, Morgan Freeman y Kevin Kline son los amigos eternos, diferentes y complementarios. La nota femenina, una atractiva y madura Mary Steenburgen a la que también es un placer encontrársela en pantalla.

Una familia de Tokio de Yôji Yamada

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En los créditos finales el director japonés dedica Una familia de Tokio a Yasujiro Ozu. Y es evidente. Porque Una familia de Tokio es un remake con pequeñas variaciones argumentales de Cuentos de Tokio de Ozu. Entre otras cosas ese matrimonio anciano que visita a sus hijos a Tokio en la actualidad se encuentra con una situación similar a la que vivieron sus antecedentes poco después de la Segunda Guerra Mundial. Una familia de Tokio es una película sensible que sin duda disfrutará bastante más el espectador que no conozca la obra cinematográfica de Ozu. Porque Yamada, claro está, no es Ozu y Una familia de Tokio es un buen homenaje, sensible, pero no es Cuentos de Tokio. Una vez que se asume esta cuestión, entonces sólo quizás, el espectador puede emocionarse… sobre todo, como le ocurrió a servidora, con precisamente el único personaje que no salía en Cuentos de Tokio… ese joven hijo rebelde y la relación que tiene con sus ancianos padres. Una de las escenas más bellas y logradas es esa última noche de la madre con su hijo…

Un cerdo en Gaza

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Un cerdo en Gaza es una fábula de humor entre costumbrista y absurdo que refleja de manera original (que hace pensar) el conflicto palestino-israelí. El protagonista es un pescador humilde de Gaza, Jafaar (un maravilloso Sasson Gabain del cual ya disfruté en La banda nos visita), que sólo puede pescar en un trocito de mar hasta arriba de basura y donde el milagro es encontrar un pez… pero un día le pasa algo inesperado: su red pesca un cerdo vietnamita. ¿Qué hacer con ese animal impuro? ¿Cómo aprovecharlo dada su penosa situación económica? El escritor y fotógrafo francés Sylvain Estibal debuta en el cine con esta comedia especial donde para ‘encontrar’ la solución al conflicto y al acercamiento entre palestinos e israelíes acude al humor y finalmente a la fantasía (como única salida posible). Un cerdo en Gaza tiene momentos realmente divertidos y tiernos pero a la vez termina dando una visión dura y pesimista de la situación donde la única salida es volar con la imaginación…

 Ciclo Fracturas en La Casa Encendida

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… Una propuesta cinematográfica especial, donde algo tengo que ver, que comienza mañana, lunes, a las 19.00 horas en La Casa Encendida… Fracturar es romper o quebrantar con violencia algo. Vivimos en un momento de fractura. Las quiebras pueden ser históricas, culturales, sociales, económicas, políticas, religiosas, emocionales, físicas… Si analizamos la fractura en el cine, vemos que entran en juego diversos temas de actualidad que dejan en evidencia una crisis no solo económica, sino de muchas otras áreas. Pero en esa zona oscura surgen posibilidades e iniciativas de crear un mundo mejor. La palabra Fractura deja paso a muchas reflexiones porque también la mirada puede ser fracturada o en la manera de contar cinematográficamente puede surgir la ruptura violenta… Los lunes y miércoles de la primera quincena de diciembre tendrá lugar este ciclo donde se proyectarán cinco películas que reflejan cinco fracturas y dejan muchas claves y lecturas diferentes para debatir…

Con pinchar aquí, veréis la programación y los coloquios donde varios ponentes de distintas disciplinas (críticos de cine, pedagogos, psicólogos, profesores o miembros de movimientos sociales) compartirán su ‘mirada’ con los espectadores.

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