El hombre y el monstruo (Dr. Jekyll and Mr. Hyde, 1931) de Rouben Mamoulian

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… esta adaptación cinematográfica de El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde de Robert Louis Stevenson transforma esta novela de interpretaciones complejas en un cuento visual de terror victoriano. Pero además su director Rouben Mamoulian realiza una película formalmente innovadora y convierte en un deleite su visionado.

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Philomena (Philomena, 2013) de Stephen Frears

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Lo que consigue crear Stephen Frears (y el impulsor del proyecto tanto en producción como en guion y también como coprotagonista, Steve Coogan) con Philomena es una buena película de interés humano. Así se crea una película que mezcla la investigación periodística de un caso concreto y complejo, el viaje de dos personajes antagónicos y el sentido del humor para tocar, con sensibilidad, el tema de los niños robados. Y parte precisamente de un material concreto: el de un periodista británico, Martin Sixsmith, que contó en un libro la historia de una mujer, Philomena Lee. Una enfermera irlandesa, humilde y de barrio obrero que pasados cincuenta años confesó a su hija que con catorce años se quedó embarazada y su familia avergonzada la internó en un convento donde la hicieron trabajar duro para purgar sus pecados… y allí, sin su consentimiento, dieron en adopción a su hijo (lo vendieron, para más inri, a una familia estadounidense)…

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Musarañas (Musarañas, 2014) de Juanfer Andrés, Esteban Roel

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Musarañas es una batidora de referencias que dejan una obra cinematográfica imperfecta pero tremendamente entretenida. Juanfer Andrés y Esteban Roel además de ponerse tras la cámara, son también profesores de cine y se nota. Realizan así una ópera prima que toca las estrellas y se estrella a la vez… pero con un encanto especial de costumbrismo muy de la tierra, un toque de humor negro y un punto de cine de terror psicológico y gore de serie B con un aroma de grand guignol.

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Atmósferas en David Cronenberg. La zona muerta (The dead zone, 1983)/Inseparables (Dead ringers, 1988)

De muchas películas señalamos que lo que más nos ha llamado la atención ha sido la atmósfera. Y es cierto, hay directores reyes en extrañas atmósferas. Y uno de ellos es Cronenberg que no ha perdido esa capacidad de crear universos, atmósferas inquietantes al borde de la pesadilla. Da igual que sea en película de encargo o en proyecto cinematográfico más personal, ahí está su capacidad para hipnotizar con una atmósfera que recuerda nuestras pesadillas más interiores. Y es que es en ese ambiente donde se repiten las obsesiones y reflexiones del cineasta canadiense.

La zona muerta (The dead zone, 1983)

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Una película de encargo y una adaptación cinematográfica de una novela de Stephen King… pero David Cronenberg logra plasmar su peculiar universo y hace que esta película tenga su firma personal. Y es de gran ayuda contar con el rostro de un actor inquietante (Cronenberg sabe elegir muy bien a sus actores principales)…, Christopher Walken, como el protagonista, Johnny Smith. E inquietud y pesadilla es la sensación continua que devuelve esta película.

Desde que vemos a Johnny como profesor mientras lee, recita, de memoria El cuervo y además recomienda a sus alumnos la lectura de La leyenda de Sleepy Hollow hasta su extraño dolor de cabeza en la montaña rusa junto a su novia, Sarah, también maestra. Después Johnny sufre un accidente de coche y a continuación abre los ojos en una extraña clínica. Todo adquiere aire de pesadilla aunque va descubriendo hechos traumáticos: el cree que todo fue ayer y se entera de que han pasado cinco años, que su amor se ha casado y tiene un hijo (pero siente lo mismo por ella), que sus padres sobre todo su madre se ha deteriorado en la espera… y que de pronto con el contacto físico con otras personas (sobre todo a través de las manos) logra viajar al pasado o predecir el futuro más próximo o lejano.

La recuperación es lenta y los cambios y sus poderes van afectando a su forma de ser sobre todo cuando es consciente de que puede cambiar en el presente el futuro… Se convierte en su ser solitario, extraño, que tan solo se relaciona con algunos alumnos a los que da clases particulares. Sus poderes no le traen la calma sino profundos dilemas morales que le harán tomar una determinación drástica para tratar de salvar el mundo de un hombre dañino. Esta decisión es sacrificio pero para muchos no será más que un perturbado mental, pero ¿lo es?

Todo es inquietante y con aires de pesadilla. Desde la clínica donde despierta Johnny, hasta su físico según va conviviendo con su nuevo poder (le queda siempre la secuela de su cojera y esa sonrisa entre tierna, frágil y desequilibrada), pasando por las casas y los escenarios en los que transcurre la trama (el túnel donde han asesinado a una muchacha…), la pequeña localidad donde vivía que esconde un asesino en serie (o más) o algunos de los objetos que forman parte de la historia (ay, esas tijeras…). Así como los personajes que rodean la actual vida de Johnny como ese oscuro y manipulador político (Martin Sheen) con guardaespaldas.

La zona muerta ofrece continuamente zonas de incomodidad e inquietud, de pesadilla… Del universo Cronenberg

Inseparables (Dead ringers, 1988)

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… y de nuevo Cronenberg crea inquietud desde los títulos de crédito con esas ilustraciones de instrumental clínico. Y es que esa será la obsesión de dos gemelos (representados por Jeremy Irons, otro actor de rostro especial… para el universo del director canadiense) hasta alcanzar un grado patológico. Instrumental ginecológico específico y especializado para indagar en el interior del cuerpo femenino… hasta llegar a un instrumental que da grima y miedo… para la mujer mutante. De piezas de museo de las torturas…

Así el director nos va introduciendo en una historia enfermiza entre dos hermanos con una relación tan especial y tan en equilibrio que una causa externa (una mujer, una actriz) desestabiliza y destruye a dos hombres que son uno. Así Cronenberg habla sobre la identidad del ser humano y sobre si es única e indisoluble… presentando la historia de dos hermanos que no pueden vivir el uno sin el otro (pero que uno de ellos se rebela y quiere ser individual), que cuando se rompe su equilibrio, su mundo se desmorona.

Pesadilla, inquietud, extrañeza… y una atmósfera que absorbe y envuelve: el apartamento de los gemelos, su clínica ginecológica, la deformación física (aunque esta vez sea interna) como metáfora y sobre todo su sala de operaciones (donde visten de rojo), las relaciones que establecen, los personajes secundarios que perturban más que equilibran…

Todo incomoda en Inseparables (no hay ni un respiro… ni en los recuerdos de la infancia y juventud de los gemelos) y a la vez todo arrastra a querer saber qué va a ser de ellos que van cayendo en una espiral de autodestrucción. Al final no importa tanto el elemento perturbador (la mujer con una deformación interna con la cual establecen los dos una relación muy distinta) ni su relación con ellos sino su drama, que son inseparables… para lo bueno y para lo malo. Que están encerrados en su propia cárcel, en su propia pesadilla.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Boccaccio 70 (Boccaccio 70, 1962) de varios directores

Todo fue idea de Cesare Zavattini. Reunir a cuatro directores italianos para rodar cuatro minihistorias que actualizaran el estilo y el discurso de Boccaccio y sus relatos sobre amor y moral. De tal manera que surgiera una radiografía a todo color de la Italia contemporánea que dejaba atrás una dura posguerra y empezaba una época de desarrollo. Cuatro cuentos sobre amor y moral… Una idea que no disgustó al productor Carlo Ponti que decidió poner en pie el proyecto. Cada historia sería protagonizada por una mujer de armas tomar: dos italianas y dos extranjeras y las cuatro dejan cuatro retratos femeninos muy diferentes (y apasionantes para analizar).

Renzo y Luciana de Mario Monicelli

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Mario Monicelli presenta con Renzo y Luciana una Italia que va hacia el desarrollo pero todavía con muchos escollos que superar. Y cuenta los esfuerzos y las dificultades de una joven pareja para prosperar. Renzo y Luciana es un paseo por la Italia de los trabajadores que además van también accediendo y cuidando su tiempo de ocio.

Monicelli realiza una radiografía maravillosa de esa Italia de los sesenta donde descubrimos los espacios laborales, los transportes públicos, la moderna iglesia con su jukebox especial de la que surge la melodía nupcial, las casas familiares y los nuevos hogares en propiedad para los trabajadores, los lugares de ocio como la sala de cine (maravillosa la escena que transcurre allí… en un cine tan lleno que hasta hay público de pie para ver ¡una película de vampiros!), la piscina pública o la sala de baile.

Pero además la historia cuenta los avatares de Renzo, un mozo de almacén, y su novia Luciana, una contable de la gran empresa en la que trabajan ambos (donde los empleados no pueden casarse ni tener hijos). Dos jóvenes que quieren estar juntos, tener un empleo, una casa amueblada, un futuro estable para formar una familia… y los obstáculos cotidianos que van encontrando pero aun así siguen juntos y con sueños… Aunque uno tenga que trabajar por la noche y otro de día, aunque tengan que renunciar a ciertas comodidades, aunque no puedan encontrar un espacio de intimidad…

Mario Monicelli crea una pequeña historia realista y costumbrista con unos espacios que radiografían un momento histórico y se deja ayudar por el rostro recién descubierto para el cine de Marisa Solinas, muy bien secundada por el desconocido Germano Gilioli. Curiosamente fue el segmento más perjudicado, cuando se presentó en Cannes, decidieron llevar una versión más corta con solo tres de las historias y eliminaron la de Monicelli. Sus compañeros ante esta medida decidieron no acudir al festival para respaldar la película. En su guion colectivo intervino el escritor Italo Calvino ya que se inspiraba este segmento en uno de sus relatos.

Las tentaciones del doctor Antonio de Federico Fellini

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La más satírica, delirante, imaginativa y absurda es la historia de Fellini. Donde convierte a la escultural Anita Ekberg en una especie de ‘peligrosa’ King Kong que quita el sueño y la cordura de Don Antonio (Peppino de Filippo, comediante italiano), un vigilante de la moral italiana. Por supuesto no falta Nino Rota (y momentos musicales mágicos) así como su galería de rostros inolvidables.

Volvemos a esa Italia en desarrollo donde un hombre radicalmente conservador queda consternado cuando frente a su casa plantan un enorme anuncio donde una exuberante Anita ánima a los consumidores a beber leche. Esta imagen le obsesiona, le altera. Además alrededor del cartel publicitario situado en un solar se va creando un espacio de vida y desenfreno. Don Antonio convierte en cruzada el quitar de su vista a Anita Ekberg con su gran vaso de leche… hasta que una noche la diva del deseo cobra vida y se sale del cartel en el que reside. La lucha con Don Antonio será tentadora…

Totalmente reconocible el universo especial de Fellini y la actriz sueca convertida en la máxima tentación rubia…, una tentación exuberante que vencerá al puritanismo absurdo… Fue la primera vez que el director italiano se vio con el color… Y lo aprovecha al máximo.

El trabajo de Luchino Visconti

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El mejor segmento para la que esto escribe es sin duda el de Luchino Visconti donde Romy Schneider ofrece todo un recital interpretativo junto a Tomas Milian. Él es un conde de la aristocracia italiana. Tiene títulos y palacio pero ni un duro. Ella es hija de un importante empresario alemán, tiene dinero. En su matrimonio se mezcla la conveniencia, la atracción física y también (como iremos descubriendo por parte de ella) algo parecido al amor. La historia empieza con la vuelta del conde al palacio después de un escándalo sexual en un prostíbulo que ha salido en toda la prensa nacional e internacional. Allí mantiene una larga conversación con su esposa.

Con la elegancia habitual de Visconti se presenta la historia más subversiva (que es una adaptación de un cuento de Maupassant). En un palacio que alberga a una pareja de una aristocracia y una burguesía inútil y decadente con su personal de servicio como sombras y testigos del desmoronamiento moral. Como ya publiqué en Las prostitutas de Maupassant en el cine, un texto para un libro colectivo: “Visconti atrapa la premisa del cuento Junto al lecho (1883) que narra la conversación de un matrimonio de la alta burguesía donde la esposa propone al marido infiel, que quiere volver a acostarse con ella, convertirse en la prostituta que busca en las noches y recibir su compensación económica por ello. La esposa se convierte en prostituta y subvierte el significado del matrimonio común.

En Il lavoro Visconti mantiene esta idea. (…) Pupe (Romy Schneider) cuenta a su marido que se ha pasado toda la noche hablando con las prostitutas. Le dice que ha pensado mucho y que ya no cuente con su dinero porque ella no se lo va a pedir a su padre empresario sino que va a trabajar: ‘Yo respeto el dinero hasta tal punto que he decidido hacer de él una cuestión vital y ganármelo’. Y entonces le pregunta que si ella hubiera estado entre el grupo de prostitutas si la hubiese elegido. Y el marido confiesa que sí. Entonces Pupe le ofrece a su marido noches de placer si le paga. Visconti va más allá de la subversión pues intuimos que Pupe además ama a su esposo por eso llora cuando su padre llama: ‘Dile que no me puedo poner porque estoy trabajando. Ya he encontrado un empleo’”.

La Rifa de Vittorio de Sica

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Y llega la última: la más popular y representativa de la comedia italiana. Vittorio de Sica se sirve de la maggiorata en su máximo esplendor, una Sofia Loren exageradamente voluptuosa y hermosa (era inevitable que estuviese ella, estando Carlo Ponti por ahí…). Ella es una napolitana, ignorante y analfabeta pero con mucho carácter y sueños de prosperidad, es una mujer de armas tomar que va de feria en feria. Trabaja con un matrimonio de feriantes en una caravana con juegos de tiro (que se intuye que más que amistad se aprovechan de ella). Pero el plato fuerte es la rifa. Entre los hombres de los pueblos que visitan, se reparten unas papeletas y se organiza una rifa, el que gana se acuesta con la maggiorata. Y estos pierden la cabeza y los papeles. De Sica se mueve en el terreno de la comedia italiana costumbrista con una galería de personajes (sobre todo los hombres que pierden la cordura…) que no tiene desperdicio. Desde el padre de familia que va a por todas (y que su hijo montado en bicicleta siempre le suelta alguna frase) hasta el tímido sacristán que sueña con acostarse con la dama. Todo se complica cuando se cruza por el camino de la maggiorata, un joven enamorado que no sabe nada de la rifa que está a punto de celebrarse…

Boccaccio 70 es una película de episodios para rescatar del olvido y para acercarse más al trabajo y a la esencia de sus directores y actrices. Es una película rica en miradas, matices y análisis.

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Marnie, la ladrona (Marnie, 1964) de Alfred Hitchcock

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En más de una ocasión he escrito que me gusta muchísimo ver los trailers de las películas. Disfruto mucho. Y el de Marnie, la ladrona no es una excepción. Nos encontramos con Alfred presentando la película… y dos palabras son las que articulan la pieza: sexo y thriller. Termina con un montón de preguntas: ¿Qué es Marnie? ¿Una película de suspense, una historia de amor, una investigación, la historia de una ladrona…?

A sexo y thriller añadimos la palabra psicoanálisis. Pero Marnie, la ladrona es mucho más. Una película catártica y obsesiva. Enfermiza y extraña. Oscura. Hitchcock como siempre cuida las formas. Y con una sucesión de inverosimilitudes maravillosas crea una atmósfera de pesadilla que acompaña a su retorcida protagonista (no menos que todos los personajes que la rodean). Como siempre deja escenas maestras tanto de suspense como de una sensualidad extrema.

Marnie en el momento de su estreno fue un fracaso de público y crítica. Ya se sabe el amor del maestro del suspense a rodar lo más posible en estudio y no sólo eso sino emplear distintos trucajes técnicos que en ese momento no encandilaron al público ansioso de un nuevo cine que no tardaría en aparecer. Marnie es un artefacto ‘precioso’ de estudio…, un artefacto visual. Puro cine. Pero en el momento de su estreno fue visto como artificioso, falso y poco creíble… Yo hacía tiempo que no veía Marnie y sin embargo tenía muchas ganas de volver a visitarla. Recuerdo que en su momento (¡esas sesiones dobles!) me gustó mucho aunque he de reconocer que nunca se ha encontrado entre mis favoritas pero sí sentía una atracción por ella. Ahora al verla de nuevo, la he disfrutado bastante más. Marnie manifiesta el universo hitchcockiano en todo su esplendor.

Quizá uno de los motivos por los que en su momento (y también ahora) no gozó de la ‘simpatía’ del público es debido a que precisamente ningún personaje es simpático y es difícil sentir empatía por alguno de ellos. Todos son imperfectos, como somos todos los seres humanos. Y además las fobias y obsesiones del director son plasmadas sin pudor. De fondo, por supuesto, la banda sonora de su músico de cabecera, Bernard Herrmann, en la que sería su última colaboración con Hitchcock.

Sin embargo… no podía faltar. Hitchcock filma uno de sus hermosísimos besos… esta vez cargado de sensualidad y electricidad. En un primerísimo plano tan solo vemos la boca de Sean Connery que va recorriendo el rostro de una asustada y hierática Tippi Hedren hasta llegar a su boca y fundirse en un beso…

Paralelismos hitchcockianos

Si me dijeran que buscara un paralelismo, me remontaría a Recuerda. Ahí nos encontrábamos con un atormentado Gregory Peck y una psicoanalista hermosa, Ingrid Bergman. La estructura y el paralelismo de la película son similares. Pero en aquella había menos oscuridad y más afinidad por los personajes protagonistas. Sin embargo el fondo de la historia, los miedos, las obsesiones, los sueños, el psicoanálisis… están también presentes. Hitchcock con el paso de los años se vuelve más oscuro, desencantado y retorcido, menos romántico y más sexual. Los personajes encarnados por Sean y Tippi son mucho más retorcidos y complejos que los de Gregory e Ingrid. No es mala idea proponer esta sesión doble.

También hay una fuerte presencia de un personaje crucial: la madre (Louise Latham). Qué buen y complejo ensayo se podría elaborar sobre las madres en las películas de Hitchcock. Desde el primer momento nos damos cuenta de la relación compleja e insana que mantienen madre e hija. Y todos intuimos que es desde ese ‘accidente’ siempre nombrado.

Como Marion Crane (Janet Leigh), Marnie es una ladrona. Y roba una cantidad elevada de dinero de la oficina donde trabaja. Si Crane lo hacía para labrarse una vida mejor junto al amado… y se arrepentía de su robo (tenía mala conciencia del acto realizado). Para Marnie el robo es una necesidad, roba patológicamente. Y si a Grace Kelly le atraía enormemente en ese divertimento que es Atrapa un ladrón que Cary Grant fuese un ladrón de guante blanco. Al millonario interpretado por Sean Connery le atrae mucho que Marnie sea una ladrona… Mientras en Atrapa un ladrón todo forma parte de un divertido juego de seducción, en Marnie se transforma en un juego oscuro. En una especie de caza salvaje donde la mujer depredadora es atrapada en una jaula por el seductor sin escrúpulos. Y de esa extraña mezcla…, surge una extraña historia de amor.

En un interesante documental que contiene el blu ray, El problema con Marnie, explican que tanto en la novela en la que se inspira como en el primer borrador (el que en un principio iba a interpretar Grace Kelly en ansiado regreso al cine —que nunca se produjo—), se articulaba el conflicto de Marnie a través de un triángulo amoroso como en Encadenados. Pero en el resultado final el rival de Connery quedó eliminado y sustituido por una joven cuñada malévola (que rivaliza con Tippi).

Y los paralelismos siguen siendo evidentes. Como un matrimonio entre dos personas de distintas clases sociales y como no mansión con personalidad propia… En este caso volamos hacia Rebeca o la más desconocida Atormentada. Por continuar con el juego, la rubia hierática llevada al extremo más absoluto. Marnie no sólo es ladrona, mentirosa, fría y manipuladora sino que tiene un odio intenso hacia los hombres. No puede mantener relaciones sexuales y no soporta que la toquen. Así una de sus escenas más oscuras es cuando el millonario en su extraña luna de miel… fuerza a una aterrorizada y paralizada Marnie a mantener relaciones sexuales. Y la maravillosa presentación de una Marnie morena (y sus continuas transformaciones y cambios de personalidad) puede ser una continuación del triste personaje de Kim Novak en Vértigo, esa morena vulgar que se convierte —por dinero— en una elegante y rubia sofisticada con impulsos suicidas (como la propia Marnie).

Formas hitchcockianas

Pero además si por algo ‘enamora’ Marnie la ladrona es, como siempre, por la manera y forma que tenía Hitchcock de rodar. A la escena del beso, con tormenta de por medio y protagonista aterrorizada, podemos señalar varios momentos magistrales. Si se le llama el maestro del suspense, es porque conseguía momentos geniales en cada una de sus películas. En este caso, el robo de Marnie a la empresa del millonario enamorado. Primero ésta se oculta en el cuarto de baño, después la oficina está absolutamente solitaria y lleva a cabo su plan. Mientras vemos como deja la puerta abierta y está abriendo la caja fuerte, observamos como desde el fondo del pasillo aparece la mujer de la limpieza. No hay diálogo durante los minutos que dura la escena… pero la tensión y el suspense está servido… Es también de señalar la importancia que da el maestro del suspense a determinados objetos que van a ser protagonistas de una escena y van a provocar tensión: como una llave o un zapato.

El ambiente de pesadilla y oscuridad, de inestabilidad de la protagonista, es magistral a lo largo de toda la película. En sus pesadillas, sus miedos a las tormentas y al color rojo. Su terror al sexo… Hasta el momento clímax del flash back (recreado como si fuera una pesadilla) que cuenta Marnie con esa voz de niña de una mujer al borde de la locura donde con toda su crudeza y violencia conocemos el origen del miedo de Marnie al color rojo, su terror a las tormentas y su odio hacia los hombres así como la extraña relación con su madre…

Y por último otro momento catártico es esa cacería y esa Marnie desbocada y aterrorizada montando a galope su caballo con el que va saltando obstáculos hasta un peligroso muro final (que además somos conscientes del artificio pero no podemos evitar de nuevo la tensión y la emoción…, en su mayoría fue rodado en estudio y con transparencias)… que lleva al límite al personaje.

Marnie, la ladrona es una película oscura pero puramente cinematográfica que muestra a un Hitchcock obsesivo capaz de levantar una enfermiza historia de amor.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

The Master de Paul Thomas Anderson

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En el mismo año que John Huston mostraba en un documental, Let there be light (1946), los traumas que provocaba la guerra en un grupo de soldados, Edward Dmytryk estrenaba una película, Hasta el fin del tiempo (Till the end of time), donde en clave de ficción se narraba la dificultad con la que se encontraban tres soldados para incorporarse a la sociedad civil después de la contienda. En la película de Dmytryk se incorporaba una escena final escalofriante en la que un grupo de hombres en un bar trataban de captar a los tres protagonistas, totalmente desubicados, para formar parte de una asociación que presumía de querer ‘arreglar’ América pero exigía unos requisitos para pertenecer a ella: “ni negros, ni judíos, ni católicos”. Este hecho sirve para despertar a los tres excombatientes que pelean contra estos hombres y su naciente fascismo (paradojas de la vida, contra lo que se había combatido) y como revulsivo para volver a la sociedad como ciudadanos libres.

Diez años después Nicholas Ray dirigía Más poderoso que la vida (Bigger than life) donde un padre de familia de clase media cae bajo los efectos de una droga y se transforma en un personaje tiránico y ultrareligioso. Ray de esta manera advertía sobre los sentimientos ocultos pero latentes en la sociedad de clase media norteamericana de los años cincuenta (american way of life). Una sociedad que partía de unos comportamientos enfermizos capaz de generar intolerancia, crueldad, fanatismo religioso y crear un vacío a todo aquel que supone una amenaza de ese ‘orden’ porque vive, piensa o siente de otra manera. Curiosamente Let there be light no la distribuyó el Ejército de los Estados Unidos (pues fue encargado por este organismo a Huston) hasta 1980, Till the end of time cayó pronto en olvido y trajo problemas a su realizador durante la Caza de Brujas, y por último, Bigger than life es de las películas más olvidadas de Ray. Sin embargo las tres documentan y analizan un periodo histórico de Norteamérica, un periodo que trata de ser ocultado pero que está ahí, que existe, y que constituye parte del alma de un país. Paul Thomas Anderson sigue esta estela incómoda, esta forma de contar la historia, ese relato que comienza después de la Segunda Guerra Mundial donde un país traumatizado levanta sus cimientos para continuar. Y así entendemos el surgimiento de grupos religiosos y políticos, el american way of life, el anticomunismo que desemboca en la Caza de Brujas, los primeros cimientos para la Guerra Fría…

Paul Thomas Anderson sigue así su trayectoria de cronista histórico de América  pero desde una perspectiva especial. Disecciona los mecanismos de poder y sus efectos perniciosos, las complejas relaciones humanas en una comunidad determinada, la psicología oscura del ser humano, y la vulnerabilidad y fragilidad de las personas… aspectos que se convierten en motores de la Historia. Los años setenta tuvieron su radiografía en Boogie nights, los noventa quedaron reflejados en Magnolia, la América anterior a la crisis del 29 que construye las bases del capitalismo en Pozos de ambición y la América de los 50 en The Master.

The Master no es una película fácil porque presenta una estructura cinematográfica hipnótica e inconexa. Atrae de manera poderosa pero es un relato cinematográfico fracturado donde el espectador debe entrar en el juego. Es como si Paul Thomas Anderson aplicara al espectador ‘la terapia’ a la que somete el gurú Lancaster Dodd (Philipp Seymour Hoffman) a su discípulo Freddie Quell (Joaquin Phoenix). Como si Anderson aplicara la hipnosis y nos dejara al descubierto el inconsciente y su desorden para poder construir un armazón coherente. Así ante los ojos del que mira se suceden una serie de imágenes con una carga simbólica que ha de descifrar…

Los que esperan, por tanto, un retrato que se inspire en el creador de la Cienciología, Ron Hubbard no encontrarán los que buscan. Lo que plantea Paul Thomas Anderson va más allá. Los que buscan un retrato ‘identificado’ de los años cincuenta tal y como se ha reflejado en el cine, se encontrarán con unos años cincuenta metafóricos, con una radiografía de una década con achaques y enfermedades. Ya lo explica Freddie Quell en un momento determinado, cuando va en busca de un recuerdo, una chica llamada Doris… pero que, como dice de manera irónica, no es como la Doris Day del cine. Doris Day representó esos ‘años cincuenta’ que sí perduran en la memoria cinéfila entre confidencias de medianoche.

The Master es de esas películas que no es suficiente con verlas una sola vez. Que con cada nuevo visionado se descubrirá una nueva capa de la cebolla. A pesar de que Paul Thomas Anderson optó por rodarla en 65 mm (el negativo de las películas épicas a lo Lawrence de Arabia) es una película de un intimismo escalofriante que desnuda almas. Y sin embargo hay escenas de deslumbrante belleza que nos hipnotizan: todo ese paraíso perdido que transcurre en el mar donde Quell sintió algo parecido a la felicidad junto a una muñeca de arena desnuda. Esa huida de Quell en unos campos de cultivo tras un inesperado accidente. O esas carreras en moto hacia un punto determinado… Pero también esos interrogatorios o sesiones de terapia que encierran al espectador en un habitáculo junto a los protagonistas. Todo regado con una música inquietante y disonante de Jonny Greenwood o con esas canciones tristes de los años cincuenta convirtiéndose la banda sonora en un personaje más, en una pieza más que encajar en el puzle.

Una de las claves fundamentales de The Master es esa relación reflejada entre el gurú y el hombre traumatizado por la guerra (que arrastraba ya otros traumas) que interpretan de manera especial y excepcional Philipp Seymour Hoffman y un prodigioso Joaquin Phoenix (que habla con ese cuerpo encorvado). Y que refleja magistralmente la crítica final de Paul Thomas Anderson a la manipulación, mentira y fracaso de las ‘nuevas religiones’. Es esa relación la que nos ayuda a construir el puzle y a salir del estado de hipnosis, es esa relación donde Thomas Anderson nos deja claro lo que cuenta. Así asistimos al intento de Dodds de aplicar sus ‘enseñanzas’ a la bestia incontrolada. Y, con regocijo, somos testigos del ‘fracaso’ del lavado de cerebro continuo al que someten a Quells (el elemento perturbador que nunca deja de serlo). Quells devastado y errante ‘parodia’ al final con una mujer en la cama las enseñanzas del maestro, él ha optado por la libertad personal (por seguir su libre albedrío) aunque siga en el camino de la soledad y por aferrarse a su propio paraíso (ese mar con una muñeca de arena desnuda). Él ha optado por su manera de ‘mirar’ el mundo (una de sus muchas profesiones es la de fotógrafo).

El gurú es consciente de que ha sido vencido por el alumno en esa conversación final entre los dos en Inglaterra en la cual le dice que si puede vivir sin servir a ningún hombre que le avise, que le cuente la fórmula para conseguirlo… para entonar a continuación una especie de canción de amor que hace a Quells echar una lágrima furtiva. Esta conversación ejemplifica la rica y compleja relación que se ha establecido entre ambos desde su primer encuentro. El gurú envidia (y ama) esa ‘libertad’ del perdedor Quells, nadie apuesta por él pero nadie le doblega. Y a Quells la relación con el gurú le ha servido para ‘elegir’ libremente su sino. Para tener un espejo en el que reflejarse.

El tercer personaje que parece sacado de una película de terror es la fría, compleja e impasible Peggy (Amy Adams), la mujer de Dodds, y el verdadero cerebro de la ‘nueva religión’. En realidad, ella sabe emplear el carisma de su esposo y agazapar su animalidad para ‘engañar’ a los otros y formar así una sociedad recta donde nadie se salga del camino, que preserve el american way of life. Peggy quiere eliminar de su camino a Quells porque es claramente una pieza discordante que hace saltar en mil pedazos su engañosa filosofía. Actúa en la sombra y sin alterarse en exceso, poco a poco afianza el imperio. Dañina, es más peligrosa que Dodds, ya que éste se muestra imperfecto en varios momentos y vulnerable. Ella apenas pierde los nervios y su sonrisa helada.

The Master de Paul Thomas Anderson deja múltiples puertas abiertas. En cada visionado cruzaremos un umbral diferente…

(Este texto lo publiqué en el blog Cinefilias y cinofobias el 8 de enero de 2013)

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

360. Juego de destinos (360, 2011) de Fernando Meirelles

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La nueva obra cinematográfica de Fernando Meirelles está pasando con indiferencia y frialdad tanto en el mundo de la crítica como en el universo de los espectadores. Yo no quería dejarla escapar pues tengo cierta querencia por la mirada de Meirelles (y por su forma de rodar así como el empleo de la narración cinematográfica) y me ha resultado una experiencia muy interesante enfrentarme a su análisis. 360 me ha sorprendido más de lo que esperaba y creo que en el futuro, en retrospectiva, ganará más cinéfilos a su causa.

Ciudad de Dios supuso su reconocimiento, El jardinero fiel significó su consagración, A ciegas fue una prueba de fuego y supuso su primer enfrentamiento a críticas muy negativas… Y 360 ha sido relegada sin darle oportunidad alguna.

Si hay una especie de género que me fascina es el que reúne varias historias en una misma trama. A veces todas esas historias confluyen en un fin determinado u otras son una cadena de historias diferentes que se unen porque ocurren en un mismo escenario, un mismo día, una misma hora, en un mismo acontecimiento o las unifica un objeto, una prenda… Algunas películas de vidas cruzadas (como suele denominarse a partir de la película de Robert Altman… aunque el fenómeno ya se daba desde el cine silente) son fallidas y otras son verdaderos monumentos cinematográficos. 360 se sitúa en el justo medio.

Desde Griffith (Intolerancia) pasando por Fritz Lang (Las tres luces), merodeando por la maravillosa película de Duvivier, Seis destinos, hasta llegar a las Vidas cruzadas de Robert Altman, Nueve vidas de Rodrigo García o Magnolia de Paul Thomas Anderson y aterrizando en un ejemplo de cine nacional como Una pistola en cada mano de Cesc Gay… las películas que encadenan una historia tras otra gozan de buena salud.

El guion de Peter Morgan se inspira muy lejanamente en un referente literario (del que más bien toma el tema principal y un acercamiento a la estructura): La ronda de Arthur Schnitzler (que la tengo pendiente de lectura). En su momento fue una obra muy polémica pues Schnitzler a principios del siglo XX planteaba historias encadenadas sobre la pareja y la sexualidad. El dramaturgo fue admirado por un contemporáneo suyo que estaba elaborando el psicoanálisis, descubría el subconsciente y la importancia de la sexualidad en el ser humano: Sigmund Freud. La ronda consistía en diez escenas protagonizadas cada una por una pareja de amantes. Siempre uno de los integrantes de la pareja aparecía en la siguiente historia… de tal manera que quedaban las diez historias encadenadas. Esta obra dramática sí ha tenido reflejos fílmicos más similares al original en la pantalla blanca, la más recordada es la de Max Ophüls que se titula igual (y que se encuentra en mi baúl de películas pendientes) pero también la adaptó Roger Vadim en Juegos de amor a la francesa (La ronde).

360 trata el tema del amor, la sexualidad y las relaciones humanas y va encadenando todas las historias creando una ronda circular (empieza y termina con tres personajes: una prostituta eslovaca, su hermana y el proxeneta austriaco). Lo que nos dice el monólogo interior de uno de los personajes es que los seres humanos siempre nos encontramos en un bifurcación y tenemos que decidir qué camino elegir. Depende del camino la vida nos lleva a un sitio o a otro. Somos lo que decidimos. Pero da un paso más… nuestra decisión afecta a otros y encadena otra ristra de bifurcaciones. En una entrevista Morgan, el guionista, explica que quería mostrar cómo en un mundo globalizado todas las acciones tienen consecuencias y se propagan (como ha ocurrido con la crisis económica).

De este modo son las decisiones de cada uno de los personajes lo que va unificando una historia con la otra en 360 y así van tomándose el relevo. Un personaje secundario en una trama se convierte en protagonista en la siguiente… quedando finalmente un mosaico de relaciones humanas y decisiones.

360. Juego de destinos cuenta además con un magnífico trabajo de actores. Un reparto coral donde desconocidos y estrellas de la talla de Anthony Hopkins, Jude Law y Rachel Weisz desarrollan y construyen personajes. Los personajes son de distintas procedencias: americanos, británicos, eslovacos, rusos, brasileños, austriacos, franceses… y de diferentes grupos sociales. Y también las historias se desarrollan en distintos escenarios: París, Austria, Berlin…, un hogar familiar, un avión, un aeropuerto, un hotel, un coche…

En este cruce de historias hay algunas que pasan más desapercibidas (aunque todas son interesantes y están bien construidas) y otras que se muestran más efectivas dentro del conjunto. La que esto escribe se queda con la impresionante historia, con mucho suspense bien dosificado, en un aeropuerto americano entre una joven brasileña que acaba de  abandonar a su novio por las infidelidades y la relación que establece con un joven (un sorprendente Ben Foster) que acaba de cumplir una condena por agresión sexual y se encuentra en un programa de inserción. Y la otra es la historia que une a la hermana de la prostituta eslovaca con el chofer de un mafioso ruso.

Como acostumbra Fernando Meirelles 360 tiene una impecable factura visual (además de un uso adecuado y cuidado de la banda sonora) y muestra cómo sabe contar historias a través del lenguaje cinematográfico que como ya se reflejaba en El jardinero fiel cada vez emplea de forma más elegante y pausada. Cómo juega con la arquitectura de la casa, los espejos, las puertas y la posición de los personajes en la historia de Jude Law y Rachel Weisz. La forma que tiene de rodar el matrimonio roto entre la ayudante del dentista y el chofer ruso durante un desayuno conyugal frente una ventana luminosa. La angustia continua en la manera de rodar y presentar al personaje de Ben Foster…

Pienso que 360. Juego de destinos no es una obra fallida dentro de la filmografía de Meirelles sino una obra cinematográfica (que aunque sea de encargo vuelve a dejar su rúbrica) que le confirma como un director con una trayectoria interesante para seguir y analizar.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Las sesiones (The sessions, 2012) de Ben Lewin

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Las sesiones ha supuesto una sorpresa. Una película-medicina, pequeña y redonda, con una buena historia y unos buenos intérpretes. Parte y se inspira en un personaje real, el periodista y poeta Mark O’Brien. Un hombre que sufrió en la infancia una poliomelitis que le redujo para siempre a una camilla y a la necesidad de pasar muchas horas del día en un pulmón de acero. Bajo esta premisa el espectador puede pensar que se trata de otra historia protagonizada por un discapacitado sobre superación. Y lo que nos presenta Las sesiones es una película luminosa y optimista donde trata con delicadeza y mucha naturalidad un tema: el sexo y la discapacidad. Precisamente Ben Lewin (director y guionista) se inspiró en un artículo que escribió O’Brien sobre esta cuestión.

Ben Lewin articula su historia a través de dos tipos de sesiones: las que tiene el protagonista con una terapeuta sexual (una Helen Hunt natural como la vida misma) y con su consejero espiritual, un cura (encantador William H. Macy). Su voz siempre está presente, no desaparece en ningún momento (incluso cuando parece que no tiene por qué estar). La premisa de la que parte esta historia es la necesidad que siente el protagonista en un momento de su vida de poder mantener relaciones sexuales. Tiene 38 años y acaba de enamorarse profundamente de una cuidadora… Cuando confiesa sus sentimientos, la cuidadora desaparece de su vida. Eso y el encargo de escribir un reportaje de entrevistas con otros discapacitados sobre sus relaciones sexuales, le lleva a querer sentir y experimentar su sexualidad. Y va más allá, quiere amar y ser amado.

Para llevar a cabo este fin, su círculo de relaciones se pone en marcha. Y las dos personas antes nombradas, un cura y una terapeuta sexual le acompañarán en esta aventura vital.

Mark O’Brien era católico así que se topa en su camino con un cura que lo que hace es ponerse en su lugar como hombre, cercano, y acompañarle en su viaje hacia el conocimiento de su cuerpo y sexualidad. Se cruza en su camino un cura con sentido común y no retrógado que se pone en la piel del otro. No pone trabas y más obstáculos de los que tiene el protagonista sino sencillez y naturalidad. Le escucha. Cómo toda la red de relaciones que tiene a su alrededor (principalmente sus distintos cuidadores).

Así se van matizando las distintas relaciones que establece Mark (un inmenso John Hawkes). Y la central, la que establece con su terapeuta sexual y sus sesiones. Y aquí es donde estaba la parte compleja de esta historia resuelta de una manera excepcional gracias a sus protagonistas y a la opción de la sencillez. Mark O’Brien no es una víctima sino un hombre que trata de poner solución a un problema. Y para ello busca a una profesional que le guía y le enseña a ponerle solución. Punto. Así las escenas de las sesiones son desprovistas de cualquier tipo de morbosidad o sensacionalismo y se integran totalmente en la historia que nos quiere contar. Explícitamente se muestran las lecciones pero con la naturalidad y la sensibilidad por bandera. Acompañamos a O’Brien en su aprendizaje, en sus dudas, en sus miedos y en la consecución de su objetivo.

Todas las relaciones tienen puntos de inflexión y sutilidad. Las que mantiene con cada una de sus cuidadoras, con el cuidador, con su consejero espiritual y con la terapeuta… La personalidad de O’Brien (que emplea el humor como instrumento para superar obstáculos) hace que lo complejo de su situación parezca fácil (cuando no lo es en absoluto).

Es hermosísima la relación que establece con su terapeuta porque finalmente ella que siempre ha tenido claro el distanciamiento con sus clientes (deja claro que tiene su propia vida privada, que apenas sale matizada —y es para la que esto escribe la debilidad de la película porque es un tema muy interesante pero poco desarrollado—, y explica claramente la diferencia entre sus sesiones como terapeuta y las de las profesionales del sexo, las prostitutas) pero con O’Brien siente la necesidad de someterse más que nunca a las reglas de su profesión (no más de seis sesiones) porque su implicación termina siendo absolutamente emocional (cruza el límite entre sentirse profesional y terapeuta a sentirse a gusto con el hombre al que enseña y deseada…) y eso la hace sufrir y finalmente distanciarse. Porque ambos tienen claras las reglas del ‘juego’.

Así Las sesiones se convierte en una película sorpresa que regala una serie de buenos momentos sobre un hombre que  trata de solucionar un tema universal: la soledad y la necesidad de amar y sentirse amado. Y un momento que se nos regala es un gato atigrado encima de un pulmón de acero…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.