Dos mentes enfermas: El demonio bajo la piel (The killer inside me, 2010) de Michael Winterbottom / Martha Marcy May Marlene (Martha Marcy May Marlene, 2011) de Sean Durkin

… Dos películas que exploran mentes enfermas. Dos películas inquietantes no redondas pero que sí logran una atmósfera incómoda y que el espectador se haga preguntas frente lo que está viendo e indague en la parte oscura del cerebro humano.

La primera se esconde bajo la apariencia de cine negro años cincuenta en un ambiente sureño (sol, mucho sudor, mucho calor). La segunda bajo una factura de cine independiente con fondo psicológico que parece hacer una crítica a un tipo de vida pero juega siempre en el terreno de la ambigüedad.

Dos trabajos para analizar con sus luces y sus sombras. A mi parecer la idea de Michael Winterbottom (realizador impredecible que sin embargo tiene obras tan interesantes como En este mundo, Tristram Shandy o La doctrina del schock) podría haber creado una película brillante pero finalmente falla su mecanismo. Sin embargo el debutante Sean Durkin sí que juega más a la ambigüedad y logra un resultado más impreciso y por ello inquietante.

El demonio bajo la piel (The killer inside me, 2010) de Michael Winterbottom

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Lo que no está conseguido del todo es esa voz en off del ayudante del sheriff, Lou Ford (un alucinante Casey Affleck) que es la clave de toda la película y el hallazgo interesante… porque esa era la voz que se tenía que haber mantenido hasta el final (ése es el único punto de vista posible para entrar de lleno al viaje terrorífico que propone) de tal forma que toda la historia la viéramos a través de su mirada para agobiarnos mucho más. Y a veces nos perdemos en esa mirada… y parece que es el director el que está observando. Si hubiese habido una total confianza tanto en la voz en off como en la mirada de Lou Ford muchos todavía no habríamos despertado de la pesadilla.

Porque la historia es una apuesta fuerte al retrato de un asesino con fuertes problemas de salud mental en la figura de un posible personaje de cine negro, un ayudante del sheriff. Lo que pasa que lo tremendo es cuando el espectador se da cuenta que no hay ambigüedad posible en el personaje, que no tiene luces y sombras, sino una oscuridad temible. Así Winterbottom emplea todo el arsenal del noir pero en manos de un desequilibrado mental (y a veces logra agobiar en exceso). Así el pesimismo y el lado oscuro de la personalidad de Lou se va adueñándo de una turbia historia.

Nos adentramos en un universo lleno de sombras (pero a través de sus ojos y mente enferma) donde las relaciones se tornan muy peligrosas y la violencia campa sin sentido alguno (y de manera totalmente gratuita… y eso genera más incomodidad) hasta un final caótico. El director se encuentra también excesivamente preocupado en mostrar la naturaleza quebrada y traumática de su protagonista… así se crean a veces escenas innecesarias sobre el pasado que crean más confusión todavía que matices al personaje principal.

Michael Winterbottom deja así una película violenta de visionado incómodo donde su principal recurso no está del todo conseguido y deja por eso un sabor de boca todavía peor. Tanto es así el laberinto que arma el personaje principal que desemboca en un final absolutamente absurdo para encontrar una salida (pero más bien parece que es Winterbottom el que no sabe qué hacer con su personaje principal). Pero sí muestra en algunos momentos (y en algunas interpretaciones) que El demonio bajo la piel podría haber sido una obra cinematográfica perturbadora, enfermiza y muy bien hecha. Supongo que la novela de Jim Thompson también tiene la voz de Lou Ford y me gustaría ver cómo resuelve que el lector se meta en el universo de un desequilibrado… quizá Winterbottom tenía las soluciones entre las páginas del libro.

Martha Marcy May Marlene (Martha Marcy May Marlene, 2011) de Sean Durkin

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De nuevo nos situamos en la cabeza y mirada (en sus recuerdos, paranoias e imágenes ¿reales?) de una persona con desequilibrio mental. Y esta vez el debutante Sean Durkin logra transmitir la inquietud del desdoblamiento y la quiebra del personaje principal (una vulnerable y creíble Elizabeth Olsen). Así el espectador pulula entre ese presente descorazonador de Martha (una de sus identidades) que lejos de reconfortarla también la enferma y desubica (una familia disfuncional que la hace revivir continuos traumas) y ese pasado reciente en una secta de rituales inquietantes.

Así Martha huye (su personaje siempre huye) y termina en la casa de su hermana y su cuñado que también viven en un mundo ritual y sectario… y esa es la vuelta de tuerca y el acierto de Martha Marcy May Marlene. Porque pone al espectador frente a frente con una vida ‘aparentemente’ normal pero que también es capaz de enfermar a las personas vulnerables como Martha. La protagonista se encuentra desubicada y extraña en el proceso y limpieza cerebral que vive en la secta (con un líder que va dando mucho miedo con la cara de John Hawkes que tiene una de las mejores escenas cuando toca una canción a guitarra) pero también en su adaptación a una vida que la imponen como normal, de la que no puede cuestionar o discutir.

Martha Marcy May Marlene juega a no darnos la información suficiente. A dejarnos siempre en la ambigüedad. Y sobre todo nos deja al descubierto que Martha tiene difícil salir de su paranoia en otro ‘espacio’ opresivo. Lo más desconcertante es ese final en el que ya no distinguimos, como su protagonista, qué es lo que se está imaginando y qué es real… y sobre todo si su manía persecutoria es una triste verdad…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Las sesiones (The sessions, 2012) de Ben Lewin

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Las sesiones ha supuesto una sorpresa. Una película-medicina, pequeña y redonda, con una buena historia y unos buenos intérpretes. Parte y se inspira en un personaje real, el periodista y poeta Mark O’Brien. Un hombre que sufrió en la infancia una poliomelitis que le redujo para siempre a una camilla y a la necesidad de pasar muchas horas del día en un pulmón de acero. Bajo esta premisa el espectador puede pensar que se trata de otra historia protagonizada por un discapacitado sobre superación. Y lo que nos presenta Las sesiones es una película luminosa y optimista donde trata con delicadeza y mucha naturalidad un tema: el sexo y la discapacidad. Precisamente Ben Lewin (director y guionista) se inspiró en un artículo que escribió O’Brien sobre esta cuestión.

Ben Lewin articula su historia a través de dos tipos de sesiones: las que tiene el protagonista con una terapeuta sexual (una Helen Hunt natural como la vida misma) y con su consejero espiritual, un cura (encantador William H. Macy). Su voz siempre está presente, no desaparece en ningún momento (incluso cuando parece que no tiene por qué estar). La premisa de la que parte esta historia es la necesidad que siente el protagonista en un momento de su vida de poder mantener relaciones sexuales. Tiene 38 años y acaba de enamorarse profundamente de una cuidadora… Cuando confiesa sus sentimientos, la cuidadora desaparece de su vida. Eso y el encargo de escribir un reportaje de entrevistas con otros discapacitados sobre sus relaciones sexuales, le lleva a querer sentir y experimentar su sexualidad. Y va más allá, quiere amar y ser amado.

Para llevar a cabo este fin, su círculo de relaciones se pone en marcha. Y las dos personas antes nombradas, un cura y una terapeuta sexual le acompañarán en esta aventura vital.

Mark O’Brien era católico así que se topa en su camino con un cura que lo que hace es ponerse en su lugar como hombre, cercano, y acompañarle en su viaje hacia el conocimiento de su cuerpo y sexualidad. Se cruza en su camino un cura con sentido común y no retrógado que se pone en la piel del otro. No pone trabas y más obstáculos de los que tiene el protagonista sino sencillez y naturalidad. Le escucha. Cómo toda la red de relaciones que tiene a su alrededor (principalmente sus distintos cuidadores).

Así se van matizando las distintas relaciones que establece Mark (un inmenso John Hawkes). Y la central, la que establece con su terapeuta sexual y sus sesiones. Y aquí es donde estaba la parte compleja de esta historia resuelta de una manera excepcional gracias a sus protagonistas y a la opción de la sencillez. Mark O’Brien no es una víctima sino un hombre que trata de poner solución a un problema. Y para ello busca a una profesional que le guía y le enseña a ponerle solución. Punto. Así las escenas de las sesiones son desprovistas de cualquier tipo de morbosidad o sensacionalismo y se integran totalmente en la historia que nos quiere contar. Explícitamente se muestran las lecciones pero con la naturalidad y la sensibilidad por bandera. Acompañamos a O’Brien en su aprendizaje, en sus dudas, en sus miedos y en la consecución de su objetivo.

Todas las relaciones tienen puntos de inflexión y sutilidad. Las que mantiene con cada una de sus cuidadoras, con el cuidador, con su consejero espiritual y con la terapeuta… La personalidad de O’Brien (que emplea el humor como instrumento para superar obstáculos) hace que lo complejo de su situación parezca fácil (cuando no lo es en absoluto).

Es hermosísima la relación que establece con su terapeuta porque finalmente ella que siempre ha tenido claro el distanciamiento con sus clientes (deja claro que tiene su propia vida privada, que apenas sale matizada —y es para la que esto escribe la debilidad de la película porque es un tema muy interesante pero poco desarrollado—, y explica claramente la diferencia entre sus sesiones como terapeuta y las de las profesionales del sexo, las prostitutas) pero con O’Brien siente la necesidad de someterse más que nunca a las reglas de su profesión (no más de seis sesiones) porque su implicación termina siendo absolutamente emocional (cruza el límite entre sentirse profesional y terapeuta a sentirse a gusto con el hombre al que enseña y deseada…) y eso la hace sufrir y finalmente distanciarse. Porque ambos tienen claras las reglas del ‘juego’.

Así Las sesiones se convierte en una película sorpresa que regala una serie de buenos momentos sobre un hombre que  trata de solucionar un tema universal: la soledad y la necesidad de amar y sentirse amado. Y un momento que se nos regala es un gato atigrado encima de un pulmón de acero…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.