Ramillete de minicríticas. Dos americanas y dos españolas

Jurassic world (Jurassic world, 2015) de Colin Trevorrow

Jurassicworld

Hay un cine al que te acercas de vez en cuando y si hay niños en tu vida diaria más (en mi caso una sobrina de 5 años que ama a los dinosaurios desde los 3 y le encanta toda película en que salga uno o una manada). Entonces Jurassic world se convierte en una experiencia con un halo de tu pasado infantil. Te descubres de nuevo en la sala de cine enorme con pantalla gigante, con chuches y palomitas y un poquito de bebida refrescante… para sorprenderte con una historia entretenida que alimenta tu imaginación. Y mi sobrina me dice todo el rato en bajito: “No me da nada de miedo. Es que esta no es de miedo como la primera, es más de aventura”. Y ahí que nos sumergimos en la aventura del domador de velociraptores, de la estirada con tacones pero con un corazoncito, de los hermanos que viven una situación familiar vulnerable pero que van a vivir toda una aventura inolvidable… en un enorme parque temático de dinosaurios. Y en el plácido lugar todo se pone patas arriba cuando un dinosaurio modificado genéticamente y muy enorme y fiero además de inteligente se convierte en el terror de la zona. Da igual todo tipo de incoherencias, de personajes planos, de secundarios poco dibujados casi inexistentes, de injusticias hacia la heroína (que a pesar de mostrarse brava y con tacones…, sus sobrinos solo tienen ojos para su novio domador y motero)… todo te lleva a una trepidante batalla final entre los velociraptores, el dinosaurio inteligente, el T-Rex y el mosasaurio, un gigantesco dinosaurio marino… donde los humanos son meras hormigas, que emplean un poquillo su cerebro para no perecer bajo uñas o colmillos gigantes. Así vas viviendo continuos guiños nostálgicos a la primera parte (camiseta de uno de los técnicos o encontrarse entre las ruinas del primer parque con sus coches de safari…) con homenajes evidentes a películas como Los pájaros en ese ataque que sufren los pobres e inocentes visitantes de los amenazantes pterosaurios… mientras bebes y comes palomitas y disfrutas con la mirada de una niña que se lo está pasando en grande…

El niño 44 (Child 44, 2015) de Daniel Espinosa

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El niño 44 toca demasiados frentes para una película que podría haber sido realmente interesante y brillante. Y ahí quedan sus continuas huellas. La película fluctúa entre el género histórico y político que recrea el periodo más duro de la Rusia stalinista durante los años cincuenta y las purgas y el thriller más inquietante de investigación ante un asesino en serie, que deja un recorrido de niños muertos en el mapa. La investigación de este asesino ocurre en un país que dice ser un paraíso donde no hay sitio para el capitalismo ni sus enfermedades (que provoca, entre otras cosas, que surjan los asesinos en serie) lo que provoca distintas y variadas reflexiones. También es una película psicológica sobre vivir continuamente bajo el yugo del miedo y una emocionante e intensa historia de amor. Son tantos los frentes que finalmente no desarrolla ninguno del todo ni logra por ello cierto equilibrio. Pero la película, sin embargo, se mantiene por el magnífico trabajo de su pareja protagonista (también presentes en La entrega) el carismático Tom Hardy y una brillante Noomi Rapace ganando peso la trama amorosa. Otro pero a esta película es que se desaprovechan los personajes secundarios que cuentan con los rostros de Vincent Cassel o Gary Oldman (y que desde sus apariciones prometen mucho más peso en la trama… y se quedan en meras intuiciones)… Su director Daniel Espinosa cuida la ambientación y también la atmósfera, el tono oscuro y gris de la época además de resolver algunos momentos con un buen uso del lenguaje cinematográfico pero no es suficiente para realizar una obra redonda. El material de partida es un best seller, la inspiración en un asesino en serie ruso de los años 70 (que tuvo su propia película, Ciudadano X) y un fallido y evidente eco a M, el vampiro de Düsseldorf de Lang. El niño 44 es la película que pudo ser y no fue…

Requisitos para ser una persona normal (2015) de Leticia Dolera

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La actriz Leticia Dolera (que ya se había entrenado con sus cortos) se lanza a su primer largometraje como directora con Requisitos para ser una persona normal. Toma los elementos de la comedia romántica chica encuentra chico y los rocía con aires indies así como con un cuidado estético en la presentación de su obra cinematográfica. De esta manera Dolera sigue la estela de comedias románticas independientes tipo Beginners o (500) días juntos donde a la importancia de lo estético también eligen el tono tragicómico y melancólico, todo rociado con un aire de imagen de publicidad chic y moderna (convierte en escenario romántico y del clímax de la historia a una marca de muebles sueca que uniforma todos los hogares… y con unas campañas de publicidad muy características, muy bien hechas). Leticia Dolera también protagoniza su película, ella es María de las Montañas… una treintañera en crisis que se elabora una lista con los requisitos que tiene que cumplir para ser considerada una persona normal. Con las etiquetas que debe uno tener para la representación de una persona feliz y triunfadora. En su camino se cruza con Borja, un dependiente gordito de una tienda de muebles con aires hipster, y ambos construyen una amistad a base de conseguir objetivos: hacer de María una persona normal y de Borja un hombre contento por poseer un cuerpo delgado y atlético. Lo que es cierto es que Dolera consigue meter al espectador en el universo creado para María de las Montañas y Borja (con un montón de personajes secundarios, algunos muy bien construidos, con caras de Miki Esparbé, Alexandra Jiménez, Silvia Munt…) y es posible empatizar y coger cariño a sus personajes así como creerte y desearles un final feliz, como se merece toda comedia romántica normal. Todo rociado con momentos entre divertidos y entrañables con unas gotas de melancolía.

Hablar (2015) de Joaquín Oristrell

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Hablar es una interesante experiencia cinematográfica. Sus 75 minutos transcurren en un plano secuencia en el barrio de Lavapiés donde se suceden varias historias de los más variopintos personajes. Oristrell y sus actores tratan de conseguir captar la vida en un barrio madrileño en un periodo concreto, ahora. Y hay momentos en que el espectador se cree esa ebullición de vida y otros que se los cree menos. El recorrido de la cámara comienza en la boca del metro, de la cual surgen varios de los personajes, y termina en una sala de teatro… creando un juego de metaficción. En realidad Hablar es un buen recital de intérpretes (unos te hacen vibrar más que otros) donde la comunicación-incomunicación, la palabra y la soledad son las herramientas de trabajo. Es prácticamente un proyecto cinematográfico colectivo donde se implicaron un montón de personas. Algunos actores improvisaron directamente tras unas pautas y otros se escribieron y se construyeron un personaje. Es de esas películas irregulares que merecen la pena y que arrastran encanto. Una calle viva donde se suceden historias trágicas y otras cómicas o tragicómicas, donde se reconoce el momento histórico, social y político que se está viviendo. Está muy presente la crisis tal y como ha ocurrido en otras películas españolas recientes. Y el gran atractivo de una galería de buenos actores que regalan buenos momentos como Sergio Peris Mencheta, María Botto, Juan Diego Botto, Antonio de la Torre, Raúl Arévalo, Alex García, Petra Martínez, Juan Margallo, Goya Toledo, Secun de la Rosa, Marta Etura, Melanie Olivares, Miguel Ángel Muñoz, Carmen Balagué, Mercedes Sampietro, Nur Al Levi… y un largo etcétera. Un paseo por Lavapiés donde seguimos a dos barrenderas con el desencanto a cuestas, a un chico que tiene una cita a ciegas, a un empresario que tiene que pagar a su empleada, a una mujer en crisis pegada a su móvil, a una joven que no encuentra trabajo pese a estar altamente cualificada, a un iluminado que recorre las calles, a una mujer que ahoga las penas en alcohol, una madre con su bebé que tiene hambre, un joven enganchado al porno e intentando explicárselo a su madre… Un recorrido donde en una esquina nos aguarda un escaparate con una televisión que pasa un anuncio o un rincón donde un hombre canta un fandango para finalmente adentrarnos a un escenario donde hay dos actores y…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

360. Juego de destinos (360, 2011) de Fernando Meirelles

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La nueva obra cinematográfica de Fernando Meirelles está pasando con indiferencia y frialdad tanto en el mundo de la crítica como en el universo de los espectadores. Yo no quería dejarla escapar pues tengo cierta querencia por la mirada de Meirelles (y por su forma de rodar así como el empleo de la narración cinematográfica) y me ha resultado una experiencia muy interesante enfrentarme a su análisis. 360 me ha sorprendido más de lo que esperaba y creo que en el futuro, en retrospectiva, ganará más cinéfilos a su causa.

Ciudad de Dios supuso su reconocimiento, El jardinero fiel significó su consagración, A ciegas fue una prueba de fuego y supuso su primer enfrentamiento a críticas muy negativas… Y 360 ha sido relegada sin darle oportunidad alguna.

Si hay una especie de género que me fascina es el que reúne varias historias en una misma trama. A veces todas esas historias confluyen en un fin determinado u otras son una cadena de historias diferentes que se unen porque ocurren en un mismo escenario, un mismo día, una misma hora, en un mismo acontecimiento o las unifica un objeto, una prenda… Algunas películas de vidas cruzadas (como suele denominarse a partir de la película de Robert Altman… aunque el fenómeno ya se daba desde el cine silente) son fallidas y otras son verdaderos monumentos cinematográficos. 360 se sitúa en el justo medio.

Desde Griffith (Intolerancia) pasando por Fritz Lang (Las tres luces), merodeando por la maravillosa película de Duvivier, Seis destinos, hasta llegar a las Vidas cruzadas de Robert Altman, Nueve vidas de Rodrigo García o Magnolia de Paul Thomas Anderson y aterrizando en un ejemplo de cine nacional como Una pistola en cada mano de Cesc Gay… las películas que encadenan una historia tras otra gozan de buena salud.

El guion de Peter Morgan se inspira muy lejanamente en un referente literario (del que más bien toma el tema principal y un acercamiento a la estructura): La ronda de Arthur Schnitzler (que la tengo pendiente de lectura). En su momento fue una obra muy polémica pues Schnitzler a principios del siglo XX planteaba historias encadenadas sobre la pareja y la sexualidad. El dramaturgo fue admirado por un contemporáneo suyo que estaba elaborando el psicoanálisis, descubría el subconsciente y la importancia de la sexualidad en el ser humano: Sigmund Freud. La ronda consistía en diez escenas protagonizadas cada una por una pareja de amantes. Siempre uno de los integrantes de la pareja aparecía en la siguiente historia… de tal manera que quedaban las diez historias encadenadas. Esta obra dramática sí ha tenido reflejos fílmicos más similares al original en la pantalla blanca, la más recordada es la de Max Ophüls que se titula igual (y que se encuentra en mi baúl de películas pendientes) pero también la adaptó Roger Vadim en Juegos de amor a la francesa (La ronde).

360 trata el tema del amor, la sexualidad y las relaciones humanas y va encadenando todas las historias creando una ronda circular (empieza y termina con tres personajes: una prostituta eslovaca, su hermana y el proxeneta austriaco). Lo que nos dice el monólogo interior de uno de los personajes es que los seres humanos siempre nos encontramos en un bifurcación y tenemos que decidir qué camino elegir. Depende del camino la vida nos lleva a un sitio o a otro. Somos lo que decidimos. Pero da un paso más… nuestra decisión afecta a otros y encadena otra ristra de bifurcaciones. En una entrevista Morgan, el guionista, explica que quería mostrar cómo en un mundo globalizado todas las acciones tienen consecuencias y se propagan (como ha ocurrido con la crisis económica).

De este modo son las decisiones de cada uno de los personajes lo que va unificando una historia con la otra en 360 y así van tomándose el relevo. Un personaje secundario en una trama se convierte en protagonista en la siguiente… quedando finalmente un mosaico de relaciones humanas y decisiones.

360. Juego de destinos cuenta además con un magnífico trabajo de actores. Un reparto coral donde desconocidos y estrellas de la talla de Anthony Hopkins, Jude Law y Rachel Weisz desarrollan y construyen personajes. Los personajes son de distintas procedencias: americanos, británicos, eslovacos, rusos, brasileños, austriacos, franceses… y de diferentes grupos sociales. Y también las historias se desarrollan en distintos escenarios: París, Austria, Berlin…, un hogar familiar, un avión, un aeropuerto, un hotel, un coche…

En este cruce de historias hay algunas que pasan más desapercibidas (aunque todas son interesantes y están bien construidas) y otras que se muestran más efectivas dentro del conjunto. La que esto escribe se queda con la impresionante historia, con mucho suspense bien dosificado, en un aeropuerto americano entre una joven brasileña que acaba de  abandonar a su novio por las infidelidades y la relación que establece con un joven (un sorprendente Ben Foster) que acaba de cumplir una condena por agresión sexual y se encuentra en un programa de inserción. Y la otra es la historia que une a la hermana de la prostituta eslovaca con el chofer de un mafioso ruso.

Como acostumbra Fernando Meirelles 360 tiene una impecable factura visual (además de un uso adecuado y cuidado de la banda sonora) y muestra cómo sabe contar historias a través del lenguaje cinematográfico que como ya se reflejaba en El jardinero fiel cada vez emplea de forma más elegante y pausada. Cómo juega con la arquitectura de la casa, los espejos, las puertas y la posición de los personajes en la historia de Jude Law y Rachel Weisz. La forma que tiene de rodar el matrimonio roto entre la ayudante del dentista y el chofer ruso durante un desayuno conyugal frente una ventana luminosa. La angustia continua en la manera de rodar y presentar al personaje de Ben Foster…

Pienso que 360. Juego de destinos no es una obra fallida dentro de la filmografía de Meirelles sino una obra cinematográfica (que aunque sea de encargo vuelve a dejar su rúbrica) que le confirma como un director con una trayectoria interesante para seguir y analizar.

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