Nashville (Nashville, 1975) de Robert Altman

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Para cuando el bello cantante folk Tom Frank (Keith Carradine) deleita con la canción I’m easy y todas las mujeres con las que ha estado y que están presentes en el local creen que es una canción escrita para ellas, Robert Altman ya ha hipnotizado a los espectadores con esta sátira coral (era un director totalmente dotado para los relatos cinematográficos corales) sobre la América de los setenta. Así como el cantante expresa en notas musicales que él es una persona fácil… pero somos conscientes de que no es así, de que Tom no es una persona fácil, lo mismo pasa con Nashville, que puede parecer una película musical de los setenta sobre la capital de la música country y, sin embargo, es un rico, crítico y complejo tapiz político y social sobre la América de los setenta.

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El clan (El clan, 2015) de Pablo Trapero

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Tanto El clan de Pablo Trapero como El secreto de sus ojos de Juan José Campanella narran de manera muy diferentes los recovecos oscuros de la dictadura. Si en la segunda todo se centraba en un thriller con intriga y de fondo una historia de amor imposible que abarcaba desde 1974 hasta 1999; en la película de Pablo Trapero se mete en las entrañas de una familia acomodada que bajo su aparente cotidianidad oculta entre las paredes de su casa el horror, en los años posteriores a la dictadura, de 1983 a 1985. Y en estas dos películas hay un denominador común: Guillermo Francella, un popular actor cómico argentino. En la de Campanella descubrió su vena dramática con el personaje secundario sorpresa, el amigo alcohólico que comete un acto de valentía y se redime de su condición de perdedor perpetuo y de su desencanto vital. Y en la de El clan pone rostro al horror cotidiano, a la violencia subterránea, a la parte oscura de una frágil democracia que se está construyendo, tras una dura dictadura. Se transforma en un protagonista que remueve y perturba. Él es Arquímides Puccio, el patriarca del clan.

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Westerns atípicos. La metamorfosis de un género (II). El día de los tramposos (There was a crooked man, 1970) de Joseph L. Mankiewicz

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Los ecos del Nuevo Cine Americano ya estaban en plena eclosión en 1970. Y esos ecos era una mirada diferente sobre diversos temas. A esa mirada influyeron los tiempos que corrían de desencanto y cambio, la caída del código Hays y del sistema de estudios y una nueva generación de trabajadores del cine (directores, guionistas, actores…). Pero muchos de los ‘maestros’ siguieron creciendo y creando últimas obras fascinantes… Uno de los que siempre arriesgó, tanto en sus guiones como en las películas que dirigió, fue Joseph L. Mankiewicz. Así en su penúltima película toma un género que no había trabajado nunca, el western, y realiza uno atípico pero fascinante, como ya ocurrió cuando llevó a cabo su único musical Ellos y ellas. Su desencanto con el género humano casa con el desencanto de los tiempos y crea una película cínica y demoledora con humor negro pero con dosis de amargura (o por lo menos a mí me ha provocado amargura). Además esta vez no escribió el guion sino que se apoyó en el de dos jóvenes creadores que ya habían ofrecido la historia de Bonnie and Clyde (que se suele nombrar como la película inaugural del Nuevo Cine Americano).

El día de los tramposos refleja toda una galería de hombres ‘deshonestos’ que terminan en una prisión federal de Arizona perdida en medio del desierto. Y en esa prisión el grupo gira alrededor de dos hombres: el encantador bandido con gafas, Paris Pitman, y con rostro de Kirk Douglas y el nuevo alcaide (antiguo sheriff disparado en la pierna por uno de los ahí encerrados e incapacitado para seguir ejerciendo) con ganas de reformar los métodos arcaicos de la prisión con otros más humanos y sociales (dotar a la cárcel de comedor, enfermería u otro tipo de ocupaciones para los presos…) y una aparente moral inquebrantable con rostro de Henry Fonda. Y sobre todos ellos medio millón de dólares, que tan solo sabe su paradero el bandido Paris Pitman (pues él mismo los robó y escondió). Por eso el objetivo de este hombre será huir de la prisión a toda costa… y busca aliados.

… en esta película del oeste más que la acción, funciona la picaresca y la inteligencia para salir vivo de la prisión y conseguir el botín que permitirá una vida sin ley y con dinero al otro lado de la frontera, en México. Así Paris Pitman engatusa a todos sus compañeros de celda pero también al nuevo alcaide (con el antiguo había pactado un ‘reparto’) y a los propios espectadores que caen rendidos (como servidora) a sus encantos. Es un hombre con carisma. Sin embargo, desde el principio se nos advierte de que es un bandido sin escrúpulos y que utiliza a las personas para conseguir sus fines, sobre todo, quedarse con el botín. Como también somos conscientes de que pie cojean cada uno de los asesinos, estafadores, antiguas glorias (y de sus debilidades)… que conviven en la celda. Aunque no se para ahí El día de los tramposos, igual de deshonestos que la pandilla que se encuentra encerrada en la celda, son los hombres de bien: el padre de familia, el juez, los guardianes, el antiguo alcaide e incluso el hombre que nos parece más honesto de la función nos ofrecerá su cara oscura, su rostro oculto (sin embargo, y parece ser que hubo cortes en su papel, el de Henry Fonda es el que me parece menos logrado aunque es fundamental para la trama y la sola presencia de Fonda le otorga un poderoso final). El día de los tramposos es un sálvese quien pueda. Y el que sea más hábil jugando, se llevará el botín. El más inocente (que lo hay) perderá la vida sin entender que es lo que ha ocurrido, ni saber que ha sido vilmente manipulado. Otros se darán cuenta del engaño. Y el de más allá perderá la cordura. El de más acá se creerá vencedor pero no se dará cuenta de que hay un destino, un factor suerte…

A pesar de parecer un western vodevil envuelto en película carcelaria con reformas sociales, El día de los tramposos es una demoledora película sobre lo sombrío de la condición humana muy acorde con los tiempos que corrían (y con los que corren ahora)… Tiene un ritmo alegre, divertido y pícaro pero por detrás va dando mazazos, golpes y dejando a la luz un mundo oscuro, triste y perplejo. Cuenta con una galería de actores excepcional pues a Kirk Douglas y Henry Fonda, se unen unos secundarios de lujo, con unos personajes maravillosamente perfilados, como los geniales Hume Cronyn (estafador, homosexual y pintor de ángeles con sexo), Burgess Meredith (una leyenda que se hace llamar Kid y lucha por no volverse loco) o Warren Oates (toda su vida traicionando buscando tener un amigo de verdad…).

Un western atípico que logra congelarte la sonrisa. Pero, como siempre rodado con ingenio, con un arranque estupendo que además es la mejor presentación de cada uno de los protagonistas… y un final tan inesperado como demoledor…

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El detective (The detective, 1968) de Gordon Douglas

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… Arthur Penn y Bonnie y Clyde un año antes dan el pistoletazo de salida al Nuevo cine americano, a un cambio generacional en el mundo del cine y a un nuevo ámbito donde el sistema de estudios ya ha caído en desuso. Pero también al reflejo de una época llena de desencanto de una sociedad cada vez menos inocente y más harta de la situación política y social. El sueño americano se esfumaba y salía la cara oscura. Un periodo de cambio y transformación… donde el cine acaba con las viejas apariencias. El viejo Hollywood también se ve influenciado por este periodo donde la caída del Código Hays da rienda suelta a temas que siempre habían estado reprimidos, el mundo de la sugerencia se deja de lado… y se desata una ola de violencia y sexualidad. Temas que siempre habían estado latentes y que ahora surgen en una completa libertad (lo políticamente correcto desaparece…) provocando momentos de catarsis emocional en el espectador.

El cine negro a pesar de llenarse de colores donde el rojo es la estrella… sigue reflejando ese mundo ambigüo, desencantado, desesperamente trágico y de un romanticismo exacerbado. Si hace poco hablamos de A quemarropa de John Boorman (que además experimenta con la maneras de contar), ahora le toca el turno a El detective de Gordon Douglas (que sigue una narrativa cinematográfica clásica pero eficaz). Cineasta de amplia y versátil filmografía que llevaba trabajando desde los años cuarenta y sin embargo un gran desconocido para Hildy Johnson. Era un director que se iba adaptando a las modas y los cambios de Hollywood que tocó prácticamente todos los géneros. Durante los años 1967 y 1968 realizó una trilogía de cine negro con detective de origen literario con rostro de Frank Sinatra. En dos de ellas encarnaba al detective Tony Rome (Hampa dorada, La mujer de cemento), inspirado en el personaje de ficción creado por Marvin H. Albert. Y en la tercera (de la que nos ocuparemos en los siguientes párrafos) se convertía en el detective de la policía que había creado el novelista Roderick Thorp.

Independientemente de tratar de manera explícita (pero que siempre habían estado presentes en distintas películas del género) temas hasta ahora tabúes en el cine negro como la ninfomanía y la homosexualidad, El detective logra a todo color un ambiente desolador y desencantado donde se mueve el protagonista. Un ambiente donde prima la violencia, la corrupción (en todos los estamentos incluso en la comisaria donde trabaja el detective desencantado), la lucha despiadada de poderes, la ambición, la sumisión forzada, la muerte, las diferencias sociales, los sentimientos de culpa… Un ambiente que mira con sus ojos azules y tristes Frank Sinatra, que trata de mantener su integridad (aunque hay momentos que roza la línea oscura) y que arrastra un romanticismo trágico y extremo…

Porque ver El detective, es también ver una batalla de ojos azules. De miradas azules de significado muy diferente. Así hay cruce de ojos claros entre Frank Sinatra y un policía violento con los ojos azules de Robert Duvall. O entre los de Sinatra y su exesposa Lee Remick. O los de este con una joven y misteriosa Jacqueline Bisset.

El detective está estructurada en dos partes muy claras que tienen que ver con la investigación del protagonista de dos casos distintos pero que estarán trágicamente unidos y que deparará consecuencias aciagas para el personaje de Frank Sinatra. Entre ambas partes pasa un tiempo considerable…, que hace hincapié en que algo podrido envuelve la ciudad. Sinatra recorre sus calles en coche patrulla y cada vez muestra más su desilusión y desencanto. El detective se enfrentará a los grandes poderes y a las fuerzas ocultas y corruptas aunque sabe que la batalla está perdida pero por lo menos puede retirarse de escena con la cabeza bien alta, sin haberse vendido a ningún bando…

El primer caso es el asesinato violento de un joven homosexual, hijo de un hombre influyente, que termina con la detención y condena a muerte de su pareja en ese momento (un joven con trastornos mentales) y con el ascenso de cargo para el protagonista. Tiempo después ocurre el suicidio de un famoso empresario pero su joven esposa quiere que se investiguen más las causas de su muerte, el detective asume el caso… y esto le llevará a un camino sin retorno. Entre medias de ambas investigaciones en dos flash back se cuenta con trágico romanticismo la historia del detective con la mujer que ama (Lee Remick)…, una historia abocada al fracaso por la ninfomanía de ella.

Al final el detective con sus ojos azules y tristes (en solitario y sin apenas apoyos) patrulla por última vez la ciudad pero esta vez esboza una sonrisa…, sabe que ha perdido la partida pero se ha mostrado íntegro y además ha logrado destapar la suciedad del ambiente… aunque todo siga igual.

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Aflicción (Affliction, 1997) de Paul Schrader

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Al guionista y director Paul Schrader nunca le podríamos imaginar en una comedia, es un creador-artista que refleja los ‘fantasmas’ y traumas de su vida y educación estricta en sus películas. Bajo la influencia de la religión (calvinismo) tiene un fuerte sentido de la trascendencia (que también analiza en un libro imprescindible sobre tres directores: Bresson, Ozu, Dreyer) pero nunca abandona los conceptos de culpa, pecado… Y claro difícilmente entra ahí la risa. No domino toda su obra como director (ni tampoco la de guionista) pero lo que he podido vislumbrar me ofrece ‘héroes’ atormentados que alcanzan la ‘redención’ de la manera más inesperada y donde la transgresión es la firma. Schrader encontró en el cine su medio para comunicarse (y curiosamente no pudo ver su primera película hasta que cumplió 18 años), para transmitir sus miedos y complejidades. Su obra como director, imperfecta y anómala, se mueve siempre entre lo inquietante y lo ambiguo… y no deja indiferente al espectador que se enfrenta a ella.

Aflicción es el reverso oscuro de Nebraska de Alexander Payne. A veces las películas hablan entre sí. Y yo creo que existe un diálogo oculto entre ambas. Diré que me gusta más la vida desde la mirada de Payne (que no toma, ni mucho menos, la vía fácil, ni más sencilla) y que me remueve, incomoda y deprime la mirada de Schrader… Creo que ambas ofrecen en un universo y paisaje similar las consecuencias que puede tener en nuestras vidas los padres que hayamos tenido, la infancia que hayamos vivido y cómo hemos sentido cada momento. Ambas películas hablan de lo que marca la genética y la inteligencia emocional. Arrastramos un pasado sobre nuestras espaldas… y a veces ese pasado ni siquiera lo vivimos pero su ‘carga’ se siente. Las familias de Nebraska y Aflicción son disfuncionales: una opta por el amor y la comprensión (a su manera) y otra por arrastrarse entre el odio, la violencia y la sumisión. En ambas el padre se encuentra en un momento donde su memoria ya es vulnerable y en ambas el alcohol ha supuesto un golpe continuo para cada uno de los miembros.

Pero ahora hablamos de Aflicción… que termina siendo el retrato y el tormento de un hombre a punto de estallar. Un perro rabioso que se contiene pero con unas ganas enormes de morder. Él mismo se lo explica a su hermano pequeño por teléfono. Lleva en sus genes los recuerdos de una infancia dura y el ADN de un padre violento que además es un alcohólico. Un hombre que aterroriza a sus dos hijos y a su mujer… A uno le da por huir y convertirse en profesor de historia (y contador de narraciones tristes…) y el otro se queda y va hundiéndose irremediablemente… Ella se queda a su lado, en silencio.

Y a ese otro (un Nick Nolte que sobrecoge) nos lo encontramos en un momento de su vida en que todo se derrumba y él (aunque no lo sabe) es más vulnerable que nunca. Profesionalmente no se siente realizado (es un ayudante de sheriff venido a menos), la relación con su hija cada vez se deteriora más y la relación con su exmujer ya hace tiempo que no puede ir peor… para colmo tiene un dolor continuo de muela que no le deja razonar tranquilo. En ese momento hay dos golpes que ponen patas arriba su vida ya errática: la muerte de un importante sindicalista durante una cacería donde éste iba acompañado por uno de sus compañeros de profesión y lo más parecido a un amigo. Y por otra el descubrimiento de que su madre ha fallecido (de manera tan triste y silenciosa como toda su vida) y por tanto el tenerse que hacer cargo de un padre (un temible James Coburn) que le marca con cada palabra y acto. Lo único que logra calmarle es el cariño de su novia, una vecina de toda la vida (una dulce Sissy Spacek).

De pronto no le sirve que lo que ha ocurrido con el sindicalista es un accidente sino que él mismo urde toda una trama conspirativa y destierra toda la corrupción latente en el sitio donde vive (en el que todo el mundo que conoce está implicado). Se vuelve una especie de ‘héroe’ solitario y justiciero al que nadie cree. Y todo sucede en un terreno ‘ambiguo’ entre realidad o ficción. ¿Es todo fruto de su imaginación o no es tan descabellado lo que piensa? Al estrés que le provoca este caso que le obsesiona, ve cómo su vida emocional se desmorona cuando su padre vuelve a hacerle salvajemente daño con palabras hirientes y más cuando siente que no puede huir de la violencia que genera éste a su alrededor. No puede controlar esta violencia que va poseyéndole rompiendo definitivamente la relación con su hija y con su novia que ven el monstruo que emerge (y que nada pueden hacer para calmarle)… Todo unido al maldito dolor de muela…

Es como si ese dolor de muela distorsionara todo. Ese hombre que arrastra dolor físico pero lo que le rompe es el dolor emocional… siente que la cabeza le estalla… y de pronto cree que lo único que puede tranquilizarle es arrancarse de cuajo lo que le provoca dolor. Una muela podrida. Y de pronto su cabeza le dicta que todo está podrido no sólo su muela. Y que tiene que arrancar todo lo que le hace infeliz… y desaparecer. Entonces toma determinaciones fatales, con la mente fría, sin dolor físico. El perro rabioso, ataca…

Y es que su vida siempre ha estado sumida en la aflicción: entre la tristeza y la angustia moral, siente sufrimiento físico y pesadumbre moral… No puede con su vida. No puede con él mismo. Ve a su padre, y sabe lo que le espera. De pronto la única salida que encuentra, es la única que ha aprendido, la violencia.

Aflicción no es ni mucho menos perfecta (me desconcierta el punto de vista -pero esta cuestión daría para otro post entero- porque según se interprete se podrían contar historias muy diferentes y por eso me desconcierta el personaje del hermano menor, Willem Dafoe), es irregular y anómala (y por eso tremendamente atractiva), pero el personaje de Nick Nolte… lleva la batuta y arrastra al espectador a una historia triste sobre la herencia genética y emocional que dejan los padres a sus hijos en un paisaje desolador y nevado…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Diccionario cinematográfico (208)

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Década de los setenta: Os confieso con el corazón en la mano que a la década de los setenta la tengo un cariño especial porque es la década convulsa (qué década no lo es) en que yo Hildy Johnson renací. Concretamente el año que sonaba por estas tierras todo un éxito discotequero aún presente en todo karaoke que se precie o local que reviva años pasados… Sí, sí el año que Las Grecas se pusieron a cantar: te estoy amando locamente…

Así que locamente, desesperadamente, locamente también buceo por el cine que se realizó en aquellos años… donde aquí por otra parte empezaron otros tiempos, convulsos pero hacia un camino totalmente diferente a todas las décadas anteriores de oscuridad (la vida en tonos negros o grises)… una dictadura enquistada terminaba con la muerte de Franco y llegaba un periodo revuelto pero donde todo estaba por hacer.

Y por qué de repente esta obsesión por la década de los setenta: ¡Bingo!, por la película que he ido a ver esta semana, La gran estafa americana de David O. Russell, que ha traído a mi vera esa década de nuevo… en su estética y también en la forma de contar la historia. Lo que cuenta transcurre durante el año 1978. Y os diré y confesaré que me gusta O. Russell (no le encumbro a los cielos pero tampoco le lanzo a los abismos… creo que es un director con una manera especial de contar y yo de momento estoy conectando).

Confesaré que hace poco (unos dos años, quizá) en una libreria de viejo conseguí con ilusión el volumen de Cine para leer. 1974. Historia crítica de un año de cine del equipo Reseña (por si alguno no había localizado todavía el año en que renací…, cómo dice Silvio, y como pasa el tiempo que de pronto son años…)… ¡con todas las películas que se estrenaron por estos lares en dicho año!: en aquel año se estrenaban películas de Saura, Armiñán (homenajeado este año en los Goya), Erice que proyectaban su cine más allá de nuestras fronteras. Así películas como La prima Angélica, El amor del capitán Brando, El espíritu de la colmena… viajaban por salas del mundo. Y había nacido una estrella que aparecía en toda producción cinematográfica nacional que se preciara de éxito: Ana Belén. Por otra parte seguía en marcha esa tercera vía de Dibildos que quería “hacer un cine popular con perspectiva crítica”. Por otra parte empieza a aparecer una nueva generación de directores con una mirada personal como Manuel Gutiérrez Aragón, Jaime Chavarri o Josefina Molina… Y por supuesto sigue en marcha ese star system del destape…

Y en las salas de cine españolas pudieron verse películas como American Graffiti de George Lucas, Bananas de Woody Allen, Chacal de Fred Zinnemann, Chinatown de Roman Polanski, Deliverance de John Boorman, Family life de Ken Loach, El golpe de George Roy Hill, La gran estafa de Donald Siegel (que acaba de ser reseñada por 39 escalones… y que casualidad la coincidencia de títulos entre esta y la de O. Russell), El gran Gatsby de Jack Clayton, Gritos y susurros de Ingmar Bergman, Harold y Maude de Hal Ashby, Hermano sol, hermana luna de Franco Zeffirelli, El hombre de Mackintosh de John Huston, Un hombre de suerte de Linsay Anderson, La huida de S. Peckinpah, Un largo adiós de Robert Altman, Luis II de Baviera de Luchino Visconti, Luna de papel de Peter Bogdanovich, Papillon de Franklin J. Shaffner, Pat Garrett y Billy The Kid de Sam Peckinpah, Avanti de Billy Wilder, Fake de Orson Welles, La semilla del Tamarindo de Blake Edwards, Tal como eramos de Sidney Pollack, Verano del 42 de Robert Mulligan…

Y al mirar estas películas vemos cómo queda una radiografía especial del cine de la década… Ese nuevo cine americano que convive con los realizadores del Hollywood de oro que siguen creando… Y un cine europeo en el que van surgiendo también nuevas voces y siguen asentándose las miradas de los nuevos cines que nacieron durante los cincuenta y sesenta, evolucionando.

Si me dijeran que definiera el espíritu de esta década y que la explicara en cine… quizá eligiera la obra cinematográfica de un director caído en olvido pero que su cine es los setenta, tanto en la forma de rodar como los temas que trata. Y ese director es Hal Ashby…

Locamente os digo que los setenta los llevo tatuados en el alma… (me ha quedado un colofón muy de estos años… y continuo tecleando).

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Lilith (Lilith, 1964) de Robert Rossen

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Lilith no sólo es una leyenda prohibida, lejana, o una historia misteriosa con aires bíblicos e interpretación judaica. No es sólo la primera mujer antes de Eva. Aquella que decidió irse del Paraíso, ser libre y amar libre. Es un personaje oculto… como están ocultos muchos significados y simbolismos en Lilith, la última película de Robert Rossen. Y una joya para teclear miles de palabras y no parar nunca. Los misterios de Lilith se encierran en un personaje femenino esquizofrénico con el rostro de Jean Seberg y en el rostro atormentado del héroe que la desea, Vincent (Warren Beatty, héroe del pre-nuevo cine americano y del nuevo cine americano).

Sumergirse en Lilith es zambullirse en los misterios más ocultos de la mente. Rossen deja un poético, desesperanzado y triste retrato de la esquizofrenia que empapa la propia narración cinematográfica. Las redes que se entrelazan entre Vincent y Lilith provocan una historia de amor fou con dramáticas consecuencias. Un amor fou que provoca el despertar de una locura latente.

Lilith es un relato cinematográfico siempre fragmentado, dividido, escindido, roto… una radiografía de la esquizofrenia, de la escisión de la  mente, de la razón. De la percepción de una realidad distinta. Escisiones que se muestran en los espejos, en el agua, a través de una pecera… La esquizofrenia de Lilith abre la caja de Pandora oculta en el interior de Vincent. Y ambos se sumergen en un loco amor que los aboca a la más absoluta sinrazón y ruptura de la realidad. Así el último de vestigio de conciencia en Vincent le permite acudir a los doctores del centro psiquiátrico (hasta hace nada sus formadores y compañeros de trabajo) totalmente roto y pedirle ayuda mientras su rostro se congela en una impactante y catártica imagen fija.

Robert Rossen fue un guionista y director (también realizó tareas de producción) con una trayectoria profesional muy interesante y una de las tristes figuras a las que marcó para siempre la caza de brujas. Rossen fue un guionista y realizador prometedor que estaba construyendo una filmografía repleta de buenas historias pero que fue señalado, por su militancia en el Partido Comunista (que abandonó en el año 1945) y por el contenido de algunas de sus películas, por el comité de actividades antiamericanas. En un principio no dio ningún nombre y se negó a hablar pero posteriormente con su entrada en la lista negra y sus dificultades para encontrar trabajo accedió de nuevo a testificar y esta vez sí dar nombres de antiguos compañeros del partido. Rossen no superó este trago desagradable y optó por seguir rodando películas en el exilio… abandonar Hollywood. Regresó en los sesenta para dejar uno de los testamentos fílmicos más bellos, una sesión doble sobre el desencanto con dos héroes amargos y dos heroínas que nunca serán salvadas pero que en su caída provocada por el héroe arrastrarán al ser amado al abismo… El buscavidas y Lilith.

Lilith tiene un reparto que señala una nueva generación de actores masculinos que preludia el tipo de héroe que surgirá en el nuevo cine americano y que serían protagonistas del movimiento: Warren Beatty, Peter Fonda y un primer papel para Gene Hackman. Y una protagonista femenina trágica que tenía el rostro de una actriz-musa de nuevos aires cinematográficos tanto en América como en Europa que además reflejaba en su bello rostro su propia tragedia personal. También aparece Kim Hunter, otra interesante actriz caída en olvido (su papel más recordado es el de Stella en Un tranvía llamado deseo de Elia Kazan) por ser también señalada en la caza de brujas.

Lilith es una película rica en interpretaciones o miradas incluso a la hora de plantearse plasmar su argumento. Así pueden surgir dos historias diferentes y ambas válidas y ricas en sus lecturas. Un joven que ha regresado de una guerra (se entiende por el año que de la guerra de Corea) busca trabajo en su localidad natal y decide acudir a un psiquiátrico para enfermos de familias adineradas. Allí recibe formación para convertirse en terapeuta ocupacional y entabla una relación especial con una de las enfermas, Lilith. El joven terapeuta se siente atraído y asustado por la especial percepción de la realidad de la joven. Pero finalmente decide dar el paso, saltarse las convenciones sociales y las reglas del centro, sumergiéndose en una historia de amor fou con la paciente. Una historia que le va autodestruyendo además de despertar sus instintos más oscuros escapándosele totalmente la historia de las manos dañando a todo el que le rodea, a Lilith y a él mismo… teniendo que finalmente pedir ayuda a sus compañeros de trabajo.

Pero surge otra lectura más inquietante y oscura que cambia el argumento. Una mirada esquizofrénica. Y es que toda la historia la vemos desde el punto de vista de Vincent, un joven traumatizado por la guerra, absolutamente desencantado de la vida, y marcado por una madre que tuvo serios problemas de salud mental. Vincent trata de rehacer su vida y busca trabajo en el centro de salud mental de su localidad. Pronto se siente presionado por el recuerdo de su madre muerta, el encuentro con su ex novia (casada ahora con otro joven) y su atracción hacia una paciente, Lilith, que le recuerda a su madre muerta. Así asistimos a la caída al abismo de la locura a Vincent que primero se enamora, como si fuera un caballero andante y salvador, de Lilith y después distorsiona la relación hasta convertirla en oscura y violenta. En una relación donde Vincent trata de doblegar y poseer por la fuerza a Lilith, de encerrarla en su oscura red para no dejarla escapar nunca hasta que hunde y daña a los dos de forma irreversible. En un momento de lucidez logra pedir ayuda a sus compañeros de trabajo.

Robert Rossen deja a lo largo de toda la película escenas simbólicas y frases clave para interpretar una película bella pero sumamente compleja. La metáfora del propio nombre de la protagonista, el agua siempre presenta, Lilith besando su propio reflejo, Lilith surgiendo de la niebla, la fotografía de la madre de Vincent y de Lilith en su dormitorio, una muñeca rubia flotando en una pecera, una ventana y sus rejas… Las manos frías como la muerte, las manos que crean cosas bellas, un lenguaje propio, el torneo con aires medievales donde Vincent se transforma en un caballero salvador, las escenas sensuales de Lilith con los niños, la caja de madera que regala el joven paciente a Lilith, la explicación del director del centro sobre la esquizofrenia y las formas de una tela de araña… El rostro de Vincent mirando a Lilith a través de los peces y el agua de un acuario…

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Reflejos en un ojo dorado (Reflections in a Golden Eye, 1967) de John Huston

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Seguimos con el análisis de ese periodo que podríamos llamar pre-Nuevo cine americano que también empapó a realizadores que llevaban ya mucha carrera sobre sus hombros pero que ya habían llamado la atención en su manera de contar y en lo que contaba. Y además nunca habían perdido cierto grado de libertad en el sistema de estudios, digamos que ya eran independientes a su manera. Así John Huston sigue evolucionando y cuenta de manera especial un argumento complejo. Y el mismo año que nace el Nuevo cine americano con Bonnie and Clyde, Huston presenta una película mucho más oscura e innovadora y muy bien narrada cinematográficamente: Reflejos en un ojo dorado (que es una novela de Carson McCullers que no he podido leer todavía). Como casi todas las películas enmarcadas en este periodo vuela sobre ellas la sombra del desencanto y la pérdida de ingenuidad o inocencia. Entre los guionistas se encuentra uno de los cachorros del Nuevo cine americano, Francis Ford Coppola.

¿Por qué no fue una película que conectase o conecte tanto con los espectadores de la época como con los actuales? ¿Por qué es considerada una película extraña, aunque el retrato de perdedores sigue presente, del propio director? Muchas películas del periodo pre-Nuevo cine americano y durante el periodo del movimiento refleja el retrato de unos personajes con los que el público no puede identificarse porque presentan la parte más oscura y desencantada del ser humano. Y eso ocurre con cada uno de los personajes de Reflejos en un ojo dorado.

La película empieza y termina con una misma frase de Carson McCullers… al principio estas palabras esconden extrañeza y misterio. Al final esas mismas palabras cobran todo su sentido y golpean al espectador. “Hay un fuerte en el Sur, donde hace algunos años se cometió un asesinato”.

Nada más surgir esta frase, nos adentramos en la vida en tiempos de paz y en la monotonía de un fuerte militar donde entre otras cosas se imparten clases a los nuevos cadetes. Y en ese mismo fuerte viven los oficiales de alto rango. En tiempos de paz, se dan clases, se entrena, se celebran fiestas, se pasa el tiempo… y cada personaje se enfrenta con sus miserias más íntimas.

Así conocemos una extraña galería de personajes cuyas interacciones harán que en un tempo lento termine estallando, con violencia, una tragedia que culmine con el asesinato que anunciaban las primeras palabras de la historia: el oficial Weldon Penderton (Marlon Brando) y su esposa Leonora Penderton (Liz Taylor). Weldon arrastra una compleja personalidad, bajo su aparente disciplina y dureza, sus ansias de parecer un líder, se esconde un hombre reprimido y acomplejado pero narcisista que vive humillado en su hogar y que oculta su homosexualidad como puede. Su humillación mayor es la convivencia con Leonora, su mujer. Una mujer acostumbrada a la vida en el fuerte (su padre era militar), a las comodidades, a hacer lo que le da la real gana y a admirar lo que ella considera virilidad. La ausencia de esa masculinidad en su marido, hace que se lo recuerde cada instante, construyendo ambos una relación insana de dependencia. Su primera aparición es en pantalones, con fusta y montando a caballo con maestría. Todo lo contrario de su señor marido que es un malísimo jinete.

El matrimonio vecino: el oficial Morris Langdon (Brian Keith) y su delicada esposa (Julie Harris) con su criado filipino Anacleto (Zorro David). Morris es el amante de Leonora y representa la masculinidad en la figura del militar (desprecia la lectura, la música clásica, es un buen jinete…). Su esposa vive en una depresión perpetua desde que perdieron a un bebé, está delicada de salud y sabe de la infidelidad de su esposo. Ella se crea un mundo especial y extraño junto a Anacleto, su extravagante criado homosexual que siempre está con ella.

Y por último el silencioso cadete Williams (Robert Forsters) que realiza trabajos para Weldon y cuida con esmero al caballo favorito de Leonora. El cadete observa la vida de sus superiores y ronda por su casa. Siente fascinación por la feminidad de Leonora y se convierte en habitual el entrar por las noches en su habitación y contemplarla durante toda la noche mientras toca su ropa. Otro de sus hobbies es montar a un caballo negro y cabalgar desnudo por el bosque. Se convierte a la vez en objeto del deseo de Weldon.

Así con estos personajes John Huston construye un drama contenido que estalla. Y con ese poético título, que el sirviente filipino explica y pinta en una de sus raras acuarelas, el ojo dorado de un pavo real, nos da la clave de cómo mirar esta historia. Porque Huston la construye a base de miradas (y nosotros, los espectadores, también nos convertimos en voyeurs).

Las miradas de Williams a Weldon y a Leonora. Es un personaje que no habla sólo mira. Siempre al acecho. Mira en el interior de las ventanas del hogar de los Penderton. Mira a Leonora por las noches. Las miradas de Weldon a su esposa y a su amigo Morris. Sus miradas a los objetos que guarda como tesoros en una caja en su despacho que desvela sus secretos más ocultos. Sus miradas en los espejos y sobre todo al cadete Williams que se van convirtiendo en las miradas de un hombre enamorado de un objeto del deseo imposible. Las miradas de la delicada esposa de Morris que ve la infidelidad de su esposo, que siente la presencia de Williams en casa de sus vecinos… y cómo todo la va hiriendo y alterando hasta que se apaga totalmente.

En este drama sureño, de reflejos dorados, el espectador retiene en su memoria imágenes potentes imposibles de olvidar. El cadete Williams montando desnudo en un caballo negro. Leonora desnudándose frente a su marido para ridiculizarle y subiendo las escaleras de su casa sin ropa observada desde fuera por el cadete Williams. Weldon montando al caballo favorito de su mujer y como se desboca en una carrera desesperada, cuando logra pararle pero cae al suelo, ante la humillación vivida en soledad arremete toda su violencia contra el animal… un desnudo Williams rescata al caballo y pasa en silencio frente a un Weldon que llora. Leonora furiosa por cómo se encuentra su caballo en el establo, vuelve a la fiesta que había organizado y delante de todos pega a su marido con una fusta. El oficial Weldon en una noche de tormenta se arregla el pelo sentado en su cama porque espera que su objeto del deseo entre a la habitación… Y el espectador se convierte en un testigo de una historia lejana y extraña en un fuerte militar del sur donde hace unos años se cometió un asesinato…

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Su propio infierno (All fall down, 1962) de John Frankenheimer

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Normalmente se da como fecha oficial del nacimiento del Nuevo cine americano al año 1967 y como película que dio el pistoletazo de salida: Bonnie and Clyde de Arthur Penn. Esta película estaba además protagonizada por un actor que estaba construyendo inteligentemente su carrera cinematográfica, Warren Beatty, y cambiando las reglas del star system en un sistema de estudios que estaba a punto de morir. Ese mismo año queda además abolido un código Hays cada vez más caduco y nace un nuevo sistema de clasificación de películas por edades. Arthur Penn pertenece a una generación de directores conocida como la generación de la televisión y a esta misma generación pertenecía John Frankenheimer. Todo este preludio es para explicar que al igual que hay un periodo pre-code, existe un periodo pre-Nuevo cine americano que tuvo su desarrollo durante los años sesenta (y parte de los cincuenta) donde empezaba a verse que no tenía sentido seguir los ‘mandatos’ del código Hays, se tocaban nuevos temas y se buscaban nuevas formas para contar historias así como se iba generando una nueva cantera de estrellas que iban con los tiempos convulsos.

Una de esas películas pre-Nuevo cine americano podría ser Su propio infierno de John Frankenheimer que cuenta además con varios puntos de análisis interesantes. Primero señalar los primeros años de este director que realizó una serie de películas muy interesantes donde no sólo se reflejaba el ambiente de paranoia que se estaba viviendo sino que mostraba los nuevos tiempos, daba otra visión crítica de acontecimientos históricos y un nuevo enfoque a la realidad social del momento. Así entre sus primeras obras podemos encontrar no sólo sus buenas películas con Burt Lancaster (Los jóvenes salvajes, El hombre de Alcatraz, El tren o Siete días de mayo) sino otras producciones de interés (El mensajero del miedo y Plan diabólico), entre ellas la que se analiza en este post.

El dramaturgo y guionista William Inge adapta al cine una novela de un autor de ese periodo, James Leo Herlihy, cuya obra literaria más conocida fue Cowboy a medianoche (que se convertiría en película en 1969). Su propio infierno tiene un aire a los ambientes opresivos, sórdidos, angustiosos, sexuales de un Tennessee Williams pero con un halo final de luz. Toca temas y muestra ambientes sórdidos que no eran muy habituales en las películas de Hollywood… Por otra parte, Inge había firmado el año anterior el guión original de una película de Elia Kazan (que avanzaba con los tiempos en su manera de contar y en lo que contaba), Esplendor en la hierba que era a su vez el debut de una joven promesa cinematográfica, Warren Beatty.

Y Su propio infierno tiene como personaje principal a un joven rebelde Berry-Berry (con el rostro de Warren Beatty, creando su halo de actor de la generación del nuevo cine americano) que “odia la vida” y por eso se convierte en un personaje tóxico que no sólo se autodestruye sino que siembra la destrucción en aquellos que lo aman y a todos aquellos que le rodean. Lo único bello que trata de atesorar y cuidar a su manera es la relación con su hermano pequeño (pero también fracasa en esto). La primera vez que le vemos se define perfectamente al personaje. Entre sombras en una celda, increíblemente bello, pero también descuidado.

El drama queda articulado alrededor del hermano pequeño de Berry-Berry y su mirada… un adolescente sensible que adora a su hermano mayor. Para este papel el espectador se encuentra con aquel niño que admiraba al pistolero en Raíces profundas. Brandon de Wilde, convertido ya en adolescente y en un actor joven con mucho futuro por delante (tristemente lastrado por un accidente de coche), deja un retrato sensible de un adolescente. Y vuelve a cautivar no sólo con su mirada sino con su sonrisa tímida. Los dos hermanos tienen dos padres con los rostros de los veteranos Angela Lansbury y Karl Malden, dos personajes perfectamente construidos de personalidades complejas. Él, un hombre de ideas progresistas absolutamente desencantado y alcohólico (para él Berry-Berry es un rinoceronte como lo llama siempre cariñosamente… un rinoceronte que derriba y se lleva todo lo que tiene por delante); ella, una mujer dominante que ama enfermizamente a su hijo mayor por encima de todas las cosas, como si fuera un dios. El conflicto se desata por la aparición de un personaje que descoloca la vida de todos los miembros de esta singular familia. El conflicto tiene el rostro de Eva Marie-Saint. Es la hija de una amiga de la madre. Una mujer independiente, todavía joven, sensible, emocional, vulnerable… que sabe del dolor.

Así Frankenheimer no sólo cuenta con un plantel de actores adecuados y con una historia potente sino que sabe cómo contarla desde la mirada del joven adolescente. Muestra crudeza y decadencia para reflejar la caída y degradación de Berry-Berry (y su destructiva relación con las mujeres que se cruzan en su camino). Emplea delicadeza para mostrar el mundo interior del adolescente. Y se muestra íntimo para enseñar la relación que se establece entre el adolescente y el personaje de Eva Marie-Saint y entre ésta y Berry-Berry (dejando una escena hermosa y una manera peculiar de contar un enamoramiento: un paseo por un parque, donde todas las personas son ajenas al amor de la pareja que pasea pues están escuchando un concierto al aire libre y como culmina cuando llegan a un lago…). Lo que nos cuenta finalmente es la historia de un despertar, de cómo un adolescente descubre que su hermano no es la persona que él pensaba y su conciencia de que en realidad es un ser humano que hace daño pero que sufre continuamente por ello. Y él, después de la tragedia, prefiere aferrarse a la vida…

Su propio infierno se convierte así en una obra para descubrir que refleja un preludio de un nuevo cine que llegaba a Hollywood… lo que pasó después es otra historia.

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