… si miramos el adorado diccionario y nos centramos en la palabra melancolía, nos dice una de sus acepciones: “tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que quien la padece no encuentre gusto ni diversión en nada” (RAE). El cine puede provocar ese sentimiento en el espectador, esa tristeza vaga, profunda y sosegada (… no permanente, gracias) ante el visionado de ciertas películas empapadas en melancolía. Y eso es solo una de las características que une a las dos obras cinematográficas de nuestra particular sesión doble. Pero las similitudes son más.
Ambas se estrenaron al final de una década… y unen a la melancolía, el desencanto. Y ambas fueron filmadas por directores de esa buena generación de la televisión, preludio del nuevo cine americano. John Frankenheimer y Franklin J. Schaffner, dos realizadores a tener en cuenta con filmografías interesantes. Ninguna de las dos películas funcionó en términos comerciales. La primera se ha ido revalorizando con el paso del tiempo, la segunda ha caído en el más absoluto olvido y solo es recordada con sinopsis desacertadas (Los temerarios del aire, también cuenta con sinopsis antológicas por absurdas) y críticas negativas. Y creo que estas valoraciones son injustas ante una obra póstuma que no es perfecta sino inacabada…
Ambas películas son dramas sensibles e intimistas que dejan al espectador en un estado de tristeza sosegada. Quizá el primer impulso, tras verlas, es quedarse mirando un punto en el vacío… y recordar las melodías de dos grandes de las bandas sonoras: Elmer Bernstein y Henry Mancini.
Los temerarios del aire (The Gypsy Moths, 1969) de John Frankenheimer
Imposible no sentir la melancolía, la apatía y el desencanto ante Los temerarios del aire. La película transcurre en tan solo unas horas y su argumento es aparentemente sencillo. Tres hombres se dedican a arriesgar sus vidas en saltos acrobáticos por los aires en paracaídas. Ofrecen su espectáculo por distintas localidades estadounidenses. Lugares apáticos, aburridos, monótonos… donde sus habitantes se han encerrado en el conformismo y el aislamiento. Muertos en vida que cuidan las apariencias y tratan de escapar de su ‘cárcel particular’ con las simulaciones tímidas de dobles vidas (vidas subterráneas tan cinematográficas…) igual de vacías… que de pronto se ven asaltados por la ‘emoción’ de un espectáculo que les acerca a la muerte, a sentir algo en sus monótonas vidas.
A cada uno de los protagonistas le mueven distintas motivaciones. Son tres hombres muy diferentes. Está aquel que parece más práctico, extrovertido, fanfarrón y que dice que todo es por el negocio (magnífico Gene Hackman), el joven que está experimentando con todo su miedo y prudencia a cuestas y con un pasado triste en la mochila (un sensible Scott Wilson) y por último un hombre silencioso, introvertido, que parece que no tiene miedo a nada pero que oculta un desencanto profundo y un nihilismo que le hace tirarse al abismo (siempre carismático Burt Lancaster)…
Frankenheimer cuenta la parada en una localidad más… que sin embargo cambiará drásticamente la vida de los tres. Tres perdedores conscientes de su agonía… y la de los demás. Uno disimula esa agonía y se aferra a sueños y creencias; otro el más joven trata de entender esa agonía, comprender a los otros. Y por último, el héroe perdedor que se hunde más y más en el abismo… aunque trate de aferrarse a clavos ardiendo… que finalmente se hielan.
Esa localidad más… no es así para el más joven de los paracaidistas, que recuerda ese punto de inflexión en el pasado que cambió su vida y le convirtió en un ser errante. Ahí vivía con sus padres, un accidente supuso un cambio radical de su existencia… y ahí están todavía unos tíos suyos, lejanos, casi desconocidos. Los Brandon, que habitan una casita burguesa y que además tienen como inquilina a una joven universitaria (brillante Deborah Kerr, William Windom y Bonnie Bedelia). El joven los llama y estos invitan a los tres hombres a su hogar.
Frankenheimer logra una de esas películas donde lo importante es lo que no se cuenta, lo que se intuye. Lo queda atrapado en los silencios, en las miradas, en lo que no se dice o lo que queda atrapado en el subtexto de lo que se declara. Y con una sensibilidad e intimidad extrema muestra a unos habitantes del mundo adormecidos y atrapados. Aburridos, melancólicos, monótonos, desencantados… con miedo a la vida. Solo los paracaidistas consiguen una sensación de libertad y riesgo en sus peligrosas acrobacias pero cuando pisan tierra firme…, continuamente huyen y huyen de un sitio a otro, errantes…
John Frankenheimer coronaría así su fructífera relación profesional con Burt Lancaster (fracaso comercial del tándem). Uno de los atractivos de la película era recuperar a un Burt Lancaster y una Deborah Kerr… que como en 1953 en De aquí a la eternidad vuelven a protagonizar una infidelidad. Aquí sin censuras pero sí con mucha delicadeza y con una desesperanza dolorosa. Kerr muestra a una mujer encarcelada y congelada en su cárcel particular de vida monótona…, para Lancaster supone una ilusión fugaz de no caer en el abismo…
Frankenheimer se muestra virtuoso tanto para mostrar la emoción, la tensión y la acción en las escenas acrobáticas (con cámara subjetiva…) como para pasearnos por la vida gris de una localidad estadounidense de los sesenta, arrastrarnos por la melancolía latente y continúa y asentarnos en una intimidad que oprime…
Bienvenido a casa (Welcome home, 1989) de Franklin J. Schaffner
Un drama injustamente olvidado y también, creo en mi opinión, injustamente valorado. Bienvenido a casa es la obra póstuma de Schaffner que no pudo realizar el montaje final y esconde así todo el potencial de la película que podría haber sido. Drama melancólico, delicado y con momentos muy hermosos que plantea el duro regreso a EEUU de un ‘desaparecido’ en la guerra de Vietnam. Ha tardado casi veinte años en volver… Y su regreso no es un camino de rosas.
Es un regreso que quiere ser enterrado y poco o nada publicitado por el ejército de los EEUU. Después de una guerra tan impopular como Vietnam, que marcó a toda una generación de jóvenes, y que trajo todo el desencanto de un país que se creía todopoderoso…, no les conviene reconocer que se cometieron más ‘errores’ y que es posible que haya más desaparecidos en combate como el protagonista, vivos, al otro lado del Pacífico. Es un regreso que remueve vidas: la de la joven esposa que quedó ‘viuda’ demasiado pronto y con un niño entre sus brazos que ahora ha rehecho su vida y la de un padre al que devolvieron a un hijo en un ataúd. Y la de un soldado que no se siente héroe, arrastrando mucho horror, miedo y dolor en su mirada, que tan solo trató de sobrevivir. Y esa supervivencia suponía también olvidar su vida pasada y aferrarse a su presente junto a una campesina y sus dos hijos atrapados en ese momento en un campo de refugiados camboyano.
Es una película de curar heridas, de recuperar un pasado, de redefinir lazos… y todo lo hace a través de la melancolía, con un ritmo pausado, con un tempo de calma. Una melancolía que quiere ser superada… Así Schaffner atrapa momentos íntimos y delicados con sus protagonistas y los convierte en cercanos.
Schaffner aprovecha la química entre sus actores y crea escenas muy limpias y elegantes con una emoción cercana. El desaparecido es Kris Kristofferson. A su regreso a EEUU, además de intentar por todos los medios que su familia al otro lado del mar pueda estar a su lado, vuelve a contactar con el pasado. Así vuelve a contactar con el padre (el veterano Brian Keith), sus conversaciones destilan verdad. Y también con la esposa (JoBeth Williams) que dejó que junto al hijo adolescente de ambos (al que nunca pudo conocer, ni siquiera sabía de su existencia) han construido otra existencia junto a un buen hombre (Sam Waterston), que tiene sus dudas y que no sabe cómo enfrentarse a la nueva situación pero lo intenta hacer lo mejor posible.
Así el director deja a Kristofferson recrearse en un baúl de los recuerdos donde encuentra una vieja cazadora de su juventud. A un padre tratando de volver a reír con su hijo, de conectar con él y con su dolor. A una mujer también aferrada a los recuerdos del pasado junto a un hombre que amó… pero que ahora tiene otra vida que también la reconforta… mientras escucha un disco de vinilo con una canción de Elton John, Your song. A un marido que entiende a la esposa y al hijo adolescente pero que no sabe cómo ayudarles y que tiene mucho miedo a perder lo que ha construido durante años. O el dilema de un adolescente que se creó una imagen del padre ausente y muerto… y ahora se encuentra con otro padre que no esperaba…
Los momentos más débiles, endebles y carentes de fuerza son los que suceden al otro lado del Pacífico y toda la trama militar que son los que nos recuerdan que es una obra inacabada que podría haber sido perfecta y seguir la estela de obras como El regreso de Hal Ashby. Sus puntos fuertes, el desarrollo del drama familiar, las redefiniciones de las relaciones, la recuperación del pasado y la reconstrucción de un futuro posible para el protagonista al lado de los que le conocen y quieren…
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