Kinuyo Tanaka (I). Pechos eternos (Chibusa yo eien nare, 1955)

Pechos eternos, una buena película para descubrir a Kinuyo Tanaka.

«Vivir no es fácil», le dice el periodista Akira Ôtsuki (Ryôji Hayama) a la poeta Fumiko Shimojô (Yumeji Tsukioka). Y de alguna manera resume la vida de la protagonista de la tercera película de la directora y actriz Kinuyo Tanaka. La realizadora y la guionista Sumie Tanaka se inspiran en la vida de la poeta Fumiko Nakajo (1922-1954) para construir un melodrama elegante e innovador, donde todo fluye. La belleza y sensibilidad de Pechos eternos articulan una obra cinematográfica que narra la historia de una mujer con un dominio absoluto del lenguaje cinematográfico.

Desde la estructura hasta la construcción de los personajes como la forma de contar la historia revela el oficio de una pionera en la dirección en Japón. La musa de Kenji Mizoguchi una vez que llegó a los cuarenta decidió también ponerse detrás de las cámaras, demostrando un buen manejo del oficio. Sin duda además de construir sus personajes, también se dedicó durante su vida profesional a observar cómo trabajaban los directores que la filmaron desde muy joven: Mizoguchi, Ozu o Naruse y así aprender el oficio.

Pechos eternos es el retrato de una mujer con una vida que no es fácil. Fumiko es presentada como una mujer casada en crisis. En un principio parece protagonista de una vida idílica junto a sus dos hijos pequeños, un niño y una niña. Es joven y bella, además le gusta la poesía y pertenece a un club en Sapporo, donde vive. Su madre y su hermano la quieren y tiene buenos amigos. Es cuando entra en la intimidad del hogar que el espectador descubre el distanciamiento y la crisis matrimonial en la que se haya inmersa. La aparición del marido como nota discordante y fuente de sufrimiento. Poco a poco, Fumiko revela cómo está hundida en un infierno y de qué manera es capaz de plasmarlo en sus versos.

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Melodramas desatados (3). A Electra le sienta bien el luto (Mourning Becomes Electra, 1947) de Dudley Nichols

Los Mannon encerrados en su mansión con todas sus miserias en A Electra le siente bien el luto.

Lavinia Mannon (Rosalind Russell), sola, vestida de negro, al pie de las escaleras de la mansión familiar, pide a Seth, un sirviente que ha estado toda la vida con la familia y conoce todos sus secretos, que cierre todas las ventanas y contraventanas. Ella se queda mirando el cielo, y a su espalda se oye la clausura de los batientes. Lentamente entra en la casa, como una condenada a muerte. Sabe que por muchos años esa será su tumba en vida. Cierra la puerta tras de sí. La cámara se va alejando y se vislumbra una panorámica de la fachada, mientras continua el ruido como si fueran los clavos de un ataúd. Este es el final poderoso de un melodrama desatado con ecos de tragedia griega.

El dramaturgo Eugene O’Neill escribió A Electra le sienta bien el luto en el año 1931, y trasladaba a EEUU, tras la guerra de Secesión, la trilogía griega de Esquilo, La Orestiada. El destino trágico no depende de los dioses, sino de las complejidades psicológicas de los seres humanos, así la maldición de la familia Mannon se entiende bajo el influjo de Freud y Jung. Agamenón, Clitemnestra, Egisto, Electra y Orin son sustituidos por Ezra Mannon, Christine Mannon, Adam Brant, Lavinia y Orin Mannon.

En su momento fue un fracaso y un desastre financiero de la RKO. Por eso la productora decidió mutilar más de una hora del mastodóntico proyecto cinematográfico del guionista Dudley Nichols, que también se puso tras la cámara, y de la actriz Rosalind Russell, dispuesta a mostrar su valía dramática (los dos habían trabajado juntos anteriormente en Amor sublime, un biopic de la enfermera Elisabeth Kenny). La película nunca volvió a revalorizarse… No ha vuelto a ser rescatada del olvido, pese a que puede verse el montaje completo de más de tres horas de duración.

Sin embargo, la odisea de los Mannon en tres actos va atrapando poco a poco al espectador y no le suelta, descubriendo una película poderosa capaz de arrastrar a la catarsis final con la soledad de una mujer vestida de negro. A Electra le sienta bien el luto es como los buenos vinos, según van pasando los minutos (en vez de los años), se convierte en mejor película. Incluso sus actores van sintiéndose más cómodos con sus personajes según va avanzando el metraje.

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Roxie Hart (Roxie Hart, 1942) de William A. Wellman

Cualquier momento es bueno para que Roxie Hart y compañía se fotografíen para la prensa.

Llevaba detrás de esta película bastante tiempo, pero curiosamente dos acontecimientos han hecho que por fin me decidiera. Por una parte, el blog La chica del parasol blanco, de mi querida Bet, realizó una serie muy interesante sobre películas que recreaban los años 20 y una de sus entradas era Roxie Hart. Por otra, leí hace poco una lista que proporcionó Stanley Kubrick a la revista americana Cinema en 1963 sobre sus diez películas imprescindibles. Y ahí estaba Roxie Hart. Así que me llamó la atención averiguar qué pudo ver Kubrick en ella. Sin embargo, los motivos para verla siempre han sido muchos. Y su visionado me ha hecho ver que no me equivocaba.

Cada vez que me enfrento a una nueva película de William A. Wellman, me doy cuenta de que este director va subiendo puestos en mi lista de favoritos. Y curiosamente navega en el olvido de la memoria cinéfila. Si doy un paseo por el blog, su presencia suele ser siempre gozosa: Gloria y hambre (1933), Barrio Chino (1932), La estrella de variedades (1943), Incidente en Ox Bow (1943) o Ha nacido una estrella (1937). También es el director de una película que todavía no he podido encontrar, pero desde hace años deseo su visionado: Beggars of life (1928), con Louise Brook como una de sus protagonistas. Y por si fuera poco es el director de uno de mis westerns de la infancia: Caravana de mujeres (1951). Aquí en Roxie Hart vuelve a mostrar su dominio del lenguaje cinematográfico y, junto al director de fotografía Leon Shamroy, logra reflejar una historia aparentemente banal y cómica, pero con los ingredientes del buen cine negro. Así nace una película extraña (quizá por ahí va su olvido) en la que todos sus personajes tienen más sombras que luces, pero muy atractiva, que además emplea un tono satírico y crítico hacia los medios de comunicación, el sistema judicial así como hacia la sociedad en sí (y ahí creo que tocó a Kubrick que le quedaba apenas un año para estrenar su sátira política sobre un tema muy serio en ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú). ¿Dónde están los ingredientes de cine negro? No solo en la dirección y espléndida fotografía, sino en su estructura. Un personaje que cuenta en off una historia del pasado, los flashback. Su protagonista puede ser una de esas mujeres fatales que puebla el género. Mantiene no solo el suspense, sino también la ambigüedad moral de todos sus personajes. Y un largo etcétera.

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Libros para el otoño. Según venga el juego, de Joan Didion (Literatura Random House, 2017) / Kubrick en casa, de Vicente Molina Foix (Nuevos cuadernos Anagrama, 2019)

Según venga el juego, de Joan Didion (Literatura Random House, 2017)

Según venga el juego

Anthony Perkins y Tuesday Weld, como BZ y Maria, también protagonistas del libro.

A Joan Didion la descubrí gracias al teatro (aunque desconocía que en realidad ya sabía de ella como guionista de cine hace muchos años). Hace unos cuatro años, en una de las tardes que me acercaba a un pequeño teatro de mi barrio (que sigue luchando por su supervivencia y por reinventarse), vi un monólogo que conectó totalmente conmigo: El año del pensamiento mágico. Después indagué y supe que todo partía de un libro de Joan Didion, escritora y periodista estadounidense, que recogía cómo cambió su vida a partir de que su marido, John Gregory Dunne, también escritor, muriera de manera fulminante una noche, mientras la hija de ambos estaba en coma en el hospital (moriría dos años después).

Hace poco he retomado otra vez a Didion y no solo he leído El año del pensamiento mágico, sino que me he empapado con dos de sus novelas: Río revuelto (una novela que cuenta la historia de una familia, con los códigos de un melodrama contenido a punto siempre de estallar, durante varias décadas pasando por la Segunda Guerra Mundial hasta finales de los cincuenta) y la que nos ocupa, Según venga el juego. Y también recuperé la información que tenía sobre su relación con el cine. El matrimonio de escritores vivió durante años en Los Ángeles y los dos trabajaron juntos en varios guiones de cine. Indagando en su filmografía, me di cuenta entonces de que hacía mucho que conocía a Didion. Una de las primeras películas de Al Pacino tiene como guionistas a este matrimonio: Pánico en Needle Park (The Panic in Needle Park, 1971), una dura crónica sobre drogodependencias en Nueva York. Una película muy interesante de los setenta con un jovencísimo Al Pacino mostrando ya todo su potencial. Después también estuvieron detrás de una de las versiones de Ha nacido una estrella, la de Kris Kristofferson y Barbra Streisand en 1976 (y, claro, se les menciona en la última de Bradley Cooper). Con ese mismo modelo de historia, la trasladaron al mundo del periodismo en Íntimo y personal (Up close & personal, 1996), una película que no me canso de ver y que particularmente me gusta bastante (aunque sé que no goza de ninguna consideración). Todas estas películas han formado parte de mi memoria cinéfila, y alguna la he visto varias veces. Pero todavía hay una película más, que no he visto (solo algunos fragmentos), y que el guion fue obra de Didion, y es precisamente la adaptación de su novela Según venga el juego. La película es de Frank Perry (el director de El nadador, con Burt Lancaster) de 1972, y se titula igual que la novela: Play it as it lays. Los protagonistas son Tuesday Weld y Anthony Perkins.

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Cartago Cinema de Alfredo Moreno Agudo (Mira editores, 2017)

Cartago Cinema

Cartago Cinema, una novela con mucho cine en sus venas…

“No hay un The End que te salve a tiempo, que congele tu buena suerte y la conserve impoluta y enlatada en un fotograma proyectado en eterna elipsis, igual que en las películas y los cuentos con final feliz. La diferencia entre el cine y la vida, entre ilusión y realidad, está en que la fantasía siempre ha tenido mejores guionistas, escritores que han aprendido que tanto o más importante que saber contar es conocer el secreto de cuándo deben dejar de hacerlo”… Estas son las primeras líneas de Cartago Cinema, la novela de Alfredo Moreno Agudo, y ya encierran las claves para atraparte irremediablemente entre sus páginas. Una novela de cine dentro del cine… desde su primera palabra hasta el colofón final. Y es que Cartago Cinema encierra metros y metros y metros de celuloide en blanco y negro, una novela que parece fruto todavía de una era analógica… Y precisamente ser de la era analógica crea uno de sus efectos más interesantes, y que la convierte en eterna, pues pese a que hay saltos en el tiempo, la novela arranca en pleno siglo XXI, pero, sin embargo, el lector parece que navega entre unos personajes que, como los héroes de Nicholas Ray, no encuentran su sitio en el presente que les ha tocado vivir… Son rebeldes anacrónicos que se convierten en los últimos románticos y que prefieren ver la vida como se la devolvían los viejos fotogramas del Hollywood dorado.

Así desde el narrador (Elliott Gray, guionista…, no podía ser de otra manera) como otros personajes como Ferris Ballard, un director que surgió de la cantera del Nuevo Hollywood; Bufford Sheldrake, el productor de Gold Masks (que aún actúa como los productores de aquel viejo Hollywood del sistema de estudios); o Martina Bearn, una bella mujer con mucho pasado y misterio sobre sus espaldas… son como fantasmas proyectados en un mundo que no les satisface y se rigen por los dictados de un buen guion cinematográfico del Hollywood clásico y se mueven al son de la cámara elegante de un realizador de la vieja escuela. Y como fantasmas presentes no es de extrañar que interactúen con fantasmas pasados. En el universo de Cartago Cinema es posible. De este modo Alfredo Moreno cuida la puesta en escena de sus personajes y busca los sitios adecuados donde puedan moverse (como cuida también el empleo de un vocabulario rico o la construcción de una frase o la propia estructura de la novela): una mansión a veinte kilómetros al sur de París, Dolignac, “que aunaba el universo de ensueño de los cuentos de hadas con un versallesco mundo de despilfarro, hipocresía y depravación”, o Sabina de San Jorge, “algo había que insistía en emparentarla con un cementerio”, una localidad también con un soplo de irrealidad o de realismo mágico, que convierte Zaragoza en un buen plató cinematográfico. Y allí mismo, en ese pueblo fantasma se ubica un escenario clave: un autocine. No falta el nombre de otros lugares, como la frontera… o ese México que sueñan en alcanzar muchos personajes cinematográficos que quieren otra vida o huir de su presente.

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El gran Gatsby (The great Gatsby, 2013) de Baz Luhrmann

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“A la mayoría de nosotros se nos podría filmar desde el nacimiento hasta la muerte y la película resultante no produciría ninguna emoción, salvo aburrimiento y disgusto. Sería como contemplar a los monos mientras se rascan. ¿Cómo te sientes cuando tus amigos te muestran la película que han filmado de su hijo o de su viaje? ¿No te parece que es una lata inaguantable?” (El último magnate, Bruguera, Barcelona, 1984). Así dice uno de los apuntes de la novela inacabada de Fitzgerald pero esta afirmación nada tiene que ver con su personaje Gatsby o con el productor Stahr, protagonista de El último magnate. Él escribía historias de seres humanos que alguien querría seguir mirando en una pantalla blanca.

En esos apuntes también se nos dice que El último magnate quizá sea la novela más parecida a El gran Gatsby y que “es una escapada hacia ese pasado esplendoroso y romántico que tal vez en nuestra época no se repita” (ídem).

Baz Luhrmann se mete de lleno no sólo en la obra de El gran Gatsby sino en toda la escritura de Fitzgerald para encontrar la manera de extraer su esencia y plasmarlo en la pantalla con su escritura cinematográfica personal. Y recrea ese pasado esplendoroso y romántico, esos locos años 20 al borde de la Depresión y que el espectador de ahora puede encontrar en ese ‘espíritu’ ciertas similitudes a la situación de crisis actual.

En una entrevista al director en la revista Dirigido por… del mes de mayo, Luhrmann explica que le preocupaba cómo plasmar en la pantalla a Nick, el narrador, (Tobey Maguire) contando la historia de Gatsby. Así especifica que no sólo se centró en la novela de Gatsby (y se nota su amor profundo por el texto y sus personajes) sino que se empapó de la literatura de Fitzgerald (que conocía el mundo del cine y su lenguaje aunque nunca se convirtió en un guionista de éxito) y en esas notas valiosas (que muestran mucho de su autor) de El último magnate vio la intención de Fitzgerald de que Cecilia la narradora contase la historia del productor Stahr desde un hospital psiquiátrico. En la versión de la novela que poseo, editada por Bruguera, aparece al final un primer capítulo que no incorporó donde Cecilia, joven y desencantada, “yo estoy acabada”, narra a unos compañeros su historia desde un sanatorio de tuberculosos. Así pensó que lo mejor era mostrar a un Nick en un centro psiquiátrico aquejado de depresión y problemas de alcoholismo (como los que tuvo el propio autor) y que sea el psiquiatra que le trata el que le inste a escribir. Ya que no puede explicar cómo se siente, que lo exprese en un papel en blanco. Nick pregunta que para qué puede servir. Y el psiquiatra le dice que a veces la escritura puede ser una forma de consuelo… Y así Nick cuenta aquel momento en que llegó a Nueva York a comerse el mundo y cómo alquiló una pequeña casa en Long Island… al lado de una gran mansión de un misterioso y millonario vecino del que todos tienen algo que contar. Pero todos sabemos ya desde el principio que se trata de una triste historia con final de tragedia.

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En esa misma entrevista cuenta además su admiración por la adaptación de la novela que realizó en 1974 Jack Clayton, por la representación de Gatsby que realizó Robert Redford y cuenta que como le une una profunda amistad con Francis Ford Coppola (su guionista) también conversó con él sobre su proyecto cinematográfico y también cosas que no se filmaron en la versión de 1974 y otras intenciones sirvieron para formar ideas para su nueva película.

Así Baz Luhrmann ha creado su propia visión de El gran Gatsby, empapado de su estilo, dejando otro retrato cinematográfico (esta ya es la quinta versión del personaje sin contamos con una película muda que se perdió y otra que se hizo para televisión) del misterioso millonario que va desvelando la triste figura de un hombre que trata de construirse una personalidad propia, modelarse un sueño a su medida, recuperar un pasado que no es el suyo, vivir en un presente artificial y darse cuenta de la imposibilidad de amor y el vacío que deja ese sueño americano que se rompe a pedazos. El gran Gatsby no es más que el retrato de la soledad de un hombre.

Baz Luhrmann sigue dejando su huella a la hora de plasmar mundos literarios, como hizo en Romeo y Julieta y en Moulin Rouge; y aunque en El gran Gatsby sigue mostrando su amor al esplendor, al barroquismo rozando el rococo (sobre todo en las escenas de las fiestas en la mansión, en las secuencias de los coches o en local clandestino) todo está envuelto de cierta melancolía, calma y una limpieza y depuración según va transcurriendo la tragedia de Gatsby.

El director sigue realizando un uso especial de la música (que está vez se encuentra bastante más incorporada al ritmo de la historia y no se convierte en concierto a veces estridente como ocurría en Romeo y Julieta). Así a los aires de jazz que pululaban en la novela, esa música en aquel momento diferente y revolucionaria que ‘contaba’ una época, Luhrmann introduce otra música reconocible para el espectador de hoy. Y esa mezcla de jazz y hip hop se vierte a lo largo del metraje devolviendo ese pasado esplendoroso y romántico. Muchos son los detractores del empleo que realiza Luhrmann de la música y la banda sonora en sus films pero no hace sino aplicar una tradición ya existente en el cine norteamericano que era emplear para sus películas melodías y temas reconocibles para los espectadores. Por ejemplo, Cantando bajo la lluvia está formada por canciones exitosas de la época y reconocibles para el público.

Vuelve a trabajar con Leonardo di Caprio que ya fue su protagonista en Romeo y Julieta y que reconstruye un Gatsby impecable. Así Di Caprio deja ese millonario misterioso y solitario que lucha por un sueño y por construirse un mundo artificial (incluida su historia de amor ideal con Daisy) para huir de su pasado humilde. Un héroe al que al final sólo le queda una existencia vacía y solitaria con un único amigo, Nick, que al menos aprecia que Gatsby todo lo hizo por la consecución de un sueño bonito e imposible. Tan sólo quería alcanzar esa luz verde al otro lado de la bahía, la que iluminaba la casa de su amada, Daisy (Cary Mulligan).

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Baz Luhrmann crea el contraste brutal entre la artificiosidad y frivolidad del mundo alrededor de Gatsby y Daisy y el tumulto de una ciudad como Nueva York al borde de la Depresión (escenas de la gran ciudad y del lugar donde se encuentra la gasolinera de la amante del esposo de Daisy, Tom Buchanan). Así como refleja perfectamente el contraste entre las personalidades de Gatsby y Tom Buchanan (un estupendo Joel Edgerton) llegando al clímax en la discusión final en el hotel, entre el calor y el alcohol, en un hotel de Nueva York.  El enfrentamiento entre un hombre que trata de construirse así mismo y fracasa y otro que lo tiene todo desde el principio y que no tiene escrúpulo alguno en seguir manteniendo su estatus, su poder y sus privilegios. Y si tiene que pasar como una apisonadora, aplastando a otros, así lo hará. También muestra su manera especial de rodar los encuentros entre los enamorados. Así Romeo y Julieta se encontraban a través de una enorme pecera, cada uno en un lado diferente, o el escritor y Satine en un espectáculo en Moulin Rouge donde el tiempo se para entre ellos; Gatsby y Daisy se encuentran en una habitación rodeada de flores y postres. Y el encuentro esconde una emoción, una ilusión. Un deseo de encontrar algo auténtico en un mundo artificioso y frívolo.

La fuerza de Gatsby, el buen material del que parte y su respeto por él, una buena galería de actores, los aciertos de Luhrmann a la hora de plasmar la historia tapa aquellas sombras que los detractores de Luhrmann no pueden soportar y los que le amamos sabemos que ahí están como el exceso de efectos digitales, algún movimiento mareante de cámara o la debilidad (o mejor dicho) sacrificio de la complejidad de alguno de los personajes como el de Jordan Baker (por otra parte, interpretado por una actriz a tener en cuenta, Elizabeth Debicki) y su relación con Nick…

El gran Gatsby es como vivir una fiesta espectacular que de pronto se rompe en pedazos para que surja una tragedia, un sueño roto. Así nos encontramos con escenas, por las que baila nuestra mirada, de grandes fiestas en la mansión, fuegos artificiales, una enorme piscina y un muerto que flota, lujo, glamour, un gran cartel publicitario de unos ojos que todo lo ven, unas cortinas blancas que ondean por el viento, unas manos que asoman, unas camisas que vuelan, un hombre que mira tras la ventana, una sonrisa que oculta un misterio, la confusión y ensoñación que se crea tras una borrachera continúa… y la demostración final que tras la artificiosidad y lo frívolo, sólo queda la soledad y el vacío de un hombre.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Amistad, el último toque Lubitsch de Samson Raphaelson (Intermedio, 2012)

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¿Cómo llegas a un libro? Este mes de abril me compré como todos los meses la revista Caimán. Cuadernos de cine. Me la leo poco a poco. La saboreo. El otro día 23 de abril fue el día del libro y me dije que me apetecía regalarme uno. Y entonces acudí a la revista a su sección de libros de cine, y ahí estaba una reseña pequeñita que enseguida llamó mi atención.

Ayer estaba en una libreria y me acordé del libro. Pero no me acordaba del título ni la editorial. Sólo que en la portada salía la palabra Lubitsch. Me dije: voy a intentarlo. Pregunté a una librera y le comenté que si conocía un libro pequeñito que había salido hace poco sobre Lubitsch. No dudó ni un instante (me encantó) y me dijo solícita: sí, un libro pequeñito y azul. Sííí. Se fue a la estantería adecuada y me lo dio.

Y el enamoramiento fue inmediato.

Ayer paseé mucho. Y en mi paseo, con el peligro evidente de chocarme con farolas, personas, otro tipo de mobiliario urbano…, me metí de lleno en la lectura. Y ya no pude parar. Llegué a casa, me senté y seguí hasta el final.

Amistad, el último toque Lubitsch de Samson Raphaelson se convierte así en un libro imprescindible. En un testimonio fascinante. Según iba leyéndolo, iba imaginándome una película genial en la pantalla blanca.

Y ¿qué nos cuenta este libro? realizado, sin duda, con dosis cariño. Una historia emocionante entre dos personas: el director Ernst Lubitsch y el dramaturgo y guionista Samson Raphaelson. Su relación profesional y personal comenzó a principios de los años treinta y terminó cuando Lubitsch murió. Durante su relación profesional surgieron los guiones de Remordimiento, El teniente seductor, Una hora contigo, Un ladrón en la alcoba, La viuda alegre, Angel, El bazar de las sorpresas, El diablo dijo no y La dama de armiño. Y de esa relación profesional mágica surgió una de mis películas favoritas del realizador y película favorita en general, El bazar del las sorpresas.

Así que sumergirse en ese retrato sencillo y sincero que realiza Samson Raphaelson (en el momento que lo escribió era ya un hombre anciano) de su relación con el director es una auténtica gozada. Porque surge una radiografía con mucha alma de dos hombres. Como si se tratara de un relato corto surge genial ese último toque Lubitsch… porque a partir de una anécdota Raphaelson cuenta las claves de su relación. Y nos deja a un Lubitsch humano, tremendamente humano.

No quiero destripar (porque creo que es más bonito leerlo desde la sorpresa) cuál es la anécdota narrada, ese último toque pero sí advertir que seguro se convierte en un libro de cabecera. Y que los que amábamos a Lubitsch le amaremos más a partir de este momento y los que le desconocen me parece una manera maravillosa de encontrarse con él.

También es un descubrimiento precioso de otra persona, el propio guionista Sam Raphaelson (responsable de la obra teatral que sería la base argumental para la primera película sonora de la historia, El cantor de jazz).

El libro está acompañado además de un revelador y original Glosario innecesario escrito por Pablo García Canga (responsable también de la traducción del texto de Raphaelson) que está lleno de historias de ese Hollywood pionero y apasionante.

… Con Amistad, el último toque Lubitsch de Samson Raphaelson me hice un buen regalo.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.