Las tres últimas películas de Kazan mostraban cómo era un director que tomaba riesgos en su carrera cinematográfica y avanzaba tratando de buscar otros caminos. Fue un director que arriesgó hasta el final. Así llevó adelante a finales de los sesenta, una película que desarrollaba un proyecto muy personal, la adaptación de su propia novela, El compromiso. Así con dos estrellas como Kirk Douglas y Deborah Kerr, y una joven promesa, Faye Dunaway, Elia Kazan habla sobre el éxito social y laboral y el fracaso emocional y personal de un hombre. Y sigue así con uno de los grandes temas de su carrera cinematográfica. La presentación de antihéroes que se equivocan, que son influenciados por los designios familiares, que se enfrentan a dilemas morales, que triunfan y fracasan, que terminan solos… (temas que también dominaban su vida personal). En 1972 realizó una película totalmente independiente, Los visitantes, y apenas distribuida con una compleja y crítica visión sobre la guerra de Vietnam, expresando las secuelas psíquicas en toda una generación de jóvenes americanos. Era un proyecto en común con uno de sus hijos, Chris Kazan. Una película que mostraba ese camino abierto de encarar y mostrar otra forma de contar…, además de continuar con un cine de temas comprometidos. Y su última película fue una superproducción nada complaciente que adaptaba la novela inacabada de F. Scott Fitzgerald sobre el Hollywood de los años 30 centrándose en un trágico y joven productor (inspirado lejanamente en Irving Thalberg). Llevó a la pantalla El último magnate. Ahí nos dejó una película que mostraba las luces y las sombras del Hollywood clásico (otra forma de contar metafóricamente, pero desde un punto de vista trágico, lo que han hecho hace nada los hermanos Coen con el Hollywood de los cincuenta en la estupenda Ave, César), y que demostraba cómo Elia Kazan sabía rodar y contar cinematográficamente una historia. Y que eso era lo que realmente amaba en su vida…, como dice el protagonista Monroe Stahr (Robert de Niro): “Esto es cine”.
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El gran Gatsby (The great Gatsby, 2013) de Baz Luhrmann
“A la mayoría de nosotros se nos podría filmar desde el nacimiento hasta la muerte y la película resultante no produciría ninguna emoción, salvo aburrimiento y disgusto. Sería como contemplar a los monos mientras se rascan. ¿Cómo te sientes cuando tus amigos te muestran la película que han filmado de su hijo o de su viaje? ¿No te parece que es una lata inaguantable?” (El último magnate, Bruguera, Barcelona, 1984). Así dice uno de los apuntes de la novela inacabada de Fitzgerald pero esta afirmación nada tiene que ver con su personaje Gatsby o con el productor Stahr, protagonista de El último magnate. Él escribía historias de seres humanos que alguien querría seguir mirando en una pantalla blanca.
En esos apuntes también se nos dice que El último magnate quizá sea la novela más parecida a El gran Gatsby y que “es una escapada hacia ese pasado esplendoroso y romántico que tal vez en nuestra época no se repita” (ídem).
Baz Luhrmann se mete de lleno no sólo en la obra de El gran Gatsby sino en toda la escritura de Fitzgerald para encontrar la manera de extraer su esencia y plasmarlo en la pantalla con su escritura cinematográfica personal. Y recrea ese pasado esplendoroso y romántico, esos locos años 20 al borde de la Depresión y que el espectador de ahora puede encontrar en ese ‘espíritu’ ciertas similitudes a la situación de crisis actual.
En una entrevista al director en la revista Dirigido por… del mes de mayo, Luhrmann explica que le preocupaba cómo plasmar en la pantalla a Nick, el narrador, (Tobey Maguire) contando la historia de Gatsby. Así especifica que no sólo se centró en la novela de Gatsby (y se nota su amor profundo por el texto y sus personajes) sino que se empapó de la literatura de Fitzgerald (que conocía el mundo del cine y su lenguaje aunque nunca se convirtió en un guionista de éxito) y en esas notas valiosas (que muestran mucho de su autor) de El último magnate vio la intención de Fitzgerald de que Cecilia la narradora contase la historia del productor Stahr desde un hospital psiquiátrico. En la versión de la novela que poseo, editada por Bruguera, aparece al final un primer capítulo que no incorporó donde Cecilia, joven y desencantada, “yo estoy acabada”, narra a unos compañeros su historia desde un sanatorio de tuberculosos. Así pensó que lo mejor era mostrar a un Nick en un centro psiquiátrico aquejado de depresión y problemas de alcoholismo (como los que tuvo el propio autor) y que sea el psiquiatra que le trata el que le inste a escribir. Ya que no puede explicar cómo se siente, que lo exprese en un papel en blanco. Nick pregunta que para qué puede servir. Y el psiquiatra le dice que a veces la escritura puede ser una forma de consuelo… Y así Nick cuenta aquel momento en que llegó a Nueva York a comerse el mundo y cómo alquiló una pequeña casa en Long Island… al lado de una gran mansión de un misterioso y millonario vecino del que todos tienen algo que contar. Pero todos sabemos ya desde el principio que se trata de una triste historia con final de tragedia.
En esa misma entrevista cuenta además su admiración por la adaptación de la novela que realizó en 1974 Jack Clayton, por la representación de Gatsby que realizó Robert Redford y cuenta que como le une una profunda amistad con Francis Ford Coppola (su guionista) también conversó con él sobre su proyecto cinematográfico y también cosas que no se filmaron en la versión de 1974 y otras intenciones sirvieron para formar ideas para su nueva película.
Así Baz Luhrmann ha creado su propia visión de El gran Gatsby, empapado de su estilo, dejando otro retrato cinematográfico (esta ya es la quinta versión del personaje sin contamos con una película muda que se perdió y otra que se hizo para televisión) del misterioso millonario que va desvelando la triste figura de un hombre que trata de construirse una personalidad propia, modelarse un sueño a su medida, recuperar un pasado que no es el suyo, vivir en un presente artificial y darse cuenta de la imposibilidad de amor y el vacío que deja ese sueño americano que se rompe a pedazos. El gran Gatsby no es más que el retrato de la soledad de un hombre.
Baz Luhrmann sigue dejando su huella a la hora de plasmar mundos literarios, como hizo en Romeo y Julieta y en Moulin Rouge; y aunque en El gran Gatsby sigue mostrando su amor al esplendor, al barroquismo rozando el rococo (sobre todo en las escenas de las fiestas en la mansión, en las secuencias de los coches o en local clandestino) todo está envuelto de cierta melancolía, calma y una limpieza y depuración según va transcurriendo la tragedia de Gatsby.
El director sigue realizando un uso especial de la música (que está vez se encuentra bastante más incorporada al ritmo de la historia y no se convierte en concierto a veces estridente como ocurría en Romeo y Julieta). Así a los aires de jazz que pululaban en la novela, esa música en aquel momento diferente y revolucionaria que ‘contaba’ una época, Luhrmann introduce otra música reconocible para el espectador de hoy. Y esa mezcla de jazz y hip hop se vierte a lo largo del metraje devolviendo ese pasado esplendoroso y romántico. Muchos son los detractores del empleo que realiza Luhrmann de la música y la banda sonora en sus films pero no hace sino aplicar una tradición ya existente en el cine norteamericano que era emplear para sus películas melodías y temas reconocibles para los espectadores. Por ejemplo, Cantando bajo la lluvia está formada por canciones exitosas de la época y reconocibles para el público.
Vuelve a trabajar con Leonardo di Caprio que ya fue su protagonista en Romeo y Julieta y que reconstruye un Gatsby impecable. Así Di Caprio deja ese millonario misterioso y solitario que lucha por un sueño y por construirse un mundo artificial (incluida su historia de amor ideal con Daisy) para huir de su pasado humilde. Un héroe al que al final sólo le queda una existencia vacía y solitaria con un único amigo, Nick, que al menos aprecia que Gatsby todo lo hizo por la consecución de un sueño bonito e imposible. Tan sólo quería alcanzar esa luz verde al otro lado de la bahía, la que iluminaba la casa de su amada, Daisy (Cary Mulligan).
Baz Luhrmann crea el contraste brutal entre la artificiosidad y frivolidad del mundo alrededor de Gatsby y Daisy y el tumulto de una ciudad como Nueva York al borde de la Depresión (escenas de la gran ciudad y del lugar donde se encuentra la gasolinera de la amante del esposo de Daisy, Tom Buchanan). Así como refleja perfectamente el contraste entre las personalidades de Gatsby y Tom Buchanan (un estupendo Joel Edgerton) llegando al clímax en la discusión final en el hotel, entre el calor y el alcohol, en un hotel de Nueva York. El enfrentamiento entre un hombre que trata de construirse así mismo y fracasa y otro que lo tiene todo desde el principio y que no tiene escrúpulo alguno en seguir manteniendo su estatus, su poder y sus privilegios. Y si tiene que pasar como una apisonadora, aplastando a otros, así lo hará. También muestra su manera especial de rodar los encuentros entre los enamorados. Así Romeo y Julieta se encontraban a través de una enorme pecera, cada uno en un lado diferente, o el escritor y Satine en un espectáculo en Moulin Rouge donde el tiempo se para entre ellos; Gatsby y Daisy se encuentran en una habitación rodeada de flores y postres. Y el encuentro esconde una emoción, una ilusión. Un deseo de encontrar algo auténtico en un mundo artificioso y frívolo.
La fuerza de Gatsby, el buen material del que parte y su respeto por él, una buena galería de actores, los aciertos de Luhrmann a la hora de plasmar la historia tapa aquellas sombras que los detractores de Luhrmann no pueden soportar y los que le amamos sabemos que ahí están como el exceso de efectos digitales, algún movimiento mareante de cámara o la debilidad (o mejor dicho) sacrificio de la complejidad de alguno de los personajes como el de Jordan Baker (por otra parte, interpretado por una actriz a tener en cuenta, Elizabeth Debicki) y su relación con Nick…
El gran Gatsby es como vivir una fiesta espectacular que de pronto se rompe en pedazos para que surja una tragedia, un sueño roto. Así nos encontramos con escenas, por las que baila nuestra mirada, de grandes fiestas en la mansión, fuegos artificiales, una enorme piscina y un muerto que flota, lujo, glamour, un gran cartel publicitario de unos ojos que todo lo ven, unas cortinas blancas que ondean por el viento, unas manos que asoman, unas camisas que vuelan, un hombre que mira tras la ventana, una sonrisa que oculta un misterio, la confusión y ensoñación que se crea tras una borrachera continúa… y la demostración final que tras la artificiosidad y lo frívolo, sólo queda la soledad y el vacío de un hombre.
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