Melodramas desatados (3). A Electra le sienta bien el luto (Mourning Becomes Electra, 1947) de Dudley Nichols

Los Mannon encerrados en su mansión con todas sus miserias en A Electra le siente bien el luto.

Lavinia Mannon (Rosalind Russell), sola, vestida de negro, al pie de las escaleras de la mansión familiar, pide a Seth, un sirviente que ha estado toda la vida con la familia y conoce todos sus secretos, que cierre todas las ventanas y contraventanas. Ella se queda mirando el cielo, y a su espalda se oye la clausura de los batientes. Lentamente entra en la casa, como una condenada a muerte. Sabe que por muchos años esa será su tumba en vida. Cierra la puerta tras de sí. La cámara se va alejando y se vislumbra una panorámica de la fachada, mientras continua el ruido como si fueran los clavos de un ataúd. Este es el final poderoso de un melodrama desatado con ecos de tragedia griega.

El dramaturgo Eugene O’Neill escribió A Electra le sienta bien el luto en el año 1931, y trasladaba a EEUU, tras la guerra de Secesión, la trilogía griega de Esquilo, La Orestiada. El destino trágico no depende de los dioses, sino de las complejidades psicológicas de los seres humanos, así la maldición de la familia Mannon se entiende bajo el influjo de Freud y Jung. Agamenón, Clitemnestra, Egisto, Electra y Orin son sustituidos por Ezra Mannon, Christine Mannon, Adam Brant, Lavinia y Orin Mannon.

En su momento fue un fracaso y un desastre financiero de la RKO. Por eso la productora decidió mutilar más de una hora del mastodóntico proyecto cinematográfico del guionista Dudley Nichols, que también se puso tras la cámara, y de la actriz Rosalind Russell, dispuesta a mostrar su valía dramática (los dos habían trabajado juntos anteriormente en Amor sublime, un biopic de la enfermera Elisabeth Kenny). La película nunca volvió a revalorizarse… No ha vuelto a ser rescatada del olvido, pese a que puede verse el montaje completo de más de tres horas de duración.

Sin embargo, la odisea de los Mannon en tres actos va atrapando poco a poco al espectador y no le suelta, descubriendo una película poderosa capaz de arrastrar a la catarsis final con la soledad de una mujer vestida de negro. A Electra le sienta bien el luto es como los buenos vinos, según van pasando los minutos (en vez de los años), se convierte en mejor película. Incluso sus actores van sintiéndose más cómodos con sus personajes según va avanzando el metraje.

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Deseo bajo los olmos (Desire under the elms, 1958) de Delbert Mann

Deseo bajo los olmos

Una de las parejas más improbables del cine…, pero con mucha química

Un cuento oscuro sobre un padre vital y brutal que va enterrando físicamente a sus mujeres y espiritualmente a sus hijos en una granja-cárcel. O una gran tragedia griega de pasiones desatadas donde un dios colérico va sembrando la desgracia. Promesas, venganzas, huidas, odios, regresos, pasiones desatadas, soledades y el asesinato más cruel que pueda jamás concebirse… para demostrar con fatalidad un amor infinito y entregado. Todo está encerrado en Deseo bajo los olmos, extraña y olvidada película de Delbert Mann, que cuenta además con una de las parejas cinematográficas más improbables, Sophia Loren y Anthony Perkins, pero no solo creíble, sino con un erotismo y una sensualidad que hace más especial todavía toda la ambientación de la historia. Su fuente de inspiración es una obra de teatro, con el mismo título, del dramaturgo Eugene O’Neill. No faltan, por tanto, los ecos de esas familias trágicas y desgarradas que O’Neill creaba para los escenarios.

Delbert Mann es uno de los directores de la generación de la televisión y desde su debut en los cines con Marty su carrera iba ascendiendo. Continuó de la mano del guionista Paddy Chayefsky, pero en 1958 adaptó dos obras teatrales para llevarlas a la pantalla, y detrás de ellas no estaba la mano original de Chayefsky. Por una parte, la tragedia de O’Neill (que lo convertiría en guión el escritor Irwin Shaw), y por otra una obra teatral coral del británico Terence Rattigan, que dio como resultado una película redonda y delicada, Mesas separadas.

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Agosto (August: Osage County, 2013) de John Wells

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Ya lo dijo Tolstoi en Ana Karenina, “todas las familias felices se parecen, y las desgraciadas, lo son cada una a su manera”… y la familia desgraciada es el leit motiv de varias obras de teatro memorables así como parte central de buenos argumentos cinematográficos. Dentro de la dramaturgia norteamericana la familia desgraciada ha subido en numerosas ocasiones al escenario. Y dentro de esta tradición se pasea ahora el actor y dramaturgo Tracy Letts (que también está siendo trasladado su universo a la pantalla de cine… William Friedkin ya lo ha hecho dos veces). Su obra Agosto ha sido representada en los escenarios de muchos teatros del mundo, aquí también (fue una de las obras que pena penita pena me perdí).

En Agosto hay huellas de la familia desgraciada norteamericana, toda una tradición. Así encontramos ecos de Eugene O’Neill y su impresionante mausoleo familiar Largo viaje hacia la noche (la obra también pululaba alrededor de una madre drogodependiente, un padre alcohólico y unos hijos que arrastran la ‘influencia’ de sus progenitores). Se encuentra el melodrama exacerbado con gotas de sudor sureño como en Tennessee Williams (en Agosto hay reunión familiar traumática, tensa que estalla en violencia verbal y difíciles relaciones paterno filiales y también entre hermanos así como secretos que se van desvelando como ya hiciera Williams en La gata sobre el tejado de zinc o El zoo de cristal). Reuniones familiares alrededor de una mesa, reuniones familiares dolorosas y tensas, relaciones complejas como las que sabía reflejar un Arthur Miller en alguna de sus obras más recordadas como La muerte de un viajante o Todos eran mis hijos. Y en Agosto hace aparición el empleo del lenguaje y el diálogo como arma arrojadiza contra el ser querido. Como el ‘juego’ destructor que a la vez provoca la catarsis necesaria… tal y como hizo Edward Albee con Quién teme a Virginia Woolf.

Así la obra es trasladada de los escenarios a la pantalla: se toma una dirección cinematográfica muy correcta pero no innovadora (de la mano de John Wells) y se confía plenamente (como en los escenarios) en la fuerza de las interpretaciones del grupo de intérpretes que se meten en la piel de personajes perfectamente construidos… y como el texto de Letts es potente y la tradición en la que se sustenta es fuerte, el artefacto cinematográfico funciona. El recital interpretativo, los diálogos incisivos y los momentos climáticos logran atrapar la atención del espectador y hacerle reaccionar. La familia Weston es una familia desgraciada que se reúne en un momento en que todos y cada uno de sus miembros están en un momento emocional complejo y con una vulnerabilidad creciente. Los Weston giran alrededor del matrimonio formado por Violet (a la que han diagnosticado un cáncer de boca y totalmente enganchada a todo tipo de pastillas… curioso que el personaje que más dolor provoca con sus palabras tenga la dolencia que tiene) y Beverly (un intelectual poeta y alcoholizado que se va hundiendo en un pozo de desesperación). Así les rodean sus tres hijas, Barbara-Ivy-Karen y sus respectivas parejas. La hermana de Violet y su esposo así como el hijo de ambos. Y la hija adolescente de Barbara. Como testigo silencioso del drama y violencia familiar pero también de los lazos de amor se encuentra Johnna, una mujer cheyenne que ha contratado Beverly para que cuide de su esposa.

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Así el reparto gira alrededor de la figura de Violet y la relación con su hija mayor Barbara. Violet tiene el rostro de Meryl Streep, que se toma el papel como gran dama del teatro, como si estuviera en un escenario y no en una pantalla de cine, así acentúa en cada escena su carga dramática y su lengua viperina pero a la vez amarga envuelve muchas de las secuencias. Y Barbara es una Julia Roberts que juega con la contención violenta que estalla en los momentos oportunos. Pero lo maravilloso de Agosto es que las dos damas están maravillosamente acompañadas por un reparto que brilla con luz propia. Cada uno tiene sus momentos imprescindibles. Así el matrimonio formado por Mattie Fae (hermana de Violet) y el tío Charles ‘cuentan’ otra historia maravillosa que desemboca en su frágil hijo Charles (un Benedict Cumberbatch emocionante). Y esta espectadora se pone de rodillas ante Chris Cooper (ya había repetido con Wells y es lo mejor de The company men, su anterior largometraje) y Margo Matindale.

Así como las tres hermanas que protagonizan una reunión  nocturna que nos habla de manera magistral de las relaciones entre ambas y de su historia (Julia Roberts, Julianne Nicholson y Juliette Lewis). Ningún personaje ni actor queda fuera de la ecuación: un contenido Ewan McGregor, Dermot Mulroyne (que demuestra como ser un nuevo rico macarra y vulgar), una adolescente Abigail Breslin que arrastra en su personalidad a su ‘extraña’ familia, una silenciosa Misty Upham (inolvidable en Frozen River) o un Sam Shepard que arranca la trama con su genial monólogo con la frase de Eliot, “La vida es demasiado larga”. Las relaciones que se tejen entre los personajes crean un universo familiar claustrofóbico pero a la vez lleno de matices, complejidades y detalles. Y también posibilitan escenas de una sensibilidad y hermosura extrema como la que protagonizan Cumberbatch y Nicholson frente un piano.

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A favor de la dirección correcta de Wells comentar que consigue que nos traslademos a un paraje sureño, que sintamos el calor y el sudor. Así da vida propia al paisaje árido, a las carreteras sin coches y al hogar amplio pero claustrofóbico de los Weston, como una madriguera que les atrapa. Así como la manera que tiene de rodar, con elegancia extrema y sin que perdamos detalle, algo que siempre digo que es complejo, una comida familiar…

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