Jimmy’s Hall (Jimmy’s Hall, 2014) de Ken Loach

Jimmys Hall

Ken Loach, junto al guionista Paul Laverty, nos está diciendo en sus últimas obras cinematográficas de ficción que pese a que todo esté muy negro y haya que indignarse, que creamos en la gente, y que la lucha es más fácil en comunidad… y alimentando pasiones. Y además está empleando el sentido del humor, muchas veces ausente de sus películas pasadas, Ken Loach se ríe, una risa crítica, y además se nota que se encariña con sus personajes. Así en Jimmy’s Hall nos cuenta una historia real del pasado pero con aires de fábula… y con muchos elementos que podemos trasladar a este presente negro. Nos regala un cuento precioso. Algunos opinan que Ken Loach es maniqueo en el planteamiento de sus películas o que se repite en su visión del mundo y la injusticia; sin embargo creo que Ken Loach quiere a las películas que está haciendo, diría que las ama, y que ahora más que nunca es necesaria su visión. No hay maniqueísmo sino un punto de vista sobre cómo podrían ir un poco mejor las cosas y una exposición de lo que hace que una sociedad sea cada vez más injusta. Y una llamada a no perder la esperanza. A levantarse una y mil veces, aunque siempre pierdan los mismos. Un canto al optimismo y las ganas de hacer cosas.

La película nos sitúa en un país que lo está pasando muy mal, Irlanda en los años 30, un país con una historia triste (como tantos otros países), además en un momento histórico de crisis económica mundial (la crisis del 29). Y nos habla de un héroe anónimo (acompañado por muchos héroes y heroínas de la vida cotidiana), que es un personaje real, James Gralton, un líder comunista. Ken Loach y Paul Laverty nos dibujan a un héroe encantador y carismático (con el rostro de Barry Ward). Un hombre tranquilo que regresa años después a su tierra natal, a sus raíces, para estar en una granja junto a su anciana madre. Él llevaba años en EEUU, como un trabajador más en busca de sustento, y también ha vivido los estragos del 29 en la tierra de las oportunidades. Poco a poco se nos van desvelando –en una ráfaga de flash back-memoria de James– las circunstancias de por qué tuvo que marcharse (circunstancias sociales y políticas) y de su regreso. Y los recuerdos de James tienen un detonante: los jóvenes de la zona rural donde vive con su madre, le exigen que vuelva a abrir el centro cultural que puso en marcha antes de irse a la tierra prometida. Ahora un barracón abandonado. Un centro cultural donde se celebraban bailes, se daban clases de literatura, de canto, de música, un centro de convivencia y reunión… Y un centro que funcionaba sin la influencia castradora de la Iglesia católica y los terratenientes de la zona. Un lugar libre que la gente cuidaba y adoraba. Un centro para aprender, bailar, reír, reunirse, enamorarse, debatir, cantar, razonar… Un centro aparentemente poco dañino pero que sin embargo asustaba a las estructuras del poder establecido (a la Iglesia y a los terratenientes y poderosos de la zona).

Jimmys Hall

Después de los recuerdos, James decide no rendirse, no quedarse en silencio. Y con la ayuda de toda la comunidad vuelve de nuevo a levantar el centro, que de nuevo vuelve a traerle los mismos problemas y complicaciones. Pero en los dos momentos, mereció la pena la lucha de James Gralton a pesar de las consecuencias. A Gralton, el de la ficción, no logran borrarle la sonrisa. Aunque siempre pierda.

Además Ken Loach crea y construye una película bonita en la que se sirve no solo de una Irlanda de paisajes-paraíso sino que puebla su historia con personajes tan maravillosos como la madre del protagonista (una anciana aparentemente servicial y callada que se revela como una luchadora nata y amante de los libros… y su difusión) o con esos momentos, que siempre ha sabido realizar tan bien el director, de reuniones de un colectivo de personas en las cuales exponen sus ideas o denuncian su situación y entre todos elaboran una forma de actuar para salir de una situación injusta. Reuniones que no son fáciles pero en las que se escucha y se trata de llegar a la solución que más agrade a todos.

Jimmys Hall

Pero una de las sorpresas más agradables de Jimmy’s Hall es la narración cinematográfica de una emotiva historia de amor imposible. Una historia delicada contada a base de miradas y despedidas con algún baile en solitario. Además de una ambientación cuidada y plagada de momentos mágicos, sobre todo los transcurridos en el centro (como ejemplo, cuando James les enseña a todos algo que ha traído de EEUU, un fonógrafo y cómo lo primero que pone es un disco de jazz. Todos quieren aprender el nuevo baile y James empieza a danzar y todos a seguirle…). La película logra transmitir alegría y ganas de seguir, a pesar de los tiempos duros. Cuando sales de la sala de cine, quieres leer y bailar, quieres reunirte, reírte, gozar, aprender y tener un sitio, un lugar de reunión apropiado para todo ello… e intentar que esto sea posible y realidad para el mayor número de personas…

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La sal de la tierra (The salt of the earth, 2014) de Wim Wenders, Juliano Ribeiro Salgado

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Si se analiza el origen etimológico de la palabra fotografía o fotógrafo nos sale un significado poético: escritura de la luz, pintor de la luz… Así en La sal de la tierra se realiza una hermosa y reflexiva radiografía de la obra de un creador, de un pintor de la luz, Sebastião Salgado. Y las pinceladas documentales están ejecutadas por el realizador alemán Wim Wenders y el hijo del artista, Juliano Ribeiro Salgado. De ambos brochazos surge un rostro profesional e íntimo y su trayectoria artística. Así a lo largo de cien minutos entendemos totalmente la esencia de su obra creativa.

El documental de La sal de la tierra une tres pinceles: el del propio pintor de la luz, Sebastião Salgado. El elemento externo que trata de comprender la esencia de su fotografía, el porqué se emociona ante una imagen suya, el director y documentalista alemán Wim Wenders y el que trata de conocer y descubrir al artista a través de otras caras distintas (primero a través de la ausencia y su breve presencia, y después como ayudante de su padre y el que mejor conoce cómo trabaja), su hijo.

Su trabajo artístico está plenamente unido a su formación como economista y su visión crítica del mundo. De denuncia continua. Su cámara es el ojo que todo lo ve. El que refleja un mundo injusto, un reparto injusto, los movimientos migratorios crueles, los trabajos que siguen perpetuando la esclavitud, la violencia del ser humano contra el ser humano con masacres tan recientes en Ruanda o en la guerra de los Balcanes… El fotógrafo se fija en la sal de la tierra (curiosamente el título también de la mítica película de Herbert J. Biberman, que refleja un movimiento que bien hubiese fotografiado Salgado: una huelga de unos mineros de Nuevo México), los seres humanos.

Algunos de los proyectos fotográficos de Salgado son años de ir con la cámara colgando mientras ‘cuenta’ con su instrumento de trabajo. Así ocurre con sus obras artísticas más difundidas como Otras Américas, Trabajadores o Éxodos. Y su forma de trabajar y su resultado no ha estado exento de crítica y polémica: son muchos los que dicen que el fotógrafo ‘utiliza’ el sufrimiento humano para crear arte… Sin embargo, cuando nos topamos de frente con el documental de La sal de la tierra y cómo va explicando el fotógrafo la razón de su trabajo y le vemos en acción, su metodología y cómo se acerca a sus proyectos queda clara la finalidad y utilidad de su trabajo. Creo que en la polémica se confunde presentar de manera digna una problemática y una construcción de un discurso coherente a través de las imágenes (que es lo que hace Salgado) con una sublimación vacía de la belleza a través del sufrimiento ajeno. ¿Por qué su mirada no puede construir, pintar, una obra artística que a la vez visibiliza un mundo injusto y terrible?

De hecho según se va viendo el trabajo fotográfico de Salgado y su rostro explicando su esencia, el espectador siente que todo se remueve a su alrededor y ve un mundo injusto y violento. Y entiende la catarsis que sufrió el propio fotógrafo y el desencanto y depresión en el que se sumió a lo largo de los años cuando ya no pudo más con tanto horror y violencia. Hay un momento que confiesa que eran muchas las veces en que tenía que dejar la cámara de fotos a un lado y llorar.

Entonces somos testigos de cómo el fotógrafo vuelve a interesarse por la sal de la tierra, por el ser humano y su mundo, a través de la naturaleza salvaje, de la vida. Salgado vuelve a sus orígenes, a sus raíces, y recupera la selva alrededor de la granja de su padre, recupera árboles y fauna, recupera paisaje (gracias a su mujer, que es otra figura siempre presente en el documental e importante para que el fotógrafo pudiese llevar a cabo su trayectoria laboral y artística)… y lo extiende al mundo entero, con un mensaje claro, está en nuestras manos recuperar la belleza y el esplendor de la tierra. Y captura la belleza de la tierra que nos acoge en su último proyecto fotográfico, Génesis.

La sal de la tierra recupera un Salgado íntimo y familiar (fruto de la pluma del hijo) con imágenes familiares y declaraciones que presentan su lado más inaccesible. Nos permite además ver su metodología y forma de trabajar, de atrapar las imágenes. Pero también conocemos al artista y su obra desde una mirada externa, la de Wim Wenders, que admira su trayectoria como fotógrafo.

Wim Wenders, documentalista

Y es que el pincel del Wim Wenders documentalista también surge en este documental. Wenders también ofrece su mirada especial y su forma de contar aquello que le hace sentir y vibrar. La sal de la tierra se convierte así en otra pieza del Wenders documentalista. Su trayectoria como documentalista nos devuelve otro análisis interesante de su obra cinematográfica. Al principio de su carrera los documentales de Wenders hablaban de cine pero desde una óptica particular e interesante. Así se puede comprobar en dos documentales que merece la pena no perderse: Habitación 666, donde durante el festival de Cannes de 1982, el realizador alemán graba a varios directores en una habitación frente a una cámara para que hablen del futuro en el cine… y es genial verla ahora… y notar quienes fueron los más ‘videntes’. O Tokio-Ga donde atrapa de manera especial el universo del realizador japonés Ozu a través de un viaje al Japón contemporáneo que inspiró la obra del maestro. Busca su rastro en un Japón que vive la ausencia de Ozu y su mirada… También atrapó la esencia de Nicholas Ray en Relámpago sobre agua (documental que no he podido ver todavía) donde filma los últimos días del director americano, que se estaba muriendo de un cáncer… pero donde ambos hablan de hacer cine, de crear.

Después Wenders abrió su abanico para centrarse en otras artes que llenaban su vida y su visión única del mundo. Así creo su documental más internacional, Buena Vista Social Club, a finales de los noventa. Wenders emprende un viaje a Cuba para dar a conocer a todos los espectadores a ancianos artistas que llevaban la música en sus venas. Para luego viajar con ellos a Ámsterdam y a Nueva York cuando después de años de olvido, vuelven a los escenarios con fuerza y arte. Siguiendo el halo de la música, participó en el proyecto musical de Scorsese sobre el blues y el jazz con The soul of a man (que tampoco he podido ver).

Después experimentó con el 3D para conseguir un hermoso documental sobre danza donde se centraba en la coreógrafa Pina Bausch donde la convertía en musa y diosa que creaba danzas espectaculares. El documental era Pina y Wenders dejaba un hermoso testamento de esta bailarina y coreógrafa.

Para finalmente fusionar sus intereses sociales, su mirada crítica y su admiración por un artista que se dedica a pintar la luz con su último documental hasta la fecha, La sal de la tierra

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Dos días, una noche (Deux jours, une nuit, 2014) de Jean Pierre Dardenne, Luc Dardenne

dos días, una noche

Los hermanos Dardenne, tras la oscura y pesimista El silencio de Lorna, han decidido seguir su senda de cine que toca temas sociales contemporáneos y dilemas morales pero dejar algo más de luminosidad a sus propuestas cinematográficas. Finales que dan pie a pensar en un futuro o más bien en una salida. Así ocurrió con El niño de la bicicleta y ahora de nuevo con Dos días, una noche. A su vez son dos películas que suponen un paso más en su cinematografía, seguir trabajando con sus actores fetiches (en este caso con Fabricio Rongione o Olivier Gourmet, esta vez no contamos con el rostro de Jeremie Renier) pero poner rostro femenino al personaje principal con actriz de renombre. En El niño de la bicicleta fue Cécile de France y en esta ocasión Marion Cotillard.

Los Dardenne siguen apostando por una manera de contar directa y sin artificios pero dejando obras, dentro de su aparente sencillez, perfectamente construidas. Esta vez se centra en Sandra, una trabajadora de una pequeña empresa, que dispone solo de un fin de semana para convencer a sus compañeros de trabajo de que se repita una votación de la que depende su futuro laboral. El empresario ha puesto a sus trabajadores en un dilema: tras la baja de Sandra por depresión –y a punto de incorporarse– y debido a la fuerte competencia de otras empresas, ha decidido con el jefe de producción que el trabajo de diecisiete lo pueden hacer dieciséis, pero dan a elegir a sus trabajadores entre el puesto de su compañera o renunciar a una prima de mil euros. Sandra debe conseguir, por lo menos, nueve votos de sus compañeros para conservar su empleo.

La cámara de los realizadores belgas sigue a la protagonista en su periplo. Capta sus momentos de debilidad, sus derrumbamientos, sus sonrisas y esperanzas, sus angustias y miedos, sus pasos hacia delante, sus pasos hacia atrás… y va exponiendo los motivos de cada uno de sus compañeros para optar a un voto o a otro. En un principio, Sandra se conforma con la repetición de la votación (que se realizó sin ser voto secreto y bajo la presión del jefe de producción metiendo miedo a los trabajadores) y quiere tan solo ver a sus compañeros el lunes. Pero su marido, la convence de que tiene que luchar por su puesto de trabajo, verles a todos de manera individual para poder exponer su situación y que decidan por ellos mismos, sin la presión del grupo. Lo primero que queda claro y que Sandra no se cansa de repetir a sus compañeros, y ellos lo saben, es que no tendrían que estar tomando esa decisión que ya es injusta desde el principio pero son situaciones injustas las que se están viviendo en una sociedad en crisis política, económica y social.

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Entre los trabajadores no hay ni buenos ni malos, hay personas con situaciones complicadas, y en estos momentos en que llegar a fin de mes es pura odisea, es difícil apelar a la solidaridad obrera… pero no imposible. Y es lo que queda claro en Dos días, una noche. Independientemente del resultado final de la votación de Sandra. Y para la protagonista, sumida en la depresión durante meses, este angustioso fin de semana, con una cámara que no la deja sola ni un instante, le supone finalmente ponerse de nuevo en pie, luchar y caminar.

Normalmente los Dardenne emplean de manera muy especial la banda sonora en sus películas. Suele haber una total ausencia de ella y solo la emplean en momentos muy concretos (y normalmente de manera diegética) creando atmósferas o instantes especiales. En Dos días, una noche solo hay música en dos momentos cruciales y ocurren en el coche de la protagonista, en la radio. Una canción francesa junto a su marido, que habla de tristeza que refleja la situación anímica que ha vivido y vive la protagonista, y un rock and roll (no olvidemos que en un momento de la historia fue sinónimo de lucha, protesta y rebeldía) junto a su marido y una compañera de trabajo en un momento esperanzador.

Dos días, una noche es una película coral donde los Dardenne no nos separan de la protagonista y lo que en un primer momento parece una persecución asfixiante y angustiosa, termina con un halo de luz y una sonrisa…

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Crimen en las calles (Crime in the streets, 1956) de Don Siegel

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Entre Rebelde sin causa de Nicholas Ray y West Side Story de Robert Wise y Jerome Robbins nos encontramos con Crimen en las calles de Don Siegel… películas que siguen una senda que puede rastrearse en el cine norteamericano, las pandillas de delincuentes juveniles. Pero es en los cincuenta y sesenta donde surge prácticamente un subgénero con antecedentes ilustres. Las formas de tratarlo son varias desde un realismo social duro y sucio a otro más idealista que apela a la figura del maestro, trabajador social, cura o policía para poder enderezar los caminos torcidos del joven delincuente con o sin causa. Por otra parte este cine generaba (sobre todo en los 50 y 60) jóvenes intérpretes masculinos que ejercían su papel de adolescente atormentado… y se convertían en estrellas.

Si este tipo de película caía en manos de directores con una cierta sensibilidad hacia el personaje del perdedor (como Nicholas Ray y sus adolescentes) o de un buen director del sistema de estudios como Don Siegel (especializado en películas ‘duras’) surgen obras de interés como la que nos ocupa. Algunas veces tan sólo se aprovechaba la ‘moda’ de chicos malos y salían películas como Salvaje donde un actor como Marlon Brando se convertía en un icono.

Sin embargo el cine americano siempre reflejó a pandillas de jóvenes problemáticos. Hay una cierta tradición. Así podemos centrarnos en el nacimiento cinematográfico de los The Dead End Kids en esa pequeña joya de realismo social de William Wyler, Calle sin salida (1937). Esa pandilla de intérpretes también estuvo magnífica como el grupo que admira al gánster en Ángeles con caras sucias. Durante esta década de los treinta también estaba un Spencer Tracy con sotana enderezando a jóvenes rebeldes con un líder con rostro de Mickey Rooney en Forja de hombres.

Para Crimen en las calles Don Siegel oscila entre un cine realista donde se refleja la vida de un barrio marginal y sus gentes y un cine que aboga por un cambio social gracias a la implicación de agentes transformadores como en el caso de esta película, un trabajador social o un familiar cercano (como el hermano pequeño del protagonista).

Así nos presentan a una familia disfuncional, la familia Dane donde una madre agotada y trabajadora mantiene a un adolescente problemático y al más pequeño. El adolescente problemático y arisco tiene el rostro de John Cassavetes (futuro director de cine independiente) que seguiría la estela de rebeldes atormentados. Éste es líder de una pandilla que se enfrenta a otras pandillas y que además aterrorizan y molestan a los vecinos del barrio. El joven Dane tiene el odio enquistado en el rostro y no permite que nadie le toque, tiene ataques de furia y va golpeando todo lo que se le cruza por delante. Ante la denuncia de un vecino por lo que detienen a uno de sus compañeros… decide que hay que matarlo. Casi ninguno de los miembros de la pandilla le apoyan sólo dos, un chaval de quince años con cara de Sal Mineo y otro muchacho que no parece estar muy equilibrado emocionalmente con el rostro de Mark Rydell (también futuro director de cine) que se convertirán en sus cómplices.

En ese barrio además de los vecinos se encuentra Ben Wagner (James Whitmore), un trabajador social que trata siempre de comunicarse con los jóvenes, apoyarles y tratar de apartarles de la delincuencia. Wagner es un tipo duro que no se rinde aunque a diario en su trabajo no recibe más que malas caras y malas contestaciones. Pero no se cansa de intentar cambiar las cosas… y trata de acercarse al joven Dane.

Don Siegel junto a sus jóvenes intérpretes consigue una película con ritmo, cierto suspense, aires de cine negro y drama social. Así empieza de manera fuerte mostrando un enfrentamiento entre dos pandillas en un descampado. Después se presenta la intimidad en un ambiente de pobreza donde viven los jóvenes y el reflejo de su vida cotidiana. Y luego se genera el suspense y la tensión sobre si el joven Dane y sus dos cómplices cometerán el asesinato que cambiará para siempre sus vidas o no.

Así Crimen en las calles se convierte en una película muy interesante de ver porque además de estar bien contada ofrece la oportunidad de descubrir por primera vez en una pantalla de cine a John Cassavetes (está especialmente bien en sus diálogos con el trabajador social) o seguir la carrera del malogrado Sal Mineo que empezó especializándose en jóvenes problemáticos.

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Amor y clases sociales: Un lugar en la cumbre (Room at the top, 1959) de Jack Clayton/ Así habla el amor (Minnie and Moskowitz, 1971) de John Cassavetes

Y dicen por ahí que la clase social es un término obsoleto. Pero yo miro alrededor y cómo marcha el mundo y no lo tengo tan claro. Creo que es un término que sigue vivito y coleando. Sólo hace falta observar y ver cómo la igualdad de oportunidades o la igualdad en derechos y deberes es algo muy lejano… es más sigue cada vez rasgándose más una enorme brecha con dos clases claras que no desaparecen: los que más tienen (y que además suelen acumular poder económico y político) y los que menos tienen (que suelen estar bastante fastidiados y en esta etapa de crisis se ve cómo cada ‘medida’ de los que tienen mucho les va jodiendo un poquillo más su situación económica y laboral). Ah, la famosa clase media sigue intentando con la soga al cuello seguir siendo media. Pero el amor, el amor… siempre está presente y a veces sirve como excusa para alcanzar un cierto estatus social y adquirir los derechos, deberes y oportunidades de los que más tienen (aunque hay que pagar un alto precio por ello) y otras sirve para que dos seres solitarios en sus respectivas clases y sin nada en común… de pronto sientan una oportunidad de futuro… Así nuestra sesión doble nos deja un drama social sin concesiones en un momento en que Gran Bretaña estaba gestando su free cinema y una extraña ¿comedia? de cine independiente americano con forma de cuento con final feliz.

Un lugar en la cumbre (Room at the top, 1959) de Jack Clayton

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¿Cuál es el drama de Joe Lampton (Lawrence Harvey)? Su lucha entre ‘trepar’ socialmente cueste lo que cueste u optar por un amor verdadero y sin máscaras pero que le asegura su continuo viaje en los márgenes de la sociedad.

En esta lucha se debate entre su historia con dos mujeres: la niña pija y enamorada (pero no tan inocente como nos parece y con la carga de todos los prejuicios sociales en los que la han educado cuidadosamente) Susan Brown (Heather Sears), hija del hombre de negocios más rico e influyente de una pequeña localidad de Gran Bretaña o Alice Aisgill (Simone Signore), mujer desarraigada, desencantada, transparente y sin máscaras que vino de París y se quedó en Gran Bretaña atrapada en un matrimonio que la corroe y la hace infeliz.

Su obsesión con Susan Brown le convierte en el joven trepa capaz de todo con tal de alcanzar una buena posición económica, social y laboral y el acceso a los círculos de poder sin sentir el rechazo y el desarraigo.

Su amor por Alice le abre la posibilidad de ser un hombre libre y feliz aunque trabajando duro, viviendo con dificultades y luchando contra la hipocresía social.

En el camino de esta batalla, vence la parte trepa de Joe Lampton que reniega de su origen y pasado (pero al final convertido en una marioneta manipulada por todos —no vaya a ser que salte algún escándalo, mejor que esté satisfecho y calladito— y porque el destino le depara sorpresas y giros que no esperaba) y queda una víctima por el camino, Alice (rechazada por todos por ser el único personaje sin máscara alguna en el rostro)…

Inolvidables los encuentros y desencuentros entre Alice y Joe en habitaciones clandestinas, lejos del mundanal ruido, y su intercambio de cigarrillos. O en calles y playas solitarias. Queda, para siempre, la despedida en una estación de tren.

Jack Clayton (que también es el creador de esa joya que es Suspense) muestra su elegancia a la hora de rodar así como en la puesta en escena de una historia con varios escenarios que muestran los distintos mundos en los que viven cada uno de los personajes. Y la película llega a esa cumbre que nombra el título en castellano por la creación de un buen personaje como el de Alice con el rostro desencantado de la actriz francesa Simone Signore así como la confirmación de una prometedora carrera (que se quedó en prometedora) del actor de origen lituano, Laurence Harvey (que dejó sin embargo películas inolvidables y extrañas como El mensajero del miedo).

Así habla el amor (Minnie and Moskowitz, 1971) de John Cassavetes

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Minnie y Moskowitz no pueden ser más distintos ni pertenecer a mundos más diferentes. Pero los dos se sienten igual cuando se encuentran: solos y por distintas circunstancias en el margen. Ambos son polos opuestos y es imposible pensar una historia de amor entre ambos y que pueda llegar a funcionar.

Minnie y Moskowitz cuentan con los rostros de Gena Rowlands y Seymour Cassel, de la ‘familia cinematográfica’ de John Cassavetes y se desnudan con unas actuaciones increíbles en una sencilla película que cuenta una pequeña historia de amor… en un principio imposible.

Ella es Minnie, una mujer que trabaja en un museo, culta, hermosa con una buena posición social pero tremendamente solitaria y desencantada. Acaba de terminar una tormentosa relación con su amante, un hombre casado. Y se da cuenta de que su futuro no es más que la soledad. Se encuentra emocionalmente vulnerable.

Él es Moskowitz, un hombre sin ambición alguna, que vive de un lado para otro (que cuenta con la ayuda económica de su madre) y trabaja como aparcacoches. Tiene problemas para relacionarse, no sabe comportarse ni le importa y busca por las noches compañía de distintas mujeres.

Los dos se encuentran, precisamente, en el aparcamiento de un restaurante cuando Minnie no puede deshacerse de un hombre con el que ha quedado en una especie de cita a ciegas. Y así empieza su relación… cuatro días de desencuentros y encuentros, de discusiones, de negar que ahí puede haber una historia o una posibilidad de futuro (sobre todo por parte de Minnie, Moskowitz dice que él no piensa tanto, que lo tiene claro). Y entre viajes en coche, visitas a restaurantes, paseos nocturnos, peleas… un baile y una canción de amor… Los dos deciden apostar por un futuro juntos y quizá amarse. Nadie apuesta por la relación… ni siquiera el espectador que asiste alucinado a los encuentros absurdos de unos amantes extraños (pero a la vez esos momentos esconden una emoción… una belleza, una posibilidad de algo). Ella no ve en el rostro de él al hombre amado, al que busca mientras ve películas antiguas en las salas de cine. Y él ¿esta vez va en serio? ¿Será capaz de aspirar o comprometerse con algo?

Tan sólo sabemos que coinciden en una cosa: los dos aman ir al cine y sobre todo aman las películas de Bogart (a ser posible acompañado de Bacall).

Y de pronto son los personajes los que se rebelan contra todos y contra todos los prejuicios posibles. Y son Minnie y Moskowitz los que demuestran que también ellos tienen derecho a protagonizar una bonita historia de amor… Y se convierten en personajes transgresores que solicitan el derecho a protagonizar una película con final feliz.

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Tres películas sobre el miedo… y una fábula: Take Shelter (Take Shelter, 2011) de Jeff Nichols/Eternamente comprometidos (The five-year engagement, 2012) de Nicholas Stoller/El alucinante mundo de Norman (Paranormal, 2012) de Chris Butler y Sam Fell/ Tierra prometida (Promise land, 2012) de Gus Van Sant

El miedo tiene muchas caras. Y el cine lo presenta de diferentes maneras y en géneros distintos. Apocalipsis, drama psicológico, comedia romántica y melancólica, cine de animación para superar el miedo a ser diferente… Y como guinda una película necesaria en forma de fábula, en busca de una tierra prometida.

Miedo a un mundo que se derrumba

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Take Shelter plantea muchos tipos de miedo en una atmósfera extraña y misteriosa, opresiva. Y todos esos miedos atacan a Curtis (inquietante Michael Shannon). Curtis es un hombre trabajador de clase media que vive con su esposa (Jessica Chastain) y su hija pequeña que tiene un problema auditivo en una comunidad rural de Ohio. Un día Curtis empieza a tener alucinaciones, fuertes pesadillas, que van despertando todos sus miedos. Miedo a la locura, miedo a no llegar a fin de mes, miedo a la crisis, miedo a la comunidad en la que vive, miedo a las responsabilidades familiares, miedo a las creencias, miedo a ser padre, esposo, hijo y amigo… Sus pesadillas le van minando, rompiendo. Su comportamiento se vuelve extraño. Sus alucinaciones son apocalípticas… algo así como una gran tormenta que volverá locos a todos sus seres queridos. Así él nota cambios atmosféricos y actuaciones extrañas en los vuelos de los pajaros. Se obsesiona con que debe arreglar y acondicionar un refugio de tormentas para proteger a su familia… Nadie le entiende… y va perdiendo amistades, trabajo, lazos familiares… Y el cada vez se siente peor. Y él es consciente. Pero no sabe cómo enfrentarse a sus pesadillas, sus propios miedos. El problema es que quizá esa tormenta que conduce a la locura no sea una pesadilla…

Miedo al compromiso

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A veces hay comedias inclasificables que encierran mucha melancolía y desencanto. Eternamente comprometidos es una mezcla de comedia romántica con gotas de absurdo y un aliño de tristeza. Y trata sobre un miedo contemporáneo: el miedo al compromiso. El miedo a comprometerse hasta el tuétano con alguien y apostar por una vida en común. Así la película narra la historia de Tom (Jason Segel) y Violet (Emily Blunt)… y empieza donde terminan otras comedias románticas: declaración de amor en terraza maravillosa con cena de ensueño, promesa de boda, de comer perdices para siempre, anillo, beso y fuegos artificiales. Pero lo que viene a continuación son un montón de situaciones por las cuales Tom y Violet van dando largas a esa gran boda… hasta que pasan años… y los abuelos de la familia van desapareciendo uno a uno sin poder asistir al evento. Tom y Violet van viviendo su propia pesadilla de deconstrucción de su relación hasta llegar a la frustración y separación… pero es una comedia romántica. Quizá se den cuentan en la pesadilla (y con sus extraños amigos y familiares) de que el miedo al compromiso siempre va a estar ahí…, siempre, y que lo importante es avanzar juntos hacia algún lado…

Miedo a ser diferente

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Norman es un niño muy raro. Y en el colegio no le tratan muy bien. En su familia ni su padre ni su hermana mayor le entienden y su madre trata de comprenderle y consolarle. ¿Qué le pasa a Norman? Es diferente. Y ¿por qué? Porque ve fantasmas y puede hablar con ellos. Ahí mismo está su abuela, que le cuida, y le dice que no pasa nada por tener miedo, es normal, pero que hay que superarlo, evitar que domine su vida. Y de pronto un niño miedoso se convertirá en un héroe pues será el único que pueda salvar a su ciudad de la maldición de una bruja… los muertos volverán a la vida. Y ese mismo niño, Norman, descubrirá que cuando el miedo invade a los seres humanos puede provocar que se hagan cosas irracionales y malas. El alucinante mundo de Norman es un viaje más allá de lo que pueden alcanzar nuestros ojos y un antídoto contra el miedo. De nuevo el stop motion al servicio de una buena historia llena de personajes inolvidables…

… Y la fábula

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Tierra prometida es una película necesaria. No sorprende. Se rige por una narrativa cinematográfica clásica (pero muy bien realizada, se nota que Gus Van Sant está tras la cámara). Resulta previsible… pero es necesaria. Porque habla de algo que sabemos y que se nos repite una y otra vez. Si vemos un telediaro nos damos cuenta de que da igual que tanto se nos diga y repita. Y eso de lo que nos habla es: cuidemos el mundo que nos rodea. Pero no se refiere sólo al mensaje ecológico. Se refiere a que cuidemos la tierra, los espacios compartidos, los sitios de ocio, que cuidemos al otro, que nos cuidemos a nosotros mismos, que nos dejemos llevar por la nobleza y la dignidad, que no creamos que el ser buenas personas está pasado de moda o es una gilipollez o una cursilería… Y habla de todas estas cosas en tiempos de crisis, en momentos de vulnerabilidad. En momentos donde acechan malas maneras, donde el otro no importa. En momentos donde hasta las buenas personas pueden confundirse pero porque son buenas personas pueden abrir los ojos y darse cuenta. Como le ocurre al protagonista de la nueva fábula de Gus van Sant (con un guion muy bien armado por los actores Matt Damon y John Krasinski), Steve Butler (un Matt Damon muy creíble).

Steve llega a una población rural arrasada por la crisis económica. Es un ejecutivo de una multinacional de gas natural y tiene que conseguir que los habitantes (casi todos ganaderos) le vendan los derechos de perforación de sus tierras. Steve tiene que convencerles de los beneficios de estos contratos. Él está convencido de que ofrece una salida a sus dramáticas situaciones y que quizá sea la única salida para preservar la vida rural. Sin embargo un viejo profesor de instituto, una profesora que le roba el corazón, un ecologista, una niña que vende limonada, su pragmática compañera de trabajo y el granero de su abuelo le harán mirar el mundo y su trabajo desde una nueva perspectiva que se le había escapado… el “jodido dinero” no es el camino más rápido para transformar el mundo que nos rodea y superar la crisis en la que nos hayamos inmersos. No todo vale.

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Eleanor Parker, la hermosa dama que fue actriz versátil

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Eleanor Parker no llegó a ser estrella del firmamento. De hecho si preguntásemos quién recuerda a Eleanor Parker quizá fueran muchos a los que les costaría siquiera nombrar una película. Parker fue (y es… todavía sigue viva como Olivia de Havilland o Joan Fontaine) una hermosa dama, mujer bella y sensual, que además se convirtió en una actriz versátil con una interesante filmografía (la cual no he descubierto todavía entera y tengo muchas sorpresas que mirar). Si viajamos por sus obras cinematográficas nos topamos con comedia, melodrama, drama, aventuras, cine social, musical… y ella siempre mostró que era una actriz de carácter.

De sus comienzos en los años cuarenta apenas he podido ver algo pero me interesa que empezó como pareja cinematográfica de mi amado John Gardfield en Entre dos mundos y El orgullo de los marines. También fue la protagonista de un remake de una película mítica de Bette Davis (y una adaptación de una novela de Somerset Maugham), Cautivo del deseo.

Su década realmente fueron los cincuenta. En 1950 sería aclamada como actriz dramática en Sin remisión de John Cromwell, una estupenda película de cine social donde el espectador vive el drama de una joven de 19 años que ingresa en una cárcel de mujeres y cómo la brutalidad del ambiente va minando y transformando su personalidad.

Así continuaría en su registro de drama y cine social en Brigada 21 de William Wyler. Una muy buena película que cuenta las veinticuatro horas de un rígido y duro policía (con el rostro de Kirk Douglas) que juzga de manera implacable a los detenidos pero que su mundo se derrumba cuando en uno de los casos descubre que está implicada su mujer (una Eleanor Parker que emociona).

En 1952 Eleanor protagonizó una de sus películas más recordadas, que ubicaremos dentro del cine de aventuras con gotas de buena comedia, estoy hablando de una pequeña joya, Scaramouche de George Sidney. Eleanor Parker brilla con luz propia como comediante temperamental y divertida que recorre los caminos durante el siglo XVIII y enamora a hombres por doquier. Su corazón pertenece a un famoso espadachín que debe ocultarse en su compañía…

Otra de aventuras (y que además continuamente la pasan por televisión) muy recordada con Eleanor de protagonista es Cuando ruge la marabunta (1954). Una de aventuras y catástrofes (se adelantó a los tiempos) que es sobre todo recordada, no sólo por las hormigas, sino por la corriente sexual entre la pareja protagonista, una temperamental Parker con un apuesto Charlton Heston. Sin duda Parker se estaba convirtiendo en la heroína de los sueños de muchos espectadores que disfrutaban con el buen cine de aventuras que protagonizaba.

Al año siguiente vuelve a otro género en el que siempre lucía espectacular y versátil, drama con unas gotas de cine social. Y esta vez se mete en el papel ambiguo de la esposa dependiente física y emocional de un drogodependiente (con el rostro de Frank Sinatra). Y Eleanor Parker vuelve a demostrar que es una buena actriz capaz de llevar a extremos emocionales intensos un personaje muy complejo. Esta vez el papel se lo dio Otto Preminger en la interesante El hombre del brazo de oro.

En los sesenta se convirtió en actriz secundaria de lujo de melodramas intensos y sobre todo de uno de los musicales más recordados. Así se convierte en esposa sufridora que vive las infidelidades y contradicciones de su marido en esa América sureña que ofrece siempre mucho drama y pasiones extremas. Estoy hablando de Con él llegó el escándalo de Vicente Minnelli. O sustituye a Lana Turner en el personaje de madre sufridora y compleja, en la secuela del melodrama Vidas borrascosas, Regreso a Peyton Place de José Ferrer.

El famoso musical sería Sonrisas y lágrimas (1965) donde tiene el papel más antipático como rival en el amor de la dulce Julie Andrews. Abandonaría su carrera cinematográfica a finales de los sesenta y volvería esporádicamente. Empezó a trabajar de manera asidua para la televisión.

Pero en la memoria cinéfila queda en el recuerdo su melena pelirroja que habitaba duros dramas o melodramas o como heroína de buenas películas de aventuras… Y a mí me queda la certeza de que todavía me queda mucha Eleanor Parker que descubrir… Y eso, es motivo de celebración.

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