Tres clásicos olvidados. Imitación de la vida (Imitation of life, 1934) de John M. Stahl / Niñera moderna (Sitting Pretty, 1948) de Walter Lang / La habitación en forma de L (The L-Shaped Room, 1962) de Bryan Forbes

Imitación de la vida (Imitation of life, 1934) de John M. Stahl

Imitación de la vida

Momentos de confidencias…

Los remakes de Douglas Sirk en los años 50 de los melodramas de John M. Stahl escondieron la riqueza de este realizador a la hora de plasmar sus historias. Lo condenaron al olvido. Si bien es cierto que Sirk reinventó el melodrama con un lenguaje cinematográfico exultante y de pinceladas barrocas para mostrar una América que bajo sus colores brillantes esconde corrientes subterráneas y oscuras; John M. Stahl, con calma y contención, refleja la América resultante del crack del 29 ávida de historias de superación con un público necesitado de historias con las que sentirse identificado. Historias que dibujaban un melodrama contenido, pero también la posibilidad de luz y salida. Historias que hablaban de sus problemas, de los conflictos sociales y también emocionales. Así en 1934, Stahl adapta una novela de la popular autora Fannie Hurst, Imitación de la vida.

Cuenta básicamente la historia de amistad entre dos mujeres muy diferentes: la joven viuda Beatrice Pullman (Claudette Colbert), mujer blanca que vive un delicado momento económico; y Delilah Johnson (Louise Beavers), una mujer negra que la convence para a cambio de habitación y comida trabajar a su servicio. Las dos tienen además en común dos hijas pequeñas. Una vez que se conocen ya Beatrice y Delilah unen sus vidas para siempre. A partir de la deliciosa receta secreta de unas tortitas que le cuenta Delilah a Beatrice, esta emprende un negocio que las enriquece a las dos. Sin embargo, mientras Beatrice sube en el escalafón social y reconstruye su vida; Delilah sigue bajo el techo de Beatrice, no trata de reconstruir su vida, su historia dura le hace rendirse. Prefiere ser buena persona y esconderse tras oraciones (y desear sobre todo un buen entierro, un entierro digno y brillante). Ella siempre ha luchado en exceso y siempre le han dado la espalda, no puede quitarse la mochila del sufrimiento. Por otra parte, las dos tendrán conflictos en sus vidas por sus hijas, cuando estas dejan de ser unas niñas. La hija de Beatrice, Jessie (Rochelle Hudson), se enamora perdidamente del nuevo amor de su madre. Y la hija de Delilah, Peola (Fredi Washington), la cual tiene piel clara, se avergüenza de ser negra porque se da cuenta de que no encontrará su lugar en el mundo, tendrá menos oportunidades. Lo ve cada día en su madre… a la que quiere, pero también rechaza.

John M. Stahl construye así un melodrama sobrio y contenido, elegante, donde destacan cada uno de los momentos cotidianos y naturales que viven Beatrice y Delilah hasta que consiguen prosperar en el negocio de tortitas. Y cómo una empieza a subir socialmente y la otra decide mantenerse abajo (algo que se marca a través de las imágenes cuando Beatrice en la nueva casa se encuentra en las habitaciones de arriba, y Delilah no abandona las habitaciones de abajo… la frontera la delimita una escalera). Sin embargo, su amistad es totalmente horizontal, las dos siempre juntas… se respetan y se quieren mutuamente. Tampoco falta un sutil sentido del humor a lo largo de todo el metraje. Stahl habla y refleja a mujeres emprendedoras en un mundo de hombres y también muestra los conflictos raciales en un momento que se silenciaban totalmente.

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De Dunkerque a la soledad de un corredor de fondo (destellos veraniegos de celuloide)

Dunkerque

Corre, Tommy, corre…

Fionn Whitehead es Tommy en Dunkerque de Christopher Nolan… y fue quién más me llamó la atención en esta película. “Corre, Tommy, corre… y vuelve a casa” es el leitmotiv que envuelve cada uno de los fotogramas. Le conocemos corriendo… y no para. Y la historia de Tommy es tan potente, que no hacía falta más. Tommy corriendo por las calles, entre balas y bombas. Corriendo en la playa… Corriendo con una camilla. Nadando… y volviendo a correr. Sin respiro. No hacía falta más historias, ni sus tres tiempos para contarlas… tanto es así que abandono hasta los ojos de Tom Hardy en ese avión que surca el cielo. Pero lo que son las casualidades cinéfilas, busco información de Whitehead (que no será la última vez que lo veamos) en Internet y recaigo, cómo no, en Wikipedia… y leo “Nolan comparó a Whitehead con un joven Tom Courtenay” y me llevo las manos a la cabeza: hace dos días he visto por primera vez una de las obras más emblemáticas del Free cinema, La soledad del corredor de fondo de Tony Richardson… y quedo totalmente fascinada por un jovencísimo Tom Courtenay como Colin Smith… que corre y corre sin parar y deja un fascinante retrato sobre la rebeldía, sobre no someterse a nadie.

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Amargo silencio (The angry silence, 1960) de Guy Green

amargosilencio

Hay películas que no se sabe muy bien el porqué caen en olvido, son muchos los motivos de análisis. Y otras quizá porque lo que cuentan causa incomodidad también se hunden en la memoria cinéfila, ya se sabe lo incómodo se esconde. Amargo silencio es del segundo grupo y es una película para reivindicar. Cuenta una situación incómoda, no fácil, y cae en olvido. Pero hay varios puntos que hacen de Amargo silencio una película que necesita un rescate. Esta muestra un aspecto del mundo obrero en una fábrica y lo desarrolla a la perfección. Su visionado provoca varias miradas y lecturas… y ninguna deja indiferente.

Primer punto: mundo obrero

La relación entre el mundo obrero y el cine es larga y estrecha. Desde que los hermanos Lumiére grabaran la salida de los obreros de su propia fábrica…, los trabajadores, las fábricas y el cine han estado estrechamente unidos. Y ahora mismo en la actualidad es un tema de máxima vigencia más con la crisis mundial que ha vuelto a remover los cimientos de las fábricas. Así directores como los hermanos Dardenne (Dos días, una noche) o Robert Guédiguian (Las nieves del Kilimanjaro) siguen pintando el mundo de las fábricas en occidente y los conflictos morales mezclados con los laborales.

Amargo silencio toca varios puntos complejos (y por ello incómodos) y también los conflictos fluctúan entre lo moral y laboral. La película plantea una huelga en una fábrica y hace hincapié en que no todas las huelgas son justas y recomendables. Plantea la manipulación del grupo y cómo una huelga puede efectivamente manipularse para llevar a cabo otros intereses y cómo puede que lo que menos importe sean los derechos y los deberes de los trabajadores. Así el conflicto central de la película es cómo la postura de un obrero: Tom Curtis, que ve innecesaria la huelga (que además no ha sido convocada por los sindicatos), y ejerce su derecho a no asistir a ella y trabajar, le convierte en una persona non grata, tanto para sus compañeros como para la dirección de la compañía. Tom Curtis es incómodo. La situación se escapa de las manos de todos y termina en tragedia. A Tom Curtis todo el mundo le retira la palabra. Es un apestado y eso perjudica también a su entorno más cercano, su familia.

Así el planteamiento de la película no es fácil y un análisis no profundo y simple podría quedarse en una lectura superficial: la película va en contra de la colectividad obrera y a favor de la libertad individual. Es decir se haría una lectura de película a favor del capital que desprestigia uno de los instrumentos del mundo obrero: la huelga (otro aspecto que ha sido continuamente reflejado en el cine desde muy distintas ópticas). Y convierte en héroe trágico al esquirol. Pero Amargo silencio plantea algo mucho más profundo y asuntos que no gustan ser mostrados. Y habla de temas tremendamente humanos y que se pueden plantear en los entornos laborales, en las fábricas. La manipulación de los trabajadores para conseguir intereses ajenos a ellos (tanto por la cúpula de la empresa como de algunos representantes de los trabajadores que ‘velan’ porque todo marche), la presión del grupo que puede actuar sin opinión propia y sin tratar de fomentar el acercamiento y el diálogo, el impedir que un compañero opine y actúe distinto, provocar el vacío y el aislamiento de este, el exponer el derecho a no asistir a una huelga si no se está de acuerdo con los motivos… y queda patente lo difícil que es (y lo necesario) construir una fuerte, sólida y justa solidaridad obrera que vele realmente por los trabajadores y donde todos los trabajadores formen parte, tengan voz y voto, y juntos traten de encontrar las mejores soluciones en las situaciones de conflicto.

Hay dos escenas claves que tienen a Tom Curtis como protagonista: una es cuando decide ir solo a trabajar a la fábrica durante la huelga. Se muestra el rechazo de sus compañeros pero también desde lo alto del director de la fábrica que se lo expone al director de personal: no se fía de los lobos que actúan en solitario en uno u otro bando. Y otro momento es una conversación íntima entre Tom Curtis y su propia esposa cuando está viviendo el máximo rechazo por parte de todos. Le dice que lo más irónico es que él entiende a todos. Y que todos creen que están actuando por razones contundentes. También hay otro momento en que reconoce que no sabe cómo ha llegado hasta ese punto ni por qué… pero que seguirá manteniendo su postura.

Hay otros aspectos muy interesantes para seguir indagando en la complejidad de la película: la película empieza y termina con la llegada y la salida en tren de un personaje que viene de fuera: un agente externo a la fábrica pero que es el que trae ‘órdenes desde Londres’ para que se lleve a cabo la huelga y además pone en marcha el aislamiento de Curtis. Este personaje es misterioso y silencioso… y jamás se revela su identidad ni los trabajadores reparan en él. Tan solo se menciona que es el “nuevo” que ha contratado la fábrica. Y este personaje, por supuesto, también puede aportar distintas miradas a la película según el grado de complejidad con el que se mire. En ningún momento sabemos los motivos por los que se convoca la huelga, ni los acuerdos a los que se llega, ni cuáles son las reivindicaciones de los trabajadores… Entre los trabajadores de la fábrica se realiza una rápida radiografía: están los obreros de la vieja escuela, y algunos de ellos muestran su desacuerdo con la nueva huelga, pero no aguantan la presión del grupo y deciden unirse a la ley del silencio, otros que se arrastran porque es más cómodo (el mejor amigo del protagonista) y prefieren no tomar partido aunque les parezca injusto, los que se están dejando manipular por el agente externo y un grupo de jóvenes adormecidos y sin cerebro que tratan de sobrevivir en el día a día… y que van por donde les lleva la corriente y si pueden armar bulla o servir a unos o a otros para sus propósitos ahí están ellos. Por su parte la dirección de la fábrica trata de seguir consiguiendo sus intereses y beneficios… y dispuestos a lo que sea para terminar no solo con la huelga sino con la situación incómoda que ha creado el obrero Tom Curtis. Entre medias de los dos mundos se encuentra el director de personal, otro interesante y complejo personaje. Amargo silencio no es una película fácil.

Segundo punto: alrededor del Free cinema

La película es del año 1960 y se realizó bajo la influencia de una corriente de cine británica que empezó en los cincuenta y que todavía hoy sigue su estela, el Free cinema. Realismo, cotidianidad, compromiso con la realidad social, dar voz a los que no solían tenerla en el cine… Y por supuesto el trabajador, el obrero, se convierte en un personaje cinematográfico. La huella de los jóvenes airados es alargada así la siguiente generación sigue haciendo hincapié en un cine que se compromete con la realidad social. Su estela continúa en Ken Loach o Mike Leigh o actualmente con Paddy Considine o Andrea Arnold.

Amargo silencio además consigue una radiografía de una fábrica británica de los sesenta y de la vida cotidiana de sus trabajadores. Asistimos a la entrada y salida de la fábrica, a las relaciones entre los trabajadores, a los lugares de trabajo y a los de ocio, a su vida privada en los barrios obreros, en sus hogares…

Tercer punto: el director

La película permite conocer a un director interesante, Guy Green, del que llevo tiempo persiguiendo ver algo y esta es la primera película que visiono. Ha sido un grato descubrimiento. Amargo silencio me sitúa ante un director a tener en cuenta del que deseo ver sobre todo dos películas más: Hombre marcado (The mark) y Un retazo de azul (A patch of blue). Por lo menos aquí, por estos lares, no es fácil conseguir su filmografía. Guy Green fue además un prestigioso director de fotografía que trabajó varias veces junto a David Lean. Así se puede ver su magnífica labor como director de fotografía en tres buenas películas del director británico: Cadenas rotas, Oliver Twist y Amigos apasionados.

Lo que intuyo leyendo los argumentos de sus películas como director, es que era un hombre de retos y que reflejaba historias complejas que podían incomodar al espectador pero historias necesarias, posibles y tremendamente humanas. Con Amargo silencio consigue ritmo, envuelve y relata muy bien lo que quiere reflejar, el tono va en crescendo hasta llegar a la tragedia y se nota su buen empleo del lenguaje cinematográfico (por ejemplo, para los momentos más trágicos utiliza contundentes y efectivas elipsis). Además no toma el camino fácil para contar una historia sino que muestra un montón de aspectos y aristas, no es en absoluto un director maniqueo sino que muestra la complejidad del mundo real. A veces no es cuestión de señalar malos y buenos, es todo mucho más difícil.

Cuarto punto: más que actores

Tom Curtis, el obrero protagonista, es Richard Attenborough (otro de nuestros ausentes más recientes, nos dejó en agosto de 2014) que además también trabajó como productor de la película. Richard fue actor, director y productor de cine. Y aquí ha sido todo un descubrimiento para mí como actor (del Attenborough actor me queda mucho por ver) en su elaboración de un personaje atractivo y tremendamente complejo. Le regala a su personaje credibilidad, realismo y vulnerabilidad. Además de intimidad y una bonita química con la actriz que hace de su esposa, Pier Angeli. Esta compone un personaje sensible y fuerte a la vez. Las escenas de ellos dos se convierten en momentos de intimidad, confesiones de miedos, vulnerabilidad y superación de obstáculos de un matrimonio obrero. No era la primera vez que Attenborough trabajaba con Guy Green y con Pier Angeli. Este trío se complementa con otro de los actores que también además sería coguionista de esta película, Michael Craig. Michael Craig compone otro personaje de importancia en Amargo silencio, es el amigo que no se compromete, que prefiere no opinar, no decidir, seguir al grupo y no ponerse al lado del amigo que además le ha ofrecido siempre su casa para vivir…, hasta que abre los ojos.

Quinto punto: clave de cine

Guy Green dominaba el lenguaje cinematográfico. Su experiencia como director de fotografía le había dado muchas claves. Amargo silencio tiene pulso y buenas decisiones de puesta en escena como las antes mencionadas elipsis: el ataque que recibe el hijo pequeño de Tom Curtis y su esposa y el ataque final que sufrirá el propio Curtis. Además proporciona a la película no solo un ritmo adecuado sino que logra credibilidad y realismo, como he dicho antes, en la plasmación de los conflictos en una fábrica británica de los años sesenta así como el mundo íntimo del obrero protagonista.

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Amor y clases sociales: Un lugar en la cumbre (Room at the top, 1959) de Jack Clayton/ Así habla el amor (Minnie and Moskowitz, 1971) de John Cassavetes

Y dicen por ahí que la clase social es un término obsoleto. Pero yo miro alrededor y cómo marcha el mundo y no lo tengo tan claro. Creo que es un término que sigue vivito y coleando. Sólo hace falta observar y ver cómo la igualdad de oportunidades o la igualdad en derechos y deberes es algo muy lejano… es más sigue cada vez rasgándose más una enorme brecha con dos clases claras que no desaparecen: los que más tienen (y que además suelen acumular poder económico y político) y los que menos tienen (que suelen estar bastante fastidiados y en esta etapa de crisis se ve cómo cada ‘medida’ de los que tienen mucho les va jodiendo un poquillo más su situación económica y laboral). Ah, la famosa clase media sigue intentando con la soga al cuello seguir siendo media. Pero el amor, el amor… siempre está presente y a veces sirve como excusa para alcanzar un cierto estatus social y adquirir los derechos, deberes y oportunidades de los que más tienen (aunque hay que pagar un alto precio por ello) y otras sirve para que dos seres solitarios en sus respectivas clases y sin nada en común… de pronto sientan una oportunidad de futuro… Así nuestra sesión doble nos deja un drama social sin concesiones en un momento en que Gran Bretaña estaba gestando su free cinema y una extraña ¿comedia? de cine independiente americano con forma de cuento con final feliz.

Un lugar en la cumbre (Room at the top, 1959) de Jack Clayton

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¿Cuál es el drama de Joe Lampton (Lawrence Harvey)? Su lucha entre ‘trepar’ socialmente cueste lo que cueste u optar por un amor verdadero y sin máscaras pero que le asegura su continuo viaje en los márgenes de la sociedad.

En esta lucha se debate entre su historia con dos mujeres: la niña pija y enamorada (pero no tan inocente como nos parece y con la carga de todos los prejuicios sociales en los que la han educado cuidadosamente) Susan Brown (Heather Sears), hija del hombre de negocios más rico e influyente de una pequeña localidad de Gran Bretaña o Alice Aisgill (Simone Signore), mujer desarraigada, desencantada, transparente y sin máscaras que vino de París y se quedó en Gran Bretaña atrapada en un matrimonio que la corroe y la hace infeliz.

Su obsesión con Susan Brown le convierte en el joven trepa capaz de todo con tal de alcanzar una buena posición económica, social y laboral y el acceso a los círculos de poder sin sentir el rechazo y el desarraigo.

Su amor por Alice le abre la posibilidad de ser un hombre libre y feliz aunque trabajando duro, viviendo con dificultades y luchando contra la hipocresía social.

En el camino de esta batalla, vence la parte trepa de Joe Lampton que reniega de su origen y pasado (pero al final convertido en una marioneta manipulada por todos —no vaya a ser que salte algún escándalo, mejor que esté satisfecho y calladito— y porque el destino le depara sorpresas y giros que no esperaba) y queda una víctima por el camino, Alice (rechazada por todos por ser el único personaje sin máscara alguna en el rostro)…

Inolvidables los encuentros y desencuentros entre Alice y Joe en habitaciones clandestinas, lejos del mundanal ruido, y su intercambio de cigarrillos. O en calles y playas solitarias. Queda, para siempre, la despedida en una estación de tren.

Jack Clayton (que también es el creador de esa joya que es Suspense) muestra su elegancia a la hora de rodar así como en la puesta en escena de una historia con varios escenarios que muestran los distintos mundos en los que viven cada uno de los personajes. Y la película llega a esa cumbre que nombra el título en castellano por la creación de un buen personaje como el de Alice con el rostro desencantado de la actriz francesa Simone Signore así como la confirmación de una prometedora carrera (que se quedó en prometedora) del actor de origen lituano, Laurence Harvey (que dejó sin embargo películas inolvidables y extrañas como El mensajero del miedo).

Así habla el amor (Minnie and Moskowitz, 1971) de John Cassavetes

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Minnie y Moskowitz no pueden ser más distintos ni pertenecer a mundos más diferentes. Pero los dos se sienten igual cuando se encuentran: solos y por distintas circunstancias en el margen. Ambos son polos opuestos y es imposible pensar una historia de amor entre ambos y que pueda llegar a funcionar.

Minnie y Moskowitz cuentan con los rostros de Gena Rowlands y Seymour Cassel, de la ‘familia cinematográfica’ de John Cassavetes y se desnudan con unas actuaciones increíbles en una sencilla película que cuenta una pequeña historia de amor… en un principio imposible.

Ella es Minnie, una mujer que trabaja en un museo, culta, hermosa con una buena posición social pero tremendamente solitaria y desencantada. Acaba de terminar una tormentosa relación con su amante, un hombre casado. Y se da cuenta de que su futuro no es más que la soledad. Se encuentra emocionalmente vulnerable.

Él es Moskowitz, un hombre sin ambición alguna, que vive de un lado para otro (que cuenta con la ayuda económica de su madre) y trabaja como aparcacoches. Tiene problemas para relacionarse, no sabe comportarse ni le importa y busca por las noches compañía de distintas mujeres.

Los dos se encuentran, precisamente, en el aparcamiento de un restaurante cuando Minnie no puede deshacerse de un hombre con el que ha quedado en una especie de cita a ciegas. Y así empieza su relación… cuatro días de desencuentros y encuentros, de discusiones, de negar que ahí puede haber una historia o una posibilidad de futuro (sobre todo por parte de Minnie, Moskowitz dice que él no piensa tanto, que lo tiene claro). Y entre viajes en coche, visitas a restaurantes, paseos nocturnos, peleas… un baile y una canción de amor… Los dos deciden apostar por un futuro juntos y quizá amarse. Nadie apuesta por la relación… ni siquiera el espectador que asiste alucinado a los encuentros absurdos de unos amantes extraños (pero a la vez esos momentos esconden una emoción… una belleza, una posibilidad de algo). Ella no ve en el rostro de él al hombre amado, al que busca mientras ve películas antiguas en las salas de cine. Y él ¿esta vez va en serio? ¿Será capaz de aspirar o comprometerse con algo?

Tan sólo sabemos que coinciden en una cosa: los dos aman ir al cine y sobre todo aman las películas de Bogart (a ser posible acompañado de Bacall).

Y de pronto son los personajes los que se rebelan contra todos y contra todos los prejuicios posibles. Y son Minnie y Moskowitz los que demuestran que también ellos tienen derecho a protagonizar una bonita historia de amor… Y se convierten en personajes transgresores que solicitan el derecho a protagonizar una película con final feliz.

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