De Dunkerque a la soledad de un corredor de fondo (destellos veraniegos de celuloide)

Dunkerque

Corre, Tommy, corre…

Fionn Whitehead es Tommy en Dunkerque de Christopher Nolan… y fue quién más me llamó la atención en esta película. “Corre, Tommy, corre… y vuelve a casa” es el leitmotiv que envuelve cada uno de los fotogramas. Le conocemos corriendo… y no para. Y la historia de Tommy es tan potente, que no hacía falta más. Tommy corriendo por las calles, entre balas y bombas. Corriendo en la playa… Corriendo con una camilla. Nadando… y volviendo a correr. Sin respiro. No hacía falta más historias, ni sus tres tiempos para contarlas… tanto es así que abandono hasta los ojos de Tom Hardy en ese avión que surca el cielo. Pero lo que son las casualidades cinéfilas, busco información de Whitehead (que no será la última vez que lo veamos) en Internet y recaigo, cómo no, en Wikipedia… y leo “Nolan comparó a Whitehead con un joven Tom Courtenay” y me llevo las manos a la cabeza: hace dos días he visto por primera vez una de las obras más emblemáticas del Free cinema, La soledad del corredor de fondo de Tony Richardson… y quedo totalmente fascinada por un jovencísimo Tom Courtenay como Colin Smith… que corre y corre sin parar y deja un fascinante retrato sobre la rebeldía, sobre no someterse a nadie.

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César y Cleopatra (Caesar and Cleopatra, 1945) de Gabriel Pascal

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Hay películas que son rarezas en el momento que se concibieron y siguen siendo rarezas con el paso del tiempo. Un buen ejemplo es César y Cleopatra de Gabriel Pascal. El mismo Pascal, un productor húngaro que se convirtió en director en dos ocasiones, es un tipo extraño y muy desconocido (su propia infancia y adolescencia están envueltas en leyenda que él mismo alimentaba…). Un encuentro casual durante su juventud con el dramaturgo irlandés: George Bernard Shaw marcó su futuro artístico. Pues en el mundo del cine sus obras más conocidas (tanto en la producción como en la dirección) serían las adaptaciones de las obras del dramaturgo.

Con Pygmalion (la versión de 1938) consiguió el éxito y César y Cleopatra supuso de alguna manera su descalabro. En la primera sólo actuó como productor, en la segunda también como director. Y convirtió a César y Cleopatra en una de las películas británicas más caras. La acogida sin embargo de crítica y público fue extremadamente fría.

Y como digo aún hoy César y Cleopatra es un extraño espectáculo cinematográfico. Me es difícil valorarla porque lo que es evidente es que es una película de riesgo, de riesgo continuo. Y el resultado es un híbrido raro. Desde el reparto elegido, cómo son representados los personajes históricos (y los acontecimientos), el propio texto teatral de Bernard Shaw, los decorados, el vestuario… e incluso el tono elegido de la película. Porque César y Cleopatra es como una fábula política ligera, una comedia elegante que habla y refleja temas muy serios. Una obra cinematográfica, que no esconde sus orígenes teatrales, y que muestra como el hombre es un animal político que apenas ha cambiado de la época de Julio César al panorama político de ese siglo XX que se enfrenta a una Segunda Guerra Mundial. Bernard Shaw emplea el cinismo y la ironía… y eso es trasladado a la pantalla grande. César y Cleopatra, película ligera pero a la vez fría y racional. En resumen, descoloca. Como su puesta en escena, notamos los decorados, que los actores ‘están disfrazados’, algunos rozan la caricatura y una expresividad en exceso teatral (sobre todo los figurantes) pero sin embargo regala escenas tremendamente cinematográficas, algunas hermosas (como la primera aparición de Cleopatra)…

Luego está ese reparto y esa representación de figuras históricas de otra manera absolutamente diferente hasta como en ese momento se habían representado y se seguirían representando. Bernard Shaw utiliza personajes históricos pero no para contar Historia sino para reflejar su propia trama. Así nos deleitamos con un Julio César y una Cleopatra imposibles… pero que no dejan de estar magníficos. Él es Claude Rains (uno de mis secundarios favoritos…, le quedaba un año para ser el Sebastian de Encadenados) y ella es una Vivien Leigh retirada del cine que volvía a la pantalla después de varios años sin rodar, años en los que se había dedicado totalmente a los escenarios teatrales. La relación de ambos en la película también es extraña. Julio César, un hombre que juega (y se apasiona) a ser político, guerrero y estratega, que no pierde la calma, y que su estrategia (su vida) es un gran tablero de ajedrez donde pierde o gana. Donde levanta y elimina piezas. Se encuentra en su campaña en Egipto y nunca deja de jugar pero conoce a una compañera de juegos digna, una Cleopatra infantil y chispeante… preparada para aprender a mover piezas y juguetear también. No hay amor, solo juego.

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Los más sorprendentes son los secundarios: Flora Robson como Ftatateeta (la mujer y sirvienta de confianza de una Cleopatra niña) y un Stewart Granger como el apuesto (y también juguetón), Apollodorus. Sus personajes son dignos de mención y cuando aparecen dan vida a una trama que en cada momento se vuelve más extravagante… Robson oscura y totalmente desconocida físicamente, logra dar a su papel el matiz más interesante y complejo… pues claramente va de la comedia a la tragedia (ningún romano es capaz de pronunciar nunca bien su nombre). Y Granger está bellísimo (sí, la primera vez que pienso eso de él), como un auténtico sex symbol, y lleno de vitalidad.

César y Cleopatra es un híbrido raro… y es lo que la hace especial, extraña y puede que incluso disfrutable. Por ahí van Cleopatra y Julio César por el desierto. Una mujer niña que todavía no es consciente de su poder y un anciano venerable que le divierte su despertar…, a pesar de que algunas consecuencias puedan ser trágicas. Ellos juegan a la guerra, lo que pase a su alrededor no importa… La partida tienen que ganarla.

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