Otras voces en la guerra (I). Mandarinas (Mandariinid, 2013) de Zaza Urushadze

A mi hermana Mónica

Mandarinas

Mandarinas, una película estonia en coproducción con Georgia, se enmarca en la guerra civil georgiana (en concreto la guerra de Absajia, 1992-1993). Zaza Urushadze, de Georgia, ejerce de director y guionista para crear formalmente una película sencilla pero perfectamente construida. Mandarinas es una película de personajes y con una tesis muy clara y humanista: los seres humanos no tenemos fronteras. Aunque seamos de distintas religiones o nacionalidades, no necesariamente tenemos que ser enemigos. En palabras del propio director en un texto para explicar su película lo deja muy claro: “En las guerras desencadenadas por políticos irresponsables, la gente ordinaria que ama la vida acaba muriendo. La muerte de una persona es la muerte de un mundo único pero para los políticos tan solo es una cuestión de estadística. Las fronteras dividen a la gente de manera artificial. Esta película debería ser un intento de destruir los límites artificiales. Los héroes que recientemente, por alguna razón, eran enemigos, derribarán esas fronteras artificiales. Serán capaces de perdonar, ayudar y protegerse unos a otros, incluso protegerse de su misma gente y llegando a pagar hasta con sus propias vidas”. Y eso es Mandarinas… presenta “mundos únicos” y la capacidad del ser humano para liberarse de las fronteras y acercarse al otro.

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Documentamadrid 2016. Destellos (y tercera parte)

Días intensos de destellos e historias. Ya solo quedan algunas reflexiones sobre el cine documental a través de dos largometrajes: Sonita y Holy hell. Y coronar con la información del palmarés.

Primer destello. Sonita de Rokhsareh Ghaem Maghami

sonita

Cuenta la historia de una adolescente afgana refugiada en Irán que tiene un sueño: ser cantante de rap. En un centro la acogen, la ayudan psicológicamente, la forman y además la dan un trabajo como limpiadora. En un momento dado, en una clase, la protagonista dice que no tiene papel alguno que la identifique, la proponen que se construya un pasaporte ficticio. Lo tiene claro: se hace llamar Sonita y sus padres son Michael Jackson y Rihanna.

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La vida y nada más (La vie et rien d’autre, 1989) de Bertrand Tavernier

lavidaynadamas

Desde la primera escena se augura lo que La vida y nada más va a suponer para el espectador: belleza y dureza. Tras la muerte de miles de personas en la Gran Guerra, muchas olvidadas para siempre, muchas desaparecidas sin saber su posible paradero…, la vida y nada más. Así vemos una playa idílica y hermosa. Y dos personas cabalgando. Una es una monja, y el otro un soldado. La imagen es bella pero notamos algo extraño, según se van acercando el hombre va inclinándose y la monja le va gritando…, hasta que el soldado cae al suelo y nos damos cuenta de que le falta una pierna…

Han pasado cien años desde que estalló la Primera Guerra Mundial y el cine casi en paralelo a la contienda mostró imágenes en la pantalla blanca y aún hoy es argumento de películas. De tal manera que es posible realizar una clase de historia sobre esta guerra con películas que ofrecen miradas, reflexiones, tesis e interpretaciones diferentes y ricas en matices. Sin duda una de esas películas que ilustraría una buena clase sería La vida y nada más. Después de la guerra, la reconstrucción, el desencanto, la desolación y la muerte. La sensación de que en la guerra todos han perdido, ha supuesto mucho más que una victoria o una derrota. La dificultad de seguir adelante ante la certeza del horror y la muerte, ante la mezquindad de los de más arriba y la necesidad de muchos ciudadanos de volver a empezar…

En un territorio de búsqueda, de recuperación de aquel que fue a batallar y no ha regresado, el hermano, el hijo, el esposo, el novio o el amante… una caravana de personas trata de saber el paradero del soldado ausente. Y cada uno, tiene motivos diferentes. En este carrusel de personas se encuentra un comandante que contabiliza exactamente a los muertos en esta guerra y trata de localizar a los desaparecidos, una elegante mujer de París que busca a su marido y una joven maestra que no se cansa en el empeño de encontrar a su novio. Y los tres se cruzan una y otra vez hasta terminar en una vieja fábrica que los aloja tras un suceso. Porque en ese territorio en el que se mueven todavía quedan huellas de la guerra: hospitales con hombres que no saben quién son u otros mutilados, campos donde un granjero se encuentra minas o bombas sin estallar aún, falta de trabajo, un túnel que se derrumba con un tren que oculta difuntos (posibles desaparecidos y más cuerpos que contabilizar para dar cifras estremecedoras…), dificultades para recuperar normalidad en la vida, pobreza, hambre y desolación…

Y ahí está ese comandante mayor y desencantado (Philippe Noiret) que intenta hacer bien su trabajo aunque sabe que a sus superiores no les interesa, que ahora solo están volcados en encontrar un cuerpo que simbolice al soldado desconocido y así homenajear en el Arco del Triunfo de París a todos los muertos en combate. Los desaparecidos no interesan ya. Y a los muertos hay que olvidarlos cuanto antes. No interesan las cifras. Y menos sus familiares. Hay que cerrar rápido el asunto… y ocuparse de otros asuntos. Y un hombre concienzudo con su trabajo y que es crítico con ese acto no es cómodo…

Ese comandante desencantado que se da cuenta de la inutilidad de su trabajo, sigue incansable su meticulosa labor. Y los familiares, novias y amigos continúan buscando donde pueden…, aunque sea para recuperar un objeto, para saber si el ausente está muerto o si pueden recuperar el cuerpo para enterrarle o si se encuentra en algún hospital, solo y perdido.

Pero es la vida y nada más… y continúa. Por eso ante la desolación y el desencanto, hay hueco para el humor, para las situaciones absurdas e hilarantes, para que ocurran casualidades, para que siga el recuerdo atroz de la guerra, para momentos de gran belleza, para que haya sitio para los buscavidas y paso para las ilusiones, los sueños, para el canto, el baile y el arte y para que se produzca una elegante y hermosa historia de amor imposible…

Al final una carta, y una esperanza porque la vida prosigue…, aunque sabemos hacia dónde dirige la desolación… en unos años otra guerra terrible. Por eso la tristeza, los tonos suaves no abandonan esta historia.

Ya se sabe…, la vida y nada más. Belleza y dureza, un poso de melancolía, unas gotas de humor y de remate final, una historia de amor imposible… ¿o no?

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

La sal de la tierra (The salt of the earth, 2014) de Wim Wenders, Juliano Ribeiro Salgado

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Si se analiza el origen etimológico de la palabra fotografía o fotógrafo nos sale un significado poético: escritura de la luz, pintor de la luz… Así en La sal de la tierra se realiza una hermosa y reflexiva radiografía de la obra de un creador, de un pintor de la luz, Sebastião Salgado. Y las pinceladas documentales están ejecutadas por el realizador alemán Wim Wenders y el hijo del artista, Juliano Ribeiro Salgado. De ambos brochazos surge un rostro profesional e íntimo y su trayectoria artística. Así a lo largo de cien minutos entendemos totalmente la esencia de su obra creativa.

El documental de La sal de la tierra une tres pinceles: el del propio pintor de la luz, Sebastião Salgado. El elemento externo que trata de comprender la esencia de su fotografía, el porqué se emociona ante una imagen suya, el director y documentalista alemán Wim Wenders y el que trata de conocer y descubrir al artista a través de otras caras distintas (primero a través de la ausencia y su breve presencia, y después como ayudante de su padre y el que mejor conoce cómo trabaja), su hijo.

Su trabajo artístico está plenamente unido a su formación como economista y su visión crítica del mundo. De denuncia continua. Su cámara es el ojo que todo lo ve. El que refleja un mundo injusto, un reparto injusto, los movimientos migratorios crueles, los trabajos que siguen perpetuando la esclavitud, la violencia del ser humano contra el ser humano con masacres tan recientes en Ruanda o en la guerra de los Balcanes… El fotógrafo se fija en la sal de la tierra (curiosamente el título también de la mítica película de Herbert J. Biberman, que refleja un movimiento que bien hubiese fotografiado Salgado: una huelga de unos mineros de Nuevo México), los seres humanos.

Algunos de los proyectos fotográficos de Salgado son años de ir con la cámara colgando mientras ‘cuenta’ con su instrumento de trabajo. Así ocurre con sus obras artísticas más difundidas como Otras Américas, Trabajadores o Éxodos. Y su forma de trabajar y su resultado no ha estado exento de crítica y polémica: son muchos los que dicen que el fotógrafo ‘utiliza’ el sufrimiento humano para crear arte… Sin embargo, cuando nos topamos de frente con el documental de La sal de la tierra y cómo va explicando el fotógrafo la razón de su trabajo y le vemos en acción, su metodología y cómo se acerca a sus proyectos queda clara la finalidad y utilidad de su trabajo. Creo que en la polémica se confunde presentar de manera digna una problemática y una construcción de un discurso coherente a través de las imágenes (que es lo que hace Salgado) con una sublimación vacía de la belleza a través del sufrimiento ajeno. ¿Por qué su mirada no puede construir, pintar, una obra artística que a la vez visibiliza un mundo injusto y terrible?

De hecho según se va viendo el trabajo fotográfico de Salgado y su rostro explicando su esencia, el espectador siente que todo se remueve a su alrededor y ve un mundo injusto y violento. Y entiende la catarsis que sufrió el propio fotógrafo y el desencanto y depresión en el que se sumió a lo largo de los años cuando ya no pudo más con tanto horror y violencia. Hay un momento que confiesa que eran muchas las veces en que tenía que dejar la cámara de fotos a un lado y llorar.

Entonces somos testigos de cómo el fotógrafo vuelve a interesarse por la sal de la tierra, por el ser humano y su mundo, a través de la naturaleza salvaje, de la vida. Salgado vuelve a sus orígenes, a sus raíces, y recupera la selva alrededor de la granja de su padre, recupera árboles y fauna, recupera paisaje (gracias a su mujer, que es otra figura siempre presente en el documental e importante para que el fotógrafo pudiese llevar a cabo su trayectoria laboral y artística)… y lo extiende al mundo entero, con un mensaje claro, está en nuestras manos recuperar la belleza y el esplendor de la tierra. Y captura la belleza de la tierra que nos acoge en su último proyecto fotográfico, Génesis.

La sal de la tierra recupera un Salgado íntimo y familiar (fruto de la pluma del hijo) con imágenes familiares y declaraciones que presentan su lado más inaccesible. Nos permite además ver su metodología y forma de trabajar, de atrapar las imágenes. Pero también conocemos al artista y su obra desde una mirada externa, la de Wim Wenders, que admira su trayectoria como fotógrafo.

Wim Wenders, documentalista

Y es que el pincel del Wim Wenders documentalista también surge en este documental. Wenders también ofrece su mirada especial y su forma de contar aquello que le hace sentir y vibrar. La sal de la tierra se convierte así en otra pieza del Wenders documentalista. Su trayectoria como documentalista nos devuelve otro análisis interesante de su obra cinematográfica. Al principio de su carrera los documentales de Wenders hablaban de cine pero desde una óptica particular e interesante. Así se puede comprobar en dos documentales que merece la pena no perderse: Habitación 666, donde durante el festival de Cannes de 1982, el realizador alemán graba a varios directores en una habitación frente a una cámara para que hablen del futuro en el cine… y es genial verla ahora… y notar quienes fueron los más ‘videntes’. O Tokio-Ga donde atrapa de manera especial el universo del realizador japonés Ozu a través de un viaje al Japón contemporáneo que inspiró la obra del maestro. Busca su rastro en un Japón que vive la ausencia de Ozu y su mirada… También atrapó la esencia de Nicholas Ray en Relámpago sobre agua (documental que no he podido ver todavía) donde filma los últimos días del director americano, que se estaba muriendo de un cáncer… pero donde ambos hablan de hacer cine, de crear.

Después Wenders abrió su abanico para centrarse en otras artes que llenaban su vida y su visión única del mundo. Así creo su documental más internacional, Buena Vista Social Club, a finales de los noventa. Wenders emprende un viaje a Cuba para dar a conocer a todos los espectadores a ancianos artistas que llevaban la música en sus venas. Para luego viajar con ellos a Ámsterdam y a Nueva York cuando después de años de olvido, vuelven a los escenarios con fuerza y arte. Siguiendo el halo de la música, participó en el proyecto musical de Scorsese sobre el blues y el jazz con The soul of a man (que tampoco he podido ver).

Después experimentó con el 3D para conseguir un hermoso documental sobre danza donde se centraba en la coreógrafa Pina Bausch donde la convertía en musa y diosa que creaba danzas espectaculares. El documental era Pina y Wenders dejaba un hermoso testamento de esta bailarina y coreógrafa.

Para finalmente fusionar sus intereses sociales, su mirada crítica y su admiración por un artista que se dedica a pintar la luz con su último documental hasta la fecha, La sal de la tierra

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Mil veces buenas noches (Tusen ganger god natt, 2013) de Erik Poppe

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En 2010 la danesa Susanne Bier dirigió En un mundo mejor donde contaba la historia de Anton, un médico de un campo de refugiados en África. El protagonista vivía entre su trabajo al límite en el campo (donde experimentaba un fuerte conflicto moral) y su vida en familia en una próspera localidad danesa. En todo momento se encontraba en un tsunami emocional, a las complicaciones laborales, éticas y morales en una zona conflictiva del mundo donde la injusticia social es el pan nuestro de cada día, se unían las complicaciones emocionales y la violencia silenciosa en una sociedad próspera. Así Bier planteaba temas sumamente interesantes.

Con una estructura similar, el director noruego Erik Poppe (primera película que veo de él) afronta también temas de interés en Mil veces buenas noches, además de reflejar con verosimilitud una profesión compleja: el fotógrafo de guerra. La protagonista es Rebecca (con el rostro de Juliette Binoche en el que los directores esculpen sentimientos), una reportera de guerra de prestigio, que trata de equilibrar su vida entre una profesión que la apasiona, que continuamente la pone en complejos dilemas (y en la que es capaz de arriesgar sin medir las consecuencias), y sus relaciones familiares con un marido y dos hijas (una de ellas adolescente) a los que adora que viven en Irlanda esperando siempre su llegada.

Erik Poppe antes de ser director fue reportero gráfico en zonas de conflicto y se nota la carga autobiográfica en la película, se siente que sabe de lo que habla y lo que refleja. Y ese es uno de los fuertes de esta película. Solo por la primera media hora (en la que apenas hay diálogos) y los minutos finales merece la pena no dejar escapar el visionado de esta película. Durante esos tiempos vemos a Rebecca en Kabul realizando un reportaje gráfico que golpea al espectador. Detrás de cada fotografía, hay una historia que contar. Una injusticia que narrar y denunciar. Y Rebecca tiene ese concepto de su profesión en sus venas.

La segunda parte de la película narra un conflicto familiar. Tanto a su marido como a sus hijas se les hace cada vez más difícil la espera y entienden menos los riesgos que la reportera asume. Tanto el marido como las dos hijas (sobre todo la adolescente) temen esa llamada que anuncie la pérdida definitiva. La presión es tan fuerte (la nueva vuelta a casa ha sido después de un reportaje que casi acaba con la vida de la fotógrafa) que su marido la pide que elija entre los dos mundos: su profesión o ellos. Pero para Rebecca vivir en la normalidad, sin que se le dispare a cada segundo la adrenalina, sin sacar fotografía alguna, se le hace casi misión imposible. Este sentimiento de no saber vivir en la cotidianidad y en la normalidad con los problemas habituales de las sociedades de los estados de bienestar, ese no saber vivir en una situación de paz pero con otro tipo de dificultades, también fue reflejado magníficamente por Michael Haneke en Código desconocido con otro fotógrafo de guerra que regresaba durante unos días a París, al hogar de su novia (precisamente ella era Juliette Binche).

Rebecca trata de aferrar los lazos con su marido y sobre todo con su hija adolescente (que termina entendiendo a su madre –sobre todo cuando comparte con ella un viaje a un campo de refugiados en Kenia– y aprende a vivir con el miedo de la pérdida). Así Erik Poppe es absolutamente sutil, delicado y elegante en el reflejo de la relación entre madre e hija logrando momentos de una emoción intensa. Quizá el personaje peor construido y la relación más desdibujada sea con su marido (un desaprovechado Nikolaj Coster-Waldau) aunque cuenten con escenas en las que se siente la química entre ambos.

Erik Poppe plantea varias cuestiones en Mil veces buenas noches para un debate o tertulia intensa y además posee una mirada cinematográfica que deja momentos de gran belleza. Pero sobre todo muestra un amor y toda la pasión por una profesión necesaria: la del fotógrafo en zonas de conflicto. Porque detrás de una fotografía, hay una historia que contar. Porque ante una fotografía… se hace reaccionar al ciudadano ante situaciones injustas. Porque ante una fotografía, se evita el olvido. Porque detrás de una fotografía, hay una denuncia…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.