Vivir sin aliento (Breathless, 1983) de Jim McBride

El director Jim McBride y su particular Al final de la escapada

La osadía a veces funciona. Y Jim McBride fue un osado con Vivir sin aliento. ¿Hacer un remake de una de las joyas fundacionales de la Nouvelle Vague? ¿Atreverse a trasladar el universo de Al final de la escapada (1960) de Jean Luc Godard a los alrededores de Las Vegas? ¿Intentar recrear la magia de dos intérpretes míticos como Jean Paul Belmondo y Jean Seberg? Pues sí, se atrevió a todo esto.

Y además Jim McBride logró una película con personalidad propia arrastrando toda una mitología cinematográfica de cine negro en Hollywood: las parejas malditas perseguidas por la justicia y con un halo de amor fou en sus historias, tratando de llegar a la frontera. No solo eso, sino que creó una historia con sus propios referentes. Dio un vuelco al existencialismo francés y sus personajes buscaron la redención final.

Richard Gere da vida a un personaje carismático. Jesse, un ladrón de poca monta y hortera, que ama a Monica (Valérie Kaprisky), una sensual estudiante de arquitectura parisina. Porque para él cada día es todo o nada.

El actor, en el momento de rodar la película, es heredero de los duros de Hollywood que encarnaron personajes con un halo de malditismo (los primeros Paul Newman, Warren Beatty, James Dean, Montgomery Clift o Marlon Brando), cuenta con una sensualidad exhibicionista (en todas sus primeras películas Gere se desnuda sin complejo alguno y deja ver toda su anatomía) y con un sentido trágico de la vida innato en un mundo moderno que lo termina devorando.

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Críticas en unas pocas palabras de películas de estreno

El triunfo (Un triomphe, 2020) de Emmanuel Courcol

El triunfo, cine y teatro en armonía.

Cuando estaba viendo esta película francesa, me vino a la cabeza una británica de Peter Cattaneo, Lucky Break y una italiana de los hermanos Tavianni, César debe morir. En los tres largometrajes, unos presos en una cárcel se interesan por el teatro y sienten la posibilidad de alcanzar la libertad. Y las tres películas muestran una manera muy diferente de contar esta historia.

La francesa se inspira en una historia verídica, y presenta a un profesor de teatro que ama lo que hace, que trata a los presos como actores profesionales y que les propone montar algo muy serio: Esperando a Godot de Samuel Beckett. En El triunfo se respira en cada fotograma un amor inusitado hacia el teatro; el poder que siente uno encima de un escenario; cómo la vida alimenta a la ficción, y viceversa; y, por último, deja sentir una obra de teatro que puede hacer comprender una situación, unas vidas y esa sensación de espera…

La hija oscura (The Lost Daughter, 2021) de Maggie Gyllenhaal

La hija oscura, una reflexión incómoda sobre la maternidad.

La actriz Maggie Gyllenhaal se pone detrás de la cámara para rodar una historia psicológica e incómoda sobre la maternidad, adaptando una novela de Elena Ferrante. Se pone en la piel de una profesora de literatura, Leda (maravillosa Olivia Colman), que está de vacaciones en un idílico lugar al lado del mar. De pronto, su contacto con una joven madre (enigmática y sensual Dakota Johnson) y su hija pequeña desata una tormenta interior en Leda. Desde ese momento, rememora su propio papel como madre joven (Jessie Buckley) de dos niñas.

Desde el principio todo lo vemos desde la mirada de Leda que cada vez está más incómoda y todo lo que la rodea va adquiriendo una tonalidad siniestra, desagradable y amenazante. A la vez que también va tomando decisiones y llevando a cabo acciones cada vez más incomprensibles: como esa muñeca que acaba en su poder y que desata una tormenta interior. En realidad, Leda trata de reconciliarse con una decisión que tomó en el pasado y con las sensaciones encontradas que tiene con lo que sintió: la felicidad sin las ataduras de la maternidad.

Muerte en el Nilo (Death on the Nile, 2022) de Kenneth Branagh

Muerte en el Nilo, cuando el cine es puro entretenimiento.

Kenneth Branagh apuesta por el cine puro y duro de entretenimiento, llevándonos a lugares exóticos, dejándonos arrastrar por el glamour, por las pasiones desatadas, por varios asesinatos y un peculiar detective belga para resolverlos. Si al principio de su carrera, Branagh abrazó a William Shakespeare, ahora se siente cómodo en el universo de Agatha Christie.

Una cosa está clara en sus dos películas sobre el universo de la dama del misterio: se siente cómodo como Hércules Poirot, y no solo eso…, sino que se lo pasa bien en su piel. Es más, en esta glamurosa Muerte en el Nilo, le regala un pasado en que se nos revela la razón de su famoso bigote, y le regala la posibilidad de enamorarse.

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Y va de dos libros: El señor Wilder y yo (Anagrama, 2022) de Jonathan Coe / El vendedor de naranjas (Pepitas, 2021) de Fernando Fernán Gómez

El señor Wilder y yo (Anagrama, 2022) de Jonathan Coe

El señor Wilder y yo te deja una sonrisa en la boca al terminar de leerla. Y sobre todo Jonathan Coe consigue una novela de lo más cinematográfica. Continuamente, con distintos recursos, una película se está proyectando ante los ojos del lector: por ejemplo, una de las partes está escrita en forma de guion o a lo largo de las páginas hay variadas alusiones a películas o al lenguaje cinematográfico ante determinadas situaciones. Lo más logrado, sin embargo, es convertir en atractivos personajes literarios a un par de amigos muy singulares: Billy Wilder y el guionista I.A.L. Diamond.

Así como Christopher Bram, se centraba en los últimos días de James Whale para reconstruir su vida en El padre de Frankenstein (que se convertiría en la película Dioses y monstruos), Jonathan Coe también recrea los últimos años de Billy Wilder, centrándose en el rodaje de su penúltima película, Fedora. El recurso de Jonathan Coe es observar a Wilder y a Diamond a través de los ojos de un tercero.

Así la narradora es una compositora de bandas sonoras, Calista Frangopoulou, que, en un momento crítico de su vida (no le llueven ofertas de trabajo, sus dos hijas están empezando a abrirse camino con dificultades de distinta índole: una se va de casa para estudiar lejos y la otra lidia con un embarazo no deseado y su marido quizá no da la misma importancia o no siente de la misma manera por lo que está pasando), recurre al recuerdo: al momento en que ella también, entre incertidumbres, empezó a caminar sola por la vida, abandonando durante una temporada su ciudad natal, Atenas. Y en esanueva senda que emprende,tiene dos buenos compañeros de viaje: Wilder y Diamond. Por casualidades, termina de intérprete y asistente de Diamond durante el rodaje de Fedora.

El personaje inventado, Calista, recibe lecciones de vida de esta experiencia laboral con estos dos amigos, pero quizá la más importante es: «Te depare lo que te depare, la vida siempre tiene placeres que ofrecerte. Y deberíamos aprovecharlos». Cuando entra en contacto con Wilder y Diamond, nada sabe de ellos ni de su cine. Son los tiempos de «la panda de la barba», tal y como los llama Billy, de la generación del Nuevo Hollywood.

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La ascensión (Voskhozhdeniye, 1977) de Larisa Shepitko

Larisa Shepitko filma La ascensión, una película sobre el sinsentido de la guerra.

En 1979, con tan solo 41 años, Larisa Shepitko murió en un accidente de coche. Estaba trabajando para realizar lo que más amaba, películas. Iba con su equipo técnico buscando localizaciones para su siguiente proyecto: Adiós a Matiora. Su marido, el también cineasta, Elem Klimov, terminó el largometraje cuatro años después. La directora ucraniana junto a su marido, Marlen Khutsiev, Andrei Tarkovsky, Andrei Konchalovsky, Aleksey German o Georgi Daneliya formaron parte de la nueva ola del cine soviético durante finales de los sesenta y principios de los setenta. Elem Klimov (Masacre. Ven y mira) realizó poco después de su muerte una declaración de amor a su esposa, el cortometraje Larisa, donde se ve la pasión de la realizadora por el cine. Unos minutos emocionantes donde a través de fotografías fijas y grabaciones se dibuja la personalidad de Shepitko y se repasa su breve filmografía.

La ascensión, su última película, es tremendamente hermosa y dura. Es de esas historias que reflejan con crudeza el sinsentido de la guerra, centrándose en aquellos que más la sufren. Larisa Shepitko filma el sufrimiento y el dolor, pero también la dignidad de los que padecen, trasciende su desgarro. Los protagonistas de la película son seres humanos que tratan de resistir cada día y que intentan sobrevivir como pueden.

La directora ucraniana convierte la odisea de dos partisanos soviéticos que tratan de buscar provisiones para su grupo durante la Segunda Guerra Mundial en un relato mítico. Poco a poco, su odisea va adoptando la forma de un viacrucis de sufrimiento donde uno será una especie de Jesucristo, que se sacrifica por salvaguardar sus ideales y por no traicionar a sus compañeros; y el otro un Judas, tremendamente humano, que tiene miedo a morir, y por ello es capaz de la traición, aunque la mala conciencia no le deje vivir.

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