Hermosas mentiras. Tópicos y clichés en el cine de Alfredo Moreno (Limbo errante, 2018)

Hermosas mentiras

Alfredo Moreno abre su ensayo con una cita reveladora de Luis Buñuel, pues define perfectamente cuál es la mirada del autor hacia el séptimo arte. En dicha cita el director aragonés dice: “El misterio, elemento esencial de toda obra de arte, falta en general en las películas. Autores, realizadores y productores tienen mucho cuidado de no perturbar nuestra tranquilidad, cerrando la ventana de la pantalla al mundo de la poesía. Prefieren proponer argumentos que son una continuación de nuestra vida cotidiana, repetir mil veces el mismo drama, hacernos olvidar las penosas horas del diario trabajo. Todo esto sazonado por la moral habitual, por la censura gubernamental, la religión, el buen gusto, el humor blanco y otros prosaicos imperativos de la realidad. Al cine le falta misterio”. De esta manera Alfredo Moreno convierte Hermosas mentiras en un libro honesto, idealista y transparente. Honesto, porque deja al descubierto su forma de ver el cine y lo argumenta en cada línea. Idealista, porque para él el cine sobre todo es un arte, y tendría que abrir puertas, por eso sufre cuando cae una y otra vez en la otra vertiente, en la industria, que manipula y redirige. Transparente, porque aquellos que llevamos años siguiendo a Alfredo Moreno a través de su blog 39 escalones ya conocemos esa mirada, esa forma de expresarla, y su rigurosidad a la hora de argumentar. Y también cómo pese a su mirada pesimista sobre los derroteros y caminos que están tomando las películas, no puede esconder su pasión, y deslumbrarse ante los autores o creadores que sí se expresan a través del séptimo arte y no dejan de crear obras para gozarlas, mirarlas y que sirvan de aprendizaje sobre el mundo que nos rodea.

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El bruto (El bruto, 1953) de Luis Buñuel

El Bruto

El bruto, el abuelo y la femme fatale.

La etapa mexicana de Luis Buñuel es una mina de descubrimientos impagables. Y pese que El bruto fue una película de encargo y no figuraba entre las favoritas del propio director (pues parece ser que no pudo realizarla tal y como él quería, con absoluta libertad), se trata de una obra de rico análisis y de un desaforado y apasionante melodrama con connotaciones sociales. La huella de Buñuel la convierte, a mi parecer, en una joya a reivindicar. Además cuenta con un reparto carismático que imprime una fuerza añadida a cada una de las secuencias: Katy Jurado, arrebatadora; Pedro Armendáriz, un actor con una presencia que emana en cada momento que aparece; Andrés Soler, un actor imprescindible en la filmografía de oro mexicana; y todo un descubrimiento, el actor español Paco Martínez, que hace un abuelo buñueliano y que cada vez que sale en pantalla es imposible apartar la mirada de él.

La premisa de la historia tiene raíces sociales: Andrés (Andrés Soler), un hombre de negocios (que tienen que ver con la carne) y propietario de un inmueble quiere desahuciar a sus inquilinos, todos humildes, para poder construirse un hogar más grande y cómodo. No tiene miramiento alguno y la ley está de su parte, pero se topa con la oposición vecinal, liderada por varios vecinos, entre los que se encuentra Carmelo González (Roberto Meyer), un obrero que vive con su joven hija, Meche (Rosita Arenas). Andrés asesorado por su joven amante, Paloma (Katy Jurado), decide contratar a Pedro (Pedro Armendáriz), un hombre muy bruto y con pocas luces, que además conoce desde hace años (para el bruto Andrés es su patrón y le sigue con fidelidad eterna), para pegar, asustar e intimidar a los líderes. Pedro pone en marcha la maquinaría: deja su trabajo en el matadero, abandona su hogar ya de por sí desestructurado, se va a casa del patrón… y golpea al líder más visible, Carmelo. A partir de estos acontecimientos se desata un melodrama desaforado, donde el bruto, a pesar de todos sus defectos, no solo se va convirtiendo también en víctima como los demás inquilinos, sino que también va tomando conciencia…, pero de nada le sirve.

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El amante doble (L’amant double, 2017) de François Ozon

El amante doble

… la mirada de Chloé

Si en El perro andaluz, Buñuel rasgaba un ojo para indicar con ímpetu y violencia otra mirada sobre la pantalla; Ozon en El amante doble comienza con un primer plano explícito de una observación vaginal que se funde con el ojo de la protagonista, Chloé (Marine Vacth), una joven con una inestabilidad emocional evidente. Y así queda dicho que iremos unidos a su mirada y a sus entrañas, a lo más profundo de su ser. Además Ozon vuelve a trabajar con Marine Vacth, que si en Joven y bonita revelaba el difícil autodescubrimiento sexual de su protagonista, convertida en una belle de jour adolescente; en El amante doble enmarca su rostro bello en un museo de arte contemporáneo para ponerla en el centro de la trama de un thriller psicológico. Y en las dos, Marine Vacth es la representación del deseo y la seducción, siempre con un punto de inestabilidad o distanciamiento emocional.

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Gilda en los Andes de Fernando Marañón (Berenice, 2017)

Gilda en los Andes

Una película perdida es el trepidante macguffin para sumergirse en Gilda en los Andes. Y ese título evocador es una metáfora sobre lo que es capaz de hacer un cinéfilo por recuperar o descubrir una película en paradero desconocido… En las páginas del libro encontramos una leyenda que cuenta que “un grupo de locos animados por la Hayworth decidieron que debía preservarse una copia a toda costa, de la hecatombe nuclear, de los puritanos radicales, de la ira de Alí Khan…, ¡qué se yo! Y se lanzaron a enterrarla en lugar seguro e inexpugnable en la cordillera de los Andes”. Pero la película perdida no es Gilda, aunque por supuesto tiene su protagonismo, no podía ser de otra manera. La película perdida es la copia número tres de La dama de blanco de Rasmus Bjornson, cineasta de tierras frías. Fernando Marañón, con un buen sentido del ritmo, crea una novela que es un homenaje al cine tanto en la forma de escribirla como en lo que cuenta. No solo hay cine negro y de espías en la narración sino también máquina de escribir de la novela negra norteamericana, con los escenarios fríos de la novela negra nórdica. Y también un poco de esa España de thriller que sobrevive en una crisis económica y social, con la corrupción política a cuestas y que baila entre lo tradicional y lo moderno… con ecos quijotescos y ese humor de superviviente de la pluma de Quevedo. Pero también un juego perpetuo de realidad y ficción, de personajes históricos mezclados con otros irreales, de edificios y escenarios que forman parte de nuestro mundo y otros de creación literaria… e incluso algún personaje fantasmagórico, algunas mujeres míticas que arden como el celuloide y otros de carne y hueso. Y de ese cóctel explosivo se consigue una novela de lo más entretenida.

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Ensayo de un crimen (La vida criminal de Archibaldo de la Cruz, 1955) de Luis Buñuel

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¿Ensayo de un crimen, magnífica comedia negra de Luis Buñuel? Definitivamente, sí. Tres años después de Él, el director aragonés vuelve a retratarnos a un aristócrata mexicano obsesivo y complejo, Archibaldo de la Cruz (Ernesto Alonso), un asesino en potencia (solo en potencia… porque como dice un juez: “el pensamiento no delinque, don Archibaldo”). Así un señor que sueña con ser asesino de mujeres (sean estas santas o de vida alegre) queda suelto… y feliz. Sin sentimiento alguno de culpa.

De nuevo Luis Buñuel ha vuelto a engancharme y a fascinarme por partes iguales. Al igual que el protagonista de Él, Francisco Galván de Montemayor, era de inspiración literaria, es decir, personaje de una novela de Mercedes Pinto; Archibaldo de la Cruz es también una inspiración de un personaje literario de una novela de Rodolfo Usigli (que en un principio iba a colaborar en la escritura del guion pero luego puso muchas pegas a cómo quería adaptar Buñuel su obra… y provocó varios quebraderos de cabeza al director pero que fueron solventados porque Buñuel puso en los créditos claramente que era una inspiración y buscó otro título para su exportación, La vida criminal de Archibaldo de la Cruz no respetando el título de la novela original, Ensayo de un crimen). Y Archibaldo de la Cruz también tiene la apariencia de todo un señor con posibles, creyente y soltero.

Buñuel empieza este relato de forma brutal (y con mucho encanto)… y ya atrapa de lleno al espectador. Oimos una voz en off de un hombre que recuerda su infancia en la Revolución mexicana mientras pasa las páginas de un libro de fotografías. Un niño, hijo único de una familia burguesa totalmente enmadrado. De su educación y su cuidado se encarga una joven y atractiva institutriz. Ésta le encuentra en un armario con las ropas de su madre (entre ellas un corsé), le regaña pero enseguida entra la madre y le prodiga de mimos antes de irse a una representación teatral. La madre le regala una preciosa caja de música con bailarina incluida y una melodía especial y le pide a la institutriz que le cuente el relato relacionado con la caja. Así ésta empieza a narrarle un cuento de corte fantástico donde la caja de música tiene la propiedad de que si se piensa en la muerte de alguien… y se la hace sonar, éste fallece inmediatamente. El niño hipnotizado por la historia, piensa en la muerte de la institutriz y hace sonar la caja de música. En ese mismo instante, la casa de los burgueses está siendo asediada… y hay diversos disparos, uno de ellos atraviesa la ventana, justo cuando la institutriz está mirando preocupada lo que ocurre… y la mata. Cae ante la mirada del niño que siente horror pero también atracción porque se cree con el poder de matar. Observa la sangre de su cuello… y sus piernas sensuales.

Volvemos de nuevo a escuchar la voz que nos está narrando esta historia y vemos que pertenece a Archibaldo de la Cruz que se encuentra en la cama de un hospital atendido por una monja y es a ésta a quien está contando esta historia. Y vemos cómo éste sigue obsesionado con la muerte, con el acto de matar. Y cómo se obsesiona con asesinar a la monja. Cuando ésta va a por un vaso de leche, y está bastante alucinada con lo que le acaba de contar el paciente, Archibaldo se levanta de la cama y se dirige a un maletín lleno de navajas de afeitar, cada una en su mango tiene inscrito un día de la semana. Cuando la buena monja entra para darle el vaso, éste va a llevar a cabo su asesinato pero la hermana asustada sale corriendo y ve la puerta abierta del ascensor, entra corriendo pero cae al vacío… y muere. ¿Principio brutal o no?

Así Buñuel ya nos ha caracterizado al personaje perfectamente y además también ha dado con el tono de la historia… Así la próxima escena es encontrarnos a un juez que está investigando la muerte de la monja. Éste se informa de que uno de los pacientes era Archibaldo que se encontraba en el hospital por una crisis nerviosa debido a lo de su esposa (otro misterio, no sabemos qué ha pasado con su esposa). El juez a continuación entrevista a don Archibaldo que se declara culpable de la muerte de la monja (y confiesa que de otras víctimas) y empieza a contar su historia. De nuevo un largo flash back nos sigue contando los avatares de un asesino en potencia… pero sólo en potencia. El azar es más rápido que él.

Asistimos a tres ‘ensayos’ de asesinato a cada cual más escalofriante. El ambiente y la imaginería de Buñuel envuelven esta historia apasionante. Esta comedia negra y macabra con final feliz (que para mí va absolutamente con el tono… y no deja de ser inquietante). Sus tres ‘víctimas’, son tres mujeres muy distintas. La voluptuosa Patricia (Rita Macedo), la virginal Carlota que será su futura esposa (Ariadna Welter) y la modelo Lavinia (la mítica y trágica Miroslava en la que sería su última interpretación antes de su suicidio). La espiral de ‘intentos’ de asesinato se activa cuando Archibaldo vuelve a recuperar la caja de música de su infancia en un anticuario.

El estuche con las navajas de afeitar (uno para cada día de la semana), la caja de música, el propio hogar de Archibaldo con su taller de ‘artista’, la muñeca de cera exactamente igual que Lavinia (que protagoniza una de las escenas más escalofriantes), un saltamontes que repta por un árbol… El casino donde vuelve a encontrarse a Patricia o el bar donde también se fija en Lavinia (que ya la conocía del anticuario), la casa de su prometida Carlota con una capilla a la virgen María… Todo convierte Ensayo de un crimen en un artefacto perfecto, inquietante y tenebroso…

Retorcido es Archibaldo pero también todos los personajes masculinos que le acompañan en sus avatares. El prometido de Patricia y la relación que se han construido entre ambos, el futuro marido de Lavinia (un hombre mayor tremendamente celoso) o el arquitecto Alejandro, hombre casado que no puede conseguir el divorcio, pero que lleva tiempo con Carlota… Los tres hombres son también hombres ricos y burgueses que se dejan llevar por las apariencias… pero en el mundo privado y en sus relaciones con las mujeres esconden una ‘bestia’. Archibaldo es otra ‘bestia’ frustrada… Para los cuatro hombres… las ‘víctimas’ son tan sólo ‘oscuros objetos de deseo’ capaces de activar sus instintos más ocultos.

Buñuel retuerce el pescuezo del espectador hasta llegar al paroxismo con la escena de la incineración… donde la cara de locura de Archibaldo nos pinta que realmente estamos ante una bestia frustrada… que anda suelta. El director no deja títere con cabeza: los turistas son presentados como ridículos, como también lo es Archibaldo en su profunda exquisitez y educación y en una escena delirante se burla de las fuerzas del orden. Esa escena contiene un diálogo de antologia entre un cura (con el mismo actor que también hacía de cura en Él), un representante del ejército y un comisario mientras los tres asisten a la boda entre Archibaldo y Carlota.

Como en Él también hay una escena donde refleja el amor fou, la pasión amorosa más allá de la razón, y es el encuentro entre Archibaldo y Lavinia en el bar. Ahí él se fija en el rostro de la modelo entre llamas de fuego y se queda ensinismado. Después (y nos recorre un escalofrío) la llama su pequeña Juana de Arco… O también nos encontramos con ‘ensoñaciones’ macabras del protagonista… No tiene desperdicio cuando imagina una escena con su ‘amada’ esposa recién casada, todavía con el traje de novia, en el lecho nupcial…

Ensayo de un crimen… nos hace temblar ante la irónica frase del juez: “el pensamiento no delinque”. Y lo más tremendo (ay… ese humor negro) es que en todo el metraje no se nos quita la sonrisa de la boca… porque Archibaldo es mucho Archibaldo…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

El banquete de los genios. Un homenaje a Luis Buñuel de Manuel Hidalgo (ediciones Península, 2013)

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El periodista y escritor Manuel Hidalgo ‘conversa’ con una fotografía y cuenta una historia. Y a partir de una imagen articula un libro ameno y original lleno de llaves, pasillos y recovecos… La fotografía es obra de Marv Newton y fue atrapada por su objetivo en noviembre de 1972. Recogía una instantánea irrepetible, un grupo de hombres frente a la camara. Todos reunidos en un banquete en el 9166 de Cordell Drive, en Beverly Hills. Ése era el hogar del anfitrión, el director de cine George Cukor. La razón del almuerzo: la presencia de Luis Buñuel en Hollywood. El director de Historias de Filadelfia aprovecha esta situación para invitar a otros colegas de la profesión. Luis Buñuel se encontraba en esos momentos en Hollywood porque su película El discreto encanto de la burguesía clausuraba el Festival Internacional de Cine de Los Ángeles (y  posteriormente ganaría el oscar a la mejor película de habla no inglesa).

En esa fotografía (si la miras de frente y como se puede ver en la portada del libro) se encuentra en el centro Luis Buñuel sentado y a su derecha Alfred Hitchcock y Rouben Mamoulian y a su izquierda George Stevens y Billy Wilder. Detrás de pie, de izquierda a derecha, Robert Mulligan, William Wyler, George Cukor, Robert Wise, Jean-Claude Carrière (guionista) y Serge Silberman (productor). También se encontraba en la comida pero tuvo que irse antes de la fotografía de grupo porque no se encontraba bien del todo (aunque existen otras imágenes que certifican su asistencia), John Ford. Y estaba invitado pero no puedo acudir por problemas de salud, Fritz Lang. ¿Quién no hubiese deseado estar ahí y poder charlar de cine sin parar?

Manuel Hidalgo encuentra así un punto de vista diferente para hablar de la figura y obra del director aragonés. Y consigue unas páginas amenas y un acercamiento singular a Luis Buñuel. Finalmente queda un homenaje (como señala el subtítulo del libro) que puede ser un buen principio para aquellos que no conozcan demasiado al director y una guinda perfecta y curiosa para aquellos que conocen y exploran tanto su obra como su personalidad.

El periodista no solo recrea y cuenta lo que se sabe sobre esa reunión (incluyendo menú, posibles bebidas y conversaciones) sino que crea también un perfil de cada uno de los asistentes y las posibles conexiones con el director español construyendo una interesante red. Por otra parte, también imagina los diferentes motivos para celebrar dicha reunión y las sensaciones que pudo tener tanto el protagonista como los demás asistentes.

La obra cinematográfica de Buñuel y su esencia la examina a través de un exhaustivo análisis del argumento de El discreto encanto de la burguesía. A partir de un paseo por las imágenes de la película (por cierto película que aún no he visto… pero ya imaginada fotograma a fotograma) va extendiendo distintos brazos que van formando un armazón que recoge su legado cinematográfico. Además trata de valorar realmente qué significó esta película dentro de la obra del director. Qué supuso cuando se estrenó, cuál fue el secreto de su posible éxito y cómo puede interpretarse en la actualidad.

También especula con que hubiese sido posible la presencia en dicha comida de Truffaut que elevó a casi todos los presentes a la categoría de autores cinematográficos… y que también poseía varias conexiones con Buñuel (entre otras haber trabajado con actrices como Catherine Deneuve o Jeanne Moreau…).

O finalmente descubre también la presencia de varios ausentes de la fotografía: Rafael Buñuel, uno de los hijos del director, el propio fotógrafo y un periodista que recogió y fue testigo del ‘inmortal’ encuentro.

Y señala las influencias de la figura de Luis Buñuel en otros cineastas del mundo y lo que cuesta bucear esas influencias en los cineastas españoles. Así como la escasa bibliografía escrita por estos lares sobre él… o cómo esa misma fotografía que sirve de portada para su libro, fue empleada para una retrospectiva en el Festival de cine de San Sebastián…

Pero también realiza otra crónica interesante. En qué momento se encontraban estos cineastas ya mayores… (excepto Robert Mulligan el benjamín del grupo), cuál era su situación, si estaban rodando o no, sus últimas películas… Cómo era un grupo de creadores que conformó la Edad de Oro de Hollywood pero que ya estaba pasando el relevo a los directores que estaban conformando el Nuevo cine americano. O explica cómo Buñuel se encontraba en ‘una nueva etapa dorada creativa’ que permitió que pudiera trabajar hasta al final con un productor que le apoyaba y un guionista que trabajaba codo con codo con él. Y narra cómo algunos de los protagonistas de este almuerzo murieron relegados en el olvido, retirados o con muchas complicaciones para realizar sus últimas aportaciones cinematográficas. Y también la confrontación entre cineastas europeos y cineastas de Hollywood. Una confrontación de amor-odio, de admiración y animadversión, de te quiero lejos pero también cerca… Así como un nuevo mapa político y social que también afectaba al mundo del cine y a los temas reflejados y tratados…

Lo dicho, las fotografías hablan, cuentan y Manuel Hidalgo sabe cómo narrar una historia a partir de una imagen congelada. Nos convierte a todos los lectores en ese posible ausente —que no aparece en la fotografía pero que estaba allí— de un banquete de genios…

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Él (Él, 1952) de Luis Buñuel

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Hasta el año pasado no la había visto nunca y ahora hace unos días la he vuelto a ver. Si me entusiasmó la primera vez, la segunda me ha confirmado que Él es una obra cinematográfica redonda, llena de matices, detalles y una muestra genial del dominio del lenguaje cinematográfico por parte de Luis Buñuel. Me ha gustado tanto otra vez que no he podido contener las ganas de teclear y teclear. Porque Él no sólo es redonda por lo que cuenta sino por cómo lo cuenta. Además de ser una película plenamente buñueliana (dentro de su periodo mexicano), bebe del melodrama desaforado, disecciona de manera magistral los celos patológicos y deja una composición genial de un personaje con el rostro de Arturo de Córdova, que borda su papel.

La película, como ese ojo que diseccionó en El perro andaluz, tiene dos cortes radicales en su narración cinematográfica. Dos elipsis magistrales y radicales. Y como ese ojo desgarrado, Él muestra esa mirada fragmentada, única y especial que tiene la filmografía de Buñuel.

Pero hablemos de esos dos cortes… Él empieza como un relato sobre un enamoramiento extremo y obsesivo, cercano a un amor fou. Conocemos a un hombre rico y devoto Francisco Galván de Montemayor que un Jueves Santo (ya hablaremos de esto) conoce a Gloria, la mujer de sus sueños. Y no cesa su persecución hasta que consigue a la dama. En el momento en que Gloria le besa y deja a su novio, un arquitecto, el relato sufre su primer corte radical. Hasta ahora la narración ha sido cronológica y ‘clásica’. El salto nos lleva a una Gloria en la calle casi atropellada por su antiguo ex. La casualidad ha hecho que se choquen. La Gloria que nos encontramos no es una mujer enamorada, sino una mujer asustada, triste y nerviosa que tras la duda decide subirse al coche de su ex. Nos enteramos de que él lleva meses sin pisar la ciudad, que ha intentado superar el abandono de Gloria, que ahora es una mujer casada, y que no la guarda ningún rencor. Gloria en el coche le dice que su vida es una pesadilla… y empieza a contarle todo en un largo flashback. Ahora Él se cuenta desde el punto de vista de la víctima que nos narra un relato terrorífico de un hombre convertido en ‘una bestia’ acosado por los celos.

Una vez que regresamos del gran flashback, el relato vuelve al presente y recuperamos la mirada de un Francisco demente… y nos encontramos sumergidos en un relato de terror ante un hombre que no puede controlarse y una víctima que se ve cada vez más atrapada. Cuando Francisco ha perdido absolutamente la cordura en la Iglesia de su amigo el sacerdote, una vez que Gloria ha reunido las fuerzas para huir de casa…, ocurre el segundo corte radical. Nos encontramos con una Gloria recuperada y feliz junto a su ex y un niño, su hijo, que están en un monasterio preguntando, interesados, por Francisco. Deciden no verle pero se alegran por su recuperación y su nueva vida entregada al silencio y la oración. El mismo padre que les cuenta cómo está de recuperado Francisco, le narra a éste toda la conversación… y bajo la capucha asoma de nuevo un demente, un hombre obsesionado sin recuperación posible. La última imagen de Él es impactante. Un hombre con su hábito, Francisco, que anda en zig zag por una vereda de árboles. Y el espectador sabe que ante esa aparente tranquilidad y belleza, ese extraño andar esconde a un hombre inquietante.

Él con sus dos cortes es un artefacto cinematográfico perfecto. Además, creo que analiza y disecciona la mente de un celoso patológico que confunde amor con posesión y dominio. También dibuja perfectamente a la víctima y su situación de aislamiento, soledad y terror (una acertada Delia Garcés). Buñuel sabía lo que era ser un hombre celoso y entiende la mente de su protagonista. Sabe meterse en su piel. Y es escalofriante. Luis Buñuel ‘entiende’ a su personaje porque él mismo era un hombre celoso. El director aragonés aisló y silenció, siempre en la sombra, a su esposa Jeanne Rucar.

Luis Buñuel no sólo construye un interesante y complejo guion junto a Luis Alcoriza (adaptando una novela de Mercedes Pinto con el mismo nombre…, que leyendo un poco de información en la Red sobre la autora nos descubre a una mujer muy interesante) sino que además la película consigue una atmósfera muy especial en parte gracias a la fotografía de Gabriel Figueroa y por una puesta en escena que saca el máximo provecho a los escenarios donde transcurre la trama siendo lugar privilegiado la mansión modernista y el jardín donde vive el protagonista. Además también juega con un título inquietante, ¿quién es Él? Ese Él puede ser el propio protagonista desde la óptica de la mujer víctima o una concepción mucho más interesante: Él es la figura imaginaria, la presencia masculina, siempre presente en la mente enferma de Francisco. Esa presencia masculina imaginaria es la que provoca sus continuos celos, su obsesión.

Pero son muchos los aspectos que me han ido seduciendo de Él. Uno de ellos ha sido encontrar muchas similitudes con el universo hitchcockiano. El director británico le admiraba, parece ser que no así el aragonés… Buñuel no hablaba ni escribía mucho de sus gustos cinéfilos, como queda reflejado en un libro que estoy ahora mismo disfrutando, El banquete de los genios de Manuel Hidalgo y que pronto escribiré sobre él. Y de Hitchcock no tuvo, precisamente, palabras de admiración. Sin embargo sus mundos, sus universos, tienen similitudes. Por ejemplo, obsesión por ciertas partes femeninas (como pueda ser un pie o un moño, un rostro en primer plano…), su enfoque sobre la pasión, el amor fou y la obsesión. Una de mis mayores sorpresas ha sido ver ecos en Él de lo que luego seis años después sería Vértigo. Lo más evidente es una escena-clímax en un campanario… Pero también el uso de las mansiones y las escaleras. Y una sensación de suspense, de inquietud y miedo. Así el británico ha regalado mansiones y atmósferas como la de Rebeca, Encadenados o Atormentada que no recuerdan a esa mansión de Él. Imágenes y sonidos potentes: es imposible olvidar a un Arturo de Córdova desencajado sentado en unas suntuosas escaleras, arrancando una varilla de éstas, y golpeando en la pared con ella… creando un sonido de pesadilla.

También el universo buñueliano está presente en las dos escenas en la iglesia. Las dos prodigiosas y con efectos diferentes en el protagonista (y por tanto en los espectadores). Al principio de la película hay una escena espectacular, de un acto religioso un Jueves Santo. El lavatorio de pies donde un sacerdote (amigo del protagonista) realiza la ceremonia con una fila de jóvenes… la escena, el ritual, está envuelto en una especie de extraño y enfermizo erotismo que choca a quien lo mira. El protagonista mira este ritual y su mirada pasa de los pies descalzos de los jóvenes, a los pies de los fieles sentados a la primera fila… Entonces ve unos pies de una mujer que llaman toda su atención, levanta la vista y ve por primera vez a Gloria. Así refleja Buñuel el primer encuentro entre la pareja. Y la penúltima escena, cuando finalmente Francisco ha perdido la cordura y su obsesión le lleva ya a tener alucinaciones, su locura culmina en esa misma iglesia (dando circularidad al relato) donde en una atmósfera de pesadilla otra vez (ya estamos en la mente de un hombre que no atiene a razones), el protagonista siente que todos ‘los fieles’ incluso su amigo el cura se carcajean de él y su desgracia…, pierde los estribos…, una escena angustiosa donde los devotos muestran sus rostros serios (la realidad) o sus rostros deformados en risas exageradas (la pérdida de cordura de Francisco). No faltan tampoco las pinceladas de un humor negro, que bordea lo inquietante.

No hay duda que volveré a ver Él y que abriré otra puerta. El ojo acecha…

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