Él (Él, 1952) de Luis Buñuel

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Hasta el año pasado no la había visto nunca y ahora hace unos días la he vuelto a ver. Si me entusiasmó la primera vez, la segunda me ha confirmado que Él es una obra cinematográfica redonda, llena de matices, detalles y una muestra genial del dominio del lenguaje cinematográfico por parte de Luis Buñuel. Me ha gustado tanto otra vez que no he podido contener las ganas de teclear y teclear. Porque Él no sólo es redonda por lo que cuenta sino por cómo lo cuenta. Además de ser una película plenamente buñueliana (dentro de su periodo mexicano), bebe del melodrama desaforado, disecciona de manera magistral los celos patológicos y deja una composición genial de un personaje con el rostro de Arturo de Córdova, que borda su papel.

La película, como ese ojo que diseccionó en El perro andaluz, tiene dos cortes radicales en su narración cinematográfica. Dos elipsis magistrales y radicales. Y como ese ojo desgarrado, Él muestra esa mirada fragmentada, única y especial que tiene la filmografía de Buñuel.

Pero hablemos de esos dos cortes… Él empieza como un relato sobre un enamoramiento extremo y obsesivo, cercano a un amor fou. Conocemos a un hombre rico y devoto Francisco Galván de Montemayor que un Jueves Santo (ya hablaremos de esto) conoce a Gloria, la mujer de sus sueños. Y no cesa su persecución hasta que consigue a la dama. En el momento en que Gloria le besa y deja a su novio, un arquitecto, el relato sufre su primer corte radical. Hasta ahora la narración ha sido cronológica y ‘clásica’. El salto nos lleva a una Gloria en la calle casi atropellada por su antiguo ex. La casualidad ha hecho que se choquen. La Gloria que nos encontramos no es una mujer enamorada, sino una mujer asustada, triste y nerviosa que tras la duda decide subirse al coche de su ex. Nos enteramos de que él lleva meses sin pisar la ciudad, que ha intentado superar el abandono de Gloria, que ahora es una mujer casada, y que no la guarda ningún rencor. Gloria en el coche le dice que su vida es una pesadilla… y empieza a contarle todo en un largo flashback. Ahora Él se cuenta desde el punto de vista de la víctima que nos narra un relato terrorífico de un hombre convertido en ‘una bestia’ acosado por los celos.

Una vez que regresamos del gran flashback, el relato vuelve al presente y recuperamos la mirada de un Francisco demente… y nos encontramos sumergidos en un relato de terror ante un hombre que no puede controlarse y una víctima que se ve cada vez más atrapada. Cuando Francisco ha perdido absolutamente la cordura en la Iglesia de su amigo el sacerdote, una vez que Gloria ha reunido las fuerzas para huir de casa…, ocurre el segundo corte radical. Nos encontramos con una Gloria recuperada y feliz junto a su ex y un niño, su hijo, que están en un monasterio preguntando, interesados, por Francisco. Deciden no verle pero se alegran por su recuperación y su nueva vida entregada al silencio y la oración. El mismo padre que les cuenta cómo está de recuperado Francisco, le narra a éste toda la conversación… y bajo la capucha asoma de nuevo un demente, un hombre obsesionado sin recuperación posible. La última imagen de Él es impactante. Un hombre con su hábito, Francisco, que anda en zig zag por una vereda de árboles. Y el espectador sabe que ante esa aparente tranquilidad y belleza, ese extraño andar esconde a un hombre inquietante.

Él con sus dos cortes es un artefacto cinematográfico perfecto. Además, creo que analiza y disecciona la mente de un celoso patológico que confunde amor con posesión y dominio. También dibuja perfectamente a la víctima y su situación de aislamiento, soledad y terror (una acertada Delia Garcés). Buñuel sabía lo que era ser un hombre celoso y entiende la mente de su protagonista. Sabe meterse en su piel. Y es escalofriante. Luis Buñuel ‘entiende’ a su personaje porque él mismo era un hombre celoso. El director aragonés aisló y silenció, siempre en la sombra, a su esposa Jeanne Rucar.

Luis Buñuel no sólo construye un interesante y complejo guion junto a Luis Alcoriza (adaptando una novela de Mercedes Pinto con el mismo nombre…, que leyendo un poco de información en la Red sobre la autora nos descubre a una mujer muy interesante) sino que además la película consigue una atmósfera muy especial en parte gracias a la fotografía de Gabriel Figueroa y por una puesta en escena que saca el máximo provecho a los escenarios donde transcurre la trama siendo lugar privilegiado la mansión modernista y el jardín donde vive el protagonista. Además también juega con un título inquietante, ¿quién es Él? Ese Él puede ser el propio protagonista desde la óptica de la mujer víctima o una concepción mucho más interesante: Él es la figura imaginaria, la presencia masculina, siempre presente en la mente enferma de Francisco. Esa presencia masculina imaginaria es la que provoca sus continuos celos, su obsesión.

Pero son muchos los aspectos que me han ido seduciendo de Él. Uno de ellos ha sido encontrar muchas similitudes con el universo hitchcockiano. El director británico le admiraba, parece ser que no así el aragonés… Buñuel no hablaba ni escribía mucho de sus gustos cinéfilos, como queda reflejado en un libro que estoy ahora mismo disfrutando, El banquete de los genios de Manuel Hidalgo y que pronto escribiré sobre él. Y de Hitchcock no tuvo, precisamente, palabras de admiración. Sin embargo sus mundos, sus universos, tienen similitudes. Por ejemplo, obsesión por ciertas partes femeninas (como pueda ser un pie o un moño, un rostro en primer plano…), su enfoque sobre la pasión, el amor fou y la obsesión. Una de mis mayores sorpresas ha sido ver ecos en Él de lo que luego seis años después sería Vértigo. Lo más evidente es una escena-clímax en un campanario… Pero también el uso de las mansiones y las escaleras. Y una sensación de suspense, de inquietud y miedo. Así el británico ha regalado mansiones y atmósferas como la de Rebeca, Encadenados o Atormentada que no recuerdan a esa mansión de Él. Imágenes y sonidos potentes: es imposible olvidar a un Arturo de Córdova desencajado sentado en unas suntuosas escaleras, arrancando una varilla de éstas, y golpeando en la pared con ella… creando un sonido de pesadilla.

También el universo buñueliano está presente en las dos escenas en la iglesia. Las dos prodigiosas y con efectos diferentes en el protagonista (y por tanto en los espectadores). Al principio de la película hay una escena espectacular, de un acto religioso un Jueves Santo. El lavatorio de pies donde un sacerdote (amigo del protagonista) realiza la ceremonia con una fila de jóvenes… la escena, el ritual, está envuelto en una especie de extraño y enfermizo erotismo que choca a quien lo mira. El protagonista mira este ritual y su mirada pasa de los pies descalzos de los jóvenes, a los pies de los fieles sentados a la primera fila… Entonces ve unos pies de una mujer que llaman toda su atención, levanta la vista y ve por primera vez a Gloria. Así refleja Buñuel el primer encuentro entre la pareja. Y la penúltima escena, cuando finalmente Francisco ha perdido la cordura y su obsesión le lleva ya a tener alucinaciones, su locura culmina en esa misma iglesia (dando circularidad al relato) donde en una atmósfera de pesadilla otra vez (ya estamos en la mente de un hombre que no atiene a razones), el protagonista siente que todos ‘los fieles’ incluso su amigo el cura se carcajean de él y su desgracia…, pierde los estribos…, una escena angustiosa donde los devotos muestran sus rostros serios (la realidad) o sus rostros deformados en risas exageradas (la pérdida de cordura de Francisco). No faltan tampoco las pinceladas de un humor negro, que bordea lo inquietante.

No hay duda que volveré a ver Él y que abriré otra puerta. El ojo acecha…

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