Maratón cinéfilo para recibir con los brazos abiertos 2016: Sufragistas, Macbeth, B, La cueva y En tierra de sangre y miel

Sufragistas (Suffragette, 2015) de Sarah Gavron

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La directora Sarah Gavron trata de exponer el movimiento sufragista a través de la historia de una lavandera trabajadora y explotada, Maud Watts (Carey Mulligan), y su despertar o conciencia como mujer con deberes pero también derechos (que durante toda su vida han brillado por su ausencia), entre ellos, el del voto, para de esta manera poder también aspirar a un cambio de su situación en el futuro. Así parte de un personaje de ficción para codearla con personajes y acontecimientos históricos verídicos que tratan de exponer la complejidad del movimiento. Y digamos que con una obra cinematográfica visualmente clásica y correcta y con una galería de actrices femeninas carismáticas (Carey Mulligan, Helena Bonham Carter, Anne Marie Duff…), la directora pone en marcha una introducción válida para empezar a indagar en este grupo de mujeres que lucho por conseguir el voto.

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La novia (La novia, 2015) de Paula Ortiz

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“… Y tu hijo era un poquito de agua de la que yo esperaba hijos, tierra, salud; pero el otro era un río oscuro, lleno de ramas, que acercaba a mí el rumor de sus juncos y su cantar entre dientes”, así dice la novia en el cuadro último del tercer acto de Bodas de sangre de Federico García Lorca. Y así decide prácticamente empezar Paula Ortiz su película La novia basada en esa misma obra. La novia se convierte así en una propuesta cinematográfica muy arriesgada y bella donde Paula Ortiz, que denota su conocimiento sobre la fuente literaria, se tira sin paracaídas. Sin embargo, a pesar de sus logros y aciertos, no se alcanza la catarsis de la tragedia poética de Lorca. Todo es más fantasmal, distante y frío. Un poquito de agua…, el río oscuro desaparece.

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Romeo y Julieta (Romeo and Juliet, 1936) de George Cukor

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… érase una vez un hombre, productor de cine, que le llamaron niño prodigio de Hollywood (uno de muchos), y que para siempre literariamente quedó como personaje trágico, como el último magnate (en la inacabada novela de Fitzgerald). Siempre de delicada salud, murió a los 37 años… y creyó poseer una sensibilidad especial y concebía el cine como arte de calidad pero también como industria, las películas tenían que ser rentables (así los outsiders como Erich von Stroheim no hicieron buenas migas con el joven y fiero capitalista con aires refinados). Olfateaba entre guiones y elegía estrellas. Era la sombra alargada tras películas que llenaban salas de cine. Él fue uno de los que fueron dando personalidad propia y un sello de calidad a las producciones de la Metro-Goldwyn-Mayer. Cómo no, se enamoró de una estrella, se casó y se obsesionó con ella. Ahora ella es una sombra olvidada pero durante los años treinta era una de las reinas, Norma Shearer. Su marido, el productor, se ocupó de ello.

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Su milagro de amor (The enchanted cottage, 1945) de John Cromwell

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Son diversos los caminos que pueden llevar a una película. Uno de ellos puede ser la lectura de una novela, El beso de la mujer araña de Manuel Puig. Ahí, en una celda, Molina, un preso común y homosexual, trata de crear un universo propio y un espacio especial con su compañero, preso político, Valentín. Molina se sirve de argumentos de viejas películas que les haga evadirse de una realidad cruda… pero a la vez está tejiendo una historia real de amor y tragedia. Hay una que recuerda pero no cuenta a su compañero de celda, y no es más que una especial declaración de amor (y una explicación de lo que en realidad está haciendo con sus narraciones). Molinita trata de transformar la realidad en la que vive, conseguir transfigurar la mirada. La suya y la de Valentín. Y para ello se sirve de los recuerdos que tiene (perfectos) de una película de John Cromwell, Su milagro de amor. Una historia sobre un pianista ciego que a través de una pieza musical que ejecuta con su piano… trata de contar la extraña y hermosa historia de Laura y Oliver… en una casa encantada.

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Ran (Ran, 1985) de Akira Kurosawa

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Ran de Akira Kurosawa es de esas películas que permiten un análisis profundo y rico. El director japonés se inspiró en una obra de teatro occidental (El rey Lear de William Shakespeare) y la tiñe de su universo de cultura e historia japonesa. Kurosawa consigue una interesante y extraña fusión (cine, teatro shakesperiano, teatro japonés y un estudio pormenorizado y detallista de la historia de Japón del siglo xvi) para crear, a través del reflejo del caos, las consecuencias nefastas del poder, la violencia y la venganza. Kurosawa convierte la tragedia shakesperiana en más extremista…

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Centenario de Orson Welles (3). Otelo (Othello, 1952) de Orson Welles

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Con Otelo de Orson Welles se puede analizar la tragedia de su obra creativa, su pasión por William Shakespeare y la doble temática de muchas de sus películas: el poder y la traición. Ya no era aquel joven prodigio que entró en Hollywood con todos los medios del mundo a su alcance y una libertad creativa difícil de conseguir en el sistema de estudios…, y que le permitió realizar Ciudadano Kane, sino que tuvo que pasar carros y carretas para poder terminar sus proyectos y casi nunca tal y como él quiso. Para finalizar Otelo tuvo que pasar por mil obstáculos además de poner también sus recursos económicos (aquellos que consiguió interpretando papeles que a veces ni le iban ni le venían). El proyecto cinematográfico empezó en 1949 y no pudo estrenarse hasta 1952… entremedias productores en bancarrota, cambios de actores, diferentes escenarios y países para terminar el rodaje, ropas que no llegan, pocos medios… Y como en otras ocasiones, es difícil saber cuál es la copia que circula que realmente quería Orson Welles. Aunque existe un documental en los años setenta donde el propio director explica la odisea del rodaje y qué es lo que pretendía.

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Anna Magnani y Tennessee Williams (segunda parte). Piel de serpiente (The Fugitive Kind, 1960) de Sidney Lumet

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La segunda vez que Anna se convierte en heroína de Williams es para hacer algo que sabe bien: una mujer temperamental y trágica. Anna se convierte en Lady y es la protagonista de una tragedia cien por cien sureña. Esta vez el director es Sidney Lumet y su co-protagonista, ese Piel de serpiente, es Marlon Brando. Piel de serpiente forma parte de una de las adaptaciones cinematográficas de obras de teatro norteamericanas que lleva a cabo Lumet en ese periodo: empieza para televisión con Llega el hombre de hielo de Eugene O’Neill, continúa con Piel de serpiente y Tennessee Williamas, sigue con Panorama desde el puente de Arthur Miller, para cerrar de nuevo con O’Neill y Larga jornada hacia la noche.

Del universo Williams elige una obra que no es fácil, La caída de Orfeo, pero que tiene todos los ingredientes de su mundo teatral. El calor siempre está presente, una localidad sureña intransigente, un personaje forastero que llega y no será igual recibido por todos, relaciones complejas, racismo, erotismo, eros y thanatos… Los personajes femeninos, todos, poseen una sensibilidad especial, ‘perciben’ el mundo de una manera distinta y son supervivientes en un mundo hostil y muy masculino que trata de aplastarlas, anularlas. Y los personajes masculinos o son especialmente odiosos o demasiado cobardes y ven su mundo amenazado cuando aparece un forastero, el joven Piel de serpiente, un tipo que va con una cazadora precisamente con piel de serpiente y una guitarra, que no necesita atarse a ningún sitio…, que es libre…

Así surge una película oscura porque va narrando una historia excesivamente trágica, sin esperanza alguna. Y el rostro de Anna, de gran trágica, se pone al servicio de un personaje triste, Lady, casada con un hombre desagradable que posee el negocio del pueblo. Además este se encuentra en las últimas fases de una enfermedad. Él es gran amigo de otro personaje influyente del pueblo, el sheriff, que está bastante a favor de disparar sin juicio alguno y que a su vez está casado con una mujer sensible (Maureen Stapleton) que prefiere no mirar y crearse un universo propio. Y por último también está la familia rica caída en desgracia: y dos hermanos, él alcohólico e infeliz, que rompió hace muchos años el corazón a Lady, y ella con graves problemas emocionales y de salud mental (Joanne Woodward) pero que quita máscaras y suelta verdades además de estar obsesionada con Piel de serpiente.

A esta localidad sureña llega el forastero, un joven con su guitarra en busca de trabajo, es Piel de serpiente. El joven se queda y construye una compleja historia de amor con Lady, además la ayuda a conseguir su sueño…, un merendero muy especial, que está unido a una tragedia de su juventud y a la figura de su padre. Pero Piel de serpiente tampoco es un tipo fácil, le conocemos al principio del todo (antes incluso de los títulos de crédito) en un interrogatorio con un juez donde explica por qué está en esos momentos en la cárcel, cómo trabaja como gigoló en macrofiestas (“para entretener”), como a veces pierde los papeles, y cómo promete que él solo quiere recuperar su guitarra de la tienda préstamos. El juez le deja en libertad si promete no regresar jamás. Así Piel de serpiente no se ata a ningún lugar…, va siempre sin rumbo, hasta que llega al pueblo de Lady, donde despierta distintos sentimientos a cada uno de sus habitantes. Y a Linda la hace salir de una cárcel, de una caja de cerillas, de un ambiente de enfermedad y muerte…, a otro universo de sensualidad, belleza, vida y esperanza donde es posible construir un sueño. El problema es que esa felicidad al primero que desagrada es a su marido…

Desde el principio se masca la tragedia no solo por los personajes y ambientes que van apareciendo sino por pistas que se van dejando a lo largo de la narración cinematográfica. La presencia del calor y el recuerdo de un fuego del pasado. Desde la tienda tétrica del esposo de Lady, hasta la propia comisaria o el local de las afueras del pueblo… Todo es oscuro y deprimente excepto el universo que se van logrando construir poco a poco Lady y Piel de serpiente que culmina en el merendero.

Al blanco y negro de Boris Kaufman, que alumbra momentos tremendamente oscuros pero también deja dosis de poesía visual… cómo cuando se ilumina por primera vez el merendero, le acompaña la triste melodía con aires de jazz que acompaña a los personajes. Su compositor Kenyon Hopkins no era ajeno al mundo de Williams, su música también acompañó a Baby Doll. Y por último una baza importante es la fuerza visual de la extraña pareja, Marlon Brando y Anna Magnani.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Anna Magnani y Tennessee Williams (primera parte). La rosa tatuada (The Rose Tattoo, 1955) de Daniel Mann

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… Una amistad de años entre la actriz y el dramaturgo. Y dos trabajos cinematográficos. Anna convertida en heroína de Williams. Dicen que La rosa tatuada la escribió Williams especialmente para ella pero que su poco dominio del inglés hizo que Anna no se atreviera a subirse a los escenarios de un teatro en EEUU, sí, sin embargo, a protagonizarla un poco después en pantalla de cine. Curiosamente es una obra compleja porque no solo es puro Williams y no solo toca sus temas sino que es una de sus obras más positivas… donde la heroína se tira a la piscina y corta las cadenas que la tienen atada sumergiéndose en el placer, la sensualidad y por qué no, quizá, una vuelta al amor… Así La rosa tatuada se convierte en un extraño film que oscila entre el más riguroso drama hasta convertirse en una comedia que canta el placer de la carne. Y ese conseguido equilibrio es difícil pero resulta no solo por la ambientación magnífica de la película, por la dirección más que correcta de Daniel Mann (del que hace poco analizamos Vuelve, pequeña Sheba, su primer largometraje) sino por la compleja interpretación que llevan a cabo la diva italiana, Anna Magnani, y un Burt Lancaster que cada vez se arriesgaba más en sus roles. Curiosamente es uno de los dramas de Williams adaptados al cine menos recordados o conocidos que otras adaptaciones cinematográficas.

La película tiene un prólogo, una primera parte y una segunda parte. El prólogo y la primera parte marcadas absolutamente por el drama y la segunda por la tragicomedia. El cambio de tono viene dado por la aparición de un nuevo personaje: Alvaro Mangiacavallo. Durante el prólogo y la primera parte conocemos a Serafina Delle Rose y su hija adolescente, Rosa (Marisa Pavan, hermana de Pier Angeli)… y conocemos más información que ellas sobre su esposo y padre, Rosario Delle Rose (uno de esos personajes al que no vemos… pero presente a lo largo de toda la película). Serafina es una mujer profundamente enamorada, inmigrante siciliana afincada en el sur de EEUU y aferrada a fuertes tradiciones de su tierra de origen y también católicas. Está tan enamorada de su esposo que está absolutamente cegada. En el vecindario humilde donde viven, ella trabaja como modista y costurera. Nos encontramos con ella el día que va a anunciar a su esposo que lleva una nueva vida dentro, también el momento en que el espectador conoce a la amante de Rosario que se acaba de tatuar una rosa en el pecho (como el propio Rosario) y que además va a la casa de Serafina para pedirle que confeccione una camisa rosa de seda para su hombre, que es “como un gitano salvaje” y el mismo día en que Rosario fallece abatido por la policía pues además de transportar plátanos en su camión también era contrabandista. Años después vemos a una Serafina aislada y desaliñada, encerrada en su casa junto a sus creencias religiosas. Ella misma se crea una cárcel junto a las cenizas de su esposo, sin asumir su muerte y elevándole a los altares, y haciendo oídos sordos a los rumores que rondan sobre su marido, a lo que se dedicaba y a su infidelidad. En esta cárcel pretende encerrar y aislar igualmente a Rosa, su hija, una buena estudiante, inteligente, guapa y culta pero unida férreamente a su madre a pesar de su cambio de carácter y amargura. Serafina quiere preservar la inocencia y pureza de Rosa pero a pesar de sus intentos, la hija conoce en una baile a un joven marinero y ambos se enamoran. Pero Serafina pondrá absurdos obstáculos a la relación…

Pero el mundo de Serafina se pondrá patas arriba por dos motivos. El descubrimiento evidente de que su marido era infiel y la aparición de otro camionero, Alvaro Mangiacavallo, “un payaso con el cuerpo de mi marido” o “el nieto del tonto del pueblo”. Un camionero simple y primario que pretende a Serafina nada más verla e incluso no duda en tatuarse una rosa en el pecho (ese color y esa flor tatuada están continuamente presentes en toda la película… pues no deja de ser un símbolo, una metáfora de los sentimientos y emociones de los personajes, la camisa de seda rosa, las flores tatuadas en el pecho de tres personajes y aparición de esa misma flor –de una manera espiritual como un milagro, una señal en el pecho de la propia Serafina como ella relata– y por último en el nombre de la hija adolescente). Pero su aparición hará que Serafina vuelva a recordar la pasión, la sexualidad, la sensualidad y la risa… y la posibilidad, después de que el “mito” de su marido caiga por los suelos, de intentar una relación… aunque sea con un perdedor… pero con el cuerpo de su esposo. Esto abrirá la mente de Serafina, abrirá de nuevo las puertas de su casa, sonará la música… y dejará volar a su hija. Y ella seguirá con un futuro incierto. Quizá solo se acueste con Álvaro o quizá puedan iniciar una historia… pero eso es lo que menos importa.

Anna Magnani da toda la dimensión que necesita el personaje: de esposa orgullosa, a mujer derrotada y humillada. De italiana trágica a mujer con una energía y una sensualidad que se escapa por cada poro de su cuerpo y rostro. Del estallido y la lágrima a la risa. De la tragedia a la tragicomedia… Y Burt Lancaster se enfrenta a un personaje muy difícil pues mal interpretado su Alvaro puede no ser comprendido u oscilar hasta el mayor de los ridículos. Así Lancaster presta toda su sensualidad, su rostro y su cuerpo, pero acompañado de una simplicidad que roza la ternura hacia un personaje con limitados sueños y con una energía arrolladora de ganas de vivir y disfrutar a pesar del drama diario que le rodea. Y Marisa Pavan como Rosa crea un personaje sensible que se debate ante el amor a su madre pero su rechazo hacia su forma de comportarse y vivir la vida y sus ganas de amar y ser amada y experimentar con su cuerpo sensaciones…

La dirección de Mann (que también la dirigió en los escenarios y se nota su conocimiento de la obra), la fotografía en blanco y negro de James Wong Howe que crea luces y sombras que nos cuentan mucho y una envolvente banda sonora de Alex North… acompañan de nuevo a ese Sur de Williams donde el calor y los ambientes más humildes así como los bajos fondos afloran en cada fotograma. Las humildes casas del vecindario, la iglesia como lugar comunitario y las imágenes religiosas, el local de mala muerte, Mardi Gras Club (donde por lo visto, tengo que volver a ver la escena, se camuflan entre los clientes el propio dramaturgo y el productor de la película Hal B. Wallis), el local de los tatuajes… acompañan los sentimientos a flor de piel de cada uno de los personajes… y marcan a La rosa tatuada como una extraña película que provoca una fuerte atracción durante su visionado y que traslada a un mundo de sensaciones, emociones y sentimientos donde apenas hay sitio para la racionalidad.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Verano y humo (Summer and smoke, 1961) de Peter Glenville

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Durante los años cincuenta y sesenta Tennessee Williams no solo triunfaba en los escenarios sino que directores de cine como Elia Kazan, John Huston, Joseph L. Mankiewicz o Richard Brooks adaptaban al cine sus calurosas, dramáticas, tórridas, eróticas y angustiosas obras de teatro. Algunas de estas películas han alcanzado el estatus de clásico y habitualmente son proyectadas o emitidas como Un tranvía llamado deseo o La gata sobre el tejado de zinc pero hay otras que permanecen más ocultas. En el teatro, Williams era más crudo; en el cine los directores buscaron caminos para respetar el espíritu de la obra pero los elementos más escandalosos o bien aparecían en elipsis o eran eliminados o tan solo intuidos. Lo que sí se notaba es que ya a los directores les molestaba el Código Hays y se volcaban en el lenguaje cinematográfico para expresar lo que la censura no les dejaba.

Una de las obras cinematográficas que permanecen más ocultas, y que adapta una obra de Tennessee Williams, es Verano y humo del director británico Peter Glenville (director de escasa filmografía –bastante desconocido para la que esto escribe– pues estaba más volcado en el teatro pero con títulos interesantes como Escándalo en las aulas o Becket). Y cuenta con todas las claves de una buena película Williams: calor, erotismo reprimido o no, personajes femeninos inestables, padres y madres autoritarios, tragedia, personaje muy masculino que desata el drama, angustia, amores desgarrados, turbiedad, sofoco, sordidez, locura… Además, como era habitual en las películas que adaptaban obras de Tennessee Williams (que solía estar bastante pendiente de las producciones cinematográficas), los repartos eran excelentes y sus interpretaciones dejaban huella. En Verano y humo la pareja protagonista es una excelente Geraldine Page que borda su papel de la espiritual e inestable Alma Winemiller y un Laurence Harvey como John Buchanan, materialista que persigue el placer, la pasión, la verdad… y nunca se encuentra satisfecho. Geraldine Page aporta mil y un matices a su personaje (desde la pronunciación, hasta la forma de moverse o su manera de comportarse en distintas situaciones, sus ataques de histeria, sus esfuerzos por controlarse…) y Laurence Harvey que sabe convertir a su personaje en todo lo desagradable que tiene que ser para luego hacer creíble cómo toca fondo y cómo sale del pozo.

Una frase de Oscar Wilde resume la filosofía de vida de Alma (su clave de supervivencia), la hija de un recto predicador que además tiene también una madre con serios problemas de salud mental (y que a veces le dice verdades a la cara que a ella le angustian): “Todos estamos en el fango, pero algunos miramos hacia las estrellas”. Desde que era una niña ha estado enamorada de su vecino John Buchanan. Así la película empieza con un prólogo precioso. Una noche de Halloween y unos niños jugando a truco y trato, de pronto ven a una niña, como de otra época, rubia, sentada al lado de la figura de un ángel. Todos la dan de lado, menos John que se acerca a hablar con ella. Desde niños se ve la compleja relación que tienen ambos: el enamoramiento obsesivo de ella, el querer humillarla una y otra vez de él pero a la vez su atracción por alguien tan diferente. Ella le plantea que se llama Alma, que también quiere decir ánima, y que hay un mundo espiritual donde las almas habitan. Él le dice que en casa de su padre, que es médico, hay un cuadro del cuerpo humano donde se muestra todo lo que tenemos dentro… y que no hay ningún alma.

Después del prólogo, ya los dos son adultos. Ella es una mujer delicada, con miedos y angustias, soltera, que se consume en casa de un padre estricto y una madre que no está bien de la cabeza y la hace la vida imposible. Y él regresa de un largo viaje, un verano caluroso, a casa de su padre que ve cómo su hijo no se dedica a la profesión médica y sí a la juerga continua. En ese momento además, Alma y John vuelven a establecer su compleja relación. Lo interesante de la película es cómo cada uno va cambiando sus roles y creencias. Para ello es necesario un momento catártico, la tragedia absoluta. Uno aprenderá a mirar las estrellas y la otra caerá en el fango. Un triste cambio de papeles. Pero lo que nunca será posible es que los dos encuentren un resquicio para construir una relación sana y estable aunque ambos se influyan continuamente.

Resaltar también toda una galería de personajes secundarios con papeles para no olvidar. Una erótica Rita Moreno, que lleva la perdición por donde pasa. Un John McIntire como padre de John, que sabe dar matices de amor y dureza ante un hijo que le desilusiona cada día. Una Merkel como madre con problemas de salud mental. O Malcolm Atterbury como un silencioso y recto predicador. Peter Glenville, con su director de fotografía Charles Lang, juega con el color para contar la historia. Emplea tonos pastel que contrastan con otros más oscuros y apagados. El color habla de los distintos ambientes, momentos e incluso de la psicología de los personajes. Y todo envuelto con la melodía entre dramática y romántica de Elmer Bernstein.

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La señorita Julia (Miss Julie, 2014) de Liv Ullmann

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Una buena obra de teatro puede sufrir varias metamorfosis apasionantes. Primera fase: el texto que vomita el autor. Segunda fase: la interpretación de cada uno de los lectores. Tercera fase: el análisis y estudio que realice el director de la obra para ponerla sobre el escenario. Cuarta fase: la mirada de cada espectador de teatro. Quinta fase: la representación contemporánea con el ‘tiempo presente’ del autor. Sexta fase: las representaciones con distintos directores y miradas de espectadores a lo largo del tiempo y en lugares e idiomas diferentes. Séptima fase: la esencia que atrapan cada uno de los actores que se meten en los personajes representados. Octava fase: el traslado del lenguaje teatral al cinematográfico. Novena fase: la distinta mirada y captura del espíritu de la obra por distintos directores de cine así como el sello que imprimen los actores cinematográficos. Décima fase: mirada del espectador de cine… Después de todo este proceso, que aún no ha terminado (una buena obra de teatro es un texto siempre vivo…), nos encontramos con La señorita Julia de Liv Ullmann. Y sin traicionar la esencia del texto y la dramaturgia de August Strindberg, la directora crea una película personal con una mirada propia y se ayuda además por un trío de actores que aportan su carisma y el arte de la actuación a la construcción compleja y rica de sus personajes (Jessica Chastain, Colin Farrell y Samantha Morton).

Primera ruptura con la obra original. Liv Ullmann crea una estructura redonda y por supuesto no emplea el escenario único: su película empieza con un breve flash back de una niña solitaria, la señorita Julia, en su enorme casa en un día clave de su vida (la niña es consciente de la muerte y la ausencia de la madre) y termina paseando en su hermoso y eterno jardín, casi un edén, recreándose con un juego en el río: ve cómo la corriente arrastra pétalos de flores. Cuando esa niña regresa hacia su mansión, vemos que ya es una joven… Y la película termina con una señorita Julia que vuelve a salir de esa mansión (su palacio de cristal-cárcel) para pasear de nuevo por ese jardín secreto y terminar en ese río donde volverá a jugar con unos pétalos de flores que finalmente se teñirán de sangre. Flores y sangre.

Liv Ullmann enmarca su película con dos muertes: la de la madre y la hija. Y todo lo que ocurre entre medias es en la noche de San Juan. Una noche de San Juan en una mansión aristocrática de Irlanda a finales del siglo XIX (no en Suecia como en la obra original). Una noche de verano festiva que va acompañada de rituales donde todo el mundo cambia de máscaras, como si todo estuviera permitido, hasta la luz del amanecer. Lo pagano se mezcla con lo religioso. Así nos introducimos en tres cárceles físicas y espirituales de tres personajes complejos y torturados que esa noche estarán solos en esa mansión. El conde, el padre de Julia, es un ausente presente…, esa noche festiva no está pero sí se encuentra siempre en boca de los tres protagonistas. Aunque la mayor parte de las escenas ocurren en el escenario original, la cocina. Sus personajes se mueven por otros aposentos de la casa, además de por el patio que rodea la casa. Y sabemos que hay jolgorio, además de por cómo nos lo cuentan porque escuchamos los ruidos externos.

La esencia de Strindberg, una tragedia naturalista, sobrevuela en una película con una puesta en escena elegante y una belleza formal continua que resalta más la dureza de muchos de sus diálogos y los actos de los personajes. Una película que hace hincapié en una lucha despiadada de poderes. Poderes entre hombre y mujer y poderes entre clases sociales. El cambio de roles es continúo. Los que están arriba, caen. Los que están abajo, se elevan. Y viceversa. La lucha es encarnizada. Y de nuevo es de esas obras (que se traslada perfectamente a lenguaje cinematográfico) donde se vislumbra el poder de la palabra. Que también puede ser destructivo.

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Pero Ullmann ofrece su mirada personal sobre la obra y la enriquece. Porque la directora trata de entender a sus personajes y convierte a los tres en verdugos y víctimas. Hace hincapié en este aspecto. Nos muestra el encarcelamiento de sus espíritus, el poco horizonte que ofrece la vida a los tres. Nos muestra sus máscaras oscuras pero también sus luminosidades. Y ese tratar entenderles, hace que desaparezca la misoginia compleja (y apasionante para analizar y estudiar porque además no impedía que el autor crease personajes femeninos de personalidades arrolladoras) del autor y que se centre más en las cárceles sin posibilidad de salida de sus personajes, en la brutal lucha de clases y la situación de la mujer relegada a la invisibilidad y a estrictos comportamientos sin posibilidad de libertad y desarrollo como la joven aristócrata encerrada en su palacio de marfil. O cómo cada uno trata de aferrarse a la felicidad como puede: unos soñando con proyectos imposibles (con alcanzar las alturas), otros aferrándose a la fe religiosa, otras creando una vida llena de mentiras de jardines secretos y amores de princesa donde el sexo es reprimido y aplastado…, hasta que esa noche de San Juan se quitan las máscaras brutalmente. Y las durezas y fragilidades de cada uno quedan en evidencia. Pero unos logran sobrevivir y otros no, la señorita Julia no cuenta con los instrumentos para aguantar los golpes y el dolor de la vida…

Uno de los aciertos más bonitos de Ullmann es dar una mirada especial y más relevancia al personaje de la cocinera. Así Samantha Morton logra plasmar una humanidad muy especial a su personaje, entendiendo incluso sus máximas contradicciones. Otra aportación magnífica de la directora (y actriz bergmaniana…, también se nota la huella de Bergman, otro admirador del teatro de Strindberg) respecto a la obra original es que los dos actos más relevantes de la obra que transcurrían tras bambalinas, ella nos deja que seamos testigos de esos dos momentos perfectamente resueltos (y que enriquecen la trama y los personajes): el encuentro sexual entre Julia y John, el sirviente, y el suicidio de Julia. Por otra parte, la directora es totalmente fiel no solo en los diálogos y lenguaje empleado sino a ciertos elementos imprescindibles de atrezzo: como la navaja, la jaula y el pájaro, la cerveza y el vino, la cocina, o el beso en el zapato y en la bota… y todo aderezado con sumo cuidado con piezas de música clásica donde destaca trío para piano número 2 de Franz Schubert que ya empleó magníficamente Kubrick para su Barry Lyndon.

La señorita Julia de Liv Ullmann es un disfrute por muchos motivos: porque parte de una obra de teatro potente, de tres actores que se entregan a fondo en la construcción de sus personajes, y de una elegante puesta en escena de la directora al servicio de una historia que se nota que conoce, ama y respeta.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.