Mandingo (Mandingo, 1975) de Richard Fleischer

Mandingo

Los Maxwell perpetuando el sistema esclavista en Mandingo.

Un veterinario es el que cura a los animales de la plantación de Warren Maxwell (James Mason)… y a los negros que allí habitan, bien porque son esclavos de la plantación o porque van a ser vendidos, ya que Maxwell también es tratante. Así de cruda es Mandingo. Una película de Richard Fleischer que presenta en toda su dureza el sistema esclavista en EEUU, antes de su Guerra Civil. Un sistema de poder y sometimiento, absolutamente cruel. Un sistema enfermo instalado en la cotidianeidad, como modo de vida. A los negros se los trata como animales, incluso se les castra si es necesario. Se examina sus dientes, y cada parte de su cuerpo. Son machos y hembras. No tienen alma. No pueden aprender a leer. Si hay el más mínimo conato de rebelión, los castigos más bestias serán los que se inflijan. Se les separa sin miramientos, sus hijos son vendidos, sus mujeres son violadas sí o sí, algunos de sus hombres pueden ser entrenados como luchadores… y se les hace enzarzarse en luchas, sin reglas, hasta la muerte, con apuestas de por medio. En una desagradable cena, le dicen a Warren que hay un método que cura el reuma y es ponerse un perro en el regazo y traspasarle los dolores. El veterinario dice que también vale un negro. Y Warren ni corto ni perezoso, a partir de ese día, tiene siempre un niño a sus pies, pisándolo, para trasmitirle la enfermedad, y curarse él. No es una película cómoda.

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Max Ophüls y la otra cara del sueño americano. Atrapados (Caught, 1949)/Almas desnudas (The Reckless Moment, 1949)

Caught

La heroína de Atrapados (Caught, 1949) encerrada en una mansión-pesadilla.

Max Ophüls, huyendo del nazismo, tuvo que exiliarse unos años en América (1941-1949). No lo tuvo fácil en Hollywood y hasta 1946 no pudo empezar a dirigir. No obstante, no le faltaron buenos amigos y admiradores de su trabajo. Las dos últimas películas que dirigió allí son oscuras, con muchos elementos de cine negro, y una crítica incisiva al modo de vida americano, al sueño… Las dos son protagonizadas por mujeres (como era habitual en su filmografía). En una la heroína es la interesante Barbara Bel Geddes y, en la segunda, la protagonista es una de las reinas del cine negro, Joan Bennett. De hecho la primera película es la parte oscura del cuento de Cenicienta con príncipe siniestro y unas gotas de noir. Y la segunda es un melodrama familiar con puro cine negro a cuestas. Max Ophüls es un director siempre brillante que hace magia con la puesta en escena y los movimientos de cámara. En estas dos películas, bastante más austero, pero con un uso inteligente, virtuoso y al servicio de las historias que quiere contar, como iremos viendo. Y en las dos películas repite con un actor que siempre da muestras de su versatilidad y de los matices que emplea para la construcción de personajes: James Mason. Si en la primera se convierte en un doctor que sabe dar al dinero su justo papel, que es tremendamente crítico con el mundo en el que vive, apasionado de su trabajo y dolorosamente realista, y que además sabe ver al monstruo oscuro que domina la vida de su amada; en la segunda es un perdedor chantajista, que ha llevado siempre una mala vida, y que se transforma ante la mujer chantajeada. De pronto desea lo que nunca ha tenido, y quiere, obsesivamente, que esta mujer no pierda el estatus que nunca logrará alcanzar…, se enamora idílicamente (locamente diría yo) y realiza una de las redenciones más tristes.

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El último homicidio (Once a thief, 1965) de Ralph Nelson

El último homicidio

Eddie y Kristine, en un espejismo de felicidad.

El último homicidio es la historia de un hombre que fracasa en la vida, pero que hasta el final trata de redimirse. Un hombre joven que ha sido un delincuente, se ha separado de su hermano (un gánster que le ha arrastrado por la mala vida) para no delinquir, ha estado en la cárcel, pero ha intentado reinsertarse en la sociedad, encontrar un trabajo y formar una familia. Un inmigrante italiano que no ha encontrado su sitio, pero que lucha cada día por sus sueños (en forma de barca para surcar los mares y pescar). Cuando está en un momento de máxima felicidad, con su mujer, su hija pequeña, una casa y un trabajo, vuelve a aparecer el pasado que le golpea de manera brutal, y su frágil y “perfecto” mundo se desmorona. Ralph Nelson, uno de los directores de la Generación de la Televisión, vuelve con la historia de una caída, como ya hizo en su primer impresionante largometraje para la pantalla de cine, Réquiem por un campeón.

Nelson se sirve de la crudeza, la violencia y la sensualidad, pero también de un tono de melancolía e impotencia, con gestos y miradas que lo dicen todo, para contar el destino de Eddie Pedak (Alain Delon), un joven que arrastra una vida perra desde Trieste a EEUU. Como era una coproducción con Francia, el personaje principal es el actor francés en plena popularidad, en la cumbre de su belleza física y en su imagen de joven rebelde (sin embargo, en la película hace de italiano). Eddie Pedak se convierte en uno de esos personajes hasta arriba de defectos, pero que luchan por sobrevivir, con vulnerabilidad a cuestas y que están impregnados de una humanidad que duele.

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Cadeneta de minicríticas de cine de estreno

Petra (2018) de Jaime Rosales

Petra

… Jaume, un dios malvado, que juega a dibujar y crear el destino de los personajes…

Jaume es el personaje de tragedia griega, el dios malvado que todo lo destroza, sin mala conciencia. El personaje que maneja el destino a su antojo… Es el rey de la función en Petra, la nueva película de Jaime Rosales. Todos los personajes bailan a su son. Él es el conflicto, él lo desata y en él termina y culmina la trama. Y Jaume tiene el rostro de Joan Botey, que nunca hasta ahora se había puesto delante de una cámara como actor y, sin embargo, construye uno de los personajes más perversos de nuestra cinematografía. Jaume hace de la humillación una forma de vida, y todo lo justifica con que tuvo que salir adelante desde que era niño. Cuando aparece en su mundo la diosa Petra (Barbara Lennie), su equilibrio humillante se tambalea, pero aun así logra dar zarpazos certeros y continuar destruyendo. Jaime Rosales no deja de experimentar formalmente, como hace en cada una de sus películas, y cuidando cómo contar esta tragedia sobre la continuidad de la humillación a los vencidos (no es de extrañar que en esta historia contemporánea aparezca de fondo la fosas de la guerra civil y también la discusión de arte y verdad versus arte y dinero), deja una historia potente. Bajo una óptica de melodrama familiar, una tragedia griega… y un destino escrito: con esa estructura de capítulos desordenados, pero dentro de un lógica aplastante. Y una cámara que sorprende, que entra y que sale, que parece que va siguiendo o que está pegada a los personajes, donde el fuera de campo es otra herramienta para ir contando o para mostrar algo inesperado. En el reparto, fieles a su cine, como Alex Brendemühl o Petra Martínez, u otros actores que completan la galería como Bárbara Lennie, Marisa Paredes y unos sorprendentes Carme Pla y Oriol Pla.

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Joyas desconocidas de cine negro (y III). Corazón de hielo (Kiss Tomorrow Goodbye, 1950) de Gordon Douglas/Despacio, forastero (Walk Softly, Stranger, 1950) de Robert Stevenson/Ola de crímenes (Crime Wave, 1954) de André De Toth

El reflejo de la corrupción. Corazón de hielo (Kiss Tomorrow Goodbye, 1950) de Gordon Douglas

Corazón de hielo

Barbara Peyton y James Cagney, que vuelve a la gloria de sus personajes pasados…

James Cagney fue el rey indiscutible del cine de gánsteres en los años 30. Sus violentos antihéroes se sofisticaron poco a poco en escenarios de cine negro. Así dejó joyas como Los violentos años 20, Ciudad de conquista o Al rojo vivo. Su aventura como productor, para independizarse de la Warner, no fue fácil y Corazón de hielo se convirtió en un último intento para no atarse de nuevo a los estudios. Así recuperó rasgos de sus personajes de los treinta, tipo El enemigo público, y tomó algún que otro detalle del personaje reciente y con éxito de Al rojo vivo, para crear a Ralph Cotter. Y surgió una película interesantísima como Corazón de hielo. En ella, Cotter, un tipo inestable mentalmente y violento, logra ascender y ascender gracias a la corrupción reinante y a que sabe también corromper a los que le rodean. También es una película que recupera un rostro: el de Barbara Peyton. Una actriz con un triste periplo en uno de sus primeros papeles que auguraban una carrera brillante. Aquí Barbara Peyton es una especie de mujer fatal sin quererlo, una buena chica que las circunstancias hacen que caiga en una espiral de violencia en los brazos de Cotter, pero también será la única que frenará su ascenso al más alto escalafón social.

Lo que hace especial esta película es que ningún personaje se salva de la sombra de la corrupción o de un ambiente enrarecido. De este modo a Cotter no le cuesta ir creando una red de relaciones que le va permitiendo desde huir de una prisión, a realizar ambiciosos robos, a sentirse protegido por abogados, contar con el apoyo de la policía, realizar chantajes y lograr llegar a las puertas de un millonario y poderoso hombre influyente. Y en ese ambicioso camino a la “gloria” cuenta con dos damas con las que surgirá un triángulo de fatales consecuencias: la hermana del preso con el que Cotter huye (este no tiene tanta suerte…) del centro penitenciario y la hija del hombre poderoso.

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Joyas desconocidas de cine negro (II). El desconocido del tercer piso (Stranger on the Third Floor, 1940) de Boris Ingster/Envuelto en la sombra (The Dark Corner, 1946) de Henry Hathaway/Demasiado tarde para lágrimas (Too Late for Tears, 1949) de Byron Haskin

Los orígenes del género. El desconocido del tercer piso (Stranger on the Third Floor, 1940) de Boris Ingster

El desconocido del tercer piso

Buceando en los orígenes del género…

El poco prolífico realizador Boris Ingster (se prodigó más como guionista), de origen letón, dirigió una interesante y arriesgada película donde ya están muchas de las pinceladas de un género: el cine negro. La ambigüedad moral, el cuidado de los ambientes, el azar o el destino cruel, el reflejo visual de la psicología de los personajes, las influencias europeas sobre todo del expresionismo alemán, y, por eso, un uso portentoso de las luces y las sombras…, un cóctel de ingredientes que luego formarían parte del espíritu noir. Su original planteamiento y su experimental desarrollo hacen que sea una película que deja huella. A Peter Lorre le valen apenas diez minutos para convertirse en personaje-pesadilla, pero también en víctima de un sistema opresivo y en el fruto de una sociedad cruel.

La película se centra en la odisea de una joven pareja que está intentando labrarse un futuro, poder llegar a casarse y tener un hogar común. Él es un periodista que consigue su particular momento de gloria cuando es testigo en el escenario de un crimen, donde todo apunta a un culpable: un joven con mala suerte y con antecedentes (un siempre creíble Elisha Cook Jr., imprescindible actor secundario del género negro, entre sus muchos roles) que se encuentra justo en ese momento al lado del cadáver. Con el testimonio del periodista en el juicio se precipita su condena a pena de muerte. La novia tiene serias dudas de su culpabilidad y se queda muy tocada con el juicio, donde se nota que el jurado popular y el juez solo quieren irse a casa; el periodista, afectado por la reacción de la mujer que ama, empieza a reflexionar y a obsesionarse con el caso. Todo se complica cuando al llegar a su hogar, se ve implicado en un asesinato y se da cuenta de que todas las pruebas le apuntan como culpable.

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