Sesiones dobles de verano (III). Homenaje a James Caan. Rollerball (Rollerball, 1975) de Norman Jewison / Jardines de piedra (Gardens of Stone, 1987) de Francis Ford Coppola

James Caan en Ladrón de Michael Mann, antes de dejar durante años la pantalla.

Adiós, James Caan. A principios de mes nos enteramos de su muerte. Solo hace falta mirar fotografías del actor de finales de los sesenta y principios de los setenta para ver su semblante de tipo duro, con sonrisa socarrona, pelo en pecho y exudando sexualidad a raudales. Para muchos está entre los inmortales del cine por su recreación de Sonny Corleone en El Padrino.

Sonny, el hermano mayor de la familia. Visceral y bravucón, partiría la cara a cualquiera que tocara un solo pelo a un miembro de su familia. Vividor, divertido y buen amigo. Es impulsivo, pero también capaz de reírse y disfrutar de la vida (algo que le faltará a Michael). Su personaje es tan fuerte y bien construido que, aunque desaparece en la primera parte, estará muy presente en toda la trilogía.

Pero la carrera de Caan fue mucho más que Sonny. Howard Hawks le dio sus primeros protagonistas y estuvo maravilloso como el joven pistolero de El Dorado. No fue la última vez que estuvo magnífico en un western, también merece la pena verlo en Llega un jinete libre y salvaje. No paró de trabajar en los ochenta y ya empezaba fuerte los ochenta con Ladrón de Michael Mann.

Pero circunstancias y dramas de la vida le hicieron retirarse de las cámaras. No regresó hasta finales de la década. Y de la mano de uno de sus directores fetiche: Francis Ford Coppola. Así se le recuerda también en Misery o Dogville, pero no volvió al esplendor de los setenta.

En esta sesión doble, homenaje al actor, se puede disfrutar de uno de sus éxitos de los setenta, una película de ciencia ficción sobre un mundo distópico, y también del largometraje de Coppola que le haría volver de nuevo a las pantallas. Francis regresa a Vietnam, pero desde la retaguardia.

Rollerball (Rollerball, 1975) de Norman Jewison

James Caan, durante los años setenta, en la cumbre de su éxito.

Rollerball se desarrolla en un mundo distópico, donde no hay naciones ni líderes, sino grandes corporaciones que proporcionan seguridad, confort y comodidad a través de energía, transporte, lujo, vivienda, comunicación y alimentos. Hay un frío y frágil equilibrio en el mundo, atrás quedaron las guerras. Ahora los habitantes del mundo andan dominados por los privilegios, las pastillas que toman y que manipulan sus estados de ánimos y la información audiovisual.

Todo el conocimiento está controlado por un ordenador central, al que nadie hace mucho caso ni presta excesivo interés. No importa si se pierde todo un siglo y de los libros circulan tan solo resúmenes, además no hay mucho interés por proporcionarlos ni por consultarlos. Las decisiones las toman las grandes corporaciones. Nadie destaca. A las masas las calman con unos nuevos gladiadores, los jugadores de un deporte violento: el rollerball. Cada equipo lleva el nombre de una ciudad, sede de una corporación.

El problema surge cuando en uno de los equipos, el Houston, hay un jugador que es ya toda una estrella: Jonathan E (James Caan). De pronto, el director de la corporación de la energía, el señor Bartholomew (John Houseman), le ofrece que se retire con todas las comodidades del mundo, a pesar de estar en uno de sus momentos más brillantes. Lo que no se esperan es que Jonathan piense y quiera entender los motivos del retiro. Y es más, se niegue a obedecer.

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Sesiones dobles de verano (II). Mujeres condenadas a la pena de muerte: Yield to the Night (1956) de J. Lee Thompson / ¡Quiero vivir! (I Want to Live!, 1958) de Robert Wise

Esta sesión sobre la pena de muerte trae varias sorpresas. Un realizador de carrera irregular, pero con unos títulos de lo más interesantes a lo largo de su filmografía: J. Lee Thompson. Y uno de los grandes olvidados, Robert Wise, puesto en la categoría de directores artesanos, pero con una carrera amplia y cargada de títulos estrella. Ambos muestran una sensibilidad especial a la hora de tratar el tema con dos actrices de armas tomar. Por un lado, la respuesta en Gran Bretaña a Marilyn Monroe: Diana Dors. Y, por otra parte, una de las reinas del melodrama en EEUU: Susan Hayward.

Yield to the Night (1956) de J. Lee Thompson

Mary (Diana Dors) y la angustia de la espera en Yield to the Night.

J. Lee Thompson mostró en sus primeros años una sensibilidad especial a la hora de contar historias complejas. Por ejemplo, en Amenaza siniestra y La bahía del tigre refleja de manera cruda y no exenta de belleza los miedos infantiles, y las dificultades de los niños en sus relaciones con adultos atormentados. O en Woman in a Dressing Gown habla de la triste descomposición, desencanto y monotonía de una familia británica.

En Yield to the Night se atreve con un relato especial. La tensa espera de una mujer hasta que se ejecuta la pena de muerte a la que está condenada. El relato, en primera persona, cae sobre los hombros de Diana Dors, que ofrece todo un abanico de matices a su personaje.

La película empieza como una de puro cine negro: mostrándonos durante los primeros minutos cómo Mary, la protagonista, comete un asesinato. Dispara a sangre fría a otra mujer que se baja de un coche. Todo con un suspense y una manera de rodar, con ritmo y tensión, que atrapa al espectador.

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Sesiones dobles de verano (I). Niños: El señor de las moscas (Lord of the Flies, 1963) de Peter Brook / Laurin (Laurin, 1989) de Robert Sigl

Niños como protagonistas. Dos son los motivos para esta sesión doble. La primera, el fallecimiento de Peter Brook, una leyenda del teatro contemporáneo, que también construyó una breve e interesante filmografía. Por otra, el libro colectivo Lo que nunca volverá. La infancia en el cine me ha dado la oportunidad de recordar películas que llevaban tiempo en el baúl de pendientes y que tenía que desempolvar ya y también, por suerte, me ha descubierto nuevos títulos (no hay cosa que me guste más de los libros de cine: que me descubra más títulos que no puedo perderme).

Las películas elegidas son: El señor de las moscas, la adaptación cinematográfica de la novela de William Golding, que llevó a cabo Peter Brook (en el libro la reseña con buenas claves para el análisis es llevada a cabo por Snuff) y Laurin, largometraje de terror con aires de cuento infantil perverso, del realizador alemán Robert Sigl (analizado con sensibilidad especial por Laura Pavón). Ahora una vez vistas y disfrutadas, me dispongo a escribir lo que me han aportado.

El señor de las moscas (Lord of the Flies, 1963) de Peter Brook

Los niños, como metáfora de la organización social en El señor de las moscas.

El señor de las moscas es una película sobrecogedora, que muestra la esencia del ser humano en una historia protagonizada por niños. La lectura filosófica que ofrece de las personas y la organización social no es muy positiva ni idealizada. El planteamiento es sencillo: en plena Segunda Guerra Mundial, unos niños británicos son evacuados en un avión. En un accidente aéreo, terminan en una isla desierta sin adulto alguno. Los niños se organizan, esperando su rescate.

Peter Brook utiliza un blanco y negro elegante, se vale del paisaje salvaje de la isla, de un grupo de actores infantiles que ofrecen un abanico de matices increíble y una puesta en escena extremadamente sobria, que permite momentos sencillos, pero de una belleza especial. El relato lo va contando a base de secuencias, con principio, desarrollo y final, que van in crescendo en tensión y terror. Ya en los títulos de crédito muestra una mirada especial: la presentación del universo de lo niños en el lugar donde viven, el momento histórico en el que se encuentran y lo relativo al accidente es contado con fotos fijas, a lo La Jetée.

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Elvis (Elvis, 2022) de Baz Luhrmann

Elvis está contada desde el punto de vista de su manager el coronel Tom Parker.

Elvis baila y se mueve al ritmo del montaje frenético e hipnótico de la película de Baz Luhrmann. El director australiano atrapa el alma del rey del rock and roll y se nota su admiración por el artista y los conocimientos que atesora de sus canciones y vida. Luhrmann con su fuerza visual habitual, su barroquismo y sentido del espectáculo levanta una obra que va mucho más allá de un biopic musical. Con Elvis consigue construir la historia de un mito cultural del siglo XX en forma de tragedia. De paso atrapa, durante el relato cinematográfico, el espíritu de un país en convulsión continua durante las décadas de los 50, 60 y 70. Baz Luhrmann es capaz de transmitir la fuerza del legado musical de Elvis Presley y por qué su música sigue sonando.

El sentido del espectáculo de Luhrmann es todo un acierto para ir tallando el nacimiento, desarrollo y declive de una figura tan compleja y rica como Elvis Presley. Desde un respeto absoluto y reverencial hacia el cantante, construye un argumento y unos personajes principales con alma. Por otro lado, consigue una historia potente hasta el punto de que si hay un desconocimiento de base del icono cultural, engancha por reflejar una tragedia poderosa de un hombre que termina encerrado en una jaula de oro. Elvis Presley, devorado por el éxito y la fama y también por el amor extremo que siente por la música una vez se sube a un escenario y que transmite a los espectadores que quedaban cautivados por su música. Amor recíproco.

El punto de vista

Son varios los ingredientes que se unen para hacer de Elvis un largometraje que no deja indiferente. Primero, el punto de vista elegido para contar la historia del mito. Un envejecido, solitario y enfermo coronel Tom Parker (Tom Hanks) cuenta su relación a lo largo de tres décadas con Elvis Presley. La historia del mito surge del relato de Parker y de la relación tóxica que atesoraron durante años el cantante y su manager. De los tejemanejes, manipulaciones y mirada distorsionada de Parker logra sobresalir y volar un Presley auténtico, atrapado en sus redes. Elvis Presley, como héroe rebelde, que, sin embargo, no logra nunca desatarse de la presencia de Parker ni de todo el «imperio» que construye a su alrededor. Claramente se va viendo cómo queda atrapado en esa jaula de oro que le condujo finalmente a una muerte temprana a los 42 años.

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