Sydney Pollack y Robert Redford… en busca del héroe romántico

Otra simbiosis de director y actor que provocó la búsqueda de un héroe romántico con sentido crítico y en comunión con la madre naturaleza. Sydney Pollack y Robert Redford dejaron un legado cinematográfico a tener en cuenta. Y si hablo en pasado es porque esta simbiosis se rompió en 2008 cuando Pollack dejó el planeta tierra… y dejó a su actor fetiche huérfano. El actor continúa trabajando incansable como director y productor…

El héroe romántico busca sus señas de identidad. Es siempre un hombre inconformista, con las ideas muy claras, que lucha constantemente y se apasiona. Y como hombre que se apasiona se enamora. Y como héroe que lucha también en ocasiones se encuentra solo. Pero este héroe romántico tiene muy claro el tema de la libertad de las personas. Personas libres. Y eso en el amor, paradoja de las paradojas, complica más si cabe las relaciones… y las vuelve más maravillosamente románticas.

El techo lo tocaron con Memorias de África pero en el camino dejaron muchas historias a tener en cuenta.

Propiedad condenada (1966)

El principio del idilio entre Redford y Pollack comenzó con una interesante y melancólica película que adaptaba una obra literaria de Tennessee Williams. Una película que se quedó en fallida, y hoy en día olvidada, pero absolutamente rescatable. Y como acostumbraba este dramaturgo era una obra de amores desatados que terminaba, como no, en tragedia. Así los protagonistas eran un jovencísimo Robert Redford y una bellísima Natalie Wood. Ya empezaba la gestación del héroe romántico con halo trágico. Aquí Redford se encontraba en plena Depresión con un papel muy desagradecido en una pequeña localidad. Es el funcionario que tiene que despedir al personal. Esto le convierte en el enemigo (y por tanto en hombre solitario) y se dispara mucho más el odio en todo el pueblo cuando conquista a la muchacha más popular del lugar.

Las aventuras de Jeremiahs Johnson (1972)

Su siguiente colaboración trajo una película donde se reflejaba la relación del hombre con la naturaleza. Así hay dos claros protagonistas Johnson, el hombre que deja todo en su vida, cansado de la civilización y del sistema, y se adentra en las montañas; y la Naturaleza. Un viaje iniciático repleto de soledad, aventura y búsqueda de la libertad. Tengo un recuerdo lejano pues sólo la he visto una vez y hace muchísimos años… Pendiente queda un nuevo visionado.

Tal como éramos (1973)

El héroe romántico va llegando a su culminación. Pollack trata de hacer una de sus películas más políticas pero se queda en el camino. Sin embargo crea una historia de amor, que a mí personalmente, me seduce en cada visionado. Es de esas películas ricas en matices y más si tenemos en cuenta lo que podría haber sido o lo que se oculta bajo sus fotogramas. Por eso Tal como éramos se convierte para mí en apasionante.

Así nos encontramos con la historia de personas enamoradas pero antagónicas en su manera de ver la vida. Y en su respeto por la libertad de cada uno protagonizan historia de amor imposible. Así Robert Redford y Barbra Streisand se convierten en Hubbell y Katie con diferentes compromisos políticos y sociales en sus vidas pero que se encuentran una y otra vez, se admiran y se aman… aunque nunca puedan encontrarse del todo. La culminación de su separación y su drama es la Caza de Brujas.

Los tres días del cóndor (1975)

El héroe romántico enfrentado contra todos, contra fuerzas ocultas (política de los poderosos donde los seres humanos se convierten en marionetas a las que se puede cortar los hilos en cualquier momento), en una buena película de espionaje. En una carrera desesperada de un personaje que no sabe cuál es la cara de su enemigo, en esa carrera trágica hacia la vida o hacia la muerte, en esa carrera veloz…, el héroe romántico vuelve a enamorarse apasionadamente…, tan apasionado, como en su huida.

El jinete eléctrico (1979)

Película donde el héroe romántico se come la historia. Y Redford es un desencantado cowboy, campeón mundial de rodeos, que termina sus días comido por la industria de la publicidad y el consumo, anunciando unos cereales para el desayuno. Arrastra su pesimismo empapado de alcohol metido en un traje de luces. Hasta que un día le estalla la conciencia y el pasotismo cuando se da cuenta que la firma para la que trabaja maltrata a un caballo de carreras (lo droga, cura mal una lesión…) y le ha arrebatado su vida salvaje y libre. Así que no se lo piensa: vestido en su traje de luces en pleno Las Vegas, secuestra el caballo para devolverle a la naturaleza (y de paso recuperar él mismo su esencia)… Y empieza entonces una persecución a este cowboy que se enfrenta a un mundo moderno donde el consumo, la publicidad y los mass media separan al hombre de la naturaleza y la libertad. Como punto de unión entre los dos mundos está una intrépida reportera con cara de Jane Fonda que primero quiere una historia y después quiere al vaquero.

Memorias de África (1985)

La culminación del héroe romántico según Pollack y Redford es esta adaptación cinematográfica de las memorias de la escritora danesa Isak Dinesen. Redford encarna al aventurero cazador Denys Finch Hatton… que huye de los posesivos y, sin embargo, es un hombre apasionado con la vida y con las personas. Que ama… sin posesivos. Recordar Memorias de África es pensar una y otra vez en bellas escenas de enamoramiento: un baile, contar un cuento (algo que se repetiría en El paciente inglés), lavar el pelo, un vuelo en avión… Y también recordar la soledad, la libertad, el inconformismo, la comunión con la naturaleza del héroe romántico así como su destino trágico.

Habana (1990)

Siempre me he resistido a verla. Parece ser (pero lo digo desde la ignorancia) que no fue la mejor despedida de este buen tándem. Esta vez el héroe romántico es una especie de Rick de Casablanca pero en La Habana y poco antes de la revolución castrista… Quizá me lleve una sorpresa o aunque no sea producto redondo siempre haya algo que rescatar. Seguro.

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Diccionario cinematográfico (171)

Tiendas: ahora que estamos de rebajas, vámonos de tiendas de celuloide. Y lo primero que me viene a la cabeza es Tiffany y Audrey Hepburn (perdón, Holly) frente a su escaparate con un traje negro. O después junto al escritor amado, pidiendo a un amable y nostálgico vendedor, que les vaya diciendo el precio de algunas cosas que se puedan comprar con unos pocos dólares… para al final pedirle que por favor grabe sus nombres en un anillo de hojalata.

Y esa primera imagen me recuerda que los escaparates a veces son la metáfora de lo inalcanzable. O de lo que se ha perdido. Como actualmente le pasa al protagonista de The Artist, cuando todo está ya perdido, su gloria como actor silente de éxito, y deambula con un traje barato por las calles. Y entonces se para ante un escaparate con un esmoquin. Y sonríe.

O esas películas donde parejas que pronto serán marido y mujer fantasean frente un escaparate de muebles lo que podría ser su futura casa… como les ocurre a Silvya Sidney y Spencer Tracy al principio de Furia de Lang… antes de que empiece toda una pesadilla.

Los supermercados también son escenarios de cine. Y hace poco recordamos el encuentro de los amantes entre los pasillos de uno de estos establecimientos en Un extraño en mi vida. Pero entonces me viene a la cabeza la maravillosa historia de amor no terminada que nos sugieren Robin Wright y Jason Isaac cuando se encuentran en un supermercado en Nueve vidas de Rodrigo García.

Ahora me río recordando a Charlot en los grandes almacenes en Tiempos Modernos… y la cantidad de anecdotas y aventuras que pueden pasar en una noche de vigilancia. Junto a la chica con cara de Paulette Godard. Y entonces como río recuerdo a un Rock Hudson como vendedor especialista de una tienda de pesca… sin haber pescado jamás un pez en esa maravilla que es Su juego favorito. Y otra escena ochechentera con grandes almacenes de fondo un niño grande con cara de Tom Hanks saltando en las teclas de un piano gigantesco.

Me voy de librerias con Woody Allen. Rara es la película en la que no aparezca una. Pero por citar una nos vamos a la de Hannah y sus hermanas y un Michael Caine enamorado. Y de librerias va la cosa. Porque también transcurre en una la escena final de La vida de los otros. O ahí está el bueno de Hugh Grant en Notting Hill, con una libreria de viajes donde se cuela una actriz de éxito.

También recuerdo la tienda de chocolates de Chocolat (será que ese dulce me pierde). O ese niño que mira en un escaparate un delicioso pastel que no es para él… aunque no podrá con la tentación en Érase una vez en América. O recordamos a las antipáticas dependientes que menosprecian a Pretty Woman cuando trata de comprarse un vestido… O recordamos la visita a la tienda de un alucinado y enamorado Hugh Grant que tiene que ver cómo la mujer a la que ama se prueba ante él vestidos de novia… para casarse con otro en Cuatro bodas y un funeral.

Me vienen a la cabeza las tiendas de música. Como esa sensible escena que transcurre en una tienda de instrumentos entre los protagonistas de Once. Cuando ambos protagonistas se ponen a tocar al piano y a cantar.

Ahora recuerdo las tiendas de alimentos, ropas, aperos…, vamos, las tiendas donde hay de todo, del viejo Oeste. Y entonces me voy con los protagonistas de Raíces Profundas.

Pero hay una tienda especial que siempre me gusta volver a visitar y es El bazar de las sorpresas.

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La bestia enamorada y la dama de hierro derretido

Drive de Nicolas Winding Ref

La escena clave de Drive no transcurre en un coche sino en un ascensor. Ahí en un espacio reducido el conductor anónimo, el antihéroe romántico, muestra al desnudo toda su naturaleza. Así es a la vez el caballero más romántico que protege a su amada (y protagoniza escena de romanticismo extremo de protección y beso dulce) como el caballero guerrero más macarra y bestia que patea al gánster sin cansancio hasta verle morir. Y ahí la amada (como nosotros) descubre que mira y se siente atraída por una bestia enamorada.

El hombre con la cazadora del escorpión y el palillo en la boca que conduce su coche con frialdad y estrategia. Capaz de las escenas más complejas en los platós de cine y de burlar a la policía o al enemigo en sus conexiones con la parte oscura de la ciudad. El antihéroe solitario, como un cowboy urbano o un desencantado del cine negro, pulula por ambientes decadentes con música de fondo que devuelve unos años ochenta de continuo homenaje. El antihéroe desencantado y silencioso, como un samurái, se enamora cual caballero medieval de la vecina de al lado. Un amor platónico… y así surge su humanidad tras su careta fría, y es capaz de idear un plan para ‘salvar’ a su amada y a su familia (un niño y un pobre diablo que tiene por marido). No le importa ni el robo, ni el dinero… pero todo sale mal porque es cine negro, y el destino del antihéroe es funesto. Él lo lleva en la cara y en su cazadora, el escorpión que se autodestruye.

La dama de hierro de Phyllida Lloyd

Lo que retrata Phyllida Lloyd no es a la dama de hierro, no es una Margaret Thatcher como personaje histórico. Lo que retrata Phillida Lloyd es el retrato de una persona que envejece, con demencia senil, y a la que vienen ráfagas de recuerdos y memoria de su vida pasada. El ausente, su marido, se hace presente y la acompaña en su soledad enferma. Y resulta que esta anciana (bajo la que se oculta Meryl Streep) fue en su día la Primera Ministra británica.

Phillida Lloyd no hace un análisis histórico del periodo de su mandato ni de la figura de la Thatcher. La Lloyd crea un biopic de pinceladas. Y el análisis o su posicionamiento brilla por su ausencia. Sin duda los protagonistas retratados en las películas de directores de cine social británico a lo Ken Loach se removerán en sus asientos ante el retrato vulnerable de la dama de hierro y los partidarios de la dama temblarán ante la imagen derretida de la mujer de hierro.

La Lloyd opta por mostrarla vulnerable, por no juzgar ni analizar, sino mostrar un pasado diluido (con esos destellos que la demencia senil de una mujer que fue inteligente y calculadora le permite), de retazos, de una mujer que a su modo fue a contracorriente y creyó hasta el final en sus ideas.

Así nada de análisis sobre su pensamiento político, sobre las consecuencias de su mandato en Gran Bretaña, ni sus relaciones ni política exterior. Sino que vemos una mujer con un par de ovarios que se enfrentó a un mundo de hombres (¿?) y que sacrificó su vida personal (marido e hijos) por su imagen pública. Ése es el análisis del retrato fílmico de Phillida Lloyd. Los recuerdos fragmentados de una anciana (y reconozco que esas escenas son duras y hacen empatizar con un personaje con el que jamás hubiera imaginado empatizar) que tras la muerte del esposo se ha quedado sola y aislada. Y además es consciente de ello.

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Sally Bowles, la mujer extraña

Te regalo un fotograma.

De Sally Bowles.

Mujer extraña.

Grandes ojos.

Enormes pestañas.

Kilométricas piernas.

Lunar en la cara.

Sonrisa siempre puesta.

Vestiduras excéntricas.

Y nunca olvida un sombrero.

Voz portentosa.

Mentirosa compulsiva.

Crea mundos maravillosos.

Grita cuando pasa un tren.

Se enamora de uno, de dos o de tres.

Es buena amiga.

Ante la realidad negra

prefiere disfrazarla.

Meterse en una habitación.

Encender un gramófono.

E imaginar que todo va bien.

Que todo es divertido.

Fumar, beber, reír junto a un buen amigo.

Y si es posible terminar amándose en una cama.

A veces se da cuenta de sus mentiras

y llora.

La encanta cantar.

Y cuando canta

siente

y hace sentir.

 

Su amigo está preocupado.

Hace mucho que no sabe de ella.

Quizá hubo un momento en que ya no pudo huir…

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Mujeres floreros

El otro día vi una película que en muchas referencias apuntan como ejercicio cinematográfico aburrido, Los puentes de Toko-ri, película bélica de 1955 de corte propagandístico sobre una de las guerras menos llevadas al cine, una de las del periodo de la guerra fría, la de Corea. Presenta sin embargo puntos interesantes. Los personajes protagonistas mueren sin plasmarse de manera heróica sino de manera cruda. Como una gran putada. Así el espectador se queda helado ante el horror de la muerte en guerras que ‘se montan’ por motivos políticos y asuntos internacionales y llevan a morir en directo a hombres que se ven lanzados al abismo sin haberlo pedido. Así vemos cómo tres hombres con los rostros de Mickey Rooney, Earl Holliman y William Holden pierden la vida sin tiempo a heroísmo alguno. Sólo pueden llegar a mostrarnos su compañerismo.

La película cuenta con una parte intermedia para ‘narrar’ que uno de los oficiales, Holden, aviador, era en su vida civil abogado y feliz hombre casado con dos hijas. En uno de sus permisos en Japón antes de la misión suicida (el bombardeo de los famosos puentes) logra reunirse con sus ‘chicas’ que han llegado hasta allí para estar con él. Y su ‘chica’ mayor es una preciosa Grace Kelly que ejerce como nadie de personaje anodino y mujer florero, la buena esposa. De hecho es un paréntesis en la película que rompe su ritmo. Kelly no volverá a aparecer, ni siquiera como contrapunto (así que además de mujer florero su personaje es absolutamente desaprovechado, es también personaje florero). Al personaje de Grace Kelly se le atribuyen todas las claves de la perfecta mujer florero… se muestra siempre bella y deliciosa, preocupada y abnegada. Hasta Japón lleva el personaje de mujer florero su recato, su apariencia perfecta, su papel de esposa preocupada, amante del esposo, que lo admira, que lleva las riendas de la casa en silencio… ‘Magistral’ esa conversación con el superior de su esposo (un Fredric March maduro) advirtiendo a la mujer florero que debe responsabilizarse y ser consciente de que su marido está en una guerra y puede desaparecer. Así le cuenta la historia de su nuera, otra mujer florero, que no quiso darse cuenta de la realidad, y cuando su marido murió en guerra, ella se perdió en brazos de otros hombres… y ya no se sabe su paradero. Así que se pide a la mujer florero un poquito de ‘consciencia’ de la realidad. Y claro Grace Kelly lo arregla todo en la cama con el esposo preguntándole llorosa que cuál es esa misión de los puentes. Ya es ‘consciente’ de los peligros que pasa el esposo… y sabrá aceptar su perdida. Hasta en eso mujer florero perfecta.

Y me viene aquí como reflexión el reflejo, rico en matices, de la mujer florero en el cine. Últimamente ha habido dos ejemplos muy pero que muy interesantes de reinterpretación de la mujer florero. Catherine Deneuve en la interesante Potiche, mujeres al poder de  Ozon. Donde la francesa ofrece un perfil de la mujer florero con careta…, es menos florero de lo que parece (es cómodo, a veces, el papel de florero… y se puede ejercer ‘poder’ en la sombra. Es cómodo ser o aparentar ser ‘inconsciente’), y donde se hace hincapié en cómo las mujeres florero es un rol generacional, que pasa de madres a hijas (es triste ver el retrato de la hija del personaje de Deneuve). La Deneuve como Potiche decide dejar su rol en el plano privado… y desmelenarse en el plano público. Tomar las riendas. Y la americana Criadas y señoras de Taylor donde se nos ofrece toda una galería de mujeres florero sureñas y cómo pasan el tiempo así como sus comportamientos, presentando distintos estereotipos como la infeliz malvada pero florero (el personaje de Bryce Dallas Howard) o la feliz pero tonta aunque de corazón de oro (Jessica Chastain). Y haciendo también hincapié en el paso de perfil de madres a hijas. Y mostrando que el estereotipo sigue en pie. Sigue siendo reconocible y practicado.

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Le Havre de Aki Kaurismäki

Quizá la primera película que vi de Kaurismäki fue La vida de Bohemia y lo recuerdo con cariño. Desde que la vi en el momento de su estreno no he vuelto a rescatarla. Pero tengo imágenes en mi retina que no se borran. Es curioso. Desde ese momento siempre que he podido he acudido a una sala de cine para ver a Kaurismäki. No he visto toda su filmografía pero a la que he podido acceder siempre ha supuesto una agradable inmersión a su particular mundo (Lenigrand Cowboys go America, La chica de la fábrica de cerillas, Nubes pasajeras, Un hombre sin pasado, Luces al atardecer). Su estilo hierático que alcanza lo näif. Su aparente distanciamiento. La ternura de sus personajes. Su pesimismo triste o su optimismo esperanzador. Sus personajes siempre al margen. Ese uso tan peculiar y hermoso del color y del detalle. De los silencios. Esa cercanía a los expulsados, los excluídos, los diferentes. Esa presencia de los perros con humanismo en la mirada…, como su perra Laika. Y esa querencia por unas bandas sonoras especiales o por la presencia de extraños ‘grupos musicales’ que dan sus conciertos ‘en directo’. Lo especiales que son sus actores fetiches.

 

Y si nombré La vida de Bohemia… es porque Le Havre sigue los pasos de uno de esos tres bohemios en blanco y negro. Marcel (André Wilms), que ahora vive como zapatero ambulante en Le Havre, ciudad portuaria. Un Marcel bohemio y mayor que vive con la mujer de su vida (una de sus actrices fetiche, Kati Outinen) en un barrio proletario con sus colores especiales. Y Kaurismäki en su historia que habla de milagros cotidianos nos muestra que este triste pesimista (que es Kaurismäki) a pesar de los pesares cree en los seres humanos, en la bondad de los desconocidos. Y que sólo la solidaridad social puede obrar momentos-milagro. Y aunque la apariencia es la de un cuento Le Havre exuda autenticidad por sus poros. Son los excluidos, los marginados, los que protagonizan una historia de solidaridad y justicia social con la aportación y colaboración de un inspector criminalista que nada tiene que ver ‘ni con Hacienda ni con Inmigración’ y que harto de ser un hombre gris y desencantado decide creer, por una vez en el ser humano, y echar una mano a esta comunidad de vecinos que se unen para que un niño inmigrante alcance la ‘tierra prometida’, Londres.

 

Así el director filandés nos vuelve a hacer partícipes de su universo con metáfora final donde en un barrio humilde y proletario puede verse un hermoso y solitario almendro en flor. Así nos habla de nuevo de los excluidos y los inmigrantes pero con un poso de optimismo y un humor seco pero tierno. Y hasta nos regala un milagro médico. Porque sin duda da fuerzas creer en las personas. Es algo contagioso y fuerte. Así entre una panadería, una frutería y un bar de barrio, hogares pobres pero con detalle, una habitación de hospital, y calles frías se escapa un humor pausado, crítico pero bañado de ingenuidad y ternura, unos diálogos justos pero profundos de palabra precisa. Así con un perro, un niño inmigrante, un bohemio, una mujer enferma, un frutero, una panadera, un vietnamita que tiene papeles de chino, un inspector desencantado y un ‘concierto de música benéfica que está de moda’ de la mano de un abuelo roquero (Little Bob), el director logra que salgamos de la sala de cine con una pequeña esperanza.

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39 estaciones. De viaje entre el cine y la vida de Alfredo Moreno Agudo (Eclipsados, 2011)

En un prólogo certero de Francisco Machuca (les invito a todos a visitar su blog El tiempo ganado) habla de la imposibilidad de escribir La Hermosa Historia Imposible del Cine y sin embargo da las claves para elaborarla. Memoria, sensaciones e imágenes…y entonces nos adentra en el viaje que propone Alfredo Moreno (creador del blog 39 escalones… otro buen sitio para navegar) con parada en 39 estaciones. Un viaje de miradas, recuerdos, reflexiones, sentimientos y lecturas que no hace más que proponer una personal  Hermosa Historia Imposible del Cine.

Adentrarse en cada una de las 39 estaciones es disfrutar de una parada donde con deleite disfrutar de una pasión, el cine. Y la vida es una suma de pasiones. Es un libro para saborear cada propuesta-mirada. Un paseo por sus páginas, es un paseo personal por el séptimo arte. Con sensibilidad extrema desgrana sus momentos entre el cine y la vida. Así nos adentramos en el alma de un actor, de un director o en el corazón de una película, de una escena. O como la vida nutre al cine y el cine nutre a la vida.

En este peculiar y personal viaje nos emocionamos ante dos viejos payasos que ante las candilejas de un escenario nos muestran sus rostros sin caretas, la de dos grandes del cine silente con dos concepciones de arte diferente. Recorremos una y otra vez la tienda de la esquina, que es un bazar de sorpresas repleto de seres humanos reconocibles. Recordamos una historia de amor que se lee en la carta de una desconocida y los lazos entre cine y literatura. Nos adentramos en la historia de un diablo, que se transforma en actor, que es protagonista de diversos fotogramas. Nos recuerda la mirada de uno de los perros más neorrealistas del celuloide, responde al nombre de Flike.

La siguiente parada nos lleva a Innisfree junto a la historia de revelaciones entre Mary Kate y Sean. O nos lleva a la espera del autobús de la una y media donde un Marty esperanzado piensa que quizá será hombre amado. No podía faltar un recorrido fascinante por el complejo de culpa que recorre las películas del maestro del suspense. Ni mucho menos una mirada buñeliana. O adentrarse por un viaje especial a la India de la mano de Satyajit Ray. O un estimulante paseo por el mundo de las apariencias del cínico Wilder.

Montar en caballo o en moto en compañía de John Sturges, apasionado artesano. O pasear por rarezas como por un western impenetrable a orillas del mar.También una mirada y un viaje alucinante al interior de dos mujeres-persona con fondo bergmaniano. No puede faltar un baile de vampiros que se convertiría en pesadilla.

Nos adentraremos en el viaje hacia la muerte de un creador, Nicholas Ray, o en los silencios de los samurais. Viajaremos por el espacio según Kubrick o viviremos el horror de la guerra. Haremos una parada en el Oeste con mirada de Hawks. Tendremos el gusto de conocer al marinero jovial y volaremos por horizontes perdidos donde se esconden hombres que quizá puedan reinar o queden atrapados finalmente por el fracaso.

Nos iremos más allá de Orión o traspasaremos los rayos catódicos. Saltaremos por los sueños de Kurosawa. Estaremos en contacto con la más dura historia de América del Sur entre la muerte y la doncella y la historia oficial. Conoceremos en una piscina de lujo algo decadente a dioses y monstruos y pasaremos por el territorio comanche. Conoceremos el mundo pulp de Tarantino y asaltaremos la sensibilidad de Eastwood que sortea y se inspira en sus maestros Leone y Siegel. Parada de lágrimas en Vietnam y paseo por una Dinamarca con Dogma. Visita al Allen que sortea el destino. Iremos hacia un rumbo doloroso a la madurez con beatiful girls.

Nos adentraremos en el mundo compuesto de celuloide y literatura de Auster. Un paseo por la frontera y otro por los telones que luchan por no bajarse para siempre. Nos montamos en un barco donde se hablan todos los idiomas o somos testigos de un viaje cinéfilo que nos proporciona un personaje, Stephen Lynn, que proporciona breves encuentros.

Ésta es la Hermosa Historia Imposible del Cine con mirada y palabras de Alfredo Moreno. Y adentrarse en este viaje depara conocimientos y sorpresas. Sensaciones y recuerdos. Sentimientos y pasiones.

… A veces eché de menos en ciertas estaciones paradas más largas. Son tan interesantes las propuestas-mirada que me hubiera gustado que el autor me hubiera hecho pararme mucho más en ellas.

39 estaciones. De viaje entre el cine y la vida, un libro-viaje imprescindible para aquellos que buscan miradas de cine… Tener el libro entre las manos es adentrarse en un bazar de sorpresas infinito. O leer una carta de alguien que viaja y mira a través del celuloide y comparte con el lector sus reflexiones y sentimientos.

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Un extraño en mi vida (Strangers when we meet, 1960) de Richard Quine

Richard Quine realizaría en 1960 dos bellas películas sobre amores imposibles. Dos interesantes melodramas: El mundo de Suzie Wong (que me encantó y la vi varias veces cuando tenía un vhs con ella… ahora no he vuelto a recuperarla en dvd) y Un extraño en mi vida (la obra cinematográfica que nos ocupa en este texto). Dos películas que casi nunca son muy nombradas en listas de grandes clásicos. Y sin embargo las dos son cinematográficamente exquisitas y con unas historias que llegan y calan. Richard Quine tampoco es un director de gran prestigio y muy conocido. Su carrera es irregular y diversa en géneros y peculiaridades. Pero es un tipo interesante con unas obras cinematográficas a tener en cuenta.

Un extraño en mi vida presenta como el american way of life tiene muchas fisuras y deja al descubierto como los hombres y mujeres que tratan de construir unas vidas perfectas son eternamente insatisfechos e infelices. Y, sobre todo pone en escena el vacío existencial y el aburrimiento que acompaña esta perfección. Y ahí en una ‘perfecta’ y ‘ordenada’ localidad (localidades-cárceles) se desarrolla una historia de adulterio, pasión y amor insatisfecho. Pero también deja reflexiones sobre la creación artística… sobre si seguir la corriente existente al escribir una novela o construir una casa o dejarse llevar por lo que uno lleva dentro sin importarle los índices de venta, las modas o pensar en las buenas o malas críticas… Un extraño en mi vida es el reflejo, en una puesta en escena muy cuidada, de una forma de vida (también de un época) que caló y cala (no, no todavía no ha terminado esta visión, el sueño de un tipo de vida determinado, que si se alcanza como muestran los protagonistas puede ser fuente de infelicidad e insatisfacción) en hombres y mujeres. ¿Cómo seríamos felices? Se convierte en pregunta eterna.

Richard Quine crea metáforas visuales en Un extraño en mi vida y sobre todo es una canción de amor sensual y apasionado hacia un personaje (Maggie) encarnado por una mujer real, Kim Novak. Quine estaba enamorado de Novak y aquí en cada fotograma lo desgrana. En cada fotograma se declara. De manera elegante (sí, se puede), convierte a Novak en objeto de obsesión, deseo, sensualidad, seducción… y amor no correspondido. Y la Novak engatusa con su belleza siempre distante (pero pasional) y una voz calida, grave, susurrante y sensual… El hombre que la desea y ama es un arquitecto. Un Kirk Douglas que es presentado como un hombre seguro de sí mismo, de su entorno, de su trabajo, de sus amigos, de su familia… pero en realidad inmerso en un pozo de inseguridades, insatisfacciones y miedos que ve en Maggie y en la casa que está construyendo una posibilidad de sentirse completo.

Así surge la metáfora de la casa que construye para un escritor de éxito. Una casa ‘ideal y libre’ cuya construcción dura lo mismo que la relación adultera. Una casa como dice Maggie al final que en realidad es la suya (la de ambos), que representa la posibilidad de haber vivido para siempre juntos. Como dice Coe, el arquitecto, la casa en la que construiría un foso para que siempre estuvieran solos y aislados, amándose. A partir de ahí se desarrolla un final amargo donde los amantes renuncian a un posible ideal y se quedan con sus perfectas y aburridas vidas. Quizá ese posible ideal hubiera terminado conviertiéndose en otra ‘cárcel’ para ambos. Ahora con el recuerdo de una posibilidad…

Ambos son adúlteros pero no quieren hacer daño a su entorno (o ¿es cobardía o es inseguridad?). Ambos tienen una vida ya construida pero la ruptura de ese modo de vida los remueve y por ello los convierte en más humanos. Así como los personajes secundarios que se mueven a su alrededor. Con todas sus virtudes y miserias. Con todos sus vacíos y mezquindades. Por ahí pulula el escritor play boy, el ama de casa diligente, el marido frío y poco pasional, el vecino cotilla y desagradable (un Walter Matthau genial en su cometido), la madre que ha vivido…

Por ahí vemos las calles perfectas, los niños perfectos, las fiestas perfectas, los supermecados perfectos, las casas perfectas… y una frialdad que se rompe cuando se desatan las pasiones, que confunden a los personajes pero al fin al cabo les hacen vivir y sentir.

Así Richard Quine emplea una puesta en escena elegante desde que empieza la película y enfoca por primera vez a Kim Novak como la nueva y bella vecina. Emplea perfectamente el lenguaje del melodrama. Así como los sucesivos encuentros entre los amantes. O cómo los personajes se mueven y ‘disponen’ por las habitaciones de las casas. Cómo enfoca la espalda y la nuca de ella. O cómo va mostrando la construcción de la casa y de la relación. Hay un cuidado tratamiento del color. Unos diálogos certeros por un buen trabajo de guión del propio novelista (que se adapta al lenguaje cinematográfico) Evan Hunter y una hermosa banda sonora de George Duning. Pero si hay algo que también llama la atención durante todo el metraje es la continua pasión y sensualidad contenida. En cada uno de los encuentros de los dos amantes. O en esa fiesta donde los amantes no pueden mostrar que se conocen y no pueden estar juntos. En la sensualidad que brota de Maggie-Novak cuando se siente sola o poco deseada. O también una violencia sexual oculta (misoginia escondida pero transparente en cada uno de los hombres de esta historia, y de esa mentalidad —y ahora tampoco estamos tan adelantados—, y también en la actitud de las mujeres) sobre todo evidente en el amago de seducción violenta del vecino chismoso (de nuevo Walter Matthau) hacia la esposa del arquitecto (una estupenda Barbara Rush, actriz para recordar que tenía experiencia en el melo de Sirk) o en esa confesión que realiza Novak sobre una agresión sufrida a un Douglas perplejo (que se comporta como un ‘macho’ sin un ápice de comprensión hacia la mujer deseada… aunque luego se da cuenta de lo que ha hecho…) o en ese plano final de una Novak llorando en su coche y cómo la mira desde fuera un joven cazador (como si fuese una posible presa). Otro aspecto cuidado es la ambientación, la indumentaria de los personajes, la decoración de las casas, las calles, el parque de atracciones…

Y cada uno de los intérpretes y secundarios construyen personajes interesantes desde el escritor exitoso y vacío con rostro del cómico Ernie Kovacs (que murió al poco tiempo en un accidente de tráfico) en una encarnación de un personaje patético y triste. Hasta ese vecino que continuamente  chismorrea, juzga pero es de lo más mezquino (Walter Matthau). O esa madre que pide a su hija menos frialdad en su vida y que sepa ponerse en el lugar del otro, que sepa apasionarse un poco (Virginia Bruce, una actriz de larga, larga carrera). Y también esa ama de casa y esposa amantísima pero que no tiene un pelo de tonta, la morena Barbara Rush.

Pero sobre todo una pareja protagonista con una química especial. Kim Novak y Kirk Douglas parecen realmente que cometen un adulterio y que se desean y aman. Hay una escena preciosa en la que Maggie pregunta a su amante por cómo se afeita ese hoyuelo que tiene. Kirk Douglas tenía en su hoyuelo un signo de distinción que es aprovechado para su personaje de arquitecto perdido en un mar de sentimientos.

Un extraño en mi vida es una película melancólica que delata el enamoramiento de un director hacia su actriz protagonista…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

La comedia de la vida (20th Century, 1934) de Howard Hawks

… Buena película para empezar el año. Una comedia de Hawks, en uno de los tantos géneros que dominó con mucho arte y uno de los géneros en los que dejó carcajadas a raudales. Hawks inolvidable en La fiera de mi niña, Luna nueva (ya sabéis que debo mi inmortalidad y eterna juventud a esta maravilla), Bola de fuego, La novia era él, Me siento rejuvenecer o Su juego favorito, comenzó su famosa andadura por el género (aunque ya tenía su experiencia en el cine silente) con La comedia de la vida donde se encuentra la semilla de la comedia alocada, la screwball comedy.

Así su pareja protagonista está formada por dos seres creativos pero arrastrados por la irracionalidad, el esperpento, la hilaridad, el histrionismo, con chispa en sus diálogos rápidos y vivos… y rodeados por personajes igualmente irracionales… pero por ello rozan la genialidad. Todos se reúnen finalmente en un escenario muy cinematográfico: un tren, el 20th Century, con destino a New York.

El tren ha sido escenario de muchos asuntos (pasiones, asesinatos, viajes iniciáticos…) pero ha sido también escenario de alocadas comedias que nos han dejado escenas imborrables desde un Buster Keaton, maquinista de la general, hasta los irracionales que pueblan La comedia de la vida, pasando por las desternillantes escenas en Los hermanos Marx en el Oeste (¡Más madera!), la divertidísima Un marido rico de Preston Sturges o Con faldas y a lo loco y esa litera de límites insospechados para celebrar la más divertida de las fiestas. En los camarotes y vagones de La comedia de la vida transcurren vidas locas… y apasionadas.

Hawks ama y respeta los oficios que llevan a cabo los hombres y mujeres que protagonizan sus películas. Porque forman parte de una pasión. Así es comprensivo con las virtudes y defectos de sus personajes protagonistas que finalmente siempre se entregan apasionadamente al trabajo que aman y que da sentido a sus vidas. En La comedia de la vida es el mundo del teatro el que sube al estrado en una de esas combinaciones maravillosas entre pantallas de cine y escenarios. Por otra parte en el guion se deja llevar por dos plumas incisivas (que ya habían creado para el teatro su maravillosa Primera plana… que Hawks transformaría en la mítica Luna nueva —una de sus versiones cinematográficas—…), Ben Hecht y Charles MacArthur.

Sus personajes esperpénticos nos dejan una reflexión con la que juegan en sus maravillosos diálogos… en ese mundo ya no hay distinción entre lo real y lo interpretado. No hay freno para el exceso, el juego, los trucos y las mentiras. Realidad y ficción se cruzan continuamente como los sentimientos y las pasiones. La vida se transforma en una locura sin hueco para la calma ni el aburrimiento. La propia realidad es un gigantesco e interminable escenario.

La estructura de la película es circular empieza con un ensayo en la que se nos muestra el nacimiento de un tándem artístico, una actriz (que empieza) y un famoso y excéntrico productor que ve en ella una joya en bruto… y termina con otro ensayo en el cual se ve que ambos acabarán siempre irremediablemente juntos porque juntos crean a pesar de los pesares. En medio transcurre su periodo de separación donde ella sigue su estrellato (cambiando las tablas por Hollywood y su libertad… y una personalidad realmente alocada que como su pigmalión siempre bordea lo real y lo ficticio… la vida también es un escenario) y él va uniendo fracaso tras fracaso en los teatros. Ambos vuelven a unir sus destinos a bordo de un tren…

Y alrededor de ello una galería de personajes secundarios absolutamente delirantes y geniales ofreciendo la que esto suscribe matrícula de honor a Etienne Girardot con un papel delirante y maravilloso. Él es el anciano Mathew J. Clark, hombrecillo con un maletín que va pegando en el tren pegatinas con mensajes religiosos (¡Arrepentíos, que ya es hora!) en ventanas, sombreros, chaquetas…, que se dice empresario y va dejando cheques millonarios sin fondos allá por donde pasa… Pero también le acompañan otros personajes como el relaciones públicas Owen O’Malley (Roscoe Karns) apegado a su botella y siempre con frase a punto y el contable del teatro Oliver Webb (Walter Connolly) con sus ‘problemas’ de corazón, sus despidos continuos y el mejor amigo del protagonista, los inseparables secuaces del productor.

Todo lo anterior arropa a la pareja protagonista: Carole Lombard y John Barrymore… que ofrecen la esencia de la locura y de lo delirante en sus interpretaciones como la actriz principal y el famoso productor. Los dos intérpretes se desatan y su histrionismo, maravillosamente pautado, deja dos interpretaciones de quitarse el sombrero. Porque los dos se encuentran en un gran escenario que es la vida y no paran de jugar y de actuar… ya que la vida es puro teatro.

John Barrymore como productor extremo deja a su personaje matices y más matices y hace de la exageración un arte. De la estirpe Barrymore, John que fue galan silente arrastraba vida de excesos y aunque ya el alcohol iba haciendo mella en su físico y en su memoria siguió interpretando hasta que murió en 1942. En La comedia de la vida dio rienda suelta al exceso y al esperpento creando a un productor teatral apasionado, genial, inaguantable… y con altas dosis de locura. Carole Lombard, sin embargo, estaba convirtiéndose en estrella imprescindible, en gran dama de la alta comedia loca, y aquí en su actriz desatada ya se encuentra la esencia de su personalidad de comediante. Su belleza y elegancia esconde a un personaje de divertida irracionalidad que llega a extremos delirantes en mi personaje favorito de la Lombard, la Irene Bullock de Al servicio de las damas.

Así es un placer sumergirse en el tren 20th Century con destino a Nueva York y ser testigo de vidas que son puro teatro para nuestro deleite…

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