Diccionario cinematográfico (171)

Tiendas: ahora que estamos de rebajas, vámonos de tiendas de celuloide. Y lo primero que me viene a la cabeza es Tiffany y Audrey Hepburn (perdón, Holly) frente a su escaparate con un traje negro. O después junto al escritor amado, pidiendo a un amable y nostálgico vendedor, que les vaya diciendo el precio de algunas cosas que se puedan comprar con unos pocos dólares… para al final pedirle que por favor grabe sus nombres en un anillo de hojalata.

Y esa primera imagen me recuerda que los escaparates a veces son la metáfora de lo inalcanzable. O de lo que se ha perdido. Como actualmente le pasa al protagonista de The Artist, cuando todo está ya perdido, su gloria como actor silente de éxito, y deambula con un traje barato por las calles. Y entonces se para ante un escaparate con un esmoquin. Y sonríe.

O esas películas donde parejas que pronto serán marido y mujer fantasean frente un escaparate de muebles lo que podría ser su futura casa… como les ocurre a Silvya Sidney y Spencer Tracy al principio de Furia de Lang… antes de que empiece toda una pesadilla.

Los supermercados también son escenarios de cine. Y hace poco recordamos el encuentro de los amantes entre los pasillos de uno de estos establecimientos en Un extraño en mi vida. Pero entonces me viene a la cabeza la maravillosa historia de amor no terminada que nos sugieren Robin Wright y Jason Isaac cuando se encuentran en un supermercado en Nueve vidas de Rodrigo García.

Ahora me río recordando a Charlot en los grandes almacenes en Tiempos Modernos… y la cantidad de anecdotas y aventuras que pueden pasar en una noche de vigilancia. Junto a la chica con cara de Paulette Godard. Y entonces como río recuerdo a un Rock Hudson como vendedor especialista de una tienda de pesca… sin haber pescado jamás un pez en esa maravilla que es Su juego favorito. Y otra escena ochechentera con grandes almacenes de fondo un niño grande con cara de Tom Hanks saltando en las teclas de un piano gigantesco.

Me voy de librerias con Woody Allen. Rara es la película en la que no aparezca una. Pero por citar una nos vamos a la de Hannah y sus hermanas y un Michael Caine enamorado. Y de librerias va la cosa. Porque también transcurre en una la escena final de La vida de los otros. O ahí está el bueno de Hugh Grant en Notting Hill, con una libreria de viajes donde se cuela una actriz de éxito.

También recuerdo la tienda de chocolates de Chocolat (será que ese dulce me pierde). O ese niño que mira en un escaparate un delicioso pastel que no es para él… aunque no podrá con la tentación en Érase una vez en América. O recordamos a las antipáticas dependientes que menosprecian a Pretty Woman cuando trata de comprarse un vestido… O recordamos la visita a la tienda de un alucinado y enamorado Hugh Grant que tiene que ver cómo la mujer a la que ama se prueba ante él vestidos de novia… para casarse con otro en Cuatro bodas y un funeral.

Me vienen a la cabeza las tiendas de música. Como esa sensible escena que transcurre en una tienda de instrumentos entre los protagonistas de Once. Cuando ambos protagonistas se ponen a tocar al piano y a cantar.

Ahora recuerdo las tiendas de alimentos, ropas, aperos…, vamos, las tiendas donde hay de todo, del viejo Oeste. Y entonces me voy con los protagonistas de Raíces Profundas.

Pero hay una tienda especial que siempre me gusta volver a visitar y es El bazar de las sorpresas.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.