10 razones para amar La decisión de Sophie (Sophie’s choice, 1982) de Alan J. Pakula

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Razón número 1: ¿No lo ves, Sophie? Nos estamos muriendo

… El joven Stingo no olvida Brooklyn. Tenía 22 años y quería ser escritor. Dejaba su mundo sureño y se iba a conquistar mundo… digo aprendizaje. Así durante el viaje él mismo informa a todos que no tiene experiencias ni con el amor ni la muerte. Ni con Eros ni Tanatos. Es el verano de 1948 y todo va a ser un descubrimiento.

A sus vecinos primero los conoce a través de una nota y parecen encantadores. Firman Sophie y Nathan. Le dan la bienvenida con un libro de poemas de Walt Whitman. Después llega la tormenta. Observa desde su habitación una discusión violenta en las escaleras… en la que su vecino huye enfadado y sólo le salen por su boca palabras crueles. Y Sophie se queda sola. Desolada. Después la mujer con rostro triste y una serie de números en el brazo le baja la cena… Y Stingo se queda con su cara grabada en la memoria.

Cuando le va a dejar la bandeja de la cena, la ve a través de la puerta semidormida y oye que alguien ha entrado… es Nathan. Stingo se oculta. Y entonces ve cómo Nathan la abraza y la besa y ella le devuelve los abrazos y los besos… y oye cómo desesperado dice: “¿No lo ves, Sophie? Nos estamos muriendo”.

Y ahí empieza todo. Ahí comienza la escuela de Stingo. Su relación con Eros y Tanatos.

Razón número 2: La casa rosa

La historia donde Stingo, Sophie y Nathan estrechan los lazos de su amistad y relación transcurre en la casa rosa, una casa de huéspedes. Ahí han creado su mundo especial Sophie y Nathan… y acogen a Stingo.

Así conocemos la habitación de Stingo, la de Sophie, la de Nathan… y vivimos momentos con ellos. Instantes alegres y otros trágicos. Una persiana que se baja. Un piano que suena. Una lámpara que se mueve. Gritos o una pareja haciendo el amor. O tres amigos riéndose… Una llamada de teléfono.

Parece que en esa casa donde se encierran los tres sólo pueden ocurrir cosas especiales… La casa rosa es un refugio. Ahí parece que se detiene el tiempo y el mundo. Ahí los tres son especiales…

Razón número 3: Mentiras y salvación

Sophie miente. Nathan miente. Ambos tratan de salvarse. Mienten para no morir. Crean un mundo que les aferre a la vida. De pronto sienten la necesidad de compartir esas mentiras, esos excesos con el joven escritor sureño, un creador. El joven creador sureño que no sabe nada de Eros y Tanatos.

Pronto sin embargo descubre las grietas porque a veces el mundo ideal de Sophie y Nathan se resquebraja, se cae a pedazos. Vienen los gritos, el alcohol, las drogas… los recuerdos, las confesiones. Son dos animales heridos…

Stingo va rompiendo el cascarón, en el exterior (fuera de las paredes de la casa rosa) le cuentan cosas de sus amigos, descubre las mentiras y ve cómo el mundo de sus amigos (aquel mundo que les aferra a la vida) se desmorona en mil pedazos. Pero él ya está enamorado de Sophie y ama a su amigo Nathan…

Descubre a dos personas excepcionales y maravillosas que él admira. Ella es polaca, católica y sobrevivió a un campo de concentración. Él es judío y científico. Ella no cree ya en nada solo en su relación con Nathan… dice mentiras y mentiras para poder modelarse cada día, para lidiar el dolor. Él miente para no enfrentarse a su locura…

Razón número 4: Trío

Y es que Alan J. Pakula crea una película de sensibilidad extrema y nos mete de lleno en un trío donde hay amistad y amor… pero también es poderosa la presencia de la muerte, el dolor, la destrucción y la locura.

El punto de vista que toma es el de un narrador que desde su madurez mira al joven de 22 años que fue. Así es un relato cinematográfico en el cual convive la memoria y la nostalgia. La sensibilidad y la ternura. La recreación de tiempos felices y a la vez dolorosos.

Pakula se empapa de la novela de William Styron y atrapa su esencia… Y además deja tres rostros para el recuerdo. La recreación excepcional de Sophie por parte una Meryl Streep que se crea y se apodera de un personaje complejo. Nathan, hombre sensible, culto, romántico, buen amigo, con don de gentes… alguien al que se admira, un líder… pero como dice su hermano, loco de remate. Una locura que le va minando a él y a los que están a su alrededor. Nathan tiene el rostro de Kevin Kline en su debut en el cine… y ya no se fue de la pantalla. Y la mirada y sonrisa amable de Stingo con la cara de un genial Peter McNicol que borda su papel de joven escritor sureño que va descubriendo a Eros y Tanatos…

Y este trío protagoniza momentos maravillosos como un paseo nocturno por el puente de Brooklyn donde brindan con champán por el futuro literario de Stingo… Unos momentos que dejan imágenes difíciles de olvidar como su paso por el parque de atracciones de Coney Island… donde ya Nestor Almendros hace de las suyas (o esas imágenes bellísimas en las habitaciones de la casa rosa). Ahí los tres amigos se miran en los espejos deformantes… o les vemos dando vueltas sin parar, atrapados.

Razón número 5: Creación y memoria

Y es que Pakula nos ofrece un relato cinematográfico potente donde ‘juega’ con el poder de la creación y la memoria. La decisión de Sophie es la novela de un hombre maduro que recuerda sus jóvenes años. Una recreación de un momento de su vida.

La admiración que siente el joven sureño por una pareja, sus vecinos…, Sophie y Nathan que también crean y lidian con la memoria. Sus vecinos son creadores de un mundo mágico e ideal en la casa rosa para luchar contra recuerdos complejos y dolorosos. La culpa va minando a Sophie. Por sus raíces, por el padre que amaba y odiaba, por una decisión en concreto (pero son tantas las decisiones que tiene que tomar), por el desmoronamiento de sus creencias, por su supervivencia… por aguantar el dolor por estar viva. Y Nathan siente que cada día que pasa se vuelve más loco y se agarra a la cordura. Al mundo que crea con y para Sophie donde es un hombre protector y salvador, un gran científico…

Los personajes y el propio relato cinematográfico (así como la novela) son una radiografía sobre la creación (de historias, de recuerdos, de mundos íntimos…) y los efectos de la memoria.

Razón número 6: Teclados

Ya nos lo cuenta Sophie en una escena. Hay dos teclados importantes en el relato cinematográfico. Esos teclados tienen que ver con el pasado de la protagonista. En su casa, durante su infancia, oía dos teclados. El del piano, su madre lo tocaba. Y el de la máquina de escribir, su padre era un profesor universitario de Derecho y tecleaba sus artículos.

Ahora en la casa rosa vuelve a contar con los dos teclados. Abajo está Stingo en su habitación creando una novela con tintes autobiográficos. Sobre la memoria y el recuerdo. Un niño de 12 años que pierde a su madre. Arriba, Nathan le regaló a Sophie por su cumpleaños un piano… y a veces lo toca para ella.

Pakula escribió él mismo en su teclado el guión de esta historia. Él trabajó la adaptación al cine de la novela de Styron. Y algo que se queda en el recuerdo es la música (no sólo las piezas de música clásica) sino la elegante y nostálgica creación musical de Marvin Hamlisch.

Razón número 7: Locura

¿Y sólo está la locura de Nathan en la película? Él es un esquizofrénico paranóico que trata de construirse un mundo ideal y cuerdo.

¿Y cómo puede reconstruirse una mujer como Sophie? ¿Cómo puede hacer para no caer en el abismo de la locura y el alcohol? ¿Cómo aferrarse a la cordura? ¿Cómo arrastrar la culpa? ¿Cómo olvidar?

Cómo soportar el dolor.

Qué hacer cuando la vida hace daño.

Cuando la locura te arrastra al abismo…

Y luego está ese otro tipo de locura que da mucho más miedo. La que arrastraron los SS que estaban al mando de los campos de concentración. Hombres que borraban sus sentimientos. Se volvían sádicos y violentos. Ejecutaban órdenes sin pensar, con la mente en blanco. Sin sentir. Muchos bebían para poder realizar actos impensables. Otros daban rienda suelta al sadismo. Y como en la película, algunos arrastraban horribles dolores de cabeza o se les quitaban las ganas de comer. ¿Cómo pudieron también borrarse la memoria? ¿Seguir viviendo con lo que hicieron cada día? ¿Cómo podían justificar sus acciones?

Razón número 8: Poema de Emily Dickinson

Ya lo he escrito alguna vez en el blog. Porque rescato escenas de cine donde los personajes leen poemas. Y La decisión de Sophie tiene su poema. Uno de Emily Dickinson. Y tiene que ver con un objeto que se encuentra en la casa rosa… con una cama. El lecho donde Nathan y Sophie se aman con pasión. Es un poema íntimo, que describe una cama… Primero lo leen Nathan y Sophie cuando empiezan a conocerse. Y lo leen encima del colchón, abrazados. Después se lo dedica Stingo, que llora, cuando ellos yacen en la cama y ya no pueden leerlo más.

Haz amplia esta cama,
haz esta cama con prudencia;
espera en ella el postrer juicio,
sereno y excelente.

Que sea recto su colchón
y redonda sea su almohada,
que ningún rayo dorado de sol
llegue jamás, a perturbarla.

Razón número 9: Una carta

Y adoro también las cartas en las películas. Sophie escribe una de despedida a Stingo… que sueña con llevarla a una granja sureña y convertirla en su amor, en la madre de sus hijos… Ella le regala una noche de entrega y pasión. Le despide diciéndole que es un gran amante y que está segura de que encontrará a la mujer que le haga feliz. Pero ella lo siente, tiene que regresar con Nathan, no puede imaginarle solo. Tiene que irse con él, sea cuales sean las consecuencias… Entre líneas le dice que están rotos, quebrados. Le dice que ha sido muy importante conocerle. Pero es una despedida de Eros y Tanatos.

Razón número 10: Decisiones

La vida se va construyendo muchas veces a base de decisiones. Y algunas destrozan. Así vamos asistiendo a las decisiones de Sophie, de Nathan y de Stingo. Decisiones que les construyen y les destruyen. Cada momento, es una decisión. Y las decisiones les llevan a caminos muy diferentes. Lo malo de Sophie es que la obligan a tomar decisiones que nunca imaginó que tuviera que tomar… Y una decisión obligada es la que definitivamente la enemista con la vida y la hace arrastrar la culpa para siempre.

Primo Levy describió en algunas de sus obras (Los hundidos y los salvados o Si esto es un hombre) el sentimiento de culpa que arrastraban muchos supervivientes al Holocausto por el mero hecho de estar vivos…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Mi semana con Marilyn (My week with Marilyn, 2011) de Simon Curtis

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Mucho se ha escrito sobre Marilyn Monroe. Mucho bueno, mucho malo. Y bueno y malo empleándolo en el sentido de libros respetuosos con su figura y trabajo como actriz así como analizando la mitología alrededor de su persona y libros que han hurgado en lo morboso o en aspectos íntimos y personales de una mujer que a nadie le hubiese gustado (ciertos o no) que hubiesen sido aireados ante el mundo. Luego están los libros de aquellos que estuvieron, aunque fuera solo unos días, con ella… pero lo contaron. Y entre esos libros (que también son numerosos y también las calidades y verosimilitudes varían) se encuentra el de Colin Clark (libro que no he leído): que rememora su ‘semana con Marilyn’ cuando él era un joven de 23 años, de buena familia y muy bien relacionado, que ama el cine y el mundo que lo rodea y consigue su primer trabajo como ‘tercer ayudante de producción’ en la nueva película de Laurence Olivier en Gran Bretaña, El príncipe y la corista, cuyo rodaje transcurrió en el verano de 1956.

Y el debutante Simon Curtis (sus anteriores trabajos han sido para la televisión) no dirige un simple biopic o un telefilm para pantalla grande, sino una correcta y delicada película sobre un periodo determinado en la vida de Monroe. Un relato cinematográfico que se construye desde la nostalgia y la mirada de un chico que ama el cine y respeta (y entiende más que otros) el elemento trágico de la actriz. Un joven que se enamora como si fuera el primer amor y se acerca algo a Norma Jean y que entiende que Marilyn Monroe es un personaje creado. Así la película se mueve en dos tramas muy bien unidas en las que el joven Clark es un testigo de excepción: por una parte la tierna pero también dolorosa relación (sobre todo para el joven) que se establece entre los dos y el tenso rodaje de El príncipe y la corista donde chocaron dos egos y dos formas de entender la interpretación muy diferentes. La lucha de egos entre Monroe y Olivier.

Así Mi semana con Marilyn es una película sobre la nostalgia, el recuerdo y la memoria que regala un bonito y complejo retrato de la artista (Michelle Williams consigue darle coherencia y meterse en su esencia) donde se marcan sus luces y sus sombras. Por otra parte surgen pinceladas de todos aquellos que la rodeaban que alimentaron sus inseguridades, no pudieron ni supieron ayudarla (como su marido en aquel momento Arthur Miller) o se preocuparon de mantener en pie (a base de medicamentos u otros métodos) a la gallina de los huevos de oro. También se refleja la consternación de Olivier (Kenneth Branagh) que se siente incapaz trabajar y comprender a Monroe pero que reconoce su poder innato frente a la pantalla de cine. Quizá el personaje que más choca o menos logrado (era una personalidad demasiado fuerte y también trágica… hubiera dado para otra película) es el de Vivian Leigh (con el rostro de Julia Ormond).

Simon Curtis ofrece una dirección elegante donde prima la luminosidad y la sensación de estar ante un relato nostálgico y subjetivo de un joven que se deja cegar y dañar por los encantos y también por la tragedia interior de la estrella que admira en la pantalla blanca. Descubre a la mujer tras Marilyn Monroe, la insegura, a la que dañan, la vulnerable pero que se oculta tras una estrella que es brillante, sexi, manipuladora, fuerte y que sabe lo que le gusta y ama: que una pantalla la refleje.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

10 razones para amar El hombre que mató a Liberty Valance (The man who shot Liberty Valance, 1962) de John Ford

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Razón número 1: El senador y la mentira

Ransom Stoddard es un mítico senador del Congreso de los Estados Unidos y un día llega en tren a una pequeña localidad del Oeste, Shinbone. Para sorpresa del periódico local el senador está ahí para asistir al entierro de un hombre que nadie recuerda, Tom Doniphon.

En una destartalada funeraria sólo acompañan el ataúd: el senador, su esposa Hallie, el amigo fiel Pompey y un hombre anciano que fue en tiempos lejanos comisario, Link Appleyard. Uno de los periodistas quiere saber por qué el senador está ahí y le dice que tiene derecho a saberlo porque él es noticia. El senador mira a su esposa. Ésta asiente. Y se lleva a los periodistas a otra sala. Y empieza a contar su historia.

Éstos son los cimientos sencillos de un relato cinematográfico complejo. El hombre que mató a Liberty Valance es un western desencantado, íntimo,  tremendamente romántico y poblado de idealismos y sueños rotos. Como acostumbraba John Ford, sus historias aparentemente parecen simples y sin complicaciones pero es en lo que no se dice donde se hayan las complejidades y las otras lecturas.

El personaje del senador es tremendamente rico en matices. Nos lo presentan ya mayor y con éxito… distinguido y tranquilo. Sin embargo, vamos viendo a un hombre desencantado, distante y cínico, que arrastra una historia que quiere contar. Y que no le hace más feliz y sí carga más peso en sus espaldas. Le hace reflexionar sobre su vida y méritos políticos. Al final toma una decisión que implica la felicidad de su esposa, Hallie. Descubrimos tristeza, y también ese desencanto, en el matrimonio.

Y todas las claves se van desvelando según vamos escuchando los hechos que relata el senador… Todas las piezas van encajando. Así descubrimos los inicios de un joven abogado que en un pequeño pueblo del Oeste pierde su idealismo y gana su prestigio político y su estabilidad emocional. A su favor decir que todo le vino dado, incluso el convertirse en leyenda. Y que realmente creía y cree en los ideales políticos… piensa que puede mejorar la vida de los habitantes del salvaje Oeste.

Para este papel nadie mejor que un James Stewart capaz de dar todos los matices, todas las luces y sombras, a su personaje. Un personaje que arrastra a su pesar una mentira sobre la que se ha cimentado su carrera y prestigio político.

Y ahí está John Ford para convertirse en un trovador de buenas y emocionantes historias y contar en imágenes una maravillosa y extremadamente compleja. Una de sus últimas historias. Nada es plano. Nada sobra. Nada falta. El hombre que mató a Liberty Valance surge del relato corto de una mujer, Dorothy M. Johnson y de la visión y añadidos de John Ford que guiaron la escritura del guion de James Warner Bellah y Willis Goldbeck.

Razón número 2: El héroe protector

Tom Doniphon es el héroe protector y sólo podía tener el rostro y la presencia de John Wayne. No habla mucho, no tiene el don de la amabilidad aunque sí un sentido especial del humor y la lealtad. Ante todo es fiel a sus amigos y al amor. El hombre duro es despiadadamente romántico.  Y cuando no consigue a la mujer de sus sueños y cuando ya no es necesaria su protección, cae al abismo en silencio. Cae en el olvido. Y no se queja ni acude a nadie. Sólo permite que se quede a su lado otro amigo y compañero de trabajo fiel, Pompey. Él se sacrifica por lo que cree y por el amor de su vida. En silencio. No quiere glorias, prefiere la soledad. Prefiere morir en vida.

Cuando llega ese joven abogado, valiente con la palabra pero un desastre con las armas, se convierte en su sombra protectora. Y en sombra se queda. Porque siempre ha actuado así. Sólo sabe actuar así. Todos los del pueblo lo saben. Los dueños del restaurante. La mujer de su vida, Hallie. Cada uno de los habitantes: el periodista, el doctor, el comisario…Todos saben que pueden contar con él. Y todos saben que está ahí, protegiéndoles en silencio ante los desmanes de Liberty Valance y su pandilla. Valance sólo siente cierto respeto por Tom Doniphon.

Y él vive trabajando, protegiendo, y labrándose un futuro tranquilo. Por eso en su casa lejana está construyendo una hermosa habitación… para cuando la ocupe con Hallie. Nunca da el paso de pedir su mano pero va dejando pistas: no sólo la protege sino que la regala un hermoso cactus con flores, siempre tiene una palabra amable y le encanta cuando Hallie se enfada…

Pero dicen que cuando a los hombres duros se les rompe el corazón ya no tienen consuelo. Se retiran a beber y morir lentamente, en olvido. Y nadie mejor que John Wayne para mostrarnos a ese héroe protector que se derrumba.

Razón número 3: Las armas y la ley

Y El hombre que mató a Liberty Valance tiene diversas capas. Y una de ellas es glosar o trovar el fin de una etapa en el lejano Oeste. Y en esa línea de cambio, dos hombres.

Tom Doniphon representa al vaquero del Oeste, al héroe a su pesar que sobrevive en un territorio sin ley. Diestro con las armas se hace respetar y cuida a los suyos. Primero los enemigos fueron los indios (¿o los enemigos fueron ellos?), también los ladrones y saqueadores de los caminos, después los rancheros que no quieren compartir la tierra y que sólo conocen la ley del más fuerte y el lenguaje de las armas. Si no admites lo que te propongo, te mato. Mientras sobrevivo.

Y el senador Ransom Stoddard representa el futuro. La fuerza de la palabra. La construcción de nuevos ciudadanos. El joven Ransom cree en la educación, en el poder de la escritura y la lectura. Cree que se puede enseñar lo que es la democracia por eso sabe la importancia que tiene la información (el periodismo). No cree que tenga que imperar la ley del más fuerte sino lo que opine la mayoría. Él llega al pueblo y es recibido con máxima violencia por Liberty Valance que le deja moribundo… y él quiere combatir con Valance con la ley en la mano y meterle en prisión. Ransom Stoddar muestra el siguiente paso del salvaje Oeste, él cree en el progreso, en la comunicación, en la política, en el paso de la diligencia al tren, en la construcción de un estado…

Sin embargo la gran ambigüedad del asunto (y es un tema ya tratado por John Ford varias veces) es que para poner los cimientos al progreso y para construir la democracia (para entender la historia de ese lejano Oeste)… hace falta que existan héroes como Tom Doniphon que no tienen problema en empuñar un arma…

Razón número 4: Los malos y otros secundarios

Como es habitual en el universo fordiano, la galería de secundarios es un lujo de buenos personajes. Así entre los malos nos encontramos a un pistolero y mercenario (que se une al mejor postor) que hace la vida imposible a todos los habitantes del tranquilo pueblo del Oeste. Él es Liberty Valance, un hombre excesivo que deja su firma con un látigo… especialista en desestabilizar, crear violencia y no tener un atisbo de piedad. Pero sí se da cuenta y por eso los toma inquina que esos hombres que emplean la palabra y el saber pueden acabar con su reino de miedo y terror. Por eso se convierten en objetivos el periodista y el abogado… Y el rostro de Valance con su risa incluida no podía ser más que el del mítico Lee Marvin. Le acompañan dos secuaces, uno de risa desagradable y el otro siempre callado y frío. Y en ese secuaz silencioso descubrimos al futuro rey del spaghetti western, Lee Van Cleef.

Pero como no podemos pararnos en todos los secundarios, nombraremos a los más cruciales en la trama.  Así nos encontramos que Pompey, el amigo fiel de Tom, es otro ser marginado como él y cuenta con el rostro de un siempre eficaz y carismático Woody Strode. Un hombre negro no lo tenía fácil en el salvaje Oeste pero Pompey siempre se mantiene como un hombre íntegro, fiel y con la dignidad intacta. También nos encontramos con ese comisario puesto en su cargo por su inutilidad y cobardía para que no sea un estorbo ante los desmanes de Liberty Valance y su pandilla. Y ese comisario tiene el rostro de Andy Devine, inolvidable secundario. No obstante al comisario se le regalan no sólo momentos cómicos y de cobardía sino un enfrentamiento verbal con Valance y una fidelidad hacia todos aquellos que considera amigos. También se ilustra el nacimiento de una democracia donde ya se ve el poder de la oratoria, la artimaña y el proceder de los políticos para conseguir sus fines, la importancia del espectáculo y los mítines para conseguir votos, el peligro del populismo… Y ahí se nos regala la interpretación de John Carradine como oponente político del joven senador.

No son los únicos… hay muchos otros rostros identificables del universo fordiano. Y uno de ellos me lo guardo para un único apartado, el periodista Dutty Peabody con el rostro de Edmond O’Brien.

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Razón número 5: La memoria, de la diligencia al tren

El hombre que mató a Liberty Valance es también un tratado sobre la memoria. Así nada como la muerte de un ser querido para activar los mecanismos del recuerdo. El senador le dice al periodista que él es un hombre joven que sólo sabe lo que ocurrió a partir del descubrimiento del tren… pero que su mundo era muy diferente. Y en ese mundo iban en diligencia. Y entonces en esa funeraria (que sirve para más negocios) hay una polvorienta diligencia. El senador señala esa polvorienta diligencia para dar a entender su pasado… y de pronto quita el polvo y descubre la inscripción y cree, emocionado, que puede ser la misma diligencia que le trajo a ese lejano pueblo. Entonces se pone en marcha la memoria, el recuerdo y la nostalgia… y ya el espectador queda atrapado ante esa historia rescatada del pasado en las brumas de la memoria.

Razón número 6: El triángulo y el amor

Una de las razones por las que amo eternamente a El hombre de Liberty Valance es por su romanticismo extremo pero sin estridencias. Y así entre el senador y el héroe protector surge el tercer personaje de un triángulo: Hallie, la chica voluntariosa, inteligente, llena de vida, con carácter y analfabeta (pero con muchas ganas de aprender), que trabaja duramente en el restaurante con los dueños —un matrimonio que ejercen prácticamente de padres adoptivos—, y que marca la vida de los dos protagonistas. Y marca sus vidas porque los dos la quieren. Así su vida se construye a partir de una elección. Esa elección la sigue para siempre. Al final queda como un halo de nostalgia alrededor del personaje. Sobrevuela una duda, ¿se equivocó en la elección?

No lo sé. Creo que esa duda hubiese también sobrevolado si hubiera elegido a Tom. Hallie siempre dudaría porque los amaba a ambos (pero de manera diferente) y cada uno le ofrecía un mundo y posibilidades diferentes. Y además Hallie sabía cómo tratarles a ambos y no sólo eso, se da cuenta de que ambos están y estaban totalmente enamorados de ella…

Y es Hallie la que precipita el sacrificio de Tom pues éste decide retirarse del juego del amor cuando descubre que ella quizá quiere vivir tan sólo al lado del hombre de letras y ahora héroe mítico.

Hallie arrastra la pena de la pérdida porque sí valora el sacrificio de Tom e incluso parece que, suavemente, se lo echa en cara a su flamante marido, el senador. El senador significaba un mundo de conocimiento, apertura y aventura fuera del pequeño pueblo. Y ése fue el camino que tomó. Y Tom hubiese sido quedarse donde estaban sus raíces, en una casa construida para ella, vivir en una comunidad pequeña, rodeada de naturaleza y quizá con una pasión más profunda. Hacia el senador sintió una admiración honda…, y con Tom quizá fue una mujer enamorada que no dio el paso porque él tampoco se atrevió o se le pasó el momento.

Hallie tiene el rostro de la actriz Vera Miles, actriz que compone dos hermosos papeles tanto en Centauros del desierto como en esta película. Aquí Ford le regala un buen papel y la actriz despliega su arsenal y se apodera del personaje.

Razón número 7: Desmitificación de la leyenda

Si por algo también me entusiasma El hombre que mató a Liberty Valance es porque aparentemente parece que está contada de una forma sencilla… pero la sorpresa que la convierte en película imprescindible es que es una de las más demoledoras historias de desmitificación de una leyenda. De desmitificación del acto de un hombre.

Construye el engranaje completo de cómo el senador se convirtió en el hombre que mató a Liberty Valance. Un hombre por ello admirado, respetado y querido. Y cómo este hecho es una leyenda y cómo su protagonista lo sabe. Así cuenta los sucesos acaecidos a unos periodistas ávidos de noticias… pero cuando éstos se dan cuenta de que la leyenda se quiebra, uno de ellos dice frase demoledora: “Esto es el Oeste, señor. Cuando la leyenda se convierte en hecho, se escribe sobre la leyenda”. Así que el senador se queda con la leyenda que cada vez más le pesa… y Tom relegado al olvido. John Ford nos cuenta la verdad, los hechos de una historia, pero se nos dice que se prefiere la leyenda…

Y lo que parece una bella historia se convierte en una culpa oculta. En una mentira sobre la que se construye una carrera política. Y eso termina doliendo al matrimonio Stoddard. Y a todos los que rodean el ataúd.

Ford nos cuenta de manera magistral y en el momento justo de dos maneras diferentes, desde dos puntos de vista distintos, el instante en que Liberty Valance cae abatido por un tiro. Primero la gente del pueblo, y nosotros los espectadores, vemos cómo el senador gravemente herido (y valiente, eso no se lo quita nadie) con su mandil y su pequeña pistola dispara a Valance y éste cae moribundo. Pero en el momento crucial de su carrera política, en un momento que va a abandonar, Tom le cuenta lo que pasó aquel día. Y vemos la misma escena desde un callejón donde se encuentran Pompey y Tom… y como siempre el héroe protector está ahí a tiempo de actuar.

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Razón número 8: La libertad de prensa y Dutton Peabody

El periodista Dutton Peabody es el personaje secundario que hace que uno se quite el sombrero. Protagoniza además uno de los momentos más increíbles cinematográficamente que muestra a un Ford maestro del lenguaje en imágenes.

Dutton Peabody es además el alcohólico del pueblo… tanto cuando bebe como cuando no bebe le gusta hablar y contar verdades pero se encuentra tan desencantado en un mundo de locos que prefiere parecer un cínico que nada le importa y que lo único que le interesa son sus botellas. Sin embargo la llegada del joven abogado le hace volver a creer que el cuarto poder sirve para algo y este propietario, editor, director, reportero… y también, para qué engañarnos, el que barre el local del periódico local empieza a emplear sus páginas para la denuncia y termina, sin quererlo ni beberlo, en el mundo de la política. Pero también se convierte en objetivo de Liberty Valance y sus hombres y en un defensor acérrimo de la libertad de prensa…

Así protagoniza una escena increíble en su local. Está escribiendo su próxima portada pero a la vez se encuentra muy bebido (el miedo: se sabe en peligro y que Liberty Valance va a por él y a por el senador). En esa portada cuenta la derrota de Valance en una votación… queda claro que no sirve para la política ni para la democracia. Descubre una errata y que tiene que corregirla… pero antes decide ir a por más alcohol. Vemos cómo apaga la luz de su quinqué y cómo su sombra se proyecta en la pared del local. Va a la cantina a por más alcohol. Y cuando regresa, sólo vemos su sombra en la pared. Todo está oscuro. Alcanza su quinqué y lo vuelve a encender y ante la tenue luz aparecen de pronto Liberty Valance y sus dos secuaces. ¡Una pasada de escena! A partir de este momento recibe una brutal paliza… que le deja prácticamente muerto.

Dutton Peabody está magistralmente interpretado por Edmond O’Brien en uno de los mejores papeles de su carrera cinematográfica. Me quito el sombrero.

Razón número 9: Lo que no se dice

Ford es el rey en contar silencios. En sus películas hay que estar atento a lo que no se dice, a lo que se muestra con una mirada o con un gesto. Y surgen otras historias y otras lecturas. Y en El hombre que mató a Liberty Valance hay que estar atento a las miradas de Tom, a las de Hallie, a las de Pompey, a las del senador… Cómo Tom se sienta en la mesa de un restaurante, cómo el senador mira a Hallie cuando descubre que ésta no sabe leer, cómo Hallie sale a la puerta para despedirse de Tom pero no le llama y cómo Pompey mira a cada uno de los protagonistas de esta historia y sufre con dolor el sacrificio de Tom.

Si seguimos tan sólo las miradas encontramos un subtexto que enriquece cada vez más la película en cada nuevo visionado.

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Razón número 10: Flores de cactus encima de un ataúd

Y llega entonces para mí una de las escenas más hermosas: un humilde y sencillo ataúd de madera con unas flores de cactus encima. Y los que ya sabemos los hechos nos damos cuenta del significado de esta escena y entendemos la mirada del senador…

Y eso es El hombre que mató a Liberty Valance la flor de cactus en la filmografía de John Ford. En el momento de su estreno fue vapuleada por la crítica, fueron pocos los que supieron ‘leerla’. Sólo hizo falta que pasara el tiempo para descubrir el potencial y la complejidad de una historia que destruye, con delicadeza, la leyenda y la épica del Oeste…, y muestra un mundo brutal y duro.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Hermanos en el cine: dos o más… (y tercera parte)

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Muchas son las películas donde los protagonistas son hermanos. Y protagonizan todas las modalidades y todos los géneros posibles. Hay hermanos que dan risa, otros nos hacen llorar. Algunos se aman, otros se hacen daño y otros se aman y se odian a la vez. Algunos se admiran entre sí o se decepcionan los unos con los otros. El de más allá recuerda y el de más acá siente nostalgia. Protagonizan cine negro, cine cómico, cine musical, melodrama… Y muchos se han convertido en inolvidables.

Así de manera desordenada vienen un montón de hermanos de ficción a mi cabeza. Los más recientes que habitan en mi cabeza son dos hermanos de vidas complejas y torturadas. No pueden evitar hacerse muchísimo daño porque habitan en un ‘sitio oscuro’ pero también se quieren y por ello sufren más el uno por el otro. Ninguno de los dos puede ser feliz y sobrevive cada uno como puede. Los dos son autodestructivos e incapaces de llevar las riendas emocionales de sus vidas. Se llaman Brandon y Sissy y vivimos con ellos unos días en Nueva York en Shame de Steve McQueen.

O también reciente es el retrato de dos hermanas que esperan de maneras muy diferentes el fin del mundo. El planeta Melancolía se estrella contra el mundo. Y es muy diferente, la fragilidad y vulnerabilidad de Justine, que desde su continua depresión y desorden emocional ya lo da todo por perdido luego se hace fuerte ante el final y el caos, y la seguridad y vida controlada de Claire que de pronto ve como toda su vida ordenada se desmorona y se le escapa todo de las manos.

Siguiendo con Kirsten Dunst que era el rostro de una de las hermanas ficticias que Lar von Triers llevó a las pantallas, vemos como también su rostro acompañaba a una de las hermanas de la familia Lisbon. Cinco hermanas perfectas y bellas de las que se enamoraban todos los chicos de barrio… pero que se convertían, sin explicación alguna, en las vírgenes suicidas.

Pero siguiendo también la estela del cine danés recuerdo la penúltima película de Thomas Vinterberg, Submarino, donde el director diseccionaba la dura historia de dos hermanos que viven un hecho traumático en su infancia que marca sus vidas para siempre. Impresionante. Por otra parte la realizadora Susanne Bier nos también la historia de dos narra en Hermanos. Uno de ellos, con su vida organizada y feliz tiene que irse a la guerra de Afganistán y el otro que llevaba una vida sin rumbo, el hermano pequeño, ante tal situación se responsabiliza de la familia de su hermano. Cuando el hermano, roto por una experiencia traumática en la guerra, regresa al hogar… estalla el conflicto.

Pero quiero ahora marcharme a la comedia. Y entonces la última comedia romántica que me ha gustado y mucho es El amigo de mi hermana. Donde se nos cuenta un fin de semana de enredos en una casa en la montaña. Los protagonistas son dos hermanas y el amigo de una de ellas.

Y siguiendo la estela de la alegría recuerdo uno de los musicales que más vi cuando era pequeña y que más me gustaba: Siete novias para siete hermanos. Me parecía el colmo de lo divertido esa casa en la montaña con siete rudos hermanos pero encantadores y cómo secuestran a las chicas de sus sueños y además las enamoran… Y mientras números musicales y canciones que me encantaban. Tanto es así que mis padres casi todos los domingos me despertaban con un disco de vinilo con la banda sonora de la película.

El cine clásico, el de blanco y negro, también nos regaló retratos inolvidables de hermanos. Recuerdo una de mis películas favoritas La ley del silencio y una de las tramas que más me gustan: la relación entre Terry, el boxeador fracasado, con su hermano mayor, Charlie, que trabaja para el gánster más poderoso del puerto. O me viene a la cabeza una cinta de cine negro La fuerza del destino donde Joe Morse, abogado que trabaja para un mafioso, tiene que perjudicar a su hermano mayor que lleva una pequeña casa de apuestas.

Otro filón para películas de distinta índole, normalmente de terror o misterio pero también para la risa son los hermanos gemelos. Así Robert Siodmak nos dejó A través del espejo con una Olivia de Havilland desdoblada en dos hermanas gemelas muy diferentes. O Cronenberg nos dejaba la inquietante Inseparables con dos hermanos gemelos pero antagónicos en sus personalidades. O la película de Walt Disney Tú a Boston y yo a California donde dos hermanas gemelas, que no se conocían porque al divorciarse sus padres cada uno se comprometió con el cuidado de una de sus hijas, se reencuentran en un campamento de verano y deciden que tienen un único objetivo: que sus padres vuelvan a enamorarse. En el terreno de comedia Fernando Trueba rizó el rizo y cuenta en Two Much la historia de un hombre que decide inventarse un gemelo para así poder seducir a dos hermanas (una es su novia y de la otra está enamorado).

Tampoco se olvidan las películas que rememoran la historia bíblica de Caín y Abel y uno de sus mejores ejemplos sin duda es Al este del edén de Elia Kazan donde vemos la compleja historia entre Cal y Aaron. El momento del conflicto estalla en un momento histórico convulso, antes de la intervención de EEUU en la Primera Guerra Mundial. Y esa relación es compleja porque ni Caín es tan malo ni Abel tan bueno, son dos jóvenes con sus partes luminosas y sus partes oscuras. Y para entender esa relación hay que comprender su infancia y la relación de ambos con su estricto padre.

Y otra forma de contar una historia es el de un hermano, normalmente el pequeño, que rememora su relación con el hermano más mayor (o también puede ser al contrario pero no es lo más normal). Así hace poco rescatamos del viejo baúl de películas Su propio infierno de John Frankenheimer donde nos cuenta cómo un joven adolescente va descubriendo el rostro oscuro de su hermano mayor al que admira desde siempre. También recuerdo otra película que me fascina La ley de la calle de Francis Ford Coppola donde un adolescente siempre habla con admiración de su hermano mayor, el chico de la moto y líder de las pandillas del barrio. Robert Redford dirigió la nostálgica El río de la vida donde somos testigos de la vida de dos hermanos, hijos de un pastor protestante, que llevan vidas bien diferentes pero unidos por una afición: la pesca. Malick dirigió Días del cielo narrada desde el punto de vista de una niña, Linda, que viaja con su hermano mayor Bill y la pareja de éste durante los duros años de la Depresión. O recuerdo también Propiedad condenada donde la narradora es otra niña que rememora la trágica historia, también en tiempos de Depresión, de su hermana mayor. Edward Furlong protagonizó dos películas como hermano pequeño que admira a su hermano mayor pero en unos contextos muy complejos. Una fue American History X donde su hermano mayor era un neonazi que termina en prisión y cuando regresa no quiere que su hermano pequeño siga sus mismos pasos. La otra se trata de Cuestión de sangre donde su hermano mayor es un asesino profesional.

Los hermanos de ficción dan para muchas buenas historias… y las que quedan por contar…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Birdy (Birdy, 1984) de Alan Parker

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A veces me gusta rescatar películas de mis tiempos mozos y que en el momento que las vi me impactaron bastante. En estos nuevos visionados (porque algunas no las había vuelto a ver hasta ahora) me pasan dos cosas: o me decepcionan al volverlas a ver o me reafirmo en que me entusiasmaron e impactaron en su momento y vuelve a sucederme lo mismo. Y con Birdy de Alan Parker me ha ocurrido lo segundo. Me ha vuelto a gustar y mucho. Y no es una película fácil sino más bien extraña. Aunque a Parker nunca le han asustado los retos extraños.

Birdy es la adaptación cinematográfica de una novela que desconozco del autor y pintor norteamericano William Wharton pero sin embargo la película de Alan Parker pone de relieve varios temas muy tratados en el cine: la amistad durante la adolescencia y la nostalgia del recuerdo (amistades firmes e inquebrantables). Las secuelas que provoca una guerra, en este caso la de Vietnam, y la difícil adaptación de los que fueron a combatir y regresan con profundas heridas físicas y emocionales. El miedo a hacerse mayor, el miedo a relacionarse. El derecho a ser distinto y diferente. La libertad. Y la pasión que se convierte en obsesión: en el caso de Birdy, su pasión por los pájaros la llevará al máximo extremo al querer convertirse en uno cuando regresa de Vietnam.

 

Birdy relata cómo Al (Nicolas Cage) tiene que hacer recordar a su amigo Birdy (Matthew Modine) cosas de su amistad adolescente, cosas que hagan reaccionar a Birdy y le hagan salir de esa desconexión tan brutal con la realidad que se ha creado como escudo. Al tiene el rostro desfigurado tras la explosión de una bomba y está intentando superar sus fracturas emocionales y Birdy tras su regreso de Vietnam se encuentra recluido en un centro psiquiátrico (y probablemente permanezca en él para siempre) comportándose como un pájaro.

Lo primero que me ha llamado la atención es cuando tanto en un momento decisivo de su adolescencia como después en un momento horrible y desesperado en la guerra de Vietnam Birdy se siente pájaro. Siente que su cuerpo sale de la ventana de su cuarto o sobrevuela el horror de Vietnam y logra volar. Con una cámara subjetiva acompañamos a Birdy en esos vuelos, primero por el barrio después por los cielos de Vietnam. Y a vista de pájaro percibimos la libertad que siente el personaje porque por fin alcanza su sueño de alzar el vuelo y sentirse libre. Y me llamó la atención por la forma de rodarlo de Parker, que  recuerdo me hizo sentir esa sensación de vuelo en su momento y al ver otra vez esa sucesión de escenas me han vuelto a traer a la memoria una secuencia en la que me fijé de la película de Amenábar, Mar adentro (2004), cuando el protagonista vuela en sueños. Y en el momento que la vi sentí que ya había visto y vivido esa experiencia. No me equivocaba, la había vivido en Birdy.

Alan Parker narra la película en dos ‘dimensiones temporales’. Una el presente de los dos protagonistas en el hospital psiquiátrico. Dos el pasado nostálgico y construido a veces por Al y otras por la mente (no tan desconectada de la realidad) de Birdy. En la primera dimensión sobrevuela el desencanto, la desazón, el sentido de pérdida de ambos personajes que tratan de sobrevivir un presente que les duele y les sobrepasa. Cada uno emplea sus técnicas de defensa… hasta que ambos logran volver a conectar. A comunicarse. Sobre todo transcurre en el hospital psiquiátrico y sobre todo en la celda de Birdy y alrededores (el despacho del psiquiatra o el gimnasio —donde transcurre una escena estremecedora: en la pared hay una pintada de bienvenida a los soldados que regresan de Vietnam y en ese momento está Al solo y con la cara destrozada, un muchacho sin piernas jugando al baloncesto y otro también si extremidades inferiores subiendo por una cuerda—). Los espacios son importantes así como la luz que entra por la ventana de la celda de Birdy.

En la segunda dimensión espacio-temporal está la adolescencia de ambos personajes que van cimentando una extraña amistad y es construida desde la nostalgia de ambos. Son dos muchachos humildes, de barrio. Cómo se conocieron, cómo conectaron, cómo se convirtieron en cazadores de palomas, las fiestas y clases compartidas, los ligues (sobre todo de Al), los trabajos esporádicos, las relaciones con sus padres, las trastadas, la sensación de un mundo que era todo suyo, los experimentos de Birdy para volar, los miedos de Al ante las ‘locuras’ de su amigo… Y cómo construyen una forma de comunicarse y unas claves fuertes. Cómo se respetan aunque a veces, la mayoría, no se entiendan. Y cómo forman un buen equipo: cada uno con sus debilidades y fortalezas y cómo juntos funcionan, conectan y pueden dar pasos. La guerra y la obsesión de Birdy por volar (y su opción de cada vez aislarse más de los otros) hace que se separen… hasta que vuelven a estar juntos en ese presente sombrío en el hospital psiquiátrico.

Y la película funciona no sólo por el cuidado y mimo de Parker en una película de tono intimista y privado (de hecho estamos siempre en las cabezas de Al o Birdy) sino por la bella dirección de fotografía (sobre todo en el hospital) de Michael Seresin, habitual en las películas de Parker. Por otro lado, tanto Nicolas Cage como el ahora cada vez más olvidado Matthew Modine (¿alguien le olvida en La chaqueta metálica?) realizan una composición perfecta de sus personajes y no sólo hacen evolucionar a sus personajes sino que emocionan… sobre todo en un final abierto esperanzador e inquietante a la vez… Matthew Modine hace suyo un papel complejísimo que podría en manos de un mal actor haber rozado el ridículo y en sus manos regala a un personaje muy complejo y con una sensibilidad especial. Por parte de Cage, está perfecto como el muchacho líder y fuerte del barrio que se convierte en mejor amigo (y protector) del ‘raro’ y que de pronto ve cómo su mundo se derrumba, cómo todos sus ideales y sueños se pierden en una guerra despiadada y cómo sólo le queda aferrarse al amigo, con el que se siente seguro. Con el que se puede mostrar vulnerable.

Como  curiosidad final añadir que el primer trabajo musical en el cine (y no fue el último) de Peter Gabriel fue en Birdy donde se encargó de toda la banda sonora. Quizá es lo que más sitúa a la película en los años ochenta pero capta la intimidad y la nostalgia de la película así como las sensaciones de Birdy al querer volar. Se emplea también canciones tan populares como La Bamba en una de las escenas más emblemáticas que transcurre en el vertedero, canciones históricas que forman la ‘banda sonora’ personal de los protagonistas.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Nostalgia de la luz (Nostalgie de la lumière, 2010) de Patricio Guzmán

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A veces te encuentras en la sala oscura con el corazón en un puño. Por lo que acabas de ver. Y piensas que te gustaría compartir lo que has sentido y lo que has visto. Ocurrió este sábado en la sala Iberia de la Casa de América durante la proyección del documental Nostalgia de la luz de Patricio Guzmán. Lo cierto es que llevaba mucho tiempo detrás de este documental y llegó por fin la oportunidad de poder verlo en pantalla grande. Y es de esos documentales que piensas que se tendría que proyectar en colegios, centros culturales y universidades… porque en sí son valiosos, muy valiosos. Porque ellos solos son una clase de historia y memoria. De humanidad y recuerdo. De filosofía y astronomía. De arqueología e ideología…

El documentalista chileno Patricio Guzmán (actualmente reside en Francia) construye un impresionante e inteligente discurso visual al cual sigo dándole vueltas. Un discurso que logra que trascienda y se convierta el todo en un poema visual que expulsa emociones. Así logra un artefacto inteligente y cerebral que, como las galaxias que refleja, emana sentimientos, emociones, sensaciones, recuerdos, historias inolvidables…

El escenario de este ‘monumento de memoria’ es el desierto de Atacama en Chile. Allí se ven los cielos con tal transparencia y limpieza que es paraíso para astrónomos de todas las partes del mundo que buscan las huellas de las estrellas, el origen del mundo, el pasado remoto… Y es un paisaje tan especial que tiene también huellas de la historia de la humanidad, por eso, también es apreciado por los arqueólogos que indagan y reconstruyen la vida del hombre en la tierra. Pero Atacama también es un ‘esqueleto de memoria’ que se niega a ser sepultado de historia reciente chilena. Y que sus huellas duelen. No sólo se encuentran cementerios de hombres que perecieron en sus minas desde el siglo XIX… sino que un grupo de madres, con sus palas y su espíritu incansable, pueblan el desierto buscando a los suyos, los desaparecidos de la dictadura de Pinochet…

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Así Patricio Guzmán va construyendo un tejido riquísimo de reflexiones que va de las galaxias hasta la recuperación de una memoria que se niega a caer en olvido. Y con los testimonios y pensamientos de astrónomos, arqueólogos, madres y supervivientes de la dictadura va tejiendo un discurso maravilloso y a la vez duro sobre el pasado. Un discurso con paradojas que se convierten en elementos de reflexión para construir una huella a estudiar y analizar.

Cuando una de las madres de los desaparecidos dice que ojalá los grandes telescopios de Atacama que atrapan el universo y su estudio, que miran al cielo para atrapar el origen de todo… pudieran servir para mirar bajo tierra y encontrar los restos de los desaparecidos, el círculo queda cerrado de manera magistral y todas las piezas del puzle quedan unidas.

Patricio Guzmán nos hace pasear por las palabras y las imágenes rescatando historias y pensamientos. Así escuchamos a un joven astrónomo chileno que nos cuenta que el presente no existe, que todo es pasado y la importancia de su rescate… Y cómo asemeja la búsqueda de las estrellas (pero reconociendo que cada día se pueden ir tranquilos a dormir), con la búsqueda de las madres y los cuerpos de sus seres queridos (pero connotando la angustia de esa búsqueda…, la intranquilidad que fomenta esta tarea cuando no tiene frutos). El arqueólogo veterano que nos habla de la gran paradoja, cómo ellos se dedican a reconstruir el pasado y cómo sin embargo en ese mismo espacio se reconocen las huellas que otros tratan de sepultar y olvidar de un pasado más reciente. Nos cruzamos con la historias del arquitecto superviviente de los campos de prisioneros políticos de la dictadura que memorizó esa ‘arquitectura’ para poder plasmarla en planos y no olvidar esta historia de horror, para transmitirla y denunciarla. O ese otro superviviente que narra cómo formaron un grupo que se reunía para mirar las estrellas… y de alguna manera se sintieron libres.  Y más allá está el joven exiliado que ahora va a estudiar las estrellas en Atacama y cuenta cómo su madre ha atendido toda la vida a los torturados y sus secuelas. O una joven astrónoma, hija de desaparecidos, que habla de cómo el universo, todo es cíclico, y el material de las estrellas es también el material de los desaparecidos. Y cómo tras la muerte hay vida…

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Y el espectador tiene para él solo un gran telescopio que le revela los secretos de la memoria y los retiene aunque a veces le es imposible no dejar escapar una lágrima… Y piensa para sí que todos los países, entre ellos el nuestro, cuenta con ‘rescatadores de la memoria’ y con muchas personas que luchan por ser escuchados y porque la memoria de los suyos no caiga en olvido… Patricio Guzmán nos deja una metáfora de Chile (o de otros muchos países) a través de un matrimonio anciano y testigo de la historia: él es la memoria; ella, aquejada de alzheimer, es el olvido.

Aunque parezca mentira… este documental no lo ha tenido fácil para su distribución en salas y la historia de cómo va estrenándose forma parte de otro relato increíble. Sólo un dato: el otro día no había un solo hueco libre en la sala Iberia.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.