Y va de dos libros: El señor Wilder y yo (Anagrama, 2022) de Jonathan Coe / El vendedor de naranjas (Pepitas, 2021) de Fernando Fernán Gómez

El señor Wilder y yo (Anagrama, 2022) de Jonathan Coe

El señor Wilder y yo te deja una sonrisa en la boca al terminar de leerla. Y sobre todo Jonathan Coe consigue una novela de lo más cinematográfica. Continuamente, con distintos recursos, una película se está proyectando ante los ojos del lector: por ejemplo, una de las partes está escrita en forma de guion o a lo largo de las páginas hay variadas alusiones a películas o al lenguaje cinematográfico ante determinadas situaciones. Lo más logrado, sin embargo, es convertir en atractivos personajes literarios a un par de amigos muy singulares: Billy Wilder y el guionista I.A.L. Diamond.

Así como Christopher Bram, se centraba en los últimos días de James Whale para reconstruir su vida en El padre de Frankenstein (que se convertiría en la película Dioses y monstruos), Jonathan Coe también recrea los últimos años de Billy Wilder, centrándose en el rodaje de su penúltima película, Fedora. El recurso de Jonathan Coe es observar a Wilder y a Diamond a través de los ojos de un tercero.

Así la narradora es una compositora de bandas sonoras, Calista Frangopoulou, que, en un momento crítico de su vida (no le llueven ofertas de trabajo, sus dos hijas están empezando a abrirse camino con dificultades de distinta índole: una se va de casa para estudiar lejos y la otra lidia con un embarazo no deseado y su marido quizá no da la misma importancia o no siente de la misma manera por lo que está pasando), recurre al recuerdo: al momento en que ella también, entre incertidumbres, empezó a caminar sola por la vida, abandonando durante una temporada su ciudad natal, Atenas. Y en esanueva senda que emprende,tiene dos buenos compañeros de viaje: Wilder y Diamond. Por casualidades, termina de intérprete y asistente de Diamond durante el rodaje de Fedora.

El personaje inventado, Calista, recibe lecciones de vida de esta experiencia laboral con estos dos amigos, pero quizá la más importante es: «Te depare lo que te depare, la vida siempre tiene placeres que ofrecerte. Y deberíamos aprovecharlos». Cuando entra en contacto con Wilder y Diamond, nada sabe de ellos ni de su cine. Son los tiempos de «la panda de la barba», tal y como los llama Billy, de la generación del Nuevo Hollywood.

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Diccionario cinematográfico (234). Melopeas

Las melopeas es, en tono coloquial, como se nombran las borracheras o los estados de embriaguez… En el cine se han representado desde sus inicios las distintas borracheras de sus protagonistas. Y estas tienen una doble mirada: o desencadenan la tragedia o la comedia.

El millonario de borrachera con Charlot en Luces de la ciudad.

Melopeas de comedia. Charlot sabía muy bien hacer de borracho; de hecho uno de sus cortos, Charlot a la una de la madrugada, es una pantomima pura y dura sobre un hombre en plena melopea. El personaje de Chaplin regresa a casa después de una juerga nocturna con una borrachera considerable encima, y, claro, todos los objetos de la casa se le vuelven en contra. Pero en Luces de la ciudad parte de sus gags cómicos vienen de un personaje que no es Charlot, un millonario borracho (Harry Myers). Cuando está bebido, siente amor y amistad por el pequeño vagabundo, pero cuando está sereno no recuerda absolutamente nada y se convierte en un hombre de lo más estirado.

Muchas comedias basan algunos de sus gags en las melopeas de sus personajes principales. Por ejemplo, no hay borrachera más glamurosa y romántica que la que protagonizan James Stewart y Katharine Hepburn, dos personas no muy acostumbradas al alcohol, en Historias de Filadelfia. O Preston Sturges, que parte de una borrachera de su personaje principal para desarrollar la loca trama de El milagro de Morgan Creek, una comedia divertidísima. En ella una joven de un pueblo, después de una noche de juerga con varios soldados que se hospedan en la aldea, amanece sola sin acordarse de nada, con un anillo de casada, y poco después, embarazada.

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Diccionario cinematográfico (227). Piscinas

Carmen y Lola

… bailando en la piscina vacía…

El otro día me metí en el cine para ver Carmen y Lola de Arantxa Echevarria. Y es una película muy interesante para debatir sobre la mirada hacia al otro en el cine y cómo la mirada hace que uno se posicione, tanto el que mira por el objetivo como el que mira la pantalla. Por eso provoca controversia y distintas reacciones. De la película, me quedo con las escenas intimistas entre las protagonistas y con que narra con delicadeza lo que supone un primer amor. Una de esas secuencias transcurre cuando Carmen y Lola van a una piscina vacía y juegan a que nadan, a que flotan, a que pueden estar juntas sin problemas, apoyándose… Y bailan, bailan sin parar.

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10 razones para amar El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950) de Billy Wilder

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Razón número 1: Duelo de dúos (I Parte): Billy Wilder y Charles Brackett

¿Qué tienen en común La octava mujer de Barba Azul, Medianoche, Ninotchka, Si no amaneciera, Bola de fuego, Arise, my love, El mayor y la menor, Cinco tumbas al Cairo, Días sin huellas, El vals de emperador, Berlín Occidente y El crepúsculo de los dioses? Pues seguro que se puede jugar bastante y sacar varios elementos en común pero hay uno que con solo mirar los títulos de crédito surge con fuerza: los guiones de estas películas están firmadas por Billy Wilder y Charles Brackett. Y su última colaboración juntos fue precisamente en El crepúsculo de los dioses, una buena rúbrica final para una colaboración que dejó muy buenos frutos.

El crepúsculo los dioses es un guion amargo sobre Hollywood y sobre el oficio de guionista pero también un canto de amor hacia dicha figura dentro del equipo humano necesario para crear una película. Esta historia tal y como está contada y cómo está contada, en primera persona, solo puede llevarla a cabo y manteniendo siempre el interés un buen guionista desencantado, como el protagonista del film, Joe Gillis. Y sólo podía llegar a estar tan bien narrada y tan bien reflejado el oficio de guionista con dos profesionales como eran Billy Wilder (también director) y Charles Brackett (también novelista y productor).

Razón número 2: Duelo de dúos (II Parte): Gloria Swanson y Erich von Stroheim

Pero otro dúo brillante que forma parte de una historia mágica (y decadente) y que da autenticidad a cada fotograma es el formado por Gloria Swanson y Erich von Stroheim o lo que es lo mismo por Norma Desmond y Max von Mayerling.

Y la historia verdadera y la historia de ficción se funden creando autenticidad y verdad. Su huella deja el lado más duro de un Hollywood silente que encumbraba y relegaba al más absoluto de los olvidos cuando salías del todopoderoso sistema de estudios. Pero los dos siguieron con la cabeza alta… No protagonizaron en realidad la tétrica pero a la vez deslumbradora y decadente historia de Norma y Max pero sí la suya propia, la de Gloria y Eirch.

Ambos eran grandes en el cine silente. Pero él se salía tanto de los canones de la industria que le terminaron relegando y no le dejaron terminar muchas de sus obras. Pero siguió en el mundo del cine y no cayó en el absoluto olvido por sus labores como actor. Ella era una de las divas y reinas del cine mudo pero en cuanto llegó otra forma de hacer cine (más su rebeldía) se retiró de la pantalla blanca (y se dedicó a otros terrenos, no la fue nada mal). Los dos coincidieron en un momento que supuso lo sublime y la caída más estrepitosa. Ambos fueron artífices de una obra cinematográfica inacabada llena de historias y con imágenes que preludian lo que podría haber sido: La reina Kelly (1929). No acabaron de la mejor de las maneras. No se vieron más. Pero volvieron a encontrarse, y el encuentro fue dulce, en El crepúsculo de los dioses. Ya en los años cincuenta. Ella como una actriz decadente encerrada en una mansión-cárcel-refugio. Él como un mayordomo eficiente que esconde un pasado como director de cine y primer esposo de la diva caída… Y siguen un ritual, al que ahora se une el joven guionista Gillis, se proyectan en el salón las viejas películas de ella. Las imágenes que se ven en El crepúsculo de los dioses se corresponden a aquella película inacabada… Y es emocionante ver el rostro de ambos mientras miran las escenas silentes.

 Ficción y realidad. Realidad y ficción. Todo se mezcla.

Razón número 3: cameos y apariciones con mucho arte

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… La diva del cine silente se deja acompañar por otras viejas glorias. Igual que Gloria Swanson (como su personaje Norma Desmond) conocía perfectamente esa época porque fue una de las protagonistas… otros rostros silentes salen en esta historia. Así Norma Desmond recibe la visita semanal de tres actores del cine mudo con los que juega interminables partidas de cartas. Ellos son Buster Keaton, Anna Q. Nilsson y H.B.Warner (los dos últimos bastante más relegados al olvido. Tratemos de recordarlos: para los amantes del western ella fue la primera Cherry Malotte, dueña de un Saloon en la Alaska que vive la fiebre del Oro, de las cuatro versiones que tendría The Spoilers. Y H.B. Warner fue el protagonista del Rey de Reyes mudo de Cecil B. DeMille pero luego tuvo papeles secundarios en películas míticas como el alcohólico y triste dueño de la droguería donde trabaja George Bailey en Qué bello es vivir).

También están los que supieron subirse al carro… como un director que hace de sí mismo pero que fue uno de los que dirigió los grandes éxitos mudos de Norma Desmond. Lo vemos en su salsa, siendo él mismo, en un estudio y rodando en la Paramount… ni más ni menos que el ‘rey del espectáculo’, Cecil B. DeMille. Si en tiempos del mudo tuvo éxitos como Juana de Arco,  Los diez mandamientos o Rey de Reyes… en aquellos años seguía dando espectáculo con Sansón y Dalila, El mayor espectáculo del mundo u otra nueva versión de Los diez mandamientos… Precisamente en el cameo le vemos en un estudio de la Paramount, en esos momentos estaba rodando realmente Sansón y Dalila.

Una de las reinas del chisme también hace de sí misma… aquellas columnistas capaces de elevar o hundir carreras… presente y haciendo de ella misma en la última impresionante escena que protagoniza una Norma Desmond trastornada. Hablamos de Hedda Hopper y Billy y Charles nos la presentan en su salsa.

Razón número 4: cine dentro del cine. Hollywood dentro de Hollywood

El crepúsculo de los dioses habla de cine, es sobre cine y emplea de manera brillante todos los recursos del lenguaje cinematográfico. Así es un retrato duro pero a la vez apasionado de la industria cinematográfica en Hollywood. Es una historia del cine desde la época del cine mudo hasta el apogeo del sistema de estudios en los años 50 (a punto de caramelo para la caída). Asistimos a la cara oscura pero también a entender por qué se ama ese mundo, ese mundo de hacer películas.

Nos encontramos con los entresijos de un estudio (La Paramount). Sus estrellas, sus productores, guionistas, directores, técnicos, ayundantes de producción, representantes… que foman parte de una gran plataforma, de un plató gigante, que cuenta historias para que se proyecten en la pantalla blanca. Pero este sistema de estudios es una maquinaria que engulle y tritura. Crea y destroza. Encumbra y olvida. Fama y fracaso. Estrellas y sombras. Pero también creatividad, invención, imaginación, levantar sueños, el gusanillo de escribir, de dirigir, de actuar… La cara y la cruz de Hollywood. Un sitio lleno de claro oscuros. Amanece y lo amas, pasa el día y te vas desesperando, anochece y entre litros de alcohol y rechazos terminas odiándolo… y a dormir… que espera un nuevo día.

Norma Desmond y Joe Gillis son dos personajes complejos pero redimidos, sin embargo, por su entrega absoluta a la pantalla blanca. Es lo que les hace vivir y morir. Aman y odían con intensidad el mundo que les hace personas pero también les destruye.

Razón número 5: la mansión y las escaleras

Cuando el guionista Joe Gillis pisa por primera vez la mansión que se convertirá en su cárcel la describe perfectamente. Le recuerda a la mansión que se cae a pedazos en su decadencia que describe Dickens en su novela, Grandes esperanzas. Y piensa que dentro puede habitar una especie de señorita Havisham… y no se equivoca. Solo que Desmond no se rinde y sigue buscando el amor (o el sentirse deseada) aunque tenga que pagar y retener al bello guionista como sea.

Y esa mansión enorme cobija habitaciones sin cerraduras, decorada de manera barroca, como si se tratara de un artificial decorado de película de lujo, un hogar digno de diva decadente. Un decorado que se va desplomando pero que guarda cierta hermosura. Una piscina sin agua que se llenará con la llegada del aire fresco, Joe Gillis. Y que se convertirá en su tumba. Habitaciones con fotografías antiguas, que se aferran al pasado. Habitaciones con goteras. Un dormitorio con un mono muerto. Un entierro en el jardín salvaje.Y unas escaleras que son el mejor escenario para que una Norma Desmond ofrezca la actuación de su vida mientras las cámaras ruedan.

Recopilando curiosidades me entero de que la misma mansión, antes de que se desapareciera definitivamente, se emplearía también en una película donde se rodarían escenas míticas. Es la mansión abandonada donde se refugian en un momento dado los jóvenes de Rebelde sin causa.

Razón número 6: ¿Cuál es el género?

¿Cine negro? Así parece en las primeras escenas. ¿Terror? Es lo que sentimos nada más pisar la tétrica mansión. ¿Comedia? ¿Drama? ¿Melodrama? ¿Comedia romántica? Todos estos géneros se encuentran encerrados en El crepúsculo de los dioses y ninguno chirría. Es tan brutal y tan claustrofóbico a veces el encierro de Joe Gillis (sobre todo cómo lo vive… recordemos que es él el ‘peculiar’ narrador) que sus escapadas y su historia con la joven guionista (Nancy Olson) se hace necesaria. Porque es una manera de pintar un posible futuro para Gillis. A veces los excesos de Norma nos pueden provocar risa… pero una risa incómoda, como el comportamiento de su fiel mayordomo. Una risa que se transforma en lágrima porque hay tragedia detrás de lo estrafalario. Todo está envuelto en un ambiente de cine negro porque sabemos desde el principio que lo que estamos viendo es la crónica de un crimen y sabemos que no hay salida posible, ni salvación ni redención para su protagonista.

Razón número 7: William Holden, pistoletazo de salida

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En muchas ocasiones he cantado mi amor platónico hacia William Holden. El crepúsculo de los dioses supuso el pistoletazo de salida para una carrera que despegó lentamente (llevaba desde finales de los años 30 apareciendo en pantalla). Joe Gillis funciona porque lo construye un buen actor (además de partir de un buen guion). El guionista gigoló que va mostrando su vulnerabilidad, sus puntos débiles, lo que le hace más humano. Joe Gillis, un personaje tremendamente complejo y muy bien reflejado por un Holden no sólo atractivo sino que muestra toda la ambigüedad del personaje y consigue que finalmente todos los espectadores estén convencidos de que no se merece contarnos esa historia desde el fondo de una piscina, sin posibilidad de futuro.

Y a partir de El crepúsculo de los dioses, vendría el reconocimiento. Y una galería de películas que me hacen ser para siempre espectadora fiel (ya se vislumbraba en Sueño dorado, el violinista boxeador): Nacida ayer, Traidor en el infierno, Picnic, La Colina del Adiós, El puente sobre el río Kwai, El mundo de Suzie Wong, Grupo Salvaje, Network…

Razón número 8: el narrador, un guionista muerto

Y seguimos con Joe Gillis y William Holden. No sólo es guionista de profesión sino que se convierte en narrador omnisciente del relato cinematográfico. Ya sabe todo lo que va a ocurrir puesto que está muerto. Domina la historia. Y nos la cuenta como lo que es, un guionista. Todo lo vemos bajo su mirada. Y los ambientes por los que se desenvuelve. Y las descripciones de los personajes. Quizá esa es la explicación de ese universo de géneros. Según el estado de ánimo del narrador se va hacia el cine negro, hacia el humor negro, hacia el terror, la intriga o el romanticismo exacerbado…

Razón número 9: érase una vez un gigoló y una dama decadente

Érase una vez un gigoló y una dama decadente en una mansión encerrados en una fiesta de fin de año con una orquesta a su servicio… El crepúsculo de los dioses no es un cuento de hadas. Lo triste (y lo humano y esperanzador) de Joe Gillis es que todavía le queda la suficiente humanidad como para entender la decadencia, los miedos y la tristeza que encierra el rostro de Norma Desmond, otro personaje perdido y frágil. Y los dos son capaces de crearse un universo donde tratan curarse de las heridas. Pero un universo artificial que termina resquebrajándose y matándoles a ambos. Norma no puede vestirse siempre de las bañistas de Mack Sennett o hacer reír con una imitación magistral de Charlot… no puede evadirse siempre. Y Gillis no puede estar toda la vida huyendo sin enfrentarse a sus problemas. Cuando ambos tratan de encarrilar sus vidas… ya es demasiado tarde. Gillis muere, y Desmond pierde la cabeza definitivamente, se quiebra.

Razón número 10: Un principio y un final. Historia redonda

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Las películas como las novelas o los cuentos tienen mucho terreno ganado si tienen un principio que atrapa, un desarrollo que mantiene el interés y un final que deja clavado al espectador en el asiento. Y así es El crepúsculo de los dioses. El principio te atrapa y no te suelta: ¡una historia que te está narrando un cuerpo muerto flotando en una piscina de una mansión de Sunset Boulevard! El desarrollo no decae en ningún momento pues se trata de entender cómo se llega a esa situación. Y el final nadie puede olvidar la locura de Norma Desmond bajando por las escaleras cual diva, ante las cámaras, que la están rodando, sin ser consciente de lo que ha hecho… y camino a la detención y reclusión definitiva.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Señorita Kubelik…

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Mi momento más feliz del día: subir y bajar en el ascensor y mirar la nuca de la señorita Kubelik.

No me importaba hacer mis espaguetis favoritos con una raqueta por escurridor.

Soñaba que los comería junto a ella.

Me reía cuando mi vecino, el doctor, me creía el más juerguista del vecindario… y soñaba con la cara que pondría cuando viera lo formal que me había vuelto… cuando apareciera con mi ascensorista.

Nunca pensé que me gustaría el pelo corto en las mujeres…

No daba importancia a mi absurdo, alienante y aburrido trabajo…

No me daba cuenta de lo que me estaba haciendo y lo que me estaban haciendo mis jefes con ese calendario lleno de citas en mi apartamento.

No me daban rabia los cientos de catarros que agarraba mientras esperaba sentado en un banco frío… para poder entrar en mi propia casa.

Y los días solitarios frente al televisor…

Sabía que al día siguiente se abriría la puerta del ascensor… y ahí estaría la señorita Kubelik. Siempre con una sonrisa. Con una palabra amable. Colocándome una flor en el ojal. Arreglándome la corbata…

 

Nunca imaginé que me enamoraría mucho más… perdidamente cuando la descubrí vulnerable.

Me pegó el mayor susto de mi vida. Ahí en mi cama tumbada como dormida, y a su lado ese bote de pastillas vacío.

Me dolió saber que estaba enamorada de otro… No estaba ahí en ese lecho por mí.

Los dos por lo tanto entendíamos de amores no correspondidos.

Y a pesar de lo que me dolió… me encantó que se recuperara en mi casa.

Me di cuenta de que estaba total y profundamente enamorado…

Y que mi vida gris carecía de sentido.

Sabía que ya para siempre la echaría de menos.

 

La echo de menos.

Ahora no tengo ni trabajo ni amigos ni nada… sólo mi apartamento y mi propia soledad.

Tengo un montón de horas para mí solo.

Suena el timbre.

Y es la señorita Kubelik.

Es fin de año.

Parece que ha corrido.

… empezamos una partida de cartas.

 

… Me encontraba esperando.

Aquí en mi apartamento.

 

Empieza un nuevo año.

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