Carmen Jones (Carmen Jones, 1954) de Otto Preminger

Dorothy Dandridge llegó a la cúspide de su carrera como actriz —no así como cantante, que también lo era, pues en la película fue doblada por Marilyn Horne porque la actriz no tenía en su voz registros operísticos— con Carmen Jones siendo la primera actriz afroamericana nominada como mejor actriz principal. El oscar se lo arrebató una rubia Grace Kelly por su interpretación en La angustia de vivir como esposa de un hombre alcohólico.

En 2001 otra actriz afroamericana volvería a estar nominada en esta categoría y además se llevaría la estatuilla, Halle Berry por su duro papel en Monster’s Ball y Halle no se olvidaría de Dorothy que además interpretó en película televisiva en el año 1999.

¿Hubiera sido otro el destino de Dorothy Dandridge si la industria cinematográfica hubiera actuado de otra manera con los intérpretes afroamericanos? Los intérpretes afroamericanos estaban relegados en la industria y tenían difícil encontrar buenos papeles que no tuvieran que ver con ciertos estereotipos raciales. Durante años hubo buenos actores y actrices que no consiguieron más que papeles secundarios (y normalmente estereotipados recibiendo críticas por todas partes) y así se desperdiciaron talentos cinematográficos. Algunos de ellos, aun así, lograron destacar: Hattie McDaniel, Juano Hernandez, Butterfly McQueen, Canada Lee, Woody Strode, Louise Beavers, Juanita Moore, Diahann Carroll, Harry Belafonte… La situación fue cambiando y culminaría con el estrellato de un joven que empezó a conseguir buenos papeles como actor, su nombre era Sidney Poitier y ya mostraba otro camino en Un rayo de luz (1950) junto a Ruby Dee (de la que sería pareja cinematográfica en varias películas). Sin embargo, Poitier no se convirtió en estrella internacional hasta que en 1963 ganó un oscar por Los lirios del valle y en 1967 consiguió un éxito sin precedentes en Adivina quién viene esta noche.

Nunca sabremos cuál hubiera sido su proyección cinematográfica si no hubiera chocado con prejucios raciales, lo que sí podemos intuir es lo que pudo ser esta mujer electrizante que deleita con su interpretación de mujer fatal en este original musical. Y es triste decir que original, porque lo que hizo el austriaco Otto Preminger fue apostar por esta opera —adaptación de un musical de Broadway que a la vez se inspiraba en la ópera de Carmen de Bizet— tan sólo interpretada por actores negros y distribuirla por los circuitos comerciales. Una apuesta que ya realizó King Vidor en 1929 con Aleluya.

Dorothy Dandridge no tuvo vida fácil y se suicidó con tan sólo 41 años en el año 1965. Sólo consiguió otro papel interesante —y eso que llevaba en Hollywood desde los años 30 siendo niña prodigio de la canción y haciendo sus pinitos en el cine— en otra ópera de intérpretes negros, esta vez junto a Sidney Poitier, y repitiendo con Otto Preminger, Porgy and Bess en 1959.

Su acompañante en esta folletinesca y trágica historia, Carmen Jones, fue un hermoso Harry Belafonte (también cantante pero también doblado para esta ópera). Ambos interpretan una pareja creíble de pasión, amor y celos…, y destino trágico. Otto Preminger ofrece musical elegante donde la vendedora de cigarrillos es una obrera que hace paracaídas en plena II Guerra Mundial, el soldadito que cae en su redes no es napoleónico sino un joven inocente destinado a casarse con su novia del pueblo pero al que Carmen retira de su camino —sueña con ser piloto— y el torero es un boxeador famoso.

Carmen Jones es un musical lujoso y llamativo en pantalla enorme, con colores que estallan y buenos decorados que ilustran una historia trágica donde como siempre Carmen brilla con luz propia, condenada por querer ser mujer libre y consciente de su sexualidad. No quitas un ojo de la pantalla en película entretenida de la que ya te sabes toda la historia pero la disfrutas una vez más con hermosa pareja de fondo.

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El fotógrafo (The cameraman, 1928) de Edward Sedgwick

Dicen que la pérdida de libertad creativa que vivió Buster Keaton cuando pasó a trabajar a la MGM fue motivo de su declive y fracaso, sin embargo, aún tuvo tiempo de mostrar su valía y maestría en algún que otro largometraje como el que hoy nos ocupa co-dirigido por Edward Sedgwick (Keaton, como estaba acostumbrado, también dirigió pero sin acreditación por parte del gran estudio).

Otro motivo quizá de que se apagara su estrella fue que su arte estaba indiscutiblemente unido al cine silente…, y el sonoro ya hacía su aparición cuando Cara de Palo formó parte del gran estudio. Por otra parte, el fracaso y el olvido así como su inestabilidad emocional le llevó al alcohol…, muchos pasos relevaron al genio a triste olvido. Sus apariciones fueron cada vez más espaciadas y sólo mostraban la sombra de lo que fue. Así la nostalgia golpea cuando aparece como secundario en producciones como Candilejas, El crepúsculo de los dioses, Golfus de Roma o como protagonista de un corto surreal de Samuel Beckett (Film).

Sin embargo, El fotógrafo es un largometraje maravilloso que todavía deja ver un Keaton brillante en una historia romántica y divertida. Es imposible dejar de sonreír ante las andanzas de un pequeño y fibroso fotógrafo con cara de palo que quiere a toda costa ser contratado para la agencia de noticias de la MGM como filmador de la realidad. Su empeño no tiene fronteras porque le empuja el amor que siente hacia la secretaria (muy bien interpretada por una moderna Marceline Day).

Así nuestros ojos viajan a través de las vicisitudes de un pequeño hombre que no se inmuta ante las desgracias y hacia su empeño por ser un buen realizador con vieja cámara. Y que tampoco se rinde ante la llamada del amor si bien es cierto que “su” secretaría siente desde el principio una indescriptible ternura por el hombrecillo tímido que espera una oportunidad.

La película desarrolla con ternura una sencilla historia de amor e intercala momentos cómicos de altura haciendo su visionado una buena experiencia que no aparta ni un sólo momento la sonrisa o la carcajada del espectador.

Así disfrutamos de lo lindo con la historia de este hombre pegado a viejas cámaras y a sus intentos de filmar una realidad coherente —fracasando una y otra vez— o también a sus pasos para conquistar a la amada a la que promete un bonito paseo…

A mitad de la película —que va creciendo en ritmo y risas según avanza el metraje— aparece otro personaje clave para los acontecimientos futuros. Un personaje increíble, un monillo de feria, que tanto en sus movimientos como expresiones poco le falta para ser totalmente humano y protagonista de escenas hilarantes.

Buster Keaton no sólo hace poesía del amor y la comedia, como nos tiene acostumbrados, no sólo ofrece la ternura del perdedor que gana, sino que admira con su buena forma física que le permitía ejecutar números cómicos de gran ritmo y belleza visual.

Así dota a este largometraje de momentos increíblemente divertidos como el que ocurre en los vestuarios de una piscina pública o su comportamiento de reportero gráfico en una batalla campal en el barrio chino. Uno no puede evitar emocionarse y reír cuando acude veloz a la cita con su chica, corriendo por las calles superando todos los obstáculos, antes de que ésta cuelgue el teléfono.

Sin duda, El fotógrafo es otra película para disfrutar de la vida y de la belleza del cine en tarde de verano y que hará olvidar la ola de calor.

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Momentos inolvidables de El club de los poetas muertos (Dead poets society, 1989) de Peter Weir

Me considero defensora y amante absoluta de El club de los poetas muertos de Peter Weir. Una película hermosa, bellamente filmada, con un guión espléndido, un buen reparto y personajes con personalidad propia, intensa banda sonora…, tiene todos los ingredientes del buen cine y lo transmite en cada uno de sus fotogramas.

Cada visionado me produce una sensación vital y desde que oí la frase (la primera vez que la disfruté fue siendo una adolescente en su estreno en las salas de cine y me fascinó además de enamorarme perdidamente del personaje interpretado por Ethan Hawke): Carpe Diem, ésta se convirtió en oración referente. Ese famoso, aprovecha el momento.

Inexplicablemente es una película que actualmente es criticada y parodiada (lo que más se repite es que es tópica, que el personaje de Keating es repetitivo, que si el final es tal…) y, sin embargo, cada vez que la veo me gusta más y me deleito con buen cine e historia magníficamente narrada. Y es que Peter Weir es un realizador que me llega, que sabe plasmar y contar historias. Su firma en este trabajo es evidente.

La película está plagada de momentos inolvidables porque además todos los personajes tienen su escena memorable y porque es una historia con secuencias para la memoria. Todos tienen algo que describirnos y contarnos. Desde el profesor Keating (gran Robin Williams) que ama ser maestro y sobre todo cree en la capacidad de las personas (sus alumnos) para pensar por sí mismos, para disfrutar de la vida y ser siempre creadores hasta un jovencísimo Neil Perry (joven y estupendo Robert Sean Leonard) que se apasiona por los amigos, por los estudios y que ama con locura el teatro…, sin embargo, su espíritu creativo y su alegría se ven siempre coartadas tanto por la manera tradicional de enseñanza de elite de la academia Welton como por la intransigencia de un padre que quiere dirigir los pasos futuros de su hijo con dureza y rigor. El profesor Keating y el club de los poetas muertos es su puerta esperanzada hacia la libertad…

El joven elenco de alumnos es de diez, logrando en todas las escenas que aparecen una sinceridad en sus relaciones y día a día. Cada uno de los protagonistas del club de los poetas muertos tienen una personalidad que engancha, que los hace distintos y no personajes-tipo. Desde el joven millonario que puede permitirse ser el más rebelde con personalidad arrolladora, Dalton (pseudónimo Nuwanda), con escenas geniales como la llamada de Dios hasta el chico tímido y apocado con el dulce rostro de Ethan Hawke que muestra su fortaleza y rebeldía que se encontraba agazapada, personaje que ama a la poesía y su amistad con su compañero Neil Perry cuyo destino trágico le hace madurar.

Es de esas películas con las que me quedaría con casi todos sus momentos. Pero como ya hemos hecho en otras ocasiones y por su importancia en cada uno de los pasajes de la película, quedémonos con dos en los que los personajes leen una poesía. La primera vez que Keating nombra a Walt Whitman y que recita sus versos para explicar lo que significa Carpe Diem ante unos alucinados alumnos por los métodos del nuevo profesor:

“Coged las rosas mientras podáis
veloz el tiempo vuela.
La misma flor que hoy admiráis,
mañana estará muerta…”

O las veces que aparece, son tres creo recordar, el poema de apertura de cada una de las reuniones del club de los poetas muertos que corresponde a Henry David Thoreau. Siendo especialmente la última de especial emotividad…, cuando la lee un profesor Keating desolado en la soledad de un aula vacía en la mesa de un alumno…

Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentarme sólo a los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que la vida tenía que enseñar, y para no descubrir, en el umbral de la muerte, que no había vivido.”

Sin embargo, me viene a la cabeza otro montón de imágenes: la delicadeza que tiene Weir a la hora de filmar un suicidio; la vitalidad y alegría que transmite la película en cada una de las clases dadas por Keating; el momento hermoso de cuando el alumno tímido se vuelve poeta delante de toda la clase, los momentos del primer amor adolescente, las reuniones íntimas y libres en la cueva, el amor al teatro en esa representación de El sueño de una noche de verano

Otro asunto que me gusta es que la película está ambientada a finales de los 50 en EEUU que ya sabemos que fue época de duro conservadurismo. Pienso, sin embargo, que el maravilloso profesor Keating también hoy en día sería considerado un peligro y también empleado como chivo expiatorio por una sociedad que siempre ha tenido miedo a soñar o a ser libres.

Es una película que logra siempre conmoverme y hacerme pensar. Me habla de muchas cosas y del valor y poder de las palabras, de la fuerza de la poesía, del teatro, de la creatividad, de la no conformidad, de ser capaces de pensar por nosotros mismos…

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Diccionario cinematográfico (107)

Jazz: un solo de trompeta de hombre atormentado con rostro de un Kirk Douglas que sólo se siente en calma cuando toca lo que derrama su alma.

En Paris Blues nos encontramos con la capital del amor y el jazz donde Paul Newman y Sidney Poitier tocan en un local con su banda y viven la música. Un día les visita un gran músico, entra en el lugar e improvisan creando un momento mágico e hipnotizador…, el gran músico no puede ser otro que el mítico Louis Armstrong.

Louis Armstrong no sólo aparece también en musical mastodóntico a lo Hello Dolly sino que una de las canciones más hermosas, What a wonderful world, es banda sonora de diversas películas. Así su canción resulta emocionante en escenas de 12 monos o Good Morning, Vietnam. Además, pronto aparecerá en nuestras pantallas un biopic de su vida que se titula como este himno de vida dura pero al fin y al cabo de momentos bellos dirigida e interpretada por Forest Whitaker.

No podía ser de otra manera porque Whitaker también se puso en la piel de Charlie Parker en esa interesante e intensa película llamada Bird sobre un hombre que se autodestruye pero resurge cual ave fénix cada vez que sube a un escenario.

También, el jazz es imprescindible en las bandas sonoras de Woody Allen. No hay película de Allen que no tenga pieza memorable pero sobre todo realiza su particular homenaje al jazz en esa joya que se titula Acordes y desacuerdos donde el guitarrista Emmet Ray es guitarrista magistral y lleva jazz en sus venas…, anda obsesionado con otro músico grande, Django Reinhardt.

Y los grandes también compusieron bandas sonoras en películas ahora inolvidables cómo olvidar la contribución de Cole Porter o Glenn Miller (ambos con sus biopic como Noche y día o Música y lágrimas) al mundo del cine. El gran Duke Ellington creo la atmósfera musical inolvidable de esa gran obra que es Anatomía de un asesinato. Otro clásico que empleó el jazz como música de fondo fue Un tranvía llamado deseo y el compositor fue Alex North que también fue el creador de otra canción que ha recorrido bandas sonoras, Unchained melody.

En melodramas y dramas hay siempre un hueco para el jazz, así Ava Gardner y Gregory Peck se conocen en París en un garito donde tocan buena música y un saxofonista sirve de banda sonora de su amor en Las nieves del Kilimanjaro. O en la dura Chantaje en Broadway, el único personaje honesto e incorrupto es un joven músico de jazz, la banda sonora corre a cargo de Elmer Bernstein que también creo puro jazz para El hombre del brazo de oro donde un músico con cara de Frank Sinatra se encuentra atrapado en el mundo de las drogas.

Cine y Jazz me llenan de emoción y llenan mi cabeza de melodías e imágenes con ritmo y vida.

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La caída de los dioses (The damned, 1969) de Luchino Visconti

La caída de los dioses es una historia sobre la decadencia. La condena de una familia de industriales devorada por el poder y por el sistema nazi. Luchino Visconti ofrece un retrato demoledor sobre el ascenso del nazismo y su mella en una familia de empresarios de la acería que se devoran unos a otros y sobre todo son seres esperpénticos y dirigidos como marionetas por un misterioso y siempre presente oficial de las SS que dirige como nadie los hilos de la caída inminente. El oficial de las SS al que algunos personajes se dirigen a él como primo es el único personaje del que nunca sabemos el apellido sólo su nombre Aschenbach (con el rostro del inquietante Helmut Griem al que recordaréis como el aristócrata bisexual del Cabaret). Y es él el que dirige la función y logra extender los peores sentimientos de la familia Essenbeck llevándola a la destrucción absoluta. La familia Essenbeck muestra una Alemania dividida y una sociedad enferma que produjo el horror.

Visconti lleva de la mano al espectador a un mundo espeluznante y depravado, decadente donde las bajas pasiones surgen con facilidad. Para ello Visconti elige una historia que lleva al extremo la tragedia y el horror todo envuelto en unas gotas de barroquismo, drama shakesperiano y ópera trágica. Y es tanta la decadencia que es una película dura de ver pero alguna de sus escenas se quedan en la retina por cómo están coreografiadas por un amante de la ópera y de la cámara cinematográfica.

Esta obra de marionetas depravadas empieza con una cena familiar alrededor del patriarca Joachim von Essenbeck y ahí nos son presentados cada uno de los personajes y el tono de la narración. Esa misma noche arde el Reichtag, corre el año 1933. Joachim se da cuenta de que para seguir manteniendo en lo más alto a su empresa debe, aunque no le hace mucha gracia, aliarse con los nazis, de esta manera cede la vicepresidencia a un hijo suyo afiliado a las SA (grupo paramilitar del partido nazi alemán, que más tarde fueron absorbidos por las SS. Su uniforme era pardo para diferenciarlo del negro de las SS, aspecto empleado por Visconti en la ambientación cuidada y perfecta de la película), Konstantin (René Koldehoff) que sonríe tras su triunfo frente a su hermano Herbert (Umberto Orsini) totalmente opuesto al régimen nazi y que ve con horror el avance de una ideología que no comparte. También, aparece la cuñada de ambos, viuda de un tercer hermano muerto en la batalla (Primera Guerra Mundial), la hermosa Sophie (Ingrid Thulin) con hambre de poder y amante del hombre de confianza de la empresa, de ambición desmedida, Frederick Bruckmann (Dick Bogarde). Ambos se creen dueños de la situación y tejen a su alrededor una trama para hacerse con el poder de la empresa…, todo orquestado por el oficial de las SS, siempre con sonrisa tranquila y cabeza fría.

Sophie tiene un hijo Martin (escalofriante y bello Helmut Berger), joven lleno de complejos, confuso y depravado que evoluciona a las altas cumbres de las SS sembrando la destrucción a su alrededor. Su primera aparición es impresionante, de joven cabaretera rubia a lo Marlene Dietrich. Konstantin cuenta con otro joven hijo rebelde, Gunther (también hermoso Renaud Verley) intelectual, músico y buen estudiante que siente admiración y cariño por su tío Herbert y familia que ante el giro y el horror que vive sembrará en su mente el odio absoluto que servirá para las acciones futuras del maquiavélico Aschenbach, por supuesto presente en la cena y ya haciendo sus cábalas y dirigiendo los hilos. Y Herbert tiene a su lado a lo que más ama su hermosa esposa (bella Charlotte Rampling) y sus dos hijas pequeñas. Ésta será la última noche en que se les verá a todos juntos y es el comienzo de la destrucción y la decadencia.

Visconti lleva al paroxismo la depravación y la ambición de poder así como la destrucción que siembra el nazismo. Sólo mencionar dos de las escenas más escalofriantes ante el abanico de horror que se despliega a lo largo de los fotogramas. Por una parte la fiesta barroca de los SA en paraje hermoso lleno de cánticos, de jóvenes hermosos que se travisten y mayores que los admiran, de litros de alcohol hasta el amanecer…, como si de una ópera se tratara, hermosas escenas de fiesta y horror pasan ante nuestros ojos que culminan con la llegada de los SS con sus uniformes negros que van pasando por cada uno de los aposentos de la fiesta: bar, dormitorios, exteriores… y con sus metralletas van matando a cada uno de los miembros de las SA que han asistido al evento. O esa boda tétrica final con una Thulin de Lady Macbeth a marioneta con cara blanca y un Dick Bogarde elegante, derrotado y con todos sus sueños de grandeza destruidos ante la mirada de un Martin en uniforme negro que sin piedad alguna crea un macabro y decadente ritual.

Visconti crea una obra incómoda donde más que personajes hay marionetas deformadas que forman parte de una horrorosa pesadilla donde los espectadores asisten al corazón de una familia con el alma enferma donde a los únicos cuerdos les hacen desaparecer muy pronto. Tan sólo queda un Gunther adolescente al que su odio (tras la muerte del padre —aunque le rechaza es su padre— y su impotencia ante el brutal destino de toda la familia de Herbert) le llevará al seno del que mueve los hilos de todos los Essenbeck, el rubio y misterioso primo Aschenbach.

El realizador crea una obra barroca con momentos apreciables pero es tal la tragedia, el paroxismo y la exageración que deja, a veces, insensible a un espectador que mira asombrado un espectáculo-pesadilla lleno de horrores, de destrucción, de interrogaciones sin cerrar y con unas marionetas frágiles de almas rotas y cerebros depravados.

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El pirata (The pirate, 1948) de Vicente Minnelli

Los musicales de MGM y del productor Arthur Freed han protagonizado páginas inolvidables en la historia del cine. Incluso los detractores del cine musical reconocen que algo mágico transcurría durante estas producciones: elegancia, perfección técnica, un uso del color excelente, intérpretes inolvidables, los mejores compositores y coreógrafos, bailarines que volaban…

El musical que hoy nos ocupa tenía todos los ingredientes para ser un éxito. Sin embargo, no lo fue. El público no llenó las salas y ha sido una de esas producciones parecidas al buen vino según han ido pasando los años se ha ido revalorizando.

El pirata contaba con un director, cuya elegancia nunca ha sido puesta en duda, y rey de musicales y melodramas: Vicente Minnelli. En 1944 había realizado Cita en San Luis donde demostró su arte en este género y logró sacar todo el partido de una Judy Garland-divina que además se convirtió en su mujer. Por otra parte, en el reparto además de estar su esposa, Garland, también estaba otro de los grandes del género, el bailarín, coreógrafo y actor Gene Kelly (las coreografías de esta película las creó junto a Robert Alton). La letras de las canciones fueron compuestas por el maestro Cole Porter —que andaba por aquellos años en olvido— que entre otras dejó para la posteridad, en esta película, Be a clown (años después surgiría otra maravillosa versión-adaptación en el musical Cantando bajo la lluvia interpretada de manera espléndida e inolvidable —sí, abuso de adjetivos, no puede ser de otra manera— por Donald O’Connor, Make em laugh. Por otra parte, se contaba con un elenco bueno de actores secundarios, magníficos decorados y un libreto con una obra de Broadway original y divertida que se estrenó con éxito en 1942.

Fue uno de los musicales más caros de la MGM por aquellos años, además, también el guión pasó por varias manos hasta que Minnelli y demás estuvieron contentos con la versión final. El rodaje tuvo varias complicaciones y su estrella principal Judy Garland no se encontraba en un momento emocional adecuado (debido a su adicción a pastillas) además de estar pasando un bache en su matrimonio con el director que quedaría sin solución separándose en el año 1951. La producción era todo un deleite de decorados y vestuarios infinitos…, sin embargo, esta fantasía delirante no conectó con el público de la época que la sintió excesiva. Tampoco fue de su gusto el cambio de registro de una Judy Garland que ofrece todo un recital de vodevil —al igual que su compañero—.

A mí esta fantasía del Caribe, este cuento del pasado, este loco y barroco vodevil me ha entusiasmado. Ese amor al mundo del espectáculo y de los sueños me ha transportado como a su protagonista Manuela. La película tiene el encanto de los cuentos del pasado, de la comedia bufa pura y dura, del vodevil…, todo rodeado de una elegancia visual sin límites y unas interpretaciones sobresalientes, sobre todo, de un Gene Kelly que lleva al extremo la caricatura del pirata o héroe romántico a lo Douglas Fairbanks o John Barrymore (actores en los que se inspiró para su caracterización). Más atractivo que nunca, mostrando su cuerpo atlético, su personaje actor-pirata seduce a las plateas con su gracia, simpatía y buen sentido del baile (Kelly disfrutó de lo lindo con la danza española, la acrobacia pura y dura y el ballet…, ni rastro del claqué…). Judy Garlad me sorprende como Manuela, se convierte en una actriz, no sólo cantante, con una bis cómica y alocada a tener en cuenta.

En esta divertida historia de equívocos, bailes y canciones acompañan a los protagonistas dos secundarios de oro (esos secundarios que no nos suenan sus nombres pero sí sus caras. Los dos con filmografías a tener en cuenta). La tía de Manuela es Gladys Cooper que nos divierte como dama de quiero y no puedo que arregla la boda de su sobrina con el alcalde del pueblo y el actor austriaco Walter Slezak es Don Pedro, el alcalde (que aparentemente es una persona pero en realidad es otra…).

Una película totalmente de verano para el que le apetezca ver un cuento de los de toda la vida, para el que quiera escuchar buenas canciones, para aquella que quiera disfrutar de la danza, para el de más allá que quiera ver barrocos decorados y un uso del color lleno de fantasía, para el de más acá que quiera disfrutar del amor al espectáculo, al mundo del teatro y del vodevil…, para todos los gustos.

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Zorba el griego (Alexis Zorba, 1964) de Michael Cacoyannis

He sufrido varios sentimientos encontrados al visionar Zorba el griego. Primero he de confesar que no he visto nada del trabajo cinematográfico de Michael Cacoyannis con lo cual no tenía ni la más remota idea de lo que me podía encontrar. Ésta es la primera obra suya a la que accedo y por la que es conocido internacionalmente. Es una de las películas más populares también de Anthony Quinn.

Algo curioso me ha ocurrido, yo sólo había visto la escena mil veces repetida del baile y alguna otra de Quinn además de haber escuchado una y otra vez la música de Mikis Theodorakis. Mi cerebro se había hecho otra película totalmente distinta en mi cabeza. Yo creí que iba a ver una película alegre, vitalista, ardiente…, de esas que amas a cada uno de los personajes. De esas en que Grecia cambia la vida a un personaje concreto, tipo Nunca en domingo.

Con lo cual mi sorpresa fue enorme cuando me encontré con lo que me encontré. Un drama en toda regla. Una película de momentos sórdidos. Una película dura. De personajes tristísimos. No daba crédito. Ahora que la he ido meditando y pensando me atrevo a escribir algo.

Ha habido escenas que me han impactado de esa isla de Creta donde sus habitantes viven el día a día y la miseria rodeados de un paisaje hermoso a base de lluvias torrenciales, montañas y mar. Una miseria y una pobreza que se adhiere al alma de los personajes y Cacoyannis deja una imagen similar a la que proyectaba Buñuel en Viridiana o Los olvidados. Es curioso pero me inquietaba la risa de las ancianas de negro, con sus miradas y apariciones. Y ese hombre límite siempre excluido y muy bien tratado por la otra excluida de la aldea, la joven viuda.

Y hablando de la joven viuda, hacía tiempo que no veía personajes más tristes que el de las dos mujeres coprotagonistas. Por una parte esa viuda de negro siempre encerrada en su casa, perseguida y humillada por los hombres porque no quiere irse con ninguno, acosada y solitaria. Una hermosa y peculiar Irene Papas la dota de toda una personalidad sin palabras…toda ella es sufrimiento y tragedia (el director sabía de tragedias). Incluso en la escena en que por fin decide abrir la puerta al protagonista. Para ella es todo un sacrificio pero la soledad puede con los dos personajes… Y su desaparición y brutal muerte, rodeada y humillada por todo el pueblo, mujeres y hombres, que no muestran piedad ni entendimiento alguno por alguien que ha roto unas reglas absolutamente absurdas en una sociedad tremendamente cerrada y asfixiante.

O la extranjera, esa mujer anciana de vida alegre, esa triste francesa maquillada que regenta un hotel vacio. Esa mujer abandonada por cuatro hermosos almirantes a los que hacía siempre el amor… pero acabó la guerra y la abandonaron. La dejaron ahí, sola, en una isla inhóspita donde nadie la quiere y ella se construye un mundo de recuerdos y fantasías. Se rodea de cosas bonitas siempre que puede. Y se ilusiona cuando vuelve un hombre amable a su lado que no deja de soltarla piropos hermosos y de instarla a que le cuente sus historias del pasado. Es tan tremendo este personaje, te deja tanta congoja en el cuerpo. Es tan triste su tristeza. Una impresionante Lila Kedrova te destroza en cada una de sus apariciones. La pobre “extranjera” muere absolutamente sola —bueno, digamos que la acompaña un Zorba humano— y cuando apenas es cadáver todo el pueblo, hombres, mujeres y niños saquean sus escasas propiedades. Me dejó sin respiración ese momento.

Los dos protagonistas son dos personajes antagónicos que curiosamente se complementan, se llevan de maravilla y se quieren con locura. Quizá ése es el único aspecto positivo de la película, su amistad. Quinn es un hombre del pueblo que ha vivido mucho, quizá demasiado, pero ni la violencia, las guerras, las injusticias, el duro trabajo, la muerte de un hijo…, nada le ha quitado la dignidad, la ilusión, la energía y las ganas de luchar por una vida a la que ama. Y por eso respeta a todo el que le rodea y por eso entiende. Y eso le hace vital, humano y luchador y levantarse y bailar libre una y otra vez aunque lo que haya ocurrido minutos previos sean increíbles fracasos. Y porque él no era libre, entiende de buenos y malos que tiene que ver más con las personas que con las nacionalidades (tal y como se lo hicieron ver en múltiples batallas), ya ni siquiera eso, sólo ve seres humanos.

O ese escritor-intelectual-tímido y solitario que de pronto no puede escribir y recibe las tierras de un padre en la isla de Creta y decide hacer algo con esas tierras y la vieja mina…, y descubre a un amigo, Zorba, y descubre que tiene que atreverse a equivocarse pero que puede volver a levantarse. Que tiene que ser menos cobarde y vivir más la vida. Pero su cobardía me exaspera hasta límites insospechados cuando no hace nada para impedir la injusticia contra la viuda de negro, sabiendo que está siendo maltratada por su culpa…, uff, ahí me enfadé terriblemente con el personaje. Él es un hombre tranquilo que observa pero parece que al final, viendo y escuchando a Zorba, quiere actuar más. Y por eso es hermosa la frase de ¡¡enséñame a bailar!! O lo que es lo mismo enséñame a sentir, a vibrar, a ser libre, a no asustarme ante los golpes de la vida, a ser capaz de ver lo bello en lo horrible, a comprender a las personas…

Y entonces Zorba adquiere otro significado. Sí, quizá, sea sobre las ganas de vivir… libremente.

Me gustó, pienso ahora, pero me resultó violenta mentalmente. Creía que iba a enfrentarme a una película alegre y choqué con un muro duro y trágico.

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Paseando con Lawrence de Arabia por… Almería

Y es que el cine nunca, nunca nos abandona. Estaba yo en pequeño pueblo de Almería disfrutando de mucho mar, mucho pescaíto, muchas risas y buena compañía, cuando un amigo que sabe de mi adicción, me dice que tiene un folleto interesante de una exposición del lugar (San José) que seguro me interesa.

Y efectivamente, el folleto anuncia Lawrence de Arabia en Almería: Testimonio de un rodaje. Y como bien sabía mi amigo, aproveché una mañana de sol ardiente para acercarme a la exposición y empaparme de fotografías maravillosas y curiosas sobre los días de rodaje que transcurrieron por esas tierras.

Ahí estaba David Lean, Peter O’Toole, Anthony Quinn y el mismísimo Omar Sharif entre otros. Ahí estaba el desembarco de dromedarios. La vida diaria de los actores por estos paisajes, momentos de rodaje, otros de descanso y algunas fotografías realizadas en Sevilla donde también se rodaron escenas.

Y también hablé un rato con la persona encargada de la exposición, un chico con mucho entusiasmo y pasión, que me mostró las escenas de la película que estaban rodadas en Almería. Y hablamos bastante y me enseñó también partes que se rodaron por los alrededores, como Lawrence, de El viento y el león…, y que quieren que les diga me quedé con muchas ganas de ver esa película. Hoy ni corta ni perezosa he ido a buscarla pero de momento no la he encontrado.

Me encantó reencontrarme con el cine en tal paraje, vivir tanto entusiasmo y una propuesta tan bonita…

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Hildy se va cuatro días a la playa

Este mes de agosto sólo voy a hacer este pequeño parentesis cinematográfico. Me he quitado los pelos de las piernas y las axilas -una tiene sus momentos de coqueteo y glamour aunque a veces parece que no quedan horas del día para el cuidado y la belleza-, he buscado el biquini, el gorro de paja, la crema protectora, la toalla enorme, el saco de dormir…, y a la playa que se va Hildy.

Ni mucho menos saldré cual Ursula Andress o Hally Berry de las aguas. Ni mucho menos saldré como Uma Thurman emulando a la venus de Boticelli o como Daryl Hannah cual sirena de los mares. Más bien soy un poco mujer pirata, pelo al viento, pantalones hasta las rodillas, camisa  larga, sandalias, gafas oscuras…, cada una hace lo que puede, pero por lo menos estaré fresquita en la orilla y jugaré con las olas.

Descansar y divertirme…, disfrutar de un cielo estrellado. Y si es con una buena conversación, buena compañía, buena comida…, ya será el colmo de los colmos.

El caballo de hierro (The iron horse, 1924) de John Ford

Es lo que me gusta a mí del mundo del cine, que nunca pierdo la capacidad de sorprenderme. Hacía mucho tiempo que me había comprado el DVD de El caballo de hierro, una de las películas silentes más populares de John Ford pero todavía no había encontrado una tarde tranquila para contemplarla. Ayer se me presentó la ocasión y no saben lo que disfruté de ella.

Leyendo por la red y en libros de consulta distintos artículos y párrafos sobre esta obra, me sorprendió apreciar que todos coinciden en las genialidades de este largometraje en el que ya se intuye la grandeza de Ford pero también que muchos señalan que es un película demasiado larga y a ratos, actualmente, puede resultar aburrida. Todos alaban, sin embargo, su valor histórico y documental. Pappy contó con testimonios de primera mano, entre ellos el de un tío suyo, sobre hombres que realizaron esa obra de ingeniera de carácter epopéyico y símbolo del progreso que fueron las vías del tren en ese Oeste que se construía día a día y adquiría personalidad propia. Ford logró encontrar un tono realista y en algunas ocasiones, efectivamente, parece que el espectador está disfrutando de un documental de época.

Si digo que me sorprendió es porque a Hildy, a pesar de que dura más de dos horas, el visionado de El caballo de hierro la entretuvo en todo momento. La disfruté plenamente. Reí, lloré, me emocioné, pasé momentos de tensión, me resultó muy interesante y aprendí muchas cosas mientras las imágenes silentes pasaban por mis ojos. No bostecé ni un segundo.

Una de las cosas que me fascinó es el conocimiento de John Ford del ser humano. Ya creaba personajes con personalidad propia. También, me encantó como Ford ya dejaba ver elementos inconfundibles de sus trabajos posteriores: esa mezcla magnífica de épica, realismo, aventura grandiosa, tragedia shakesperiana todo regado de momentos intimistas y de un sentido del humor envidiable, por supuesto, de origen irlandés. También, algo que conseguía siempre, como el director Howard Hawks, era reflejar de manera hermosa la camaradería y amistad entre grupos de hombres pioneros.

El caballo de hierro muestra todas las claves del buen cine del Oeste. Hermosas escenas sobre vías ferroviarias y el tren, las duras condiciones de vida de los colonos, las luchas y persecuciones con los indios, las nuevas ciudades que se iban formando, ciudades pioneras donde no faltaba el saloon y sus chicas, las peleas y los disparos…, personajes secundarios riquísimos en matices, los ganados de bisontes, las estampidas…, todo indica una nueva era, una época de cambio.

Además, todos estos elementos están contados con un gran verismo, es decir, se nota que tampoco había transcurrido tanto tiempo de lo que narraba la película con lo que todos, a través de recuerdos y familiares, tenían los acontecimientos muy recientes. Un elemento en el que hace hincapié es cómo esta epopeya, la construcción del ferrocarril, fue realizada por hombres y mujeres duros, por inmigrantes de todas las nacionalidades, unidos por una causa común así trabajadores chinos se unen a italianos e irlandeses. Otro elemento interesante es cómo también desaparecen las diferencias de un país que acababa de vivir una cruenta Guerra Civil pero al final ex soldados de uno y otro bando contribuyeron a la construcción del ferrocarril. También, Ford presenta a los indios y a las distintas tribus como valientes y honrados que ven este progreso del hombre blanco como una amenaza para su modo de vida y por ello atacan y persiguen al caballo de hierro. Sin embargo, el malo malísimo es un hombre blanco que manipula a todo el que le rodea incluso a los indios para que la obra no se lleve a cabo tal y como intenta el ingeniero protagonista sino como él quiere —un proceso más largo— para beneficiarse económicamente. Ya surge un mundo corrupto y de especulaciones de las tierras. También, Ford recrea a personajes históricos como Abraham Lincoln que fue el presidente que emitió la ley que hizo posible la construcción de las vías de tren o el personaje épico de Buffalo Bill. Por otra parte, es un largometraje rico en mostrar los modos de vida de estos colonos, hombres y mujeres fuertes, la formación de las primeras ciudades, el tipo de negocios que iban aflorando, cómo se iban organizando nuevas comunidades con unas duras condiciones de vida, los nuevos descubrimientos como la fotografía, la escena final, cuando se unen las dos vías es inmortalizada por un fotógrafo…

En diversas escenas se muestra la capacidad que tenía Ford en detectar la humanidad de sus personajes. Momentos emocionantes como el perro que se queda junto a su dueño indio muerto en la batalla. O las tumbas solitarias que quedan en una ciudad fantasma donde todos sus habitantes se trasladan a otro lado, donde pasará la vía del tren. Momentos íntimos como los juegos infantiles de los dos protagonistas cuando son sólo unos niños o el héroe solitario paseando por unas vías que están a punto de conseguir el sueño de su padre asesinado, o la muerte de uno de los hombres y la reacción de sus compañeros de batalla.

Otra sorpresa agradable y sin límites es George O’Brien como héroe fordiano y hombre de una belleza increíble. Alcanzaría la inmortalidad por ser el protagonista elegido por Murnau para su Amanecer, sin duda, le atrajo la naturalidad del actor ante la cámara. Es curioso el tema de las modas de belleza, en este caso masculinas, en la época silente destacaban más actores tipo John Gilbert, Douglas Fairbanks o Rodolfo Valentino…, que vistos ahora no tienen la modernidad, naturalidad y cuerpo maravilloso de un O’Brien moderno y contemporáneo. Contenido. Cuentan que fue famosa la escena de la película, e hizo suspirar a varios desde las plateas, cuando el actor en una de las violentas peleas que protagoniza —la última en concreto, la que se enfrenta al asesino de su padre— aparece con el torso desnudo y en estupenda forma física. No ocurre así con su compañera que sí que sigue los cánones de belleza de la época, típica heroína de Griffith, Magda Bellamy que además no fue del gusto del director que se enfadó cuando tuvo que incluir varios primeros planos de la actriz. Magda sí que es personaje por el que han pasado los años y que simboliza la imagen ideal de chica del héroe con virtudes como la humildad, la belleza, la delicadeza, la inocencia… Sin embargo, contrarresta esta imagen de mujer con otro personaje femenino más humano y real, con más carácter, se trata de Ruby (la chica del Saloon, no podía ser de otra manera) encarnada por la actriz Gladys Hulette.

Por supuesto, como no podía ser de otra manera, Ford acompaña su largometraje de unos secundarios de oro que dan riqueza de matices a la historia. Y por destacar alguno de la larga galería me quedó con el contrapunto cómico de la obra y también protagonistas de escenas emotivas y de gran camaradería, el trío de trabajadores del ferrocarril, amigos del protagonista, que se hacen llamar Los tres mosqueteros, con los peculiares rostros de Francis Powers, J. Farrell MacDonald y Jim Welch.

Sin duda son varios los factores que han hecho que el visionado de esta película sea una experiencia recomendable aparte de todo lo mencionado anteriormente: primero, la buena calidad de la obra cinematográfica fruto de una restauración concienciada y bien realizada, la calidad del dvd es innegable —sin ser una experta en aspectos técnicos pero si teniendo bastante intuición— y, por otra parte, la magnífica banda sonora realizada para esta restauración por el compositor Christopher Caliendo.

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