Zorba el griego (Alexis Zorba, 1964) de Michael Cacoyannis

He sufrido varios sentimientos encontrados al visionar Zorba el griego. Primero he de confesar que no he visto nada del trabajo cinematográfico de Michael Cacoyannis con lo cual no tenía ni la más remota idea de lo que me podía encontrar. Ésta es la primera obra suya a la que accedo y por la que es conocido internacionalmente. Es una de las películas más populares también de Anthony Quinn.

Algo curioso me ha ocurrido, yo sólo había visto la escena mil veces repetida del baile y alguna otra de Quinn además de haber escuchado una y otra vez la música de Mikis Theodorakis. Mi cerebro se había hecho otra película totalmente distinta en mi cabeza. Yo creí que iba a ver una película alegre, vitalista, ardiente…, de esas que amas a cada uno de los personajes. De esas en que Grecia cambia la vida a un personaje concreto, tipo Nunca en domingo.

Con lo cual mi sorpresa fue enorme cuando me encontré con lo que me encontré. Un drama en toda regla. Una película de momentos sórdidos. Una película dura. De personajes tristísimos. No daba crédito. Ahora que la he ido meditando y pensando me atrevo a escribir algo.

Ha habido escenas que me han impactado de esa isla de Creta donde sus habitantes viven el día a día y la miseria rodeados de un paisaje hermoso a base de lluvias torrenciales, montañas y mar. Una miseria y una pobreza que se adhiere al alma de los personajes y Cacoyannis deja una imagen similar a la que proyectaba Buñuel en Viridiana o Los olvidados. Es curioso pero me inquietaba la risa de las ancianas de negro, con sus miradas y apariciones. Y ese hombre límite siempre excluido y muy bien tratado por la otra excluida de la aldea, la joven viuda.

Y hablando de la joven viuda, hacía tiempo que no veía personajes más tristes que el de las dos mujeres coprotagonistas. Por una parte esa viuda de negro siempre encerrada en su casa, perseguida y humillada por los hombres porque no quiere irse con ninguno, acosada y solitaria. Una hermosa y peculiar Irene Papas la dota de toda una personalidad sin palabras…toda ella es sufrimiento y tragedia (el director sabía de tragedias). Incluso en la escena en que por fin decide abrir la puerta al protagonista. Para ella es todo un sacrificio pero la soledad puede con los dos personajes… Y su desaparición y brutal muerte, rodeada y humillada por todo el pueblo, mujeres y hombres, que no muestran piedad ni entendimiento alguno por alguien que ha roto unas reglas absolutamente absurdas en una sociedad tremendamente cerrada y asfixiante.

O la extranjera, esa mujer anciana de vida alegre, esa triste francesa maquillada que regenta un hotel vacio. Esa mujer abandonada por cuatro hermosos almirantes a los que hacía siempre el amor… pero acabó la guerra y la abandonaron. La dejaron ahí, sola, en una isla inhóspita donde nadie la quiere y ella se construye un mundo de recuerdos y fantasías. Se rodea de cosas bonitas siempre que puede. Y se ilusiona cuando vuelve un hombre amable a su lado que no deja de soltarla piropos hermosos y de instarla a que le cuente sus historias del pasado. Es tan tremendo este personaje, te deja tanta congoja en el cuerpo. Es tan triste su tristeza. Una impresionante Lila Kedrova te destroza en cada una de sus apariciones. La pobre “extranjera” muere absolutamente sola —bueno, digamos que la acompaña un Zorba humano— y cuando apenas es cadáver todo el pueblo, hombres, mujeres y niños saquean sus escasas propiedades. Me dejó sin respiración ese momento.

Los dos protagonistas son dos personajes antagónicos que curiosamente se complementan, se llevan de maravilla y se quieren con locura. Quizá ése es el único aspecto positivo de la película, su amistad. Quinn es un hombre del pueblo que ha vivido mucho, quizá demasiado, pero ni la violencia, las guerras, las injusticias, el duro trabajo, la muerte de un hijo…, nada le ha quitado la dignidad, la ilusión, la energía y las ganas de luchar por una vida a la que ama. Y por eso respeta a todo el que le rodea y por eso entiende. Y eso le hace vital, humano y luchador y levantarse y bailar libre una y otra vez aunque lo que haya ocurrido minutos previos sean increíbles fracasos. Y porque él no era libre, entiende de buenos y malos que tiene que ver más con las personas que con las nacionalidades (tal y como se lo hicieron ver en múltiples batallas), ya ni siquiera eso, sólo ve seres humanos.

O ese escritor-intelectual-tímido y solitario que de pronto no puede escribir y recibe las tierras de un padre en la isla de Creta y decide hacer algo con esas tierras y la vieja mina…, y descubre a un amigo, Zorba, y descubre que tiene que atreverse a equivocarse pero que puede volver a levantarse. Que tiene que ser menos cobarde y vivir más la vida. Pero su cobardía me exaspera hasta límites insospechados cuando no hace nada para impedir la injusticia contra la viuda de negro, sabiendo que está siendo maltratada por su culpa…, uff, ahí me enfadé terriblemente con el personaje. Él es un hombre tranquilo que observa pero parece que al final, viendo y escuchando a Zorba, quiere actuar más. Y por eso es hermosa la frase de ¡¡enséñame a bailar!! O lo que es lo mismo enséñame a sentir, a vibrar, a ser libre, a no asustarme ante los golpes de la vida, a ser capaz de ver lo bello en lo horrible, a comprender a las personas…

Y entonces Zorba adquiere otro significado. Sí, quizá, sea sobre las ganas de vivir… libremente.

Me gustó, pienso ahora, pero me resultó violenta mentalmente. Creía que iba a enfrentarme a una película alegre y choqué con un muro duro y trágico.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

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