Me considero defensora y amante absoluta de El club de los poetas muertos de Peter Weir. Una película hermosa, bellamente filmada, con un guión espléndido, un buen reparto y personajes con personalidad propia, intensa banda sonora…, tiene todos los ingredientes del buen cine y lo transmite en cada uno de sus fotogramas.
Cada visionado me produce una sensación vital y desde que oí la frase (la primera vez que la disfruté fue siendo una adolescente en su estreno en las salas de cine y me fascinó además de enamorarme perdidamente del personaje interpretado por Ethan Hawke): Carpe Diem, ésta se convirtió en oración referente. Ese famoso, aprovecha el momento.
Inexplicablemente es una película que actualmente es criticada y parodiada (lo que más se repite es que es tópica, que el personaje de Keating es repetitivo, que si el final es tal…) y, sin embargo, cada vez que la veo me gusta más y me deleito con buen cine e historia magníficamente narrada. Y es que Peter Weir es un realizador que me llega, que sabe plasmar y contar historias. Su firma en este trabajo es evidente.
La película está plagada de momentos inolvidables porque además todos los personajes tienen su escena memorable y porque es una historia con secuencias para la memoria. Todos tienen algo que describirnos y contarnos. Desde el profesor Keating (gran Robin Williams) que ama ser maestro y sobre todo cree en la capacidad de las personas (sus alumnos) para pensar por sí mismos, para disfrutar de la vida y ser siempre creadores hasta un jovencísimo Neil Perry (joven y estupendo Robert Sean Leonard) que se apasiona por los amigos, por los estudios y que ama con locura el teatro…, sin embargo, su espíritu creativo y su alegría se ven siempre coartadas tanto por la manera tradicional de enseñanza de elite de la academia Welton como por la intransigencia de un padre que quiere dirigir los pasos futuros de su hijo con dureza y rigor. El profesor Keating y el club de los poetas muertos es su puerta esperanzada hacia la libertad…
El joven elenco de alumnos es de diez, logrando en todas las escenas que aparecen una sinceridad en sus relaciones y día a día. Cada uno de los protagonistas del club de los poetas muertos tienen una personalidad que engancha, que los hace distintos y no personajes-tipo. Desde el joven millonario que puede permitirse ser el más rebelde con personalidad arrolladora, Dalton (pseudónimo Nuwanda), con escenas geniales como la llamada de Dios hasta el chico tímido y apocado con el dulce rostro de Ethan Hawke que muestra su fortaleza y rebeldía que se encontraba agazapada, personaje que ama a la poesía y su amistad con su compañero Neil Perry cuyo destino trágico le hace madurar.
Es de esas películas con las que me quedaría con casi todos sus momentos. Pero como ya hemos hecho en otras ocasiones y por su importancia en cada uno de los pasajes de la película, quedémonos con dos en los que los personajes leen una poesía. La primera vez que Keating nombra a Walt Whitman y que recita sus versos para explicar lo que significa Carpe Diem ante unos alucinados alumnos por los métodos del nuevo profesor:
“Coged las rosas mientras podáis
veloz el tiempo vuela.
La misma flor que hoy admiráis,
mañana estará muerta…”
O las veces que aparece, son tres creo recordar, el poema de apertura de cada una de las reuniones del club de los poetas muertos que corresponde a Henry David Thoreau. Siendo especialmente la última de especial emotividad…, cuando la lee un profesor Keating desolado en la soledad de un aula vacía en la mesa de un alumno…
“Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentarme sólo a los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que la vida tenía que enseñar, y para no descubrir, en el umbral de la muerte, que no había vivido.”
Sin embargo, me viene a la cabeza otro montón de imágenes: la delicadeza que tiene Weir a la hora de filmar un suicidio; la vitalidad y alegría que transmite la película en cada una de las clases dadas por Keating; el momento hermoso de cuando el alumno tímido se vuelve poeta delante de toda la clase, los momentos del primer amor adolescente, las reuniones íntimas y libres en la cueva, el amor al teatro en esa representación de El sueño de una noche de verano…
Otro asunto que me gusta es que la película está ambientada a finales de los 50 en EEUU que ya sabemos que fue época de duro conservadurismo. Pienso, sin embargo, que el maravilloso profesor Keating también hoy en día sería considerado un peligro y también empleado como chivo expiatorio por una sociedad que siempre ha tenido miedo a soñar o a ser libres.
Es una película que logra siempre conmoverme y hacerme pensar. Me habla de muchas cosas y del valor y poder de las palabras, de la fuerza de la poesía, del teatro, de la creatividad, de la no conformidad, de ser capaces de pensar por nosotros mismos…
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