El fotógrafo (The cameraman, 1928) de Edward Sedgwick

Dicen que la pérdida de libertad creativa que vivió Buster Keaton cuando pasó a trabajar a la MGM fue motivo de su declive y fracaso, sin embargo, aún tuvo tiempo de mostrar su valía y maestría en algún que otro largometraje como el que hoy nos ocupa co-dirigido por Edward Sedgwick (Keaton, como estaba acostumbrado, también dirigió pero sin acreditación por parte del gran estudio).

Otro motivo quizá de que se apagara su estrella fue que su arte estaba indiscutiblemente unido al cine silente…, y el sonoro ya hacía su aparición cuando Cara de Palo formó parte del gran estudio. Por otra parte, el fracaso y el olvido así como su inestabilidad emocional le llevó al alcohol…, muchos pasos relevaron al genio a triste olvido. Sus apariciones fueron cada vez más espaciadas y sólo mostraban la sombra de lo que fue. Así la nostalgia golpea cuando aparece como secundario en producciones como Candilejas, El crepúsculo de los dioses, Golfus de Roma o como protagonista de un corto surreal de Samuel Beckett (Film).

Sin embargo, El fotógrafo es un largometraje maravilloso que todavía deja ver un Keaton brillante en una historia romántica y divertida. Es imposible dejar de sonreír ante las andanzas de un pequeño y fibroso fotógrafo con cara de palo que quiere a toda costa ser contratado para la agencia de noticias de la MGM como filmador de la realidad. Su empeño no tiene fronteras porque le empuja el amor que siente hacia la secretaria (muy bien interpretada por una moderna Marceline Day).

Así nuestros ojos viajan a través de las vicisitudes de un pequeño hombre que no se inmuta ante las desgracias y hacia su empeño por ser un buen realizador con vieja cámara. Y que tampoco se rinde ante la llamada del amor si bien es cierto que “su” secretaría siente desde el principio una indescriptible ternura por el hombrecillo tímido que espera una oportunidad.

La película desarrolla con ternura una sencilla historia de amor e intercala momentos cómicos de altura haciendo su visionado una buena experiencia que no aparta ni un sólo momento la sonrisa o la carcajada del espectador.

Así disfrutamos de lo lindo con la historia de este hombre pegado a viejas cámaras y a sus intentos de filmar una realidad coherente —fracasando una y otra vez— o también a sus pasos para conquistar a la amada a la que promete un bonito paseo…

A mitad de la película —que va creciendo en ritmo y risas según avanza el metraje— aparece otro personaje clave para los acontecimientos futuros. Un personaje increíble, un monillo de feria, que tanto en sus movimientos como expresiones poco le falta para ser totalmente humano y protagonista de escenas hilarantes.

Buster Keaton no sólo hace poesía del amor y la comedia, como nos tiene acostumbrados, no sólo ofrece la ternura del perdedor que gana, sino que admira con su buena forma física que le permitía ejecutar números cómicos de gran ritmo y belleza visual.

Así dota a este largometraje de momentos increíblemente divertidos como el que ocurre en los vestuarios de una piscina pública o su comportamiento de reportero gráfico en una batalla campal en el barrio chino. Uno no puede evitar emocionarse y reír cuando acude veloz a la cita con su chica, corriendo por las calles superando todos los obstáculos, antes de que ésta cuelgue el teléfono.

Sin duda, El fotógrafo es otra película para disfrutar de la vida y de la belleza del cine en tarde de verano y que hará olvidar la ola de calor.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.   

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.