La caída de los dioses (The damned, 1969) de Luchino Visconti

La caída de los dioses es una historia sobre la decadencia. La condena de una familia de industriales devorada por el poder y por el sistema nazi. Luchino Visconti ofrece un retrato demoledor sobre el ascenso del nazismo y su mella en una familia de empresarios de la acería que se devoran unos a otros y sobre todo son seres esperpénticos y dirigidos como marionetas por un misterioso y siempre presente oficial de las SS que dirige como nadie los hilos de la caída inminente. El oficial de las SS al que algunos personajes se dirigen a él como primo es el único personaje del que nunca sabemos el apellido sólo su nombre Aschenbach (con el rostro del inquietante Helmut Griem al que recordaréis como el aristócrata bisexual del Cabaret). Y es él el que dirige la función y logra extender los peores sentimientos de la familia Essenbeck llevándola a la destrucción absoluta. La familia Essenbeck muestra una Alemania dividida y una sociedad enferma que produjo el horror.

Visconti lleva de la mano al espectador a un mundo espeluznante y depravado, decadente donde las bajas pasiones surgen con facilidad. Para ello Visconti elige una historia que lleva al extremo la tragedia y el horror todo envuelto en unas gotas de barroquismo, drama shakesperiano y ópera trágica. Y es tanta la decadencia que es una película dura de ver pero alguna de sus escenas se quedan en la retina por cómo están coreografiadas por un amante de la ópera y de la cámara cinematográfica.

Esta obra de marionetas depravadas empieza con una cena familiar alrededor del patriarca Joachim von Essenbeck y ahí nos son presentados cada uno de los personajes y el tono de la narración. Esa misma noche arde el Reichtag, corre el año 1933. Joachim se da cuenta de que para seguir manteniendo en lo más alto a su empresa debe, aunque no le hace mucha gracia, aliarse con los nazis, de esta manera cede la vicepresidencia a un hijo suyo afiliado a las SA (grupo paramilitar del partido nazi alemán, que más tarde fueron absorbidos por las SS. Su uniforme era pardo para diferenciarlo del negro de las SS, aspecto empleado por Visconti en la ambientación cuidada y perfecta de la película), Konstantin (René Koldehoff) que sonríe tras su triunfo frente a su hermano Herbert (Umberto Orsini) totalmente opuesto al régimen nazi y que ve con horror el avance de una ideología que no comparte. También, aparece la cuñada de ambos, viuda de un tercer hermano muerto en la batalla (Primera Guerra Mundial), la hermosa Sophie (Ingrid Thulin) con hambre de poder y amante del hombre de confianza de la empresa, de ambición desmedida, Frederick Bruckmann (Dick Bogarde). Ambos se creen dueños de la situación y tejen a su alrededor una trama para hacerse con el poder de la empresa…, todo orquestado por el oficial de las SS, siempre con sonrisa tranquila y cabeza fría.

Sophie tiene un hijo Martin (escalofriante y bello Helmut Berger), joven lleno de complejos, confuso y depravado que evoluciona a las altas cumbres de las SS sembrando la destrucción a su alrededor. Su primera aparición es impresionante, de joven cabaretera rubia a lo Marlene Dietrich. Konstantin cuenta con otro joven hijo rebelde, Gunther (también hermoso Renaud Verley) intelectual, músico y buen estudiante que siente admiración y cariño por su tío Herbert y familia que ante el giro y el horror que vive sembrará en su mente el odio absoluto que servirá para las acciones futuras del maquiavélico Aschenbach, por supuesto presente en la cena y ya haciendo sus cábalas y dirigiendo los hilos. Y Herbert tiene a su lado a lo que más ama su hermosa esposa (bella Charlotte Rampling) y sus dos hijas pequeñas. Ésta será la última noche en que se les verá a todos juntos y es el comienzo de la destrucción y la decadencia.

Visconti lleva al paroxismo la depravación y la ambición de poder así como la destrucción que siembra el nazismo. Sólo mencionar dos de las escenas más escalofriantes ante el abanico de horror que se despliega a lo largo de los fotogramas. Por una parte la fiesta barroca de los SA en paraje hermoso lleno de cánticos, de jóvenes hermosos que se travisten y mayores que los admiran, de litros de alcohol hasta el amanecer…, como si de una ópera se tratara, hermosas escenas de fiesta y horror pasan ante nuestros ojos que culminan con la llegada de los SS con sus uniformes negros que van pasando por cada uno de los aposentos de la fiesta: bar, dormitorios, exteriores… y con sus metralletas van matando a cada uno de los miembros de las SA que han asistido al evento. O esa boda tétrica final con una Thulin de Lady Macbeth a marioneta con cara blanca y un Dick Bogarde elegante, derrotado y con todos sus sueños de grandeza destruidos ante la mirada de un Martin en uniforme negro que sin piedad alguna crea un macabro y decadente ritual.

Visconti crea una obra incómoda donde más que personajes hay marionetas deformadas que forman parte de una horrorosa pesadilla donde los espectadores asisten al corazón de una familia con el alma enferma donde a los únicos cuerdos les hacen desaparecer muy pronto. Tan sólo queda un Gunther adolescente al que su odio (tras la muerte del padre —aunque le rechaza es su padre— y su impotencia ante el brutal destino de toda la familia de Herbert) le llevará al seno del que mueve los hilos de todos los Essenbeck, el rubio y misterioso primo Aschenbach.

El realizador crea una obra barroca con momentos apreciables pero es tal la tragedia, el paroxismo y la exageración que deja, a veces, insensible a un espectador que mira asombrado un espectáculo-pesadilla lleno de horrores, de destrucción, de interrogaciones sin cerrar y con unas marionetas frágiles de almas rotas y cerebros depravados.

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