Momentos inolvidables con Mark Hellinger

Y ustedes dirán ¿pero quién es este tipo?¿Le conocemos?¿Hemos vivido momentos inolvidables con este ser? Yo hasta hace nada pensaba lo mismo, ni siquiera me sonaba el nombre y lo hemos visto un montón de veces, y sin embargo lo he descubierto  y sí les aseguro que sí hemos vivido momentos inolvidables a través de Hellinger.

Él fue un productor independiente de esos que se atrevían con películas que perduran y perduran. Antes se dedicó al oficio de periodista y crítico de teatro.

He llegado hasta él a través de mi pasión por el siempre magnífico Burt Lancaster, ya sabéis mi obsesión por este hombre que me lleva a ir consiguiendo poco a poco prácticamente toda su filmografía.El otro día en búsqueda incansable me llevé tremenda alegría cuando entre las novedades DVD clásicos se encontraba una de su primeras interpretaciones: el drama carcelario Brute Force de Jules Dassin, recordemos que recientemente desaparecido (y con toda una filmografía apasionante que tengo pendiente, yo solita, de descubrir). Así que no pude evitar la tentación y me la compre y en un completo cuadernillo cinematográfico, que acompañaba a la edición en DVD, se encontraba un artículo sobre dicho productor que me hizo que se me encendiera una bombilla (además de querer investigar más sobre su persona).

Hellinger murió joven pero dejó una interesante filmografía como productor. Sin embargo, ya tenía relación con el séptimo arte ya que una de mis películas de gangsters favoritas se hizo realidad gracias a un relato de Hellinger que se inspiró en sus trabajos periodísticos. Me refiero a Los violentos años 20 donde sólo James Cagney nos podía dejar momentos inolvidables como ese final en las escaleras de una iglesia de personaje que cae en picado después de días de desgracia y gloria.

Entre sus trabajos más destacados como productor se encuentra su participación en película dorada de este mismo género. Esa joya que se titula El último refugio. Llena de momentos inolvidables en compañía de un cansado y romántico gangster con cara de Bogart o una mujer enamorada que le sigue hasta al final, no olviden, en lo alto de una montaña, con rostro de Ida Lupino.

Y sobre todo sus trabajos como productor independiente con películas tan memorables e inolvidables como Forajidos de Robert Siodmak con mi adorado Lancaster. Como olvidar su papel de boxeador fracasado y enamorado perdidamente de mujer fatal con ojos de gata Gadner que le lleva a la muerte en vida. El Sueco, qué personaje, solitario que le avisan de su propio asesinato y él ni se mueve ni se inmuta. Espera.

U otra maravilla como Brute Force de la que acabo de disfrutar también con Lancaster como el preso Collins capaz de todo por escapar de una cárcel brutal para reunirse con su amor que le espera en silla de ruedas. Collins y sus compañeros mantienen su dignidad mientras planifican su huida, da igual como salga lo importante es que luchan y no se doblegan ante la fuerza bruta e irracional del policía Munsey (escalofriante Hume Cronyn).

Su última producción antes de que Hellinger dejara el mundo con cuarenta y cuatro años fue otra de Dassin, La ciudad desnuda. Película que aún no he conseguido ver pero que todos describen como crónica imprescindible de la ciudad de New York en los 40.

¿Ven cómo han vivido momentos inolvidables con Hellinger?¿Se han dado cuenta?

Las mujeres en el cine americano de Fritz Lang de María Dolores Romero Guillén (Mira Editores)

Confesaros que siento gran debilidad por Lang. Rodase en Alemania, rodase en América, Lang me gusta. Este hombre perfeccionista y según cuentan las crónicas malhumorado fue uno de los tantos directores cinematográficos que no se doblegaron a la ideología nazi y por ello tuvieron que exiliarse. No pasó lo mismo con su mujer, guionista de prestigio, que abrazó el nazismo. 

Su pesimismo me llega hasta lo más hondo. Sus películas son una triste crónica de la historia de la humanidad durante el ya pasado siglo XX. María Dolores Romero Guillén toma una interesante perspectiva para acercarse al cine de este cronista: se fija en la evolución y en la forma de ser de sus personajes femeninos. Así, Romero Guillén no sólo da un repaso al periodo americano de Lang sino que ofrece la historia de la mujer y del feminismo de la década de los treinta a la de los cincuenta, también escribe sobre la forma en que el director plasmaba lo femenino y diversos temas de la mujer en su cine y además da un repaso a las heroínas languianas, a las actrices que los representaron y hace un análisis y una crítica de la imagen de la mujer en el cine…, uffff, un estudio breve pero a la vez exhaustivo e intenso. Una lectura muy interesante. 

Me ha hecho recordar, repasar y hacer un viaje por un montón de personajes fascinantes en películas de, para mí, obligada visión. 

Mujeres languianas 

Sus mujeres de los años treinta son Catherine y Joan. La primera en Furia (1936) y la segunda en Sólo se vive una vez (1937). Las dos tienen el rostro de la actriz Sylvia Sidney. Particular y cinematográficamente me quedo con Sólo se vive una vez, película bellísima que además de ser una denuncia social se convierte en una historia de amor loco hasta las últimas consecuencias. El pesimismo y el destino trágico transitan esta película emocionante.Catherine, en Furia, me cae muy bien y me parece mujer coherente y valiente pero creo que me decanto por una Joan que lleva hasta el final el amar a un hombre destinado al fracaso continuo, sin buscarlo. Joan está ciega de amor de tal manera que su forma de comportarse hace que los que más la quieren crean que ha perdido la razón. 

En los años cuarenta le toca a la mujer fatal con cara de Joan Bennett —que como su famosa hermana Constance llenaron las páginas de los periódicos y revistas de escándalos por su forma de vivir las relaciones— personificar a la mujer languiana. La Bennett se convirtió en actriz fetiche. En una representación de la mujer fatal que amenaza al hombre medio. Que lo destroza en pedazos. Que destruye el orden constituido (aunque sea de color gris, aunque sea vacío y aburrido) para meter el caos (y de paso dar un poco de emoción a los tristes personajes del gran Edward G. Robinson). Ahí están Alice en esa ensoñación-pesadilla que es La mujer del cuadro (1944) y Kitty en esa joya de la degradación que es Perversidad (1945). Aquí me quedo con Kitty y su risa perversa y burla cruel al hombrecillo que trata de huir de su mediocridad a través de la mujer fatal. Kitty, que la chulea y maltrata un ladronzuelo de poca monta. Kitty, que sólo piensa en cómo sobrevivir sin mucho esfuerzo. Kitty, que vive al día. Que ama, que se mueve, que grita, que hace daño, que se equivoca, que se ríe, que vive, que es desgraciada, que desgarra… 

También, de estos años, Romero Guillén nos recuerda a dos personajes femeninos que investigan: una, por qué su marido se comporta de manera extraña y por qué colecciona habitaciones donde se cometieron asesinatos y a una de ellas no la deja acceder. De nuevo la cara de Joan Bennett para encarnar a Celia que en una especie de Rebeca —pero más activa y menos asustadiza— trata de averiguar el trauma del amado esposo. Estoy hablando de Secreto tras la puerta, 1948. La otra toma el rostro de Anne Baxter, la perdida de Norah, la que no recuerda si cometió un asesinato en Gardenia azul. La que huye tras las sombras. La que tiene pesadillas. La que quiere averiguar que pasó una noche de la que no tiene recuerdo alguno. 

Los años cincuenta nos trae variedad de heroínas y pesimismos (cada vez mayor). Variedad de géneros, no abandona la mujer fatal y el cine negro, pasa por el melodrama y el western y siempre conserva las dosis de misterio necesarios. Sus mujeres languianas siguen al director en su evolución y pesimismo y dejan imágenes inolvidables. 

La musa en esta década quizá sea la gran Gloria Grahame, la rubia de rostro extraño pero con erotismo en cada poro, mucha vida. La Grahame borda sus papeles de mujer fatal. Detrás de una se descubre un corazón grande, un afán por quitarse el apelativo de fatal, por redimirse, por volver al orden (aunque sea gris y aburrido por lo menos no es desconcertante, por lo menos es seguro). Ella es Debbie en esa película violenta que se llama Los sobornados (1953) de entre tanta corrupción surge una mirada limpia o que quiere volver a la inocencia, Debbie. Y lo paga. 

Detras de la otra se descubre una mujer superviviente que busca sólo el beneficio propio. Que no ama. Que quiere vivir bien y por eso utiliza a las personas. Da igual que sea marido o amante, sólo son válidos para sus propósitos. Y Vickie en Deseos Humanos (1954), también lo paga. 

Y después nos encontramos con la dama ambigua por excelencia, a una que la queda bien el traje de plumas más glamuroso, el traje de saloon, o el esmoquin o el pantalón vaquero. Siempre es la reina de la sofisticación más allá de machos y hembras. Es la Dietrich. A ella Lang la lleva al lejano oeste, la hace sentir ya una mujer madura a la que el glamour la abandona poco a poco, ahora ostenta el poder o eso cree. Eso cree porque ella no ha perdido la capacidad de amar. Ama al pistolero que siempre la ha venerado, y ella también, un Mel Ferrer hermoso; pero se ilusiona porque vuelve a revivir, a sentirse joven ante un vaquero que busca venganza y con menos años. En Encubridora (1954) ejerce hasta el final su papel de protectora capaz de morir por aquellos a los que ama. 

También nos deja un retrato triste, triste, triste esa mujer desencantada con cara de Barbara Stanwyck que decide no sucumbir al deseo, no sucumbir al amante, y seguir en una vida gris y sin emoción, pero que da seguridad emocional, junto al esposo y familia. Mae Doyle busca tranquilidad y prefiere estar muerta en vida pero ya no quiere más vida y sobresaltos. En Encuentro en la noche (1951) todo queda en tono gris. Todo queda contenido. Ni la Monroe logra estallar y escapar de una vida sin alicientes. Los justos. 

Ya ven, resulta evocativo el viaje que propone Maria Dolores Romero Guillén. Vean cine de Lang y lean las páginas de este libro, son dos buenas maneras de aprovechar el tiempo.

Nido de víboras (The snake pit, 1948) de Anatole Litvak

Nido de víboras es de esas películas aisladas y extrañas que merece la pena visionar. Aisladas y extrañas por la temática que tratan y por el tipo de películas que son. La historia que nos cuenta transcurre en los años 40 en un Centro Psiquíatrico Femenino en EEUU. Todo un documento sociológico interesante que además nos deja ver la buena interpretación de la actriz Olivia de Havilland ya alejada de su imagen de novia del héroe o de su papel dulce (que no cursi, a veces, los doblajes juegan esa mala pasada) de Melania en Lo que el viento se llevó.

Su director Anatole Litvak llevó a cabo una curiosa filmografía que ha caído en el olvido (Tovarich, Voces de muerte, Anastasia o Rojo atardecer) y en esta película ofrece un tema complejo: el estado y los métodos de trabajo de un Centro Psiquíatrico Femenino público a mediados del siglo XX a través de la mirada de una enferma mental (Olivia de Havilland).

Una mirada compleja porque por una parte denuncia una situación pero por otra habla sobre las virtudes de los tratamientos psiquiatricos. Habla de la dureza de estos centros, de la falta de recursos, del hacinamiento, de las duras reglas y de las condiciones que tenían que vivir las pacientes. Los doctores (sobre todo dos que son los más cercanos a la paciente protagonista) no salen mal parados de la crítica. Sobre todo el personaje del doctor Kik (Leo Genn) que trata a su paciente con los distintos métodos con los que cuenta (aunque muchos de ellos apenas se emplean ya o no de la misma manera), sabe que está enferma y nunca pierde la perspectiva de que puede conseguir que tenga una vida más digna o superar su problema mental. Pero sí salen mal paradas el colectivo de enfermeras que las someten a una disciplina férrea y a unas normas estrictas, con educación, pero con poca capacidad de cariño y relación con una frialdad que da a veces escalofríos.

El director cuenta su historia entre luces y sombras, con un aire de cine negro, y cuenta con imágenes llenas de interés y plantea situaciones y momentos inolvidables (como el baile entre internos, hombres y mujeres, y la canción final o la escena que hace alusión al Nido de víboras del título). Olivia de Havilland realiza una interpretación impecable donde se ve su evolución durante su enfermedad mental y su relación con el centro en el que vive (los distintos pabellones), la convivencia con las compañeras y con el equipo profesional que la rodea cada día. Quizá el motivo de su inestabilidad mental no sea muy brillante pero no importa porque la película recrea momentos en la institución mental muy buenas y realistas. Por citar algunas caras conocidas entre las pacientes se encuentran Betsy Blair o Celeste Holm. En su momento fue una película incómoda porque denunciaba la situación de estos centros de los que se hablaba muy poco porque eran instituciones cerradas y nadie sabía que pasaba de puertas para adentro.

El cine que viene…

Aquí me encuentro y entre mis manos la revista de septiembre de Fotogramas (para mí cada mes es un ritual, sentarme tranquila y zambullirme en sus páginas). Uno de sus reportajes nos anticipa el cine para otoño del 2008 y ya tengo mis preferencias.

Me apetece mucho El patio de mi cárcel porque desde hace años conozco el trabajo de Teatro Yeses y admiro la labor de Elena Cánovas, su creadora e impulsora. Y ahí encontró Belén Macías su inspiración y semilla.

También espero que Scott no me disguste con Body of Lies y ofrezca película redonda. La trama parece interesante y cuenta con dos actores de excepción para este tipo de películas: Leonardo DiCaprio (sí, me gusta como actor y cada vez me deja mejor sabor de boca) y Russell Crow (el bestia que más me encanta en pantalla).

Me llama la atención el regreso, dicen que gamberro, de los Coen aunque hace mucho que no veo una película de los hermanos que me llene totalmente. Habrá que esperar a Burn after reading y ver cómo nos divierten Brad Pitt y el ya habitual -en sus comedias gamberras-, George Clooney.

Mike Leigh es un realizador que no me decepciona y ahí espero Happy Go Lucky… sobre una mujer optimista en situaciones difíciles… creo que va a gustarme.

Espero con curiosidad, y ójala no se quede sólo en eso, la nueva película de Agustín Díaz Yanes donde recupera el personaje de Gloria y otra historia fuerte de violencia con mujeres de carácter como protagonistas. Sólo quiero caminar puede hacerme hervir la sangre y emocionarme como Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto.

Clint Eastwood quizá nos depare otra dosis de buen cine clásico y bien contado con Changeling. No voy a mentiros, me apetece y bastante.

Como ya os confesé siento debilidad por Baz Luhrmann, odiado y amado por doquier, su barroquismo a mí me llega, qué se le va a hacer. Así que espero con emoción y espero no desinflarme, Australia, y sufrir y amar todo lo que se pueda junto a Nicole Kidman y Hugh Jackman.

Y, por último, creo que sucumbiré (aunque no me gusta Titanic) a la nueva unión interpretativa de DiCaprio y Winslet en Revolutionary road de Sam Mendes… una pareja de los años cincuenta pasaba por ahí…

Barbara Stanwyck

Barbara Stanwyck o Missy, como la llamaban los más cercanos, lleva 101 años entre nosotros en las sombras de alguna sala de cine o en el salón de casa. No es tan recordada como algunas otras coetáneas de su época pero para muchos es una aparición inolvidable. Actriz entre actrices con un carisma irrepetible. 

Y el motivo es el de siempre es una actriz de carrera prolífica sobre todo en los cuarenta pero mucha de su filmografía no es de fácil acceso aunque unos cuantos papeles la suben fácilmente al Olimpo de los ídolos de la salas oscuras. 

Una de las cosas que llaman la atención de Missy (que siempre fue celosa de su vida privada) es que cuando se leen biografías de otros actores o directores sólo se vierten buenas palabras para la actriz como intérprete profesional y como persona. Y eso ya es difícil. Tuvo dos matrimonios tormentosos con los actores Frank Fay (cuentan que el guión de Ha nacido una estrella se inspiró en este matrimonio) y Robert Taylor. Cuando se separó de este último en los años cincuenta ya no volvió a casarse.  

Stanwyck con su cara entre extraña y atractiva supo convertirse en reina del melodrama, de la comedia, del cine negro o del Oeste. Su versatilidad no tenía límites. Las mujeres que interpretó siempre fueron de carácter fuera de los moldes de la época. Su icono siempre va al lado del adjetivo independiente. Trabajó con grandes directores y estuvo acompañada de los mejores actores que siempre trabajaron bien junto a ella. Es legendaria su larga amistad desde que trabajaron por primera vez junto con el gran William Holden (él estaba empezando a brillar en el firmamento), se conocieron en Sueño dorado en 1939 (comentada en la sección El viejo baúl de películas) y conservaron hasta la muerte del actor una amistad indestructible. Siempre se recuerda que cuando la Stanwyck recogió su oscar honorífico (único que ganó en su carrera a pesar de haber sido cuatro veces nominada) a principios de los años ochenta se lo dedicó a su “golden boy”, es decir, Holden. 

Barbara tuvo una infancia y adolescencia complicadas, nació en familia humilde, su madre murió apenas tenía pocos años de edad y su padre abondonó a la prole. Así que Barbara pasó sus primeros años en un montón de hogares diferentes. Empezó por la puerta de atrás en el mundo del espectáculo y el vodevil y a base de trabajo y más trabajo llegó a lo más alto. 

Sus primeros éxitos fueron de la mano del director Frank Capra, quizá las dos obras más asequibles con el exitoso director de la Columbia fueron La amargura del General Yen (1933) que contribuyó más a la escalada hacia el éxito de la joven estrella en una historia de amores prohibidos y esa obra cumbre del director que es Juan Nadie (1941) cuando ella ya era toda una estrella. 

Sin duda 1941 fue el año donde la Stanwyck brilló como ninguna en el terreno de la comedia. No sólo trabajó en la película ya citada del gran Capra sino en dos obras de arte del screwball comedy: Bola de fuego de Howard Hawks donde ella es la corista más apta para engatusar con su lenguaje a unos académicos muy serios e inocentes (sobre todo el más joven, Gary Cooper) y Las tres noches de Eva de Preston Sturges donde es la más encantadora de las estafadoras y que hace la vida imposible al millonario con cara de Henry Fonda. Sólo por esta trilogía de comedia merece estar en el Olimpo. Aunque éste no sería el género en el que más se la identificaría. 

En los años treinta alcanzó el mayor éxito dorado con un melodrama de madre sufrida y sacrificada: Stella Dallas (1937) de King Vidor y ya se la veía como mujer fuerte del Oeste en Annie Oakley (1935). Ninguna de estas dos interpretaciones ha llegado todavía a mis manos. 

En 1944 llega su papel bombón y por el que, quizá, sea más recordada, ella es la mujer fatal, la que arrastra al amado a su destrucción, ella es la rubia sensual y distinta con pulsera en el tobillo. Ella es Phyllis Dietrichson, una de las heroínas inolvidables del cine negro en Perdición de Billy Wilder. Lo de mujer fatal la sigue en su filmografía realizando retratos inolvidables en la angustiosa El extraño amor de Martha Ivers (1946) o en la inquietante –con tintes de melodrama— Encuentro en la noche (1952). 

A la actriz no se la resiste género alguno: desde el terror, uno de sus mayores éxitos fue Voces de muerte (1948), el melodrama puro y duro en manos de Sirk (no podía ser de otra manera) Siempre hay un mañana (1956) o el western con un Fuller desatado, 40 pistolas (1957). 

Se fue retirando poco a poco del cine pero no dejó de ejercer su profesión en la televisión cosechando éxitos en sus apariciones en series míticas de los años ochenta como El pájaro espino o Los Colby. Nos dejó en la tierra en 1990… pero yo todavía río a carcajadas con ella o me estremezco con sus personajes de mujeres duras pero que tratan de sobrevivir en un mundo oscuro y gris.

…mujeres fatales

Estoy a punto de volver a ver en Telemadrid Que el cielo la juzgue de John M. Sthal con una Gene Tierney aquejada de problema de salud mental que la convierte en una mujer posesiva y excesivamente peligrosa y a la vez estos días estoy leyendo un interesante libro sobre las mujeres en el cine americano de Fritz Lang (para poder comentarolos en la sección escribir de cine) donde muchas de las heroínas reflejadas son mujeres fatales del cine negro… mujeres fatales.

Esto sólo es un adelanto de uno de los personajes más fascinantes de la cinematografía y del género negro. Son mujeres de armas tomar fuera de la convecciones sociales de la época…, y por eso las representaban peligrosas (claro, no olvidemos, que los artífices de estas historias y los dictores solían ser hombres). Me encantan. Hay toda una colección de mujeres fatales que nunca caerán en el olvido y que siempre serán poderosas en la pantalla… aunque tengan finales terribles. Ellas sobreviven.

Parejas y química en la pantalla de cine

Ahora que esperamos el estreno de la película que vuelve a reunir a Kate Winslet y Leonardo DiCaprio (una pareja cinematográfica que causó furor aunque a mí no mucho), de pronto, me vienen a la cabeza parejas con química en la pantalla. Esa química que no se puede explicar ni expresar pero que hace que nos creamos plenamente la historia de amor que viven los protagonistas en pantalla. Una química maravillosa que produce momentos de magia. ¿Han visto ustedes cuando no hay química que todo el conjunto se desinfla?

Por ir a los clásicos más tópicos y menos discutidos de todos los tiempos… ¿alguien se cree a otros dos actores que no sean Vivian Leigh y Clark Gable en Lo que el viento se llevo? ¿A quién queremos en París sino a Ingrid Bergman y Humprey Bogart en Casablanca?

Siempre nos quedará Katherine Hepburn química pura con Cary Grant y Spencer Tracy. De anciana nos demostró que hubiera sido maravilloso ver juntos en juventud a la Hepburn con el Fonda.

Y qué me dicen de Cary Grant, se demostró que una belleza fría como Grace Kelly le sentaba de maravilla.

La olvidada Verónica Lake la queríamos al lado de Alan Ladd pero a mí me enamora con Joel McCrea.

O tampoco puedo olvidar esa química que sobrepasa la pantalla de un joven Cooper con una sofisticada Dietrich.

Y la británica Kerr, actriz maravillosa, y con química indestructible con Burt Lancaster en tiempos de guerra, con Robert Mitchum con toca de monja e isla desierta o con maravilloso Yul Brynner en un amor nunca consumado.

Los ojos violetas de Liz Taylor con la mirada desengañada y la voz grave de Richard Burton. Y química a raudales entre Marlon Brando y Eva Marie Saint allá lejos en puertos deprimidos por la pobreza. O qué me dicen de Warren Beatty y Diane Keaton en Rusia.

Ahora me voy al cine más moderno y recuerdo a Julia Roberts y Richard Gere, sonrisas por doquier. O a un maravilloso escritor bohemio con cara de escocés McGregor y la australiana de oro-Satine Kidman.

Siempre nos quedará el romanticismo tierno de Gerard Depardieu y la McDowell. A, por supuesto, jamás olvidarse de Meryl Streep con Robert Redford o junto fotógrafo de puentes Eastwood. Y qué me dicen la sensualidad que se desprendía de cada fotograma de Colin Firth junto a una jovencísima Scarlett Johansson. También suspiro versos de Shakespeare y mucha química entre la Paltrow y uno de los hermanos Fiennes.

A Winona la brillaban los ojos al lado de Manostijeras Depp. Ya lo escribí hace poco, química es lo que aparece en las miradas de Boham Carter y Aaaron Eckhart…

Éste podría ser un post interminable…

Diccionario cinematográfico (73)

Periodistas (1ª parte): Yo, Hildy Johnson en mi luna nueva colgada de mi ex esposo que además es mi jefe y me sienta en máquina de escribir y hace que un día y otro sí me sienta cansada y apasionada, apasionada o cansada… 

O Ann Mitchell (Barbara Stanwyck) que buscando a un Juan Nadie que se ha inventado para recuperar un trabajo encuentra un Gary Cooper con cara de inocente que vaga por la Depresión que le deja sin futuro y que se enamora de sus ojos y se cree el discurso de opinión de su reina que se inspira en el padre ausente.

O Nick Condon pegando brincos con cara de James Cagney, editor de periódico y periodista en Japón que revela un plan de conquista de los japoneses que son muy malos porque estamos en la segunda guerra mundial y nos entretiene con sus brincos y aventuras y sus besos a la angelical Sylvia Sydney. 

O, quizá, una Jean Arthur cínica y divertida que ridiculiza a un nuevo rico con cara otra vez  de Gary Cooper en cada uno de sus artículos pero termina rendida a sus pies cuando descubre que hay detrás un hombre bueno (El secreto de vivir).

O, esos periodistas del corazón, del de antes, que persiguen a hijas rebeldes de millonarios pero terminan enamorándose de ellas y derrumbando el muro de jericó (Sucedió una noche, atractivo Clark Gable); o aquel que enseña a un princesa Roma en moto y terminan viviendo un amor imposible porque ella debe cumplir un protocolo que la encanta saltarse sobre todo con un periodista con cara de Gregory Peck (Vacaciones en Roma); o aquel escritor fracasado que trata de ganar dinero en el corazón y tiene que hacer una entrevista a familia de millonarios excéntricos que desprecia y se encuentra deslumbrado por hija con complejo de estatua de piedra y terminan los dos bajo la luna borrachos como cubas (Historias de Filadelfia).

O, aquel cronista del corazón, italiano, con problemas existenciales que tiene que seguir a una exuberante rubia por la Fontana de Trevi. Que está más perdido que los corazones a los que sigue. Pero que vive la Dolce Vita cada segundo de una existencia vacía.

O, tal vez, aquel periodista que quiere ser grande y va tras la gran noticia y como no le llega, la crea. Una noticia para grandes titulares. Y no lo importa nada de lo que tiene que hacer para conseguir la gloria de la prensa escrita. Llega hasta poner en peligro la vida de un ser humano. Y cuando se da cuenta ya es demasiado tarde. Y Kirk Douglas te hace temblar (El gran carnaval).

El cazador (The deer hunter, 1978) de Michael Cimino

Nada que desde que he vuelto estoy con películas que tienen como fondo un conflicto bélico. Y ahora le ha tocado a El cazador. La vi ayer por la noche en dvd y me dejé envolver por Cavatina de Stanley Myers y por los tres amigos Nick, Stevens y Michael, tres jóvenes que viven en una pequeña localidad de los EEUU. Tres jóvenes de origen ruso, trabajadores de la industria metalúrgica, sin mucho futuro, con aficiones como la caza, la diversión y los paisajes del sitio donde viven. Tres jóvenes que van como voluntarios a una guerra lejana, Vietnam. Tres jóvenes que destrozan su vida, aunque no sea la mejor de las vidas. Que quizá lo único que tengan nunca sea el cariño que se profesan, la amistad.

Y es que El cazador es de esas películas complicadas y complejas como la vida misma. Y quizá por eso llega. Donde los seres humanos son mostrados con toda su desnudez, con todas sus virtudes y todos sus defectos, y cómo la guerra destroza. Cimino nos muestra en fuertes imágenes un principio, un nudo y un desenlace. Antes de la guerra, durante la guerra, el regreso a casa.Y te deja hecho polvo.

“Te quiero, Nick”, dice Michael (Robert de Niro) en una de las escenas más dura. Le está diciendo al amigo que ha perdido la cabeza, al muchacho sensible que siempre concilia que ama su localidad aunque no sea lo mejor (qué grande Christopher Walken), que le quiere, que vuelvan a su localidad y a su vida aunque no sea la mejor de las vidas. Pero Nick no regresa…demasiado horror. Y Michael cumple de manera triste la promesa que le hizo al amigo, que le hiciera volver al hogar fuese como fuese. Que no le dejara.

Y Michael, el cazador, el que tiene la cabeza bien amueblada y el objetivo claro, el que protege a los amigos…, el que no los abandona. El que no deja que le consuelen. El protector incansable, bruto como él sólo, pero también tierno, se derrumba en la soledad de un motel. Es el único signo de debilidad que se concede.

A Stevens (pero que bello es John Savage), el joven e inocente, que no esconde su miedo (imposible esconderlo ante el horror que padece). Que vuelve sin piernas. El tierno y sonriente Stevens, le dejan sin piernas y sin sonrisa. Sólo lágrimas.

También, está Linda (joven Meryl Streep, siempre grande), la mujer ideal para Michael y Nick. La fotografía que les acompaña en momentos de horror. Una joven que vive en la pequeña localidad en una comunidad machista, la joven de mirada triste golpeada por una dura realidad familiar y un trabajo monótono, la que ama a los amigos, la que mira con ternura a Michael y a Nick que la tratan como un ideal…, con ellos sueña y sufre. Con ellos sabe, que pase lo que pase, se apaga. La guerra sólo acelera el proceso.

Y, otros amigos que quieren a Nick, a Michael y Stevens. Amigos todos con virtudes y defectos pero que en un día de juerga, antes de la boda de Stevens antes de marchar a la guerra, cantan Can’t take my eyes. Cuando la guerra de Vietnam les destroza a todos, cuando les rompe la vida, la cabeza y el corazón, entonces nos damos cuenta de que las risas del día de la boda de Stevens se han terminado.

Cimino es complejo porque a pesar de que su historia me atrapa y me hace llorar hay cosas que no me gustan. Por eso es cine personal. Con lo bueno y con lo malo. Me gusta su estructura, me gustan sus imágenes, me gusta la amistad, me gusta que muestre lo peor y mejor de la comunidad donde viven los protagonistas…, pero me deja una imagen banal y falsa de Vietnam y los vietnamitas. Y eso no me agradó.Vietnam es el infierno y la película lo muestra así. Violencia, vietnamitas despiadados capaces de todos los horrores inimaginables con los prisioneros de guerra, Saigón una ciudad que se destruye con la corrupción, el sexo y el juego más salvaje…, frente a la localidad de los tres amigos —que a pesar de no ser el mejor de los lugares es idílico y hermoso, con unos paisajes que siempre se desean mirar— donde prima un fuerte espíritu comunitario. No me parece justo.

La escena final, que a muchos disgusta, yo la salvo. La de que nada volverá a ser igual, la reunión de los que lloran al amigo ausente alrededor de una mesa. Todos de negro. Los amigos que cantan en tono apagado God Bless America como triste ironía de un país que les ha destrozado más, si cabe, la vida.

Otra cosa que destacaría de El cazador son las miradas. Es una película de miradas que te rompen por dentro. De Nick a Linda y Michael. De Michael a Linda. De Linda a Michael y a Nick. De Stevens a Michael. De Nick a Michael. De Michael a Nick. De Michael a Stevens…

El cazador también tiene un triste anecdotario extracinematográfico. Uno de los amigos que se queda en la localidad, el amigo bocazas y delgaducho, al que todos aguantan. El amigo que no se contiene, que explota, que es violento con las mujeres cuando siente el rechazo pero también capaz de momentos tiernos. El que se enfrenta a los amigos pero los necesita. El amigo con el rostro amargo de John Cazale. Ese John Cazale espigado y delgado, ese actor estaba siendo devorado por el cáncer y sin embargo actuó hasta el último suspiro dando una última interpretación. John Cazale era el amor de Meryl Streep. Hasta el final. Y cuando se negaron a que interpretara la película por el estado avanzado de su enfermedad; la actriz dijo que si él se marchaba, ella también. Cazale se quedó y regaló interpretación llena de matices.

Tiempo de amar, tiempo de morir (A time to love and a time to die, 1957) de Douglas Sirk

Continúo redescubriendo una y otra vez al gran Douglas Sirk, director que nació en Alemania (pero de padres daneses). Como Fritz Lang tenía el futuro asegurado en la cinematografía alemana pero como no estaba de acuerdo con la ideología nazi siguió el camino del exilio y acabó siendo el rey del melodrama en Hollywood. A finales de los años cincuenta regresaría a Europa (igual que Lang). Y, también, estos dos directores tienen otro paralelismo más ambos tomaron la vía del exilio pero no así sus ex mujeres, que se afiliaron al partido nazi. Además, Sirk tenía un hijo y su mujer impidió cualquier contacto entre ambos. El hijo de Douglas Sirk parece ser que se convirtió en un niño prodigio en el mundo del cine alemán y después acudió a la guerra y desapareció en el Frente Ruso en 1944.

Aunque Tiempo de amar, tiempo de morir se trata de una adaptación cinematográfica (siempre con ojos de Sirk) de la novela del mismo título del escritor alemán Erich Maria Remarque (también autor de otra novela que sería llevada en 1930 por Milestone al cine, la maravillosa y que en breve comentaré Sin novedad en el frente), también, he leído que de alguna manera era un homenaje del director a su hijo desconocido y ausente, una manera de recrear sus últimos momentos en la Segunda Guerra Mundial. Una recreación de un joven soldado, buen chico (un hermoso John Gavin), que ante el horror, la muerte y la confusión de la guerra encuentra el amor durante un breve permiso con una conocida de la infancia (con rostro agradable de Lilo Pulver, ¡¡¡qué lejana de la sex symbol de Un, dos, tres!!!). Ambos en una ciudad destruida, solos, sin saber qué es de sus padres, con los bombardeos, las ruinas, la destrucción, la desolación y siempre la muerte buscan el refugio en su historia de amor.

Con un uso del color, siempre magnífico en los melodramas de Sirk, y con un lenguaje cinematográfico envidiable lleno de símbolos, espejos, círculos en la historia que cuenta, de tiempos y espacios, del paso de las estaciones, de imágenes llenas de belleza y tristeza…, nos acercamos inexorablemente al destino de los amantes que desde el principio vemos sembrado de separación y muerte.

Un árbol, la llegada de la primavera a pesar de la destrucción, ventanas que se abren y se cierran, reflejos ya sean en una ventana, en un agua cristalina o en un espejo, las ruinas…, y una muerte poética que se acerca a la bella imagen de horror y muerte con la que termina Sin novedad en el frente. Mientras que en la primera el soldado joven trata de aferrar una mariposa, en Tiempo de amar, tiempo de morir el joven soldado trata de atrapar la carta de su esposa que se la lleva, despacio, el agua de un río.

Tiempo de amar, tiempo de morir está plagada de imágenes para recordar. La aparición entre la nieve de la mano de un soldado muerto. Su desentierro por parte de los compañeros, y un joven asustado de estar en una guerra de horror que dice impresionado que parece que el rostro del muerto, llora. El suicidio de un joven soldado que no aguanta la presión de la batalla y haber formado parte del fusilamiento de civiles. La habitación de la joven, el encierro único donde vivir el amor aunque siempre interrumpan los bombardeos, su afán por regar sus plantas (el único signo de vida), como el árbol que florece junto al río en uno de sus paseos. La noche que ambos con sus mejores galas acuden a un sitio de lujo pero todo es ficción y lo saben, las bombas y la destrucción se lo recuerdan…, desalojan el lugar-fantasía y una mujer con vestido de lujo en llamas les acerca al mundo real.

El tren, que supone el paréntesis, del tiempo de amor. De ese tren el soldado baja para encontrarse con que su pasado ha sido destruido, y luego al que vuelve a subir para ir al tiempo de morir…, en la despedida, ella acude al andén sin que él lo sepa para ver al tren partir. Hay una cristalera que les separa… y esa cristalera, en un movimiento de cámara sutil del director, con sus travesaños forma una cruz. El destino marcha.Y en una película no de guerra, sino tremendamente romántica y fatalista, poética, no falta la anécdota. Douglas Sirk reservó un papel de profesor desencantado que sigue en pie por la fe al novelista Erich Maria Remarque y también podemos ver una de las primeras interpretaciones en un breve papel de miembro de la Gestapo a Klaus Kinski.

Otra perspectiva interesante de la película es que cuenta la Segunda Guerra Mundial desde los soldados y ciudadanos alemanes desencantados con la brutalidad y el sinsentido del nazismo, SS, Gestapo…, algunos criticaron a Sirk porque exponen que parece que sólo unos pocos alemanes estaban implicados en la maquinaria del horror. Sin embargo, hay otras películas que ofrecen este punto de vista, la del soldado raso, que acude a la guerra en que se ve involucrado su país o de ciudadanos alemanes que no compartían la ideología nazi, y que por ello también fueron perseguidos, vigilados y eliminados. O de ciudadanos que siendo conscientes del horror vivieron en el silencio y el miedo. En la reclusión. O soldados que entraron en guerra creyendo en una Alemania y que pronto vieron la brutalidad y el horror y fueron protagonistas de hechos y acciones que nunca querrían haber vivido. Recordemos El baile de los malditos, Berlín Occidente, Vencedores y vencidos o más actualmente, El libro negro.