Paul Newman, sus ojos azules se cerraron…

Con 83 años se cierran los ojos azules de Newman…, para abrirse en las pantallas de los televisores de todos aquellos que quieran volver a verlos una y otra vez.

Se abrieron para todos nosotros en 1954 y ya no nos abandonarán nunca. Su primera oportunidad para encandilarnos la tuvo en una película que jamás estuvo entre sus favoritas. Más bien le avergonzó pero abrió puertas. Se trata del El caliz de plata. Famosa es ya la anécdota de que cuando la estrenaron en televisión el propio Paul publicó un anuncio pidiendo disculpas a los espectadores.

La fama le llegó a través de los puños con una de las películas que hubiera realizado James Dean si no hubiera fallecido en accidente de coche: Marcado por el odio (1956). Newman se transforma en joven airado que se gana la vida con el boxeo y pierde el corazón entre los brazos de abnegada esposa con rostro angelical a lo Angeli.

Y cabreado con el mundo se sigue mostrando, de enormes ojos azules y una belleza que parece que no puede ser cierta, durante la década de los cincuenta y principios de los sesenta. Así Newman nos regala jóvenes airados, rebeldes y con un sufrimiento que no apaga su mirada.

Desde Brick (quien pudiera ser Maggie que con razón le dice que ójala no fuera tan guapo) en drama sureño a lo Williams en La gata en el tejado de zinc (1958), pasando por un emocionante Billie el Niño que se castiga en cada fotograma en El zurdo (1958), dándonos calor como el vagamundos que aparece por localidad sureña y la pone patas arriba en El largo y cálido verano(1958), mostrándonos un melodrama de hastío que produce la ascensión al dinero y al poder en Desde la terraza (1960), luchando por causas justas y manteniéndose siempre según sus convicciones en la epopeya histórica de Éxodo (1960), erigiéndose como un hombre siempre tras el fracaso en una radiografía cruda sobre un perdedor en una obra maestra que se llama El buscavidas (1961) o convirtiéndose en el gigoló atormentado más hermoso del cine en Dulce pájaro de juventud (1962).

En esta década pega un pequeño giro a sus interpretaciones que irá in crescendo. No sólo es hermoso, airado, rebelde…, sino que además siempre que puede se ríe de sí mismo. Algunas películas dejan paso a un desencanto suave. Se convierte en atractivo y además con dosis de diversión y entretenimiento. Su cara y su mirada azul se vuelven más pícaras. Es como si nos dijera, eh amigos no me toméis tan en serio. Me gusta reir. Ya, soy guapo pero os podéis fijar en otras cosas. Me salen canas y yo soy aventurero, hombre de acción y además me lo paso bien.

Así nos deja más retratos inolvidables: es el escritor ligón que descubre un complot internacional en El premio (1963) o un científico metido de lleno en la guerra fría en una entretenida película del maestro del suspense que en Cortina rasgada (1966) ofrece la pareja más impensable para el guapetón de la década, Julie Andrews. Alucina a todos como un detective privado en Harper (1966) recordándonos que por ahí sigue vivo y coleando el cine negro de siempre con sus detectives duros capaces de hacer que surja una risa o una emoción. Y nos sigue enamorando a todas y todos con su dinamismo y su sonrisa…, y como no esos ojos azules que siempre están ahí. Así se muestra inolvidable como ese preso que no se doblega ante nada y se ríe de todos hasta de sí mismo en La leyenda del indomable (1966). Pero yo a Newman le quiero para mí cuando me hace reír y divertirme a rabiar en dos joyas del cine-entretenimiento. Siempre querré montar en su bicicleta en Dos hombres y un destino (1969) o timar a todo el que se ponga delante en El golpe (1973).

Y su carrera sigue imparable en siguientes décadas que él combina con otros cometidos: es el amante de los coches, de los deportes, de las comidas…, sabe el mundo en el que vive y se compromete y vuelca en distintas causas sociales. No sólo era rebelde en pantalla, también quiso transformar el mundo en un mundo más justo y menos doloroso en su vida real. Y también se coloca detrás de las cámaras (como podéis recordar en uno de mis primeros post en la sección Actores detrás de las cámaras) y realiza un cine personal, los proyectos que él quiere siempre tras la mirada e intepretación atenta del amor de su vida y segunda esposa por siempre y hasta el final (Joannne Woodward). Pero no se olvida de su legión de admiradores y seguió dejándolos pegados a las butacas en cada nueva aparición.

Así nos emociona y nos hace saber lo qué es el miedo en la película catastrofista El coloso en llamas (1974), sigue mostrando como logra llevar el peso de una película y comerse a todos con miradas azules en éxitos de los ochenta como Ausencia de Malicia, Veredicto final o El color del dinero. Y es capaz hasta el final de demostrarnos lo que siempre fue, un gran actor con magnetismo que se empapa de sus personajes y nos enamora, ¿recuerdan Al caer el sol, 1998 o Camino a la perdición (2002)?

Paul Newman no sólo era guapo sino que las informaciones que nos llegaban de su vida personal le mostraban como un hombre bueno, incómodo con su imagen de sex symbol, campechano, comprometido, enamorado y, sobre todo, sencillo. Cercano. El Newman que pidió no morir en un hospital sino irse a su casa para estar rodeado de su esposa e hijas (su único hijo murió por  sobredosis a finales de los setenta y siempre ha estado presente en la memoria del actor que le dedicó la película Harry e hijo y que puso su nombre a una de sus fundaciones). El Newman al que hoy después de 83 años se le cerraron sus ojos azules…

… Ahora, siempre seguirán abiertos en la pantalla de cine, en el Olimpo de los actores.