Barbara Stanwyck

Barbara Stanwyck o Missy, como la llamaban los más cercanos, lleva 101 años entre nosotros en las sombras de alguna sala de cine o en el salón de casa. No es tan recordada como algunas otras coetáneas de su época pero para muchos es una aparición inolvidable. Actriz entre actrices con un carisma irrepetible. 

Y el motivo es el de siempre es una actriz de carrera prolífica sobre todo en los cuarenta pero mucha de su filmografía no es de fácil acceso aunque unos cuantos papeles la suben fácilmente al Olimpo de los ídolos de la salas oscuras. 

Una de las cosas que llaman la atención de Missy (que siempre fue celosa de su vida privada) es que cuando se leen biografías de otros actores o directores sólo se vierten buenas palabras para la actriz como intérprete profesional y como persona. Y eso ya es difícil. Tuvo dos matrimonios tormentosos con los actores Frank Fay (cuentan que el guión de Ha nacido una estrella se inspiró en este matrimonio) y Robert Taylor. Cuando se separó de este último en los años cincuenta ya no volvió a casarse.  

Stanwyck con su cara entre extraña y atractiva supo convertirse en reina del melodrama, de la comedia, del cine negro o del Oeste. Su versatilidad no tenía límites. Las mujeres que interpretó siempre fueron de carácter fuera de los moldes de la época. Su icono siempre va al lado del adjetivo independiente. Trabajó con grandes directores y estuvo acompañada de los mejores actores que siempre trabajaron bien junto a ella. Es legendaria su larga amistad desde que trabajaron por primera vez junto con el gran William Holden (él estaba empezando a brillar en el firmamento), se conocieron en Sueño dorado en 1939 (comentada en la sección El viejo baúl de películas) y conservaron hasta la muerte del actor una amistad indestructible. Siempre se recuerda que cuando la Stanwyck recogió su oscar honorífico (único que ganó en su carrera a pesar de haber sido cuatro veces nominada) a principios de los años ochenta se lo dedicó a su “golden boy”, es decir, Holden. 

Barbara tuvo una infancia y adolescencia complicadas, nació en familia humilde, su madre murió apenas tenía pocos años de edad y su padre abondonó a la prole. Así que Barbara pasó sus primeros años en un montón de hogares diferentes. Empezó por la puerta de atrás en el mundo del espectáculo y el vodevil y a base de trabajo y más trabajo llegó a lo más alto. 

Sus primeros éxitos fueron de la mano del director Frank Capra, quizá las dos obras más asequibles con el exitoso director de la Columbia fueron La amargura del General Yen (1933) que contribuyó más a la escalada hacia el éxito de la joven estrella en una historia de amores prohibidos y esa obra cumbre del director que es Juan Nadie (1941) cuando ella ya era toda una estrella. 

Sin duda 1941 fue el año donde la Stanwyck brilló como ninguna en el terreno de la comedia. No sólo trabajó en la película ya citada del gran Capra sino en dos obras de arte del screwball comedy: Bola de fuego de Howard Hawks donde ella es la corista más apta para engatusar con su lenguaje a unos académicos muy serios e inocentes (sobre todo el más joven, Gary Cooper) y Las tres noches de Eva de Preston Sturges donde es la más encantadora de las estafadoras y que hace la vida imposible al millonario con cara de Henry Fonda. Sólo por esta trilogía de comedia merece estar en el Olimpo. Aunque éste no sería el género en el que más se la identificaría. 

En los años treinta alcanzó el mayor éxito dorado con un melodrama de madre sufrida y sacrificada: Stella Dallas (1937) de King Vidor y ya se la veía como mujer fuerte del Oeste en Annie Oakley (1935). Ninguna de estas dos interpretaciones ha llegado todavía a mis manos. 

En 1944 llega su papel bombón y por el que, quizá, sea más recordada, ella es la mujer fatal, la que arrastra al amado a su destrucción, ella es la rubia sensual y distinta con pulsera en el tobillo. Ella es Phyllis Dietrichson, una de las heroínas inolvidables del cine negro en Perdición de Billy Wilder. Lo de mujer fatal la sigue en su filmografía realizando retratos inolvidables en la angustiosa El extraño amor de Martha Ivers (1946) o en la inquietante –con tintes de melodrama— Encuentro en la noche (1952). 

A la actriz no se la resiste género alguno: desde el terror, uno de sus mayores éxitos fue Voces de muerte (1948), el melodrama puro y duro en manos de Sirk (no podía ser de otra manera) Siempre hay un mañana (1956) o el western con un Fuller desatado, 40 pistolas (1957). 

Se fue retirando poco a poco del cine pero no dejó de ejercer su profesión en la televisión cosechando éxitos en sus apariciones en series míticas de los años ochenta como El pájaro espino o Los Colby. Nos dejó en la tierra en 1990… pero yo todavía río a carcajadas con ella o me estremezco con sus personajes de mujeres duras pero que tratan de sobrevivir en un mundo oscuro y gris.