Yo, Fatty de Jerry Stahl (Anagrama. Panorama de narrativas, 2008)

No saben lo que he disfrutado con la lectura de la novela de Jerry Stahl. Yo, Fatty recrea y documenta uno de los casos que llenaron páginas y páginas de los periódicos de los años 20. El escándalo de Fatty, acusado de violar y asesinar en una fiesta orgiástica en un hotel de San Francisco a la aspirante a starlet, Virginia Rappe que alcanzó la popularidad con su muerte. 

La primera vez que leí el caso Fatty fue en uno de los volúmenes de Hollywood Babilonia de Keneth Anger. Roscoe Arbuckle, Fatty, era un popular cómico de cine mudo que empezó en la factoría de Mack Sennett. Se convirtió en uno de los actores más famosos antes que Charlie Chaplin o que su gran amigo (hasta el final de su calvario), Buster Keaton —que empezó a hacer cine de la mano y como pareja cómica de Fatty—. 

Tras el escándalo, a pesar de salir inocente en el juicio de todos los cargos, Fatty cayó en el olvido más absoluto. Trabajó más tras las cámaras en mediocres comedias y tuvo varios intentos de volver a las pantallas pero jamás volvió a brillar como en el cine mudo. Siguió una vida de adicciones y murió a los 46 años (1933) en el más absoluto de los olvidos. 

Así como los cortos de Charlie Chaplin, Buster Keaton o Harold Lloyd son continuamente reeditados, los trabajos de Fatty son muy difíciles de ver. Aparece en los libros mucho más por el escándalo y por lo que supuso para la implantación del Código Hays que por su trabajo. Sin embargo, un día encontré un pack de dvds en oferta donde había cortos cómicos de cine mudo de distintos actores y entre ellos, curiosamente, varios trabajos de Fatty con Buster Keaton. 

Stahl documenta toda su vida desde una infancia desgraciada y marcada por su físico hasta su subida a la fama y el éxito entre sus complejos físicos y sexuales (era impotente) y su adicción al alcohol, la heroína y la morfina. Básicamente, Stahl le presenta como cabeza de turco en un momento en que las grandes productoras cinematográficas veían peligrar el negocio por la imagen de vida disoluta de sus estrellas y los distintos escándalos que protagonizaban, de fiscales que buscaban el poder, de compañeros metidos en asuntos turbios y que aprovechando el caso Fatty quisieron tapar sus trapos sucios, de la hipocresía y el interés por guardar la moral de distintos grupos y de medios de comunicación que vendían noticias con titulares escandalosos (véase Hearts). 

El narrador es el mismo Fatty que en diferentes secuencias, como de cine mudo, va contando las anécdotas de su vida pasando por su dura infancia, su andadura como actor de varietes o teatro popular y su llegada a las pantallas cinematográficas y el éxito. Y va tejiendo toda la trama hasta llegar al episodio de la fiesta en el hotel de San Francisco, sus juicios, y su conversión del inocente y divertido gordo del que todo el mundo se reía y quería a ser el máximo pervertido sexual de la historia. 

Stahl trata de acercarse —supongo, porque eso parece, que documentándose al máximo— a lo que realmente ocurrió en el hotel y también trata de acercarse y entender la figura trágica de Fatty. Lo que es cierto es que nunca se reunieron las suficientes pruebas que le inculpasen, se vieron distintas tramas, intereses y confusos relatos de los testigos. Y él, Fatty, nunca se declaró culpable.  

El libro además es una maravillosa fuente de información sobre aquellos años del cine mudo que van de 1908 hasta 1921 (fecha en que ocurrió el escándalo) y años posteriores (los años del declive). Y radiografía a personajes de la época como la famosa cómica Mabel Normand (gran personalidad y también muy amiga de Fatty), Mack Sennett, Zukor, el director Henry Lehrman, Charlie Chaplin, Buster Keaton, Joseph Schenk…, y también aporta informaciones también sobre la trágica figura de Virginia Rappe (a la que Stahl a través de Fatty describe con crudeza y dureza pero que refleja una triste historia de una joven que desde pequeña, como Fatty, sufrió toda una vida de vejaciones). 

También son retratadas de manera magistral sus tres esposas, sobre todo la primera, Minta Durfee, un personaje inolvidable. Leyendo la novela me han entrado unas ganas enormes de una adaptación cinematográfica por parte de Tim Burton (¿recuerdan lo que hizo con Ed Wood y ese increíble Bela Lugosi?). 

Gracias a la contraportada del libro he descubierto otra novela sobre Hollywood que me interesa muchísimo y que por supuesto me he comprado y ya estoy devorando para poder hablaros de ella, El día de la langosta de Nathanael West (gran amigo de Fitzgerald). Os cuento pronto. 

Si os interesa la época de cine mudo y saber mil y un secretos de ese Hollywood antes de la censura y adentraros en otra época de la mano de uno de los cómicos más trágicos, éste es el libro.

Momentos inolvidables de Puerta de las Lilas (Porte des Lilas,1957) de René Clair

Y sigo sorprendiéndome la obra francesa de René Clair. Esta vez le ha tocado el turno a un cuento maravilloso, en un barrio de una localidad francesa. Un cuento romántico y tierno con gotas de intriga, comedia, poesía y dramatismo.La película nos cuenta la historia de dos grandes amigos, dos hombres excluidos y marginales, pero llenos de ternura. Son Juju y Artista, un cantante que siempre va con su guitarra. Juju tiene problemas con el alcohol, es un buenazo con cara inocente que de vez en cuando le da al alcohol. Todos, incluida su madre y su hermana, le ven como un vago y un inútil. Hasta él tiene la autoestima por los suelos y se esconde en el alcohol…, pero un día se siente útil. Siente que está haciendo algo por otra persona.

Esa otra persona es un fugitivo, un joven gangster que huye de la policía y termina escondiéndose en el sótano de la casa del Artista. Y allí este hombre encuentra a Juju y Artista. Sobre todo el primero le protege y le mima porque le admira.Todo cambia cuando el joven asesino descubre a María, la hija del dueño del bar donde habitualmente van Artista y Juju. Juju quiere a María, podría decirse que la ama. Ella siempre le trata con cariño. Y juntos lo pasan bien. Cuando Juju descubre que el joven gangster va a romperle el corazón…, se da cuenta de que no quiere por nada del mundo que la hagan daño.

Y la comedia pasa al drama porque es igual que la vida.

En su momento, esta olvidada película estuvo nominada al oscar a mejor película extranjera. El haber tenido la oportunidad de verla ha sido un descubrimiento hermoso. Artista tiene el rostro del cantautor francés Georges Brassens, lleno de encanto, que regala escenas poéticas con su guitarra y voz. Y Juju cuenta con la interpretación llena de matices y ternura del actor Pierre Brasseur. El elegante, superviviente y egoísta (siempre con matices tiernos y humanos, no es más que un hombre solo y asustado) gangster tiene la apostura del galán francés Henry Vidal. Y Maria tiene el precioso y sensual rostro de Dany Carrel.

La secuencia: a René Clair le descubro como gran narrador cinematográfico y poeta de las imágenes. Y no exagero. De verdad.En Puerta de las Lilas nos regala varias secuencias inolvidables pero sobre todo me quedo con una que curiosamente no protagoniza ninguno de los actores principales sino un grupo de niños. Nos encontramos en el bar de reunión y están todos escuchando la lectura que está haciendo el dueño del bar sobre las andanzas y la manera que ha tenido de escapar el joven gangster de la policía. De pronto, Clair con un movimiento de cámara hace que mientras oimos el relato veamos a través de los cristales del bar cómo en la calle los niños del barrio escenifican en sus juegos las hazañas y la escapatoria del joven criminal. ¡¡¡Es una maravilla!!!

Novecento (Novecento, 1976) de Bernardo Bertolucci

Después del éxito sin precedentes de El último tango en París, Bertolucci decide realizar una película épica que narra la historia italiana, desde su perspectiva y pensamiento, del año 1900 al 1945. Película inmensa de cinco horas de duración dividida en dos partes que te va involucrando en una historia que llega a altas cotas de calidad, sobre todo en su segunda parte (sin menospreciar momentos cinematográficos de la primera).

Novecento tiene diversos aspectos a tener en cuenta que hacen su visionado muy rico. Una película que expone perfectamente la lucha de clases (Bertolucci plantea la historia desde una perspectiva y filosofía marxista), la situación del campesinado italiano, y sobre todo, la rica visión de una familia de patronos y una familia de campesinos. También, expone a la perfección la subida del fascismo al poder y el nacimiento del movimiento comunista italiano. Así Novecento se convierte en una interesante película histórica.

Toda la historia comienza el día en que muere Giuseppe Verdi, 27 de enero de 1901, día en el que nacen dos niños: el nieto del patrón, Alfredo, y el hijo de la familia campesina, Olmo. Sus vidas transcurren paralelas pero llenas de encuentros —ambos se profesan cariño y amistad—, pero su distinta posición social, postura ante el poder e ideología política, separa a estos dos hombres, que, sin embargo, siempre se encontrarán frente a frente.

El reparto es increíble y su ficha técnica impecable, de manera, que es difícil no dejarse llevar por imágenes absolutamente bellas o sufrir con la violencia reflejada. Por otra parte, también se convierte en interesante documento sociológico donde Bertolucci muestra la vida en una Hacienda de principios del siglo xx donde muestra los modos de vida y las costumbres. En ese sentido la ambientación, a mi gusto, es excepcional. Cada detalle está muy cuidado.Volviendo al reparto es toda una sorpresa. Junto a grandes actores y actrices tanto italianos, como americanos y también el francés Gerard Depardieu, nos encontramos con una película de rostros increíbles sobre todo entre los campesinos, Bertolucci contó en su reparto con verdaderos hombres y mujeres de la tierra con rostros trabajados con el paso de los años y expresiones impresionantes.

Pero la estela de grandes actores y la recuperación de estrellas del pasado es increíble. Mención aparte se merecen los intérpretes más mayores por unos papeles en los que se comen la pantalla a bocados o dentelladas en escenas inolvidables.

Magistral, Burt Lancaster como un patrón de la vieja guardia, del patrón del xix que ve como su mundo desaparece y no comprende lo que está surgiendo. En contraposición, ‘su’ campesino más emblemático, el ‘abuelo’ de Olmo tiene el rostro de un superlativo Sterling Hayden que entró en la mitología cinematográfica como Johnny Guitar, un hombre luchador, con muchísimo orgullo, y con conciencia de clase y que cuida y da importancia a la comunidad a la que pertenece. Después, mágicas son las breves apariciones de dos grandes divas italianas: Francesca Bertini (diva de los grandes dramas del cine mudo italiano), aquí como divertida hermana monja del personaje representado por Burt Lancaster y Alida Valli (la inolvidable intérprete del Tercer hombre) en dramático papel que adquiere relevancia en la segunda parte.

Por otra parte, se encuentra todo un plantel de grandes actores que estaban haciendo suyos los años setenta. Ellos, dos americanos y un francés. Ellas, tres italianas de armas tomar.

Como Alfredo, un joven dinámico, curioso, vigoroso, abierto a nuevos caminos y sensaciones (con su esposa y su tío vivirá plenamente los locos años 20, la bohemia con cocaína, alcohol y sexo incluido) pero finalmente conformista y cobarde que por su comodidad y supervivencia como patrón permite injusticias contra sus trabajadores, un estupendo Robert de Niro. Como siempre camaleónico, como siempre duro, como siempre tierno, como siempre complejo…

Como Olmo, joven campesino, orgulloso de serlo, orgulloso de su familia, de su trabajo, de sus compañeros de faena, que pronto adquiere conciencia y pronto se convierte en líder, que ama la vida y a los que le rodean —entre ellos a Alfredo, ser humano, pero choca y odia al Alfredo, patrón—, que es fuerte, que trata de hacer las cosas con cabeza aunque muchas veces su impulso y corazón le pueden…, tiene el rostro de un jovencísimo y lleno de personalidad Gerard Depardieu.

Para representar al camisa negra, al fascista por excelencia, al mal absoluto, al sadismo irracional, al oscuro Attila, contamos con el terrible rostro de un Donald Shuterland en estado de gracia que protagoniza las escenas más fuertes y violentas del film (estremecedora escena de un gato para explicar el odio que siente hacia el comunismo, sin respiración la escena del asesinato y muerte de un pequeño y tremenda y cruel la escena en la que va castigando, de manera brutal, a los campesinos que previamente se han burlado de su persona…, son tan sólo algunas de sus terribles apariciones).

Ellas dominan con sus papeles las escenas en las que aparecen. En primer lugar, una bohemia y alocada Ada (Dominique Sanda) que ante el horror que siente por el fascismo, la violencia, la injusticia y el ambiente opresor cae en tristeza, depresión y alcoholismo…, pero toma una determinación mucho más inteligente y honesta que Alfredo. Dominique Sanda, bella actriz, se come la pantalla con un rostro tan hermoso que no parece real…, caída hoy en olvido, en los setenta fue musa de Bertolucci y trabajó con maestros del cine italiano.

Como compañera de Olmo, en todo, sentimental y políticamente, Ana con rostro de Stefania Sandrelli que fue todo un icono sexual en el cine italiano de aquellos años. Otra actriz imprescindible que apareció como protagonista en distintas cintas italianas con directores de prestigio.

Por último, el inquietante rostro de la prima de Alfredo, Regina, que en su ambicioso ascenso al poder unirá para siempre su vida con Attila y capaz también de lo peor, contará con el rostro de Laura Betti, actriz que trabajó más veces con Bertolucci, además de con otros directores italianos, y gran amiga de Pasolini.

Novecento, además, envuelve por su música del genio Ennio Morricone. De la banda sonora la parte que más me conmueve es la melodía que siempre acompaña a las apariciones del personaje de Ada. Y también es increíble la belleza en la fotografía con un Vittorio Storaro en estado de gracia.

Por último, como curiosidad me gustaría resaltar la obsesión de Bertolucci por el pene masculino. Todos los actores, incluidos los niños, tienen una escena en la que muestran y emplean el pene (no es que Hildy, de repente, se ponga burra es que es cierto) y para mí algunas son muy justificadas y otras, la verdad, no tanto. Quizá en el aspecto sexual es donde más se ve el paso del tiempo, no porque estén desfachadas (algunas escenas son muy hermosas) sino por esa necesidad de mostrar y mostrar en esos momentos en que las censuras cinematográficas caían y sobre todo como un sello del director después del éxito conseguido por El último tango en París. Algo queda claro de Bertolucci y es que le gusta mostrar los cuerpos de sus actores y actrices.

Novecento es un fresco histórico, con sus grandes aciertos y también sus fallos (pero que ante la grandeza del proyecto no destacan mucho), que merece un visionado porque ofrece cinco horas de buen cine.

Galanes olvidados

A veces hay rostros masculinos que se te quedan grabados por alguna película o actuación. Son galanes olvidados. Tuvieron su momento de gloria o sus papeles estelares pero cuando oímos sus nombres quizá no se recuerda el rostro. Existen varios ejemplos.

Me viene a la cabeza John Gavin. Moreno y apuesto que alcanzó su lugar en el Olimpo en los melodramas de Douglas Sirk y algún papel memorable más. Luego abandonó las pantallas y se dedicó a otros menesteres (la televisión o cargo político como embajador en México —uno de sus amigos fue el actor que llegó a presidente republicano, Ronald Reagan—). Ahí está como joven sensible en Tiempo de amar, tiempo de morir o como comparsa sufrido de una Lana Turner que quiere ser estrella en Imitación a la vida. Estuvo más erótico y sensual que nunca como novio de una Janet Leigh que pronto desaparecería en la ducha en Psicosis. Y también pudimos verle en Espartaco o como galán en la aburrida Escándalo en la corte a mayor gloria descafeinada de Sofia Loren.

A otro que le tengo gran cariño pero caído en olvido es Farley Granger, nunca perdió esa cara de niño apuesto. Me emociona ya en esa película de un Hollywood que se vistió de rojo e Internacional en La estrella del norte. Granger era un adolescente ruso que se convertía en héroe junto a los demás miembros de su familia. Después el maestro del suspense le da papel de joven asustadizo, sensible e intelectual pero que se deja arrastrar por compañero oscuro para cometer vil asesinato en la inquietante La soga. También, inolvidable y tierno, como uno de los perdedores que tan bien reflejaba Ray en sus películas en esa joya primera de su carrera que se llama Los amantes de la noche. El maestro del suspense vuelve a contar con él para otra pesadilla que se llama Extraños en un tren y bello como era consiguió que Visconti contara con él en Senso.

Otros me dejaron huella con un sólo papel, aunque han hecho más interpretaciones o después trabajaron en televisión. A Dean Stockwell me bastó verle en la tremenda Larga jornada hacia la noche. Ahí ya cuenta con mi recuerdo. Otro que aunque siempre presentaba su cara más oscura resultaba atractivo, no es otro que Laurence Harvey. Basta recordarle en Un lugar en la cumbre, Una mujer marcada o El mensajero del miedo. Yo, sin embargo, estoy deseando poder verle en Soy una cámara que fue una versión de la obra autobiográfica de Christopher Isherwood que se rodó en Gran Bretaña en el año 1955 (la primera Sally Bowles fue otra actriz olvidada, Julie Harris, cuyo papel más recordado es el de Abra en Al este del edén) que quedaría inmortalizada para siempre en el musical Cabaret.

Y como siempre la lista puede continuar…

El intercambio

Una de las cosas que más me gustó ayer al ser espectadora de El intercambio fue su banda sonora. Me atrapó. Y cual es mi sorpresa al descubrir que el compositor es ni más ni menos que su director, Clint Eastwood. Una faceta que yo no había tenido en cuenta para mi vergüenza y eso que también ha realizado la música de Los puentes de Madison. 

Eastwood merece un estudio profundo de su obra como actor, guionista, director, músico y productor. Es de los pocos que pueden decir que llevan en la industria cinematográfica sin parar un solo instante desde que fue descubierto allá en los años cincuenta. Y ahora casi con ochenta años sigue deleitando con buen cine clásico. 

El intercambio cuenta con todos los ingredientes de una narración cinematográfica clásica. Una estrella protagonista, Angelina Jolie, unos secundarios de lujo, una ambientación de los años veinte fabulosa y una buena historia. 

Eastwood toma una noticia de los años 20 y la pone en bandeja para plantear cuestiones humanas como en Million Dollar Baby o Mystic River. Esta vez toma una dramática historia —una realidad que recrea— que en tiempos hubiera protagonizado en tremendo melodrama una Bette Davis o una Joan Crawford y nos cuenta la historia de una heroína que se enfrenta al sistema. Una historia de corrupciones y terror donde se delimitan perfectamente los buenos y malos. Donde se delimita lo justo e injusto. Donde vuelve a presentar las tremendas consecuencias de una tragedia infantil, del daño a los más pequeños. Jolie se enfrenta a un departamento de policía incapaz de reconocer un error, a un sistema psiquiátrico no muy preocupado por el bienestar de sus enfermos o por la mejoría de las distintas enfermedades mentales. Pero la protagonista también recibe diversas ayudas y apoyos. Eastwood sabe de la importancia de los personajes secundarios bien construidos. Y aquí los mima. Cada actor secundario tiene su momento robacámaras. 

Sólo pondría un pero a este melodramático film perfectamente rodado (construido) y con las dosis de emoción muy bien dosificadas…, y es que aquí, a la presente, le pareció que rodaba demasiados finales. El guión no presenta un clímax final claro sino por los menos tres finales…

Revolutionary Road

Frank y April Wheeler, triste, triste, triste…

Tan triste como Marta y George y su quién teme a Virginia Woolf.

Tan desolador como Maggie y Brick, allí en el tejado de zinc.

Tan solitario, como sólo el cielo lo sabe, una Cary Scott condenada frente a un televisor. Sin posibilidad de salir de un mundo en el que se encuentra atrapada.

Tan abrumador como unas horas con Laura Brown que trata de escapar angustiada de su vida gris. Y su niño del alma…, y el que espera. Desolador.

Tan terrorífico como las soledades y mentiras del matrimonio de Lejos del cielo de Todd Haynes.

Tan universal como la congoja que nos atrapa ante los sueños y la realidad vivida. Ante el sometimiento sutil de una vida impuesta. Al peso sobre los hombros de todo lo que se espera de nosotros…, y a la vuelta de la esquina, vida aburrida, gris, irremediablemente vacía…, sin haberla buscado. Sin quererla. Y lo más triste de todo al lado de una persona que quizá quieras y por eso duele más. Una persona a la que amas igual que odias, y los dos en un tobogán que cae y cae. Y los dos, rotos, solos. Y las palabras para dañar.

Pobre Frank, pobre April, triste, triste, triste…

Ellos son una tragedia.

Una tragedia reconocida por un montón de personas que nos rodean. Por nosotros mismos. Por eso la película duele. En lo más hondo.

¿Una vida acomodada?

¿Una vida adocenada?

Da seguridad, ¿y felicidad?

Un irremediable vacío.

Revolutionary Road es una película de terror. De terror real.

Triste, triste, triste…

Frank y April Wheeler no podían ser otros que Leonardo DiCaprio y Kate Wimslet. Y son tan jodidamente humanos que te rompen escena tras escena.

Una novela condenadamente hermosa…, pero que cada página abofetea.

Un autor descubierto, Richard Yates.

Unos años cincuenta que también son siglo XXI.

Infelicidad, soledad, sueños rotos…

A veces hacemos daño, y no queremos.

Para que luego digan que el entorno y las circunstancias no influyen.

Frank Wheeler avanza ante una legión de hombres con sombrero, traje y corbata. Todo bajo control. Correctamente ordenado. Normas estrictas. Y yo me río. Yo estoy fuera. Yo también llevo un traje, una corbata y un sombrero. Yo también sigo la corriente.

April Wheeler se amarga. Amo, no amo. Quiero una casa en las afueras. No la quiero. Me someto, no me somento. Trato de ser amable. Soy distinta. Especial. Espero algo. Quizá yo no he tenido oportunidad de ser actriz o no soy actriz. Eres el hombre que esperaba. No lo eres. He dado años de mi vida, he tenido hijos, he… No somos especiales, nos hundimos…

Y de pronto un sueño.

Y si mandamos todo a la mierda. Todo. Y nos vamos a París.Y si nos enfrentamos a nosotros mismos, y tomamos las riendas de nuestras vidas y hacemos lo que nos da la jodida gana.

Fran y April sonríen aunque pronto viene el vértigo.

Revolutionary Road muestra a un Sam Mendes que sigue contándonos buenas historias y sabe como contarlas.

El guionista Justin Haythe realiza una adaptación cinematográfica de quitarse el sombrero. Ya sabía él sobre el fondo de las parejas que muestran otra apariencia, ya nos diseccionó más dolor en La sombra de un secuestro.

Y el director de fotografía Roger Deakins, habitual de las películas de los Coen, radiografía el desencanto y los colores fríos como nadie. Nunca unos ojos azules (a veces al borde de la lágrima, impotentes, infelices…) como los de Frank o la mirada o esa sonrisa fugaz de April hubieran encontrado mejor cómplice.

Y ya sabemos que ahí detrás se encuentra un Newman para captar la música del desencanto y los sueños rotos acompañada de unas cuantas canciones de los cincuenta.

El libro me hizo vibrar, lo devoré, lo sufrí y me llenó. La película me ha provocado emociones, pegada en el asiento, y miraba, siempre al borde de la lágrima o con el corazón desbocado, lo jodidamente humanos, vuelvo a repetir, que son no sólo Frank y April… sino sus vecinos, sus compañeros de trabajo, sus amigos…, qué dolor.

Impresionante ese personaje, ese hombre que viene de un centro psiquiátrico, que es quien entiende mejor a los protagonista, quien delata su fracaso, quien les hace abrir los ojos…, quien les hace vivir y reaccionar. El espejo de sus sueños. El espejo de su caída.

Quizá ésa es la mayor valentía de los protagonistas y lo que realmente les diferencia de los demás. Sufren pero se atreven a sentir, a arriesgarse, a vivir…

Frank y April Wheeler, triste, triste, triste…

Pero jodidamente hermoso.

Apunten en una hoja, Richard Yates y Sam Mendes.

Quizá tienen una cita interesante.

House by the river (1950) de Fritz Lang

Entre medias de sus joyas de cine negro con Joan Bennett y las que vendrían de Gloria Grahame se encuentra esta desconocida película de Lang. Una historia llamativa de ambiente angustioso, película de época, con noche, agua y espejos. Llena de simbolismos.

Sólo imaginar un final más fuerte del que tiene (si cabe) hace que se desinfle un poco la magia y negrura de sus imágenes. El pesimismo de Lang sigue presente con toda su fuerza. Así como la construcción de personajes que te hace razonar y cuestionarte distintos asuntos.No necesita actores conocidos, porque cuenta con un ambiente que envuelve toda la película. Esa noche, ese río que arrastra bultos que no se sabe muy bien qué son. Esa casa de luces y sombras. Esos personajes de ciudad pequeña, a veces, opresores. Esa historia de amor subterránea. Ese escritor fracasado y demente. Lascivo.

La película ya merece la pena tan sólo por sus diez primeros minutos de metraje, donde Lang con una elegancia inusitada describe a un personaje oscuro y un asesinato vil e inesperado.

Los personajes, por actores poco conocidos, tienen fuerza. El escritor fracasado ávido de fama, lascivo y perverso (en los años cincuenta recibe castigo, quizá en los ochenta o noventa hubiera sido más terrorífico). El sentimiento de culpa pero también sus ganas de publicidad y éxito son un cóctel explosivo de maquinaciones oscuras que afectan a los seres que más pueden quererle. Su dulce esposa, que se sabe compañera de un ser al que no conoce y atraída por el hermano de su marido que tiene una cojera física y afectiva. La vecina cotilla, siempre atenta, pero a la vez siempre con posibilidades de ser testigo. La sirvienta chismosa, celosa, vengativa y que llega a creerse dueña y señora de la persona a la durante años ha dado servicio.

Lang presenta una historia cuidada, y como no me canso de decir con un ambiente que envuelve y una fotografía que atrapa. La banda sonora también acompaña a esta casa al lado del río que aguarda pesadillas. Su pesimismo siempre nos aguarda…

Con las sombras de la casa al lado del río…, vuelvo a darme cuenta de que Lang es grande entre los grandes.

Viva la libertad (À nous la liberté, 1931) de René Clair

Hay películas que suenan más por una anécdota que las ha hecho inmortales que realmente porque tenga una buena distribución o se tenga la oportunidad de revisitarla de vez en cuando.  Y esto ocurre con esta película francesa de 1931 que todavía cabalga fresca entre el cine mudo y el sonoro. Todo aquel que haya leído algo de esa joya que se llama Tiempos modernos (1936) y repase el anecdotario de Charles Chaplin sin duda alguna se encuentra con el nombre de Viva la libertad y de René Clair.

Y son cosas del cine, que también es industria, y también en sus arterias hay personas que piensan más en hacer dinero mucho dinero que en hacer arte. Y ocurrió que cuando el genio creo Tiempos modernos, la productora alemana que apoyó en su día a Viva la libertad y que en esos momentos estaba en manos nazis metió en un juicio largo y duradero a Chaplin culpándole de plagiador. Unos diez años duró el litigio. René Clair no quiso saber nada del asunto, es más se puso al lado de Chaplin, y expresó que para él era un honor si su película verdaderamente había inspirado en algo al genio.

Así muchos amantes del cine conocemos Tiempos modernos, la hemos visto una y otra vez y también es cierto que su distribuición ha sido mejor. Y sin embargo Viva la libertad la conocemos por la anecdota. Ahora, he tenido la oportunidad de visionarla…, y disfrutarla.

Viva la libertad es una película alegre, dinámica, tierna, pícara, anárquica, libre, espontánea…, que funde el lenguaje del cine mudo siguiendo la tradición del cine cómico y el vodevil y además ya emplea el sonido incorporando sobre todo una banda sonora y unas canciones que hacen sonreír.

El maravilloso valor de Viva la libertad es que tras la sonrisa, la gamberrada y lo políticamente incorrecto, se esconde una agradable visión de la vida que apuesta por la libertad, la amistad, las cosas sencillas y la alegría de vivir y deja por los suelos a la clase media o burguesía, la deshumanización de la era industrial, la hipocresía de las buenas formas o instituciones como el matrimonio y expresa que el poder, el éxito y el dinero no tienen que ir unidos necesariamente a la felicidad del hombre…

Viva la libertad se deja ver con una sonrisa y fluye de manera espontánea esa amistad entre dos presos que planean una huida. Y esa huida es fallida para uno de ellos. El que huye prospera y el que sufre condena nunca pierde su libertad y por donde se mueve, causa el caos de la vida, de lo espontáneo, de lo bello…, no se rige por las inflexibles leyes de la era industrial, de la empresa capitalista salvaje que trata a los trabajadores como máquinas. Ambos vuelven a encontrarse, y su complicidad sigue intacta. Su humanidad, su forma de ser, sus virtudes y sus defectos, su diferencia. Es lo que les hace libres y porque no, felices. Ya lo dice continuamente una canción que acompaña a los protagonistas desde la cárcel hasta la fábrica o hasta más allá de su liberación…

¿Y veo plagio? No. Veo a dos cineastas que en un momento dado hablan de un mismo tema pero ambos lo expresan a su manera. La era industrial, las deshumanización en las cadenas de montaje, la importancia de la libertad, el personaje que trae el caos y desestabiliza, la amistad… y como los personajes terminan de espaldas recorriendo un largo camino que no sabe donde les llevará…

Viva la libertad o una película gamberra y anárquica que sabe que la amistad puede ser fuente de momentos felices…

Sabías que… (sobre los profesionales de El abrazo de la muerte)

Sabías que Tony Curtis aparece apenas un minuto bailando con Ivonne de Carlo en una sensual escena de El abrazo de la muerte (1949) de Robert Siodmak.

Sabías que Ivonne de Carlo vivió otra época dorada en la televisión de los años sesenta siendo miembro importante (ni más ni menos que la mamá Lily) de la divertida La familia Monster.

Sabías que Dan Duryea debutó en el cine con La loba (1941) en el papel que le había hecho famoso en los escenarios de Broadway. Y que después fue uno de los actores fetiches del gran Fritz Lang.

Sabías que Burt Lancaster ya encandiló a la platea en otra joya del cine negro de Robert Siodmak, Forajidos (1946), donde la mujer fatal era ni más ni menos que Ava Gadner. Y que ambos fueron un descubrimiento y jóvenes promesas del cine.

Sabías que el guionista Daniel Fuchs escribiría un año más tarde la historia entre thriller y cine de catástrofes de un gran Elia Kazan, Pánico en las calles.

Sabías que el director de fotografía Franz Planer trabajó en cinco películas en que la máxima protagonista era Audrey Hepburn (Vacaciones en Roma, Historia de una monja, Los que no perdonan, Desayuno con diamantes y La calumnia).

Sabías que el compositor Miklós Rózsa también realizó la banda sonora de varias obras maestras del cine negro como Forajidos o Perdición y que durante toda su carrera ganó tres oscars por Ben-Hur, Doble vida y Recuerda.

Sabías que este gran director de cine negro que es Siodmak también tiene en su carrera una de las películas kitsch y de evasión que protagonizó María Montez, La reina cobra.

Diccionario cinematográfico (87)

Ojo: entre el ojo cortado por una cuchilla en perro andaluz al anciano hombre que fabrica ojos para replicantes al que no le llega la salvación de un blade runner. 

Me debato entre no olvidar jamás los ojos azules de un Paul Newman que siempre fue buscavidas de sonrisa pícara o los ojos violetas de una Liz Taylor que es gata en tejado de zinc. 

Me sorprendo ante la lágrima que cae de la Marquesa de Merteuil incapaz de frenar amistades peligrosas o la lágrima mágica que se desliza de la mejilla feliz del vagabundo reconocido por una violetera ahora con vista. Son ojos de miradas distintas. 

¿En quién confío en unos ojos vivos y verdes que expresan cada sentimiento en una Scarlett O’Hara que jura que jamás volverá a pasar hambre o en esos ojos saltones con personalidad propia que lo mismo sirven para mujer pérfida entre las pérfidas que para una Margot Channing que avisa que hay que abrocharse los cinturones porque esta noche va a haber tormenta? 

Prefiero la mirada de un Salvaje motero que no me dice nada pero termina sonriéndome. Esa mirada es la única que conoce para pedir perdón. Prefiero la mirada de ese boxeador de ojos hinchados que me suplica que no sabe cómo ayudarme, porque ha vivido demasiado tiempo en la ley del silencio. Prefiero esas miradas que la de un loco con los ojos abierto en par en par siempre amaestrado en salvaje naranja mecánica. Esos ojos azules de pestañas pintadas y sin un ápice de algo parecido a humanidad. 

No nos olvidemos nunca de las pestañas enormes, el lunar al lado de ojo vivo y vivaz que canta en las noches de Cabaret y siente, ríe o conoce el dolor. Son los ojos de Sally Bowles que nos hablan de la vida en cada mirada. 

Lloro cuando cierran los ojos en érase una vez en esa américa de los años 20 a un niño que jugaba a ser gangster. El niño se resbaló…, o los ojos azules y ambiciosos de una niña que baila Amapola y se sabe mirada, sabe que enamora…, sabe mirar fijamente y recitar el cantar de los cantares. O los enormes ojos azules de ese niño de la depresión que tiene que guardar un pastel enorme…, y no puede, y lo mira una y otra vez hasta que no puede evitar empezar a probarlo y no parar. Sergio Leone sabía de ojos y miradas. 

Miles de ojos y miradas se debaten en miles de fotogramas y se niegan a ser olvidados. 

¿Alguien me regala la mirada tierna de un niño en cinema paradiso o las miradas enamoradas de Ilsa, Rick y Victor en una Casablanca lejana? También me vale alguna mirada pícara que me haga reír. La mirada cómplice.