A veces hay rostros masculinos que se te quedan grabados por alguna película o actuación. Son galanes olvidados. Tuvieron su momento de gloria o sus papeles estelares pero cuando oímos sus nombres quizá no se recuerda el rostro. Existen varios ejemplos.
Me viene a la cabeza John Gavin. Moreno y apuesto que alcanzó su lugar en el Olimpo en los melodramas de Douglas Sirk y algún papel memorable más. Luego abandonó las pantallas y se dedicó a otros menesteres (la televisión o cargo político como embajador en México —uno de sus amigos fue el actor que llegó a presidente republicano, Ronald Reagan—). Ahí está como joven sensible en Tiempo de amar, tiempo de morir o como comparsa sufrido de una Lana Turner que quiere ser estrella en Imitación a la vida. Estuvo más erótico y sensual que nunca como novio de una Janet Leigh que pronto desaparecería en la ducha en Psicosis. Y también pudimos verle en Espartaco o como galán en la aburrida Escándalo en la corte a mayor gloria descafeinada de Sofia Loren.
A otro que le tengo gran cariño pero caído en olvido es Farley Granger, nunca perdió esa cara de niño apuesto. Me emociona ya en esa película de un Hollywood que se vistió de rojo e Internacional en La estrella del norte. Granger era un adolescente ruso que se convertía en héroe junto a los demás miembros de su familia. Después el maestro del suspense le da papel de joven asustadizo, sensible e intelectual pero que se deja arrastrar por compañero oscuro para cometer vil asesinato en la inquietante La soga. También, inolvidable y tierno, como uno de los perdedores que tan bien reflejaba Ray en sus películas en esa joya primera de su carrera que se llama Los amantes de la noche. El maestro del suspense vuelve a contar con él para otra pesadilla que se llama Extraños en un tren y bello como era consiguió que Visconti contara con él en Senso.
Otros me dejaron huella con un sólo papel, aunque han hecho más interpretaciones o después trabajaron en televisión. A Dean Stockwell me bastó verle en la tremenda Larga jornada hacia la noche. Ahí ya cuenta con mi recuerdo. Otro que aunque siempre presentaba su cara más oscura resultaba atractivo, no es otro que Laurence Harvey. Basta recordarle en Un lugar en la cumbre, Una mujer marcada o El mensajero del miedo. Yo, sin embargo, estoy deseando poder verle en Soy una cámara que fue una versión de la obra autobiográfica de Christopher Isherwood que se rodó en Gran Bretaña en el año 1955 (la primera Sally Bowles fue otra actriz olvidada, Julie Harris, cuyo papel más recordado es el de Abra en Al este del edén) que quedaría inmortalizada para siempre en el musical Cabaret.
Y como siempre la lista puede continuar…