Diccionario cinematográfico (87)

Ojo: entre el ojo cortado por una cuchilla en perro andaluz al anciano hombre que fabrica ojos para replicantes al que no le llega la salvación de un blade runner. 

Me debato entre no olvidar jamás los ojos azules de un Paul Newman que siempre fue buscavidas de sonrisa pícara o los ojos violetas de una Liz Taylor que es gata en tejado de zinc. 

Me sorprendo ante la lágrima que cae de la Marquesa de Merteuil incapaz de frenar amistades peligrosas o la lágrima mágica que se desliza de la mejilla feliz del vagabundo reconocido por una violetera ahora con vista. Son ojos de miradas distintas. 

¿En quién confío en unos ojos vivos y verdes que expresan cada sentimiento en una Scarlett O’Hara que jura que jamás volverá a pasar hambre o en esos ojos saltones con personalidad propia que lo mismo sirven para mujer pérfida entre las pérfidas que para una Margot Channing que avisa que hay que abrocharse los cinturones porque esta noche va a haber tormenta? 

Prefiero la mirada de un Salvaje motero que no me dice nada pero termina sonriéndome. Esa mirada es la única que conoce para pedir perdón. Prefiero la mirada de ese boxeador de ojos hinchados que me suplica que no sabe cómo ayudarme, porque ha vivido demasiado tiempo en la ley del silencio. Prefiero esas miradas que la de un loco con los ojos abierto en par en par siempre amaestrado en salvaje naranja mecánica. Esos ojos azules de pestañas pintadas y sin un ápice de algo parecido a humanidad. 

No nos olvidemos nunca de las pestañas enormes, el lunar al lado de ojo vivo y vivaz que canta en las noches de Cabaret y siente, ríe o conoce el dolor. Son los ojos de Sally Bowles que nos hablan de la vida en cada mirada. 

Lloro cuando cierran los ojos en érase una vez en esa américa de los años 20 a un niño que jugaba a ser gangster. El niño se resbaló…, o los ojos azules y ambiciosos de una niña que baila Amapola y se sabe mirada, sabe que enamora…, sabe mirar fijamente y recitar el cantar de los cantares. O los enormes ojos azules de ese niño de la depresión que tiene que guardar un pastel enorme…, y no puede, y lo mira una y otra vez hasta que no puede evitar empezar a probarlo y no parar. Sergio Leone sabía de ojos y miradas. 

Miles de ojos y miradas se debaten en miles de fotogramas y se niegan a ser olvidados. 

¿Alguien me regala la mirada tierna de un niño en cinema paradiso o las miradas enamoradas de Ilsa, Rick y Victor en una Casablanca lejana? También me vale alguna mirada pícara que me haga reír. La mirada cómplice.

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